miércoles, 11 de junio de 2025

TYRRELL LUCHÓ CONTRA LA “TIRANÍA” DE LA ESCOLÁSTICA

El modernista “padre” Tyrrell murió excomulgado y abatido, negándose a retractarse de sus herejías.

Por la Dra. Carol Byrne


Era característico de todos los modernistas —la libertad de pensamiento y la autoexpresión eran de suma importancia en su cosmovisión— irritarse ante las restricciones de cualquier “autoridad externa” o poder superior que sofocara el espíritu de independencia que promovían como valor supremo. La autoridad espiritual de Roma en materia de fe y moralidad era su principal blanco de ataque, como lo había sido durante la Reforma protestante y lo sigue siendo en nuestros días.

Tyrrell sentía un profundo resentimiento hacia la Iglesia institucional, especialmente hacia sus estructuras de autoridad que ejercían poder jurídico contra la expresión de ideas heréticas. Nunca la perdonó por haber censurado sus “obras” y excomulgado, y la difamó rutinariamente como “una prisión para el alma”, “un infierno represivo y autoritario”, como, por ejemplo, cuando afirmó:
“La Iglesia se sienta sobre mi alma como una pesadilla, y la opresión es enloquecedora” (1).
A menudo se quejaba de la “sofocación” de la libertad intelectual bajo Pío X, quien ordenó el estudio de la filosofía escolástica como parte de toda la formación seminarística. Tyrrell denunció que “las escuelas teológicas han llegado a tiranizar a la Iglesia en estos tiempos aciagos” (2). Describió específicamente la escolástica como una tiranía” (3); de hecho, “una de las peores tiranías intelectuales que el mundo haya conocido” (4). Su visión para la Iglesia era transformarla en una religión libre de restricciones que hiciera del creyente “un pájaro libre en vuelo” y “no aplastado y arrugado en las garras del halcón” (5). Creía que el espíritu humano nunca podría ser libre mientras estuviera prisionero de la necesidad de obediencia a los superiores religiosos y del respeto por el sistema escolástico de razonamiento intelectual.

Como resultado de este tipo de desprestigio por parte de Tyrrell y los primeros modernistas, el sistema escolástico se asoció en la mente de los progresistas con la injusticia y la opresión. La misma palabra “escolasticismo” provoca ahora carcajadas y comentarios obscenos entre el clero actual. Evoca imágenes mentales de sofismas tontos e inútiles, disputas inútiles sobre cuestiones irrelevantes para la vida en el mundo real, todas ellas dirigidas por personas que afirmaban tener el monopolio del conocimiento y dar respuesta a todo.

Francisco trató el escolasticismo como una anomalía absurda

Huelga decir que Francisco, con su peculiar talento para sembrar la confusión y la división a escala mundial, tenía escaso respeto por la gran tradición escolástica de la Iglesia. Puede que, para guardar las apariencias, haya elogiado algunos aspectos de ella en alguna ocasión, pero, en realidad, aprovechó cada oportunidad para criticarla, directa o indirectamente, siguiendo el ejemplo de Tyrrell. Este último, sin embargo, al menos tenía el mérito de ser menos hipócrita.

Bergoglio se unió a las filas del modernismo cuando criticó la escolástica “decadente”.

Tras pronunciar un discurso en la 36ª Congregación General de la Compañía de Jesús el 24 de octubre de 2016, Francisco dirigió una sesión de preguntas y respuestas con sus compañeros jesuitas. En ella, condenó rotundamente el sistema escolástico utilizado en los seminarios desde el posmodernismo hasta el Concilio Vaticano II:
He estudiado en el tiempo de la teología decadente, de la escolástica decadente, en el tiempo de los manuales. Entre nosotros se bromeaba, todas las tesis teológicas se probaban con este esquema, un silogismo: 1°. Las cosas parecen ser así. 2°. El catolicismo siempre tiene razón. 3°. Ergo... Esa es una teología de tipo defensivo, apologético, encerrada en un manual. Así bromeábamos, pero era lo que nos presentaban en aquel momento de la escolástica decadente (6).
Consideremos por un momento el probable impacto que tales expresiones despectivas —que durante décadas formaron parte de la narrativa modernista— habrían tenido en la moral de los jóvenes seminaristas en la época del Vaticano II. Que les dijeran que lo que les habían enseñado provenía de manuales viejos, áridos y polvorientos, con contenido obsoleto que los haría parecer ridículos a los ojos del mundo moderno, era una forma segura de persuadirlos a abandonar la vieja teología por la nueva. Después de todo, el Vaticano II había sentado las bases para la “nueva evangelización” (que en realidad es solo una versión actualizada del antiguo modernismo), que se presenta como el único camino a seguir para lo que la Iglesia debería creer y hacer hoy.

La difamación de Bergoglio hacia el Sistema Escolástico de formación en los seminarios fue una sutil herramienta de propaganda que funciona infundiendo miedo a ser marginados por el mundo moderno y a ser “víctimas del control tiránico de una Iglesia anticuada”. Este también fue el mensaje promovido por el “padre” Tyrrell.

