La masonería francesa tenía como objetivo la aniquilación de la Iglesia Católica, persiguiendo ese designio satánico desde la época de la Revolución
Por Monseñor Henri Delassus (1910)
CAPÍTULO XXI
BAJO LA TERCERA REPUBLICA (1)
En octubre de 1872 se celebró en la provincia de Novara, en Lucano, una reunión de los principales líderes de la masonería italiana. En esa convención, Félix Pyat representaba a Francia y el general Etzel representaba a Prusia. Allí se decidió la dictadura del masón Gambetta.
La realización de este proyecto parecía muy inverosímil e imposible. Gambetta regresaba de San Sebastián, situado entre las ruinas de la guerra y las ruinas de la Comuna; también tenía en su contra los DESORDENES FINANCIEROS de su primera dictadura y los TRÁFICOS que lo habían marcado: estos obstáculos parecían insuperables.
La masonería supo suavizarlos. Las comisiones de investigación de la Asamblea se callaron, los ministros se abstuvieron, aunque la mayoría de ellos no fueran masones: lo que demuestra hasta dónde puede llegar su influencia secreta.
En la gira oratoria que realizó después de que la Asamblea declarara terminada su misión, Gambetta expuso el programa que la masonería, siempre audaz y por eso siempre victoriosa (2), proponía al país: “Es necesario que la nueva asamblea se levante y diga: ¡Aquí estoy! Siempre seré la Francia del libre examen y del libre pensamiento”.
Después del 24 de mayo de 1873, el gobierno de Mac-Mahon siguió tratando al Gran Oriente como a un igual. Léon Renault, jefe de policía, inició, sin el conocimiento del ministro del Interior, negociaciones con la masonería como si se tratara de una potencia extranjera.
Las elecciones del 20 de febrero de 1876 sustituyeron la República conservadora, que la Asamblea Nacional se jactaba de haber constituido, por la República revolucionaria y anticristiana.
Mac-Mahon disolvió esa Cámara el 16 de mayo de 1877.
En la víspera de las elecciones que debían substituirla, los jefes del gobierno
conservador enderezaron a Francia a un exorcismo supremo:
“Si nombráis a esos hombres -los 363 oportunistas y radicales- y vuelven a los negocios, esto es lo que harán:
Desordenarán todas las leyes. Desordenarán la magistratura. Desordenarán las fuerzas armadas. Desordenarán todos los servicios públicos. Perseguirán al clero. Restablecerán la ley de los sospechosos. Destruirán la libertad de enseñanza. Cerrarán las escuelas libres y restablecerán el monopolio. Favorecerán atentados contra la propiedad privada y contra la libertad individual. Revigorizarán las leyes de violencia y de opresión de 1792. Expatriarán las Ordenes
Religiosas y llamarán a los hombres de la Comuna. Arruinarán Francia por dentro y la
humillarán en el exterior”.
Todas esas amenazas decían, en efecto, lo que debía acontecer, lo que nosotros hemos visto y lo que vemos; pero no es con reproches como se detiene a un pueblo en la pendiente del mal.
“Los principales medios de influencia y de corrupción de Gambetta en toda Francia,
para hacer triunfar los suyos en el escrutinio -dice el Citoyen, periódico socialista- fueron basados en la acción de la masonería (3), y en Paris especialmente bajo la
administración de la Asistencia Pública.
Un mes antes de la fecha del decreto de convocatoria de los electores, todas las logias
masónicas de Francia fueron llamadas a deliberar sobre la cuestión electoral.
Aquellas que dieron muestras de un alejamiento respecto a la política gambetista
no volvieron a ser convocadas; pero aquellas que certificaron su adhesión, se convirtieron durante todo el período electoral, y siguen siendo centros permanentes
de acción política a favor del oportunismo.
En cuanto a la Asistencia Pública, sabemos que sumas considerables fueron distribuidas, bajo la forma de socorros, para hacer propaganda electoral en todos los
barrios de Paris en donde el gambetismo era mas particularmente atacado” (4).
Fue sobre todo en Belleville donde esas distribuciones insólitas fueron recibidas,
después de dos meses.
La masonería cosmopolita había hecho comprender a las cancillerías extranjeras que el futuro estaba en Gambetta y que debían empezar a contar con él. Pocos meses antes del 16 de marzo, había sido recibido dos veces por Víctor Manuel y las relaciones del rey con Gambetta se habían puesto de manifiesto desde entonces.
