sábado, 30 de noviembre de 2024

CATECISMO DE TRENTO (1566) - DE LA TERCERA PETICION


CUARTA PARTE

DEL CATECISMO ROMANO

CAPITULO XII

DE LA TERCERA PETICION

Hágase tu voluntad

Habiendo dicho Cristo Señor nuestro: No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos; sino el que hiciere la voluntad de mi Padre que está en los Cielos, este entrará en el reino de los Cielos; todos los que desean llegar al Reino celestial, deben pedir a Dios que se haga su voluntad. Y por esto se puso aquí esta petición seguida inmediatamente a la petición del Reino de los Cielos.

Más para que entiendan los fieles lo muy necesario que es lo que pedimos aquí, y las grandes riquezas de saludables dones que conseguimos, si lo alcanzamos, declararán los Párrocos, a cuantas miserias y desdichas quedó sujeto el linaje de los hombres por el pecado del primer Padre.

Desde el principio imprimió Dios a todas las criaturas apetito de su propio bien; para que con esta natural inclinación buscasen y anhelasen a su fin. Y nunca se extravían del camino, si no se les pone algún impedimento de afuera. Tuvo también el hombre en su principio esta inclinación y apetito de anhelar a su fin que es Dios, Autor y Padre de su bienaventuranza, y tanto más noble y excelente, cuanto él era capaz de razón y consejo. Pero habiendo conservado las demás criaturas incapaces de razón este amor engendrado con ellas (porque como fueron criadas por naturaleza buenas, así se mantuvieron, y permanecen hoy en el mismo estado y condición) el miserable linaje humano no siguió su camino. Porque no solo perdió los bienes de la justicia original, con los que fue dotado y enriquecido por Dios sobre toda virtud de su naturaleza; sino que oscureció también aquel primer amor de la virtud injerto en su alma. Todos -dice el profeta- se torcieron, todos a una se hicieron inútiles; No hay quien obre bien, no hay siquiera uno. Porque los sentidos y pensamientos del corazón del hombre están inclinados al mal desde su mocedad. Para que de aquí pueda entenderse con facilidad, que ninguno puede gustar saludablemente de las cosas buenas; sino que todos están inclinados al mal, y que son innumerables las aficiones y apetitos estragados de los hombres; pues están prontos y con ardiente ímpetu se dejan arrebatar por la ira, por el odio, por la soberbia, por la ambición, y por casi todo género de males. 

Y aunque continuamente nos hallamos metidos entre tantos males, con todo eso, muchísimos de ellos en manera ninguna nos parecen males; que es la mayor miseria que podemos tener. Esto prueba una muy grande calamidad en los hombres; que obcecados con sus antojos y apetitos, no pueden ver que las cosas que juzgan saludables, son muchas veces pestíferas; antes se arrojan precipitados a esos mismos males perniciosos, como si fueran bienes muy apetecibles, y miran con horror y como contrarias las cosas que verdaderamente son honestas y buenas. Esta opinión y juicio corrompido, reprueba Dios con estas palabras: ¡Ay de los que decís lo bueno malo, y lo malo bueno, poniendo las tinieblas por luz y la luz por tinieblas, poniendo lo amargo por dulce y lo dulce por amargo

Para ponernos pues las Letras divinas estas miserias delante de los ojos, nos comparan a los que perdieron el verdadero sentido de gustar, por lo cual miran con gran hastío los manjares saludables, y apetecen los dañosos. También nos asemejan a los enfermos. Porque así como estos, mientras no mejoran, no pueden cumplir los oficios y cargos de los que están sanos y buenos, así no podemos ejercitar nosotros las obras que son agradables a Dios sin el auxilio de la divina gracia. 

Y si estando así indispuestos hacemos algunas cosas buenas, son levísimas y de poco o ningún momento para conseguir la eterna salud. Pero jamás podremos si no somos fortalecidos con el socorro de la divina gracia amar y adorar a Dios, como es debido. Porque esto es cosa mayor y más alta, de lo que nosotros, caídos en tierra, podemos alcanzar por fuerzas humanas. 

Aunque para significar la miserable condición del linaje humano, también es muy propia la comparación, de que somos como los niños, los que dejados a su libertad se mueven a todo sin consideración. Es así que somos niños e imprudentes, dados a parlerías y acciones vanas si nos desampara el socorro de Dios. Porque así nos reprende la Sabiduría: ¿Hasta cuándo, niños, amaréis la infancia, y apetecerán los necios las cosas que les son perjudiciales? Y el Apóstol exhorta de este modo: No seáis niños en vuestros sentimientos. Y aún en mayor vanidad y error andamos, que aquella edad pueril. Porque a esta solo falta la prudencia humana, la que con el tiempo puede alcanzar por sí; pero a la prudencia divina que es necesaria para la salvación, en manera ninguna podemos aspirar sin el favor y ayuda de Dios. Porque si su Majestad no nos socorre pronto con su gracia, desechamos los verdaderos bienes, y voluntariamente nos precipitamos en la perdición. 

Pero si alguno habiendo ahuyentado con la divina luz la oscuridad del alma, llega a ver estas miserias de los hombres, y libre de aquella insensatez, experimenta la ley de la carne, y reconoce los apetitos sensuales que repugnan al espíritu, y considera asimismo toda la inclinación de nuestra naturaleza a lo malo; ¿cómo podrá menos que buscar con ardientes deseos remedio oportuno para una enfermedad tan grave, como la que nos aflige por lo viciado de la naturaleza, y de pedir con instancia la regla saludable, con la cual debe ajustarse, y medirse la vida de un hombre cristiano? 

Pues esto es lo que pedimos cuando rogamos así a Dios: Hágase tu voluntad. Porque como caímos en estas miserias por haber negado la obediencia a Dios y menospreciado su voluntad, el remedio único que para tantos males nos dejó su providencia divina es, que últimamente vivamos según la voluntad de Dios, la que habíamos despreciado pecando, y que midamos por esta regla todos nuestros pensamientos y acciones. Y para que lo podamos conseguir, pedimos rendidamente a Dios: Hágase tu voluntad.

Con igual encarecimiento tienen que hacer esta petición aquellos en cuyas almas reina ya Dios, y que ilustrados ya con los rayos de la divina luz, cumplen por beneficio de la gracia la voluntad de Dios. Porque aunque se hallen en tan buen estado, con todo eso les hacen mucha guerra las propias pasiones por la inclinación al mal, entrañada en los sentidos de los hombres. Y así aunque seamos justos, tenemos en esta parte mucho por que temer de nosotros mismos; no sea que atraídos, y acariciados por las concupiscencias que guerrean en nuestros miembros, volvamos a salirnos del camino de la salud. Sobre este peligro nos avisó Cristo Señor nuestro por estas palabras: Velad, y orad, porque no entréis en tentación. El espíritu está pronto, más la carne débil

Porque no está en mano del hombre, aunque sea en la de aquel que está justificado por la gracia de Dios, tener tan domados los movimientos de la carne, que jamás vuelvan a recalcitrar. Porque la gracia de Dios sana el alma de los que están justificados; más no sana la carne. Acerca de esto dijo el Apóstol: Sé ciertamente, que no mora en mí, esto es, en mi carne, el bien. Porque una vez que perdió el primer hombre la justicia original, con la cual se regían las pasiones como con un freno, no pudo después la razón en manera ninguna traerlas tan a raya, que no apetezcan aún aquellas cosas que repugnan a la razón misma. Y así dice el Apóstol, que mora en aquella parte del hombre el pecado, esto es el fomite del pecado, para que tengamos entendido, que no está aposentado en nosotros por algunos días como un huésped; sino que mientras vivimos, está siempre de asiento en nuestros miembros como morador de nuestro cuerpo. Estando pues de continuo combatidos por enemigos caseros e interiores, dicho se está, que hemos de recurrir al auxilio de Dios, y pedirle que se haga su voluntad en nosotros. Pero ya es razón hacer saber a los fieles cuál sea el sentido de esta petición. 

Y omitiendo sobre este punto muchas cosas que útil y copiosamente se disputan por los Doctores Escolásticos acerca de la voluntad de Dios, decimos: que en este lugar se toma por aquella voluntad que suelen llamar Signo: Esto es, por aquello que Dios nos manda, o nos aconseja que hagamos, o que dejemos de hacer. Y así están aquí comprendidas por el nombre de voluntad todas aquellas cosas, que se nos proponen, para conseguir la bienaventuranza celestial, sean pertenecientes a la fe o a las costumbres: en suma, todo aquello que Cristo Señor nuestro por sí o por su Iglesia nos ha mandado o prohibido hacer. De esta voluntad escribe así el Apóstol: No seáis imprudentes, sino entendedores de cuál sea la voluntad de Dios

Cuando pedimos pues: Hágase tu voluntad, primeramente pedimos, que el Padre celestial nos dé fuerzas para guardar sus divinos mandamientos, y para servirle en santidad y justicia por toda nuestra vida; que hagamos todas las cosas según su ley y voluntad; que cumplamos todos aquellos oficios de que somos amonestados en las Sagradas Escrituras; que siendo nuestra guía y nuestro Autor, obremos como corresponde a los que son nacidos, no de la voluntad de la carne, sino de Dios, siguiendo el ejemplo de Cristo Señor nuestro, quien se hizo obediente hasta la muerte y muerte de cruz, y que estemos prontos para pasar antes por todos los tormentos, que apartarnos un ápice de su voluntad. 

Pero ninguno hace esta petición con más ardor, ni con mayores veras, que aquel a quien ha sido concedido entender la suma dignidad de los que obedecen a Dios. Porque este es el que sabe, con cuánta verdad se dice: Servir a Dios, y obedecerle es reinar. Cualquiera -dice el Señor- que hiciere la voluntad de mi Padre que está en los Cielos, ese es mi hermano, mi hermana y mi Madre Esto es, estoy con él muy estrechado con todos los lazos de amor y benevolencia. Apenas habrá uno de los Santos que no pidiese con gran ahínco a Dios el don particular de esta petición. Y todos se valieron de esta oración a la verdad excelente, aunque muchas veces variada. Pero entre todos vemos maravilloso y suavísimo a David, quien pide esto con gran variedad. Porque ahora dice: ¡Ojalá se dirijan mis caminos, para guardar tus justificaciones! Ahora: Llévame por la senda de tus mandamientos. Ya: Endereza mis pasos según tu palabra, porque no reine en mi maldad ninguna. Y a esto pertenecen también aquellas expresiones: Dame entendimiento, para que aprenda tus mandamientos, y enséñame tus juicios. Dame entendimiento, para que sepa tus testimonios. Muchas veces también trata y maneja la misma sentencia con otras palabras; Y estos lugares se han de notar con cuidado y explicarse a los fieles, para que entiendan todos, cuánta abundancia y riqueza de saludables bienes hay encerrada en la primera parte de esta petición. 

En segundo lugar cuando pedimos: Hágase tu voluntad: abominamos las obras de la carne, de las cuales escribe el Apóstol: Manifiestas son las obras de la carne; que son fornicación, inmundicia, impureza, lujuria, etc. Y: Si viviereis según la carne, moriréis. Y pedimos que no permita Dios que hagamos las cosas que nos persuaden nuestros sentidos, antojos y flaquezas, sino que en todo se gobierne nuestra voluntad por la suya. Muy lejos están de esta voluntad los hombres entregados a deleites, que están sumergidos en los cuidados y pensamientos de las cosas terrenas. Porque se dejan llevar arrebatados por sus apetitos, a gozar de lo que se les antoja, y poner la felicidad en el logro de sus desordenados deseos, de manera que, aún llaman dichosos a los que consiguen cuanto apetecen. Más nosotros por el contrario pedimos a Dios, como dice el Apóstol, que no hagamos caso de los antojos de la carne, sino que se haga la voluntad de Dios. 

Aunque no nos vencemos fácilmente a pedir a Dios, que no satisfaga a nuestros apetitos. Porque este vencimiento del ánimo trae consigo la dificultad, de que pidiendo esto parece que en alguna manera nos aborrecemos a nosotros mismos; y esto también lo tienen por locura, los que están del todo pegados al cuidado de su carne. Pero nosotros pasemos de buena gana por la nota de locos por amor a Cristo, cuya es aquella sentencia: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo. Mayormente sabiendo, que es mucho mejor desear lo que es recto y justo, que conseguir lo que es ajeno de razón, de virtud y de las leyes de Dios. Y a la verdad en peor estado se halla el que alcanzó lo que deseaba temerariamente y a impulsos de su apetito, que el que dejó de lograr lo que deseaba muy concertadamente. 

Y no solo pedimos a Dios que no nos conceda, lo que nosotros mismos apetecemos por propia inclinación, cuando nuestro deseo es claramente malo; sino también que no nos dé lo que a veces pedimos como bueno a persuasión o impulso del demonio disfrazado de ángel de luz. Muy justo y muy lleno de piedad parecía el deseo del Príncipe de los Apóstoles, cuando intentaba retraer al Señor del propósito de ir a padecer muerte. Sin embargo le reprendió agriamente su Majestad: porque se gobernaba, no por razón divina, sino por afectos humanos. ¿Qué cosa al parecer de mayor amor hacia Cristo se pudo haber pedido, que lo que los discípulos Santiago y San Juan que airados contra los Samaritanos, que no quisieron hospedar a su divino Maestro, le pidieron mandase bajar fuego del Cielo, que consumiese aquellos duros e inhumanos? Más fueron reprendidos por Cristo Señor nuestro con estas palabras: No sabéis, de que espíritu sois hijos. No vino el hijo del hombre a perder las almas, sino a salvarlas

Pero no solo se ha de pedir a Dios que se haga su voluntad, cuando es malo lo que deseamos, o tiene apariencia de mal, sino también cuando en realidad no es cosa mala, como cuando sigue la voluntad la primer inclinación de la naturaleza, apeteciendo lo que la conserva y desechando lo que le parece contrario. Por esto, cuando llegue el caso de pedir cosas de esta calidad, digamos con todas veras: Hágase tu voluntad. Imitemos al mismo Señor, de quien hemos recibido la salud y la doctrina de la salud, quien siendo conmovido del temor natural de los tormentos y atrocísima muerte, con todo eso, en medio del horror del mayor de los dolores, resignó su voluntad en la del Padre eterno, diciendo: No se haga mi voluntad, sino la tuya

Pero está el linaje de los hombres tan extrañamente corrompido y dañado, que aún después de haber hecho fuerza a sus apetitos, y sujetado su voluntad a la divina, todavía no pueden evitar los pecados sin el auxilio de Dios, con el cual somos defendidos del mal y encaminados al bien. Debemos pues recurrir a esta petición, y suplicar a su Majestad, que perfeccione la obra comenzada, que refrene los movimientos concertados de la concupiscencia, que haga los apetitos obedientes a la razón, y en fin, que nos conforme en todo con su voluntad. Pedimos también, que toda la tierra reciba el conocimiento de la voluntad de Dios: para que aquel misterio escondido desde los siglos y generaciones se haga notorio y manifiesto a todos. 

Así en la tierra, como en el Cielo 

Demás de esto pedimos la forma y el modo de cumplir esta voluntad: conviene a saber, que nos ajustemos con aquella regla, que guardan en el Cielo los Santos Ángeles, y observa todo el Coro de los Bienaventurados; para que así como ellos obedecen a la Majestad de Dios con toda voluntad y sumo placer, así obedezcamos nosotros de muy buena gana a la voluntad divina y en aquella manera señaladamente que quiere su Majestad. 

Más aún en las obras y servicios que hacemos a Dios, requiere de nosotros un amor sumo, y una caridad singularísima; de modo que, aunque nos hayamos enteramente sujetado a servir a Dios por la esperanza de los premios del Cielo, con todo esperemos esos premios, porque plugo a su divina Majestad, que tuviésemos esa esperanza. Por lo tanto toda nuestra esperanza ha de estar apoyada en el amor de Dios, quien quiso proponer por premio a nuestro amor la eterna bienaventuranza. Porque hombres hay que sirven a uno con lealtad y amor; pero ordenan este amor al interés por cuya causa le sirven. Otros hay también que únicamente sirven movidos de caridad y piedad, sin mirar otra cosa que aquel a quien sirven, que su bondad y virtud, y considerando y admirando esto, se tienen por dichosos en poderle hacer algún servicio. 

Pues este último modo de servir es el sentido de esas palabras que se añaden: Así en la tierra como en el Cielo; porque hemos de hacer todos los esfuerzos posibles por ser obedientes a Dios al modo que según dijimos, lo son aquellos bienaventurados espíritus, cuyas alabanzas por una tan perfecta obediencia celebra David, diciendo: Bendecid al Señor, todas sus virtudes y sus Ministros, que hacéis su voluntad. Pero si alguno siguiendo a San Cipriano explica esas palabras de manera, que diga: En el Cielo, en los buenos y justos, y en la tierra en los pecadores y malos, aprobamos también su sentimiento: como el que se entienda por el Cielo el espíritu, y por la tierra la carne; para que todos y todas las cosas estén obedientes a la voluntad de Dios en todo y por todo. 

Contiene además de esto esta petición acción de gracias. Porque veneramos la voluntad santísima de Dios, y llenos del mayor gozo celebramos con sumas alabanzas y plácemes todas sus obras, teniendo por muy cierto que todo lo hizo bien. Porque constando que Dios es todopoderoso, necesariamente se sigue que entendamos, haber sido hechas todas las cosas por su voluntad. Y cuando sobre esto decimos que Él mismo es el sumo bien, como es así, confesamos que nada hay en sus obras que no sea bueno: pues Él mismo comunicó a todas su bondad. Y aunque no alcanzamos en todas las cosas los designios de Dios, sin embargo en todas despreciando la duda, y desechando toda perplejidad, protestamos con el Apóstol: que sus caminos son inescrutables. Más por lo que principalmente veneramos también la voluntad de Dios, es por haberse dignado comunicarnos su divina luz; pues sacándonos del poder de las tinieblas nos trasladó al Reino del Hijo de su amor. 

