martes, 8 de julio de 2025

¿QUE ES REALMENTE UN BUEN ARTISTA?

Vale la pena abordar este tema porque, en nuestros tiempos de empobrecimiento cultural y falta de valores, la gente está ciega ante los horizontes del arte.

Por Dylan Catlett


Hoy en día oigo con demasiada frecuencia: “Fulano es buen actor” o “Este o aquel hombre es buen escritor”. Al igual que con el fenómeno del “buen tipo”, algo falla aquí. 

La etiqueta “bueno” se aplica a tantas personas que no son aptas para el apelativo que su sentido más profundo pierde su significado; “bueno” se convierte sólo en sinónimo de “hábil”. Esa es la palabra que generalmente se suele utilizar.

Vale la pena abordar este tema porque, en nuestros tiempos de empobrecimiento cultural y falta de valores, la gente está ciega ante los horizontes del arte. Un hombre puede tener una ligera intuición de un gran panorama más allá de su vista, una vista magnífica, pero se detiene en un pantano. Esta -se dice a sí mismo- es esa vista.

Entonces, ¿qué es un buen artista? Permítanme hacer algunas primeras delineaciones para llegar a la respuesta a esa pregunta.

En cuanto a la habilidad: hasta cierto punto, la “habilidad” de alguien es independiente de lo “buena” que sea su obra. Por ejemplo, en las visiones de Ana Catalina Emmerich aprendemos que las audaces seductoras de la época prediluviana habían perfeccionado sus artes seductoras hasta alcanzar un nivel muy desarrollado. Pocos podían resistirse a ellas (1). Es decir, eran hábiles, pero no eran buenas.

En el ámbito de las artes, Miguel Ángel demuestra una habilidad técnica en la pintura superior a muchas de las de siglos anteriores. Sin embargo, es exagerado decir que su obra es buena. ¿Por qué? Esto se debe a que lo que produjo es a menudo muy sensual, repleto de desnudos, de forma infame. Estas obras de arte “magistralmente elaboradas” fueron esculpidas por una mano genial, pero ¿quién puede decir que la visión era buena?

La habilidad del artista solo sirve para maximizar el efecto bueno o malo que pretende plasmar en una obra, incluso inconscientemente. Así pues, dicho de forma sencilla, ser un artista hábil no significa necesariamente ser un buen artista. En esta categoría de hábiles pero no buenos caen los grandes nombres del Renacimiento Humanista. De ello se deduce también que ser un buen artista no significa necesariamente ser hábil, aunque deberíamos rezar para que todos los buenos artistas progresen en su oficio.

Un problema de nuestra época es que la gente está perdiendo rápidamente la capacidad de reconocer la verdadera habilidad o talento en el arte. Con Picasso y los demás “hombres pintorescos” de aquel caballete, los críticos de arte del siglo XX pasaron de admirar obras talentosas —aunque a veces inmorales— a ensalzar la mezcolanza de latigazos de los locos.

Los cuadros de Picasso rozan la locura

Este tema se hizo presente en todos los ámbitos. Con los actores, ser “bueno” es liberar torrentes de emoción, generalmente ira, lo que complace a los bárbaros en los teatros de hoy. Se les escapa la sutileza. Con los poetas, abandonar la forma es el objetivo, de modo que la poesía se vuelve literalmente prosaica.

Estos artistas se caracterizan por aspirar a una “fuerza” creativa, sin control ni reglas. He oído de labios de la poeta Mahogany Browne que prefiere, al componer su “verso” libre, ignorar las llamadas de atención de la Forma, porque trabajar dentro de la estrechez de las formas frena el “yo interior” creativo. Por lo tanto, en cambio, sigue su corazón, escribe lo que se le ocurre en el momento. Cuando se trabaja de esta manera, existe un verdadero peligro de posesión.

El buen artista: ¿cómo lo reconoceremos?

Los anales de la Iglesia ofrecen ejemplos ilustres. Fra Angélico es uno de los grandes pintores, a menudo ignorado hoy en día. La mirada se dirige solo al sordo Van Gogh. Los críticos dirán que el fraile dominico es más “primitivo” en habilidad que los que vinieron después, pero mienten si dicen que no es bueno. Por esto creo que tendrán que responder en el Juicio a la Bondad Misma, Dios.

Ser un buen artista, más que simplemente una persona hábil, es simplemente usar los propios talentos para la edificación y santificación de los demás. No se trata de representar las cosas, con un zarcillo, de tal manera que hunda a alguien en el barro, o, con una salpicadura de aceite, lo ciegue a las realidades superiores.