Las elecciones fueron realizadas, se votó contra el “gobierno de los curas”. MacMahon se sometió y después dimitió. Entonces fue fundada la Unión Republicana que iba de la centro-izquierda a la extrema-izquierda que declaró tener un enemigo a combatir: “el clericalismo”. El clericalismo y el catolicismo; se proclamaron en voz alta, y la Unión se
impuso el deber de exterminarlo “lenta y seguramente” (5).
Llegó el momento de las nuevas elecciones; ¿se mostraría el país mas esclarecido, mas
previsor? La Cámara de 21 de agosto de 1881 fue peor que la precedente. Ella hizo el “gran ministerio”, con Gambetta a la cabeza. El Ministro de Cultos y de Instrucción Pública,
Paul Bert, proclamó la necesidad de destruir “la filoxera (6) negra”. Esa Cámara
promulgó la ley de la escuela neutral, la ley del divorcio, la ley de los entierros civiles. Las elecciones
de octubre de 1885 fueron mejores. El país pareció reconsiderar su posición y hacer un
esfuerzo para sacudir el juego masónico. Pero la secta era demasiado poderosa, demasiado bien organizada, demasiado bien gobernada, para quedarse afuera a través de
un escrutinio. La Unión Republicana contaba con 380 miembros en la nueva Cámara y la
oposición 204. Era demasiado. La mayoría abusó sin pudor de su fuerza para invalidar en
masa a los adversarios, intimidar a los electores, ostentando el mal con toda libertad. Como represalia, entre cuatrocientos a quinientos padres fueron privados de sus
emolumentos, si así se puede decir; y unilateralmente, sin consultar a los obispos, la
mayor parte de los vicariatos subvencionados por el Estado fueron suprimidos.
A partir de entonces la secta se sintió más segura; ella hizo lo que quiso, en la hora y en la
medida en que ella juzgó oportuno para llegar con seguridad a sus objetivos.
El plan general de la guerra contra la Iglesia fue entregado a la Cámara el 31 de marzo de
1883, por Paul Bert. Permanece como el documento más importante de aquella época: Separación de la Iglesia y el Estado - Denuncia del Concordato - Secularización de los bienes del clero regular y secular. Eso es lo que con paciencia perseguirían (7).
Mientras se aguardaba la realización de ese deseo, era necesario utilizar el Concordato como un arma para golpear con seguridad a la Iglesia. “El Concordato -dijo Paul Bert al terminar- da al Estado una arma poderosa, si sabe como usarla; y esa arma es la elección de los obispos y la aquiescencia dada al nombramiento de los
curas”.
Ferry, Waldeck, Combes, Loubet, Briand, Clemenceau no tenían ninguna
política personal. Ellos ejecutaban pasivamente las ordenes de la masonería para la
realización del plan cuyas líneas, dictadas por ella, Paul Bert había trazado. Cada
Ministerio tenía una parte para ejecutar ese plan, y cumplía su obligación con mayor o menor habilidad. Y ese plan avanzó en orden.
La Cámara de 1889 promulgó la ley sobre las fábricas; la de 1893 la ley del desarrollo; la de 1898 preparó la separación entre la Iglesia y el Estado con la ley
sobre las asociaciones; la de 1902 terminó la separación; la de 1906 eliminó los efectos
que la secta esperaba.
En enero de 1892, quince años después de la sustitución de la república conservadora
por la república masónica, los seis candidatos franceses, a los cuales adhirieron doce
arzobispos, incluidos sus colaboradores, y sesenta y cinco obispos, entre
estos incluidos dos obispos titulares, publicaron una EXPOSICIÓN SOBRE LA
SITUACION CREADA PARA LA IGLESIA, seguida de una DECLARACION.
Comenzaron recordando las palabras que acababan de pronunciarse desde la tribuna francesa en nombre del Gobierno: “La República tiene un gran respeto por la religión. Ningún gobierno republicano ha tenido la intención de oponerse a la religión en nada ni de restringir el ejercicio del culto. No queremos, y el partido republicano en su conjunto no quiere ser representado como si en algún momento hubiera pretendido invadir el terreno religioso y atentado contra la libertad de conciencia”.
A estas palabras cínicas, los Cardenales oponían los hechos. Comenzaron diciendo: “Lo que lamentablemente es cierto es que, tras doce años, el gobierno de la República es algo distinto de una personificación del poder público: ha sido la personificación de una doctrina, digamos de un programa, en absoluta oposición a la Fe Católica, y aplica esa doctrina, lleva a cabo ese programa, de tal manera que hoy en día no hay nada, ni personas, ni instituciones, ni intereses, que no hayan sido metódicamente atacados, disminuidos y, en la medida de lo posible, destruidos”.
