miércoles, 24 de diciembre de 2025

ALEMANIA: CASI 50 IGLESIAS CATÓLICAS DESACRALIZADAS EN 2025

La cifra real podría ser aún mayor ya que no todas las desacralizaciones se publican oficialmente en los boletines diocesanos. 


Según InfoCatólica, el “Camino Sinodal Alemán” está gestionando la liquidación de la Iglesia en Alemania y Roma no hace nada por evitarlo. 

Al menos 46 iglesias y capillas católicas han sido desacralizadas en Alemania durante el año 2025, según informó este domingo el diario Neue Osnabrücker Zeitung citando datos de la Conferencia Episcopal Alemana (DBK). La cifra, aunque ligeramente inferior a las 66 desacralizaciones registradas en 2024, evidencia la continuidad de un proceso de reducción a uso profano de espacios religiosos vinculado al acelerado declive del catolicismo en el país germano.

La cifra real podría ser aún mayor, advierte la publicación, ya que no todas las desacralizaciones se publican oficialmente en los boletines diocesanos, fuente en la que se basa la DBK para elaborar sus estadísticas.

Una Iglesia en demolición 

El catolicismo alemán atraviesa una crisis demográfica de dimensiones históricas. En 2024, menos de 20 millones de personas se declaraban oficialmente católicas en el país, una cifra que refleja décadas de erosión continuada de la base de fieles. Sin embargo, el dato más revelador es la práctica religiosa efectiva: apenas el 6,6 por ciento de los católicos censados acuden regularmente a misa los domingos, lo que equivale a aproximadamente 1,3 millones de personas.

De mil parroquias a 36

El ejemplo más dramático de esta reconfiguración lo ofrece la archidiócesis de Friburgo, que pasará de contar con más de 1.000 parroquias a apenas 36 con el cambio de año. Este proceso de demolición, que ya ha sido completado o está en marcha en la mayoría de las diócesis alemanas, responde tanto a la caída de fieles como a la escasez de clero para atender las estructuras existentes.

Crisis vocacional:
29 ordenaciones frente a las 500 de los años '60

El colapso vocacional constituye otro de los pilares de la crisis eclesial germana. En 2024 se ordenaron únicamente 29 sacerdotes diocesanos en toda Alemania, y en once de las 27 diócesis del país no hubo ninguna ordenación sacerdotal.

El contraste con décadas pasadas es abrumador: durante los años del concilio Vaticano II, Alemania ordenaba anualmente al menos 500 nuevos presbíteros. Todavía en 2007, la cifra superaba el centenar. El desplome vocacional completa así un círculo vicioso en el que la falta de sacerdotes acelera el cierre de parroquias, y este, a su vez, dificulta aún más la presencia pastoral y la transmisión de la fe.

La desacralización de templos, acto canónico mediante el cual un edificio deja de destinarse al culto para recibir un uso profano, simboliza el retroceso material de una institución que fue durante siglos columna vertebral de la sociedad europea.
 

24 DE DICIEMBRE: SAN GREGORIO, PRESBÍTERO Y MÁRTIR


24 de Diciembre: San Gregorio, presbítero y mártir

Movieron los emperadores Diocleciano y Maximiano, a principios del siglo III, una de las más crueles persecuciones que ha padecido la Iglesia; pues habiéndoles persuadido Flaco, hombre cruelísimo, que levantasen en todas partes simulacros de los dioses romanos, a quienes todos los vasallos del imperio debiesen ofrecer sacrificios, fácilmente se podrían descubrir así los que eran cristianos. 

Agradó esta diabólica invención a los emperadores, y Maximiano encomendó al mismo Flaco que la pusiese por obra. 

Entró pues este tirano en Espoleto, y sentado en un gran tribunal levantado en medio de la plaza, donde había concurrido todo el pueblo, preguntó a Tircano, juez de la ciudad, si todos adoraban a los dioses del imperio. 

Le respondió el juez: “Todos adoran a Júpiter, a Minerva y a Esculapio, nuestros inmortales dioses que miran propicios a todo el universo”, con lo cual quedó Flaco satisfecho, y mandó retirar al pueblo. 

Pero había a la sazón en la ciudad un presbítero cristiano llamado Gregorio, admirable por los muchos portentos que obraba todos los días, curando a los enfermos, librando a los endemoniados, y reduciendo a muchos a la fe de Cristo. 

Delatado ante Flaco, mandó éste a cuarenta soldados que le trajesen preso al santo presbítero, y luego, cuando lo tuvo ante su presencia le preguntó con gran enojo: “¿Eres tú el Gregorio de Espoleto, rebelde a los emperadores y a los dioses?” 

Respondió el santo: “Yo soy Gregorio, siervo del Dios verdadero; no de tus dioses que fueron criaturas torpes y abominables, como se acredita por vuestras mismas historias”. 

Fuera de sí el tirano al oír tal respuesta, mandó que le deshiciesen la cara a bofetadas; le amenazó luego con grandes suplicios si se negaba a sacrificar a los dioses; a lo que contestó el santo: “Yo no sacrifico a los demonios”. 

Entonces ordenó Flaco apalearle con varas nudosas como a vil esclavo, y echarle después en medio de una gran hoguera. Rogó el mártir al Señor que le librase de las llamas, como libró a los tres mancebos del horno de Babilonia, y así lo hizo, sucediendo en aquellos instantes un espantoso terremoto que arruinó gran parte de la población, en la que murieron más de quinientos cincuenta idólatras. 

Ante este suceso, el mismo impío Flaco huyó precipitadamente, encargando a Tircano que volviese al mártir a la cárcel. 

El día siguiente mandó que le quebrantasen las piernas, que le aplicasen a los costados antorchas encendidas, y finalmente mandó que le degollasen en medio del anfiteatro. 

Ejecutada la sentencia de muerte, soltaron las fieras para que devorasen el sagrado cadáver, pero éstas, olvidadas de su natural crueldad, le veneraron inclinando delante de él las cabezas sin osar tocarle; por cuyas maravillas todo el pueblo comenzó a clamar a grandes voces: ¡Grande es el Dios de los cristianos! y se convirtieron a la fe muchos gentiles. 

Aquel mismo día murió Flaco desastrosamente, vomitando las entrañas por la boca. 

Una señora cristiana llamada Abundancia, compró a Tircano el cadáver de Gregorio, y lo embalsamó con preciosos aromas. Sus reliquias se veneran en la iglesia de Colonia. 

Reflexión

Así castiga Dios aun en esta vida a los que afligen a sus siervos. No se engañe tu corazón con prometerse por lo menos aquí una vida toda llena de placeres, dudando, como los impíos, de la futura. En medio de un festín le alcanzó a Flaco, cuando menos lo pensaba. ¿Quién te ha asegurado que no te pasará lo mismo al primer mandamiento que quebrantes? 

Oración

Concédenos, oh Dios omnipotente, que los que veneramos el nacimiento para el cielo, de tu bienaventurado mártir Gregorio, por su intercesión se acreciente en nosotros el amor por tu santo nombre. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

martes, 23 de diciembre de 2025

“JAMESINA” MARTIN PROMUEVE LIBRO PRO HOMOSEXUALIDAD

El hijo dilecto de Bergoglio, “Jamesina” Martin continúa promoviendo la homosexualidad dentro de la iglesia sinodal, esta vez recomendando contenido de un “católico gay” escandalosamente pecador.


Martin, famoso por dar impulso a la comunidad “católica” lgbtq+ y por defender lo que Iglesia ha rechazado desde siempre, se desempeña desde hace años como editor general de la revista jesuita América y además es “consultor” del Dicasterio para la Comunicación del Vaticano, reelegido por el falso papa Bergoglio para un mandato de cinco años. El Sumo Hereje argentino no se cansó nunca de elogiar “el ministerio” de “Martina”, atreviéndose a decir sobre este oscuro personaje dentro de la iglesia conciliar y sinodal que es: “un hombre de valores que enseña el camino de comunicación con Dios”.


Martin ahora ha publicado un respaldo de Outreach, la organización pro-lgbtq que fundó en 2022, que enseña que la homosexualidad es buena y santa, para el libro “Teología para los no deseados: Reclamando su lugar en la Iglesia”, escrito por Daniel C Tillson.


Según la promoción del libro:

“Teología para los No Deseados” es una exploración audaz, compasiva y fiel de lo que significa pertenecer a la Iglesia Católica, especialmente cuando te han hecho sentir que no lo eres. Basándose en la profundidad de la teología católica, las Escrituras y la experiencia vivida, Daniel C. Tillson se dirige directamente a quienes se han sentido marginados: católicos LGBTQ, personas divorciadas y vueltas a casar, adultos solteros y otros que se preguntan si todavía hay espacio para ellos en las filas de la iglesia. Su respuesta es clara y sincera: Sí, lo hay.

Con calidez pastoral y claridad teológica, Tillson muestra cómo la enseñanza católica puede —y debe— abordar la complejidad de la vida moderna, a la vez que se mantiene arraigada en la verdad. Introduce al lector en un diálogo con las Escrituras, la ley natural y la teología moral contemporánea, ilustrando cómo la Iglesia se ha desarrollado a lo largo del tiempo y cómo continúa creciendo. Sin promover cambios doctrinales, este libro abre un espacio para el discernimiento, la sanación y la auténtica madurez espiritual, animando a cada persona a vivir plenamente la dignidad con la que Dios la creó.

Tillson, además de ser un experto en cuestiones lgbtq+, es ex “asesor de la Santa Sede” en temas sobre la inmigración en el hemisferio occidental y es autor y presentador de un podcast homónimo. A pesar de presentarse como un “católico gay de mentalidad tradicional”, el verano pasado él y su “pareja” homosexual recibieron la bendición de de un “sacerdote” en una iglesia de Bélgica, como parte de la agenda iniciada con Fiducia Supplicans.
 
