Por el Padre Gonzague Peignot
Hace más de un siglo, un Apóstol con palabra de fuego, el Padre Mateo Crawley, recorrió el mundo para difundir la consagración de las familias al Sagrado Corazón de Jesús. Todos los Papas, desde San Pío X a Pío XII, lo animaron a hacerlo. Pero el concilio Vaticano II y sus conocidas consecuencias frenarían este impulso, relegando la devoción al Sagrado Corazón al ático, como una práctica superada.
Sin embargo, ¿no sería la devoción que se debería desarrollar para detener, o al menos reparar, el secularismo devastador de nuestra sociedad? La devoción al Sagrado Corazón consiste, en efecto, en ofrecer a Nuestro Señor un amor que compense lo que el mundo ya no le ofrece. El Sagrado Corazón es Jesús mismo; Es el Jesús amoroso quien quiere ser el Jesús amado. La devoción al Sagrado Corazón es el inmenso amor de Jesús por nosotros que queremos honrar honrando su Corazón, fuente de su amor, fuente de todas las gracias que él quiere comunicarnos.
Entronizar el Sagrado Corazón en un hogar es proclamarlo Rey.Éste es el sentido de la entronización del Sagrado Corazón en las familias, que pone en su centro la realeza de Nuestro Señor Jesucristo. Porque Nuestro Señor Jesucristo es Rey y quiere ser reconocido como tal. Él es Rey por derecho porque nos creó y porque nos redimió. Como afirmaba el obispo de Bayona en 1916: “Entronizar la imagen del Corazón de Jesús en el hogar es proclamarlo Rey y Señor de este hogar; es decirle que nos ponemos bajo su dependencia, bajo su ley, bajo su beneplácito; es decirle solemnemente que, de ahora en adelante, presidirá como Rey y Amigo nuestra vida doméstica; es hacer del propio hogar una casa sagrada, es establecer en él permanentemente una especie de presencia de Dios”.
Concretamente se trata de poner a Nuestro Señor en el lugar de honor en el hogar, es decir en la habitación principal de la casa, para que los visitantes vean claramente que Jesús es el Rey y el Amigo de esta casa.
La entronización irá acompañada también de la consagración de la familia al Sagrado Corazón para confiarle plenamente todos sus miembros, sus acciones y aspiraciones también en la vida cotidiana, y todos sus bienes. Cada uno actuará así bajo la mirada del Rey del hogar, sacando de esta presencia el estímulo para vivir cada vez más cristianamente, cada vez más cerca del corazón de Jesús. Le ofrecerá su trabajo al menos en pensamiento, compartirá con él sus alegrías y sus penas tan a menudo como sea posible, se dirigirá a él en todas las circunstancias, pidiéndole iluminación, fuerza, consuelo. Porque Jesús quiere vivir nuestra vida, compartir con nosotros la vida común, la vida de familia.
También sería loable, por supuesto, dedicarnos a la comunión reparadora todos los primeros viernes de cada mes para aliviar, en lo posible, los ultrajes que Nuestro Señor recibe en el Santísimo Sacramento. ¡Que esto se convierta en un hábito familiar arraigado! Sabemos que Nuestro Señor ha prometido a todos aquellos que comulguen los primeros viernes, nueve meses seguidos, la gracia de la perseverancia final.
Queremos destacar también la excelente práctica, tan poco seguida, de la hora santa de reparación ante el Santísimo Sacramento expuesto o la de la adoración nocturna en el hogar ante la imagen del Sagrado Corazón, durante una hora al mes.
Si la familia es cristiana, la sociedad lo será.Así, incomprendido y blasfemado pública y socialmente, Nuestro Señor Jesucristo será proclamado pública y socialmente Rey de los hogares cristianos. Siendo la familia el fundamento de la sociedad, si la familia es cristiana la sociedad lo será, como también será pagana si la familia no tiene fe. Es por esta razón, además, que la impiedad se ha propuesto destruir la familia, en primer lugar, a través del divorcio, de las escuelas sin Dios y, luego, la destrucción de la realidad del matrimonio. La impiedad corrompió el matrimonio para corromper la sociedad. Ya está hecho y es un éxito hoy.
Es pues oportuno añadir que esta consagración es de particular importancia para nuestra sociedad en esta oscura situación actual que atraviesa; es de absoluta necesidad, incluso. En un momento en que la cultura de la muerte se está extendiendo sin vergüenza en la mayoría de los corazones, cuando el orden divino es burlado, cuando la blasfemia se ha vuelto algo común, es hora de consolar el corazón herido de nuestro Salvador, es hora de que nuestras familias reparen estas ofensas públicas y escandalosas.
Nuestra patria debe responder al deseo del corazón de Jesús. Ella debe hacerse Apóstol de su reino de amor, y por lo tanto establecerlo firmemente dentro de ella, primero y ante todo. “Reinaré a pesar de mis enemigos”, es la revelación de nuestro mismo Salvador en Paray-le-Monia. En este año jubilar de las apariciones a Santa Margarita María, no desfallezcamos en la esperanza, no perdamos la confianza. Dios ha prometido que volverá triunfante pero pide nuestra cooperación, ¡espera ante todo reinar en nuestras familias!
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