Y para declarar últimamente lo que pertenece a la meditación de esta petición, se ha de volver a lo que tocamos al principio: que debe el pueblo fiel hacer esta petición con ánimo rendido y humilde, considerando atentamente aquella fuerza de las pasiones tan arraigada en la naturaleza y tan repugnante a la voluntad divina; y pensando que en este punto es vencido de todas las criaturas de las cuales está escrito: Todas las cosas te sirven, Señor, y que es en tal manera frágil, que no solamente no puede acabar obra alguna agradable a Dios, más ni empezarla siquiera, si no es socorrido con la ayuda de Dios. Y no habiendo cosa, como ya dijimos, ni más noble, ni más esclarecida que servir a Dios y guardar sus divinos mandamientos, ¿qué puede haber tan apetecible para el Cristiano como andar en los caminos del Señor, nada revolver en su ánimo, nada poner por obra, que sea contrario a la voluntad divina? Pues para que abrace este tenor de vida, y después de empezado persevere en él con todo desvelo, tome de los divinos libros los ejemplos de aquellos, a quienes todas las cosas sucedieron mal, por no haber arreglado sus consejos por la voluntad de Dios. 

Últimamente se enseñará a los fieles que descansen en la sencilla y absoluta voluntad de Dios. El que pensare que se halla en lugar inferior al que pide su dignidad, lleve su condición con igualdad de ánimo, no invierta su orden, sino persevere en aquella vocación para que fue llamado, y rinda su propio juicio a la voluntad de Dios, quien mira por nosotros aún mejor de lo que podemos desear. Si nos oprime la pobreza, si las enfermedades y persecuciones, si otras molestias y angustias, se ha de tener por cierto y por sentado, que nada de esto puede sobrevenirnos sin la voluntad de Dios, que es la razón suprema de todas las cosas; y así que no por eso nos hemos de alterar demasiado, sino sufrirlo con ánimo constante, trayendo siempre en la boca: Hágase la voluntad del Señor, y lo del santo Job: Como plugo el Señor, así se hizo. Sea bendito el nombre del Señor


EL SATANISMO EN EL DOMINIO DEL HOMBRE

Un comentario sobre figuras de terror en espadas y navajas ofrecidas en los principales catálogos

Por Marian T. Horvat, Ph.D.


La semana pasada hice un comentario sobre la infiltración del satanismo en los muebles de la casa y el jardín. Hoy tengo a mano algunos catálogos diferentes, algunos más orientados a los hombres, que presentan cuchillos, espadas y otros elementos decorativos para el estudio, la oficina o la biblioteca.

Estos catálogos no están dirigidos a los grupos ocultistas; se envían al amante de la naturaleza o al coleccionista medio de armas, cuchillos y artículos relacionados. Lo que es interesante observar es la cantidad de artículos de tipo “ocultista” que se ofrecen. Si esto hubiera sucedido hace unos diez o veinte años, estoy seguro de que se habrían producido quejas y tal vez incluso indignación general. Hoy en día casi nadie pestañea o piensa dos veces ante las piezas extrañas y diabólicas.

No haré comentarios largos porque aquí se aplican los mismos principios expuestos en el artículo anterior. En resumen, aprovechando el liberalismo, esta última moda está introduciendo el satanismo y lo macabro en la vida normal como algo novedoso pero inofensivo.


La placa con espadas es un elemento decorativo tradicional que da un ambiente masculino a un estudio, una oficina o una biblioteca. En esta Figura, en lugar del escudo habitual en el centro, se encuentra la cara de un monstruo muy similar al diablo.


En el mismo catálogo, encontramos una espada con hoja de acero llamada "La espada del poder" (arriba). En su pomo se puede distinguir claramente un diablo con cuernos curvados, orejas descomunales y una boca distorsionada; su hoja está inscrita con misteriosos símbolos que supuestamente imparten un poder mágico. ¿De dónde viene este poder? Claramente, es el diablo ofreciendo su oscura "protección".

"Tu espada merece este soporte de doble dragón", se le dice al entusiasta coleccionista de espadas, unas páginas más adelante en el catálogo. En la Figura superior, se observan dos demonios-serpientes con la boca abierta y silbando que están enroscados y listos para atacar. Puedes colocar tu espada de colección alemana o de caballería tradicional en ella. 


Pero quizá sea más adecuada para el artilugio anterior, la extraña "Espada de fantasía" (arriba), que se ofrece en la misma sección. Su guarda cruzada presenta un monstruo de tipo demoníaco con la figura de un espeluznante búho en cada ala. Una serpiente rodea la empuñadura y su cabeza aparece sobre el pomo, que es una calavera coronada.


La empuñadura de otra “espada de fantasía” (arriba) está cubierta de cuerpos de serpientes retorcidas acentuados por una cabeza de cabra demoníaca con ojos de joyas rojas que le dan un efecto más espeluznante. Lo que solía considerarse oculto y demoníaco ahora se denomina simplemente “fantasía”.


Una extraña navaja automática ha sido rebautizada como “Winged Skull Folder” (Carpeta de calavera alada). Su empuñadura es una criatura esquelética alada.


Las calaveras estilizadas y los monstruos diabólicos también son motivos comunes para las camisetas de manga larga (arriba). Se pueden conseguir camisetas de manga corta similares en Internet o en los centros comerciales. En esta imagen, puede ver cómo el diseño de la “calavera blanca llameante” de la camiseta de la parte superior izquierda se repite en la manga, dando la impresión de un alma perdida cayendo al infierno.


Otro catálogo dirigido a un público similar ofrece "a elegir" entre un monstruo de uno o dos cuernos (arriba) para su colección de puñales.


En la misma página hay más dagas (arriba) con mangos tallados como cabezas de demonios, algunas alineadas a modo de tótem macabro.


En la sección de amantes de la naturaleza de ese catálogo, se encuentra la figura de arriba: un macabro desollador de animales "para el cazador experimentado". Un diablo con alas de murciélago hace de guarda cruzada, la empuñadura es una serpiente y el pomo, una calavera sonriente. El soporte de esta "pieza artística" es otra calavera con aspecto menos amable…

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Estos son algunos de los elementos satánicos y ocultistas que aparecen con sorprendente regularidad en los catálogos estándar de cuchillos y artículos para actividades al aire libre.

¿Qué sentido tiene? Los liberales dirían que no tiene ningún sentido. "Le estás dando demasiada importancia a una nueva tendencia extraña pero inofensiva..."

No estoy de acuerdo. El objetivo final del Diablo es presentarse tan horrendo como es en realidad, y ser aceptado y adorado como tal. La adoración de Satán es la última fase de un proceso secular que se denomina Revolución. Este no es el lugar para profundizar en ese proceso (los lectores interesados encontrarán una sinopsis en Revolución y contrarrevolución: descripción general)

Baste decir que estas tendencias, en mi opinión, sirven claramente a un propósito. Actúan para hacer del Diablo una figura popular, y proporcionan una especie de reeducación psicológica del hombre para que pueda aceptar al Diablo, tal como es, sin ningún temor u horror.



¿LA IGLESIA CATÓLICA PROHÍBE QUE SE LEA LA BIBLIA? (30)

La Iglesia muestra cuanto caso hace de la palabra de Dios, y no como esos temerarios innovadores; los cuales bajo pretexto de poner aquella divina palabra al alcance de todos, la han arrojado al cieno y profanado indignamente.

Por Monseñor De Segur (1862)


La Iglesia, que ha recibido de las manos de Dios las Santas Escrituras, no tiene deseo más grande que el de ver a sus hijos nutriéndose de la divina palabra y meditando sus oráculos. Sin embargo, ella quiere que esta lectura excelente, vaya acompañada de ciertas precauciones, que la fe y la experiencia prescriben igualmente a su maternal prudencia. La Iglesia se acuerda de que Satanás se sirvió de la Sagrada Escritura, para tentar a Jesucristo en el desierto; como también de que los escribas y fariseos combatían al Divino Maestro y a sus Apóstoles, en nombre de la palabra de Dios. 

No olvida tampoco la Iglesia, que el príncipe de los Apóstoles San Pedro, el primer Papa, hablando de las Escrituras divinamente inspiradas, enseñaba: “Que hay en ellas pasajes difíciles de comprender, los cuales hacen servir para su propia ruina, depravándolos, algunos hombres sin doctrina y de voluble espíritu, y que lo mismo sucede con todas las Escrituras”

Más aún: la misma Sagrada Escritura es la que obliga a la Iglesia a dar con prudencia este divino alimento a sus hijos. La experiencia se une a la fe en esta materia tan grave; y el ejemplo de lo sucedido con todos los herejes, especialmente con los herejes modernos, la ha hecho ver que esa lectura de la Biblia pudiera ser muy peligrosa en ciertas condiciones, y especialmente en las traducciones hechas a la lengua vulgar. De todo esto ha sacado la Iglesia algunas reglas muy sencillas y muy sabias, las cuales han sido impuestas por ella, no para impedir la lectura de la Biblia, sino para evitar los peligros que la acompañan.

La primera de esas reglas es que debemos recibir de los legítimos pastores de la Iglesia, solamente de ellos, el texto y la interpretación de la Sagrada Escritura, no sea que, como añade el Apóstol San Pedro: “hechos juguete de los errores de falsos doctores, los cristianos pierdan aquella solidez de doctrina que les es propia”. “Ne insipientium errore traducti, excidatis a propia firmitate”.

Luego la Iglesia ordena que no se haga uso sino de ciertas traducciones de la Sagrada Escritura, cuidadosamente examinadas y aprobadas por la autoridad eclesiástica, para que así los fieles, cuando la lean, estén seguros de que leen la palabra de Dios y no la humana palabra de algún traductor ignorante o pérfido. 

Además, quiere la Iglesia que se consulte su autoridad, antes de leer la Escritura, para saber si el que pretende hacer esa lectura, está con las disposiciones convenientes de inteligencia y de corazón, para sacar provecho de semejante lectura. Basta referir estas reglas prácticas, para hacer comprender la profunda sabiduría que las ha dictado. Pero ellas son, no solamente sabias, sino también necesarias.

Con esto la Iglesia muestra cuanto más caso hace ella de la santa palabra de Dios, que no esos temerarios innovadores; los cuales bajo pretexto de poner aquella divina palabra al alcance de todos, la han arrojado al cieno y profanado indignamente. La Iglesia Católica sola respeta la Biblia, porque ella es la única que conoce su santidad y comprende su verdadero uso.

Pero añadiré aquí un hecho que muchos ignoran, a saber, que se lee mucho más la Sagrada Escritura en el seno de la Iglesia Católica, que entre los protestantes, a lo menos los de Francia. En la Misa se leen cada día pasajes del Antiguo Testamento, o de las Epístolas de los Apóstoles, como también los textos más notables e importantes del Evangelio. Muchos católicos, llevan consigo el Nuevo Testamento, o por lo menos los cuatro Evangelios, cuya práctica piadosa es de regla en los Seminarios. Pocos sacerdotes hay que no consagren cada día cierto tiempo, a la lectura y meditación de la Sagrada Escritura. Yo no sé si los pastores protestantes leen mucho la Biblia; pero me consta que no la leen sus ovejas. En muchas familias protestantes los padres prohíben, y por cierto, no sin razón, esa lectura a sus hijos, pues hay muchos pasajes que prudentemente no se pueden poner a la vista de los jóvenes de ambos sexos.

La Sagrada Escritura es ante todo un libro sacerdotal, el libro de los presbíteros; los cuales, como encargados de enseñar y santificar a los fieles, reciben este depósito, el más precioso después del de la Eucaristía. Ellos le explican al pueblo, alimentando a las almas con las divinas verdades, de que ellos se han nutrido previamente a sí mismos. Ellos son los que tienen la misión de hacer amar y respetar la Sagrada Escritura, distribuyendo su contenido a cada uno según sus necesidades, conservando así a la palabra de Dios su carácter esencial, que es el de ser luz y vida.

Los sacerdotes santos, y los verdaderos cristianos, tienen a la Sagrada Escritura un respeto y un amor inefables. 

El grande Arzobispo de Milán, San Carlos Borromeo, que fue el ilustre reformador del clero en Italia durante el siglo XVI, no leía la Biblia sino de rodillas y con la cabeza descubierta; habiéndosele visto alguna vez hasta cuatro horas seguidas, ocupado en este divino trabajo. 

San Felipe Neri regaba con sus lágrimas las sagradas páginas, que sabía de memoria. Lo mismo les sucedía a San Francisco de Sales y a San Vicente de Paul. 

El señor Olier, reformador de la disciplina eclesiástica en Francia, tenía a la Biblia en una veneración admirable. Había hecho empastar un ejemplar en plata maciza y jamás le ponía al lado de los otros libros. Antes de abrirle se vestía de sobrepelliz y leía de rodillas, como San Carlos, a pesar de sus enfermedades. 

La piadosa compañía de San Sulpicio, que dirige una gran parte de los Seminarios de Francia, inspira esos mismos sentimientos de religión a los jóvenes eclesiásticos, los cuales se apresuran a seguir esa dirección tan católica. Jesús es el Maná oculto de las Escrituras. ¡Bienaventurado el que le encuentra! ¡Dichosa el alma fiel que con la luz de la Santa Iglesia y de la verdadera Fe, estudia con espíritu de piedad, con amor y con deseo de santificarse, la adorable palabra de Dios, haciendo de ella después del Santísimo Sacramento del Altar, el sólido alimento de una virtud positiva y verdadera!


Tomado del libro “Conversaciones sobre el protestantismo actual”, impreso en 1862.




viernes, 29 de noviembre de 2024

EL SAGRADO CORAZON DE JESUS (1)

Comenzamos con la publicación de este excelente libro de Monseñor de Segur traducido por primera vez al idioma español el año 1.888.


INTRODUCCIÓN

Esta obrita tiene por objeto popularizar el conocimiento, y por consiguiente el amor y el culto del adorabilísimo y sacratísimo Corazón de Nuestro Señor Jesucristo. No se me oculta lo difícil que es poner al alcance de todos las verdades del orden místico, o en otros términos, la dificultad de iniciar a los entendimientos sencillos y a los niños en lo más intimo de nuestros sacrosantos misterios; pero es tan conveniente conseguirlo, que no vacilo en emprender esta obra en lo que respecta al sagrado Corazón de Jesús, confiado en el auxilio de la santísima Virgen, que tan predilectamente ama a los humildes y sencillos de corazón.

Si me cabe la dicha de lograr mi objeto, este librito podrá servir en gran manera a tantos y tantos sacerdotes, celosos misioneros, fervientes Religiosas, buenas y piadosas madres de familia que procuran por todos los medios hacer conocer, servir y amar de veras en torno suyo al Dios de su corazón y al Corazón de su Dios.

Vivimos en tiempos en que la piedad necesita más que nunca ser ilustrada y robustecida, y en que la doctrina es necesaria para sostener el amor. Habiendo Nuestro Señor presentado su divino Corazón para que en él encuentren un refugio las almas en las pruebas de estos últimos tiempos, me parece que este librito entra en sus misericordiosos designios, y sólo con este título me atrevo a contar con la bendición de Aquél por cuyo amor lo emprendo.

Varios de sus capítulos me han sido inspirados por una excelente obra del gran siervo de Dios, el venerable P. Eudes, uno de los sacerdotes de mayor celo apostólico en el siglo XVII. Abrasado de amor a los sagrados Corazones de Jesús y María, dice de ellos cosas maravillosas en su tratado del Corazón admirable de la Madre de Dios. A él tendrás que agradecérselo, lector amigo, si estas breves páginas te producen algún bien, como deseo.

MODO DE SANTIFICAR EL MES DEL SAGRADO CORAZÓN

Laudable costumbre, que quisiéramos ver extendida y religiosamente practicada, es la de consagrar un mes entero a alguna de las principales devociones aprobadas por la Iglesia, pues de los medios de honrar cualquier misterio, sea de nuestro Señor Jesucristo, de la Santísima Virgen o de algún Santo, es este indudablemente el más sencillo, más práctico y al alcance de todos. Ese corto ejercicio repetido todos los días durante un mes, esa piadosa lectura que nos presenta la misma verdad bajo todos sus aspectos, impregna poco a poco al alma de la gracia de Dios hasta llegar a sus profundidades; es como una lluvia suave y no interrumpida que penetra la tierra mejor que los fuertes aguaceros de una tempestad, abundantes, pero pasajeros.

Vemos, por ejemplo, que la admirable institución del mes de María ha contribuido eficazmente a propagar por todo el mundo el culto y amor a la santísima Virgen; y no faltan parroquias y familias que deben a tan santa y poética devoción su renovación completa.

Además del mes de Mayo, la piedad ha consagrado Enero a honrar los misterios de la santa Infancia de Jesús; Marzo a honrar de un modo especial a San José; Julio a venerar los misterios de la preciosa Sangre; Noviembre a ejercer la caridad con las benditas almas del purgatorio; Junio, en fin, a honrar al adorabilísimo Corazón de Jesús.

Así, pues, te recomiendo encarecidamente, piadoso lector, que no dejes de celebrar todos los años el mes del sagrado Corazón con la misma exactitud y devoción que el hermoso mes de María. La gracia del divino Corazón de Jesús es tan santificante, que de ella reportarás frutos copiosos de salvación. Si no puedes asistir a la Iglesia, celébralo en casa con tu familia; y si tampoco pudieres esto, celébralo solo en particular. Pero, por poco que puedas, procura celebrarlo en común; pues la oración así hecha tiene mayor eficacia, obliga más, proporciona mutua edificación, y hace que se recoja el fruto de la promesa que Jesucristo hizo a sus Discípulos: “Donde quiera que dos o tres estén reunidos en mi nombre, Yo estaré en medio de ellos”.

