El Juramento antimodernista fue establecido el 1 de septiembre de 1910 por el papa Pío X, con objeto de neutralizar la herejía modernista y su obligatoriedad fue requerida desde 1910 hasta 1967 por la Iglesia Católica a todo el clero, pastores, confesores, predicadores, superiores religiosos, profesores de filosofía y teología en seminarios. Fue fue suprimida el 17 de julio de 1967 durante el papado de Pablo VI. Versión en latín y en español.
JURAMENTO
“Yo, ...................................., abrazo y recibo firmemente todas y cada una de las verdades que la Iglesia por su magisterio, que no puede errar, ha definido, afirmado y declarado, principalmente los textos de doctrina que van directamente dirigidos contra los errores de estos tiempos.
En primer lugar, profeso que Dios, principio y fin de todas las cosas puede ser conocido y por tanto también demostrado de una manera cierta por la luz de la razón, por medio de las cosas que han sido hechas, es decir por las obras visibles de la creación (cf. Romanos I, 18), como la causa por su efecto.
En segundo lugar, admito y reconozco los argumentos externos de la Revelación, es decir los hechos divinos, entre los cuales en primer lugar, los milagros y las profecías, como signos muy ciertos del origen divino de la religión cristiana. Y estos mismos argumentos, los tengo por perfectamente proporcionados a la inteligencia de todos los tiempos y de todos los hombres, incluso en el tiempo presente.
En tercer lugar, creo también con fe firme que la Iglesia, guardiana y maestra de la palabra revelada, ha sido instituida de una manera próxima y directa por Cristo en persona, verdadero e histórico, durante su vida entre nosotros, y creo que esta Iglesia esta edificada sobre Pedro, jefe de la jerarquía y sobre sus sucesores hasta el fin de los tiempos.
En cuarto lugar, recibo sinceramente la doctrina de la fe que los Padres ortodoxos nos han transmitido de los Apóstoles, SIEMPRE CON EL MISMO SENTIDO Y LA MISMA INTERPRETACIÓN. POR ESTO RECHAZO ABSOLUTAMENTE LA SUPOSICIÓN HERÉTICA DE LA EVOLUCIÓN DE LOS DOGMAS, según la cual estos dogmas cambiarían de sentido para recibir uno diferente del que les ha dado la Iglesia en un principio. Igualmente, repruebo todo error que consista en sustituir el deposito divino confiado a la esposa de Cristo y a su vigilante custodia, por una ficción filosófica o una creación de la conciencia humana, la cual, formada poco a poco por el esfuerzo de los hombres, sería susceptible en el futuro de un progreso indefinido.
Consecuentemente, en quinto lugar: mantengo con toda certeza y profeso sinceramente que la fe no es un sentido religioso ciego que surge de las profundidades tenebrosas del “subconsciente”, moralmente informado bajo la presión del corazón y el impulso de la voluntad, sino que un verdadero asentamiento de la inteligencia a la verdad adquirida extrínsecamente por la enseñanza recibida EX CÁTHEDRA, asentamiento por el cual creemos verdadero, a causa de la autoridad de Dios cuya veracidad es absoluta, todo lo que ha sido dicho, atestiguado y revelado por el Dios personal, nuestro creador y nuestro Maestro.
También me someto con la debida reverencia y de todo corazón me adhiero a las condenaciones, declaraciones y prescripciones todas que se contienen en la Carta Encíclica Pascéndi y en el Decreto Lamentábili, particularmente en lo relativo a la que llaman historia de los dogmas.
Asimismo repruebo el error de los que afirman que la fe propuesta por la Iglesia puede repugnar a la historia, y que los dogmas católicos en el sentido en que ahora son entendidos, no pueden conciliarse con los auténticos orígenes de la religión cristiana.
Condeno y rechazo también la sentencia de aquellos que dicen que el cristiano erudito se reviste de doble personalidad, una de creyente y otra de historiador, como si fuera lícito al historiador sostener lo que contradice a la fe del creyente, o sentar premisas de las que se siga que los dogmas son falsos y dudosos, con tal de que éstos no se nieguen directamente.