Los ángeles de Fra Angelico

Era un tema común en el Renacimiento representar a los ángeles como bebés, rollizos y regordetes que se arrastraban, incapaces de combatir, carentes de cualquier espíritu de militancia. En el arte de Fra Angélico, los ángeles aparecen nobles, inteligentes y radiantes de Luz. La trascendencia parece filtrarse de su pincel hacia sus etéreas figuras. Y eso -la trascendencia- es lo que tanto falta en el arte actual, y quizás sea el barómetro del mejor arte.

En la contemplación sacra, se reconoce en toda la Creación una semejanza con su Creador. Toda la realidad se convierte en un campo simbólico rico en las florituras del Sembrador. En una palabra, el contemplativo que considera lo temporal se eleva de la prosa del mundo a la poesía de Dios. En una ráfaga de viento ve Su mano; en cada remolino de una hoja, una acción de gracia; en la tala de un árbol, un castigo.

Se ha dicho que la mejor arquitectura es la gótica, porque dirige la mirada al Cielo. ¿Y qué decir de la pintura? ¿La poesía? ¿La ebanistería? ¿Todas las demás artes? En este sentido, ¿no se puede decir que el mejor arte es trascendente, más que la mera habilidad? San Buenaventura sostenía que el propósito último del arte, de hecho, de todo conocimiento, es conducirnos a Dios.

Fra Angélico lo logró con sus pinturas. Miguel Ángel no estaba a la par porque en su arte ofendía al Cielo. Esa es la diferencia entre un buen artista y un mal artista.

Dios es el creador y conservador de toda la existencia. En su obra hay símbolos de sí mismo, colocados intencionalmente. Al contemplar sus obras, el hombre puede encontrar algún rastro de él, ya que algo lo refleja en cierta medida, o no lo refleja, es decir, refleja algo opuesto a sus perfecciones. Así, la serpiente, aunque es una criatura, simboliza el mal, así como el lirio, aunque es una flor, simboliza la pureza.

Y como toda verdad proviene de Dios, que es Uno, todas las verdades pueden relacionarse entre sí. Entrar en la contemplación sacra ofrece infinitas posibilidades. Uno podría contemplar las cosas de esta tierra durante mil millones de años y apenas habría comenzado a comprender los símbolos, el rostro y la mente de Dios que reflejan...

El campo de los símbolos es muy fértil, pero ¿dónde están los Angélicos hoy? Las artes son un castillo, del cual se ha entrado en algunas habitaciones, pero apenas se ha explorado en su totalidad. En lugar de desanimar a los artistas en ciernes, esto plantea un desafío y una esperanza para un futuro diferente al nuestro. Cada habitación estará llena, cada habitación estará amueblada, pero eso será en el Reino de María. De hecho, será nuestra hora dorada.


Notas:

1. “Vi a los descendientes de Caín volverse cada vez más impíos y sensuales. Se asentaron cada vez más arriba en la cima de la montaña donde se encontraban los espíritus caídos. Estos espíritus se apoderaron de muchas mujeres, las gobernaron por completo y les enseñaron toda clase de artes seductoras. Sus hijos […] poseían una agilidad, una aptitud para todo, y se entregaron por completo a los espíritus malignos como instrumentos. Y así surgió en esta montaña y se extendió por los alrededores, una raza malvada que, mediante la violencia y la seducción, intentó enredar también a la posteridad de Set en sus propios caminos corruptos”.
 

¿IMPORTA LA ORIENTACIÓN SEXUAL DEL PAPA Y DE LOS OBISPOS?

Los católicos que argumentan que la orientación sexual del papa, los obispos o los sacerdotes no es importante, no comprenden cómo esa orientación puede afectar su ministerio y predicación. 

Por Gene Thomas Gomulka


La crisis de abuso sexual clerical en la Iglesia Católica ha demostrado cuán astutos son los depredadores para encubrir su comportamiento depredador, al igual que los clérigos homosexuales son buenos para encubrir su orientación sexual y mala conducta. Dos jóvenes sacerdotes que vivían con “monseñor” Francis B. McCaa, a quien el Gran Jurado de Pensilvania identificó como un “monstruo” sexual, no tenían idea de que su párroco supervisor estaba abusando sexualmente de niños en su parroquia de Ebensburg. De igual manera, cuando serví con el “padre” Robert Kelly durante tres años y el “padre” Martin Cingle durante dos años, tanto el párroco como yo desconocíamos que estaban abusando de adolescentes en nuestra parroquia de State College. Una razón por la que esto sucede es que a menudo asumimos que las personas con las que vivimos y trabajamos son muy similares a nosotros. En consecuencia, sacerdotes y feligreses que jamás pensarían en dañar a un niño a menudo piensan que otros compañeros de trabajo sienten y actúan de la misma manera.