Para celebrar dignamente en casa el mes del sagrado Corazón, será bueno arregles un altarcito acomodando en él un crucifijo, o mejor una imagen del sagrado Corazón, y adornándolo con flores y luces. No desdeñes estos pequeños detalles, pues influyen poderosamente en la piedad, que necesita por lo común auxilios exteriores para dedicarse a las cosas de Dios. Deja, si puedes, encendida todo el mes una lamparilla delante la santa imagen, y no omitas un solo día el ejercicio acostumbrado, para cuya práctica puedes valerte de este librito.

Puesto de rodillas, y después de recogerte por algunos momentos, pensando que Dios te ve, haz la señal de la cruz, y reza la letanía del sagrado Corazón de Jesús que encontrarás al fin. Luego lee el capítulo correspondiente a cada día, y dedica algunos minutos a penetrarte bien de lo que hayas leído, a excitar en tu corazón sentimientos de adoración, de amor, de arrepentimiento, y a tomar algún buen propósito. Para terminar este ejercicio podrás rezar la hermosa letanía del inmaculado Corazón de María, el Acto de desagravios y el de consagración, que hallarás también al final.

Además de esto, harías muy bien en comulgar durante este mes con más frecuencia que de costumbre y con todo el fervor posible. No olvides que el viernes es un día especialmente consagrado al culto de tan amoroso Corazón, según el encargo expreso del mismo Jesucristo a su gran sierva Margarita María Alacoque. Acércate, pues, a la sagrada Mesa todos los viernes del mes para honrar especialmente al sagrado Corazón de Jesús y los misterios de su amor.

Haciéndolo así, satisfarás los deseos de nuestro amado Pontífice Pío IX, que tanta gloria ha dado al divino Corazón, y que no hace mucho, escribiendo a un obispo, le decía: “Nada deseamos tanto como ver a los fieles honrar, bajo el símbolo de su santísimo Corazón, la caridad de Jesucristo en su Pasión y en la institución de la Eucaristía; deleitarse continuamente en tan gratos recuerdos, y renovar continuamente su memoria”.

A ese amorosísimo Corazón acudamos con confianza; Corazón siempre inflamado de amor por nosotros, aunque tan mal correspondido; Corazón que encierra todos los tesoros de la misericordia divina; que encuentra sus mayores delicias en estar entre los hijos de los hombres; el más poderoso de todos los corazones, de los cuales dispone a su gusto, y cuyos más secretos resortes mueve; altar en el cual se ofrece el único sacrificio de los cristianos, en el cual deben nacer y vivificarse nuestros votos si queremos que lleguen hasta Dios, y a cuyas plantas aprenderemos la ciencia de las ciencias, la única necesaria, la ciencia del verdadero amor, de la verdadera felicidad.

1. Cómo Nuestro Señor Jesucristo reveló milagrosamente el misterio de su Sagrado Corazón por medio de la beata Margarita María Alacoque.

Esta santa Religiosa, que vivió en el siglo XVII, fue objeto de frecuentes y extraordinarias manifestaciones del adorabilísimo Corazón de Jesús. Pertenecía a una honrada familia de la magistratura, de Borgoña. Después de una juventud inocentísima y probada por todo género de trabajos, entró en 1671 en el monasterio de la Visitación de Paray-le-Monial a la edad de veintitrés años, y en él murió santamente en 1690.

Cuatro siglos antes Santa Gertrudis, abadesa benedictina de Heldelfs en Alemania, nos anunciaba la devoción al sagrado Corazón de Jesús como el gran remedio opuesto por Nuestro Señor a la decrepitud del mundo; pero Dios al parecer tenía predestinada a la beata Margarita María para ser el apóstol del culto al sagrado Corazón, y a ella efectivamente se debió, de un modo especial, con la aprobación de la Santa Sede, su propagación en la Iglesia. “A Margarita María -dice en efecto Pío IX en el decreto de beatificación- se dignó elegir el Señor para establecer y difundir entre los hombres un culto tan piadoso, saludable y legítimo”. Y la eligió por medio de admirables y milagrosas revelaciones que la Iglesia ha aprobado y que respiran el más puro amor de Dios.

Corría el año 1673. Hacía solamente dos que Margarita había abrazado el estado religioso, y era ya de una santidad consumada, brillando por su humildad, su caridad y toda suerte de virtudes. Un día, orando delante del Santísimo Sacramento, gozosa porque sus muchos quehaceres le permitían dedicar más tiempo que de costumbre a tan santa ocupación, se sintió tan poderosamente poseída de la presencia de Dios, que perdió el sentimiento de sí misma y de todo lo que la rodeaba. 

“Me abandoné, dice, a ese divino Espíritu, entregando mi corazón a la fuerza de su amor.

Mi soberano dueño me hizo reposar largo tiempo sobre su divino pecho, donde me descubrió las maravillas de su amor y los secretos inefables de su sagrado Corazón. Me abrió por primera vez aquel divino Corazón de una manera tan real y sensible, que no me dejó lugar a ninguna duda tocante a la verdad de esta gracia.

Jesús me dijo: Mi divino Corazón está tan lleno de amor a los hombres, y a ti en particular, hija mía, que no pudiendo ya contener las llamas de su ardiente caridad, es preciso que las derrame por tu medio y que se manifieste a ellos para enriquecerlos con los tesoros que encierra. Te descubro el precio de estos tesoros, que contienen las gracias de santificación y salvación necesarias para sacar al mundo del abismo de la perdición. A pesar de tu indignidad e ignorancia, te he escogido para el cumplimiento de este gran designio, para que sea más manifiesto que soy yo quien lo hago todo.

Dicho esto, el Señor me pidió mi corazón. Yo le supliqué que lo tomara, y así lo hizo; y, poniéndolo junto a su Corazón adorable, me lo mostró como un átomo que se consumía en aquel horno encendido, Luego retirándolo de allí, como una ardiente llama en forma de corazón, volvió a ponerlo en su primer sitio, diciéndome: ‘He aquí, amada mía, una preciosa prenda de mi amor; he encerrado en tu costado una centellica de las más vivas llamas de este amor, para que te sirva de corazón y te consuma hasta el último momento de tu vida. Sus ardores no se extinguirían jamás. Y para dejarte una señal de que la gracia que acabo de hacerte no es una ilusión, y que debe ser el fundamento de las demás que seguirán, aunque haya cerrado la llaga de tu costado, sin embargo siempre sentirás allí dolor. Hasta hoy sólo te has llamado sierva mía; desde ahora te doy el nombre de Discípula muy amada de mi sagrado Corazón’.

Tan señalado favor -añade la beata Margarita- duró muchísimo tiempo. Yo no sabía si estaba en el cielo o en la tierra. Durante muchos días permanecí como embriagada, y de tal manera encendida y tan fuera de mí, que no podía pronunciar una sola palabra. No podía dormir, porque esta llaga, cuyo dolor me es precioso, me causaba tan vivos ardores que me consumía y me hacía arder viva. Me sentía tan llena de Dios, que no podía expresarlo a mi Superior como hubiera querido, a pesar de la pena y confusión que siento en decir semejantes favores.

Desde aquel día, cada primer viernes de mes, el sagrado Corazón de mi Jesús se me representaba como un sol brillante cuyos ardorosos rayos caían a plomo sobre mi corazón; y entonces me sentía abrasada de un fuego tan vivo que me parecía iba a reducirme a cenizas.

En aquellos momentos particularmente era cuando mi divino Maestro me instruía y descubría los secretos de su adorable Corazón”.

¡También nosotros, Jesús, Señor y Salvador nuestro, a pesar de nuestra indignidad y de nuestras miserias, o más bien a causa de las mismas, queremos estar expuestos a los benéficos rayos de vuestro Santísimo Corazón; queremos que esas llamas divinas consuman nuestra tibieza, y que nos purifiquen de todos nuestros pecados!

¡Oh Jesús, rocío del cielo, llama de amor y manantial de la gracia! ¡abrasad, purificad y poseed todo mi corazón! ¡Oh divino Amor! creced y reinad en mí; multiplicaos y reinad en toda la tierra como en el Paraíso de los Bienaventurados!

Continúa...


CUANDO LA SANTA SEDE PROHIBIO LA DEVOCIÓN A LA DIVINA MISERICORDIA

El 6 de marzo de 1959, la Sagrada y Suprema Congregación del Santo Oficio prohibió la falsa devoción a la Divina Misericordia. Aquí está la prueba:



Traducción:

ACTA S.S. CONGREGACIÓN

SAGRADA Y SUPREMA CONGREGACIÓN DEL SANTO OFICIO

I.

NOTIFICACIÓN

Por la presente se anuncia que la Sagrada y Suprema Congregación del Santo Oficio, habiendo examinado las presuntas visiones y revelaciones de Sor Faustina Kowalska, del Instituto de Nuestra Señora de la Misericordia, fallecida en 1938 cerca de Cracovia, ha establecido lo siguiente:

1. Prohibir la difusión de imágenes y escritos que presenten la devoción de la Divina Misericordia en las formas propuestas por la propia Sor Faustina

2. se deje a la prudencia de los Obispos la retirada de las citadas imágenes, que pueden haber sido ya expuestas al culto. 

Del Palacio del Santo Oficio, 6 de marzo de 1959.

Ugo O'Flaherty, Notario

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La publicación original de este documento está aquí (pág. 271).


jueves, 28 de noviembre de 2024

MONS. SCHNEIDER EXPLICA POR QUÉ CREE QUE FRANCISCO ES EFECTIVAMENTE EL PAPA

La hipótesis de que la abdicación de Benedicto XV fue inválida es un callejón sin salida. Si no, la Sede Apostólica llevaría de facto once años vacante.

Por Monseñor Athanasius Schneider


El principio más seguro para dilucidar la crucial cuestión sobre la validez del pontificado de Francisco es la práctica, mantenida hasta hoy en la historia de la Iglesia, con la que se han resuelto situaciones de supuesta invalidez de renuncias o elecciones de papas. En dicha costumbre que permanece hasta hoy se manifiesta el sensus perennis ecclesiae.

Ni el principio de legalidad aplicado al pie de la letra ni el del positivismo jurídico han sido considerados principios absolutos en la costumbre de la Iglesia, dado que la legislación relativa a las elecciones pontificias no es más que una ley humana (positiva), no divina (revelada).

La ley humana que regula la asunción del cargo de papa o la abdicación del mismo tiene que estar subordinada al bien mayor de toda la Iglesia, que en este caso es la verdadera existencia de la cabeza visible de la Iglesia y la certidumbre de su existencia para todo su cuerpo, integrado por el clero y los fieles.

La naturaleza misma de la Iglesia exige la existencia visible de la cabeza y la certidumbre de ella. La Iglesia universal no puede existir durante un tiempo considerable sin un pastor supremo visible, sin el sucesor de San Pedro, ya que la actividad vital de la Iglesia universal depende de su cabeza visible. Por ejemplo, para nombrar obispos diocesanos y cardenales; para ello hace falta un papa legítimo. Y a su vez, el bien espiritual de los fieles depende de que haya prelados válidamente nombrados, pues de ser inválido el nombramiento (por invalidez del Papa), los sacerdotes carecerían de competencia pastoral (es decir, entre otras cosas no podrían confesar ni casar).

Las dispensas e indulgencias que sólo concede el Romano Pontífice, todas las cuales tienen por objeto el bien espiritual y la salvación eterna de las almas, dependen igualmente de la existencia y certidumbre mencionadas. En esos casos, aplicar el principio de suplencia de jurisdicción socavaría la visibilidad que caracteriza a la Iglesia y sería en sustancia una postura sedevacantista.

Aceptar la posibilidad de que la Santa Sede está vacante por un tiempo prolongado (sedisvacantia papalis) puede conducir fácilmente a una actitud sedevacantista, que en el fondo es un fenómeno sectario y poco menos que herético que está presente desde hace sesenta años por culpa de los problemas originados por el Concilio y por los papas conciliares y postconciliares.

El bien espiritual y la salvación de los fieles es la ley suprema en la normativa de la Iglesia. Por ese motivo, existe ese principio de supplet Ecclesia o sanatio in radice (sanar en la raíz). Dicho de otro modo: la Iglesia completa lo que faltaba según la ley positiva humana en el caso de los sacramentos, que exigen facultades jurisdiccionales: confesar, oficiar matrimonios, confirmar, aplicar intenciones de Misa, etc.

Inspirada en este principio auténticamente pastoral, el instinto de la Iglesia ha aplicado siempre los principios de supplet Ecclessia y sanatio in radice siempre que ha habido dudas en la renuncia o elección de un pontífice. Concretamente, la sanatio in radice de una elección papal inválida se manifestó en la aceptación moral universal y sin controversia del nuevo pontífice por parte del episcopado y del pueblo católico, además de que el papa electo actual, inválido para algunos, es nombrado en el Canon de la Misa por la práctica totalidad del clero católico.

La historia de la Iglesia es una maestra segura en este sentido. La vacancia más larga de la Sede en la historia duró dos años y nueve meses (del 29 de noviembre de 1268 al 1 de septiembre de 1271). Y coincidió con la época en que vivía Santo Tomás de Aquino. Ha habido sin duda elecciones en que claramente estaba en duda la validez de la asunción pontificia. Por ejemplo, Gregorio VI subió al trono comprando en 1045 el cargo a su predecesor Benedicto IX por una elevada suma de dinero. A pesar de ello, la Iglesia de Roma siempre consideró a Gregorio VI un papa legítimo, y hasta Hildebrando, que más tarde llegaría a ser San Gregorio VII, consideró legítimo a su predecesor, no obstante la manera ilegítima en que ascendió al pontificado.

Por su parte, Urbano VI fue elegido bajo una enorme presión y amenazas por parte del pueblo romano. Algunos de los cardenales electores llegaron a temer por sus vidas. Ese fue el ambiente en que se eligió a Urbano VI en 1378. En la coronación del nuevo pontífice todos los cardenales del cónclave le rindieron pleitesía y lo reconocieron como papa durante los primeros meses de su pontificado. Pocos meses después, algunos cardenales, sobre todo franceses, comenzaron a dudar de la validez de la elección en vista de las intimidatorias circunstancias y las presiones de que habían sido objeto durante el cónclave. Esto llevó a dichos purpurados a elegir un nuevo pontífice, que se llamó Clemente VII, era francés y fijó su residencia en Aviñón. Tanto él como sus sucesores fueron siempre considerados antipapas por la Iglesia Católica Romana (véanse las ediciones del Anuario pontificio). Así se inició una de las crisis más desastrosas de la historia de la Iglesia, el gran Cisma de Occidente, que duró casi cuarenta años, desgarró la unidad de la Iglesia y fue tan perjudicial para el bien espiritual de las almas.

La Iglesia Católica Romana siempre ha reconocido a Urbano VI como un papa legítimo a pesar de los factores que probablemente hicieron inválida su elección. El hecho de que incluso personas canonizadas como San Vicente Ferrer reconocieran por un tiempo a al antipapa Clemente VI como único pontífice legítimo no es un argumento convincente, ya que los santos no son infalibles en todas sus opiniones. El santo valenciano abandonó más tarde su apoyó al antipapa de Aviñón y reconoció al Papa de Roma.

San Celestino V hizo su renuncia en medio de presiones e insinuaciones del poderoso cardenal Benedetto Gaetani, que le sucedió con el nombre de Bonifacio VIII en 1294. Ante estas circunstancias, un sector de fieles y clero de la época nunca llegó a reconocer a Bonifacio VIII como legítimo papa. Pero la Iglesia Católica siempre ha considerado legítimo a este pontífice, porque su aceptación por parte de una mayoría abrumadora del episcopado y los fieles sanó en la raíz las circunstancias que pudiesen haber invalidado la renuncia de Celestino V y la elección de su sucesor.

La siguiente explicación del profesor Roberto de Mattei demuestra de modo convincente la incoherencia de las teorías sobre la ilegitimidad de Francisco como papa: “De nada ha servido que en una declaración a LifeSiteNews publicada el 14 de febrero de 2019 el propio monseñor Gänswein corroborase la validez de la renuncia al ministerio petrino, afirmando: 'Sólo hay un papa legítimamente elegido: Francisco'. La idea de una posible redefinición del munus petrino ya estaba lanzada”.

Algunos afirman que la intención de Benedicto era seguir siendo papa, entendiendo que el cargo podía desdoblarse en dos; pero esto es un error sustancial, ya que la naturaleza monárquica y unitaria del pontificado es de derecho divino.

“Sólo Dios juzga las intenciones –prosigue De Mattei–, mientras que el derecho canónico se limita a evaluar el comportamiento externo de los bautizados. Una célebre sentencia del derecho romano, recordada tanto por el cardenal Walter Brandmüller como por el cardenal Raymond Leo Burke, afirma: De internis non iudicat praetor: un juez no juzga cuestiones internas”.

De Mattei se pregunta qué pasaría después de morir Benedicto si él fuera el único papa legítimo. Y responde: “La paradoja está en que para demostrar la nulidad de la renuncia de Benedicto se valen de sofismas jurídicos, pero luego, para resolver el problema de la sucesión de Benedicto o de Francisco sería necesario recurrir a soluciones extracanónicas”.

La hipótesis de la ilegitimidad de la renuncia de Benedicto, y por consiguiente de la ilegitimidad de Francisco como papa, no conduce en realidad a ninguna parte. Equivaldría a decir que durante once años la Sede habría estado de facto vacante, ya que Benedicto no realizó ningún acto gubernativo, no creó a ningún obispo ni cardenal, no concedió dispensa ni indulgencia alguna, etc. Esto habría tenido como consecuencia que la Iglesia estuviera paralizada en el aspecto visible. En la práctica, equivaldría a una postura sedevacantista.

Desde hace once años, todos los nombramientos de nuncios apostólicos, obispos diocesanos y cardenales, todas las dispensas pontificias y todas las indulgencias recibidas por los fieles habrían sido nulas e írritas, lo cual habría tenido unas consecuencias perjudiciales para las almas (prelados ilegítimos, jurisdicciones inválidas, etc.). Ningún cardenal creado por Francisco sería legítimo. O sea, que no habría cardenales, lo cual afectaría a la mayor parte del Colegio Cardenalicio.