Los tortolitos:
A la derecha, 
Daniel C Tillson, autor del libro y a la izquierda su “pareja”
 

SOLO EN CASA EN EL SACERDOCIO

Razones no abordadas por las que los sacerdotes jóvenes se van

Por Gene Thomas Gomulka


En agosto de 2001, escribí un artículo, “Solo en casa en el sacerdocio”, que originalmente se publicó en la revista jesuita América. Mi tesis era que, a medida que más sacerdotes diocesanos se encuentran viviendo solos, pastoreando una o más parroquias, tanto los obispos como los laicos deben brindar más apoyo que el que se ofrecía en el pasado, cuando dos, y a veces tres, sacerdotes vivían juntos en las rectorías. Identifiqué diversas consecuencias de que los sacerdotes vivan solos, incluyendo problemas de retención, un aumento de problemas de salud y disciplina, solicitudes de jubilación anticipada, etc. Al releer mi artículo veinticinco años después, debo decir que estoy de acuerdo en un 90% con lo que escribí, y que casi todo lo que predije se ha cumplido.

Si bien un “Estudio nacional de sacerdotes católicos” del 14 de octubre de 2025 brindó datos que respaldaron muchos de mis hallazgos anteriores (PDF en inglés aquí), el estudio reciente no explicó adecuadamente ¿Por qué tantos sacerdotes jóvenes abandonan el ministerio?. Si bien el estudio identificó el “agotamiento” y la “soledad” como factores que contribuyen al éxodo, no brindó recomendaciones concretas que pudieran detener el problema ni abordó las diferencias críticas entre el clero homosexual y heterosexual, que han afectado en gran medida el reclutamiento y la retención de candidatos y sacerdotes heterosexuales.

Cuando miro hacia atrás e intento analizar por qué seguí en el ministerio cuando otros con quienes fui ordenado se fueron, pienso en todas las familias que me amaron y me recibieron en sus hogares. Cuando llegaba la Navidad y me invitaban a cenar a las casas de los feligreses, no era raro encontrar un regalo esperándome alrededor de su árbol de Navidad. Cuando me convertí en capellán supervisor y viajé a diferentes bases alrededor del mundo, a menudo me invitaban a celebrar la misa dominical. Al hacerlo, siempre recordaba a los feligreses católicos la necesidad humana básica que tenía su capellán católico de amar y ser amado. Como escribí en “Solo en casa en el sacerdocio”:

Cuando una mujer de una base se quejó del capellán católico que dejó el ejército para casarse, le pregunté qué había hecho para demostrarle que lo amaba. Convencida de que el celibato es recíproco, le pregunté si alguna vez lo invitaba a cenar o le enviaba una tarjeta en su cumpleaños o en Navidad. Si su esposo no le demostraba su gratitud de forma tangible, especialmente en ocasiones especiales, ¿podría cuestionarse si su esposo realmente la amaba? ¿Por qué sorprenderse de que algunos sacerdotes cuestionen el amor de sus feligreses o abandonen el ministerio activo cuando sus numerosos actos de servicio a menudo pasan desapercibidos?

Hoy en día, muchas familias católicas no reconocen que los sacerdotes heterosexuales necesitan más amor que muchos sacerdotes homosexuales, quienes a menudo prefieren y disfrutan del apoyo fraternal de sus compañeros sacerdotes homosexuales, por no hablar de su obispo homosexual encubierto. Cuando trabajaba los fines de semana como capellán contratado para una comunidad militar en el puerto italiano de Gaeta, una familia me invitó a quedarme en su casa en lugar de a bordo. Cincuenta años después, sigo en contacto con esa familia. Cuando un capellán católico homosexual encubierto celebró misa en una base del Cuerpo de Marines en Okinawa, no interactuó con las familias, sino que invitó a un joven marine a su cuartel, donde se aprovechó sexualmente de él. En menos de un mes, el sacerdote recibió una baja no honorable. Fue solo uno de los muchos capellanes homosexuales que mencioné en mi artículo cuando escribí:

Si bien los sacerdotes representaban alrededor del 20% de los capellanes [en el Cuerpo de Marines], representaban alrededor del 50% de los delitos graves ... Estudios posteriores revelaron que, si bien un porcentaje relativamente pequeño de capellanes protestantes casados ​​se vio envuelto en problemas por conducta adúltera, sancionada por el Código Uniforme de Justicia Militar, un porcentaje mucho mayor de sacerdotes fue encarcelado o separado de sus cargos por conducta homosexual.

Desafortunadamente, la mayoría de los sacerdotes heterosexuales hoy en día reciben muy poco apoyo de sus obispos, quienes en más del 80% de los casos son homosexuales. Siempre que estaba de permiso o en libertad en Roma, solía concelebrar la misa matutina con el papa Juan Pablo II. Disfrutaba de mi compañía, así como de la de muchas familias que había conocido antes y después de su elección papal. En una ocasión, en marzo de 1981, cuando me invitó a cenar y a pasar la noche en el Palacio Papal, lamenté tener que regresar a mi barco en Nápoles y le dije que lo dejaría para otro día. Cuando los acontecimientos en el Líbano impidieron mi regreso a Roma el 13 de mayo de 1981, fue ese mismo día que Juan Pablo II sufrió un intento de asesinato en la Plaza de San Pedro. Yo, junto con muchos sacerdotes y familias heterosexuales, nos sentimos muy apoyados y queridos por Juan Pablo II.


Mientras Francisco vivía y cenaba con “monseñor” Battista Ricca, el “cardenal” “Tucho” Fernández y otros “amigos sacerdotes homosexuales” declarados en la Casa Santa Marta, León invitó a amigos sacerdotes, particularmente agustinos, a vivir con él en los apartamentos papales renovados en el Palacio Apostólico. Ninguno de estos “papas” es conocido por invitar a sacerdotes heterosexuales visitantes a unirse a ellos para la misa, la cena o para quedarse a pasar la noche. Cuando esta misma falta de apoyo y afirmación para los sacerdotes heterosexuales se encuentra en la mayoría de las diócesis hoy en día, uno no debería sorprenderse de que la mayoría de los sacerdotes que se van sean heterosexuales, mientras que la mayoría de los que se quedan son homosexuales, incluso si se sabe que han tenido relaciones homosexuales como muchos clérigos homosexuales.

Una última consecuencia negativa no reportada de una Iglesia compuesta principalmente por clérigos homosexuales es la incapacidad de sacerdotes sanos, amables y heterosexuales para guiar e interactuar con menores debido a las restricciones impuestas a su ministerio en respuesta al abuso sexual, principalmente de hombres jóvenes y niños. Cuando era un sacerdote joven, podía llevar a diferentes grupos de monaguillos a acampar durante la noche sin que nadie cuestionara mis intenciones. Hoy, un sacerdote joven ni siquiera puede llevar a los monaguillos a desayunar después de la misa de la mañana a menos que esté acompañado por un feligrés adulto. Si no hubiera tenido esa interacción sana y cariñosa con los jóvenes cuando era sacerdote joven, me pregunto si me habría ido y me habría casado como, según se dice, muchos sacerdotes jóvenes hacen hoy.

Si los feligreses tienen un pastor homosexual que no está dispuesto a visitarlos en sus hogares ni a interactuar con ellos como lo harían los clérigos heterosexuales, ¿qué podría pasar si al pastor homosexual le sucede un sacerdote joven, célibe y heterosexual? ¿Asumirán los feligreses que su nuevo sacerdote es tan antisocial como su anterior pastor? De ser así, ¿podría su falta de hospitalidad hacer que su nuevo pastor se sienta aislado, solo y sin amor?

Los católicos deben aceptar que existen importantes diferencias psicológicas entre el clero heterosexual, que hoy en día es minoría, y los obispos y sacerdotes homosexuales, cuya existencia muchos católicos ni siquiera quieren reconocer. Dado que los sacerdotes heterosexuales a menudo no pueden contar con el apoyo de su obispo o de sus compañeros sacerdotes, la mayoría de los cuales son homosexuales, los laicos, mediante su hospitalidad y generosidad en Navidad y a lo largo del año, deben actuar con decisión antes de que la Iglesia pierda a más sacerdotes que han respondido generosamente al llamado de Cristo: “Ven y sígueme”.

Durante la Navidad, las familias se reúnen y celebran que “el Verbo se hizo carne” en Jesús, quien dijo: “Cuando me ven a mí, ven al Padre”. Así como Jesús es uno con el Padre, también lo son los sacerdotes, a quienes se les llama “Padre”, llamados a ser uno con Jesús actuando in persona Christi. ¿Se quedará su “Padre” que bautizó a sus hijos, presenció sus matrimonios, escuchó sus confesiones, enterró a sus seres queridos, etc., “solo en casa” después de todas las misas celebradas esta Navidad? Cuando los católicos, especialmente aquellos que insisten en que sus sacerdotes sean célibes, abran sus regalos de Navidad, ¿qué regalos estará abriendo su “Padre”?

 

LA RENUNCIA DEL PADRE ARNOLD TRAUNER A LA FSSPX

El padre Trauner es un sacerdote austriaco, ordenado en 1994 en el seminario de la FSSPX en Zaitzkofen, hasta que abandonó la FSSPX con esta carta de renuncia en 2013. 

Por Sean Johnson


El Padre Trauner poco después de renunciar a la FSSPX, mantuvo una asociación informal con Sanborn, hasta unirse al Instituto Mater Boni Consilii en 2017 (sedeprivacionista) y comenzó a prestar servicio en capillas de Austria, Hungría e Inglaterra.

Las notas a pie de página son del propio padre Trauner.

25 de junio de 2013

Reverendos Padres,

Queridos Hermanas y Hermanos en la Religión,

Queridos Padres y Familiares,

Amados Fieles en Cristo:

Nuestro Salvador nos invita a dejarlo todo, a cortar todos los lazos, antes que abandonar su discipulado.