Debido a que la mayoría de los católicos son heterosexuales, les resulta difícil creer los estudios que muestran que más del 80 por ciento de los obispos y sacerdotes nacidos en Estados Unidos hoy en día son homosexuales (Documento PDF en inglés aquí). Del mismo modo, debido a que la mayoría de las parejas católicas son fieles en su matrimonio, les resulta difícil creer los estudios que muestran que, en un momento dado, no más de la mitad de todos los sacerdotes llevan vidas célibes. Si no fuera por mis años de experiencia supervisora ​​y confesional, yo también podría cuestionar estos hallazgos. En consecuencia, no me sorprende que un católico devoto me diga: “No sabes de lo que estás hablando”. Sin embargo, cuando se le preguntó sobre la validez de los estudios que involucran la alta tasa de fracaso del celibato, el “cardenal” José Sánchez, ex prefecto de la Congregación para el Clero responsable de supervisar los asuntos relacionados con sacerdotes y diáconos, respondió: No tengo motivos para dudar de la exactitud de esas cifras”.

Solo un periodista de investigación homosexual como Frédéric Martel podría documentar en su libro “Sodoma. Poder y escándalo en el Vaticano” (2019), cómo cuatro de cada cinco clérigos del Vaticano son homosexuales. La existencia de la “Mafia Lavanda” explica por qué la mayoría de los abusos sexuales y la mala conducta homosexual por parte del clero no se denuncian; por qué la mayoría de los clérigos infractores no son disciplinados ni destituidos del ministerio; y por qué solo 8 de los más de 150 obispos acusados ​​públicamente de abuso han sido laicizados hasta la fecha.

Si bien la mayoría de los clérigos fuera de África e India son homosexuales, esta mayoría fue manipulada o abusada ​​por sacerdotes homosexuales, un seminarista mayor o incluso un familiar, como un tío. Si el contacto o el abuso ocurrió antes de que el joven ingresara al seminario, el sacerdocio podría haber sido percibido como un lugar donde uno podía vivir en secreto, sin que familiares o amigos supieran cómo se desarrolló una orientación homosexual. Si el contacto ocurrió mientras la persona estaba en el seminario y el seminarista no quería regresar a casa con su familia y amigos como homosexual, podría sentirse obligado a quedarse, ordenarse y ser percibido como “un heterosexual que sacrificó una esposa e hijos para seguir a Cristo”.

Los obispos homosexuales que han permanecido en el clóset y que fueron manipulados o abusados, lo cual afectó su orientación sexual durante su período de desarrollo psicosexual, son menos propensos a disciplinar a los clérigos homosexuales denunciados por abuso, ya que ellos mismos solían participar en el mismo comportamiento, especialmente de jóvenes. 

Dado que yo rechacé las insinuaciones homosexuales en el seminario y el sacerdocio por parte de obispos, sacerdotes y seminaristas, y dado que no me “convirtieron” como a tantos otros seminaristas y sacerdotes, compadezco a estos obispos y sacerdotes homosexuales que han permanecido en el clóset y que sé que actúan como lo hacen debido a sus propias experiencias de manipulación y abuso. Si bien algunos clérigos homosexuales que han permanecido en el clóset y se aprovechan de hombres jóvenes y niños pueden ser denunciados, a menudo solo décadas después del abuso, otros pueden evitar ser detectados y son promovidos, a menudo con la ayuda de un obispo con quien mantuvieron relaciones homosexuales.

Los católicos que argumentan que la orientación sexual del papa, los obispos o los sacerdotes no es importante no comprenden cómo la orientación sexual de un clérigo puede afectar su ministerio y predicación. Dado que los hombres homosexuales y las mujeres lesbianas creen que los derechos lgbtq+ y el derecho al aborto son inseparables, la mayoría de los obispos y sacerdotes homosexuales no son tan profamilia y provida como el clero heterosexual. Con esto en mente, considere las siguientes preguntas:

1. ¿Qué hicieron o dijeron el “papa” Francisco y los “obispos” de Estados Unidos cuando los activistas pro vida fueron encarcelados injustamente por rezar en clínicas de aborto? Nada.

2. ¿Se han pronunciado alguna vez el “papa” León XIV y los “obispos” estadounidenses en contra de las normas de adopción que impiden a las agencias de adopción negar niños a parejas homosexuales y lesbianas cuando los estudios muestran que los hijos de homosexuales y transexuales son más propensos a convertirse en homosexuales? Nunca.

3. ¿El “papa” León y los “obispos” estadounidenses han denunciado alguna vez las jurisdicciones que intentan prohibir el asesoramiento sobre cuestiones de “identidad de género”, junto con las prohibiciones a la terapia de conversión de la orientación sexual? Nunca.