Veamos otra situación hipotética: si Benedicto XVI hubiese sido un papa liberal en extremo y herético, y hubiera abdicado en 2013 en circunstancias similares a las del momento en que lo hizo (con lo que podría haber causas de invalidez); y a continuación se hubiera elegido a un nuevo pontífice que fuera verdaderamente tradicional, y este nuevo papa –la invalidez de cuya elección se podría suponer debido a la invalidad de la renuncia de su predecesor liberal y por haber quebrantado algunas normas del cónclave– se hubiera puesto a reformar la Iglesia en un sentido auténticamente católico, como creando obispos y cardenales buenos, promulgando profesiones de fe y declaraciones ex cátedra para sostener la Fe verdadera ante los errores que pululan actualmente en la Iglesia, desde luego ningún buen cardenal, obispo o católico de a pie consideraría ilegítimo a ese nuevo papa que es ciento por ciento católico, ni pediría su renuncia ni que el liberal que abdicó volviera a gobernar.

Otra posible hipótesis: si se murieran todos los cardenales que crearon Juan Pablo II y Benedicto XVI, el Colegio Cardenalicio estaría integrado exclusivamente por cardenales nombrados por Francisco. Pero entonces, según la teoría del pontificado ilegítimo de Francisco, todos serían ilegítimos, y ya no habría Colegio Cardenalicio. De donde se desprende que no quedarían electores válidos que pudieran proceder a la elección de un nuevo pontífice.

La ley del Derecho Canónico que prescribe que sólo los cardenales son electores válidos en los cónclaves está en vigor desde el siglo XI, y fue sancionada por los romanos pontífices, por lo que sólo un papa podría modificar las normas jurídicas que regulan las elecciones pontificias y promulgar una que permitiera votar a quienes no tuvieran la púrpura cardenalicia. Hipotéticamente, de acuerdo con la teoría de que Francisco es un papa ilegítimo, una vez que murieran todos los cardenales creados antes de la elección del actual pontífice no sería ya posible elegir a un papa legítimo. La Iglesia se habría metido en un callejón sin salida, sería un dilema insoluble.

La hipótesis según la cual Benedicto sería el único pontífice legítimo y por tanto Francisco ilegítimo contradice la razonable costumbre, de demostrada eficacia, de la gran Tradición de la Iglesia, y también el sentido común. No sólo eso; se da un carácter absoluto al aspecto de la legitimidad; en este caso, a las normas humanas que rigen las renuncias y las elecciones, en detrimento del bien de las almas, al haberse introducido la incertidumbre en cuanto a la validez de los actos de gobierno de la Iglesia. Y eso socava la naturaleza visible de la Iglesia. Y por otra parte, roza la mentalidad sedevacantista. En este caso hay que seguir la vía más segura (via tutior) y el ejemplo de la práctica constante de la gran Tradición de la Iglesia.

La manera de reaccionar a la conducta del papa Francisco es amonestarlo públicamente por sus errores. Eso sí, hay que hacerlo con el debido respeto. Luego, hay que hacer una profesión de fe especificando las verdades que Francisco ha contradicho o socavado con sus ambigüedades. Y después es preciso realizar actos de reparación. También hay que implorar a Dios la gracia de la conversión para el papa Francisco, y su intervención divina para resolver esta crisis sin precedentes. En todo caso, Francisco es sin duda alguna el papa legítimo.

Nuestro Señor Jesucristo está al timón de la nave de la Iglesia, incluso en las más torrenciales tempestades, entre las que puede darse el pontificado de un papa doctrinalmente ambiguo, aunque esas tormentas suelen ser relativamente breves en comparación con otras graves crisis que han afectado a la Iglesia Militante en sus dos mil años de existencia.

En medio de la confusión y la tempestad que se han desatado en la Iglesia actual, Nuestro Señor se alzará y reprenderá el mar y los vientos (véase Mt.8,24). Entonces, está garantizado un tiempo de calma, seguridad doctrinal, sacralidad en la liturgia y santidad en los sacerdotes, prelados y papas. Ante una situación que, a los ojos humanos, parece irremediable, debemos renovar la fe inquebrantable en que las puertas del Infierno no prevalecerán contra la Iglesia Católica.

+Athanasius Schneider, obispo auxiliar de la diócesis de Santa María de Astaná


¿POR QUÉ MADRUGAS?

No madruguemos para nuestras preocupaciones y afanes, por buenos que puedan ser, madruguemos para Dios, para contemplar al único que de verdad merece ser contemplado

Por Bruno M.


La necesidad de madrugar es una constante para la mayoría de las personas, ya sea para trabajar fuera de casa, cuidar de los niños en ella, estudiar o el resto de nuestros innumerables afanes. Basta ir en el metro un lunes por la mañana para descubrir que también es una constante que ese madrugar cueste y nos tenga perpetuamente fatigados. Es una de las consecuencias del pecado de Adán, que rompió la armonía original de la naturaleza y nos hizo esclavos de muchas cosas.

Madrugar vamos a tener que madrugar, lo queramos o no, pero lo que queda a nuestra libertad es la razón por la que madrugamos. En ese sentido, creo que es muy conveniente que cada uno se haga esta pregunta: ¿por qué madrugo?

Como decíamos, hay mil razones concretas para madrugar, desde trabajar hasta estudiar, irse de viaje o hacer deporte. Algunas son malas, pero otras buenas o neutras. En la misma Biblia aparecen muchas de estas razones, pero la pregunta fundamental que nos hacemos no se responde con ninguna de ellas.

Ante la pregunta de por qué madrugo, la Escritura responde: por ti madrugo, Dios mío. Esa tiene que ser la respuesta esencial y no otra. Ese es, después de todo, el ejemplo del mismo Cristo: Muy de mañana, cuando todavía estaba oscuro, Jesús se levantó, salió y se fue a un lugar solitario donde se puso a orar.

No madruguemos para nuestras preocupaciones y afanes, por buenos que puedan ser, madruguemos para Dios, para contemplar al único que de verdad merece ser contemplado: al despertar me saciaré de tu semblante. Digámoselo cada día: oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo, mi alma esta sedienta de ti; mi carne tiene ansia de ti, como tierra reseca, agostada, sin agua. Todo lo demás, pongámoslo en sus manos: por la mañana escucharás mi voz, por la mañana te expongo mi causa y me quedo aguardando.

Cualquier otra respuesta no es buena: es inútil que madruguéis, que veléis hasta muy tarde, que comáis el pan de vuestros sudores: ¡Dios lo da a sus amigos mientras duermen! Quizá por eso estemos tan cansados y hartos de madrugar, porque si no madrugamos como Dios quiere, nuestro esfuerzo será inútil y solo conseguirá cansarnos para nada.

Madruguemos por Dios, dediquemos los primeros instantes de cada día a rezar, a alabar a Dios y contemplar su gloria. Entonces dejaremos de estar cansados y agobiados y se cumplirán en nosotros las palabras del salmista: por la mañana sácianos de tu misericordia, y toda nuestra vida será alegría y júbilo.

SAN BERNARDO ENSEÑA: NO APARTES LOS OJOS DE LA VIRGEN

Publicamos una hermosa reflexión del Prof. Plinio Corrêa de Oliveira sobre el consejo de San Bernardo de no apartar la mirada de la “Estrella Guía”, que es Nuestra Señora.

Por el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira


Haremos bien si leemos algunos consejos de San Bernardo sobre la devoción a Nuestra Señora. El consejo es el siguiente:
“¡Oh, quienquiera que seas que te percibas durante esta existencia mortal más bien a la deriva en aguas traicioneras, a merced de los vientos y de las olas, que caminando sobre tierra firme, no apartes tus ojos del esplendor de esta estrella que te guía, a menos que quieras ser sumergido por la tempestad!”.
Pasajes como éste se encuentran a menudo referidos a Nuestra Señora. Tales textos representan lo que podríamos llamar una visión profundamente antihollywoodiense de la vida.

Esta visión moderna, optimista y equivocada crea la ilusión de que esta vida puede ser una fase de nuestra existencia en la que podemos encontrar la verdadera felicidad. La vida terrenal se nos presenta como un jardín de rosas, en el que la desgracia sólo le ocurre a la gente por casualidad o mala suerte. Algunas personas también pueden dar algunos pasos en falso desafortunados, y así caerse, hacerse daño o derrumbarse definitivamente. Sin embargo, si conseguimos sortear nuestros problemas, esta existencia terrenal puede ser totalmente feliz.

Por el contrario, todos los grandes textos sobre la devoción a la Virgen presentan la vida como un valle de lágrimas, un lugar donde todos estamos expiando el pecado original y nuestros pecados actuales. Se nos enseña que el hombre tiene mucho que sufrir en la vida. Esta premisa es la base de los consejos de San Bernardo.

Él considera que la vida es un conjunto de torbellinos y tempestades, más que un paseo alegre y una carrera en pos del placer. En medio de esta vida dramática y llena de tormentas, aconseja a la gente que se asegure de poner sus ojos en la estrella que es Nuestra Señora. Debemos ser como los marineros que ponen los ojos en la Estrella Polar para encontrar el camino. Si no, las olas nos arrastrarán hacia donde no queremos ir.

Por eso, su primer consejo reconoce implícitamente que la vida es un valle de lágrimas y un campo de batalla. Militia est vita hominis super terram, dicen las Escrituras (Job, 7:1), lo que significa que la vida del hombre en la tierra es una guerra, aunque digna. Sin embargo, en esta lucha y en esta navegación incierta, debemos tener los ojos puestos en la Virgen.

Y continúa:
“Si se levantan los vientos de la tentación; si eres empujado sobre las rocas de la tribulación mira a la estrella, invoca a María”.
Vemos aquí cómo presenta la vida espiritual como una serie de tribulaciones, como rocas que esperan insidiosamente en el camino del navegante. La vida está llena de torbellinos de tentaciones que pueden solicitarnos y arrastrarnos al mal. Si eso ocurre, invoca a María, la estrella de los marineros y la Estrella del Mar.
“Cuando te zarandeen las olas del orgullo, o de la ambición, o del odio, o de los celos, mira a la estrella, invoca a María”.
Nos enfrentamos a la perspectiva de ser pecadores que colapsan en el peor de los pecados, que es la causa y la raíz principal de todos los pecados: el orgullo, que se manifiesta en el egoísmo, el deseo de no tener a nadie por encima de nosotros, o el deseo de ser el primero de los primeros.

Estos son los peligros a los que nos enfrentamos. San Bernardo nos da la solución.


El artículo precedente procede de una conferencia informal pronunciada por el Profesor Plinio Corrêa de Oliveira el 24 de septiembre de 1966.


TFP

EL DECRETO CONCILIAR "UNITATIS REDINTEGRATIO" Y EL MAGISTERIO DE LA IGLESIA (5)

Última parte del análisis del Decreto Unitatis Redintegratio del concilio ecuménico Vaticano II y su comparación con la verdadera enseñanza de la Iglesia Católica.

Por el Ing. Mateo Roberto Gorostiaga


II. LAS IGLESIAS Y COMUNIDADES ECLESIALES SEPARADAS EN OCCIDENTE

CONDICIÓN PROPIA DE ESTAS COMUNIDADES

U.R. 19 a) Las Iglesias y comunidades eclesiales que se disgregaron de la Sede Apostólica Romana, bien en aquella gravísima perturbación que comenzó en el Occidente ya a finales de la Edad Media, bien en tiempos sucesivos, están unidas con la Iglesia católica por una afinidad de lazos y obligación particulares por haber desarrollado en los tiempos pasados una vida cristiana multisecular en comunión eclesiástica.

PÍO IX CONDENA EN EL SYLLABUS (PROPOSICIÓN 18):

18. El protestantismo no es más que una forma distinta de la verdadera religión cristiana; y dentro de aquélla se puede agradar a Dios lo mismo que en la Iglesia católica (D.1718).

LEÓN XIII (SATIS COGNITUM):

(Punto en que muchos yerran) 12. Además, aquellos que hacen profesión de cristianismo reconocen de ordinario que la fe debe ser una. El punto más importante y absolutamente indispensable, aquel en que yerran muchos, consiste en discernir de qué naturaleza es, de qué especie es esta unidad. Pues aquí, como Nos lo hemos dicho más arriba, en semejante asunto no hay que juzgar por opinión o conjetura, sino según la ciencia de los hechos hay que buscar y comprobar cuál es la unidad de la fe que Jesucristo ha impuesto a su Iglesia.

14. Al punto de volverse al cielo 
[Jesús] envía a sus apóstoles revistiéndolos del mismo poder con el que el Padre le enviara, les ordenó que esparcieran y sembraran por todo el mundo su doctrina. “Todo poder me ha sido dado en el cielo y sobre la tierra. Id y enseñad a todas las naciones... enseñadles a observar todo lo que os he mandado”. Todos los que obedezcan a los apóstoles serán salvos, y los que no obedezcan perecerán.

“Quien crea y se bautice será salvo; quien no crea será condenado” ( Mc. 16, 16).

PÍO IX.- CONCILIO VATICANO:

[Canon] Si alguno, pues, dijere que no es de institución de Cristo mismo, es decir, de derecho divino, que el bienaventurado Pedro tenga perpetuos sucesores en el primado sobre la Iglesia universal; o que el Romano Pontífice no es sucesor del bienaventurado Pedro en el mismo primado, sea anatema (D.1S25).


U.R. 19 b) Puesto que estas ideas y comunidades eclesiales, por la diversidad de su origen, de su doctrina y de su vida espiritual, discrepan bastante no solamente de nosotros, sino también entre sí, es tarea muy difícil describirlas cumplidamente, cosa que no pretendemos hacer aquí.

LEÓN XIII (
SATIS COGNITUM):

20. [...] Si hay, pues, un punto que haya sido revelado evidentemente por Dios y nos negamos a creerlo, no creemos en nada de la fe divina. Pues el juicio que emite Santiago respecto de las faltas en el orden moral hay que aplicarlo a los errores de entendimiento en el orden de la fe. “Quien se hace culpado en un solo punto, se hace transgresor de todos”. Esto es aún más verdadero en los errores del entendimiento. No es, en efecto, en el sentido más propio como pueda llamarse transgresor de toda la ley a quien haya cometido una sola falta moral, pues si puede aparecer despreciando a la majestad de Dios, autor de toda la ley, ese desprecio no aparece sino por una suerte de interpretación de la voluntad del pecador. Al contrario, quien en un solo punto rehúsa su asentimiento a las verdades divinamente reveladas, realmente abdica de toda la fe, pues rehúsa someterse a Dios en cuanto a que es la soberana verdad y el motivo propio de la fe. “En muchos puntos están conmigo, en otros solamente no están conmigo; pero a causa de esos puntos en los que no están conmigo, de nada les sirve estar conmigo en todo lo demás” (San Agustín Salmo 54. n.19. P.L. 36, 641.)

34. [...] Por esto San Jerónimo escribe lo que sigue a Dámaso: “Hablo al sucesor del Pescador y al discípulo de la Cruz... Estoy ligado por la comunión a Vuestra Beatitud, es decir, a la Cátedra de Pedro. Sé que sobre esa piedra se ha edificado la Iglesia”
 (San Jerónimo Ep. 15 ad Dam. n. 2. P.L. 22, 355).

El método habitual de San Jerónimo para reconocer si un hombre es católico es saber si está unido a la Cátedra romana de Pedro. “Si alguno está unido a la Cátedra romana de Pedro, ése es mi hombre” (San Jerónimo Ep. 16 ad Dam. n. 2. P.L. 22. 359). Por un método análogo San Agustín, que declara abiertamente que en la iglesia romana estaba siempre en vigencia el Primado de la Cátedra apostólica, afirma que quien se separa de la fe romana no es católico. “No puede creerse que guardáis la fe católica los que no enseñáis que se debe guardar la fe romana” (San Agustín Ep. 43. 7; Serm. 120. 13. P.L. 33. 163).

LEÓN XIII (
SATIS COGNITUM):

42. 
[...] Por esto, el decreto del concilio Vaticano I que definió la naturaleza y el alcance de la primacía del Pontífice romano no introdujo ninguna opinión nueva, pues sólo afirmó la antigua y constante fe de todos los siglos.


U.R. 19 c) Aunque todavía no es universal el movimiento ecuménico y el deseo de armonía con la Iglesia católica, abrigamos, no obstante, la esperanza de que este sentimiento ecuménico y el mutuo aprecio irán imponiéndose poco a poco en todos.

PÍO XI (MORTALIUM ANIMOS):

2. 
[...] estas personas organizan con frecuencia convenciones y reuniones en las que hay un gran número de oyentes presentes y en las que todos, sin distinción, están invitados a participar en la discusión, tanto infieles de todo tipo, como cristianos, incluso aquellos que desgraciadamente se han alejado de Cristo o que con obstinación y pertinencia niegan su naturaleza y misión divinas

7. [“La división” de la Iglesia”
[...] Añaden que la Iglesia en sí misma, o en su naturaleza, está dividida en secciones; es decir, que está formada por varias iglesias o comunidades distintas, que aún permanecen separadas, y aunque tienen ciertos artículos de doctrina en común, discrepan, sin embargo, con respecto al resto; que todos estos gocen de los mismos derechos; y que la Iglesia era una y única desde, como máximo, la era apostólica hasta los primeros concilios ecuménicos. Las controversias, por lo tanto, dicen, y las diferencias de opinión de larga data que se mantienen hasta el día de hoy, entre los miembros de la familia cristiana, deben dejarse de lado por completo, y de las doctrinas restantes una forma común de fe elaborada y propuesta para la creencia en general. La profesión de la cual todos no solo deben saber, sino sentir que son hermanos. Las múltiples iglesias o comunidades, si se unen en algún tipo de federación universal, estarían en posición de oponerse fuertemente y con éxito al progreso de la irreligión.