Nuestros lectores saben cuál es esa doctrina, de dónde proviene, a qué época se remonta, quiénes fueron sus creadores; y tampoco ignoran que es la tenebrosa asociación que se encargó de hacer triunfar y establecer su reino sobre la ruina de todas las instituciones cristianas, con enorme perjuicio para todos los intereses legítimos.
Entrando en detalles, la Exposición examinaba la conducta del gobierno con respecto a Dios y al culto que se le debe, con respecto al clero, la enseñanza y la familia. Han pasado trece años desde entonces. Cada uno de esos años ha visto la promulgación de nuevas leyes y nuevos decretos que marcan todos la misma tendencia: la voluntad de acabar con el catolicismo en Francia.
Así lo observó el papa León XIII unos días después de la Declaración de los cardenales:
“¿Cómo no sentir un dolor vivo, en este momento, al considerar en profundidad el alcance de la vasta conspiración que ciertos hombres han formado para aniquilar el cristianismo en Francia, y la animosidad que ponen para alcanzar la realización de sus designios, pisoteando las nociones más elementales de libertad y justicia en lo que respecta al sentimiento de la mayoría de la nación, y de respeto en relación con los derechos inalienables de la Iglesia Católica? ¡Pobre Francia! Solo Dios puede medir el abismo de males en el que se hundiría si esta legislación, lejos de mejorar, se obstinara en tal desviación que acabaría arrancando del espíritu y del corazón de los franceses la religión que los ha hecho tan grandes” (8).
Se necesitaría un volumen entero para recordar todos los actos legislativos, todos los decretos, todas las medidas adoptadas durante el último cuarto de siglo para borrar el catolicismo en Francia. Porque eso es lo que pretende la secta: siempre ha considerado a Francia como el punto de apoyo terrenal de la Iglesia, edificada sobre Pedro por Nuestro Señor Jesucristo. Querría hacerla desaparecer de entre las naciones. Hemos elaborado un resumen de la persecución en la Semaine Religieuse de la diócesis de Cambrai, con motivo de las penúltimas elecciones legislativas. Es inútil reproducirlo aquí; los hechos aún están en la memoria y a la vista de todos (9).
Pero lo que importa verificar, es que todas esas medidas de persecución fueron impuestas por la masonería.
“Se puede afirmar sin ser temerario -decía en septiembre de 1893 un periódico que
tenía fama de reflexionar sobre las ideas preponderantes del Gran-Oriente, Le Matin- que la mayoría de las leyes bajo cuyo yugo se encuentran los franceses -nos referimos a las grandes leyes políticas- fueron estudiadas por la masonería antes de aparecer en el Boletín Oficial. Y añadía: “Las leyes sobre la enseñanza primaria, las leyes militares y, entre otras, la ley sobre la obligación del servicio para los seminaristas, volaron de la calle Cadet al Palacio Bourbon; allí se volvieron inviolables y definitivas”. Y como
conclusión, este grito de triunfo: “Seguimos siendo todopoderosos, pero con la condición de
sintetizar nuestras aspiraciones en una fórmula. Durante diez años, marchamos
repitiendo: “El clericalismo, ¡ese es el enemigo!” Tenemos escuelas laicas por todas partes, los
padres están reducidos al silencio, los seminaristas cargan la carpeta escolar. Esto no es un resultado común en una nación que se intitula de hija primogénita de la Iglesia” (10).
Encontramos en el Bulletin du Grand-Orient la prueba de lo que dijo Le Matin.
En 1891, el día 18 de septiembre, la Convención votó la siguiente proposición: “La Convención masónica invita al Consejo de la Orden a convocar en la sede del Gran Oriente a todos los miembros del Parlamento que pertenecen a la Orden, con el fin de comunicarles los deseos expresados por la mayoría de los masones, así como la orientación política de la Federación. Después de cada una de estas reuniones, el Boletín publicará la lista de los que acepten la convocatoria del Consejo de la Orden, la de los que se excusen y la de los que no respondan a la invitación. Estas comunicaciones oficiales del Gran Oriente, así como los intercambios de ideas que les seguirán, deberán realizarse en uno de nuestros templos, bajo la forma masónica, en el grado de aprendiz, con el Consejo de la Orden dirigiendo los trabajos y los invitados manteniéndose en las columnas” (11).
