Por Monseñor De Segur (1862)
Entre las preocupaciones vulgarizadas en el mundo, hay una bastante común, no solamente entre los protestantes, sino también entre algunos que son católicos a medias. “Si la reforma ha causado males, suelen decir algunos; si ella ha hecho correr mucha sangre, si ha desmoralizado países enteros; a lo menos ella ha importado en el mundo un bien inapreciable, que es la tolerancia religiosa”.
Nada más falso, nada menos fundado que esta preocupación histórica. Donde quiera que domina el protestantismo, él es intolerante y perseguidor. Sin duda no lo es en todas partes en el mismo grado; pero ¿por qué es eso? Porque no en todas partes tiene el mismo poder.
Por fortuna el protestantismo no puede siempre lo que quiere. Para perseguir no basta querer, es necesario poder; pero hágasele siempre esta justicia de decir, que en cuanto a intolerancia, él hace lo que puede.
Donde quiera que se ha introducido la llamada Reforma, lo ha hecho violentamente; y sus primeros frutos en Alemania, en Ginebra, en Inglaterra y en Suecia, han sido invariablemente la guerra civil, las proscripciones y las muertes. Eso se comprende, por ser cosa muy sencilla. El protestantismo es una revolución; y toda revolución es tiránica y revolucionaria por naturaleza.
Una vez establecido el protestantismo, él se ha conservado a merced de las mismas violencias. Todos saben lo que es el protestantismo inglés respecto a los católicos, las leyes sangrientas que contra estos dio y ejecutó, y el despotismo feroz con que aun oprime todavía a la fiel y desventurada Irlanda.
Un historiador inglés protestante, Guillermo Cobbet, se vio obligado por su conciencia, a dar contra la Iglesia herética nacional, este terrible testimonio: “Esa Iglesia, dice el historiador citado, la más intolerante que ha existido, se dejó ver en el mundo armada de cuchillos, hachas e instrumentos de suplicio. Sus primeros pasos quedaron marcados con la sangre de sus innumerables víctimas, mientras que sus brazos no podían ya con el peso de los bienes que había arrebatado”. Este autor cita las actas oficiales del Parlamento, para comprobar que en consecuencia de las hogueras encendidas y de los cadalsos levantados contra los católicos, la población de Inglaterra fue diezmada en menos de seis años.
Donde quiera que se ha introducido la llamada Reforma, lo ha hecho violentamente; y sus primeros frutos en Alemania, en Ginebra, en Inglaterra y en Suecia, han sido invariablemente la guerra civil, las proscripciones y las muertes. Eso se comprende, por ser cosa muy sencilla. El protestantismo es una revolución; y toda revolución es tiránica y revolucionaria por naturaleza.
Una vez establecido el protestantismo, él se ha conservado a merced de las mismas violencias. Todos saben lo que es el protestantismo inglés respecto a los católicos, las leyes sangrientas que contra estos dio y ejecutó, y el despotismo feroz con que aun oprime todavía a la fiel y desventurada Irlanda.
Un historiador inglés protestante, Guillermo Cobbet, se vio obligado por su conciencia, a dar contra la Iglesia herética nacional, este terrible testimonio: “Esa Iglesia, dice el historiador citado, la más intolerante que ha existido, se dejó ver en el mundo armada de cuchillos, hachas e instrumentos de suplicio. Sus primeros pasos quedaron marcados con la sangre de sus innumerables víctimas, mientras que sus brazos no podían ya con el peso de los bienes que había arrebatado”. Este autor cita las actas oficiales del Parlamento, para comprobar que en consecuencia de las hogueras encendidas y de los cadalsos levantados contra los católicos, la población de Inglaterra fue diezmada en menos de seis años.
Pena de muerte era pronunciada, y desapiadadamente ejecutada, contra todo sacerdote católico que entraba en el reino, o a quien se convencía de haber celebrado Misa.
Pena de muerte contra cualquiera que se atrevía a dar asilo a un sacerdote.
Pena de muerte contra cualquiera que rehusaba reconocer que la Reina Isabel era la Cabeza de la Iglesia de Jesucristo.
Una fuerte multa estaba decretada contra todo ciudadano que no asistía a los oficios protestantes.
“La lista de personas condenadas a muerte y ejecutadas por el único crimen de ser católicas, -son palabras textuales del historiador protestante- formaría una lista diez veces más larga que la de nuestro ejército y la de nuestra marina reunidas. La Iglesia protestante de Inglaterra, llamada anglicana, no ha cambiado de carácter desde el día de su establecimiento hasta nuestros días. En Irlanda sus atrocidades han superado a las de Mahoma; y sería necesario escribir un tomo, para referir sus actos de intolerancia”.