Y LEÓN XIII (
SATIS COGNITUM):

[17…] “Pero -dijo Cristo Nuestro Señor- si yo hago esas obras y no queréis creer en mí, creed en mis obras” 
(Juan 10:38). Todo lo que ordena, lo ordena con la misma autoridad; en el asentimiento de espíritu que exige, no exceptúa nada, nada distingue. Aquellos, pues, que escuchaban a Jesús, si querían salvarse, tenían el deber no sólo de aceptar en general toda su doctrina, sino de asentir plenamente a cada una de las cosas que enseñaba. Negarse a creer, aunque sólo fuera en un punto, a Dios cuando habla es contrario a la razón.

20. Nada es más justo; porque aquellos que no toman de la doctrina cristiana sino lo que quieren, se apoyan en su propio juicio y no en la fe, y al rehusar “reducir a servidumbre toda inteligencia bajo la obediencia de Cristo (2 Cor 10:5) obedecen en realidad a sí mismos antes que a Dios”. “Vosotros, que en el Evangelio creéis lo que os agrada y os negáis a creer lo que os desagrada, creéis en vosotros mismos mucho más que en el Evangelio”
 (San Agustin cont. Faust. 1. 17, 3. P.L. 42, 342).

21. Los Padres del concilio Vaticano I nada dictaron de nuevo, pues sólo se conformaron con la institución divina y con la antigua y constante doctrina de la Iglesia y con la naturaleza misma de la fe cuando formularon este decreto: “Se deben creer como de fe divina y católica todas las verdades que están contenidas en la palabra de Dios escrita o transmitida por la tradición, y que la Iglesia, bien por un juicio solemne o por su magisterio ordinario y universal, propone como divinamente revelada” 
(Conc. Vat. Ses. 3. c.3. D.1792). (S.C.).

PÍO IX, 1846-1878 – CONCILIO VATICANO, 1869-1870:

[Afirmación del primado] Por lo tanto, apoyados en los claros testimonios de las Sagradas Letras y siguiendo los decretos elocuentes y evidentes, ora de nuestros predecesores los Romanos Pontífices, ora de los Concilios universales, renovamos la definición del Concilio Ecuménico de Florencia, por la que todos los fieles de Cristo deben creer que “la Santa Sede Apostólica y el Romano Pontífice poseen el primado sobre todo el orbe, y que el mismo Romano Pontífice es sucesor del bienaventurado Pedro, príncipe de los Apóstoles, y verdadero vicario de Jesucristo y cabeza de toda la Iglesia, y padre y maestro de todos los cristianos; y que a él le fue entregada por nuestro Señor Jesucristo, en la persona del bienaventurado Pedro, plena potestad de apacentar, regir y gobernara la Iglesia universal, tal como aúnen las actas de los Concilios Ecuménicos y en los sagrados Cánones se contiene” [v. D.694] (D.1826).

(45. Pedro jefe de la sociedad cristiana) Es, [Cristo], el Rey de la Iglesia, que posee la llave de David; cierra, y nadie puede abrir: abre, y nadie puede cerrar (Apoc. 3, 7.), y por eso, al dar las llaves a Pedro le declara jefe de la sociedad cristiana. Es también el Pastor supremo, que a sí mismo se llama el Buen Pastor (Juan 10: 11.) y por eso también ha nombrado a Pedro pastor de sus corderos y ovejas.

Por esto dice San Crisóstomo: Era el principal entre los Apóstoles; era como la boca de los otros discípulos y la cabeza del cuerpo apostólico… Jesús, al decirle que debe tener en adelante confianza, porque la mancha de su negación está ya borrada, le confía el gobierno de sus hermanos. Si tú me amas, sé jefe de tus hermanos (Crisóst. Hom. 88 in Joan. 1. P.G. 59, 178-79). Finalmente, Aquél que confirma en toda buena obra y en toda buena palabra (II Tes. 2, 16) es quien manda a Pedro que confirme a sus hermanos.

San León Magno dice con razón: Del seno del mundo entero, Pedro solo ha sido elegido para ser puesto a la cabeza de todas las naciones llamadas, de todos los Apóstoles, de todos los Padres de la Iglesia; de tal suerte que, aunque haya en el pueblo de Dios muchos pastores, Pedro, sin embargo, rige propiamente a todos los que son principalmente regidos por Cristo (San León Magno Sermon IV. c. 11. P.I.. 54, 149-50). Sobre el mismo asunto escribe San Gregorio Magno al emperador Mauricio Augusto: Para todos los que conocen el Evangelio, es evidente que por la palabra del Señor, el cuidado de toda la Iglesia ha sido confiado al Santo Apóstol Pedro, jefe de todos los Apóstoles… Ha recibido las llaves del reino de los cielos, el poder de atar y desatar le ha sido concedido, y el cuidado y el gobierno de toda la Iglesia le ha sido confiado (San Gregorio Epist. 1, V. ep. 20. P.L. 77. 745-46).


U.R. 19 d) Hay que reconocer, ciertamente que entre estas Iglesias y comunidades y la Iglesia católica hay discrepancias esenciales no sólo de índole histórica, sociológica, psicológica y cultural, sino, ante todo, de interpretación de la verdad revelada. Mas para que, a pesar de estas dificultades, pueda entablarse más fácilmente el diálogo ecuménico, en los siguientes párrafos trataremos de ofrecer algunos puntos que pueden y deben ser fundamento y estímulo para este diálogo.

LEÓN X (1513-1521) EN LA BULA EXSURGE DOMINE, DE 15-VI-1510, CONDENA ESTOS ERRORES DE LUTERO:

1. Es sentencia herética, pero muy al uso, que los sacramentos de la Nueva Ley, dan la gracia santificante a los que no ponen óbice (D. 741).

2. Decir que en el niño después del bautismo no permanece el pecado, es conculcar juntamente a Pablo y a Cristo (D.742) […]

7. Muy veraz y superior a la doctrina es el proverbio hasta ahora enseñado por todos sobre las contriciones: “La suma penitencia es no hacerlo en adelante; la mejor penitencia, la vida nueva”
 (D.747).

8. En modo alguno presumas confesar los pecados veniales; pero ni siquiera todos los mortales, porque es imposible que los conozcas todos. De ahí que en la primitiva Iglesia sólo se confesaban los pecados mortales manifiestos (o públicos) (D.74S).

9. Al querer confesarlo absolutamente todo, no hacemos otra cosa que no querer dejar nada a la misericordia de Dios para que nos lo perdone (D.749) […]

24. Hay que enseñar a los cristianos más a amar la excomunión que a temerla (D.764)[…[

31. El justo peca en toda obra buena (D.771).

32. Una obra buena, hecha de la mejor manera, es pecado venial… (D.772).

Sobre la Bula Exsurge Domino dice el “Dictionnaire de Theologie Catholique” de Vacant, Mangenot y Amman, articulo sobre Lutero:
Cuarenta y una proposiciones de Lutero fueron allí condenadas; más de la mitad trataban la teoría de la justificación por la fe sin las obras, las otras de la autoridad de la Iglesia.

A comienzo de noviembre (1520) en un nuevo panfleto: Contra la execrable bula del Anticristo, Lutero se vuelve más agresivo. Al fin se decide a cortar los puentes. El 10 de diciembre, ante la puerta del Elster, quema la bula en público. Mientras ella ardía, dijo solemnemente: “Puesto que has turbado la verdad de Dios, que el Señor te turbe en este fuego”.

Más adelante él escribía en 1531: “Yo no puedo rezar sin maldecir. Cuando digo: 'Santificado sea tu nombre', no puedo evitar de agregar: 'maldito, condenado, infame sea el nombre de los papistas y de cuantos injurian tu nombre'. Cuando digo 'Vénganos el tu reino', yo agrego: 'maldito, condenado, abajo sea el papismo, con todos los reinos que sobre la tierra se elevan contra el tuyo'. Cuando digo: 'Hágase tu voluntad', agrego: 'Malditos, condenados, infames, abajo sean todos los pensamientos y proyectos de los papistas y de todos los que trabajan contra tu voluntad y tus designios'. Es así que rezo todos los días, del Fondo del corazón como de los labios, sin cansarme”.
LEÓN XIII (
SATIS COGNITUM):

(A los hijos fieles) 44. 
[…] Todos los que por un insigne beneficio de Dios tienen la dicha de haber nacido en el seno de la Iglesia católica y de vivir en ella, escucharán nuestra voz apostólica, Nos no tenemos ninguna razón para dudar de ello. “Mis ovejas oyen mi voz”. Todos ellos habrán hallado en esta carta medios para instruirse más plenamente y para adherirse con un amor más ardiente cada uno a sus propios Pastores, y por éstos al Pastor supremo, a fin de poder continuar con más seguridad en el aprisco único y recoger una mayor abundancia de frutos saludables.

[A los que están fuera de la Iglesia] Pero “fijando nuestras miradas en el autor y consumador de la fe, Jesús”, cuyo lugar ocupamos y por quien Nos ejercemos el poder, aunque sean débiles nuestras fuerzas para el peso de esta dignidad y de este cargo, Nos sentimos que su caridad inflama nuestra alma y emplearemos, no sin razón, estas palabras que Jesucristo decía de sí mismo: “Tengo otras ovejas que no están en este aprisco; es preciso también que yo las conduzca, y escucharán mi voz”. No rehúsen, pues, escucharnos y mostrarse dóciles a nuestro amor paternal todos aquellos que detestan la impiedad, hoy tan extendida, que reconocen a Jesucristo, que le confiesan Hijo de Dios y Salvador del género humano, pero que, sin embargo, viven errantes y apartados de su Esposa. Los que toman el nombre de Cristo es necesario que lo tomen todo entero.

LA CONFESIÓN DE CRISTO

U.R. 20. Nuestra atención se dirige, ante todo, a los cristianos que reconocen públicamente a Jesucristo como Dios y Señor y Mediador único entre Dios y los hombres, para gloria del único Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Sabemos que existen graves divergencias entre la doctrina de estos cristianos y la doctrina de la Iglesia católica aun respecto a Cristo, Verbo de Dios encarnado, de la obra de la redención y, por consiguiente, del misterio y ministerio de la Iglesia y de la función de María en la obra de la salvación. Nos gozamos, sin embargo, viendo a los hermanos separados tender hacia Cristo, como fuente y centro de la comunión eclesiástica. Movidos por el deseo de la unión con Cristo, se sienten impulsados a buscar más y más la unidad y también a dar testimonio de su fe delante de todo el mundo.

PÍO XI, (
MORTALIUM ANIMOS):

9.
 […] ¿quién puede concebir una Federación Cristiana, cuyos miembros conserven cada uno sus propias opiniones y juicios privados, incluso en asuntos que conciernen al objeto de la fe, aunque sean repugnantes a las opiniones del resto? ¿Y de qué manera -preguntamos- pueden los hombres que siguen opiniones contrarias, pertenecer a la misma Federación de fieles? Por ejemplo, aquellos que afirman y quienes niegan que la Tradición sagrada es una verdadera fuente de la Revelación divina; aquellos que sostienen que se ha constituido divinamente una jerarquía eclesiástica, formada por obispos, sacerdotes y ministros, y quienes afirman que se ha incorporado poco a poco de acuerdo con las condiciones de la época; aquellos que adoran a Cristo realmente presente en la Santísima Eucaristía a través de esa maravillosa conversión del pan y el vino, que se llama transubstanciación, y aquellos que afirman que Cristo está presente solo por fe o por la significación y virtud del Sacramento; aquellos que en la Eucaristía reconocen la naturaleza tanto de un sacramento como de un sacrificio, y aquellos que dicen que no es más que el memorial o conmemoración de la Cena del Señor; aquellos que creen que es bueno y útil invocar por oración a los santos que reinan con Cristo, especialmente a María, la Madre de Dios, y venerar sus imágenes, y aquellos que instan a que no se haga uso de esa veneración, porque es contrario al honor que se le debe a Jesucristo, “el único mediador de Dios y los hombres” (Ver Tim. 2, 5).

León XIII, 1878-1903 (Testem Benevolentiae)

Muchos piensan que estas concesiones deben ser hechas no sólo en asuntos de disciplina, sino también en las Doctrinas que conforman el “Depósito de la Fe”. Ellos sostienen que sería oportuno, para ganar las voluntades de aquellos que disienten de nosotros, omitir ciertos puntos de la Doctrina como si fueran de menor importancia, o moderarlos de tal manera que no conservarían el mismo sentido que la Iglesia constantemente les ha dado.

No se necesitan muchas palabras, querido hijo Nuestro, para entender con cuán reprobable designio ha sido pensado esto, si tan sólo se recuerda la naturaleza y el origen de la Doctrina que la Iglesia transmite. El Concilio Vaticano dice al respecto: 
De ahí que también hay que mantener perpetuamente el sentido de los Sagrados Dogmas que una vez declaró la Santa Madre Iglesia, y no se debe nunca abandonarlo bajo el pretexto o en nombre de un entendimiento más profundo”
 [v. D.1800](D.1967)


U.R.: 20. […] [Los hermanos separados… movidos por el deseo de la unión con Cristo, se sienten impulsados a buscar más y más la unidad y también a dar testimonio de su fe delante de todo el mundo.

LEÓN XIII (TESTEM BENEVOLENTIAE):

Todo Magisterio externo es rechazado por éstos, que quieren alcanzar la perfección cristiana, por considerarlo superfluo e incluso menos útil; dicen que el Espíritu Santo infunde ahora en las almas de los fieles unos carismas mayores y más abundantes que en los tiempos pasados, guiándolos e instruyéndolos, sin mediación alguna, por un cierto impulso misterioso (D.1970).

PÍO IX, 1846-1878.- CONCILIO VATICANO, 1869-1870:

Así, pues, “toda aserción contraria a la verdad de la fe iluminada, definimos que es absolutamente falsa” [V Concilio de Letrán; v. 738] (D.1797).

Y la doctrina de la fe que Dios ha revelado, no ha sido propuesta como un hallazgo filosófico que deba ser perfeccionado por los ingenios humanos, sino entregada a la Esposa de Cristo como un depósito divino, para ser fielmente guardada e infaliblemente declarada… (D.1800).

Y ASÍ TERMINA EL SÍMBOLO QUIMCUMQUE O ATANASIANO:

Esta es la fe católica: Uno no puede ser salvo sin creer en esto con firmeza y fidelidad (D. 40).

EL ESTUDIO DE LA SAGRADA ESCRITURA

U.R. 21 a) El amor y la veneración y casi culto a las Sagradas Escrituras conducen a nuestros hermanos separados el estudio constante y solícito de la Biblia, pues el Evangelio “es poder de Dios para la salud de todo el que cree, del judío primero, pero también del griego” (Rom., 1,16).

LEÓN XIII (
SATIS COGNITUM):

12. 
[…] La doctrina celestial de Jesucristo, aunque en gran parte esté consignada en libros inspirados por Dios, si hubiese sido entregada a los pensamientos de los hombres no podría por sí misma unir los espíritus. Con la mayor facilidad llegaría a ser objeto de interpretaciones diversas, y esto no sólo a causa de la profundidad y de los misterios de esta doctrina, sino por la diversidad de los entendimientos de los hombres y de la turbación que nacería del choque y de la lucha de contrarias pasiones. De las diferencias de interpretación nacería necesariamente la diversidad de los sentimientos, y de ahí las controversias, disensiones y querellas, como las que estallaron en la Iglesia en la época más próxima a su origen: He aquí por qué escribía San Ireneo, hablando de los herejes: “Confiesan las Escrituras, pero pervierten su interpretación”. Y San Agustín: “El origen de las herejías y de los dogmas perversos, que tienden lazos a las almas y las precipitan en el abismo, está únicamente en que las Escrituras, que son buenas, se entienden de una manera que no es buena” (San Aug. Evang. Joa. trac-18, c. 5, n° 1).

PAULO III, 1534-1549. CONCILIO DE TRENTO 1545-1563 (SESIÓN VI, 13-1-1543) CONTRA LA VANA CONFIANZA DE LOS HEREJES:

Pero aún cuando sea necesario creer que los pecados no se remiten ni fueron jamás remitidos sino gratuitamente por la misericordia divina a causa de Cristo; no debe, sin embargo, decirse que se remiten o han sido remitidos los pecados a nadie que se jacte de la confianza y certeza de la remisión de sus pecados y que en ella sola descanse, como quiera que esa confianza vana y alejada de toda piedad, puede darse entre los herejes y cismáticos, es más, en nuestro tiempo se da y se predica en contra de la Iglesia Católica (Can. 12)… (D.802).

Si alguno dijere que los sacramentos de la Nueva Ley no son necesarios para la salvación, sino superfluos, y que sin ellos o el deseo de ellos, los hombres alcanzan de Dios, por la sola fe, la gracia de la justificación -aun cuando no todos los sacramentos sean necesarios a cada uno-, sea anatema (D.847).

PÍO XII EN HUMANI GENERIS DE 12-VIII-1950:

21. Algunos no se consideran obligados por la doctrina —que, fundada en las fuentes de la revelación, expusimos Nos hace pocos años en una Encíclica—, según la cual el Cuerpo místico de Cristo y la Iglesia católica romana son una sola y misma cosa. Otros reducen a una pura fórmula la necesidad de pertenecer a la verdadera Iglesia para conseguir la salud eterna. Otros, finalmente, no admiten el carácter racional de los signos de la credibilidad de la fe cristiana
 (D.2319).

SAN LEÓN IX, DE LA CARTA CONGRATULAMUR VEHEMENTER
, DE 13-1V-1053:

Además anatematizo toda herejía que se levanta contra la Santa Iglesia Católica, y juntamente, a quien haya venerado otras Escrituras fuera de las que recibe la Santa Iglesia Católica. Recibo los cuatro Concilios y los venero como a los cuatro Evangelios, pues la Santa Iglesia universal por las cuatro partes del mundo está apoyada en ellos como en una piedra... De igual modo recibo y venero los otros tres Concilios... Cuanto los antedichos siete Concilios santos y universales sintieron y alabaron, yo también los siento y alabo, y a cuantos anatematizaron, yo los anatematizo.