Él es nuestro Redentor, porque ha mediado por nosotros la Gracia Divina y nos ha revelado toda la Verdad.

No por mérito propio, sino iluminados y fortalecidos por Su Gracia, hemos considerado nulos los lazos del respeto humano para permanecer fieles a la Iglesia fundada por Él, la única que ha recibido la promesa divina de perseverancia hasta el fin.

Creciendo bajo la atenta mirada y el cuidado de uno de los pocos sacerdotes en Austria que resistió la avalancha del modernismo y las innovaciones posconciliares, se me concedió la oportunidad de dejar mi patria en 1988 para ingresar al Seminario del Sagrado Corazón en Zaitzkofen, Alemania, para perseverar allí y ser ordenado sacerdote de Jesucristo como miembro de la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X.

Ahora, 19 años después, sigo una vez más el llamado, esta vez para abandonar mi patria espiritual, para alejarme, para renunciar a ella. Esto sucede por la única razón de que debo permanecer fiel a la verdad reconocida y preservar la gracia de mi sacerdocio.

Porque lo que solía ser mi patria espiritual ahora está en ruinas. Durante toda una década se ha dedicado a autodestruirse (1), en parte abiertamente, en parte en secreto. Se ha avergonzado de sus orígenes (2), ha repudiado a su fundador (3), ha revelado sus accesos secretos al enemigo para que este pueda invadir y ocupar la fortaleza (4).

Reconocer los hechos tal como son es deber de toda persona sensata. No puedo pasar por alto lo que es obvio para todos y que no ha escapado a la atención de muchos sacerdotes de probada experiencia. Quien calla parece estar de acuerdo. Para el sacerdote esto no está permitido, ya que se le advirtió en su ordenación que debía predicar y gobernar por el bien de los fieles (5). Quien, en virtud de su vocación divina y su ordenación, se sitúa por encima de los laicos, no puede desear empequeñecerse, agacharse y esperar a que pase la tormenta mientras los golpes del enemigo destruyen las almas de los fieles. Esperar más sería un pecado.

No se puede esperar una mejora de la situación de los actuales líderes de la Compañía. Sus declaraciones más recientes son, por sí solas, demasiado numerosas y claras (6). Nadie puede decirme que el Superior General no ha firmado nada y que, por lo tanto, todo sigue como estaba: Su propuesta de Declaración Doctrinal, fechada el 15 de abril de 2012, es efectivamente el abandono o al menos la limitación esencial de las reservas de Monseñor Lefebvre respecto al concilio Vaticano II, la nueva misa y los sacramentos y el nuevo código de derecho canónico.

Por lo tanto, tampoco tiene sentido esperar nuevos acontecimientos o señales. Da igual si la Roma modernista toma una nueva iniciativa para someter a la Fraternidad a su actual liderazgo, porque la FSSPX ya está tan debilitada en sus principios básicos que la completa conformidad y asimilación son solo cuestión de tiempo y matices. Metafóricamente hablando: da igual que el enemigo, una vez que las entradas secretas estén abiertas, derribe la fortaleza, la queme o la tome para su propio uso. Alea iacta est. (La suerte está echada).

Que el Dios eterno e inmortal, Padre de Nuestro Señor Jesucristo, reciba, bendiga y fortalezca mi decisión, por la intercesión de Aquella a quien todas las generaciones llamarán bienaventurada por su fe indomable.

Padre Arnold Trauner,

25 de junio de 2013,

en el 19.º aniversario de mi ordenación sacerdotal.


Notas:

1. “During the past ten years a new situation has opened up” (Fr. N. Pfluger, conferencia del 1 de mayo de 2012, para Actio Spes Unica)

2. Sintomático de esto es la obstinada aplicación en Alemania del cambio del nombre de la Sociedad en la percepción del público de “Sociedad Sacerdotal de San Pío X” a “Pío-Hermandad”, por lo que los conceptos: “sacerdotal”, “santo” y el patrocinio del gran antimodernista y décimo Papa con el nombre de Pío han sido suprimidos.

3. En marzo de 2012, la Roma modernista posconciliar provocó a la Sociedad con un ultimátum de un mes bajo amenaza de excomunión por motivos de cisma. En lugar de rechazar decisivamente la intención de Roma, el Superior General compuso un texto de compromiso, la Declaración Doctrinal del 15 de abril de 2012, refiriéndose a un texto similar de Monseñor Lefebvre de mayo de 1988. Sin embargo, olvidó mencionar que Monseñor Lefebvre retiró su propio texto y canceló su firma bajo el Protocolo del 5 de mayo de 1988.

4. GREC: Fue un grupo de discusión católico fundado por iniciativa del entonces embajador de Francia en Roma, Pérol, que desde 1996/97 ha estado planeando la ruta de la “necesaria reconciliación” de la tradición católica con la iglesia postconciliar, llevándola a cabo con el acuerdo de los superiores responsables de ambas partes. Cf. el libro del padre Michel Lelong que revela este proyecto que se mantuvo en secreto hasta 2012; véanse también las precondiciones completamente debilitadas e ineficaces establecidas por el Capítulo General de la FSSPX en 2012 para posibles contactos futuros con Roma.

5. “oportet… praedicare, praeesse…” (Pontifical Romano)

6. Por ejemplo, en una entrevista con motivo del 25 aniversario de su consagración episcopal (publicada el 7 de junio de 2013, sspx.org), el Superior General afirmó que no ve ninguna conexión entre la visión del Arzobispo Lefebvre de salvar el sacerdocio y las consagraciones del 30 de junio de 1988. También hizo la curiosa afirmación de que las consagraciones episcopales eran “vitalmente necesarias pero no esenciales” para la Compañía.

El primer Asistente del Superior General dijo en un sermón pronunciado en Viena el 16 de junio de 2013 que nadie puede decir lo que el Arzobispo Lefebvre haría hoy. – Bien puede estar hablando por sí mismo; Pero si la verdad católica no cambia, y si Monseñor Lefebvre era un decidido defensor de esta verdad, entonces es absolutamente seguro que el Arzobispo también rechazaría un mal compromiso con Roma o un acuerdo de silencio en 2012 o 2013. Después de sus experiencias de 1987/88, seguramente ni siquiera consideraría tal posibilidad.
 

23 DE DICIEMBRE: SAN SÉRVULO, CONFESOR


23 de Diciembre: San Sérvulo, confesor

(✞ 590)

El admirable varón san Sérvulo fue un pobre mendigo y toda su vida fue paralítico, mereciendo que todo un Romano Pontífice como san Gregorio el Grande, escribiese la historia de su santa vida con estas palabras: 
“En el portal que va a la iglesia de san Clemente (en Roma), hubo un pobre hombre que se llamaba Sérvulo, que muchos de los que aquí están y yo mismo conocimos. Era pobre de hacienda y rico de merecimientos y consumido por una larga enfermedad; porque desde sus primeros años hasta el fin de su vida estuvo paralítico y echado en una camilla. 

No hay ni qué decir que no se podía levantar; pues no podía estar sentado en ella, ni llegar la mano a la boca, ni volverse de un lado a otro. Tenía madre y un hermano que le asistían y ayudaban, por cuyas manos daba a los pobres lo que a él le daban de limosna. 

No sabía letras, y hacía comprar libros de la sagrada Escritura, y rogaba a los religiosos que se las leyesen continuamente: y así, aunque era hombre sin estudios, vino a saber de la sagrada Escritura lo que le bastaba y a su persona y estado convenía. 

En sus dolores procuraba dar siempre gracias al Señor que con ellos le visitaba y daba ocasión de grandes merecimientos, y de día y de noche le cantaba himnos y alabanzas. 

Vino el tiempo en que Dios nuestro Señor quería remunerar su paciencia; y el mal, que estaba derramado por todo el cuerpo, se recogió en su corazón, y entendiendo él que se acercaba la hora de su muerte, rogó a los peregrinos que estaban en el hospital, que se levantasen y cantasen con él algunos salmos, esperando la gloriosa hora de su dichoso tránsito. 

Al tiempo que él mismo estando a la muerte, cantaba con ellos, los detuvo, y con una gran voz les dijo: Callad: ¿no oís las voces que resuenan en el cielo? 

Y estando el alma atenta a lo que había oído, suelta de aquel cuerpo tan quebrantado y consumido, voló al cielo: y en aquel momento mismo se llenó todo aquel lugar de una suavísima fragancia, que sintieron todos cuantos allí presentes estaban; y por ella entendieron que aquella bendita alma, rica de merecimientos y adornada de perfectísimas virtudes, había sido recibida en el cielo, de donde Sérvulo había oído aquellas voces y dulce consonancia. 

Uno de nuestros monjes, que aun es vivo, estuvo presente, y con lágrimas suele iba afirmar lo que allí vio: y dice que siempre sintió él y los otros que allí estaban, aquel olor suavísimo hasta que le acabaron de enterrar. 

Este es el fin de aquel que en vida tuvo tanta paciencia para sufrir los azotes de Dios; y la buena tierra que había sido rota con el arado de la tribulación, dio fruto y copiosa cosecha, que fue recogida en el granero del Señor”.
Reflexión

Ahora yo os ruego, añade san Gregorio, hermanos carísimos, que penséis cómo nos podremos excusar en el día riguroso del juicio, habiendo recibido hacienda y manos para trabajar y cumplir los mandamientos de Dios, y no haciéndolo, viendo que un hombre sin manos tan de veras se empleó en su servicio. ¿No nos reprenderá entonces el Señor con el ejemplo de sus apóstoles, que con su Predicación convirtieron tantas almas y las llevaron consigo al cielo? ¿No nos pondrá delante a los valerosos mártires, que con su sangre compraron la corona de la gloria; sino a este pobre Sérvulo, que aunque tuvo atados los brazos con la enfermedad, no los tuvo atados para obrar bien y cumplir la ley de Dios.