De la misma manera intentó el Calvinismo introducirse en Francia. Durante más de un siglo la historia de aquella nación no había sino de rebeliones, sediciones y saqueos cometidos por los hugonotes, donde quiera que penetraba su doctrina. Todo aquel periodo no es más que un tejido de desórdenes, perfidias y crueldades; pero no hay que extrañarlo una vez que Calvino predicaba en alta voz, que era preciso derribar a los reyes y a los príncipes que no querían abrazar el protestantismo, escupiéndoles a la cara más bien que obedecerlos.
De la misma manera intentó el Calvinismo introducirse en Francia. Durante más de un siglo la historia de aquella nación no había sino de rebeliones, sediciones y saqueos cometidos por los hugonotes, donde quiera que penetraba su doctrina. Todo aquel periodo no es más que un tejido de desórdenes, perfidias y crueldades; pero no hay que extrañarlo una vez que Calvino predicaba en alta voz, que era preciso derribar a los reyes y a los príncipes que no querían abrazar el protestantismo, escupiéndoles a la cara más bien que obedecerlos.
Bajo las órdenes de Coligny, los calvinistas revolucionarios formaron el proyecto de arrebatar de su palacio al Rey de Francia, que a la sazón era un niño; mas como dieran el golpe en falso, se apoderaron de Orleans y devastaron las márgenes del Loira, la Normandía, la Isla de Francia y particularmente el Langüedoc, donde cometieron las crueldades y profanaciones más odiosas. En Montauban, en Castres, en Beziers, en Nimes y en Montpelier, esos grandes predicadores de la tolerancia y de la libertad de conciencia, prohibieron bajo las penas más rigurosas, todo ejercicio del culto católico.
Todo el mundo conoce a aquel famoso barón des Adrets, jefe calvinista, que habiendo tomado a Montbrison, se dio a sí mismo el inocente placer de hacer saltar desde lo alto de una torre, lo que quedaba de la guarnición hecha prisionera. Pues, poco más o menos, tal fue el tratamiento que los protestantes hicieron sufrir a todas las ciudades que cayeron en su poder.
Profanación de Iglesias, robo de vasos sagrados, muerte o lanzamiento de sacerdotes y religiosos, atrocidades las más bárbaras, unidas a los más abominables sacrilegios, he aquí la conducta de los tolerantes herejes. Estos son hechos históricos que nadie niega, ni aun los protestantes; los cuales sin embargo dejan escapar algunas veces expresiones imprudentes, manifestando deseo de que vuelvan aquellos tiempos dichosos del protestantismo francés.
No se podrían leer sin horror las atrocidades cometidas por los holandeses, para extender el protestantismo en los Países Bajos; y particularmente los tormentos y suplicios a que recurrió el celo religioso de los enviados del príncipe de Orange, llamados Lamark y Sonoi. Este último era maestro consumado en el arte de atormentar los cuerpos, para perder las almas. He aquí la descripción que nos ha dejado una pluma protestante y holandesa de los medios empleados por aquel tigre, para martirizar a los, católicos, fieles a su religión.
No se podrían leer sin horror las atrocidades cometidas por los holandeses, para extender el protestantismo en los Países Bajos; y particularmente los tormentos y suplicios a que recurrió el celo religioso de los enviados del príncipe de Orange, llamados Lamark y Sonoi. Este último era maestro consumado en el arte de atormentar los cuerpos, para perder las almas. He aquí la descripción que nos ha dejado una pluma protestante y holandesa de los medios empleados por aquel tigre, para martirizar a los, católicos, fieles a su religión.
Los procedimientos ordinarios de la tortura más cruel, escribe Kerroux, no fueron sino los tormentos menores que se hicieron sufrir a aquellos inocentes. Sus miembros dislocados, sus cuerpos hechos pedazos a azotes, eran de seguida envueltos en sábanas empapadas en aguardiente, a las cuales, se daba fuego; y en ese estado se dejaban hasta que ennegrecida y crispada la carne, quedasen desnudos los nervios en todas las partes del cuerpo. Frecuentemente se empleaba hasta media libra de azufre, para quemar los sobacos y las plantas de los pies. Así martirizados se les dejaba muchas noches seguidas, tendidos en el suelo, sin cubierta; y, a fuerza de golpes, se alejaba de ellos el sueño. Por todo alimento se les daban arenques y otros alimentos de esa especie, propios para encender en sus entrañas una sed voraz, sin suministrarles ni un solo vaso de agua, por más que sufriesen en este suplicio. Se les aplicaban abejones sobre los ombligos. No era raro que se enviase al servicio de aquel espantoso tribunal cierto número de ratones, que se ponían sobre el pecho y el vientre de aquellos desgraciados, bajo un instrumento de piedra o de madera, labrado para este uso y cubierto de combustibles. A estos se les daba fuego de seguida, forzando de este modo a los animalejos, para que devorasen las carnes de la víctima, abriéndose paso hasta su corazón y sus entrañas. Después se cauterizaba aquellas llagas con carbones encendidos, o bien se derramaba grasa derretida sobre los miembros ensangrentados. Otros horrores, aun más chocantes, fueron inventados y puestos en ejecución con una sangre fría, de la cual apenas se podría hallar ejemplos entre los caníbales, pero la decencia nos impide continuar.
