Por Monseñor De Segur (1862)
Con una táctica, que prueba más habilidad que buena fe, algunos ministros protestantes se quejan sin cesar en sus periódicos y en otros papeles oficiosos y oficiales, de la violencia de los escritores católicos; al paso que, formando contraste, no se cansan de alabar la dulzura y la moderación de su propia actitud, respecto de la Iglesia.
Tres cosas hay que responder a la acusación y a la pretensión citadas.
1. Lo que los protestantes llaman violencia de los escritores católicos, no es más que el celo ardiente por la verdad, celo que devoraba a Nuestro Señor Jesucristo, cuando arrojó del templo a los profanadores, y cuando pronunciaba contra los fariseos y los escribas sus fulminantes anatemas.
2. Los católicos no atacan al protestantismo por el placer de atacarle, sino para defenderse de los ataques de los protestantes. El protestantismo es una insurrección, esencialmente injusta, contra la verdad y contra la Iglesia; y los hijos de la Iglesia y de la verdad no le combaten nunca, sino para rechazar la agresión y conservar su fe.
3. En fin, la moderación de los protestantes en la polémica, es como su tolerancia. No existe tal moderación; y nosotros podemos devolverles, con valor, el cargo que nos hacen. He aquí una prueba que tiene el carácter de general, en razón de la publicidad que la rodea, y a la cual han concurrido juntas las prensas protestante y socialista. Existe un libro que los diarios protestantes de las principales sectas heréticas de Francia, como los titulados Le Lien, L'Esperance y Les Archives, han anunciado con igual empeño, como uno de sus libros más recomendados de propaganda, libro que se vende en las librerías protestantes de París, donde yo he conseguido el ejemplar que voy a citar. Ese libro es la antigua obra del luterano Marnix de Sainte Aldegonde, de la cual se ha hecho una nueva edición, con prefacio de M. Quinet.
Abro, pues, este libro, contra el cual ninguno de los órganos del protestantismo ha escrito ni una sola línea condenatoria; y que, por el contrario, todos ellos han anunciado, sin restricciones ni reservas, y he aquí lo que encuentro.
En el prefacio leo las frases siguientes: “Aquí se trata no solo de refutar el papismo, sino de extinguirle; no sólo de extinguirle, sino de deshonrarle; y no sólo de deshonrarle, sino de AHOGARLE EN EL FANGO. Es necesario que el Catolicismo caiga”.
“El que emprende desarraigar una superstición caduca y maléfica (el Catolicismo), si tiene autoridad, debe ante todo apartar esa superstición de los ojos de los pueblos; y hacer su ejercicio absoluta y materialmente imposible, al mismo tiempo que quitar toda esperanza de verla renacer”.
“El despotismo religioso (es decir la religión católica) no puede ser extirpado sin que quien intenta extirparle se extralimite de la legalidad.... Como es ciego llama contra sí la fuerza ciega”.
“No: nada de tregua con el INJUSTO”.
“El principio de que todas las religiones son iguales, es contra toda filosofía, contra toda ciencia y contra toda la historia... Existe una religión que se glorifica de ser incompatible con las libertades modernas. Si la revolución francesa hubiera visto claramente esta diferencia, ella habría podido, concentrando sus fuerzas, sus enemistades y sus decisiones, eliminar ese culto que excluye la civilización moderna. Pero... le faltó osadía... y el culto (católico) que ella tenía la misión de abatir, salió de entre sus manos más entero, más indomable que nunca. No volvamos a cometer la misma falta”.
Esto se llama hablar sin disfraz; y ya, a lo menos, sabemos a qué atenernos respecto a la conducta que observaría el protestantismo triunfante, contra la Iglesia cristiana. Vistas estas abiertas violencias y esas públicas excitaciones al odio y a la destrucción de la religión, ¿quién se atreverá a juzgar que hacemos mal los cristianos, levantándonos legítimamente a defender nuestra fe y nuestra vida?
Por lo demás, no hay que asombrarse de esa increíble provocación de M. Quinet a la persecución y al aniquilamiento de la Iglesia, por medio del hierro y del fuego. Él no hace en esto más que servir de eco débil, por cierto, a las declamaciones sanguinarias de los fundadores del protestantismo. Lo que él dice hoy, lo decían y lo escribían Lutero y Calvino hace trescientos años, con un trasporte de furor, que quizás no ha sido igualado nunca por los revolucionarios de nuestros días.
