jueves, 27 de noviembre de 2025

LEÓN Y SU “CARTA APOSTÓLICA” LLENA DE TONTERÍAS ECUMÉNICAS Y ERRORES

In Unitate Fidei está lleno de la eclesiología ecuménica del Vaticano II, que es irreconciliable con la perenne posición católica tradicional de que existe una única Iglesia Verdadera.


El pasado domingo 23 de noviembre de 2025, con motivo de la fiesta del novus ordo de “Jesucristo, Rey del Universo”, el actual falso papa en Roma, Bob Prevost de Chicago (“Su Santidad León XIV”), publicó una nueva “carta apostólica” con motivo del 1700 aniversario del Primer Concilio de Nicea, en la que se definió el dogma católico de la Santísima Trinidad:

Carta apostólica In Unitate Fidei (23 de noviembre de 2025)

Irónicamente titulado In Unitate Fidei (“En la unidad de la fe”), reivindica el Concilio de Nicea de 325 como patrimonio común de todos los “cristianos”, es decir, todos los bautizados que creen en la Trinidad, independientemente de su afiliación religiosa (católica, protestante, ortodoxa, etc.).

La carta se publica en vísperas del primer Viaje Apostólico de León XIV a Turquía, cuyo principal tema será el ecumenismo. No es muy extensa y, en su mayor parte, explora la historia de la Iglesia y las cuestiones teológicas que dieron lugar a las definiciones dogmáticas del Primer Concilio de Nicea (325).

Sin embargo, In Unitate Fidei está lleno hasta el borde de la eclesiología ecuménica del Vaticano II, que es irreconciliable con la perenne posición católica tradicional de que existe una única Iglesia Verdadera —la Iglesia Católica Romana— y otras innumerables agrupaciones, en su mayoría sectas, que no son la verdadera Iglesia fundada por Cristo.

Como había enseñado el Papa Pío XII unos veinte años antes de que el apóstata concilio Vaticano II (1962-65) pusiera todo patas arriba:

Si definimos y describimos esta verdadera Iglesia de Jesucristo, que es la Iglesia Una, Santa, Católica, Apostólica y Romana, nada más noble, más sublime, más divino que la expresión “Cuerpo Místico de Jesucristo”, expresión que brota y es como el hermoso florecimiento de la repetida enseñanza de las Sagradas Escrituras y los Santos Padres.

(Papa Pío XII, Encíclica Mystici Corporis, n. 13; subrayado añadido.)

León XIV niega esta doctrina de Pío XII y de todos sus predecesores. En cambio, suscribe la falsa eclesiología del Vaticano II, según la cual todos los bautizados que creen en Cristo forman parte de su Cuerpo Místico.

En este artículo, echaremos un vistazo a la nueva “carta apostólica” de Prevost y comentaremos algunos pasajes destacados.

En primer lugar, debemos señalar que In Unitate Fidei contiene muchos elementos verdaderos y hermosos; sin embargo, estos solo hacen que el documento sea más peligroso, ya que significa que sus píldoras venenosas se ofrecen en un envoltorio atractivo. Un comentarista en línea, del bando de “Reconocer y Resistir” (en inglés aquí) llegó a afirmar que “incluso se podría decir que hay un claro antimodernismo presente en el texto”, simplemente porque rechaza claramente el arrianismo como objetivamente falso. En Twitter, esto se convirtió en la afirmación de que la “doctrina del documento es aguda, incluso audazmente antimodernista...”.


Veamos qué pasó.

Primero, León no podía escribir una frase inicial sin invocar el insufrible cliché de, ya sabes, “caminar juntos”. Es una nimiedad, claro, pero es emblemático.

No es necesario leer mucho para encontrar las primeras ideas problemáticas: 

“Mientras me dispongo a realizar el Viaje Apostólico a Turquía [sic], con esta carta deseo alentar en toda la Iglesia un renovado impulso en la profesión de la fe, cuya verdad, que desde hace siglos constituye el patrimonio compartido entre los cristianos, merece ser confesada y profundizada de manera siempre nueva y actual”.

Si hay algo por lo que la iglesia del Vaticano II no es conocida, es por su entusiasmo por la Profesión de Fe, al menos no por la Fe Católica. Sin embargo, lo que empeora esto es que por “toda la Iglesia”, León en realidad quiere decir incluir también a los “hermanos separados”, es decir, herejes y cismáticos también, quienes él cree que también “profesan la fe”. Esto queda claro, por ejemplo, en su celebración litúrgica ecuménica del 14 de septiembre en conmemoración de “los mártires y testigos de la fe del siglo XXI”, y también en el mensaje que envió a la Conferencia Ecuménica de Estocolmo del 22 de agosto. 

Además, en el n. 9 de In Unitate Fidei, Prevost escribe sobre católicos, herejes y cismáticos: “Todos nosotros, como discípulos de Jesucristo, “en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo” somos bautizados” (subrayado añadido).

El principal error que subyace a la falsa teología ecuménica del Vaticano postcatólico es la idea de que la Fe Católica se adquiere en elementos, en partes o gradualmente. Según esta eclesiología “acumulativa”, que permite la participación en la comunión eclesial en mayor o menor medida, una persona ya no es católica o no, sino más o menos católica según cuántos elementos del catolicismo acepte.

No será una sorpresa que tal concepto no pueda encontrarse en la doctrina católica antes del Vaticano II y que de hecho sea contrario a la naturaleza de la fe:

Si cada uno de vosotros, a los pies del Crucifijo y a la luz de la fe, pondera estas verdades con mente serena, admitirá fácilmente que éste es el objetivo de las incitaciones de estos predicadores: que separándose del Romano Pontífice y de los Obispos unidos a él en comunión, se separen de toda la Iglesia católica, y así dejen de tenerla por madre. Porque, ¿cómo puede la Iglesia ser una madre para vosotros, si no tenéis como padres a los pastores de la Iglesia, es decir, a los obispos? ¿Y cómo podríais gloriaros en nombre de los católicos si, separados del centro de la catolicidad, es decir, precisamente de esta Santa Sede Apostólica y del Sumo Pontífice, en quien Dios fijó el origen de la unidad, rompéis la unidad católica? La Iglesia católica es una, no está desgarrada ni dividida; por lo tanto, vuestra "Pequeña Iglesia" no puede tener ninguna relación con la católica.

(Papa León XII, Exhortación Apostólica Pastoris Aeterni, n. 4; subrayado añadido.)

Tal ha sido constantemente la costumbre de la Iglesia, apoyada por el juicio unánime de los Santos Padres, que siempre han mirado como excluido de la comunión católica y fuera de la Iglesia a cualquiera que se separe en lo más mínimo de la doctrina enseñada por el magisterio auténtico. San Epifanio, San Agustín, Teodoreto, han mencionado un gran número de herejías de su tiempo. San Agustín hace notar que otras clases de herejías pueden desarrollarse, y que, si alguno se adhiere a una sola de ellas, por ese mismo hecho se separa de la unidad católica. “De que alguno diga que no cree en esos errores (esto es, las herejías que acaba de enumerar), no se sigue que deba creerse y decirse cristiano católico. Pues puede haber y pueden surgir otras herejías que no están mencionadas en esta obra, y cualquiera que abrazase una sola de ellas cesaría de ser cristiano católico” (S. Augustinus, De Haeresibus, n. 88). …  Pues tal es la naturaleza de la Fe, que nada es más imposible que creer esto y dejar de creer aquello. La Iglesia profesa efectivamente que la fe es “una virtud sobrenatural por la que, bajo la inspiración y con el auxilio de la gracia de Dios, creemos que lo que nos ha sido revelado por Él es verdadero; y lo creemos no a causa de la verdad intrínseca de las cosas, vista con la luz natural de nuestra razón, sino a causa de la autoridad de Dios mismo, que nos revela esas verdades y que no puede engañarse ni engañarnos” [Vaticano I, Constitución Dogmática Dei Filius, Capítulo 3].

(Papa León XIII, Encíclica Satis Cognitum, n. 17; subrayado añadido.)

 Tal es la naturaleza del catolicismo que no admite más o menos, sino que debe considerarse como un todo aceptado o como un todo rechazado: "Esta es la fe católica, que a menos que un hombre crea fiel y firmemente; no puede salvarse". (Credo de San Atanasio). No es necesario agregar ningún término que califique a la profesión del catolicismo: es suficiente que cada uno proclame "Cristiano es mi nombre y Católico mi apellido".

(Papa Benedicto XV, Encíclica Ad Beatissimi, n. 24; subrayado añadido.)

La enseñanza tradicional es muy clara y fácil de entender. Armoniza no solo con la fe, sino también con el sentido común.

A continuación, cabe señalar que el repentino entusiasmo de León por “profesar la fe” se contradice constantemente en la práctica.

Además, no debemos subestimar la observación casual de Prevost de que la fe “merece ser confesada y profundizada de manera siempre nueva y actual”. Este es un comentario explosivo que pronto causará el caos deseado. Podría decirse que es una “bomba de relojería” doctrinal que explotará a su debido tiempo.

A continuación, León XIV dice que la “destaca la profesión de fe en Jesucristo, nuestro Señor y Dios. Este es el corazón de nuestra vida cristiana” del Credo Niceno. Esto ciertamente no es incorrecto, aunque es sorprendente que venga del líder de la religión del Vaticano II; ya que generalmente se nos dice que los pobres están en el centro del Evangelio, o que la esencia del cristianismo consiste en el amor a Dios y al prójimo.


De hecho, en 2019, el “papa” Francisco dijo en Marruecos que “ser cristiano no se trata de adherirse a una doctrina”, o cuando afirmó que “custodiar la verdad no significa defender ideas, convertirnos en guardianes de un sistema de doctrinas y de dogmas”, como si estas dos alternativas estuvieran en oposición entre sí.

Al mismo tiempo —quizás preocupado de que un énfasis en la verdad doctrinal pudiera socavar el mensaje habitual de la fe como humanitarismo con liturgia— León XIV se refiere a Mateo 25 no una ni dos veces, sino tres veces en la relativamente corta carta apostólica:

[n.2] En Él [Jesucristo], Dios se ha hecho nuestro prójimo, de modo que todo lo que hagamos a cada uno de nuestros hermanos, a Él se lo hacemos (cf. Mt 25,40).