Oración

Concédenos, Señor, que imitando en la tierra los ejemplos de tu pobre siervo, el bienaventurado Sérvulo, participemos con él de las riquezas eternales en el cielo. Por nuestro Señor Jesucristo. Amén.

lunes, 22 de diciembre de 2025

CARTA APOSTÓLICA “UNA FIDELIDAD QUE GENERA FUTURO”


CARTA APOSTÓLICA

UNA FIDELIDAD QUE GENERA FUTURO

DE LEÓN XIV

CON MOTIVO DEL LX ANIVERSARIO

DE LOS DECRETOS CONCILIARES

OPTATAM TOTIUS Y PRESBYTERORUM ORDINIS

1. Una fidelidad que genera futuro es a lo que los presbíteros están llamados también hoy, en la conciencia de que perseverar en la misión apostólica nos ofrece la posibilidad de interrogarnos sobre el futuro del ministerio y de ayudar a otros a percibir la alegría de la vocación presbiteral. El sexagésimo aniversario del Concilio Vaticano II, que se celebra en este Año jubilar, nos brinda la ocasión de contemplar nuevamente el don de esta fidelidad fecunda, recordando las enseñanzas de los Decretos Optatam totius y Presbyterorum ordinis, promulgados respectivamente el 28 de octubre y el 7 de diciembre de 1965. Son dos textos nacidos de una única inspiración de la Iglesia, que se siente llamada a ser signo e instrumento de unidad para todos los pueblos e interpelada a renovarse, consciente de que “la anhelada renovación de toda la Iglesia depende en gran parte del ministerio de los sacerdotes, animado por el espíritu de Cristo” [1].

2. ¡No celebramos un aniversario de papel! Ambos documentos, en efecto, se fundamentan sólidamente en la comprensión de la Iglesia como el Pueblo de Dios que peregrina en la historia y constituyen un hito fundamental de la reflexión acerca de la naturaleza y la misión del ministerio pastoral, así como de la preparación para el mismo, conservando con el paso del tiempo una gran frescura y actualidad. Invito, por tanto, a continuar la lectura de dichos textos en el seno de las comunidades cristianas y a su estudio, particularmente en los Seminarios y en todos los ámbitos de preparación y formación para el ministerio ordenado.

3. Los Decretos Optatam totius y Presbyterorum ordinis, bien situados en el cauce de la Tradición doctrinal de la Iglesia sobre el sacramento del Orden, pusieron ante la atención del Concilio la reflexión sobre el sacerdocio ministerial y manifestaron la solicitud de la asamblea conciliar por los sacerdotes. El propósito era elaborar los presupuestos necesarios para formar a las futuras generaciones de presbíteros según la renovación promovida por el Concilio, manteniendo firme la identidad ministerial y, al mismo tiempo, evidenciando nuevas perspectivas que integraran la reflexión precedente, en la lógica de un sano desarrollo doctrinal [2]. Es necesario, por tanto, hacer de ellos una memoria viva, respondiendo a la llamada a acoger el mandato que estos Decretos han confiado a toda la Iglesia: revitalizar siempre y cada día el ministerio presbiteral, extrayendo fuerza de su raíz, que es el vínculo entre Cristo y la Iglesia, para ser, junto con todos los fieles y a su servicio, discípulos misioneros según su Corazón.

4. Al mismo tiempo, en los seis decenios transcurridos desde el Concilio, la humanidad ha vivido y sigue viviendo cambios que exigen una verificación constante del camino recorrido y una coherente actualización de las enseñanzas conciliares. Paralelamente, en estos años la Iglesia ha sido conducida por el Espíritu Santo a desarrollar la doctrina del Concilio sobre su naturaleza comunional según la forma sinodal y misionera [3]. Con este propósito dirijo la presente Carta apostólica a todo el Pueblo de Dios, para reconsiderar juntos la identidad y la función del ministerio ordenado a la luz de lo que el Señor pide hoy a la Iglesia, prolongando la gran obra de actualización del Concilio Vaticano II. Propongo hacerlo a través de la perspectiva de la fidelidad, que es a la vez gracia de Dios y camino constante de conversión, para corresponder con alegría a la llamada del Señor Jesús. Deseo comenzar expresando gratitud por el testimonio y la entrega de los sacerdotes que, en todas partes del mundo, ofrecen su vida, celebran el sacrificio de Cristo en la Eucaristía, anuncian la Palabra, absuelven los pecados y se dedican día tras día con generosidad a los hermanos y hermanas, sirviendo a la comunión y a la unidad, y cuidando, en particular, de quienes más sufren y pasan necesidad.

Fidelidad y servicio

5. Toda vocación en la Iglesia nace del encuentro personal con Cristo, “que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” [4]. Antes de todo compromiso, antes de toda buena aspiración personal, antes de todo servicio, está la voz del Maestro que llama: “Ven y sígueme” (cf. Mc 1,17). El Señor de la vida nos conoce e ilumina nuestro corazón con su mirada de amor (cf. Mc 10,21). No se trata sólo de una voz interior, sino de un impulso espiritual que con frecuencia nos llega a través del ejemplo de otros discípulos del Señor y que toma forma en una elección valiente de vida. La fidelidad a la vocación, especialmente en el tiempo de la prueba y de la tentación, se fortalece cuando no olvidamos esa voz, cuando somos capaces de recordar con pasión el sonido de la voz del Señor que nos ama, nos elige y nos llama, confiándonos también al indispensable acompañamiento de quienes son expertos en la vida del Espíritu. El eco de esa Palabra es, con el paso del tiempo, el principio de la unidad interior con Cristo, que resulta fundamental e ineludible en la vida apostólica.

6. La llamada al ministerio ordenado es un don libre y gratuito de Dios. Vocación, en efecto, no significa constricción por parte del Señor, sino propuesta amorosa de un proyecto de salvación y libertad para la propia existencia que recibimos cuando, con la gracia de Dios, reconocemos que en el centro de nuestra vida está Jesús, el Señor. Entonces la vocación al ministerio ordenado crece como donación de sí mismos a Dios y, por ello, a su Pueblo santo. Toda la Iglesia ora y se alegra por este don con el corazón lleno de esperanza y gratitud, como expresaba el Papa Benedicto XVI al concluir el Año sacerdotal: “Queríamos despertar la alegría de que Dios esté tan cerca de nosotros, y la gratitud por el hecho de que Él se confíe a nuestra debilidad; que Él nos guíe y nos ayude día tras día. Queríamos también, así, enseñar de nuevo a los jóvenes que esta vocación, esta comunión de servicio por Dios y con Dios, existe; más aún, que Dios está esperando nuestro 'sí'” [5].

7. Toda vocación es un don del Padre que pide ser custodiado con fidelidad en una dinámica de conversión permanente. La obediencia a la propia llamada se construye cada día mediante la escucha de la Palabra de Dios, la celebración de los sacramentos —en particular en el Sacrificio Eucarístico—, la evangelización, la cercanía a los últimos y la fraternidad presbiteral, bebiendo de la oración como lugar eminente de encuentro con el Señor. Es como si cada día el sacerdote regresara al lago de Galilea —allí donde Jesús preguntó a Pedro “¿me amas?” ( Jn 21,15)— para renovar su “sí” [6]. En este sentido se comprende lo que Optatam totius indica respecto a la formación sacerdotal, deseando que no se detenga en el tiempo del Seminario (cf. n. 22), abriendo el camino a una formación continua, permanente, de modo que constituya un dinamismo de constante renovación humana, espiritual, intelectual y pastoral.

8. Por tanto, todos los presbíteros están llamados a cuidar siempre de la propia formación, para mantener vivo el don de Dios recibido con el sacramento del Orden (cf. 2 Tm 1,6). La fidelidad a la llamada, pues, no es inmovilidad ni cierre, sino un camino de conversión cotidiana que confirma y hace madurar la vocación recibida. En esta perspectiva, es oportuno promover iniciativas como el Congreso para la formación permanente de los sacerdotes, celebrado en el Vaticano del 6 al 10 de febrero de 2024, con más de ochocientos responsables de la formación permanente provenientes de ochenta naciones. Antes de ser esfuerzo intelectual o actualización pastoral, la formación permanente sigue siendo memoria viva y actualización constante de la propia vocación en un camino compartido.

9. Desde el momento mismo de la llamada y desde la primera formación, la belleza y la constancia del camino están custodiadas por la sequela Christi. Todo pastor, en efecto, antes incluso de dedicarse a la guía del rebaño, debe recordar constantemente que él mismo es discípulo del Maestro, junto con los hermanos y hermanas, porque “a lo largo de la vida se es siempre “discípulo”, con el constante anhelo de “configurarse” con Cristo” [7]. Sólo esta relación de seguimiento obediente y de discipulado fiel puede mantener la mente y el corazón en la dirección correcta, a pesar de las dificultades que la vida puede depararnos.

10. En estas últimas décadas, la crisis de confianza en la Iglesia provocada por los abusos cometidos por miembros del clero —que nos llenan de vergüenza y nos llaman a la humildad— nos ha hecho aún más conscientes de la urgencia de una formación integral que asegure el crecimiento y la madurez humana de los candidatos al presbiterado, junto con una rica y sólida vida espiritual.

11. El tema de la formación resulta central también para afrontar el fenómeno de quienes, después de algunos años o incluso decenios, abandonan el ministerio. Esta dolorosa realidad, en efecto, no debe interpretarse sólo en clave jurídica, sino que exige mirar con atención y compasión la historia de estos hermanos y las múltiples razones que pudieron conducirlos a tal decisión. Y la respuesta que se ha de dar es, ante todo, un renovado compromiso formativo, cuyo objetivo es “un camino de familiaridad con el Señor que involucra a toda la persona: el corazón, la inteligencia, la libertad, y la moldea a imagen del Buen Pastor” [8].