Augusto Nicolás dice en su bello libro del protestantismo: “Nunca se ha proferido, en ninguna lengua, nada que se acerque a la sanguinaria violencia de los escritos de Lutero. Su obra titulada: ‘El Papado de Roma instituido por el diablo’, es una mancha que deshonrará eternamente, no solo a la literatura alemana, sino también a los anales de la especie humana”. Vacilo al copiar algunas de sus expresiones horribles como las siguientes: “El Papa es el diablo. Si yo pudiera matar al diablo, ¿por qué no lo haría a riesgo de mi vida? El Papa es un lobo rabioso, contra el cual todo el mundo debe de armarse, aun sin aguardar la orden de los Magistrados. En esta materia no puede haber lugar al arrepentimiento, sino por no haber podido hundirle una espada en el pecho. Sería necesario cuando el Papa está convicto por el Evangelio, que todo el mundo corriese sobre él y le matase, con todos los que están con él, emperadores, reyes, príncipes señores, sin guardarles miramientos. Sí, deberíamos caer sobre ellos con toda clase de armas, y lavarnos las manos en su sangre. Los monarcas, los príncipes y los señores, que hacen parte de la turba de la Sodoma romana, deben de ser atacados con toda clase de armas; y es necesario lavarse las manos en su sangre.”
¿Pues qué diré de Calvino el cual a cada instante tenía en la punta de su pluma los epítetos de bribones, ebrios, locos furiosos, rabiosos, bestias, toros, puercos, borricos y perros; de Calvino que trazó estas líneas (ya citadas arriba a otro propósito): “En cuanto a los Jesuitas, que sobre todo nos son contrarios, es necesario matarlos; y donde esto no se pueda cómodamente hacer, lanzarlos, o por lo menos oprimirlos con mentiras y calumnias”?
Esto es, como se ve, lo que M. Quinet aconseja con aquellas palabras, casi idénticas a estas que acabamos de citar: “Es necesario extirpar el papismo, deshonrarlo, ahogarlo en fango”.
Esto es, como se ve, lo que M. Quinet aconseja con aquellas palabras, casi idénticas a estas que acabamos de citar: “Es necesario extirpar el papismo, deshonrarlo, ahogarlo en fango”.
Ya se comprenden después de oír esas horribles declamaciones de Lutero y de Calvino, las simpatías de los revolucionarios de nuestros días hacia el protestantismo; pero lo que no se comprende es que algunos periódicos protestantes, que se llaman moderados, hayan anunciado el libro de Marnix y su prefacio, como tampoco se comprende que las librerías protestantes le hayan puesto en venta.
Este libro de Marnix está lleno de tales obscenidades y de infamias tan chocantes, que aunque yo no sintiera una indignación cristiana al citarlos, me impediría hacerlo el respeto de mí mismo y el que debo a mis lectores. Intenté hacerlo, pero debí abandonar esa ocupación repugnante.
Hay blasfemias que un cristiano no debe repetir, aunque sea para inspirar horror de ellas. Sin embargo, he aquí un libro protestante, reimpreso en Bélgica, después de tres siglos, por medio de una suscripción nacional de protestantes, de incrédulos y de fracmasones; libro que se ha vendido, si es que todavía no se vende, a la luz del día, en Paris, en un país católico.
Ahora, si quieren, que se admiren los protestantes de la generosa indignación de los católicos; que se quejen del ardor con que los hijos de la Iglesia sienten y rechazan las injurias prodigadas a su santa Madre; y que, si tienen para ello valor, se jacten todavía de su dulzura y de su moderación.
“Esos moderados -me decía con mucho donaire un abate italiano- esos moderados son gentes de una rabia infinita”. Questi moderati sono gente di rabia infinita.
Este libro de Marnix está lleno de tales obscenidades y de infamias tan chocantes, que aunque yo no sintiera una indignación cristiana al citarlos, me impediría hacerlo el respeto de mí mismo y el que debo a mis lectores. Intenté hacerlo, pero debí abandonar esa ocupación repugnante.
Hay blasfemias que un cristiano no debe repetir, aunque sea para inspirar horror de ellas. Sin embargo, he aquí un libro protestante, reimpreso en Bélgica, después de tres siglos, por medio de una suscripción nacional de protestantes, de incrédulos y de fracmasones; libro que se ha vendido, si es que todavía no se vende, a la luz del día, en Paris, en un país católico.
Ahora, si quieren, que se admiren los protestantes de la generosa indignación de los católicos; que se quejen del ardor con que los hijos de la Iglesia sienten y rechazan las injurias prodigadas a su santa Madre; y que, si tienen para ello valor, se jacten todavía de su dulzura y de su moderación.
“Esos moderados -me decía con mucho donaire un abate italiano- esos moderados son gentes de una rabia infinita”. Questi moderati sono gente di rabia infinita.
Continúa...
Tomado del libro “Conversaciones sobre el protestantismo actual”, impreso en 1862.
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