[n. 7] Es precisamente en virtud de su encarnación que encontramos al Señor en nuestros hermanos y hermanas necesitados: “Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo” ( Mt 25,40).

[n. 11] En el seguimiento de Jesús, la subida a Dios pasa por el abajamiento y la entrega a los hermanos y hermanas, sobre todo a los últimos, a los más pobres, a los abandonados y marginados. Lo que hayamos hecho al más pequeño de estos, se lo hemos hecho a Cristo (cf. Mt 25,31-46).

Por supuesto, León nunca se molesta en explicar el verdadero sentido de la enseñanza de Cristo acerca de “los más pequeños de estos”.

Al comentar específicamente sobre los méritos de las buenas obras mencionadas en Mateo 25, el erudito jesuita P. Cornelius a Lapide (1567-1637) explica que Cristo “las considera hechas a Sí mismo, porque fueron hechas a los pobres por amor a Cristo” (Great Commentary, vol. 3 [Londres: John Hodges, 1891], p. 138; cursiva añadida). Y en el Acto de Caridad, declaramos a Dios: “Amo a mi prójimo como a mí mismo por amor a Ti” (fuente en inglés aquí). Por lo tanto, se deduce que si alguna de estas obras no se hace por amor a Dios (al menos implícitamente), sino por algún motivo menor, no tendrá valor sobrenatural ante Dios, aunque Él aún podría otorgar una recompensa natural (cf. Mt 6:2).

En resumen, podemos decir que cualquier buena obra que hagamos, se la hacemos a Cristo en el sentido de que la hacemos para agradarle; y si no la hacemos —ya sea para nada o para no agradarle— , entonces no se la hacemos a Él . Esa es la hermosa, profunda y, a la vez, sencilla enseñanza de Nuestro Bendito Señor en Mateo 25. De aquí se desprende la aleccionadora verdad de que uno puede servir a los pobres toda la vida y aun así ir al infierno: “Y si repartiera todos mis bienes para dar de comer a los pobres , y si entregara mi cuerpo para ser quemado, y no tengo caridad, de nada me sirve” (1 Corintios 13:3).

En el nº 10 de In Unitate Fidei, León blasfema: “Se han librado guerras y se ha asesinado, perseguido y discriminado a personas en nombre de Dios. En lugar de proclamar un Dios misericordioso, se ha presentado un Dios vengativo que infunde terror y castiga”.

León insinúa que no puede existir una guerra santa, menospreciando así las Cruzadas y la Guerra Cristera Mexicana, por ejemplo. Que algunas personas han sido asesinadas, perseguidas o discriminadas injustamente es evidente —pensemos en el caso de Santa Juana de Arco, por ejemplo—, pero Prevost insinúa que todo asesinato, persecución y discriminación en nombre de Dios es malo. Eso es sencillamente absurdo. “Es contra la voluntad de Dios el quemar a los herejes”, es uno de los errores de Martín Lutero condenados por el Papa León X (Bula Exsurge Domine, error nº 33).

Al rechazar a un “Dios vengativo… que infunde terror y castiga” en favor de un “Dios misericordioso”, León XIV implica que un Dios misericordioso no puede también amenazar, castigar y exigir expiación por su honor ultrajado. Esto contradice directamente la Revelación Divina, pues el Dios que dice: “Mía es la venganza…” (Dt 32,35) es el mismo Dios que ofrece perdón misericordioso en Jesucristo. Y, sin embargo, es Jesucristo quien dijo: “…si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente” (Lc 13,3).

De hecho, el Nuevo Testamento está repleto de advertencias sobre el infierno y otros castigos si las personas no perseveran en seguir a Cristo hasta el final. Por ejemplo:

Porque si pecamos voluntariamente después de haber conocido la verdad, ya no queda sacrificio por los pecados, sino una terrible expectativa de juicio y la furia de un fuego que consumirá a los adversarios. Quien viola la ley de Moisés muere sin piedad bajo dos o tres testigos. ¿Cuánto más creen ustedes que merece peores castigos quien ha pisoteado al Hijo de Dios, y ha considerado impura la sangre del pacto, por la cual fue santificado, y ha ofendido al Espíritu de gracia? Porque conocemos al que dijo: “Mía es la venganza, y yo pagaré”. Y también: “El Señor juzgará a su pueblo”.

(Hebreos 10:26-30)

Estas cosas no son incompatibles con un Dios misericordioso, porque las amenazas, las advertencias y los castigos temporales son una misericordia para quienes no se arrepienten sin ellos: “Porque el Señor al que ama, castiga, y azota a todo el que recibe por hijo. Perseveren bajo la disciplina. Dios los trata como a sus hijos; porque ¿qué hijo hay a quien el padre no corrige?” (Hebreos 12:6-7).
 

TUCHO: “CORREDENTORA” ESTÁ PROHIBIDA EN LOS DOCUMENTOS OFICIALES DEL VATICANO

En los comentarios sobre Mater Populi Fidelis, Fernández explicó lo que quiere decir la Nota doctrinal al afirmar que el título mariano “es siempre inapropiado”.

Por Diane Montagna


Tres semanas después de que Mater Populi Fidelis desatara el debate por su afirmación de que el título mariano de Corredentora es siempre inapropiado”, el prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe ha aclarado que la frase no supone un rechazo generalizado del título en sí. Fernández afirmó que la palabra “siempre” se aplica únicamente al uso oficial de la Iglesia de ahora en adelante, no a todos los contextos en los que pueda emplearse el título.

En comentarios después de la conferencia de prensa del Vaticano del martes sobre Una Caro, la nueva Nota doctrinal del DDF sobre la monogamia, Fernández dijo que la declaración que se encuentra en MPF ​​n. 22 —que “ siempre es inapropiado” usar el título de Corredentora para definir la cooperación de María— “no pretende juzgar” afirmaciones pasadas de Santos, Doctores y Papas, sino que “de ahora en adelante” no se usará “ni en la liturgia, es decir, en los textos litúrgicos, ni en los documentos oficiales de la Santa Sede”.

Fernández explicó que, tras décadas de estudio teológico —solicitado inicialmente por Juan Pablo II y continuado por el cardenal Ratzinger—, el Dicasterio para la Doctrina de la Fe ha concluido que el título ya no debe aparecer en los textos magisteriales ni litúrgicos, no porque se haya rechazado su doctrina subyacente, sino porque el término en sí mismo corre el riesgo de ser malinterpretado pastoralmente en la actualidad

De hecho, los teólogos marianos han argumentado que el problema clave de Mater Populi Fidelis es que minimiza y oscurece la cooperación activa de María en la obra de la Redención.

Fundamentalmente, Fernández enfatizó que la nueva restricción al título de Corredentora se aplica únicamente al idioma oficial de la Iglesia. A los fieles que comprenden el significado tradicional y propiamente subordinado del término no se les pide que lo abandonen en la devoción privada ni en el diálogo informado. La decisión establece un estándar para los textos magisteriales y litúrgicos, no para la piedad personal.

¿Se consultó a los mariólogos?

Al final de nuestro intercambio, Fernández también dijo que el Dicasterio consultó a “muchos, muchos” mariólogos y cristólogos en la preparación de Mater Populi Fidelis.

Sin embargo, esto parece contradecir las recientes declaraciones del padre Maurizio Gronchi, cristólogo y consultor del DDF, quien copresentó el nuevo documento el 4 de noviembre junto con Fernández. En declaraciones a ACI Prensa el 19 de noviembre, Gronchi afirmó que “no se encontraron mariólogos colaboradores” (en inglés aquí). Señaló que ni los profesores de la Pontificia Facultad Teológica Marianum ni los miembros de la Pontificia Academia Mariana Internacional (PAMI) participaron en la presentación en la Curia jesuita, un “silencio” que, en su opinión, “puede interpretarse como disenso”.

Según ACI Prensa, Gronchi señaló que el PAMI tiene un historial de participación activa en discusiones sobre posibles definiciones dogmáticas.

Un día después, el padre Salvatore Maria Perrella, OSM, ex profesor de Dogmática y Mariología en el Marianum, muy estimado por Benedicto XVI y que jugó un papel clave en discusiones pasadas sobre el título de Corredentora, dijo a los medios suizos que Mater Populi Fidelis debería haber sido más cuidadosamente considerado y refinado, y enfatizó sobre todo que “debería haber sido preparado por personas competentes en el campo”.


Debate teológico en curso

Si bien subrayó la legitimidad del título de Corredentora para la devoción personal, Fernández no abordó su uso en el debate teológico actual. Sin embargo, al presentar la nueva Nota doctrinal, enfatizó que su propósito no es “proponer límites”.

Si la Iglesia Católica sigue el precedente establecido en el desarrollo de dogmas marianos previos, en particular la Inmaculada Concepción, es natural esperar que la investigación, el diálogo y el debate teológicos continúen. Como señaló el P. Salvatore Perrella en su reciente entrevista, incluso un documento tan controvertido como Mater Populi Fidelis puede ser valioso, ya que suscita y mantiene el debate. En este caso, la Nota doctrinal abre debates en teología y mariología, en particular sobre las diferentes dimensiones de la singular cooperación de María en la obra de la Redención.

He aquí mi intercambio con Fernández, precedido por el Mater Populi Fidelis n. 22 sobre el título de Corredentora.