U.R. 21 b) Invocando al Espíritu Santo, buscan en las Escrituras a Dios, que, en cierto modo, les habla en Cristo, preanunciado por los profetas, Verbo de Dios encarnado por nosotros. En ellas contemplan la vida de Cristo y cuanto el divino Maestro enseñó y realizó para la salvación de los hombres, sobre todo los misterios de su muerte y de su resurrección.

León XIII (
SATIS COGNITUM):

44. 
[…] Los que toman el nombre de Cristo es necesario que lo tomen todo entero. “Cristo todo entero es una cabeza y un cuerpo, la cabeza es el Hijo único de Dios; el cuerpo es su Iglesia: es el esposo y la esposa, dos en una sola carne. Todos los que tienen respecto de la cabeza un sentimiento diferente del de las Escrituras, en vano se encuentran en todos los lugares donde se halla establecida la Iglesia, porque no están en la Iglesia. E, igualmente, todos los que piensan como la Sagrada Escritura respecto de la cabeza, pero que no viven en comunión con la autoridad de la Iglesia, no están en la Iglesia”.

[…]

E, igualmente, todos los que piensan como la Sagrada Escritura respecto de la cabeza, pero que no viven en comunión con la autoridad de la Iglesia, no están en la Iglesia (S. Agust. contra Donat. ep. sive de Unitate Eccl. c. IV.. n. 7. P.L. 43. 395).

SESIÓN IV (8 DE ABRIL DE 1546) PAULO III, 1534-1549.- CONCILIO DE TRENTO, 1545-1563:

El sacrosanto, ecuménico y universal Concilio de Trento… (para) que, quitados los errores, se conserve en la Iglesia la pureza misma del Evangelio que, prometido antes por obra de los profetas en las Escrituras Santas, promulgó primero por su propia boca Nuestro Señor Jesucristo, Hijo de Dios y mandó luego que fuera predicado por ministerio de sus Apóstoles a todo criatura [Mt. 28, 19 y s; Mc. 16,15] como fuente de toda saludable verdad y de toda disciplina de costumbres; y viendo perfectamente que esta verdad y disciplina se contiene en los libros escritos y las tradiciones no escritas que, transmitidas como de mano en mano, han llegado hasta nosotros desde los apóstoles, quienes las recibieron o bien de labios del mismo Cristo, o bien por inspiración del Espíritu Santo; siguiendo los ejemplos de los Padres ortodoxos, con igual afecto de piedad e igual reverencia recibe y venera todos los libros, así del Antiguo como del Nuevo Testamento, como quiera que un solo Dios es autor de ambos, y también las tradiciones mismas que pertenecen ora a la fe, ora a las costumbres, como oralmente por Cristo o por el Espíritu Santo dictadas y por continua sucesión conservadas en la Iglesia Católica.

Ahora bien, creyó deber suyo escribir adjunto a este decreto un índice [o canon] de los libros sagrados, para que a nadie pueda ocurrir duda sobre cuáles son los que por el mismo Concilio son recibidos (D.783).

Son los que a continuación se escriben [sigue la lista de los libros canónicos de ambos Testamentos]… Y si alguno no recibiere como sagrados y canónicos los libros mismos íntegros con todas sus partes, tal como se han acostumbrado leer en la Iglesia Católica y se contienen en la antigua edición vulgata latina, y despreciare a ciencia y conciencia las tradiciones predichas, sea anatema. Entiendan, pues, todos, porqué orden y camino, después de echado el fundamento de la confesión de la fe, ha de avanzar el Concilio mismo y de qué testimonios y auxilios se ha de valer principalmente para confirmar los dogmas y restaurar en la Iglesia las costumbres (D.784).

Además para reprimir los ingenios petulantes, decreta que nadie, apoyado en su prudencia, sea osado a interpretar la Escritura Sagrada, en materias de fe y costumbres, que pertenecen a la edificación de la doctrina cristiana, retorciendo la misma Sagrada Escritura conforme al propio sentir, contra aquel sentido que sostuvo y sostiene la santa madre Iglesia, a quien atañe juzgar del verdadera sentido e interpretación de las Escrituras Santas, o también contra el unánime sentir de los Padres, aun cuando tales interpretaciones no hubieren de salir a luz en tiempo alguno. Los que contravinieren, sean declarados por medio de los ordinarios y castigados con las penas establecidas por el derecho…


U.R. 21 c) Pero cuando los hermanos separados reconocen la autoridad divina de los sagrados libros sienten -cada uno a su manera- diversamente de nosotros en cuanto a la relación entre las Escrituras y la Iglesia, en la cual, según la fe católica, el magisterio auténtico tiene un lugar especial en orden a la exposición y predicación de la palabra de Dios escrita.

LEÓN XIII (
TESTEM BENEVOLENTIAE):

Pero, querido hijo Nuestro, en el asunto del que estamos hablando, es más peligroso y más pernicioso para la Doctrina y la Disciplina Católicas aquel proyecto por el que los seguidores de la novedad sostienen que se debe introducir una suerte tal de libertad en la Iglesia que, disminuyendo de alguna manera su supervisión y cuidado, se permita a cada uno de los fieles ser más indulgente con sus propias ideas y con su propia actividad. (D.1969).

SAN PÍO X, JURAMENTO ANTIMODERNISTA:

Repruebo igualmente el método de juzgar e interpretar la Sagrada Escritura que, sin tener en cuenta la tradición de la Iglesia, la analogía de la fe y las normas de la Sede Apostólica, sigue los delirios de los racionalistas y abraza no menos libre que temerariamente la crítica del texto como regla única y suprema. (D.2146).

LEÓN XIII (PROVIDENTISSIMUS DEUS, DE 18-M-1893):

45. [...] En efecto, los libros que la Iglesia ha recibido como sagrados y canónicos, todos e íntegramente, en todas sus partes, han sido escritos bajo la inspiración del Espíritu Santo; y está tan lejos de la divina inspiración el admitir error, que ella por sí misma no solamente lo excluye en absoluto, sino que lo excluye y rechaza con la misma necesidad con que es necesario que Dios, Verdad suma, no sea autor de ningún error (D. 1951).

46. Tal es la antigua y constante creencia de la Iglesia definida solemnemente por los concilios de Florencia y de Trento, confirmada por fin y más expresamente declarada en el concilio Vaticano, que dio este decreto absoluto: “Los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento, íntegros ...  tienen a Dios por autor”. 
[ v. D. 1787]… (D. 1052).

48.  Valga por todos lo que el mismo Agustín escribe a Jerónimo: “Yo confieso a vuestra caridad que he aprendido a dispensar a solos los libros de la Escritura que se llaman canónicos la reverencia y el honor de creer muy firmemente que ninguno de sus autores ha podido cometer un error al escribirlos. Y si yo encontrase en estas letras algo que me pareciese contrario a la verdad, no vacilaría en afirmar o que el manuscrito es defectuoso, o que el traductor no entendió exactamente el texto, o que no lo he entendido yo” (S. August. Ep. 82, 1, 3 (P.L. 33 (Aug. II). 277) y con frecuencia en otras partes) (D.1952).

52. Muchas acusaciones de todo género se han venido lanzando contra la Escritura durante largo tiempo y con tesón, que hoy están completamente desautorizadas como vanas, y no pocas interpretaciones se han dado en otro tiempo acerca de algunos lugares de la Escritura —que no pertenecían ciertamente a la fe ni a las costumbres— en los que después una más diligente investigación ha aconsejado rectificar. El tiempo borra las opiniones humanas, mas “la verdad se robustece y permanece para siempre” (Esdras IV, 38).(D.1953).

ASÍ CLEMENTE VI SUPER QUIBUSDAM (29 DE SEPTIEMBRE DE 1351) A CONSOLADOR CATOLICÓN DE LOS ARMENIOS:

1065 
D.570r. Decimocuarto, si has creído y crees que el Nuevo y Antiguo Testamento, en todos los libros que nos ha transmitido la autoridad de la Iglesia Romana, contienen en todo la verdad indubitable...

PÍO IV, 1559-1565.- CONCILIO DE TRENTO, 1545-1563:

Admito y abrazo firmísimamente las tradiciones de los Apóstoles y de la Iglesia y las restantes observancias y constituciones de la misma Iglesia. Admito igualmente la Sagrada Escritura conforme al sentido que sostuvo y sostiene la santa madre Iglesia, a quien compete juzgar del verdadero sentido e interpretación de las Sagradas Escrituras, ni jamás la tomaré e interpretaré sino conforme al sentir unánime de los Padres (D.995).

… Abrazo y recibo todas y cada una de las cosas que han sido definidas y declaradas en el sacrosanto Concilio de Trento acerca del pecado original y de la justificación (D.996).


U.R. 21 d) Sin embargo, las Sagradas Escrituras son, en el diálogo mismo, instrumentos preciosos en la mano poderosa de Dios para lograr aquella unidad que el Salvador presenta a todos los hombres.

PÍO IX, 1846-1878.- CONCILIO VATICANO, 1869-1870:

(De las fuentes de la revelación) Ahora bien, esta revelación sobrenatural, según la fe de la Iglesia universal declarada por el santo Concilio de Trento, “se contiene en los libros escritos y en las tradiciones no escritas, que recibidas por los Apóstoles de boca de Cristo mismo, o sea por los mismos Apóstoles bajo la inspiración del Espíritu Santo transmitidas como de mano en mano, han llegado hasta nosotros” (Con. Trid., v. D.783). Estos libros del Antiguo y del Nuevo Testamento, íntegros con todas sus partes, tal como se enumeran en el decreto del mismo Concilio, y se contienen en la antigua edición Vulgata latina, han de ser recibidos como sagrados y canónicos, no porque compuestos por sola industria humana, hayan sido luego aprobados por ella; ni solamente porque contengan la revelación sin error; sino porque escritos por inspiración del Espíritu Santo, tienen a Dios por autor, y como tales han sido entregados a la misma Iglesia (Can. 4).(D. 1787).

[De la interpretación de la Sagrada Escritura]. Mas como quiera que hay algunos que exponen depravadamente lo que el santo Concilio de Trento, para reprimir a los ingenios petulantes, saludablemente decretó sobre la interpretación de la Escritura divina, Nos, renovando el mismo decreto, declaramos que su mente es que en materias de fe y costumbres que atañen a la edificación de la doctrina cristiana, ha de tenerse por verdadero sentido de la Sagrada Escritura aquél que sostuvo y sostiene la santa madre Iglesia, a quien toca juzgar del verdadero sentido e interpretación de las Escrituras santas; y, por lo tanto, a nadie es lícito interpretar la misma Escritura Sagrada contra este sentido ni tampoco contra el sentir unánime de los Padres (D.1788).

SAN PÍO X, DEL MOTU PROPRIO SACRORUM ANTISTITUM DE 1° DE SEPTIEMBRE DE 1910:

Yo…, abrazo y acepto firmemente todas y cada una de las cosas que han sido definidas, afirmadas y declaradas por el Magisterio inerrante de la Iglesia, principalmente aquellos puntos de doctrina que directamente se oponen a los errores de la época presente y...

En tercer lugar: creo igualmente con fe firme que la Iglesia, guardiana y maestra de la palabra revelada, fue próxima y directamente instituida por el mismo verdadero e histórico Cristo, mientras vivía entre nosotros, y que fue edificada sobre Pedro, príncipe de la jerarquía apostólica, y sus sucesores para siempre. 

Cuarto: acepto sinceramente la doctrina de la fe transmitida hasta nosotros desde los Apóstoles por medio de los Padres ortodoxos, siempre en el mismo sentido y en la misma sentencia [...] (D.2145).

EUGENIO IV, 1431-1447.- CONCILIO DE FLORENCIA, 1438-1445:

Asimismo definimos que la santa Sede Apostólica y el Romano Pontífice tienen el primado sobre todo el orbe y que el mismo Romano Pontífice es el sucesor del bienaventurado Pedro, príncipe de los Apóstoles, verdadero vicario de Cristo y cabeza de toda la Iglesia y padre y maestro de todos los cristianos, y que al mismo, en la persona del bienaventurado Pedro, le fue entregada por nuestro Señor Jesucristo plena potestad de apacentar, regir y gobernara la Iglesia universal, como se contiene hasta en las actas de los Concilios ecuménicos y en los sagrados cánones (D.694).

PÍO IX, CONCILIO VATICANO:

A esta potestad están obligados por el deber de subordinación jerárquica y de verdadera obediencia los pastores y fieles de cualquier rito y dignidad… no sólo en las materias que atañen a la le y las costumbres, sino también en lo que pertenece a la disciplina y régimen de la Iglesia difundida por todo el orbe; de suerte que, guardada con el Romano Pontífice esta unidad tanto de comunión como de profesión de la misma fe, la Iglesia de Cristo sea un solo rebaño bajo un solo pastor supremo. Tal es la doctrina de la verdad católica, de la que nadie puede desviarse sin menoscabo de su fe y salvación (D.1827).

(Canon) Así, pues, si alguno dijere que el Romano Pontífice tiene sólo deber de inspección y dirección, pero no plena y suprema potestad de jurisdicción sobre la Iglesia universal, no sólo en las materias que pertenecen a la ley a las costumbres, sino también en las de régimen y disciplina de la Iglesia difundida por todo el orbe, o que tiene la parte principal, pero no toda la plenitud de esta suprema potestad; o que esta potestad suya no es ordinaria e inmediata, tanto sobre todas y cada una de las Iglesias, como todos y cada uno de los pastores y de los fieles, sea anatema (D.1831).

LA VIDA SACRAMENTAL

U.R. 22 a) Por el sacramento del bautismo, debidamente administrado según la institución del Señor, y recibido con la requerida disposición del alma, el hombre se incorpora realmente a Cristo crucificado y glorioso y se regenera para el consorcio de la vida divina, según las palabras del Apóstol: “Con El fuisteis sepultados en el bautismo, y en El, asimismo, fuisteis resucitados por la fe en el poder de Dios, que lo resucitó de entre los muertos” (Col., 2,12; Rom., 6,4).

GREGORIO XVI, ENCÍCLICA MIRARI VOS:

Como el apóstol afirma (Efes. 4: 5) que existe “un Dios, una fe, un bautismo”, temen aquellos que sueñan que navegando bajo la bandera de cualquier religión podría igualmente aterrizar en el puerto de la felicidad eterna, y considerar que por el testimonio del Salvador mismo (Lc 11:23) “están en contra de Cristo, porque no están con Cristo”, y que desafortunadamente se dispersan solo porque no recolectan con él; por lo tanto “Todo el que quiera salvarse, ante todo es menester que mantenga la fe Católica; el que no la guarde íntegra e inviolada, sin duda perecerá para siempre” (Credo de San Atanasio)

Entonces, alguien equivocadamente, entre aquellos que no están cerca de la Iglesia, se atrevería a buscar razones para alentar a regenerarse también en el agua de salud; a lo que San Agustín respondería oportunamente: “Incluso la ramita cortada de la vid tiene la misma forma, pero ¿qué forma se beneficia si no vive de la raíz?” (San Agustín, Sermón 162 A).

LEÓN XIII (SATIS SOGNITUM):

(A los que vacilan) 45. Nuestro corazón se dirige también con sin igual ardor tras aquellos a quienes el soplo contagioso de la impiedad no ha envenenado del todo, y que, a lo menos, experimentan el deseo de tener por padre al Dios verdadero, creador de la tierra y del cielo. Que reflexionen y comprendan bien que no pueden en manera alguna contarse en el número de los hijos de Dios si no vienen a reconocer por hermano a Jesucristo y por madre a la Iglesia.

Antes había dicho (N°7): “Pues ningún otro nombre ha sido dado a los hombres por el que podamos ser salvados” (Hechos IV, 2). La misión, pues, de la Iglesia es repartir entre los hombres y extender a todas las edades la salvación operada por Jesucristo y todos los beneficios que de ella se siguen. Por esto, según la voluntad de su Fundador, es necesario que sea única en toda la extensión del mundo y en toda la duración de los tiempos. Para que pudiera existir una unidad más grande sería preciso salir de los límites de la tierra e imaginar un género humano nuevo y desconocido.

[…]

9. Así, pues, si algunos miembros están separados y alejados de los otros miembros, no podrán pertenecer a la misma cabeza como el resto del cuerpo. “Hay —dice San Cipriano— un solo Dios, un solo Cristo, una sola Iglesia de Cristo, una sola fe, un solo pueblo que, por el vínculo de la concordia, está fundado en la unidad sólida de un mismo cuerpo. La unidad no puede ser amputada; un cuerpo, para permanecer único, no puede dividirse por el fraccionamiento de su organismo”. Para mejor declarar la unidad de su Iglesia, Dios nos la presenta bajo la imagen de un cuerpo animado, cuyos miembros no pueden vivir sino a condición de estar unidos con la cabeza y de tomar sin cesar de ésta su fuerza vital; separados, han de morir necesariamente. “No puede (la Iglesia) ser dividida en pedazos por el desgarramiento de sus miembros y de sus entrañas. Todo lo que se separe del centro de la vida no podrá vivir por sí solo ni respirar”.

POR ESO INOCENCIO III EN SU CARTA EIUS EXEMPLO DE 18-XII-1208:

De corazón creemos y con la boca confesamos una sola Iglesia no de herejes, sino la Santa, Romana, Católica y Apostólica, fuera de la cual creemos que nadie se salva. (D.423).

SAN PÍO X, 1903-1914 [DEL MOTU PROPRIO SACRORUM ANTISTITUM DE L-IX-1910]:

Por lo tanto, mantengo firmísimamente la fe de los Padres y la mantendré hasta el postrer aliento de mi vida sobre el carisma cierto de la verdad, que está, estuvo y estará siempre en la sucesión del episcopado desde los Apóstoles; no para que se mantenga lo que mejor y más apto pueda parecer conforme a la cultura de cada época, sino para que nunca se crea de otro modo, nunca de otro modo se entienda la verdad absoluta e inmutable predicada desde el principio por los Apóstoles.