12. En consecuencia, “el seminario, sea cual sea su modalidad, debe ser una escuela de los afectos, […] necesitamos aprender a amar y a hacerlo como Jesús”. Por ello invito a los seminaristas a un trabajo interior sobre las motivaciones que abarque todos los aspectos de la vida: “no hay nada en ustedes que deba ser descartado, sino que todo debe ser asumido y transfigurado en la lógica del grano de trigo, con el fin de convertirse en personas y sacerdotes felices, “puentes” y no obstáculos para el encuentro con Cristo para todos aquellos que se acercan a ustedes” [9]. Sólo presbíteros y consagrados humanamente maduros y espiritualmente sólidos —es decir, personas en las que la dimensión humana y la espiritual están bien integradas y que, por ello, son capaces de relaciones auténticas con todos— pueden asumir el compromiso del celibato y anunciar de modo creíble el Evangelio del Resucitado.

13. Se trata, por tanto, de custodiar y hacer crecer la vocación en un camino constante de conversión y de renovada fidelidad, que nunca es un recorrido meramente individual, sino que nos compromete a cuidarnos unos a otros. Esta dinámica es siempre, una vez más, obra de la gracia que abraza nuestra frágil humanidad, sanándola del narcisismo y del egocentrismo. Con fe, esperanza y caridad, estamos llamados a emprender cada día el seguimiento poniendo toda nuestra confianza en el Señor. Comunión, sinodalidad y misión no pueden realizarse, en efecto, si en el corazón de los sacerdotes la tentación de la autorreferencialidad no cede el paso a la lógica de la escucha y del servicio. Como subrayó Benedicto XVI, “el sacerdote es siervo de Cristo, en el sentido de que su existencia, configurada ontológicamente con Cristo, asume un carácter esencialmente relacional: está al servicio de los hombres en Cristo, por Cristo y con Cristo. Precisamente porque pertenece a Cristo, el sacerdote está radicalmente al servicio de los hombres: es ministro de su salvación, de su felicidad, de su auténtica liberación, madurando, en esta aceptación progresiva de la voluntad de Cristo, en la oración, en el “estar unido de corazón” a Él” [10].

Fidelidad y fraternidad

14. El Concilio Vaticano II situó el servicio específico de los presbíteros dentro de la igual dignidad y fraternidad de todos los bautizados, como bien lo atestigua el Decreto Presbyterorum ordinis: “Los sacerdotes del Nuevo Testamento, aunque por razón del sacramento del Orden ejercen el ministerio de padre y de maestro, importantísimo y necesario en el pueblo y para el pueblo de Dios, sin embargo, son, juntamente con todos los fieles cristianos, discípulos del Señor, hechos partícipes de su Reino por la gracia de Dios que llama. Con todos los regenerados en la fuente del bautismo los presbíteros son hermanos entre los hermanos, puesto que son miembros de un mismo Cuerpo de Cristo, cuya edificación se exige a todos” [11]. Dentro de esta fraternidad fundamental, que tiene su raíz en el Bautismo y une a todo el pueblo de Dios, el Concilio destaca el vínculo fraternal particular entre los ministros ordenados, fundado en el mismo sacramento del Orden: “Los presbíteros, constituidos por la Ordenación en el Orden del Presbiterado, están unidos todos entre sí por la íntima fraternidad sacramental, y forman un presbiterio especial en la diócesis a cuyo servicio se consagran bajo el obispo propio […]. Cada uno está unido con los demás miembros de este presbiterio por vínculos especiales de caridad apostólica, de ministerio y de fraternidad” [12]. La fraternidad presbiteral, por lo tanto, antes que ser una tarea que hay que realizar, es un don inherente a la gracia de la Ordenación. Hay que reconocer que este don nos precede: no se construye sólo con la buena voluntad y en virtud de un esfuerzo colectivo, sino que es un don de la Gracia, que nos hace partícipes del ministerio del obispo y se realiza en la comunión con él y con los hermanos.

15. Sin embargo, precisamente por eso, los presbíteros están llamados a corresponder a la gracia de la fraternidad, manifestando y ratificando con su vida lo que se estipula entre ellos no sólo por la gracia bautismal, sino también por el sacramento del Orden. Ser fieles a la comunión significa, en primer lugar, superar la tentación del individualismo, que mal se compagina con la acción misionera y evangelizadora que siempre concierne a la Iglesia en su conjunto. No en vano, el Concilio Vaticano II se refirió a los presbíteros casi siempre en plural: ¡ningún pastor existe por sí solo! El mismo Señor “instituyó a doce para que estuvieran con él” (Mc 3,14); esto significa que no puede existir un ministerio desvinculado de la comunión con Jesucristo y con su cuerpo, que es la Iglesia. Hacer cada vez más visible esta dimensión relacional y de comunión del ministerio ordenado, conscientes de que la unidad de la Iglesia deriva “de la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” [13], es uno de los principales retos para el futuro, sobre todo en un mundo marcado por guerras, divisiones y discordias.

16. La fraternidad presbiteral debe considerarse, por lo tanto, como un elemento constitutivo de la identidad de los ministros [14], no sólo como un ideal o un eslogan, sino como un aspecto en el que comprometerse con renovado vigor. En este sentido, se ha hecho mucho aplicando las indicaciones de Presbyterorum ordinis (cf. n. 8), pero queda mucho por hacer, comenzando, por ejemplo, por la equiparación económica entre los que sirven en parroquias pobres y los que ejercen su ministerio en comunidades acomodadas. Además, hay que tener en cuenta que, en varios países y diócesis, aún no se garantiza la necesaria previsión para la enfermedad y la vejez. El cuidado recíproco, en particular la atención a los hermanos más solos y aislados, así como a los enfermos y ancianos, no puede considerarse menos importante que el cuidado del pueblo que se nos ha confiado. Esta es una de las instancias fundamentales que he recomendado a los sacerdotes con motivo de su reciente Jubileo. “¿Cómo podríamos nosotros, ministros, ser constructores de comunidades vivas, si no reinara ante todo entre nosotros una fraternidad efectiva y sincera?” [15].

17. En muchos contextos, especialmente en los occidentales, se abren nuevos retos para la vida de los presbíteros, relacionados con la movilidad actual y la fragmentación del tejido social. Esto hace que los sacerdotes ya no estén insertados en un contexto cohesionado y creyente que apoyaba su ministerio en tiempos pasados. En consecuencia, están más expuestos a las derivas de la soledad, que apaga el impulso apostólico y puede provocar un triste repliegue sobre sí mismos. También por esto, siguiendo las indicaciones de mis predecesores [16], espero que en todas las Iglesias locales surja un compromiso renovado para invertir y promover formas posibles de vida en común, de modo que “los presbíteros encuentren mutua ayuda en el cultivo de la vida espiritual e intelectual, puedan cooperar mejor en el ministerio y se libren de los peligros que pueden sobrevenir por la soledad” [17].

18. Por otra parte, hay que recordar que la comunión presbiteral nunca puede determinarse como un aplanamiento de los individuos, de los carismas o de los talentos que el Señor ha derramado en la vida de cada uno. Es importante que, en los presbiterios diocesanos, gracias al discernimiento del obispo, se logre encontrar un punto de equilibrio entre la valorización de estos dones y la custodia de la comunión. La escuela de la sinodalidad, en esta perspectiva, puede ayudar a todos a madurar interiormente la acogida de los diferentes carismas en una síntesis que consolide la comunión del presbiterio, fiel al Evangelio y a las enseñanzas de la Iglesia. En un tiempo de gran fragilidad, todos los ministros ordenados están llamados a vivir la comunión volviendo a lo esencial y acercándose a las personas, para custodiar la esperanza que se hace realidad en el servicio humilde y concreto. En este horizonte, sobre todo el ministerio del diácono permanente, configurado con Cristo Siervo, es signo vivo de un amor que no se queda en la superficie, sino que se inclina, escucha y se entrega. La belleza de una Iglesia formada por presbíteros y diáconos que colaboran, unidos por la misma pasión por el Evangelio y atentos a los más pobres, se convierte en un testimonio luminoso de comunión. Según la palabra de Jesús (cf. Jn 13,34-35), es de esta unidad, arraigada en el amor recíproco, de donde el anuncio cristiano recibe credibilidad y fuerza. Por eso, el ministerio diaconal, especialmente cuando se vive en comunión con la propia familia, es un don que hay que conocer, valorar y apoyar. El servicio, discreto pero esencial, de hombres dedicados a la caridad nos recuerda que la misión no se cumple con grandes gestos, sino unidos por la pasión por el Reino y con la fidelidad cotidiana al Evangelio.

19. Una imagen feliz y elocuente de la fidelidad a la comunión es sin duda la que presenta san Ignacio de Antioquía en la Carta a los Efesios: “También conviene caminar de acuerdo con el pensamiento de vuestro obispo, lo cual vosotros ya hacéis. Vuestro presbiterio, justamente reputado, digno de Dios, está conforme con su obispo como las cuerdas a la cítara. Así en vuestro sinfónico y armonioso amor es Jesucristo quien canta […]. Es, pues, provechoso para vosotros el ser una inseparable unidad, a fin de participar siempre de Dios” [18].

Fidelidad y sinodalidad

20. Llego a un punto que me interesa especialmente. Al hablar de la identidad de los sacerdotes, el Decreto Presbyterorum ordinis destaca ante todo el vínculo con el sacerdocio y la misión de Jesucristo (cf. n. 2) y señala luego tres coordenadas fundamentales: la relación con el obispo, que encuentra en los presbíteros “colaboradores y consejeros necesarios”, con los que mantiene una relación fraterna y amistosa (cf. n. 7); la comunión sacramental y la fraternidad con los demás presbíteros, de modo que juntos contribuyan “a una misma obra” y ejerzan “un único ministerio”, trabajando todos “por la misma causa”, aunque se ocupen de tareas diferentes (n. 8); la relación con los fieles laicos, entre los cuales los presbíteros, con su tarea específica, son hermanos entre hermanos, compartiendo la misma dignidad bautismal, uniendo “sus esfuerzos a los de los fieles laicos” y aprovechando “su experiencia y competencia en los diversos campos de la actividad humana, para poder reconocer juntos los signos de los tiempos”. En lugar de destacar o concentrar todas las tareas en sí mismos, “descubran con el sentido de la fe los multiformes carismas de los seglares, tanto los humildes como los más elevados” (n. 9).