Mater Populi Fidelis n. 22:

22. Teniendo en cuenta la necesidad de explicar el papel subordinado de María a Cristo en la obra de la Redención, es siempre inoportuno el uso del título de Corredentora para definir la cooperación de María. Este título corre el riesgo de oscurecer la única mediación salvífica de Cristo y, por tanto, puede generar confusión y un desequilibrio en la armonía de verdades de la fe cristiana, porque “no hay salvación en ningún otro, pues bajo el cielo no se ha dado a los hombres otro nombre por el que debamos salvarnos” (Hch 4,12). Cuando una expresión requiere muchas y constantes explicaciones, para evitar que se desvíe de un significado correcto, no presta un servicio a la fe del Pueblo de Dios y se vuelve inconveniente. En este caso, no ayuda a ensalzar a María como la primera y máxima colaboradora en la obra de la Redención y de la gracia, porque el peligro de oscurecer el lugar exclusivo de Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre por nuestra salvación, único capaz de ofrecer al Padre un sacrificio de valor infinito, no sería un verdadero honor a la Madre. En efecto, ella, como “esclava del Señor” (Lc 1,38), nos señala a Cristo y nos pide hacer “lo que Él os diga” (Jn 2,5).

- Su Eminencia, Mater Populi Fedelis n.º 22 dice, en el original en español, que es siempre inoportuno” usar el título de “Corredentora” para definir la cooperación de María en la obra de la Redención. Esto se tradujo al italiano como “è sempre inappropriato”. Mientras tanto, el texto en inglés decía originalmente “it would be inappropriate” (sería inapropiado) usar este título, pero luego se modificó para decir “it is always inappropriate” (siempre es inapropiado).

- El traductor hizo una traducción más suave [al inglés] pero luego nos dijo: “Miren, no estoy seguro de esto”, y luego se cambió.

- Pero ¿por qué usó la palabra “siempre”, especialmente cuando los Santos, Doctores de la Iglesia y Papas han usado el título de “Corredentora”, sobre todo durante el último siglo? ¿Qué busca comunicar al clero y a los fieles con el uso de “siempre”?

- Que en este momento, tras treinta años de estudio por parte del dicasterio, ha habido diversas intervenciones a medida que surgían preguntas. El propio Papa Juan Pablo II le pidió a Ratzinger que estudiara el tema. Hasta que se realizó dicho estudio, Juan Pablo II utilizaba ocasionalmente el término “Corredentora”. Tras dicho estudio y la respuesta de Ratzinger —que ahora conocemos—, dejó de utilizarlo. Sin embargo, conservó los aspectos positivos del contenido, es decir, la singular cooperación de María en la obra de la redención.

Utilizamos esta frase —la “cooperación única de María en la obra de la redención”— creo que unas 200 veces en el documento; es decir, conservamos y explicitamos este aspecto positivo en el texto. Pero tras el estudio realizado por Ratzinger en respuesta a Juan Pablo II, dejó de emplearla. Hubo otras ocasiones en que el dicasterio, bajo Ratzinger y posteriormente, estudió el tema por estar vinculado a ciertas apariciones, etc., y el Papa Ratzinger cerró el caso de esas apariciones con un voto negativo. Lo mismo ocurrió después.

Con las apariciones, hemos sido, digamos, un poco más generosos. Intentamos, aunque haya aspectos que puedan resultar confusos, encontrar los aspectos positivos y favorecer la piedad de los fieles. Sin embargo, en este asunto, tras treinta años de trabajo del dicasterio, llegó el momento de hacerlo público, y así lo hemos hecho.

- Sí, pero ¿por qué usó el término “siempre”? ¿Se refiere al pasado, sobre todo porque lo usaban los Santos, los Doctores y el Magisterio ordinario?

- No, no, no. Se refiere a este momento. Tal como el propio Papa Juan Pablo II lo usó en un momento y luego dejó de usarlo. Creemos que, en la esencia de esa palabra, hay elementos que pueden aceptarse y seguir defendiéndose.

- Entonces, ¿“siempre” significa “de ahora en adelante”?

- De ahora en adelante, sin duda. No pretende en absoluto juzgar el pasado. Significa “de ahora en adelante”. Y, además, significa sobre todo que esta expresión [“Corredentora”] no se usará ni en la liturgia, es decir, en los textos litúrgicos, ni en los documentos oficiales de la Santa Sede. Si se desea expresar la singular cooperación de María en la Redención, se expresaría de otras maneras, pero no con esta expresión, ni siquiera en los documentos oficiales.

Esto es algo conocido, aunque quizás no muy extendido. Si usted y su grupo de amigos creen comprender bien el verdadero significado de esta expresión, han leído el documento y ven que sus aspectos positivos también se afirman allí, y desean expresarlo con precisión en su grupo de oración o entre amigos, pueden usar el título, pero no se usará oficialmente, es decir, ni en textos litúrgicos ni en documentos oficiales.

- Muchas gracias. Una última pregunta: ¿Consultaron ustedes (es decir, el DDF) con algún mariólogo para Mater Populi Fidelis?

- Sí, muchos, muchos, también teólogos especializados en cristología.
 

LA CIENCIA CONTRA EL HOMBRE COMO REY DE LA CREACIÓN

La creciente vulgarización científica tiende a aplanar al hombre hasta el punto de que ya no es el rey de la creación.

Por el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira


En los dos últimos artículos (aquí y aquí) abordamos la cuestión del igualitarismo. Hablamos de la importancia de presentar nuestra tesis y señalamos el hecho central de que la Revolución Igualitaria abarca, contiene y regula casi todos los aspectos de la vida actual.

El deseo de igualitarismo es un deseo satánico

Es imperativo que sepamos cómo demostrar la existencia de esta Revolución Igualitaria. Posteriormente, podremos sustentar en este análisis la tesis de que este deseo de igualdad es en sí mismo algo malo y diabólico.

Si, por lo tanto, observamos constantemente una multitud de pequeñas transformaciones que intentan justificarse con razones específicas —por ejemplo, el uso de la corbata en declive, los modales cada vez más igualitarios, los muebles cada vez más igualitarios, etc.—, entonces podremos percatarnos de la Revolución Igualitaria en general.

Los muebles son cada vez más bajos

Tomemos el ejemplo de los muebles. Es curioso observar que, en esta Revolución Igualitaria, los muebles tienden a ser cada vez más bajos. Al sentarnos en los muebles del pasado, incluso los del hogar, podemos observar que fueron construidos para sentar a un hombre consciente de su dignidad humana. Así, los asientos de las sillas y sofás están situados muy por encima del suelo, el respaldo está diseñado para ayudar a mantener al hombre erguido y, a veces, carecen de brazos para que el hombre se mantenga erguido y no encorvado.

Los muebles del pasado daban dignidad al hombre, los actuales son más bajos y vulgares

A medida que crece el movimiento igualitario, los muebles tienden a ser más bajos, y se construyen de tal manera que el hombre se hunde, o mejor dicho, se despatarra, cada vez más en ellos. Ahora bien, si intentamos argumentar que no es apropiado que los muebles sean bajos, entraremos en una discusión fútil. Se presentarán varias pequeñas razones de quinto orden para demostrar lo contrario. Es el camino equivocado.

El camino correcto es demostrar que esta bajada de los muebles es solo un fenómeno que se corresponde con una multitud de otros fenómenos similares que demuestran esta tendencia a hacer que las cosas altas sean más bajas. Incluso en los rascacielos, cada vez más altos, existe una tendencia a que la altura de las habitaciones en estos muchos pisos sea menor que en las del pasado. Y en estos muchos pisos todo es tan modesto, pequeño, diminuto, estandarizado y uniforme como es posible. Si podemos demostrarlo, zanjaremos la disputa.


Otro ejemplo es la cuestión de usar o no usar corbata. Se pueden hacer muchas objeciones a la corbata: cuesta ponérsela, se mancha, aprieta el cuello, etc., para justificar no usarla, pero al final se cae en el mismo patrón de nivelación.

Transformaciones cada vez más igualitarias

Tenemos una necesidad absoluta de evitar caer en la discusión de estos pequeños problemas y de situar nuestra línea de defensa en un plano mucho más elevado, donde podamos demostrar que no nos enfrentamos a una sola pequeña transformación igualitaria. Más bien, estas transformaciones igualitarias se están produciendo en todos los ámbitos y de todas las maneras posibles; y cada una es fundamentalmente igualitaria. Ese es el punto clave.

Por lo tanto, debe afirmarse que no hay transformación que no sea igualitaria. Al final, todo tiende hacia el igualitarismo. Entonces, si todo tiende hacia el igualitarismo, es porque hay un enorme apetito por él, ya que no es natural que la solución a todos los asuntos sea igualitaria. A veces podría serlo, pero no para todo. Esta uniformidad es completamente antinatural. Es una forma de forzar la realidad para que el deseo de igualdad viva, y debe analizarse.

¿Cómo podemos demostrar que esta Revolución Igualitaria está impulsando el igualitarismo en todo? Evidentemente, he buscado ejemplos en los campos más diversos, porque el éxito de la ejemplificación consiste en demostrar que el error existe en todos los campos.

Claramente, no pretendo que esta enumeración sea completa, lo cual no sería posible aquí. Lo que señalo es lo que se me ocurre; y agradecería mucho que otros proporcionaran ejemplos más interesantes para complementar o reemplazar los que menciono.

La ciencia nivela al hombre

Un ejemplo que se me ocurre es la creciente vulgarización científica que tiende a aplanar al hombre hasta el punto de que ya no es el rey de la creación.


Lo primero que me llama la atención es la forma en que la vulgarización científica actual, como la que se encuentra en los libros de ciencia, presenta el universo al hombre contemporáneo. Sabemos que Dios creó el universo, como dicen las Escrituras, en el que todo tiene su forma, peso y medida. Por esta razón, el universo es muy armonioso, y en él encontramos seres de todos los tamaños posibles, presentando así una verdadera jerarquía de tamaños.

Ahora bien, hasta donde he podido ver, la vulgarización científica aplana al hombre en relación con estas fabulosas e inmensas distancias que existen en el universo: las diferencias de masas, tamaños, pesos, infinitud, etc. El curioso efecto que esto tiene es hacer que el hombre siempre se sienta como una hormiga dentro del universo, donde se siente pequeño y aplanado, incapaz de comprender su propio valor y soberanía en relación con este universo.

Las diferencias de tamaño entre los hombres desaparecen cuando se les ve junto a las enormes montañas del Himalaya.