La condena del escolasticismo por parte de los teólogos modernistas, considerándolo obsoleto, fue objeto de la siguiente reprimenda del Papa Pío X:
“Por esto ridiculizan generalmente y desprecian la filosofía y teología escolástica, y ya hagan esto por ignorancia o por miedo, o, lo que es más cierto, por ambas razones, es cosa averiguada que el deseo de novedades va siempre unido con el odio del método escolástico, y no hay otro más claro indicio de que uno empiece a inclinarse a la doctrina del modernismo que comenzar a aborrecer el método escolástico. Recuerden los modernistas y sus partidarios la condenación con que Pío IX estimó que debía reprobarse la opinión de los que dicen: 'El método y los principios con los cuales los antiguos doctores escolásticos cultivaron la teología no corresponden a las necesidades de nuestro tiempo ni al progreso de la ciencia. Por lo que toca a la tradición, se esfuerzan astutamente en pervertir su naturaleza y su importancia, a fin de destruir su peso y autoridad'” (Pascendi § 42)
Además, las generaciones de formación seminarística a las que se refiere Francisco fueron todo menos decadentes. En aquella época, desde mediados del siglo XIX hasta finales de la década de 1950, la larga tradición de la escolástica, especialmente la metafísica tomista, se encontraba en la cúspide de su prestigio. Fue alentada por una sucesión de elogios papales:
● Pío IX elogió la escolástica en Tuas libenter (1863) como “una defensa válida de la fe y un arma terrible contra sus enemigos” (7).

● León XIII publicó Aeterni Patris (1879) en defensa y fomento de la Filosofía Escolástica de Santo Tomás de Aquino.

● Pío X hizo lo mismo en Pascendi (1907), Sacrorum Antistitum (1910) y en Doctoris Angelici (1914).

● Benedicto XV consagró la tradición en el Código de Derecho Canónico (1917) (8).

● Pío XI afirmó en Studiorum Ducem (1923) que la Escolástica de Santo Tomás de Aquino, que todavía se enseñaba en su tiempo, era de la más alta autoridad, “pues la Iglesia ha adoptado su filosofía como propia”.
● Más cerca del Concilio Vaticano II, el Sistema Escolástico aún se tenía en alta estima por su valor perenne como marco conceptual intelectual básico de la Iglesia. En 1950, Pío XII declaró: “Nunca debemos derrocarlo, ni contaminarlo con falsos principios, ni considerarlo una gran reliquia, pero obsoleta...” (Humani generis § 24).
En contradicción con Pío X y Pío XII, Juan Pablo II negó que la Iglesia tuviera una filosofía propia:
“La Iglesia no propone una filosofía propia ni canoniza una filosofía en particular con menoscabo de otras” (Fides et ratio 1998, § 49).
En un vano intento de fundamentar su afirmación, citó un pasaje de Humani generis 9, pero sin citarlo. Sin embargo, la referencia no contiene nada que respalde su opinión. Au contraire, en la misma encíclica, Pío XII nombró repetidamente la filosofía de Santo Tomás de Aquino como “nuestra” (“nostram philosophiam”; “philosophiam nostris traditam scholis”, etc.).

En cuanto a la segunda declaración de Juan Pablo II, toda la evidencia indica que la Iglesia ha canonizado la filosofía tomista, no solo al ordenar su uso en el Código de Derecho Canónico (1917), sino también a través del juicio unánime de los sucesivos Papas desde el Concilio de Trento en adelante. Solo a partir del Vaticano II la Iglesia dejó de considerar la filosofía tomista como uno de sus propios activos esencialmente católicos y comenzó a tratarla como “una entre muchas filosofías” que compiten por la hegemonía en los seminarios.

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Notas:

1) G. Tyrrell, ‘Letter to V.’ [Baron Friedrich von Hügel], (Carta a V.' [Barón Friedrich von Hügel]), 18 de mayo de 1903, en Maude Petre (ed.), George Tyrrell's Letters, Londres: T. Fisher Unwin Ltd., 1920, pág. 109.

2) G. Tyrrell, The Church and the Future (La Iglesia y el futuro), pág. 107.

3) G. Tyrrell, ‘Letter to V.’ ('Carta a V.'), 5 de noviembre de 1904, en Maude Petrie (ed.), George Tyrrell's Letters, pág. 108.

4) G. Tyrrell, The Church and the Future (La Iglesia y el futuro), pág. 33.

5) G. Tyrrell, Christianity at the Crossroads (El cristianismo en la encrucijada), Londres; Nueva York, Longmans, Green and Co., 1910, pág. 219.


7) “Fortissimum fidei propugnaculum et formidanda contra suos inimicos arma”, Carta al arzobispo Gregor von Scherr de Munich y Freising, 21 de diciembre de 1863.

8) El estudio de la filosofía y la teología, así como la enseñanza de estas ciencias a sus estudiantes, deben ser realizados con precisión por los profesores, según los argumentos, doctrinas y principios de Santo Tomás, que deben mantener inviolablemente (Código de Derecho Canónico de 1917, Canon 1366 § 2)

9) AAS 42, 1950, pág. 566.
 

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