Se demostraría fácilmente que, al igual que todas esas leyes de persecución fueron propuestas por masones obedientes a
una determinación, que el H∴ Brisson fue encargado de hacer pesar sobre la asamblea, ellas fueron votadas y finalmente agravadas, tras su promulgación, por circulares y reglamentos de los señores ministros masones.
En la asamblea de 1894 fue adoptada la siguiente deliberación, publicada en el Recueil
Maçonnique, página 308:
“Todo profano admitido a recibir la luz deberá antes hacer el siguiente
compromiso:
Prometo, por mi honra, cualquiera que sea la posición política o de otro tipo a la que pueda llegar algún día, responder a toda convocatoria que se me dirija, y a defender, por todos los medios a mi alcance, todas las soluciones que ella dé a las cuestiones políticas y sociales.
Tal compromiso, tras la concesión de la luz, deberá consignarse en acta,
transcrito por entero, por el neófito, con un bolígrafo destinado a tal fin, y firmada por él con claridad, tras haber sido fechada. Ese compromiso escrito será
transmitido a los cuidados del V∴ de la Ass∴ al Consejo de la Orden, que hará la
clasificación alfabética en sus archivos” (12).
En varias ocasiones, los periódicos han elaborado una lista de los ministros que han sacrificado su libre albedrío a los pies del Gran Oriente. En todos los gabinetes, desde hace veinte años, siempre han constituido la gran mayoría. Por lo tanto, el H∴ Colfavra puede afirmar con toda sinceridad que: “Fue de nuestras filas que salieron los hombres mas considerables
del gobierno de la República y del partido republicano” (13).
Nada mas verdadero que las palabras de monseñor Gouthe-Soulard: “No vivimos en una república, sino en una masonería”; o las palabras de Gadaud, entonces Ministro
de los Trabajos Públicos: “La masonería es la República cerrada; la República es la masonería abierta”; o aquellas de Massé: “El día en que la República sea la masonería al descubierto, del mismo modo que desde hace mucho tiempo la masonería no es más que la República oculta...” (14).
Un hombre que fue uno de los principales actores en la política de aquella época, Marcère,
publicó cuatro volúmenes bajo este título: LA ASAMBLEA NACIONAL DE 1871. En el momento en que participaba en los acontecimientos que narra -como presidente del centroizquierda, luego como ministro en el gabinete Dufaure, conservando su cartera en el gabinete Wadington, que siguió a la caída del mariscal- no sospechaba la existencia del misterioso poder que tejía la red en la que Francia está atrapada hoy. Lo atestigua con una admirable buena fe:
“En el estado de cosas creado en 1871, no se distinguían todavía las causas
profundas del mal, hoy llegado al estado agudo, que padecía Francia... nadie,
ni aun entre los conservadores más anti-revolucionarios, tenía idea de los designios
formados por los sectarios de la Revolución. Nadie podía imaginar que por la larga inconsciencia de la izquierda republicana y por el trabajo inicialmente secreto y tenebroso de las sectas judías y masónicas, trabajo que poco a poco se fue declarando, profesando y luego oficializando, se llegaría a este extraordinario acontecimiento: la descristianización de Francia y el triunfo de la masonería... Francia nunca habría permitido que este partido se estableciera si los moderados, hoy excomulgados, no hubieran tenido su garantía ante el país... La masonería francesa tiene como objetivo la aniquilación del cristianismo y, sobre todo, de la Iglesia Católica, persigue el designio satánico denunciado por J. de Maistre desde la época de la Revolución”.
Ultimo Capitulo...
Notas:
1) 1870-1940.
2) “Ousai, esta palabra resume toda la política de nuestra revolución”. Saint Just, Rapport fait à la Convention au nom des comités de salut public et de la sûreté générale, 8 de ventoso, año II.
3) He aquí un rasgo muy curioso y muy característico:
Cuando Gambetta era presidente de la Cámara, ofreció un día una gran cena oficial a la que invitó a toda la administración de la Asamblea, y el orden de precedencia hizo sentarse a su derecha al más antiguo de los vicepresidentes, el honorable conde Durfort de Sivrac, uno de los jefes de la derecha católica y monárquica.
Durante la comida, el diputado de Anjou se fijó en la singular y extraordinaria copa que utilizaba su anfitrión; y con la cortesía que le permitía el carácter del presidente, le expresó su admiración y le preguntó si aquella extraña copa estaba relacionada con algún recuerdo particular.