Cuando muchas cosas se reducen a lo mínimo, se nivelan entre sí. Por ejemplo, cuando diez hombres se encuentran al pie del Himalaya, no tiene sentido discutir cuál de ellos es el más alto, porque el Himalaya los aplasta a todos con su gran masa.
Así también, en este universo, el hombre se siente como perdido al encontrarse en un mundo inhóspito, como por ejemplo en medio de una gran ciudad moderna. En estas inmensas megalópolis, el hombre se aplana en su interior. Así es como la vulgarización científica se complace en presentar el universo.
 
Con esto, otorga a los hombres una extraña sensación de igualdad entre sí, y al mismo tiempo anula la sensación de soberanía del hombre sobre el universo. Anula esta soberanía, como si proclamara el universo una república, porque se abolió la sensación de que el hombre, como rey del universo, reina sobre él.

Un ejemplo: El Colegio de San Benito 

En el Colegio de San Benito de São Paulo, las ventanas traseras de mi aula ofrecen un amplio y hermoso panorama donde se puede ver parte de Lapa, Pompeya, etc. El otro día, estaba allí cuando otro profesor entró y expresó estas reflexiones: “Mire, Dr. Plinio, cuando vemos estos grandes horizontes y la naturaleza, entendemos que el hombre es solo una hormiga. Y cuando vemos estas distancias inconmensurables....”

Colegio San Benito, São Paulo  (Brasil)

Así, en lugar de adentrarse en las consideraciones sobrenaturales que serían apropiadas ante tal panorama, cayó en la idea de que el hombre está perdido en el universo, un concepto más o menos panteísta. Es precisamente esta nivelación igualitaria que la ciencia hace del hombre frente al universo.

 
Cuando no es lo inmensamente grande lo que se destaca, sino lo inmensamente pequeño lo que se enfatiza, es una manera de colocar al hombre como algo tan pequeño que no es posible analizarlo en profundidad. Estas pequeñas cosas pasan desapercibidas para él, y una vez más su dominio sobre el universo parece desaparecer. Es otra humillación para el hombre.
 
Hoy en día se insiste mucho en esta visión, a diferencia de años atrás, cuando habría sido común mostrar la armonía y las inmensas gradaciones del universo, y la jerarquía que existe en él con sus diferentes valores, tamaños y pesos, en lugar de situarlo en una dimensión ajena a nosotros. Se veía precisamente de la misma manera que Dios dispuso la Tierra para que el mundo se volviera habitable.

Hoy vemos que este orden no se niega, sino que se silencia. Esta vulgarización científica resalta un conjunto diferente de valores. Es una vulgarización científica que evidentemente crea un sentido igualitario.


Todos los aspectos de la naturaleza (no solo su peso, medida, etc., sino también su contacto real con nosotros), todo lo que muestra la belleza de la variedad, la diversidad y la armonía en el arte, la literatura, etc., recibe poca atención. En el pasado, ver todos estos aspectos era la forma común de que los románticos vieran el mundo. Disfrutaban hablando de estas cosas. Hoy en día, esto apenas se menciona.

El Vizconde de Taunay describe un viaje a Niterói

Recuerdo cómo encontraba y disfrutaba inmensamente de los vestigios de una literatura antigua que resaltaba la diversidad de la naturaleza. Recuerdo haber leído la descripción de un viaje a Niterói (en el estado de Río de Janeiro) que hizo el Vizconde de Taunay. En ella, hizo una observación muy interesante al ver a todos subir a ese viejo barco en su puerto.

¿Y cuáles eran sus pensamientos? En lugar de ser como el hombre de hoy, que piensa principalmente en el barco, hace una breve referencia al mismo y luego habla de los hombres que subían a él. Escribe que comenzó a prestar atención a la diversidad de rostros de quienes subían y a considerar cómo Dios, con tan pocos elementos —la frente, los ojos, la nariz, la boca y la forma de la cabeza—, podía crear tantos rostros asombrosamente diferentes.

Podemos deleitarnos observando la inmensa variedad de personas y rostros en un barco.

Esto nos lleva naturalmente a deleitarnos en la gran capacidad de Dios, en su inmenso poder como Creador de diferencias que armonizan entre sí. Observaciones de esta naturaleza eran frecuentes en la literatura antigua. Por lo que puedo ver, este es un punto que se aborda poco hoy en día. Al contrario, si algo se destaca, son las uniformidades de la naturaleza.

Continúa...

 

27 DE NOVIEMBRE: SAN MÁXIMO, OBISPO DE RIEZ


27 de Noviembre: San Máximo, obispo de Riez

(✞ 480)

El humildísimo siervo de Dios san Máximo, obispo de Riez, nació en un lugar llamado Decomer, hoy Cháteau-Redon, en la Provenza. 

Sus padres le criaron en el santo temor de Dios y en la práctica de todas las virtudes. 

Pasó muchos años haciendo retiro en su casa, olvidado del mundo, y ocupado en el estudio y meditación de las letras sagradas, y en su propia mortificación, como si viviese en la soledad. 

Llamado por el Señor a la vida más perfecta, tomó el hábito en el monasterio de Lerins, que es una pequeña isla junto a las costas de la Provenza. 

Allí encontró una numerosa comunidad de santos religiosos, cuyas heroicas virtudes daban gran celebridad al monasterio. 

Con tales ejemplos, hizo el santo tan grandes progresos en la virtud, que aventajándose sobre todos en santidad, parecía resplandecer como el sol entre las estrellas, y habiendo sido escogido para la cátedra de Arles el abad san Honorato, todos los monjes pusieron los ojos en Máximo, y a una voz lo aclamaron por sucesor. 

Quiso nuestro Señor manifestar la heroica virtud de su siervo, obrando por él grandes milagros, y curando toda suerte de enfermedades. 

Concurrían, pues, al monasterio, tropas de gente, considerando al Santo como depositante del divino poder; y por huir de los aplausos del mundo, fue a esconderse en un bosque de la misma isla. 

Pasaron tres días y tres noches sin poderle descubrir, hasta que, al fin, le encontraron, y lo llevaron al monasterio. Poco después, habiendo perdido su obispo la iglesia de Riez, en la Provenza, mandó sus comisarios al monasterio de Lerins, para ofrecer al santo la silla de aquella diócesis. 

Pero huyendo él de aquella dignidad, navegó hasta las costas de Italia, donde los comisarios le alcanzaron: y a pesar de su resistencia, le condujeron a Riez. 

Allí fue recibido con extraordinarias demostraciones de júbilo: y todo el tiempo de su gobierno fue amado como padre, y reverenciado como santo, por las maravillas que obraba, entre las cuales se refieren dos muertos resucitados. 

Asistió a varios concilios que se celebraron en su provincia y en las comarcanas, y fue uno de los prelados que aprobaron la célebre epístola del Papa san León a Flaviano de Constantinopla contra los herejes Eutiquianos, y firmó asimismo la epístola sinodal que los obispos escribieron en respuesta a la del Papa. 

Finalmente, después de haber gobernado santísimamente su iglesia, descansó en la paz del Señor; y fue sepultado con gran solemnidad, en la iglesia de San Pedro, que él mismo había edificado. 

Reflexión

¿De dónde proviene nuestra negligencia en practicar la humildad, y con ella las demás virtudes cristianas, siendo así que los santos tanto se desvelaron en el ejercicio heroico de los actos virtuosos? Muy fácil es descubrir la causa. Para apreciar debidamente las virtudes, debemos hacer de ellas la ocupación principal de nuestro espíritu: y para ponerlas en práctica, debemos desearlas con todo nuestro corazón. Mas, ¿qué hacemos? Con el pretexto de obligaciones fingidas, nos vamos olvidando de nuestro fin: y empleando todo el tiempo en buscar y cuidar los bienes perecederos, no nos queda espacio para los eternos. ¡Deplorable error, que si no lo enmendamos en tiempo oportuno, lo lloraremos perpetuamente! 

Oración

Concédenos, oh Dios omnipotente, que la venerable solemnidad de tu venerable confesor y pontífice Máximo acreciente en nosotros la devoción y el deseo de nuestra eterna salud. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.


miércoles, 26 de noviembre de 2025

EL CONCILIO DE TRENTO (5)

Publicamos la Quinta Sesión del Concilio Ecuménico de Trento convocado por el Papa Pablo III.


Celebrado el día diecisiete del mes de junio del año MDXLVI.


DECRETO SOBRE EL PECADO ORIGINAL

Para que nuestra Fe Católica, sin la cual es imposible agradar a Dios, pueda, una vez purgados los errores, continuar en su perfecta e inmaculada integridad, y para que el pueblo cristiano no sea llevado por todo viento de doctrina; considerando que la vieja serpiente, enemiga perpetua de la humanidad, entre los muchos males que afligen a la Iglesia de Dios en nuestros días, ha suscitado no solo nuevas, sino también antiguas disensiones sobre el pecado original y su remedio; el Sagrado y Santo, Ecuménico y General Sínodo de Trento, reunido legítimamente en el Espíritu Santo, presidido por los tres Legados de la Sede Apostólica, deseando ahora llegar a la recuperación de los errantes y la confirmación de los vacilantes, siguiendo los testimonios de las Sagradas Escrituras, de los Santos Padres, de los Concilios más aprobados y del juicio y consentimiento de la propia Iglesia, ordena, confiesa y declara estas cosas relativas al mencionado pecado original:

1. Si alguien no confiesa que el primer hombre, Adán, cuando transgredió el mandamiento de Dios en el Paraíso, perdió inmediatamente la santidad y la justicia en las que había sido constituido; y que incurrió, por la ofensa de esa prevaricación, en la ira y la indignación de Dios, y en consecuencia en la muerte, con la que Dios le había amenazado previamente, y, junto con la muerte, en el cautiverio bajo el poder de aquel que desde entonces tenía el imperio de la muerte, es decir, el diablo, y que todo Adán, por esa ofensa de prevaricación, fue cambiado, en cuerpo y alma, para peor; que sea anatema.