21. En este campo aún queda mucho por hacer. El impulso del proceso sinodal es una fuerte invitación del Espíritu Santo a dar pasos decididos en esta dirección. Por eso reitero mi deseo de “invitar a los sacerdotes […] a abrir de alguna manera su corazón y a participar en estos procesos” [19] que estamos viviendo. En este sentido, la segunda sesión de la XVI Asamblea sinodal, en su Documento final [20], propuso una conversión de las relaciones y los procesos. Parece fundamental que, en todas las Iglesias particulares, se emprendan iniciativas adecuadas para que los presbíteros puedan familiarizarse con las directrices de este Documento y experimentar la fecundidad de un estilo sinodal de Iglesia.

22. Todo ello requiere un compromiso formativo a todos los niveles, en particular en el ámbito de la formación inicial y permanente de los sacerdotes. En una Iglesia cada vez más sinodal y misionera, el ministerio sacerdotal no pierde nada de su importancia y actualidad, sino que, por el contrario, podrá centrarse más en sus tareas propias y específicas. El desafío de la sinodalidad —que no elimina las diferencias, sino que las valoriza— sigue siendo una de las principales oportunidades para los sacerdotes del futuro. Como recuerda el citado Documento final, “los presbíteros están llamados a vivir su servicio con una actitud de cercanía a las personas, de acogida y de escucha de todos, abriéndose a un estilo sinodal” (n. 72). Para implementar cada vez mejor una eclesiología de comunión, es necesario que el ministerio del presbítero supere el modelo de un liderazgo exclusivo, que determina la centralización de la vida pastoral y la carga de todas las responsabilidades confiadas sólo a él, tendiendo hacia una conducción cada vez más colegiada, en la cooperación entre los presbíteros, los diáconos y todo el Pueblo de Dios, en ese enriquecimiento mutuo que es fruto de la variedad de carismas suscitados por el Espíritu Santo. Como nos recuerda Evangelii gaudium, el sacerdocio ministerial y la configuración con Cristo Esposo no deben llevarnos a identificar la potestad sacramental con el poder, ya que “la configuración del sacerdote con Cristo Cabeza —es decir, como fuente capital de la gracia— no implica una exaltación que lo coloque por encima del resto” [21].

Fidelidad y misión

23. La identidad de los presbíteros se constituye en torno a su ser para y es inseparable de su misión. De hecho, quien “pretende encontrar la identidad sacerdotal buceando introspectivamente en su interior quizá no encuentre otra cosa que señales que dicen “salida”: sal de ti mismo, sal en busca de Dios en la adoración, sal y dale a tu pueblo lo que te fue encomendado, que tu pueblo se encargará de hacerte sentir y gustar quién eres, cómo te llamas, cuál es tu identidad y te alegrará con el ciento por uno que el Señor prometió a sus servidores. Si no sales de ti mismo, el óleo se vuelve rancio y la unción no puede ser fecunda” [22]. Como enseñaba san Juan Pablo II, “los presbíteros son, en la Iglesia y para la Iglesia, una representación sacramental de Jesucristo, Cabeza y Pastor, proclaman con autoridad su palabra; renuevan sus gestos de perdón y de ofrecimiento de la salvación, principalmente con el Bautismo, la Penitencia y la Eucaristía; ejercen, hasta el don total de sí mismos, el cuidado amoroso del rebaño, al que congregan en la unidad y conducen al Padre por medio de Cristo en el Espíritu” [23]. Así, la vocación sacerdotal se desarrolla entre las alegrías y las fatigas de un servicio humilde a los hermanos, que el mundo a menudo desconoce, pero del que tiene una profunda sed: encontrar testigos creyentes y creíbles del Amor de Dios, fiel y misericordioso, constituye una vía primordial de evangelización.

24. En nuestro mundo contemporáneo, caracterizado por ritmos acelerados y por la ansiedad de estar hiperconectados, lo que a menudo nos vuelve frenéticos y nos induce al activismo, hay al menos dos tentaciones que se insinúan contra la fidelidad a esta misión. La primera consiste en una mentalidad eficientista según la cual el valor de cada uno se mide por el rendimiento, es decir, por la cantidad de actividades y proyectos realizados. Según esta forma de pensar, lo que haces está por encima de lo que eres, invirtiendo la verdadera jerarquía de la identidad espiritual. La segunda tentación, por el contrario, se califica como una especie de quietismo: asustados por el contexto, nos encerramos en nosotros mismos, rechazando el desafío de la evangelización y adoptando un enfoque perezoso y derrotista. Por el contrario, un ministerio gozoso y apasionado —a pesar de todas las debilidades humanas— puede y debe asumir con ardor la tarea de evangelizar todas las dimensiones de nuestra sociedad, en particular la cultura, la economía y la política, para que todo sea recapitulado en Cristo (cf. Ef 1,10). Para vencer estas dos tentaciones y vivir un ministerio gozoso y fecundo, cada sacerdote debe permanecer fiel a la misión que ha recibido, es decir, al don de la gracia transmitido por el obispo durante la Ordenación sacerdotal. La fidelidad a la misión significa asumir el paradigma que nos entregó san Juan Pablo II cuando recordó a todos que la caridad pastoral es el principio que unifica la vida del sacerdote [24]. Es precisamente manteniendo vivo el fuego de la caridad pastoral, es decir, el amor del Buen Pastor, como cada sacerdote puede encontrar el equilibrio en la vida cotidiana y saber discernir lo que es beneficioso y lo que es proprium del ministerio, según las indicaciones de la Iglesia.

25. La armonía entre la contemplación y la acción no debe buscarse mediante la adopción apresurada de esquemas operativos o mediante un simple equilibrio de actividades, sino asumiendo como central en el ministerio la dimensión pascual. Darse sin reservas, en cualquier caso, no puede ni debe implicar la renuncia a la oración, al estudio, a la fraternidad sacerdotal, sino que, por el contrario, se convierte en el horizonte en el que todo se comprende en la medida en que se orienta al Señor Jesús, muerto y resucitado para la salvación del mundo. De este modo se cumplen también las promesas hechas en la Ordenación que, junto con el desapego de los bienes materiales, realizan en el corazón del presbítero una búsqueda perseverante y una adhesión a la voluntad de Dios, haciendo así que Cristo se manifieste en cada una de sus acciones. Esto ocurre, por ejemplo, cuando se huye de todo personalismo y de toda celebración de uno mismo, a pesar de la exposición pública a la que a veces obliga el cargo. Educado por el misterio que celebra en la santa liturgia, todo sacerdote debe “desaparecer para que permanezca Cristo, hacerse pequeño para que Él sea conocido y glorificado, gastándose hasta el final para que a nadie falte la oportunidad de conocerlo y amarlo” [25]. Por eso, la exposición mediática, el uso de las redes sociales y de todos los instrumentos disponibles hoy en día debe evaluarse siempre con sabiduría, tomando como paradigma del discernimiento el del servicio a la evangelización. “Todo me está permitido, pero no todo es conveniente” ( 1 Co 6,12).

26. En cualquier situación, los presbíteros están llamados a dar una respuesta eficaz, mediante el testimonio de una vida sobria y casta, al gran anhelo de relaciones auténticas y sinceras que se encuentra en la sociedad contemporánea, dando testimonio de una Iglesia que sea “ser fermento eficaz de los vínculos, las relaciones y la fraternidad de la familia humana”, “capaz de alimentar las relaciones: con el Señor, entre hombres y mujeres, en las familias, en las comunidades, entre todos los cristianos, entre los grupos sociales, entre las religiones” [26]. Para ello es necesario que sacerdotes y laicos, todos juntos, realicen una verdadera conversión misionera que oriente a las comunidades cristianas, bajo la guía de sus pastores, “al servicio de la misión que los fieles llevan a cabo en la sociedad, en la vida familiar y laboral”. Como observó el Sínodo, “de este modo, quedará más claro que la parroquia no está centrada en sí misma, sino orientada a la misión y llamada a apoyar el compromiso de tantas personas que, de diferentes maneras, viven y dan testimonio de su fe en su profesión y en las actividades sociales, culturales y políticas” [27].

Fidelidad y futuro

27. Espero que la celebración del aniversario de los dos Decretos conciliares y el camino que estamos llamados a compartir para concretarlos y actualizarlos se traduzcan en un renovado Pentecostés vocacional en la Iglesia, suscitando santas, numerosas y perseverantes vocaciones al sacerdocio ministerial, para que nunca falten obreros para la mies del Señor. Y que se despierte en todos nosotros la voluntad de comprometernos profundamente en la promoción vocacional y en la oración constante al Dueño de la mies (cf. Mt 9,37-38).

28. Sin embargo, junto con la oración, la escasez de vocaciones al sacerdocio

—especialmente en algunas regiones del mundo— exige que todos revisemos la capacidad generativa de las prácticas pastorales de la Iglesia. Es cierto que a menudo los motivos de esta crisis pueden ser diversos y múltiples y, en particular, depender del contexto sociocultural, pero, al mismo tiempo, debemos tener el valor de hacer a los jóvenes propuestas fuertes y liberadoras y de que en las Iglesias particulares crezcan “los ambientes y las formas de pastoral juvenil impregnadas del Evangelio, donde puedan manifestarse y madurar las vocaciones a la entrega total de sí” [28]. Con la certeza de que el Señor nunca deja de llamar (cf. Jn 11,28), es necesario tener siempre presente la perspectiva vocacional en todos los ámbitos pastorales, en particular en los juveniles y familiares. Recordémoslo: ¡no hay futuro sin el cuidado de todas las vocaciones!