Repruebo igualmente el método de juzgar e interpretar la Sagrada Escritura que, sin tener en cuenta la tradición de la Iglesia, la analogía de la fe y las normas de la Sede Apostólica, sigue los delirios de los racionalistas y abraza no menos libre que temerariamente la crítica del texto como regla única y suprema.
Rechazo además la sentencia de aquellos que sostienen que quien enseña la historia de la teología o escribe sobre esas materias, tiene que dejar antes a un lado la opinión preconcebida, ora sobre el origen sobrenatural de la Tradición Católica, ora sobre la promesa divina de una ayuda para la conservación perenne de cada una de las verdades reveladas, y que además los escritos de cada uno de los Padres han de interpretarse por los solos principios de la ciencia, excluida toda autoridad sagrada, y con aquella libertad de juicio con que suelen investigarse cualesquiera monumentos profanos.
En fin, de manera general, profeso estar completamente indemne de este error de los modernistas, que pretenden no hay nada divino en la tradición sagrada, o lo que es mucho peor, que admiten lo que hay de divino en el sentido panteísta, de tal manera que no queda nada más que el hecho puro y simple de la historia, a saber: El hecho de que los hombres, por su trabajo, su habilidad, su talento continúa a través de las edades posteriores, la escuela inaugurada por Cristo y sus Apóstoles. Para concluir, sostengo con la mayor firmeza y sostendré hasta mi ultimo suspiro, la fe de los Padres sobre el criterio cierto de la verdad que está, ha estado y estará siempre en el episcopado transmitido por la sucesión de los Apóstoles (San Ireneo de Lyón, Advérdsus hæréses, lb. IV c.40 n.2); no de tal manera que esto sea sostenido para que pueda parecer mejor adaptado al grado de cultura que conlleva la edad de cada uno, sino de tal manera que LA VERDAD ABSOLUTA E INMUTABLE, predicada desde los orígenes por los Apóstoles, NO SEA JAMÁS NI CREIDA NI ENTENDIDA EN OTRO SENTIDO (Tertuliano, De præscriptióne hæreticórum, c.28).
Todas estas cosas me comprometo a observarlas fiel, sincera e ÍNTEGRAMENTE, a guardarlas inviolablemente y a no apartarme jamás de ellas, sea enseñando, sea de cualquier manera, por mis palabras y mis escritos. Así, Dios me ayude, y estos sus santos Evangelios”.
(Juramento Antimodernista, en San Pío X, Motu Próprio Sacrórum Antístitum, 1 de Septiembre de 1910).
JUSJURÁNDUM
“Ego, ...................................., fírmiter ampléctor ac recípio ómnia et síngula, quæ ab inerránti Ecclésiæ magistério definíta, adsérta ac declaráta sunt, præsértim ea doctrínæ cápita, quæ hujus témporis erróribus dirécto adversántur.
Ac primum quidem: Deum, rerum ómnium princípium et finem, naturáli ratiónis lúmine “per ea quæ facta sunt” [cf. Rom 1, 20], hoc est, per visibília creatiónis ópera, tamquam causam per efféctus, certo cognósci, adeóque demonstrári étiam posse, profíteor.
Secúndo: extérna revelatiónis arguménta, hoc est facta divína, in primísque mirácula et prophetías admítto et agnósco tanquam signa certíssima divínitus ortæ Christiánæ religiónis, eadémque téneo ætátum ómnium atque hóminum, étiam hujus témporis, intelligéntiæ esse máxime accommodáta.
Tértio: firma páriter fide credo Ecclésiam, verbi reveláti custódem et magístram, per ipsum verum atque históricum Christum, cum apud nos degéret, próxime ac dirécto institútam eandémque super Petrum, Apostólicæ hierarchíæ Príncipem, ejúsque in ævum successóres ædíficatam.