Todo esto prometo que lo he de guardar íntegra y sinceramente y custodiar inviolablemente sin apartarme nunca de ello, ni enseñando ni de otro modo cualquiera de palabra o por escrito. Así lo prometo, así lo juro, así me ayude Dios (D.2147).


U.R. 22 b): El bautismo, por tanto, constituye un poderoso vínculo sacramental de unidad entre todos los que con él se han regenerado. Sin embargo, el bautismo por sí mismo es tan sólo un principio y un comienzo, porque todo él se dirige a la consecución de la PLENITUD de la vida en Cristo. Así, pues, el bautismo se ordena a la profesión íntegra de la fe, a la PLENA incorporación, a los medios de salvación, determinados por Cristo y, finalmente, a la ÍNTEGRA incorporación en la comunión eucarística.

LEÓN XIII (
SATIS COGNITUM):

(Unidad absoluta en la fe) 11. [...] Por esto, según su plan divino, Jesús quiso que la unidad de la fe existiese en su Iglesia; pues la fe es el primero de todos los vínculos que unen al hombre con Dios, y a ella es a la que debemos el nombre de fieles.

“Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo” (Efesios IV, 5), es decir, del mismo modo que no tienen más que un solo Señor y un solo bautismo, así todos los cristianos del mundo no deben tener sino una sola fe. Por esto el apóstol San Pablo no pide solamente a los cristianos que tengan los mismos sentimientos y huyan de las diferencias de opinión, sino que les conjura a ello por los motivos más sagrados: “Os conjuro, hermanos míos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que no tengáis más que un mismo lenguaje ni sufráis cisma entre vosotros, sino que estéis todos perfectamente unidos en el mismo espíritu y en los mismos sentimientos” (I, Cor. I, 10) Estas palabras no necesitan explicación, son por sí mismas bastante elocuentes.

PÍO IX, 1846-1878 -CONCILIO VATICANO- 1869-1870:

(Del objeto de la fe) Ahora bien, deben creerse con fe divina y católica todas aquellas cosas que se contienen en la palabra de Dios escrita o tradicional, y son propuestas por la Iglesia para ser creídas como divinamente reveladas, ora por solemne juicio, ora por su ordinario y universal magisterio (D.1792).

(De la necesidad de abrazar y conservar la fe) Mas porque sin la fe… es imposible agradar a Dios [Hebr. 11, 6] y llegar al consorcio de los hijos de Dios; de ahí que nadie obtuvo jamás la justificación sin ella, y nadie alcanzará la salvación eterna, si no perseverare en ella hasta el fin (Mt. 10, 22; 24, 13]… (D.1793).

GREGORIO XVI, ENCÍCLICA SUMMO JUGITER:

No ignoráis, Venerables Hermanos, con qué celo tan intenso y constante han inculcado Nuestros Predecesores aquel mismo artículo de la fe que ellos se atreven a negar, referente a la necesidad de la fe y de la unidad católicas para conseguir la salvación. A esto se refieren las palabras del celebérrimo discípulo de los Apóstoles, San Ignacio mártir, en su carta a los filadelfos: No erréis hermanos míos; si alguno sigue al que hace cisma, no obtendrá la herencia del reino de Dios. San Agustín, por su parte, y otros Obispos africanos… explicaban esto mismo más explícitamente: Quienquiera que sea separado de esta Iglesia Católica, por más que crea vivir laudablemente, con todo, por el sólo delito de estar separado de la unidad de Cristo, no tendrá la vida, sino que la ira de Dios permanece sobre él. Y, pasando por alto otros muchos, casi innumerables pasajes, de los antiguos Padres, mencionaremos con honor a aquel glorioso predecesor Nuestro, San Gregorio Magno, que expresamente afirma ser ésa la doctrina de la Iglesia Católica. Dice así: “La santa Iglesia Universal predica que a Dios no se le puede honrar con verdad sino dentro de ella, afirmando que cuantos están fuera de ella de ninguna manera se salvarán”.

Tenemos, además, los actos solemnes de la misma Iglesia con los que se anuncia el mismo dogma. Así, en el decreto de fe que publicó Nuestro predecesor Inocencio III, en el IV Concilio Ecuménico de Letrán, se dice: “Una es la Iglesia universal de los fieles, fuera de la cual nadie puede salvarse” (Ver Denzinger-Umberg, Enchiridion Symb. 430; S. Cipriano Ep. 73 a Iubaiano, n. 21 Migne P.L. 3, col, 1123 B). Finalmente, el mismo dogma se encuentra expresamente indicado en las profesiones de fe propuestas por la Sede Apostólica, tanto en la común a todas las Iglesias latinas, como en las otras dos, en uso, una entre los griegos y otra entre los demás católicos orientales. No hemos enumerado estos testimonios, entresacados de entre otros muchos, Venerables Hermanos, con ánimo de enseñaros un artículo de fe que vosotros ignoráis. Lejos de Nos el haceros objeto de una sospecha tan absurda e injusta. Pero es tal la preocupación que Nos apremia por este importantísimo y conocidísimo dogma, impugnado por algunos con audacia desmedida… (Ene. Pontificias. Ed. Guadalupe, pp. 31-32).


U.R. 22 c) Las comunidades eclesiales separadas, aunque les falle esa unidad PLENA con nosotros que dimana del bautismo, y aunque creamos que, sobre todo por la carencia del sacramento del orden, no han conservado la genuina e INTEGRA sustancia del misterio eucarístico, sin embargo, mientras conmemoran en la santa cena la muerte y la resurrección del Señor, profesan que en la comunión de Cristo se representa la vida, y esperan su glorioso advenimiento. Por consiguiente, la doctrina sobre la cena del Señor, sobre los demás sacramentos, sobre el culto y los misterios de la Iglesia deben ser objeto de diálogo.

EL PADRE HARTMANN GRISAR S.J. EN “MARTIN LUTERO, SU VIDA Y SU OBRA” DICE:

En 1523 hizo su aparición el folleto “De la misa clandestina y de la consagración de los clérigos”.

En este escrito rechaza Lutero no sólo el Sacrificio de la Misa, sino la presencia de Cristo en el altar sin comunión: “Dígnese Dios otorgar a todos los fieles cristianos un corazón tal que al oír hablar de la misa se santigüen, como en presencia de una abominación diabólica”.

ASAMBLEA DE ESMALCALDA (1537):

Habíanse preparado en Wittenberg… las conclusiones conocidas con el nombre de Artículos de Esmalcalda, ante todo la justificación luterana y la sola fides. “En este punto -escribía Lutero- no podemos ceder, sino mantenerlo, a pesar del cielo y de la tierra, porque en él descansa cuanto explicamos y enseñamos contra el Papa, el diablo y el mundo” (p. 325).

Venía luego la condenación del Sacrificio de la Misa: “que es la cola del dragón de que penden los sacramentos del diablo”, el purgatorio, las peregrinaciones, las reliquias, las indulgencias, la invocación de los santos… Todo ello en mescolanza, sin orden ni método, y rebozado en un mar de injurias. En tercer lugar, la cuestión de los conventos y de las fundaciones que es preciso suprimir, el pretendido derecho del Papado, que hay que rechazar. […]

GRAVE ENFERMEDAD DE LUTERO EN ESMALCALDA:

Su oración… era así: “Bien sabes, oh Dios mío, que he predicado tu palabra con celo y fidelidad… Muero odiando al Papa” (p.326).

Luego el P. Grisar narra: el epitafio por él -Lutero- prevenido para su propia tumba; y que decía que su muerte sería la muerte del Papa: Pestis eram vivus, moriens ero mors tua, papa.

LUCIO III, 1181-1185, CONCILIO DE VERONA, 1184 (DEL DECRETO AD ABOLENDUM CONTRA LOS HEREJES):

A todos los que no temen sentir o enseñar de otro modo que como predica y observa la sacrosanta Iglesia Romana, acerca del sacramento del cuerpo y de la sangre de nuestro Señor Jesucristo, del bautismo, de la confesión de los pecados, del matrimonio o de los demás sacramentos de la Iglesia; y en general, a cuantos la misma Iglesia Romana o los obispos en particular por sus diócesis con el consejo de sus clérigos, o los clérigos mismos, de estar vacante la sede, con el consejo -si fuere menester-, de los obispos vecinos, hubieren juzgado por herejes, nosotros ligamos con igual vínculo de perpetuo anatema (D.402).

PÍO IV, 1559-1565.- CONCILIO DE TRENTO, 1545-1563 SESIÓN XXII (17 DE SEPTIEMBRE DE 1562) DOCTRINA ACERCA DEL SANTÍSIMO SACRIFICIO DE LA MISA:

El sagrado y santo Concilio ecuménico y general de Trento, legítimamente reunido en el Espíritu Santo, presidido por los mismos Legados de la Sede Apostólica, a fin de que la antigua, completa y en todas partes perfecta fe y doctrina tocante al gran misterio de la Eucaristía sea retenido en la Santa Iglesia Católica; y que, siendo repelidos todos los errores y herejías, sea preservado en su propia pureza; (el Sínodo) instruido por la iluminación del Espíritu Santo, enseña, declara; y decreta lo que sigue, para ser predicado a los fieles, sobre el tema de la Eucaristía, considerada como verdadero y singular sacrificio. (D.937a)

Cap. 1 Sobre la institución del santísimo Sacrificio de la Misa

… Él, pues, Nuestro 
Dios y Señor … en la última cena, la noche en que fue entregado, para dejar a su amada Esposa, la Iglesia, un sacrificio visible … por medio del cual pudiera representarse aquel sacrificio sangriento, que una vez había de cumplirse en la cruz, declarándose sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec, ofreció a Dios Padre su propio cuerpo y sangre bajo las especies de pan y vino; y, bajo los símbolos de esas mismas cosas, entregó (Su propio cuerpo y sangre) para ser recibidos por Sus apóstoles, a quienes entonces constituyó sacerdotes del Nuevo Testamento; y con esas palabras: “Haced esto en conmemoración mía”, les ordenó a ellos y a sus sucesores en el sacerdocio, que los ofrecieran; tal como la Iglesia Católica siempre ha entendido y enseñado (D.938).

Y ésta es en verdad esa oblación limpia, que no puede ser contaminada por ninguna indignidad o malicia de los que la ofrecen; que el Señor predijo por Malaquías que sería ofrecida en todo lugar, limpia a su nombre, que iba a ser grande entre los gentiles; y que el apóstol Pablo, escribiendo a los Corintios, no ha indicado oscuramente, cuando dice que los que están contaminados por la participación de la mesa de los demonios, no pueden ser partícipes de la mesa del Señor; por la mesa, significando en ambos lugares el altar. (D.939).

Cap. 9 Observación preliminar sobre los siguientes cánones

El sacrosanto y santo Concilio, después de muchas y graves deliberaciones maduras sobre estas materias, ha resuelto, con el consentimiento unánime de todos los Padres, condenar y eliminar de la Santa Iglesia, mediante los cánones adjuntos, todo lo que se oponga a esta purísima fe y Sagrada Doctrina. (D.947).

Cánones del sacrificio de la Misa

Can. 1. Si alguno dijere, que no se ofrece a Dios en la Misa verdadero y propio sacrificio; o que el ofrecerse este no es otra cosa que darnos a Cristo para que le comamos, sea anatema (cf. 938) (D.948).

Can. 2. Si alguno dijere que con las palabras: Haced esto en memoria mía (Lc. 22, 19; 1 Cor. 11, 24), no instituyó Cristo sacerdotes a los Apóstoles, o que no los ordenó para que ellos, y los demás sacerdotes ofreciesen su cuerpo y su sangre, sea anatema [cf. 938] (D.949).

Can. 3. Si alguno dijere, que el sacrificio de la Misa es solo sacrificio de alabanza, y de acción de gracias, o mero recuerdo del sacrificio consumado en la cruz; mas que no es propiciatorio; o que sólo aprovecha al que le recibe; y que no se debe ofrecer por los vivos, ni por los difuntos, por los pecados, penas, satisfacciones, ni otras necesidades, sea anatema [cf. 940] (D.950).

Can. 9. Si alguno dijere, que se debe condenar el rito de la Iglesia Romana, según el que se profieren en voz baja una parte del Canon, y las palabras de la consagración; o que la Misa debe celebrarse sólo en lengua vulgar, o que no se debe mezclar el agua con el vino en el cáliz que se ha de ofrecer, porque esto es contra la institución de Cristo, sea anatema [cf. 943 y 945 s] (D.956).

PROFESIÓN DE FE TRIDENTINA [DE LA BULA DE PÍO IV INIUCTUM NOBIS, DE 13-XI-I564]:

Profeso, asimismo, que en la Misa se ofrece a Dios un sacrificio verdadero, propio y propiciatorio por los vivos y los muertos; y que en el Santísimo Sacramento de la Eucaristía se encuentran verdadera, real y sustancialmente el Cuerpo y la Sangre, junto con el Alma y la Divinidad de nuestro Señor Jesucristo; y que se produce un cambio de toda la esencia del pan en el Cuerpo, y de toda la esencia del vino en la Sangre; cambio que la Iglesia Católica llama transubstanciación.

También confieso que bajo cualquiera de los dos tipos [ya sea el pan o la copa] se recibe a Cristo entero y completo, y es un verdadero Sacramento.

LA VIDA CON CRISTO

U.R. 23 a) La vida cristiana de estos hermanos se nutre de la fe en cristo y se robustece con la gracia del bautismo y con la palabra de Dios oída. Se manifiesta en la oración privada, en la meditación bíblica, en la vida de la familia cristiana, en el culto de la comunidad congregada para alabar a Dios. Por lo demás, su culto muchas veces presenta elementos claros de la antigua Liturgia común.

PÍO IX, EN SINGULARI QUADAM DE 9-XII-1854:

Hemos aprendido con pena que otro error, no menos triste, se introduce en ciertas partes del mundo católico y se ha apoderado de las almas de muchos católicos. Llevado con la esperanza de la salvación eterna de aquellos que están fuera de la verdadera Iglesia de Cristo, no dejan de preguntar con solicitud cuál será el destino y la condición después de la muerte de los hombres que no son sumisos a la fe católica. Seducidos por el vano razonamiento que hacen a estas preguntas, responde a esa doctrina perversa. ¡Lejos de nosotros, Venerables Hermanos, reclamar poner límites a la Divina Misericordia, que es infinita! ¡Lejos de nosotros para escudriñar los consejos y los misteriosos juicios de Dios, una profundidad insondable donde el pensamiento humano no puede penetrar! Pero pertenece al deber de nuestro oficio apostólico excitar su solicitud y vigilancia episcopal para hacer todos los esfuerzos posibles para eliminar de las mentes de los hombres la opinión, tan impía como fatal, según la cual las personas pueden encontrar el camino de la salvación eterna en cualquier religión. Emplee todos los recursos de sus mentes y de su aprendizaje para demostrar a las personas comprometidas a su cuidado que los dogmas de la fe católica no son contrarios a la misericordia y justicia divinas.
 (D. 1646).

Y EL MISMO PAPA 9 AÑOS DESPUÉS, [DE LA ENCÍCLICA QUANTO CONFICIAMUR MOERORE, A LOS OBISPOS DE ITALIA, DE 10 DE AGOSTO DE 1863]:

Y aquí, queridos Hijos nuestros y Venerables Hermanos, es menester recordar y reprender nuevamente el gravísimo error en que míseramente se hallan algunos católicos, al opinar que hombres que viven en el error y ajenos a la verdadera fe y a la unidad católica pueden llegar a la eterna salvación. Lo que ciertamente se opone en sumo grado a la doctrina católica. Notoria cosa es a Nos y a vosotros que aquellos que sufren ignorancia invencible acerca de nuestra santísima Religión, que cuidadosamente guardan la ley natural y sus preceptos, esculpidos por Dios en los corazones de todos y están dispuestos a obedecer a Dios y llevan vida honesta y recta, pueden conseguir la vida eterna, por la operación de la virtud de la luz divina y de la gracia; pues Dios, que manifiestamente ve, escudriña y sabe la mente, ánimo, pensamientos y costumbres de todos, no consiente en modo alguno, según su suma bondad y clemencia, que nadie sea castigado con eternos suplicios, si no es reo de culpa voluntaria.

Pero bien conocido es también el dogma católico, a saber, que nadie puede salvarse fuera de la Iglesia Católica, y que los contumaces contra la autoridad y definiciones de la misma Iglesia, y los pertinazmente divididos de la unidad de la misma Iglesia y del Romano Pontífice, sucesor de Pedro, “a quien fue encomendada por el Salvador la guarda de la viña”, no pueden alcanzar la eterna salvación. (D.1677).


U.R. 23 b): La fe por la cual se cree en Cristo produce frutos de alabanza y de acción de gracias por los beneficios recibidos de Dios; únesele también un vivo sentimiento de justicia y una sincera caridad para con el prójimo. Esta fe laboriosa ha producido no pocas instituciones para socorrer la miseria espiritual y corporal, para perfeccionar la educación de la juventud, para hacer más llevaderas las condiciones sociales de la vida, para establecer la paz en el mundo.

Sigue Pío IX en Singulari Quadam:

La fe nos ordena que mantengamos que fuera de la Iglesia Apostólica Romana, ninguna persona puede ser salvada, porque nuestra Iglesia es el único arca de salvación, y quien no entre en ella, perecerá en las aguas del diluvio.

Por otro lado, es necesario mantener con certeza que la ignorancia de la verdadera religión, si esa ignorancia es invencible, no es una falla a los ojos de Dios. Pero, ¿quién presumirá arrogarse el derecho de marcar los límites de tal ignorancia, teniendo en cuenta las diversas condiciones de los pueblos, los países, las mentes y la infinita multiplicidad de cosas humanas? Cuando nos liberemos de los lazos del cuerpo, veremos a Dios tal como es, comprenderemos perfectamente por qué vínculo admirable e indisoluble se unen la misericordia divina y la justicia divina; pero mientras estemos sobre la tierra, inclinados bajo el peso de esta masa mortal que sobrecarga el alma, sostengamos firmemente lo que la doctrina católica nos enseña, que solo hay un Dios, una Fe, un Bautismo; y que buscar penetrar más no está permitido.
 (D.1647).

