lunes, 21 de abril de 2025

EL RELATIVISMO SECULAR DESTRUYE LA OPOSICIÓN ENTRE EL BIEN Y EL MAL

La situación de relativismo en la que está inmerso el mundo actual es perceptible desde hace mucho tiempo y ha escandalizado a las almas rectas.

Por el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira


Tales almas tienen un fuerte sentido del contraste entre el bien y el mal. Hoy en día, integrar el bien y el mal en una especie de papilla, como hace el laicismo, se considera una manifestación de “sabiduría”. Es como si un conglomerado de coco molido, cacahuetes, almendras y anacardos se mezclaran dando como resultado una papilla tan homogénea que se convirtiera en una única sustancia, aboliendo todas las diferencias entre el bien y el mal, la verdad y el error, las características personales y nacionales.

Es una imagen que describe muy bien el relativismo laico.

Intentar mantener la distinción entre el bien y el mal se ha convertido en algo objetable. Incluso se hace una especie de reproche a quien llama al bien, bueno, y al mal, malo, y los ve en lucha unos contra otros.

“Eres un maniqueo”, dicen. ¡Horror supremo! Con ello se pretende acallar instantáneamente al “ofensor”. La calificación de maniqueo tiene algo de electricidad que parece golpear a la persona así etiquetada e inmovilizarla. [El maniqueísmo sostiene que el Universo fue creado por dos principios antagónicos e irreductibles: el bien absoluto (el “dios bueno”) y el mal absoluto (el “dios malo”)].

Ahora bien, desde el principio de los tiempos, diferenciar el bien del mal siempre se ha considerado una necesidad. Esto era cierto mucho antes de Mani, que dio origen al maniqueísmo en el siglo III. Es un precepto de la Ley Natural, fue consignado por Dios en el Decálogo, recorrió todo el Antiguo Testamento, fue objeto de la divina predicación de Nuestro Señor Jesucristo y forma parte del patrimonio doctrinal y moral de la Santa Iglesia Católica.

Negar la oposición entre el bien y el mal es, en cierto modo, el culmen de la inmoralidad, porque constituye la esencia del relativismo moral, que es un verdadero peligro. Habla de falta de definición, de coherencia, de dirección.

La Sagrada Escritura habla a menudo de esta oposición: “El bien se opone al mal, y la vida a la muerte; así también el justo se opone al pecador. Mira, pues, todas las obras del Altísimo, y hay dos y dos, uno contra otro” (Ecles 33:14-15).

Dos trilogías opuestas

Sin embargo, no basta con tener un fuerte sentido del contraste entre el bien y el mal. Porque el mal es pariente cercano de la fealdad y el error. Son conceptos conectados, hermanos siameses, por así decirlo.

En realidad, hay dos trilogías que se oponen, ya que, en el extremo opuesto, lo bueno también forma grupo con lo verdadero y lo bello. Tenemos, pues, dos trilogías:
● Por un lado: lo verdadero, lo bueno, lo bello.

● En el otro extremo: el error, el mal, la fealdad.
La verdad, la bondad y la belleza -en latín verum, bonum, pulchrum- constituyen una tríada de conceptos de suma importancia y utilidad para comprender lo que es la sacralidad. Hasta cierto punto son reversibles, pues lo que es bueno debe ser verdadero, lo que es verdadero debe ser bello, y lo que es bello debe ser bueno y verdadero.


Así, por ejemplo, el edificio de una iglesia, que en principio pone en práctica lo bueno y enseña lo verdadero, debe distinguirse siempre por su belleza. Y es muy aconsejable que esa forma de belleza esté definida por la dignidad en un tribunal donde se imparte justicia.

En el extremo opuesto, la representación del Diablo como horrible y repelente se corresponde bien con su maldad y falsedad. Es malo y erróneo; por tanto, feo.

Un entorno vil, gris y sin belleza favorece el ateísmo porque existe una especie de solidaridad entre la fealdad y el error. La fealdad es incluso una forma de dar a entender que Dios no existe.

Un ejemplo notable de esta afirmación son todas las formas artísticas del Comunismo; son una negación de toda belleza, de todo buen gusto y de toda sacralidad.

La arquitectura moderna está relacionada con el error y la inmoralidad; conduce al ateísmo.

En nuestros días se ha difuminado el sentido del bien y del mal, así como el de la oposición entre belleza y fealdad, entre verdad y error. Se ha hecho una “gran papilla”. Y esta papilla favorece el laicismo que intenta ahuyentar la belleza de la vida.

Uno de los pecados capitales de estos tiempos es negar todo el fenómeno de la belleza o interpretarlo de forma equivocada. De ello se deduce que las culturas seculares son fundamentalmente groseras y vulgares. Esto se debe a que sólo tienden a lo práctico.

Los designios de Dios para el hombre eran muy distintos.

Dios quiso procurar el bien del hombre dándole abundantes medios para tener siempre presentes Sus infinitas perfecciones.

En la bahía de Guanabara, en las montañas del Tirol o en la plaza de una bella ciudad, es más fácil para el hombre discernir las infinitas perfecciones de Dios. Es la contribución de la belleza, aunque en pequeño grado, al sentido católico de la vida.

La belleza de la Bahía de Guanabara nos invita a contemplar las perfecciones de Dios.

Por el contrario, en el infernal tráfico urbano, en medio de la escandalosa contaminación de las grandes ciudades de hoy, es difícil tener siempre presentes las infinitas perfecciones de Dios.

Secularismo y sacralización: Dos objetivos opuestos

El laicismo tiene dos vertientes: Una es despojar de todas las esferas de la vida todos los aspectos de la belleza que, en última instancia, se asemejan a Dios. La otra es esforzarse para que el hombre no vea a Dios en lo bello. Una persona así mira una hermosa catedral, pero no ve más que un edificio, una construcción. Alguien que no ha sido infectado por el secularismo mira la misma catedral, pero su actitud es diferente: admira, contempla.

Hay, pues, dos concepciones que se oponen:
● Los conquistados por el laicismo quieren que todo se conciba como desconectado de la religión, como una realidad propia que nada tiene que ver con Dios. La religión o no existe para ellos o está confinada a uno de los miles de compartimentos del pensamiento humano.

● Otras personas son muy sensibles a la idea de que todo, incluso las cosas más alejadas de los ambientes eclesiásticos, debe tener una nota sacra, es decir, religiosa en el fondo, puesto que Dios fue el Creador de todas las cosas. Estas personas están abiertas al ideal de la sacralidad del mundo.
En resumen, para el laicismo, es necesario alejar lo más posible a Dios y a la Iglesia de la vida terrena. Pero para todo buen católico, es necesario que Dios y la Iglesia estén lo más presentes posible en la existencia cotidiana.

Puesto que la secularización significa propiamente paganización, debemos inclinarnos, todas y cada una de las almas, a la segunda concepción, es decir, a los valores del espíritu. Por eso nos oponemos al secularismo y nos identificamos con el ideal de la sacralidad del mundo.
 

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