2 de Diciembre: Santa Bibiana, virgen y mártir
(✞ 235)
La heroica virgen y mártir santa Bibiana, fue hija de Flaviano, prefecto de Roma, el cual por su constancia en profesar la fe de Cristo fue degradado de la nobleza, privado de su empleo, despojado de todos sus bienes, reducido a la vil condición de esclavo y muerto de miseria en el destierro, como confesor y mártir de Jesucristo.
El emperador Juliano el apóstata, que así trató a este santo, proveyó en sus honores a Aproniano, tan perverso y hostil a los fieles de Cristo como el emperador.
Lo primero en que puso los ojos el perverso prefecto fue en perseguir la familia de su antecesor.
Componíase ésta de Dafrosa, mujer de Flaviano, y de Bibiana y Demetria, sus hijas.
A las tres tuvo encerradas como en cárcel en su propia casa.
Luego se apoderó de sus bienes y desterró a la madre, a la cual después de haberla casi hecho morir de hambre, mandó cortar la cabeza.
A las dos hermanas, jóvenes hermosas, y más que todo fervientes cristianas, las hizo comparecer en su presencia, y las intimó a renegar de Jesucristo.
Ellas resistieron valerosamente, por lo cual, irritado el prefecto, las encerró en una cárcel con orden que no se les diese ningún alimento hasta que abjurasen su fe: y como nada obtuvo con esto, determinó someterlas a los tormentos.
Antes de ejecutarlo, llamó Dios a su gloria a Demetria, quedando sola Bibiana, única heredera de la fe de sus padres, dispuesta a entrar en batalla con los enemigos del nombre cristiano.
Fue entregada a una perversa mujer para que con halagos y promesas tratase de rendir aquel tierno corazón, más firme que una roca combatida por bravas olas; y no pudo la malvada alcanzar lo que pretendía.
Después de las caricias, echó mano de los malos tratos. La hacía azotar cada día con varas y látigos guarnecidos de puntas de acero con una crueldad que excede a todo encarecimiento, sin que pudiese arrancar de la santa virgen ni una sola queja ni un solo gemido, antes bien daba muestras de mayor alegría y contento, por la honra que tenía de padecer por su celestial Esposo, lo que él había padecido primero por ella.
Embravecido y fuera de sí Aproniano al verse vencido por una débil doncella, con cuya defección pensaba granjear mayor confianza del emperador, mandó que atasen a la santa virgen a una columna y que fuese azotada hasta que muriese, con disciplinas armadas de plomo, ejecutándose esta su orden con una crueldad tan sin ejemplo, que los corazones más bárbaros e inhumanos se horrorizaban al contemplar tan cruel carnicería.
Sola la santa estuvo inmóvil, con el rostro sonriendo y el corazón esforzado y tranquilo: hasta que destrozado su cuerpo virginal, dejó paso a aquella alma pura e inocente para volar a su divino Esposo con la palma del martirio y la corona de la virginidad.
Reflexión:
No hay palabras para afear y detestar la feroz crueldad de los enemigos del nombre de Cristo. ¿Qué mal les hizo esta santa doncella cristiana, para que la hubiesen de atormentar tan bárbaramente? Pero así como en la inquebrantable fortaleza que mostró en los suplicios se manifestó que estaba revestida del espíritu de Dios, así en la fiereza e inhumanidad de los perseguidores de la virtud cristiana, se muestra que están revestidos del furor de los espíritus infernales.
Oración:
Oh Dios, dispensador de todo bien, que en tu sierva santa Bibiana juntaste la palma del martirio con la flor de la virginidad; por su intercesión une a ti nuestras almas por medio de la caridad, para que libres de todo peligro, consigamos los premios eternos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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