2. Si alguien afirma que la prevaricación de Adán solo le perjudicó a él mismo, y no a su posteridad; y que la santidad y la justicia, recibidas de Dios, que él perdió, las perdió solo para sí mismo, y no también para nosotros; o que él, al estar mancillado por el pecado de la desobediencia, solo ha transmitido la muerte y los dolores del cuerpo a toda la raza humana, pero no también el pecado, que es la muerte del alma; que sea anatema, ya que contradice al Apóstol, que dice: “Por un solo hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así la muerte pasó a todos los hombres, en los cuales todos pecaron”.

3. Si alguien afirma que este pecado de Adán, que en su origen es uno solo y se transmitió a todos por propagación, no por imitación, está en cada uno como propio, es eliminado ya sea por los poderes de la naturaleza humana, ya sea por cualquier otro remedio que no sea el mérito del único mediador, nuestro Señor Jesucristo, que nos ha reconciliado con Dios en su propia sangre, ha hecho justicia, santificación y redención para nosotros; o si niega que dicho mérito de Jesucristo se aplica, tanto a los adultos como a los niños, por el Sacramento del Bautismo administrado correctamente en la forma de la Iglesia; que sea anatema: Porque no hay otro nombre bajo el Cielo dado a los hombres, por el cual debamos ser salvos. De ahí esa voz: “He aquí el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”; y aquella otra: “Todos los que han sido bautizados, se han revestido de Cristo”.

4. Si alguien niega que los niños recién nacidos del vientre de sus madres, aunque sean descendientes de padres bautizados, deban ser bautizados; o dice que, aunque son bautizados para la remisión de los pecados, no heredan de Adán el pecado original, que necesita ser expiado por el lavatorio de la regeneración para obtener la vida eterna, de lo que se deduce como consecuencia que en ellos la forma del Bautismo para la remisión de los pecados no se entiende como verdadera, sino como falsa, que sea anatema. Porque lo que ha dicho el Apóstol: “Por un solo hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así la muerte pasó a todos los hombres, en los cuales todos pecaron”, no debe entenderse de otra manera que como lo ha entendido siempre la Iglesia Católica extendida por todas partes. Porque, en virtud de esta Regla de Fe, según la Tradición de los Apóstoles, incluso los niños, que aún no pueden cometer ningún pecado por sí mismos, son verdaderamente bautizados para la remisión de los pecados, a fin de que en ellos sea purificado por la regeneración lo que han contraído por generación. Porque, a menos que un hombre nazca de nuevo del agua y del Espíritu Santo, no puede entrar en el reino de Dios.

5. Si alguno niega que, por la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que se confiere en el Bautismo, se remite la culpa del pecado original; o incluso afirma que no se quita todo lo que tiene la verdadera y propia naturaleza del pecado, sino que dice que solo se borra o no se imputa, que sea anatema. Porque en los que nacen de nuevo no hay nada que Dios odie, ya que no hay condenación para los que verdaderamente son sepultados juntamente con Cristo por el Bautismo en la muerte; los que no andan conforme a la carne, sino que, despojándose del viejo hombre y revestidos del nuevo, creado según Dios, son hechos inocentes, inmaculados, puros, inofensivos y amados de Dios, verdaderos herederos de Dios, pero coherederos con Cristo; de modo que no hay nada que retrase su entrada en el Cielo. Pero este Santo Sínodo confiesa y es consciente de que en los bautizados permanece la concupiscencia, o un incentivo (para pecar); que, aunque se nos deja para nuestro ejercicio, no puede dañar a aquellos que no consienten, sino que resisten con valentía por la gracia de Jesucristo; sí, el que haya luchado legítimamente será coronado. Esta concupiscencia, que el Apóstol a veces llama pecado, el Santo Sínodo declara que la Iglesia Católica nunca ha entendido que se llame pecado, como si fuera verdadera y propiamente pecado en los renacidos, sino porque es del pecado y se inclina al pecado.

Este mismo Santo Sínodo declara, sin embargo, que no es su intención incluir en este Decreto, donde se trata del pecado original, a la bendita e inmaculada Virgen María, Madre de Dios; sino que deben observarse las Constituciones del Papa Sixto IV, de feliz memoria, bajo las penas contenidas en dichas Constituciones, que renueva.

DECRETO SOBRE LA REFORMA

CAPÍTULO I

Sobre la institución de una Cátedra de Sagrada Escritura y de las artes liberales.

El mismo Sagrado y Santo Sínodo, adhiriéndose a las piadosas Constituciones de los Soberanos Pontífices y de los Concilios aprobados, y abrazándolas y añadiéndoles; para que el tesoro celestial de los Libros Sagrados, que el Espíritu Santo ha entregado con la mayor liberalidad a los hombres, no quede descuidado, ha ordenado y decretado que, -en aquellas iglesias en las que se encuentre una prebenda, un prestimonio u otro estipendio bajo cualquier nombre, destinado a profesores de Teología Sagrada, los Obispos, Arzobispos, Primados y otros Ordinarios de esos lugares obliguen y compelan, incluso mediante la sustracción de los frutos, a quienes posean dicha prebenda, prestimonio o estipendio, a exponer e interpretar la citada Sagrada Escritura, ya sea personalmente, si son competentes, o de otro modo mediante un sustituto competente, que será elegido por los citados Obispos, Arzobispos, Primados y otros Ordinarios de esos lugares. Pero, en lo futuro, no se concedan tales prebendas, prestimos o estipendios salvo a personas competentes y a quienes puedan desempeñar ese cargo; de lo contrario, la disposición tomada será nula y sin efecto.

Pero en las iglesias metropolitanas o catedrales, si la ciudad es distinguida y populosa, y también en las iglesias colegiadas que se encuentran en cualquier ciudad grande, aunque no pertenezcan a ninguna Diócesis, siempre que el clero sea numeroso allí, en las que no existan prebendas, prestimonios o estipendios reservados para este fin, que la primera prebenda que quede vacante por cualquier motivo, excepto por renuncia, y a la que no se le haya asignado ninguna otra función incompatible, se considere ipso facto reservada y dedicada a ese fin para siempre. Y en caso de que en dichas iglesias no haya ninguna prebenda, o no haya ninguna suficiente, el metropolitano o el propio obispo, asignando a ello los frutos de algún beneficio simple, cumpliendo, no obstante, las obligaciones correspondientes, o mediante las contribuciones de los beneficiarios de su ciudad y Diócesis, o de cualquier otra forma que resulte más conveniente, disponga, con el asesoramiento de su cabildo, de tal manera que se imparta dicha lectura de las Sagradas Escrituras; sin embargo, de tal forma que cualquier otra lectura que pueda haber, ya sea establecida por costumbre o de cualquier otra forma, no se omita por ningún motivo.

En cuanto a las iglesias cuyos ingresos anuales son escasos y en las que el número de Clérigos y laicos es tan reducido que no es conveniente impartir en ellas una Cátedra de Teología, que al menos tengan un Maestro, elegido por el Obispo con el Consejo del Cabildo, para enseñar gramática gratuitamente a los Clérigos y otros eruditos pobres, a fin de que estos, con la bendición de Dios, puedan posteriormente pasar al mencionado estudio de las Sagradas Escrituras. Y para este fin, o bien se asignen los frutos de algún beneficio sencillo a ese Maestro de gramática, frutos que recibirá mientras continúe enseñando, siempre que, sin embargo, dicho beneficio no se vea privado de la obligación que le corresponde, o bien se le pague una remuneración adecuada con cargo a los ingresos episcopales o capitulares; o, en definitiva, que el propio Obispo idee algún otro método adecuado a su iglesia y Diócesis; para que esta piadosa, útil y provechosa disposición no sea descuidada bajo ningún pretexto aparente.

En los Monasterios de Monjes también, que haya de igual manera una lectura de la Sagrada Escritura, donde esto pueda hacerse convenientemente; y si los Abades son negligentes en esto, que los Obispos de los lugares, como Delegados de la Sede Apostólica, los obliguen a ello con los remedios adecuados. Y en los Conventos de otros Religiosos, en los que los estudios puedan prosperar convenientemente, que haya de igual manera una Cátedra de Sagrada Escritura, que será asignada, por los Capítulos Generales o Provinciales, a los Maestros más capaces.

En los Colegios públicos, en los que hasta ahora no se ha instituido una Cátedra tan honorable y necesaria, que sea establecida por la piedad y la caridad de los Príncipes y gobiernos más religiosos, para la defensa y el aumento de la Fe Católica, y la preservación y propagación de la sana doctrina; y donde tal Cátedra, una vez instituida, haya sido descuidada, que sea restaurada. Y para que no se difunda la impiedad bajo la apariencia de piedad, el mismo Santo Sínodo ordena que nadie sea admitido en este oficio de Profesor, ya sea público o privado, sin haber sido previamente examinado y aprobado por el Obispo del lugar en cuanto a su vida, conversación y conocimientos; lo cual, sin embargo, no se entiende para los Profesores de los Conventos de Monjes. Además, aquellos que enseñan la citada Sagrada Escritura, siempre que enseñen públicamente en las escuelas, así como los eruditos que estudian en esas escuelas, disfrutarán plenamente y poseerán, aunque estén ausentes, todos los privilegios que les concede el derecho común, en lo que se refiere a la recepción de los frutos de sus prebendas y beneficios.

CAPÍTULO II

Sobre los Predicadores de la Palabra de Dios y los cuestores de limosnas.


Pero viendo que la predicación del Evangelio no es menos necesaria para la comunidad cristiana que su lectura, y considerando que esta es la principal obligación de los Obispos, el mismo Santo Sínodo ha resuelto y decretado que todos los Obispos, Arzobispos, Primados y todos los demás Prelados de las iglesias estén obligados personalmente, si no se lo impide ningún impedimento legítimo, a predicar el Santo Evangelio de Jesucristo. Pero si sucediera que los Obispos y los demás mencionados anteriormente se vieran impedidos por algún impedimento legítimo, estarán obligados, de acuerdo con la forma prescrita por el Concilio General (de Letrán), a nombrar personas idóneas para desempeñar debidamente este oficio de predicación. Pero si alguno, por desprecio, no lo ejecutara, sea sometido a un castigo riguroso.