“En efecto -le respondió simplemente Gambetta- es la copa de Lutero, que se conservó en Alemania durante tres siglos y medio como una reliquia, y que las sociedades masónicas del otro lado del Rin me concedieron el distinguido honor de ofrecerme como muestra de simpatía”.
Chateaubriand, en sus Mémoires, también habla de la copa de Lutero, que él había visto en Berlín, rodeado de veneración, al igual que la silla de Calvino se conserva piadosamente en Ginebra.
¿Qué servicios excepcionales no debió prestar a la secta internacional para que los alemanes se deshicieran de un objeto tan preciado a sus ojos y con él rindieran homenaje al hombre que encarnaba en Francia el deseo de una guerra a muerte y de una venganza implacable contra Alemania?
4) No hace falta recordar que en toda Francia se renovaron de arriba abajo las comisiones de los hospitales y las casas de beneficencia.
5) El 26 de marzo de 1876, Spuller, al presentar un informe favorable a la “reforma” gubernamental, dijo: “Votaremos a favor de esta reforma porque se ajusta a la política que queremos seguir, porque queremos avanzar lenta pero seguramente”. El 18 de septiembre de 1878, Gambetta viajó a Romans, y allí, en esa pequeña ciudad que había tenido una abadía como cuna, ante cinco o seis mil personas reunidas en un hangar de madera construido para la ocasión, se expresó en estos términos:
“La cuestión clerical, es decir, la cuestión de las relaciones entre la Iglesia y el Estado, domina y mantiene en suspenso todas las demás cuestiones. Es ahí donde se refugia y se fortalece el espíritu del pasado. Denuncio este peligro cada vez mayor al que se ve sometida la sociedad moderna por culpa del espíritu ultramontano, del espíritu del Vaticano, del espíritu del Syllabus, que no es más que la explotación de la ignorancia con vistas a la sumisión general”.
Esas palabras fueron aplaudidas con furor.
Deseoso de no ofender a los israelitas y a los protestantes, Gambeta retomó:
“Hablé de las relaciones entre la Iglesia y el Estado. Sé que para ser correcto debería decir: de las iglesias, pero, desde el punto de vista gubernamental y nacional, solo existe el ultramontanismo, que se obstina en causar perjuicio al Estado. Cuando examino las incesantes usurpaciones a las que se dedica el ultramontanismo, las invasiones que cada día practica en los dominios del Estado, tengo derecho a decir: ¡ahí está el peligro social! El espíritu clerical busca infiltrarse en todas partes, en las fuerzas armadas, en la magistratura, y tiene esto de particular, que siempre que la fortuna de Francia decae, ¡el jesuitismo asciende!”
La asistencia aplaudió largamente al orador.
El senador Malens, que presidia la sesión, tenía como principal asesor a Emile Loubet, el futuro
presidente de la República.
Ya en 1872, en Saint-Julien, Gambetta había expuesto el programa del partido denominado “republicano”. Este programa, seguido religiosamente, se resume en tres palabras: Guerra al catolicismo.
6) Insecto que ataca la vid, produciendo hipertrofia en las hojas, brotes y tallos, dañando especialmente las raíces. Alusión a los padres jesuitas (N. do T.).
7) Tras proponer las medidas que debían adoptarse, Paul Bert confirmaba así lo que ya estaba hecho:
―En primer lugar, todas las instituciones monásticas desaparecieron. Ya no se ven esas numerosas Órdenes que devoraban sin provecho la sustancia del pueblo... y que servían, en los Estados modernos, solo para alimentar un espíritu extraño y funesto.
―Los Obispos, clasificados según su rango entre los funcionarios departamentales, ya no gozan de los honores extraordinarios que les conferían los Decretos. Abandonarán los palacios, cuya vivienda, a veces principesca, aumentaba al menos tanto su autoridad moral como sus recursos materiales.
―Las instituciones eclesiásticas ya no pueden poseer bienes inmuebles, y sus riquezas muebles deben contribuir al aumento del crédito público, mediante su aplicación como ingresos del Estado. Los sacerdotes, a quienes ya se les ha quitado el control de los cementerios, pierden el de las fábricas, cuya contabilidad bien establecida ya no permite abusos, cuyos déficits los ayuntamientos ya no están obligados a cubrir.
―El clero, debido a las leyes que ya habéis votado, ya no tiene ninguna participación en la dirección de la educación pública, y la separación entre la Iglesia y el Estado está claramente establecida.
