sábado, 5 de abril de 2025

EL SAGRADO CORAZON DE JESUS (25)

Que el Espíritu Santo une íntimamente nuestro corazón al Corazón de Jesús

Por Monseñor de Segur (1888)


En el misterio de la gracia, Jesucristo, Rey de la Gloria, se digna unirse interior y espiritualmente a nosotros para comunicarnos su vida divina, sus virtudes y su santidad. La gracia es un misterio todo de amor; y como el amor tiende siempre a unir, es un misterio de unión.

Jesús, que nos ama, nos une a sí, no con unión material, grosera e imperfecta, sino toda celestial, espiritual y divina; y esta unión la verifica por el Espíritu Santo y en el Espíritu Santo. Por parte de su divino Padre, nos da por pura gracia, por pura bondad, ese Espíritu adorable que es el Amor y la Unión en persona. Es muy natural que la unión junte: de manera que la primera cosa que hace en nosotros el Espíritu Santo, cuando se nos da en el Bautismo, es unirnos a Jesús, y por Jesús a Dios Padre. Esta unión de la gracia es una unión toda de amor, pues nace del amor de Dios y de Jesús; la verifica el amor mismo, que es el Espíritu Santo, y tiende soberanamente a hacernos amar con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma y con todas nuestras fuerzas a Aquel que se digna amarnos tanto.

Esta unión es espiritual, interior, santificante, sobrenatural, celestial, deificante; es la vida de nuestra alma, el germen del cielo y el principio de la vida eterna.

Nuestro corazón se encuentra así unido por el Espíritu Santo, Espíritu de amor, al Sagrado Corazón de Jesús, que desea verle semejante a sí, es decir, todo celestial, todo divino. ¡Misterio de hermosura! ¡Mi corazón se ve unido al corazón de su Dios; desde este mundo se ve atraído, arraigado, fijo en el cielo en el Sagrado Corazón de Jesús, que le comunicará amorosamente la vida de la gracia, como prenda de la vida gloriosa que le prepara en el Paraíso! ¡Qué perpetuas adoraciones no debo yo a este divino Corazón que vive y palpita en el mío! ¡con qué amor no debo agradecer este tesoro de amor!

Mi corazón está unido al Corazón de Jesús como los sarmientos de la viña están unidos a la vid. Gracias a esta unión, la savia de la vid pasa a los sarmientos, les vivifica y comunica sus propiedades.

Separado de la vid, el sarmiento muere, no puede dar fruto. Unido a la vid, florece, se cubre de espeso follaje, y produce bellos y deliciosos racimos que el sol dora y hace madurar. El Corazón de Jesús es la vid, y mi pobre corazón el sarmiento. La savia del Corazón de Jesús es el Espíritu Santo, el Espíritu de gracia y de amor. Del Corazón de Jesús pasa este divino Espíritu a mi corazón, y difunde en todas las potencias de mi alma las mismas disposiciones, los mismos sentimientos que llenan el Corazón de mi divino Maestro. Me comunica su luz, su fuerza, su bondad, su humildad, su dulzura, su paciencia, su pureza, su caridad adorable, su desprendimiento, su amor al sufrimiento, su perfecta santidad. Fecundiza mi corazón; le hace producir mil odorantes flores de buenos pensamientos, de piadosos afectos, de santos deseos; le hace producir frutos abundantes, es decir, toda suerte de buenas obras, de preciosos sacrificios, que el Sol de la Iglesia, el Santísimo Sacramento del altar, dora y hace madurar maravillosamente. El misterio de la gracia es, en efecto, inseparable del misterio de la Eucaristía; la vida es inseparable del Pan de vida; el amor llama al Pan de amor. La Comunión hace madurar y consuma los frutos de gracia.

En el fondo de mi corazón debo, pues, buscar el vuestro adorable para unirme a él en el amor, ¡oh mi Salvador Jesucristo! Allí encuentro el reino de Dios, vuestro reino, y a Vos mismo, que reináis en mí en vuestro Espíritu. ¡Oh! ¡qué tesoro! Este es el tesoro de la parábola del Evangelio. Para adquirirlo, para conservarlo venderé todo cuanto poseo, y compraré el campo en que está oculto. Este campo es vuestra gracia; es vuestro dulce y santo amor.

¡Oh Corazón de Jesús! Corazón adorable y adorado, quiero permanecer en Vos todos los días de mi vida y hasta en la vida eterna, en donde me hará entrar vuestra misericordia, no obstante mi indignidad.

¡Bendito sea Jesús de mi corazón! 

¡Bendito sea el Corazón de mi Jesús!

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