Los Arciprestes, Curas y todos aquellos que, de cualquier manera, tengan a su cargo iglesias parroquiales u otras iglesias que se ocupen del cuidado de las almas, deberán, al menos los días del Señor y en las fiestas solemnes, ya sea personalmente o, si se ven legalmente impedidos, a través de otras personas competentes, alimentar al pueblo que se les ha confiado con palabras sanas, de acuerdo con su propia capacidad y la de su pueblo; enseñándoles las cosas que es necesario que todos conozcan para la salvación, y anunciándoles con brevedad y sencillez de discurso los vicios que deben evitar y las virtudes que deben seguir, para que puedan escapar del castigo eterno y obtener la gloria del Cielo. Y si alguno de los mencionados descuida el cumplimiento de este deber, aunque alegue, por cualquier motivo, que está exento de la jurisdicción del Obispo, y aunque las iglesias puedan estar, de cualquier manera, exentas, o tal vez anexionadas o unidas a un Monasterio que esté incluso fuera de la Diócesis, no falte la vigilante solicitud pastoral de los Obispos, siempre que esas iglesias estén realmente dentro de su Diócesis; para que no se cumpla esta palabra: Los pequeños han pedido pan y no había quien se lo partiera. Por lo tanto, si, después de haber sido amonestados por el Obispo, descuidan este deber durante tres meses, que sean obligados por censuras eclesiásticas, o de otro modo, a discreción del mencionado Obispo; de tal manera que, incluso si le parece conveniente, se pague una remuneración justa, con los frutos de los beneficios, a otra persona para que desempeñe ese cargo, hasta que el Principal, arrepintiéndose, cumpla con su propio deber.

Pero si se encontrara alguna iglesia parroquial, sujeta a Monasterios que no pertenecen a ninguna Diócesis, si los Abades y Prelados regulares fueran negligentes en los asuntos antes mencionados, que sean obligados a ello por los Metropolitanos, en cuyas Provincias se encuentran dichas Diócesis, como Delegados de la Sede Apostólica para tal fin; ni la costumbre, ni la exención, ni la apelación, ni la reclamación, ni la acción de recuperación tendrán efecto para impedir la ejecución de este Decreto; hasta que un juez competente, que procederá de forma sumaria y examinará únicamente la veracidad de los hechos, haya tomado conocimiento del caso y haya dictado sentencia.

Los Religiosos, cualquiera que sea su Orden, no podrán predicar ni siquiera en las iglesias de su propia Orden, a menos que hayan sido examinados y aprobados en cuanto a su vida, costumbres y conocimientos por sus propios Superiores, y con su licencia; con dicha licencia estarán obligados a presentarse personalmente ante los Obispos y pedirles su bendición antes de comenzar a predicar. Pero, para predicar en iglesias que no sean las de su propia Orden, además de la licencia de sus propios Superiores, estarán obligados a tener también la licencia del Obispo, sin la cual no podrán en ningún caso predicar en dichas iglesias que no pertenezcan a su propia Orden; y los Obispos concederán dicha licencia gratuitamente.

Pero si, lo que Dios no quiera, un predicador difundiera errores o escándalos entre el pueblo, el Obispo prohibirá su predicación, aunque predique en un Monasterio de su propia orden o de otra Orden; mientras que, si predica herejías, procederá contra él según lo dispuesto por la ley o la costumbre del lugar, aunque dicho predicador alegue que está exento por un privilegio general o especial: en cuyo caso el Obispo procederá por autoridad apostólica y como Delegado de la Sede Apostólica. Pero los Obispos deben tener cuidado de que no se moleste al predicador, ni con acusaciones falsas ni de ninguna otra manera calumniosa, ni se tenga contra él ninguna causa justa de queja.

Además, los Obispos deben estar atentos para no permitir que nadie —ya sean aquellos que, siendo Religiosos de nombre, viven, sin embargo, fuera de sus Monasterios y fuera de la obediencia de su Instituto Religioso, o Sacerdotes seculares, a menos que sean conocidos por ellos y de moral y doctrina aprobadas— predique en su propia ciudad y Diócesis, ni siquiera con el pretexto de privilegio alguno; hasta que los dichos Obispos hayan consultado al respecto a la Santa Sede Apostólica, de la cual no es probable que personas indignas puedan obtener tales privilegios, salvo suprimiendo la verdad o profiriendo falsedades.

Los que piden limosna, comúnmente llamados cuestores, cualquiera que sea su condición, no se atrevan de ninguna manera, ni personalmente ni por medio de otros, a predicar; y los que contravengan esta norma, a pesar de cualquier privilegio, serán totalmente restringidos por los remedios adecuados, por el Obispo y los Ordinarios de los lugares.

INDICACIÓN DE LA PRÓXIMA SESIÓN

El Sagrado y Santo Sínodo también ordena y decreta que la primera sesión siguiente se celebre el jueves después de la fiesta del Bienaventurado Apóstol Santiago.

La sesión se prorrogó posteriormente hasta el 13 de enero de MDXLVII.


Continúa...
 

 
CUARTA SESIÓN
 

LA CARTA DEL P. JOSE AGUSTÍN DI NOIA A LA FSSPX (2012)

Publicamos la carta enviada por el vicepresidente de la Pontificia Comisión Ecclesia Dei, Monseñor Di Noia, al Superior General de la FSSPX, Monseñor Fellay, y a todos los sacerdotes de la Fraternidad el año 2012.


La carta fue calificada por el padre Lombardi (portavoz de la Santa Sede) como un “llamamiento personal” del arzobispo Di Noia.


Adviento 2012

Excelencia y queridos Hermanos Sacerdotales de la Fraternidad San Pío X:

Nuestra reciente declaración (28 de octubre de 2012) afirmó pública y autorizadamente que las relaciones de la Santa Sede con la Fraternidad Sacerdotal San Pío X se mantienen abiertas y esperanzadas. Hasta ahora, al margen de sus pronunciamientos oficiales, la Santa Sede, por diversas razones, se ha abstenido de corregir ciertas afirmaciones inexactas sobre su conducta y competencia en estas interacciones. Sin embargo, se acerca rápidamente el momento en que, en aras de la verdad, la Santa Sede se verá obligada a corregir algunas de estas inexactitudes. Particularmente dolorosas son las declaraciones que cuestionan el oficio y la persona del Santo Padre y que, en algún momento, exigirán una respuesta.

Las recientes afirmaciones de personas que ocupan puestos importantes de autoridad dentro de la Fraternidad no pueden sino suscitar preocupación sobre las perspectivas realistas de reconciliación. Cabe recordar, en particular, las entrevistas concedidas por el Superior de Distrito para Alemania, ex Superior General de la Fraternidad (18 de septiembre de 2012) y por el Primer Asistente General de la Fraternidad (16 de octubre de 2012), así como un sermón reciente del Superior General (1 de noviembre de 2012). El tono y el contenido de estas intervenciones han suscitado cierta perplejidad sobre la seriedad y, de hecho, la posibilidad misma de una conversación franca entre nosotros. Mientras la Santa Sede espera pacientemente una respuesta oficial de la Fraternidad, algunos de sus superiores emplean un lenguaje, en comunicaciones no oficiales, que a todo el mundo parece rechazar las mismas disposiciones, que se supone aún están en estudio, necesarias para la reconciliación y la regularización canónica de la Fraternidad dentro de la Iglesia Católica.

Es más, un repaso de la historia de nuestras relaciones desde la década de 1970 nos lleva a la aleccionadora conclusión de que los términos de nuestro desacuerdo sobre el Concilio Vaticano II se han mantenido, en la práctica, inalterados. Con autoridad magisterial, la Santa Sede ha mantenido consistentemente que los documentos del Concilio deben interpretarse a la luz de la Tradición y el Magisterio, y no al revés, mientras que la Fraternidad ha insistido en que ciertas enseñanzas del Concilio son erróneas y, por lo tanto, no son susceptibles de una interpretación acorde con la Tradición y el Magisterio. A lo largo de los años, este estancamiento se ha mantenido prácticamente inalterado. Los tres años de diálogos doctrinales recién concluidos, si bien permitieron un fructífero intercambio de opiniones sobre temas específicos, no modificaron fundamentalmente esta situación.

En estas circunstancias, aunque la esperanza sigue siendo fuerte, es evidente que debemos aportar algo nuevo a nuestras conversaciones si no queremos que la Iglesia, el público en general y, de hecho, nosotros mismos parezcamos estar enfrascados en un intercambio bienintencionado, pero interminable e infructuoso. Se necesitan nuevas consideraciones de carácter más espiritual y teológico, consideraciones que trasciendan los importantes, pero aparentemente insolubles, desacuerdos sobre la autoridad e interpretación del Concilio Vaticano II que ahora nos dividen; consideraciones que se centren más bien en nuestro deber de preservar y valorar la unidad y la paz divinamente queridas de la Iglesia.

Me parece oportuno presentar estas nuevas consideraciones en una carta personal de Adviento dirigida a usted y a los miembros de la Fraternidad Sacerdotal. Está en juego nada menos que la unidad de la Iglesia.

La preservación de la unidad de la Iglesia

En este contexto, me vienen a la mente las palabras de san Pablo: “Yo, preso por el Señor, os exhorto a vivir como es digno de la vocación con que habéis sido llamados, con humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia unos a otros por el amor, esforzándoos por conservar la unidad del Espíritu mediante el vínculo de la paz: un solo Cuerpo y un solo Espíritu, como también fuisteis llamados a una misma esperanza de vuestra vocación; un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo; un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, por todos y en todos” (Ef 4,1-6).

Con estas palabras, el apóstol Pablo nos exhorta a mantener la unidad de la Iglesia, la unidad que nos da el Espíritu y que nos une al único Dios “que está sobre todas las cosas, por todas las cosas y en todas las cosas” (Ef 4,6). La verdadera unidad es un don del Espíritu, no algo que nosotros mismos hemos creado.

Sin embargo, mediante nuestras acciones y decisiones podemos cooperar en la unidad del Espíritu o actuar en contra de sus impulsos. Por eso, San Pablo nos exhorta a “vivir como es digno de la vocación que habéis recibido” (Ef 4,1), a vivir de modo que podamos preservar este precioso don de la unidad.