29. Para concluir, doy gracias al Señor, que siempre está cerca de su pueblo y camina con nosotros, llenando nuestros corazones de esperanza y paz, para llevarlas a todos. “Hermanos y hermanas, quisiera que este fuera nuestro primer gran deseo: una Iglesia unida, signo de unidad y comunión, que se convierta en fermento para un mundo reconciliado” [29]. Y doy las gracias a todos ustedes, pastores y fieles laicos, que abren su mente y corazón al mensaje profético de los Decretos conciliares Presbyterorum ordinis y Optatam totius y se disponen, juntos, a nutrirse y estimularse mutuamente para el camino de la Iglesia. Encomiendo a todos los seminaristas, diáconos y presbíteros a la intercesión de la Virgen Inmaculada, Madre del Buen Consejo, y a san Juan María Vianney, patrono de los párrocos y modelo de todos los sacerdotes. Como solía decir el santo Cura de Ars: “El sacerdocio es el amor del corazón de Jesús” [30]. Un amor tan fuerte que disipa las nubes de la rutina, el desánimo y la soledad, un amor total que se nos da en plenitud en la Eucaristía. Amor eucarístico, amor sacerdotal.

Dado en Roma, junto a san Pedro, el 8 de diciembre, solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Bienaventurada Virgen María, del Año jubilar 2025, primero de mi Pontificado.

LEÓN PP. XIV

Nota:

[1] Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Optatam totius, sobre la formación sacerdotal, Proemio.

[2] Cf. S. J.H. Newman, An Essay on the Development of Christian Doctrine, Notre Dame 2024. En este sentido, recuerdo el llamamiento de Optatam totius (n. 16) a la renovación y promoción de los estudios eclesiásticos, aún en curso.

[3] Cf. Sínodo de los Obispos, Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión. Documento preparatorio (2021), 1; Francisco, Discurso con motivo de la conmemoración del 50º aniversario de la institución del Sínodo de los Obispos (17 octubre 2015).

[4] Benedicto XVI, Carta enc. Deus caritas est (25 diciembre 2005), 1.

[5] Id., Homilía durante la Misa de clausura del Año sacerdotal (11 junio 2010).

[6] “Preguntando a Pedro si lo amaba, no lo preguntaba porque necesitase saber el amor del discípulo, sino porque quería manifestar el exceso de su amor” (S. Juan Crisóstomo, De sacerdotio II, 1: SCh 272, París 1980, 104, 48-51).

[7] Congregación para el clero, El Don de la vocación presbiteral. Ratio Fundamentalis Institutionis Sacerdotalis (8 diciembre 2016), 57.

[8] Discurso a los participantes en el Encuentro Internacional “Sacerdotes felices – ‘Yo los llamo amigos’ (Jn 15,15)” promovido por el Dicasterio para el Clero con motivo del Jubileo de los sacerdotes y seminaristas (26 junio 2025).

[9] Meditación con motivo del Jubileo de los seminaristas (24 junio 2025).

[10] Benedicto XVI, Catequesis (24 junio 2009).

[11] Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Presbyterorum ordinis, sobre el ministerio y la vida de los presbíteros (7 diciembre 1965), 9.

[12] Ibid., 8.

[13] S. Cipriano, De dominica oratione, 23: CCSL 3 A, Turnhout 1976, 105.

[14] Cf. Congregación para el Clero, El Don de la vocación presbiteral. Ratio Fundamentalis Institutionis Sacerdotalis (8 diciembre 2016), 87-88.

[15] Discurso a los participantes en el Encuentro Internacional “Sacerdotes felices – ‘Yo los llamo amigos’ (Jn 15,15)” promovido por el Dicasterio para el Clero con motivo del Jubileo de los sacerdotes y seminaristas (26 junio 2025).

[16] Cf. S. Juan Pablo II, Exhort. ap. postsin. Pastores dabo vobis (25 marzo 1992), 61; Benedicto XVI, Carta ap. en forma de Motu proprio Ministrorum institutio (16 enero 2013).

[17] Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Presbyterorum ordinis, sobre el ministerio y la vida de los presbíteros (7 diciembre 1965), 8.

[18] S. Ignacio de Antioquía, Ad Ephesios, 4, 1-2: SCh 10, París 1969 4, 72.

[19] A los participantes en el Jubileo de los equipos sinodales y de los organismos de participación (24 octubre 2025).

[20] Cf. Sínodo de los Obispos, Documento final de la Segunda Sesión de la XVI Asamblea General Ordinaria “Por una Iglesia sinodal: comunión participación y misión” (26 octubre 2024).

[21] Francisco, Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 104.

[22] Id., Homilía durante la Santa Misa crismal (17 abril 2014).

[23] S. Juan Pablo II, Exhort. ap. postsin. Pastores dabo vobis (25 marzo 1992), 15.

[24] Cf. ibid., 23.

[25] Homilía durante la Santa Misa pro Ecclesia (9 mayo 2025).

[26] Sínodo de los Obispos, Documento final de la Segunda Sesión de la XVI Asamblea General Ordinaria “Por una Iglesia sinodal: comunión participación y misión” (26 octubre 2024), 20; 50.

[27] Ibid., 59; 117.

[28] Discurso a los participantes en el Encuentro Internacional “Sacerdotes felices – ‘Yo los llamo amigos’ (Jn 15,15)” promovido por el Dicasterio para el Clero con motivo del Jubileo de los sacerdotes y seminaristas (26 junio 2025).

[29] Homilía con motivo del inicio del Ministerio petrino del Obispo de Roma (18 mayo 2025).

[30] “Le Sacerdoce, c’est l’amour du cœur de Jésus”, en Bernard Nodet, Le curé d’Ars. Sa pensée, son cœur, París 1995, 98.
 

EL ODIUM PLEBIS Y EL CARDENAL FERNÁNDEZ

¿De qué sirve un Dicasterio para la Doctrina de la Fe del que los fieles católicos desconfían?

Por Bruno M.


Los distintos cánones jurídicos que ha aprobado la Iglesia a lo largo de la historia muestran a menudo una gran sabiduría, que maravilla al lector interesado. Es una sabiduría cimentada tanto en la fe como en la experiencia de siglos y milenios, en criterios a la vez teológicos, jurídicos y de un apabullante sentido común. Un ejemplo podría ser el concepto de odium plebis en lo relativo a los motivos de remoción de un párroco.

Antiguamente, era mucho más difícil que ahora retirar a un párroco de su parroquia. Un buen número de los párrocos, de hecho, tenían la parroquia “en propiedad”, lo que no significaba que fuera literalmente de su propiedad, sino que habían accedido por oposición al cargo de párroco de esa parroquia en particular. En esos casos, el obispo no podía cambiarles sin más de parroquia, como en la práctica sucede ahora, sino que tenía que poner en marcha un arduo proceso canónico de remoción. Como todo tiene sus pros y sus contras, con ello los obispos de entonces tenían menos libertad de acción, pero a cambio los sacerdotes ganaban en seguridad jurídica.

Sea como fuere, uno de los motivos de remoción existentes según el antiguo Código de 1917 era el de odium plebis, es decir, odio del pueblo: el hecho de que el rebaño que debía pastorear el párroco aborreciese al sacerdote en cuestión. Era un criterio practico, porque, si ese aborrecimiento fuera “tal que impidiese el ministerio parroquial útil y no se previese que fuera a cesar en breve” (c. 2147), la labor del párroco se haría imposible y no tendría sentido que continuase al frente de la parroquia.

No se trataba de un castigo al párroco, sino de una cuestión de sentido común. De hecho, se admitía como motivo el odio del pueblo “quamvis iniustum et non universale”, aunque fuera injusto y no afectase a todo el rebaño. Si, por la razón que fuese, una gran parte de los fieles no podían tragar al párroco, probablemente lo mejor fuera buscar a otro que desempeñara el cargo. A fin de cuentas, la ley suprema en la Iglesia es la salvación de las almas, como sigue señalando el nuevo Código de Derecho Canónico, precisamente en relación con la remoción de los párrocos (c. 1752).

En el Código actual ya no se usa el término odium plebis, que ha sido sustituido por la expresión algo más suave de aversio in parochum, “aversión contra el párroco”, junto con la “pérdida de la buena fama a los ojos de los feligreses honrados y prudentes” (can. 1741), pero la sustancia es la misma, incluida la posibilidad de que el motivo de remoción se dé “sin culpa grave del interesado” (can. 1740).

Llevo un tiempo pensando en todo esto en relación con el actual prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe. Por supuesto, los cánones citados no son directamente aplicables, ya que no se trata de un párroco y, además, los cargos de la curia Romana son de libre disposición del papa, que puede nombrar y retirar a sus colaboradores a voluntad. Sin embargo, tiendo a pensar que, por analogía al menos, el criterio de odium plebis puede darnos algo de luz en este caso.

Escribo en un medio de comunicación católico y tengo que encargarme periódicamente de la moderación de los comentarios de los lectores, una labor bastante pesada, pero que proporciona una visión privilegiada de cómo está y cómo va cambiando la opinión pública en la Iglesia o, al menos, entre los católicos hispanohablantes. Pues bien, esos comentarios, unidos a lecturas y conversaciones con multitud de clérigos y laicos de diversos países, me indican que existe algo bastante parecido al odium plebis en relación con la figura del actual prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe.