Lo que la tolerancia protestante hizo en Inglaterra, y lo que ha querido hacer en Francia y en Holanda, lo hace todavía en Suecia. Allá también se estableció la Reforma con violencia y sangre; y las leyes religiosas, conservan aun en aquel país toda la barbarie que puede sufrir nuestro siglo. En este mismo año en que escribo, acaban de ser condenadas seis familias al destierro y al despojo de todos sus bienes, únicamente por haber abrazado la fe católica. En Noruega, en Dinamarca, en Prusia, en Ginebra y donde quiera que domina el protestantismo, él se muestra enemigo encarnizado y ciego destructor de los católicos. Como allá está a sus anchas, no se cuida de ocultar lo que es, con precauciones hipócritas; las cuales son las que le dan en Francia, una apariencia de moderación. Allá dice él altamente lo que quiere y lo que espera. En el Sínodo protestante de Bremen, el señor Sander, pastor herético de Elbelfed, exclamaba, hablando del Papa y de los religiosos de la Compañía de Jesús: “Las autoridades protestantes no deben tolerar que existan. Menos aún deben soportar que sean libres”.
En Ginebra los protestantes, envidiosos de los progresos del Catolicismo, han formado de común acuerdo una asociación, en la cual contraen el compromiso de no comprar nada a los católicos, y de no emplearlos en ningún trabajo, para reducirlos así a la miseria; y además, de obrar de suerte que sólo los protestantes obtengan los cargos y empleos.
¡Todo esto se hace por hombres que reclaman con indignación la libertad de cultos, en los países en que forman una imperceptible minoría; por hombres a quienes no se caen de la boca las palabras de libertad de conciencia, de caridad cristiana, de religión, de paz y de amor; por hombres en fin, que ya no creen en Jesucristo; y entre los cuales hay libertad para ser incrédulo, panteísta o ateo, pero no para ser católico!
Lo que la tolerancia protestante hizo en Inglaterra, y lo que ha querido hacer en Francia y en Holanda, lo hace todavía en Suecia. Allá también se estableció la Reforma con violencia y sangre; y las leyes religiosas, conservan aun en aquel país toda la barbarie que puede sufrir nuestro siglo. En este mismo año en que escribo, acaban de ser condenadas seis familias al destierro y al despojo de todos sus bienes, únicamente por haber abrazado la fe católica. En Noruega, en Dinamarca, en Prusia, en Ginebra y donde quiera que domina el protestantismo, él se muestra enemigo encarnizado y ciego destructor de los católicos. Como allá está a sus anchas, no se cuida de ocultar lo que es, con precauciones hipócritas; las cuales son las que le dan en Francia, una apariencia de moderación. Allá dice él altamente lo que quiere y lo que espera. En el Sínodo protestante de Bremen, el señor Sander, pastor herético de Elbelfed, exclamaba, hablando del Papa y de los religiosos de la Compañía de Jesús: “Las autoridades protestantes no deben tolerar que existan. Menos aún deben soportar que sean libres”.
En Ginebra los protestantes, envidiosos de los progresos del Catolicismo, han formado de común acuerdo una asociación, en la cual contraen el compromiso de no comprar nada a los católicos, y de no emplearlos en ningún trabajo, para reducirlos así a la miseria; y además, de obrar de suerte que sólo los protestantes obtengan los cargos y empleos.
¡Todo esto se hace por hombres que reclaman con indignación la libertad de cultos, en los países en que forman una imperceptible minoría; por hombres a quienes no se caen de la boca las palabras de libertad de conciencia, de caridad cristiana, de religión, de paz y de amor; por hombres en fin, que ya no creen en Jesucristo; y entre los cuales hay libertad para ser incrédulo, panteísta o ateo, pero no para ser católico!
Continúa...
Tomado del libro “Conversaciones sobre el protestantismo actual”, impreso en 1862.
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