Para perseverar en la unidad de la Iglesia, Santo Tomás de Aquino señala que, según San Pablo, “cuatro virtudes deben cultivarse y sus cuatro vicios opuestos deben evitarse” (Comentario a la Carta a los Efesios §191). ¿Qué impide la unidad? El orgullo, la ira, la impaciencia y el celo desmedido. Según Santo Tomás de Aquino, “el primer vicio que él [San Pablo] rechaza es el orgullo. Cuando una persona arrogante decide gobernar a otros, mientras que otros individuos orgullosos no quieren someterse, surge la disensión en la sociedad y desaparece la paz. ... La ira es el segundo vicio. Porque una persona iracunda tiende a infligir daño, ya sea verbal o físico, de lo cual se producen disturbios. ... El tercero es la impaciencia. Ocasionalmente, alguien que es humilde y apacible, absteniéndose de causar problemas, sin embargo no soportará con paciencia los agravios reales o intentados que se le hacen. ... Un celo desmesurado es el cuarto vicio. Desmesuradamente celosos por todo, los hombres juzgarán todo lo que ven, sin esperar el momento y el lugar adecuados; y surge una agitación en la sociedad” (ibid).

¿Cómo podemos superar estos vicios? San Pablo dice: “Con toda humildad y mansedumbre, soportándonos con paciencia unos a otros por el amor” (Efesios 4:2).

Según Santo Tomás de Aquino, la humildad, al reconocer la bondad de los demás y reconocer con precisión nuestras propias fortalezas y debilidades, nos ayuda a evitar la contienda en nuestras interacciones con los demás. La mansedumbre “suaviza las discusiones y preserva la paz” (Comentario a la Carta a los Efesios, §191). Nos ayuda a evitar las manifestaciones desmesuradas de ira, dándonos la serenidad para hacer lo que estamos llamados a hacer con un espíritu de ecuanimidad y paz. La paciencia nos permite soportar el sufrimiento cuando es necesario para el bien que buscamos, especialmente en el caso de un bien difícil o arduo, o cuando las circunstancias externas impiden el logro de la meta. La caridad expulsa el celo desmesurado al permitirnos apoyarnos mutuamente en la caridad, “soportando mutuamente los defectos de los demás por caridad” (ibid.). Santo Tomás aconseja: “Cuando alguien cae, no debe ser corregido de inmediato, a menos que sea el momento y el lugar para ello. Con misericordia, esto debe esperarse, pues la caridad todo lo sufre (1 Cor 13:7). No es que estas cosas se toleren por negligencia o consentimiento, ni por familiaridad o amistad carnal, sino por caridad. ... Ahora bien, nosotros, los que somos más fuertes, debemos soportar las flaquezas de los débiles (Ro 15:1)” (ibid.).

El prudente consejo de Santo Tomás puede sernos útil si nos dejamos moldear por su sabiduría. En los últimos cuarenta años, ¿ha faltado a veces humildad, mansedumbre, paciencia y caridad en nuestras relaciones mutuas?

Consideren estas palabras que el Papa Benedicto XVI escribió a sus hermanos obispos para explicar por qué promulgó el Motu Proprio Summorum Pontificum: “Al mirar atrás, a las divisiones que a lo largo de los siglos han desgarrado el Cuerpo de Cristo, uno tiene continuamente la impresión de que, en momentos críticos cuando surgían divisiones, los líderes de la Iglesia no hicieron lo suficiente para mantener o recuperar la reconciliación y la unidad. Uno tiene la impresión de que las omisiones de la Iglesia han tenido su parte de culpa en el hecho de que estas divisiones pudieran profundizarse. Esta mirada al pasado nos impone hoy una obligación: hacer todo lo posible para que todos aquellos que realmente desean la unidad puedan permanecer en ella o alcanzarla de nuevo” (Carta del 7 de julio de 2007).

¿Cómo podrían las virtudes de la humildad, la mansedumbre, la paciencia y la caridad moldear nuestros pensamientos y acciones? Primero, al esforzarnos humildemente por reconocer la bondad que existe en quienes discrepan, incluso en cuestiones aparentemente fundamentales, podemos abordar los asuntos controvertidos con un espíritu de apertura y buena fe. Segundo, al practicar la verdadera mansedumbre, podemos mantener un espíritu de serenidad, evitando la introducción de un tono divisivo o declaraciones imprudentes que ofendan en lugar de promover la paz y el entendimiento mutuo. Tercero, mediante la verdadera paciencia, reconoceremos que, en nuestro esfuerzo por alcanzar el arduo bien que buscamos, debemos estar dispuestos, cuando sea necesario, a aceptar el sufrimiento mientras esperamos. Finalmente, incluso cuando sintamos la necesidad de corregir a nuestros hermanos, debe ser con caridad, en el momento y lugar adecuados.

En la vida de la Iglesia, todas estas virtudes tienen como objetivo preservar “la unidad del Espíritu mediante el vínculo de la paz” (Ef 4,3). Si nuestras interacciones están marcadas por el orgullo, la ira, la impaciencia y el celo desmedido, nuestro afán desmedido por el bien de la Iglesia solo conducirá a la amargura. Si, por el contrario, por la gracia de Dios crecemos en verdadera humildad, mansedumbre, paciencia y caridad, nuestra unidad en el Espíritu se mantendrá y profundizaremos nuestro amor a Dios y al prójimo, cumpliendo plenamente la ley de Dios para nosotros.

Ponemos tanto énfasis en la unidad de la Iglesia porque refleja y está constituida por la comunión de la Santísima Trinidad. Como leemos en un sermón de san Agustín: “Tanto el Padre como el Hijo quisieron que tuviéramos comunión con ellos y entre nosotros; por este don que ambos poseen como uno, quisieron reunirnos y hacernos uno, es decir, por el Espíritu Santo, que es Dios y don de Dios” (Sermón 71.18).

La unidad de la Iglesia no es algo que alcancemos por nuestras propias fuerzas, sino un don de la gracia divina. Es en reconocimiento de este don que Agustín puede decir: “Pero quien es enemigo de la unidad no tiene parte en el amor de Dios”.

Por lo tanto, “aquellos que están fuera de la Iglesia no tienen el Espíritu Santo” (Epístola 185 §50). Estas son palabras escalofriantes: uno que es enemigo de la unidad se convierte en enemigo de Dios, porque rechaza el don que Dios nos ha otorgado. “¿Qué prueba hay de que amamos la fraternidad?” pregunta San Agustín. “Que no cortamos su unidad, porque mantenemos la caridad” (Homilías sobre la Primera Carta de Juan, 2.3). Escuchen lo que Agustín tiene que decir a los que dividen la Iglesia: “No tienen caridad porque, por causa de su honor, causan divisiones en la unidad. Entiendan de esto, entonces, que el espíritu es de Dios. ... Se están alejando de la unidad del mundo, están dividiendo la Iglesia con cismas, están destrozando el cuerpo de Cristo. Él vino en la carne para unirlo; Gritan para dispersarla” (ibid. 6.13). ¿Cómo podemos evitar convertirnos en enemigos de Dios? “Que cada uno se pregunte en su corazón. Si una persona ama a su hermano, el Espíritu de Dios mora en ella. Que se examine, que se examine ante los ojos de Dios. Que vea si hay en ella amor por la paz y la unidad, amor por la Iglesia extendida por toda la tierra” (ibid. 6.10).

¿Qué pasa con aquellos con quienes la comunión es difícil? Escuchen a San Agustín: “Amen a sus enemigos de tal manera que deseen que sean hermanos; amen a sus enemigos de tal manera que se sientan parte de su comunidad” (ibid. 1.9). Para Agustín, esta auténtica forma de amor solo puede venir como don de Dios: “Pidan a Dios que se amen los unos a los otros. Deben amar a todos, incluso a sus enemigos, no porque sean sus hermanos, sino para que se conviertan en sus hermanos, para que siempre estén encendidos en amor fraternal, ya sea hacia quien se ha convertido en su hermano o hacia su enemigo, para que, amándolo, se convierta en su hermano” (ibid. 10.7).

El ejemplo de amar a nuestros enemigos para que se conviertan en nuestros amigos proviene, en última instancia, de Cristo mismo: “Amémoslos, porque él nos amó primero” (4:19). Pues ¿cómo amaríamos si él no nos hubiera amado primero? Por su amor nos hicimos sus amigos, pero él nos amó como enemigos para que fuéramos sus amigos. “Él nos amó primero y nos dio los medios para amarlo” (ibid. 9.9).

Para San Agustín, la unidad de la Iglesia emana de la comunión de la Santísima Trinidad y debe mantenerse para permanecer en comunión con Dios mismo. Por la gracia de Dios, debemos preservar esta unidad con gran determinación, incluso si implica sufrimiento y paciencia: “Soportemos el mundo, soportemos las tribulaciones, soportemos los escándalos de las pruebas. No nos desviemos del camino. Aferrémonos a la unidad de la Iglesia, aferrémonos a Cristo, aferrémonos a la caridad. No nos dejemos separar de los miembros de su esposa, no nos dejemos separar de la fe, para que podamos gloriarnos en su presencia y permanezcamos seguros en él, ahora por la fe y luego por la visión, cuya prenda tenemos como don del Espíritu Santo” (ibid. 9.11).

El lugar de la fraternidad sacerdotal en la Iglesia

¿Qué se le pide entonces a la Fraternidad Sacerdotal en la situación actual? No que abandone el celo de su fundador, el arzobispo Lefebvre. ¡Todo lo contrario! Se les pide, más bien, que renueven la llama de su ardiente celo por formar hombres en el sacerdocio de Jesucristo. Sin duda, ha llegado el momento de abandonar la retórica áspera y contraproducente que ha surgido en los últimos años.

Es necesario recuperar ese carisma original confiado al Arzobispo Lefebvre: el carisma de la formación sacerdotal en la plenitud de la Tradición Católica, para ejercer un apostolado hacia los fieles que emana de dicha formación. Este fue el carisma que la Iglesia discernió cuando se aprobó por primera vez la Fraternidad Sacerdotal San Pío X en 1970. Recordamos el dictamen favorable del Cardenal Gagnon sobre su seminario de Ecône en 1987.