PIO IX EN QUANTO CONFICIAMUR MOERORE:

Lejos, sin embargo, de los hijos de la Iglesia Católica ser jamás en modo alguno enemigos de los que no nos están unidos por los vínculos de la misma fe y caridad; al contrario, si aquellos son pobres o están enfermos o afligidos por cualesquiera otras miserias, esfuércense más bien en cumplir con ellos todos los deberes de la caridad cristiana y en ayudarlos siempre y, ante todo, pongan empeño por sacarlos de las tinieblas del error en que míseramente yacen y reducirlos a la verdad católica y a la madre amantísima, la Iglesia, que no cesa nunca de tenderles sus manos maternas y llamarlos nuevamente a su seno, a fin de que, fundados y firmes en la fe, esperanza y caridad y fructificando en toda obra buena (Col. 1, 10), consigan la eterna salvación. (D.1678).


U.R. 23 c) Pero si muchos cristianos no entienden siempre el Evangelio en su aspecto moral, en la misma manera que los católicos, ni admiten las mismas soluciones a los problemas más complicados de la sociedad moderna, no obstante quieren seguir, lo mismo que nosotros, la palabra de Cristo, como fuente de virtud cristiana, y obedecer al precepto del Apóstol: “Todo cuanto hacéis de palabra o de obra, hacedlo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por El” (Col., 3,17). De aquí puede surgir el diálogo ecuménico sobre la aplicación moral del Evangelio.

SAN GELASIO I, 492-496. [DE LA CARTA LICET INTER VARIAS, A HONORIO, OBISPO DE DALMACIA, DE 28 DE JUNIO DE 493 (?)]:

[Pero,] por la gracia del Señor, ahí está la pura verdad de la fe católica, formada de las sentencias concordes de todos los Padres… ¿Acaso nos es a nosotros lícito desatar lo que fue condenado por los venerables Padres y volver a tratar los criminales dogmas por ellos arrancados? ¿Qué sentido tiene, pues, que tomemos toda precaución porque ninguna perniciosa herejía, una vez que fue rechazada, pretenda venir nuevamente a examen, si lo que de antiguo fue por nuestros mayores conocido, discutido, refutado, nosotros nos empeñamos en restablecerlo? ¿No es así como nosotros mismos -lo que Dios no quiera y lo que jamás sufrirá la Iglesia- proponemos a todos los enemigos de la verdad el ejemplo para que se levanten contra nosotros? ¿Dónde está lo que está escrito: No traspases los términos de tus padres [Prov. 22, 28] y: pregunta a tus padres y te lo anunciarán, a tus ancianos y te lo contarán (Deut. 32, 7)? ¿Por qué, pues, vamos más allá de lo definido por los mayores o porqué no nos bastan? Si, por ignorarlo, deseamos saber sobre algún punto, cómo fue mandada cada cosa por los padres ortodoxos y por los antiguos, ora para evitarla, ora para adaptarla a la verdad católica; ¿porqué no se aprueba haberse decretado para esos fines? ¿Acaso somos más sabios que ellos o podremos mantenernos en sólida estabilidad, si echamos por tierra lo que por ellos fue constituido?… (D.161).

PÍO IX [SINGULARI QUADAM]:

Sin embargo, como demanda la caridad, derramemos ante Dios oraciones incesantes, para que, de todas partes, todas las naciones puedan convertirse a Cristo; trabajemos, tanto como nos sea posible, para la salvación común de los hombres. Los brazos del Señor no se acortan, y los dones de la gracia celestial nunca faltan a aquellos que sinceramente los desean, y que piden la ayuda de esa luz. Estas verdades deben estar profundamente grabadas en las mentes de los Fieles, para que no se corrompan por falsas doctrinas, cuyo objetivo es propagar la indiferencia en materia de religión, una indiferencia que vemos crecer y difundirse por todos lados y a la pérdida de almas. (D.1648).

PÍO IX [DE LA CARTA GRAVISSIMAS INTER AL ARZOBISPO DE MUNICH-FRISINGA, DE 11-XII -1862, CONITRA JACOBO FROSCHAMMER]:

Porque la Iglesia, por su divina institución, debe custodiar diligentísimamente íntegro e inviolado el depósito de la fe y vigilar continuamente con todo empeño por la salvación de las almas, y con sumo cuidado ha de apartar y eliminar todo aquello que pueda oponerse a la fe o de cualquier modo pueda poner en peligro la salud de las almas (D.1675).

Por lo tanto, la Iglesia, por la potestad que le fue por su Fundador divino encomendada, tiene no sólo el derecho, sino principalmente el deber de no tolerar, sino proscribir y condenar todos los errores, si así lo reclamaren la integridad de la fe y la salud de las almas; y a todo filósofo que quiera ser hijo de la Iglesia, y también a la filosofía, le incumbe el deber de no decir jamás nada contra lo que la Iglesia enseña y retractarse de aquello de que la Iglesia le avisare. 

Y así sostenemos y declaramos que la sentencia que afirme lo contrario, es totalmente errónea, y en sumo grado injuriosa a la fe misma, a la Iglesia y a la autoridad de ésta. (D. 1676).

CONCLUSIÓN

U.R. 24 a) Expuestas brevemente las condiciones en que se desarrolla la acción ecuménica y los principios por los que se debe regir, dirigimos confiadamente nuestra mirada al futuro. Este Sagrado Concilio exhorta a los fieles a que se abstengan de toda ligereza o imprudente celo, que podrían perjudicar al progreso de la unidad. Su acción ecuménica ha de ser plena y sinceramente católica, es decir, fiel a la verdad recibida de los Apóstoles y de los Padres y conforme a la fe, que siempre ha profesado la Iglesia católica, tendiendo constantemente hacia la PLENITUD con que el Señor desea que se perfeccione su Cuerpo en el decurso de los tiempos.

LEÓN XIII (
SATIS COGNITUM).

9. [...] Ahora bien: ¿en qué se parece un cadáver a un ser vivo? “Nadie jamás ha odiado a su carne, sino que la alimenta y la cuida como Cristo a la Iglesia, porque somos los miembros de su cuerpo formados de su carne y de sus huesos” [ (Efes. V, 29-30).

Que se busque, pues, otra cabeza parecida a Cristo, que se busque otro Cristo si se quiere imaginar otra Iglesia fuera de la que es su cuerpo. “Mirad de lo que debéis guardaros, ved por lo que debéis velar, ved lo que debéis temer. A veces se corta un miembro en el cuerpo humano, o más bien se le separa del cuerpo una mano, un dedo, un pie. ¿Sigue el alma al miembro cortado? Cuando el miembro está en el cuerpo, vive; cuando se le corta, pierde la vida. Así el hombre, en tanto que vive en el cuerpo de la Iglesia, es cristiano católico; separado se hará herético. El alma no sigue al miembro amputado” (S. Aug. sermo 267. n° 4. P.L. 38. 1231).

10. Pero aquel que ha instituido la Iglesia única, la ha instituido una; es decir, de tal naturaleza, que todos los que debían ser sus miembros habían de estar unidos por los vínculos de una sociedad estrechísima, hasta el punto de formar un solo pueblo, un solo reino, un solo cuerpo. “Sed un solo cuerpo y un solo espíritu, como habéis sido llamados a una sola esperanza en vuestra vocación” (Efes. IV, 4).

(Y Cristo N.S.) a su Padre: “os pido… que sean todos una misma cosa, como vos, mi Padre, estáis en mí y yo en vos” (Juan XVII, 21).

PÍO IX, 1846-1878 [CARTA DEL STO. OFICIO A LOS OBISPOS DE INGLATERRA, 16-IX-1864]:

La Iglesia Católica, por lo tanto, es Una, en la manifiesta y perfecta unidad de todas las naciones del mundo; es decir, la unidad de la cual la autoridad suprema y el principado más eminente del beato Pedro, Príncipe de los Apóstoles, y sus sucesores en la Sede Romana es el principio, la raíz y el origen indefectible. Ella no es otra que esa Iglesia que, construida sólo sobre Pedro, crece en un solo cuerpo unido y compactado en la unidad de fe y caridad
. (D. 1686).

ASÍ, CLEMENTE VI A CONSOLADOR (CARTA CIT.):

… si habéis creído y creéis tú y los armenios a ti sujetos que los Romanos Pontífices que han sido y Nos que somos Pontífice Romano y los que en adelante lo serán por sucesión, hemos recibido, como vicarios de Cristo legítimos, de plenísima potestad, inmediatamente del mismo Cristo sobre el todo y universal cuerpo de la Iglesia militante, toda la potestativa jurisdicción que Cristo, como cabeza conforme, tuvo en su vida humana (D.570 c).

SAN CELESTINO I, 422-432.- CONCILIO DE EFESO, 431:

Determinó el santo Concilio que a nadie sea lícito presentar otra fórmula de fe o escribirla o componerla, fuera de la definida por los Santos Padres reunidos con el Espíritu Santo en Nicea…

… Si fueren sorprendidos algunos, obispos, clérigos o laicos profesando o enseñando lo que se contiene en la exposición presentada por el presbítero Carisio acerca de la encarnación del unigénito Hijo de Dios, o los dogmas abominables y perversos de Nestorio… queden sometidos a la sentencia de este santo y ecuménico Concilio… (D.125).

PÍO II, 1458-1464, DE LA APELACIÓN AL CONCILIO UNIVERSAL [DE LA BULA EXSECRABILIS, DE 18 DE ENERO DE 1459 (FECHA ROMANA ANTIGUA) Ó 1460 (ACTUAL):

Un abuso execrable y que fué inaudito para los tiempos antiguos, ha surgido en nuestra época y es que hay quienes, imbuidos de espíritu de rebeldía, no por deseo de más sano juicio, sino para eludir el pecado cometido, osan apelar a un futuro Concilio universal, del Romano Pontífice, vicario de Jesucristo, a quien se le dijo en la persona del bienaventurado Pedro: Apacienta a mis ovejas (loh. XXI, 17) y: cuanto atares sobre la tierra, será atado también en el cielo (Mt. XVI, 19). Queriendo, pues, arrojar lejos de la Iglesia de Cristo este pestífero veneno y atender a la salud de las ovejas que nos han sido encomendadas y apartar del redil de nuestro Salvador toda materia de escándalo…, condenamos tales apelaciones, y como erróneas y detestables las reprochamos (D.717).


U.R. 24 b) Este Sagrado Concilio desea ardientemente que los proyectos de los fieles católicos progresen en unión con los proyectos de los hermanos separados, sin que se pongan obstáculos a los caminos de la Providencia y sin prejuicios contra los impulsos que puedan venir del Espíritu Santo. Además, se declara conocedor de que este santo propósito de reconciliar a todos los cristianos en la unidad de la única Iglesia de Jesucristo excede las fuerzas y la capacidad humana. Por eso pone toda su esperanza en la oración de Cristo por la Iglesia, en el amor del Padre para con nosotros, en la virtud del Espíritu Santo. “Y la esperanza no quedará fallida, pues el amor de Dios se ha derramado en nuestros corazones por la virtud del Espíritu Santo, que nos ha sido dado” (Cf.Rom., 5,5).

LEÓN XIII, 
TESTEM BENEVOLENTIAE:

Pero quien considere cuidadosamente este asunto, eliminada ya toda guía externa, difícilmente encontrará a qué pueda referirse en la opinión de los innovadores esta más abundante efusión del Espíritu Santo, que tanto ensalzan. (D. 1971).

PÍO IX, 1846-1878.- CONCILIO VATICANO, 1869-1870:

Y nuevamente está escrito: Tenemos palabra profética más firme, a la que hacéis bien en atender como a una antorcha que brilla en un lugar tenebroso [2 Petr. 1, 19].

[La fe es en sí misma un don de Dios]. Mas aun cuando el asentimiento de la fe no sea en modo alguno un movimiento ciego del alma; nadie, sin embargo, “puede consentir a la predicación evangélica”, como es menester para conseguir la salvación, “sin la iluminación e inspiración del Espíritu Santo, que da a todos suavidad en consentir y creerá la verdad” (Conc. de Orange, v. D.178 ss). Por eso, la fe, aún cuando no obre por la caridad [el. Gal. 5, 6], es en sí misma un don de Dios, y su acto es obra que pertenece a la salvación; obra por la que el hombre presta a Dios mismo libre obediencia, consintiendo y cooperando a su gracia, a la que podría resistir (cf. D.797 s; Can. 5) (D. 1790-1791).

(De la parle que toca a la razón en el cultivo de la verdad sobrenatural) Y ciertamente, la razón ilustrada por la fe, cuando busca cuidadosa, pía y sobriamente, alcanza por don de Dios alguna inteligencia, y muy fructuosa, de los misterios, ora por analogía de lo que naturalmente conoce, ora por la conexión de los misterios mismos entre sí y con el fin último del hombre; nunca, sin embargo, se vuelve idónea para entenderlos totalmente, a la manera de las verdades que constituyen su propio objeto. Porque los misterios divinos, por su propia naturaleza, de tal manera sobrepasan el entendimiento creado que, aun enseñados por la revelación y aceptados por la fe; siguen, no obstante, encubiertos por el velo de la misma fe y envueltos de cierta oscuridad, mientras en esta vida mortal peregrinamos lejos del Señor; pues por fe caminamos y no por visión [2 Cor. 5, 6 s].(D.1796).

TERMINA LEÓN XIII SE ENCÍCLICA (
SATIS COGNITUM):

(Dios por Padre y la Iglesia por Madre) 45. [...] A todos, pues, Nos dirigimos con grande amor estas palabras que tomamos a San Agustín: “Amemos al Señor nuestro Dios, amemos a su Iglesia: a El como a un padre, a ella como una madre. Que nadie diga: Sí, voy aún a los ídolos, consulto a los poseídos y a los hechiceros, pero, no obstante, no dejo a la Iglesia de Dios, soy católico. Permanecéis adherido a la madre, pero ofendéis al padre. Otro dice poco más o menos: Dios no lo permita; no consulto a los hechiceros, no interrogo a los poseídos, no practico adivinaciones sacrílegas, no voy a adorar a los demonios, no sirvo a los dioses de piedra, pero soy del partido de Donato: ¿De qué os sirve no ofender al padre, que vengará a la madre a quien ofendéis? ¿De qué os sirve confesar al Señor, honrar a Dios, alabarle, reconocer a su Hijo, proclamar que está sentado a la diestra del Padre, si blasfemáis de su Iglesia? Si tuvieseis un protector, a quien tributaseis todos los días el debido obsequio, y ultrajaseis a su esposa con una acusación grave, ¿os atreveríais ni aun a entrar en la casa de ese hombre? Tened, pues, mis muy amados, unánimemente a Dios por vuestro padre, y por vuestra madre a la Iglesia”
 (S. Agust. Enarr. in Psal. 88 serm. II. n. 14. P.L. 33. 1140).

Confiando grandemente en la misericordia de Dios, que pueda tocar con suma eficacia los corazones de los hombres y formar las voluntades más rebeldes a venir a El, Nos recomendamos…

Y PÍO XI (
MORTALIUM ANIMOS):

[Conclusión y Bendición Apostólica]. Ustedes, venerados hermanos, comprendan lo mucho que esta pregunta está en nuestra mente, y deseamos que nuestros hijos también sepan, no solo a los que pertenecen a la comunidad católica, sino también a los que están separados de nosotros: si estos últimos lo hacen humildemente, pedir la luz del cielo, no hay duda de que reconocerán a la única Iglesia verdadera de Jesucristo y, por fin, entrarán en ella, uniéndose a nosotros en perfecta caridad. Mientras aguardamos este evento, y como promesa de nuestra buena voluntad paterna, les impartimos con mucho cariño a ustedes, venerados hermanos, y a su clero y su pueblo, la bendición apostólica.


U.R. 24 c) Todas y cada una de las cosas contenidas en este Decreto han obtenido el beneplácito de los Padres del Sacrosanto Concilio. Y Nos, en virtud de la potestad apostólica recibida de Cristo, juntamente con los Venerables Padres, las aprobamos, decretamos y establecemos en el Espíritu Santo, y mandamos que lo así decidido conciliarmente sea promulgado para gloria de Dios.

Roma, en San Pedro, 21 de noviembre de 1964.

Yo, Pablo, obispo de la Iglesia católica.

PÍO IX – CONCILIO VATICANO:

[Definición de la infalibilidad] Mas como quiera que en esta misma edad en que más que nunca se requiere la eficacia saludable del cargo apostólico, se hallan no pocos que se oponen a su autoridad, creemos ser absolutamente necesario afirmar solemnemente la prerrogativa que el Unigénito Hijo de Dios se dignó juntar con el supremo deber pastoral (D.1838).

Así, pues, Nos, siguiendo la tradición recogida fielmente desde el principio de la fe cristiana, para gloria de Dios Salvador nuestro, para exaltación de la fe católica y salvación de los pueblos cristianos, con aprobación del sagrado Concilio, enseñamos y definimos ser dogma divinamente revelado: Que el Romano Pontífice, cuando habla ex cathedra -esto es, cuando cumpliendo su cargo de pastor y doctor de todos los cristianos, define por su suprema autoridad apostólica que una doctrina sobre la fe y costumbres debe ser sostenida por la Iglesia Universal-, por la asistencia divina que le fue prometida en la persona del bienaventurado Pedro, goza de aquella infalibilidad de que el Redentor divino quiso que estuviera provista su Iglesia en la definición de la doctrina sobre la fe y las costumbres; y, por lo tanto, que las definiciones del Romano Pontífice son irreformables por sí mismas y no por el consentimiento de la Iglesia (D.1839).

[Canon. ] Y si alguno tuviere la osadía, lo que Dios no permita, de contradecir a esta nuestra definición, sea anatema (D. 1840).