Hace bastante que sabemos que, si en una noticia aparece el cardenal Víctor Manuel Fernández, aunque sea porque ha dicho o hecho algo bueno y sensato, los comentarios serán en su gran mayoría fuertemente negativos y, en una buena proporción, insultantes y necesitados de moderación. Algo parecido sucede en las conversaciones privadas con seglares, sacerdotes e incluso obispos. Multitud de artículos en otros medios de comunicación lo corroboran. El hecho es que una buena proporción de los fieles y los clérigos simplemente no acepta nada que venga del cardenal.

Me estoy refiriendo, por supuesto, al auténtico pueblo de Dios, no a aquellos que se dicen católicos, pero se han apartado de la fe de la Iglesia y opinan lo mismo que el mundo. Estos últimos parecen encontrarse a gusto con el cardenal Fernández, creyendo al parecer que introducirá cosas como el divorcio, las relaciones del mismo sexo e inmoralidades similares en la Iglesia, pero su opinión es irrelevante, porque no son católicos más que de nombre. Entre los que tienen fe, en cambio, se observa que cuanto más serios, piadosos y formados son los fieles, más marcado resulta ese odium plebis.

Al margen de cualquier otra consideración, se trata de una situación lamentable, que perjudica significativamente al pueblo de Dios. Precisamente aquellos que son obedientes y a los que les importa lo que diga el Dicasterio para la Doctrina de la Fe desconfían de lo que pueda decir el Dicasterio y ya no se fían de que vaya a ser acorde con la fe de la Iglesia. Esto es la definición de una situación que impide “el ministerio útil” de un Prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe.

Las razones para haber llegado a esta situación son muy numerosas. El cardenal, a fin de cuentas, fue protagonista de las páginas menos brillantes del pontificado anterior. Por ejemplo, es sabido que fue uno de los asesores que estaban detrás del texto de Amoris Laetitia que no solo negaba el dogma de fe de que Dios siempre da la gracia necesaria para no pecar, afirmaba asombrosamente que Dios a veces quiere que pequemos y negaba la doctrina moral básica de que el fin no justifica los medios y la existencia de actos intrínsecamente malos, sino que de hecho introducía el divorcio en la Iglesia

Asimismo, tiene en su haber un documento, Fiducia supplicans, que permitía lo que el mismo Dicasterio había prohibido dos años antes, tuvo que ser aclarado solo dos semanas después y fue rechazado públicamente por una gran cantidad de obispos por introducir la ambigüedad en un tema, las relaciones del mismo sexo, en que la Iglesia debe ser clarísima. No podemos olvidar que es responsable de que el papa firmara un texto en el que se corregía a la misma Palabra de Dios, afirmando que “algunas consideraciones del Nuevo Testamento sobre las mujeres” y “otros textos de las Escrituras […] hoy no pueden ser repetidos materialmente”. Su último documento sobre los títulos marianos de Corredentora y Medianera de todas las gracias ha recibido, merecidamente, fuertes críticas por su confusión y escaso nivel teológico y argumentativo, además de por silenciar las enseñanzas de Papas y Doctores en contra de su tesis personal. Como prefecto y como obispo ha manifestado en varias ocasiones opiniones claramente erróneas y ofensivas a oídos piadosos. Ya antes de ser obispo tenía fama de heterodoxia, que fue investigada por la antigua Congregación para la Doctrina de la Fe y obstaculizó su nombramiento como rector de la Universidad Católica Argentina, una dificultad que solo se salvó por el empeño personal del cardenal Bergoglio. Es, además, autor de textos (¡y libros enteros!) decididamente impropios para un alto prelado de la Iglesia, con una fuerte carga erótica. Todo esto es lo contrario de lo que conviene para un prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe.

Es decir, no faltan razones que expliquen esta situación. De todas formas, como hemos visto en el caso de los párrocos, no es necesario meterse en consideraciones de culpabilidad o inocencia del interesado, de que merezca o no merezca lo que sucede. Solo el hecho de la aversión entre el pueblo fiel basta para que convenga que el papa considere la posibilidad de solucionar este problema, quizá retirando al cardenal de su cargo.
 
A fin de cuentas, ¿de qué sirve un Dicasterio para la Doctrina de la Fe del que los fieles católicos desconfían? En la Iglesia, si por la razón que sea se pierde la auctoritas, toda la potestas del mundo no hará posible desempeñar un cargo para “la salvación de las almas”, que es la ley suprema. Por desgracia, parece que don Víctor Manuel se ha granjeado el odium plebis, ha perdido “la buena fama a los ojos de los feligreses honrados y prudentes” y ya no tiene la auctoritas necesaria, algo que, lamentablemente y al margen de su responsabilidad personal, le incapacita para ejercer su misión.
  

MARTA ROBIN, EL NOMBRE DE LA MAYOR ESTAFA “MÍSTICA” DEL SIGLO XX

Al día de hoy, la saga “Marta Robin” disputa a Medjugorje el título de mayor estafa “mística” del siglo XX.

Una crónica de Philippe de Labriolle


Marta Robin, ¿en qué punto nos encontramos? La revista francesa La Nef, en su número de diciembre de 2025 (en español aquí), se basa en un nuevo ensayo biográfico recientemente publicado, firmado por François de Muizon. Este teólogo ya había hecho balance en 2011 con el título “Marthe Robin, le mystère décrypté” (Marta Robin, el misterio descifrado). En su nueva obra, se trata de salvar a Marta y la credibilidad que cada vez se le reconoce menos, mediante una división radical entre la historia sagrada de una campesina singular y la historia turbia de los influyentes clérigos que se reivindican de ella. En 2011, Muizon no aborda en absoluto la cuestión de las torpezas del padre Marie-Dominique Philippe (1912/2006), fallecido bajo la veneración general. 

Marie-Dominique Philippe

El fundador de la Comunidad San Juan, con el respaldo de Marta, que actuaba como episcopado para este discernimiento, solo se convirtió en sospechoso cuando, progresivamente, alrededor de 2011, se empezaron a soltar las lenguas, no sin la rebelión de una parte de sus hermanos sacerdotes y discípulos, escandalizados por el destino infligido al viejo Maestro. La investigación iniciada por la Comunidad San Juan a partir de 2019, cuyos trabajos se hicieron públicos en 2023 bajo el título “Comprendre et Guérir” (Comprender y sanar), forma parte de la gran limpieza cuyo principio legitimó la labor de la CIASE. A priori, la virtud de esta transparencia no es injusta. Pero lo que se revela así es la vasta negligencia episcopal posterior al concilio Vaticano II.

Marta Robin, fallecida en 1981, logró escapar de cualquier observación médica en un entorno propicio. El profesor Dechaume lo recomendó en 1942; el psiquiatra Assailly se lo pidió a Marta en 1951, recibiendo una negativa rotunda, desconocida por La Nef; finalmente, monseñor Marchand, obispo de Gap, haciendo gala de su autoridad, fijó la fecha de dicha observación, en una clínica, durante la Semana Santa de 1981. Marta falleció en febrero, no “en olor de santidad”, como se afirma dos veces en La Nef, sino con un hedor infecto a melena. Este es el nombre clínico de la sangre digerida que se elimina por el ano, cuyo olor es pestilente. Disculpen las molestias... Ahora sabemos que Marta Robin estuvo muy mal rodeada y que el primer círculo de fundadores es abrumador, y ya ha sido desenmascarado. Separar a la vidente de sus admiradores interesados y poco escrupulosos, ¿es eso exculparla, si realmente sondeaba las conciencias sin desenmascarar a los malhechores? 

Por el contrario, si la vidente no veía nada, al igual que no presintió la angustia de su hermano, que vivía con ella en la granja Robin y se suicidó en 1953, la hagiografía se derrumba en favor de la novela. 

En 2011, Muizon no descifra ningún misterio, a pesar del atractivo título de su libro, pero desarrolla la acción solapada del padre Finet. Marta, tras afirmar al sacerdote de Lyon que Cristo en persona exigía su presencia a su lado y obtener el buen fin de esta petición celestial, ¿estaba cautiva de lo Alto, hasta el punto de quedar ciega en lo Bajo? ¿Los fieles de Marta Robin la prefieren como pseudoparalítica, usuaria de zapatillas, o como pseudovidente, pagando a los demás con palabras y vaticinando sin luz? Sea como fuere, el artículo de La Nef señala el perjuicio más cuestionable: “Ni la inedia ni los signos de estigmatización pueden constatarse científicamente”. ¡Buen detalle! ¡Cerremos el caso! En 2025, el teólogo de Angers no aporta ningún elemento biográfico nuevo, y el lector atento encargado por La Nef esboza una retirada prudente, que aconseja a todos, ante la falta de respuesta de Roma. Queda la heroicidad de las virtudes y el título de Venerable, expuesto a su vez a una aporía, un callejón sin salida lógico. Si es evidente que la vida de Marta es un calvario, en el sentido trivial del término, ¿dónde está el heroísmo, en pasar toda la vida como una heroína, a cargo de otros y sin más que ordenar para obtener? ¿No tiene ya su recompensa?

Los seguidores del lobby de Marta se han lanzado a una auténtica huida hacia adelante. Aislar a Marta para protegerla de la vergüenza que ha caído sobre sus amigos o aliados pseudorenovadores de la Iglesia, traicionados por su hybris, es inevitablemente devolverla a los límites de su condición ingrata, por falta de cuidados, ofrecidos pero desdeñados, y sobre todo por falta de compasión desde los tormentos de la adolescencia, a finales de 1918... algo que la doctora Chevassus se niega a pasar por alto. Los llamamientos a la prudencia, así como a la caridad, no pueden ocultar las múltiples ofensas cometidas contra el espíritu de la verdad a lo largo de la vida de Marta Robin. Roma no debe conservar la calificación de Venerable cuando nada es seguro, ni la inspiración mística, ni el diagnóstico clínico, ni la inedia. Al día de hoy, la saga “Marta Robin” disputa a Medjugorje el título de mayor estafa “mística” del siglo XX.