El auténtico carisma de la Fraternidad es formar sacerdotes para el servicio del pueblo de Dios, no para usurpar el oficio de juzgar y corregir la teología o la disciplina de otros dentro de la Iglesia. Su enfoque debe ser inculcar una sólida formación filosófica, teológica, pastoral, espiritual y humana a sus candidatos, para que prediquen la palabra de Cristo y actúen como instrumentos de la gracia de Dios en el mundo, especialmente mediante la solemne celebración del Santo Sacrificio de la Misa.

Ciertamente hay que prestar atención a los pasajes del Magisterio que parecen difíciles de conciliar con la enseñanza magisterial, pero estas cuestiones teológicas no deben ser el centro de vuestra predicación ni de vuestra formación.

Con respecto a la competencia para corregir, podríamos considerar el ejemplo de San Pío X y sus intervenciones sobre la música sacra. En 1903, San Pío promulgó el famoso Motu Proprio Tra le sollecitudini, promoviendo en toda la Iglesia una reforma de la música eclesiástica. Este documento, sin embargo, fue en cierto sentido la culminación de dos iniciativas anteriores del entonces Giuseppe Sarto: un voto sobre música sacra escrito a petición de la Congregación de los Sagrados Ritos en 1893, y una carta pastoral sobre la reforma de la música sacra a la Iglesia de Venecia, publicada en 1895.

Estos tres documentos contenían esencialmente el mismo mensaje; sin embargo, el primero era una sugerencia para la Curia Romana, el siguiente, una instrucción para los fieles bajo su jurisdicción como Patriarca de Venecia, y el tercero, un mandato para la Iglesia universal. Como Papa, San Pío X tenía la autoridad para abordar los abusos en la música eclesiástica en todo el mundo, mientras que como obispo solo podía intervenir en su diócesis. San Pío X pudo abordar los problemas de la Iglesia a nivel universal en sus prescripciones disciplinarias y doctrinales, precisamente gracias a su autoridad universal.

Incluso si estamos convencidos de que nuestra perspectiva sobre una cuestión controvertida es la correcta, no podemos usurpar el cargo de pontífice universal pretendiendo corregir públicamente a otros dentro de la Iglesia. Podemos proponer y buscar ejercer influencia, pero no debemos faltar al respeto ni actuar en contra de las autoridades locales legítimas. Debemos respetar los foros adecuados para los diferentes tipos de asuntos: es la fe la que debe predicarse desde nuestros púlpitos, no la interpretación más reciente de lo que consideramos problemático en un documento magisterial.

Ha sido un error convertir cada punto difícil en la interpretación teológica del Vaticano II en un asunto de controversia pública, tratando de influir en aquellos que no son teológicamente sofisticados para que adopten el propio punto de vista sobre cuestiones teológicas sutiles.

La Instrucción Donum Veritatis sobre la Vocación Eclesial del Teólogo (Congregación para la Doctrina de la Fe, 1990) establece que un teólogo “puede plantear cuestiones sobre la oportunidad, la forma o incluso el contenido de las intervenciones magisteriales” (§24), aunque “la disposición a someterse lealmente a la enseñanza del Magisterio en asuntos que en sí no son irreformables debe ser la regla”. Sin embargo, un teólogo no debe “presentar sus propias opiniones o hipótesis divergentes como si fueran conclusiones indiscutibles. El respeto a la verdad, así como al Pueblo de Dios, exige esta discreción (cf. Rm 14,1-15; 1 Co 8; 10,23-33). Por las mismas razones, el teólogo se abstendrá de expresarlas públicamente inoportunamente” (§27).

Si, tras una intensa reflexión por parte de un teólogo, persisten las dificultades, este “tiene el deber de exponer a las autoridades magisteriales los problemas que plantea la enseñanza en sí, los argumentos propuestos para justificarla o incluso la forma en que se presenta. Debe hacerlo con espíritu evangélico y con un profundo deseo de resolver las dificultades. Sus objeciones podrían entonces contribuir a un progreso real y servir de estímulo al Magisterio para proponer la enseñanza de la Iglesia con mayor profundidad y con una presentación más clara de los argumentos. En casos como estos, el teólogo debe evitar recurrir a los medios de comunicación, sino recurrir a la autoridad responsable, pues no es ejerciendo presión sobre la opinión pública como se contribuye a la clarificación de las cuestiones doctrinales ni se presta servicio a la verdad” (§30).

Esta parte de la tarea del teólogo, actuando con espíritu leal, animado por el amor a la Iglesia, puede ser a veces una prueba difícil. “Puede ser un llamado a sufrir por la verdad, en silencio y oración, pero con la certeza de que, si la verdad realmente está en juego, finalmente prevalecerá” (§31).

Sin embargo, el análisis crítico de las actuaciones del Magisterio no debe convertirse nunca en una especie de “magisterio paralelo” de teólogos (cf. § 34), sino que debe someterse al juicio del Sumo Pontífice, que tiene “el deber de salvaguardar la unidad de la Iglesia, con la solicitud de ofrecer ayuda a todos para responder adecuadamente a esta vocación y a la gracia divina” (Carta Apostólica Ecclesiae Unitatem, § 1).

Así, podemos ver que, para quienes dentro de la Iglesia tienen el mandato canónico o la misión de enseñar, existe espacio para un compromiso verdaderamente teológico y no polémico con el Magisterio. Sin embargo, intelectualmente hablando, no podemos conformarnos con generar y mantener la controversia. Los problemas teológicos difíciles solo pueden abordarse adecuadamente mediante la analogía de la fe, es decir, la síntesis de todo lo que el Señor nos ha revelado. Debemos ver cada doctrina y artículo de fe como un apoyo mutuo, y aprender a comprender las conexiones internas entre cada elemento de nuestra fe.

Para estudiar teología, es necesario contar con una formación cultural, bíblica y filosófica adecuada. Pienso, por ejemplo, en un pasaje del Código de Derecho Canónico de 1917, impreso en la introducción de la edición inglesa de Benziger de 1947 de la Summa Theologiae: “Los religiosos que ya hayan estudiado humanidades deben dedicarse al menos dos años a la filosofía y cuatro años a la teología, siguiendo la enseñanza de Santo Tomás, conforme a las instrucciones de la Santa Sede” (CIC 1917, can. 589). Consideremos la sabiduría que encierra esta directiva: la teología solo debe ser cursada por quienes hayan recibido una formación adecuada tanto en humanidades como en filosofía. Recientemente, la Congregación para la Educación Católica ha exigido que el estudio de la filosofía se prolongue durante tres años durante la formación sacerdotal. Sin esta amplitud de conocimientos, nuestra investigación teológica carecerá de la rica cultura en la que se arraigó la fe, indispensable para comprender plenamente los conceptos y términos filosóficos que subyacen a las formulaciones doctrinales de la Iglesia.

Si nos concentramos sólo en las cuestiones más difíciles y más controvertidas —que, por supuesto, necesitan recibir una atención cuidadosa— podríamos con el tiempo perder el sentido de la analogía de la fe y empezar a ver la teología principalmente como una especie de dialéctica intelectual de afirmaciones en competencia, en lugar de como un compromiso sapiencial con el Dios vivo que se nos ha revelado en Jesucristo y que inspira nuestro estudio, nuestra predicación, nuestro cuidado pastoral a través del Espíritu Santo.

Conclusión

El Papa Benedicto XVI, en su magnánimo ejercicio del munus Petrinum, se esfuerza por superar las tensiones que han existido entre la Iglesia y su Fraternidad. ¿Traería una reconciliación eclesial plena el fin inmediato de la sospecha y el resentimiento que hemos experimentado? Quizás no tan fácilmente

Pero lo que buscamos no es una obra humana: buscamos la reconciliación y la sanación por la gracia de Dios bajo la guía amorosa del Espíritu Santo. Recordemos los efectos de la gracia articulados por Santo Tomás: sanar el alma, desear el bien, llevar a cabo el bien propuesto, perseverar en el bien y, finalmente, alcanzar la gloria (cf. Summa Theologiae 1a.2ae, 111, 3).

Nuestras almas necesitan primero ser sanadas, ser purificadas de la amargura y el resentimiento que provienen de treinta años de sospecha y angustia por ambas partes. Necesitamos orar para que el Señor nos sane de cualquier imperfección que haya surgido precisamente a causa de las dificultades, especialmente el deseo de una autonomía que, de hecho, está fuera de las formas tradicionales de gobierno de la Iglesia. El Señor nos da la gracia de desear ciertos bienes, en este caso el bien de la plena unidad y comunión eclesial. Este es un deseo que muchos compartimos humanamente, pero lo que necesitamos del Señor es que deje que este deseo inunde nuestras almas, para que podamos desear con el mismo deseo de Cristo “ut unum sint”.

Solo entonces la gracia de Dios nos permite llevar a cabo el bien propuesto. Es Él quien nos impulsa a buscar la reconciliación y la lleva a término.

Este es un momento de inmensa gracia: abracémoslo con todo nuestro corazón y mente. Mientras nos preparamos para la venida del Salvador del mundo durante este Adviento del Año de la Fe, oremos y esperemos con valentía: ¿no podemos también anticipar la anhelada reconciliación de la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X con la Sede de Pedro?

El único futuro imaginable para la Fraternidad Sacerdotal pasa por el camino de la plena comunión con la Santa Sede, con la aceptación de una profesión incondicional de la fe en su plenitud y, por lo tanto, con una vida eclesial, sacramental y pastoral debidamente ordenada.

Habiendo recibido del Sucesor de Pedro este encargo de ser instrumento de reconciliación con la Fraternidad Sacerdotal, me atrevo a hacer mías las palabras del Apóstol Pablo al exhortarnos “a vivir como es digno de la vocación que habéis recibido, con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en el amor, solícitos en conservar la unidad del Espíritu mediante el vínculo de la paz”.

Sinceramente suyo en Cristo,

+ J. Agustín Di Noia, OP