Quarto: fídei doctrínam ab Apóstolis per orthodóxos Patres eódem sensu eadémque semper senténtia ad nos usque transmíssam, sincére recípio; ideóque prorsus reício hæréticum comméntum evolutiónis dógmatum, ab uno in álium sensum transeúntium, divérsum ab eo, quem prius hábuit Ecclésia; paritérque damno errórem omnem, quo, divíno depósito, Christi Sponsæ trádito ab eáque fidéliter custodiéndo, suffícitur philosóphicum invéntum, vel creátio humánæ consciéntiæ, hóminum conátu sensim efformátæ et in pósterum indefiníto progréssu perficiéndæ.
Quinto: certíssime téneo ac sincére profíteor, fidem non esse cæcum sénsum religiónis e látebris subconsciéntiæ erumpéntem, sub pressióne cordis et inflexiónis voluntátis moráliter informátæ, sed verum assénsum intelléctus veritáti extrínsecus accéptæ “ex audítu”, quo nempe, quæ a Deo personáli, creatóre ac Dómino nostro dicta, testáta et reveláta sunt, vera esse crédimus, propter Dei auctoritátem summe verácis.
Me étiam, qua par est, reveréntia subício totóque ánimo adhǽreo damnatiónibus, declaratiónibus, præscríptis ómnibus, quæ in Encýclicis lítteris “Pascéndi” et in Decréto “Lamentábili” continéntur, præsértim circa eam quam históriam dógmatum vocant.
Idem réprobo errórem affirmántium, propósitam ab Ecclésia fidem posse históriæ repugnáre, et Cathólica dógmata, quo sensu nunc intelligúntur, cum verióribus Christiánæ religiónis origínibus compóni non posse.
Damno quoque ac reício eórum senténtiam, qui dicunt christiánum hóminem eruditiórem indúere persónam dúplicem, áliam credéntis, áliam histórici, quasi líceret histórico ea retinére, quæ credéntis fídei contradícant, aut præmíssas adstrúere, ex quibus consequátur, dógmata esse aut falsa aut dúbia, modo hæc dirécto non denegéntur.
Réprobo páriter eam Scriptúræ sanctæ dijudicándæ atque interpretándæ ratiónem, quæ, Ecclésiæ traditióne, analogía fídei et Apostólicæ Sedis normis posthábitis, rationalistárum comméntis inhǽret, et críticem textus velut únicam supremámque régulam haud minus licénter quam temére ampléctitur.
Senténtiam prætérea illórum reício, qui tenent, doctóri disciplínæ históricæ theológicæ tradéndæ aut iis de rebus scribénti seponéndam prius esse opiniónem ante concéptam sive de supernaturáli orígine Cathólicæ traditiónis, sive de promíssa divínitus ope ad perénnem conservatiónem uniuscuiúsque reveláti veri; deínde scripta Patrum singulórum interpretánda solis sciéntiæ princípiis, sacra quálibet auctoritáte seclúsa, éaque judícii libertáte, qua profána quævis monuménta solent investigári.
In univérsum dénique me alieníssimum ab erróre profíteor, quo modernístæ tenent in sacra traditióne nihil inésse divíni, aut, quod longe detérius, pantheístico sensu illud admíttunt, ita ut nihil jam restet nisi nudum factum et simplex, commúnibus históriæ factis æquándum: hóminum nempe sua indústria, solértia, ingénio scholam a Christo ejúsque Apóstolis inchoátam per subsequéntes ætátes continuántium. Proínde fidem Patrum firmíssime retíneo et ad extrémum vitæ spíritum retinébo, de charísmate veritátis certo, quod est, fuit erítque semper in “episcopátus ab Apóstolis successióne” (Irenæus Lugdunensis, Adv. hær., lb. IV c.40 n.2); non ut id teneátur, quod mélius et áptius vidéri possit secúndum suam cujúsque ætátis cultúram, sed ut “numquam áliter credátur, numquam áliter” intelligátur absolúta et immutábilis véritas ab inítio per Apóstolos prædicáta (Tertullianus, De præscr. hær. c.28).
Hæc ómnia spóndeo me fidéliter, íntegre sinceréque servatúrum et inviolabíliter custoditúrum, nusquam ab iis sive in docéndo sive quomodólibet verbis scriptísque deflecténdo. Sic spóndeo, sic juro, sic me Deus ádjuvet et hæc sancta Dei Evangélia”.
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