―El sacerdote, cualquiera que sea el puesto que ocupe en la jerarquía, ya no puede gozar de la impunidad que hasta ahora le garantizaban casi siempre sus desviaciones culpables del lenguaje. Ya no podrá, sin ser justamente castigado, salir de su papel de religioso para entrometerse en la administración, la política y las elecciones. Si goza de emolumentos derivados del Concordato, o de una simple gratificación debida a la generosidad del Estado, tales ventajas le serán retiradas cuando se demuestre su culpabilidad.
―Al mismo tiempo, las decisiones gubernamentales, en forma de decretos o resoluciones, habrán derogado una multitud de medidas adoptadas en interés de la Iglesia, respecto de las cuales ninguna de las prescripciones del Concordato obliga al Estado.
―La Iglesia, así reconducida a la estricta observancia del Concordato que ella misma firmó, sin que pueda invocar ninguna apariencia de persecución precisamente por su parte, sin recibir del Estado ninguna concesión propia que aumente su riqueza y su influencia política, no tendrá más que la parte muy grande y muy legítima de la autoridad que le concede la docilidad de los fieles.
―Es en ese momento, tras haber comprobado los resultados de esta acción legislativa, desconocida desde 1804, cuando, en nuestra opinión, será oportuno y necesario examinar si conviene pronunciar la separación entre la Iglesia y el Estado, que ha recuperado la plenitud de su poder, con la Iglesia reducida a sus propias fuerzas y a su estricto derecho.
―Tendremos cumplida nuestra tarea, si preparamos ese futuro.
9) Quienes deseen disponer de un resumen de las leyes persecutorias promulgadas en los últimos veinticinco años pueden consultar varios folletos: La persécution depuis quinze ans, por un patriota (Maison de la Bonne Presse). Vingt-cinq ans de gouvernement sans Dieu, de Paul Grèveau (París, comisión antimasónica). Les actes du ministère Waldeck-Rousseau (París, Louis Tremaux). La guerre à la religion. Exposé des projets de loi antireligieux, soumis aux Chambres françaises, de C. Groussau (Sociedad General de Librería Católica). La persécution depuis vingt ans, por Jean Lefaure (París, rue Bayart, 5). Y, sobre todo, el libro publicado por Louis Hosotte, Histoire de la Troisième République, 1870-1910, in-8° de 835 páginas, París, Librería de los Santos Padres.
10) Artículo de Matin citado en “La Franc-Maçonnerie Démasquée”, septiembre de 1893, páginas 322-
325.
11) Bulletin du Grand-Orient, 1891, página 668.
12) Esta propuesta fue aprobada por unanimidad. Es imposible negar el alcance de este documento, es “el mandato imperativo en toda su extensión”.
He aquí un ejemplo de cómo se aplica:
Al día siguiente de las interpelaciones de Dide y Hubar sobre las relaciones entre la Iglesia y el Estado, todos los diputados masones fueron convocados a la calle Cadet. La reunión fue presidida por H∴ Thulié, presidente del Consejo de la Orden. Varios oradores censuraron vivamente a algunos de sus colegas por no haber votado a favor de la propuesta de separación entre la Iglesia y el Estado.
Este hecho muestra claramente: 1) que el Consejo de la Orden del Gran Oriente, de acuerdo con la decisión tomada o renovada en septiembre de 1891, envió, con fines políticos, convocatorias a los diputados masones, y que estos obedecieron dichas convocatorias; 2) que, en consecuencia, existía en Francia un poder oculto, no designado por la nación, y que un buen número de diputados se consideraba dependiente de ese poder oculto.
Esta injerencia de la masonería en los asuntos del Parlamento y su dominio sobre un gran número de diputados y senadores se afirma aún más en la Asamblea General del Gran Oriente, en la Convención celebrada del 12 al 17 de septiembre de 1892. El H∴ Laffont hizo la siguiente propuesta:
“Considerando que el deber estricto de todo masón es ajustar todos los actos de su vida privada y pública a los principios masónicos; que, en particular, los miembros de la masonería que pertenecen al Parlamento y a las Asambleas elegidas tienen la obligación de buscar, mediante sus votos, la realización del programa republicano masónico y, en primer plano, la supresión del presupuesto de los cultos y la separación entre las Iglesias y el Estado;
La Convención declara que los masones que no se ajustan a estos principios incumplen su deber y les impone una censura.
Es exactamente una citación precisa y formal. Es exactamente la imposición del deber masónico en toda su fuerza.
13) Congrès International du Centenaire, Informe, página 98.
14) Convención General. Sesión de 29 de septiembre de 1903.