4. ¿Qué hicieron los “obispos” estadounidenses para detener la inmigración ilegal por parte de la Administración Biden en la que cientos de miles de niños migrantes, en algunos casos entregados a clubes de striptease, estacionamientos y contenedores de envío (en inglés aquí), fueron traficados para trabajar en trabajos brutales en todo el país (en inglés aquí) e incluso traficados sexualmente por pedófilos (en inglés aquí)? Nada.

5. ¿Por qué el “papa” León no ha respondido a las cartas de víctimas de abuso como Lisa Roers que muestran cómo el ahora retirado arzobispo de Omaha, George Lucas, encubrió el abuso sexual que sufrió por parte del padre Dennis Hanneman, quien permanece en el ministerio como se documenta en “La oración de la presa”?

6. ¿Seguirá el “papa” León aprobando dar la Sagrada Comunión a políticos católicos pro aborto como los cardenales Blase Cupich, Robert McElroy y otros prelados pro-lgbtq?

¿Aprobará el “papa” León Fiducia Supplicans, que permite la bendición de “parejas” del mismo sexo, y mantendrá a su coautor homosexual declarado, el “cardenal” Víctor Manuel Fernández , como “prefecto” del Dicasterio para la Doctrina de la Fe?

La forma en que el “papa” y los “obispos” abordan las cuestiones antes mencionadas no sólo puede proporcionar una idea de su orientación sexual, sino que también podría dar lugar a que más católicos abandonen o regresen a la Iglesia en los Estados Unidos, Irlanda, Alemania, Brasil y otros países donde la mayoría del clero católico hoy en día son homosexuales y donde innumerables protestantes evangélicos hoy son ex católicos.

8 DE JULIO: SANTA ISABEL, REINA DE PORTUGAL


8 de Julio: Santa Isabel, reina de Portugal

(✞ 1336)

La gloriosa reina de Portugal doña Isabel, espejo de reinas y vivo retrato de princesas casadas, fue hija de Don Pedro III de Aragón, y de la reina Constanza II de Sicilia
.

Desde la edad de ocho años rezaba el oficio divino, y a la edad de once la pidió y consiguió por mujer Don Dionisio, rey de Portugal.

No se envaneció ella por verse sentada en el trono, por el contrario, acrecentó los ejercicios de oración y de caridad que en casa de sus padres le habían enseñado.

Era muy templada en el comer, modesta en el vestir, benigna en el conversar, y en gran manera dada al divino servicio.

Por la mañana rezaba Maitines y oía Misa cantada en su capilla, que tenía muy adornada de ricos y preciosos ornamentos, además de virtuosos capellanes y excelentes cantores, y cada día iba a ofrecer en la Misa al tiempo que cantaba la ofrenda, y puesta de rodillas besaba la mano al sacerdote y recibía su bendición.

Labraba con sus damas cosas que sirviesen al culto divino, socorría a las doncellas pobres y huérfanas y ponía a muchas en buen estado, para que no corriese peligro su castidad.

Visitaba a los enfermos y los curaba con sus propias manos sin asco ni pesadumbre, y el jueves Santo lavaba los pies a algunas mujeres pobres y con gran devoción se los besaba.

No se hacía iglesia, hospital, puente u otra cosa en beneficio público, en el que ella no colaborase.

En Santarén puso en perfección el hospital de los inocentes, en Coímbra junto a sus palacios reales edificó el de los pobres enfermos; en la villa de Torresnovas el recogimiento fue para las mujeres arrepentidas.

Su marido fue, en su mocedad, liviano con gran deshonor suyo y agravio de la santa, más ella lo llevó todo con tanta paciencia que rindió el corazón del rey, y le sacó de aquel mal estado, y cuando su hijo, el príncipe don Alfonso, se armó contra su mismo padre, y estaban los dos con ejército para darse batalla, solo la santa logró ponerles en paz y restituir la paz a todo el reino.

En la hora que su marido falleció, se recogió en sus aposentos, se cortó los cabellos y vistió el hábito de Santa Clara; acompañó el cadáver del rey al monasterio de monjas de San Bernardo, en que él había ordenado que lo enterrasen, y habiendo estado allí tres meses, partió a pie en romería para Santiago e hizo al Santo Apóstol una ofrenda riquísima de muchas piezas de oro, piedras preciosas, sedas y brocados.

Finalmente, después de una vida tan santa, fue visitada en su muerte por la Reina de los ángeles, y diciendo aquellas palabras:

- María, Madre de gracia, y Madre de misericordia, defiéndenos tú del maligno enemigo y recíbenos en la hora de la muerte.

Y entregó su alma al Creador.

Reflexión:

La santa y piadosísima doña Isabel, supo juntar con la grandeza y majestad de su estado, la pequeñez y humildad de Cristo. Por estas raras virtudes mereció ser tenida y reverenciada como Santa, no solamente en su tiempo, sino también en todos los siglos posteriores; para que las grandes señoras vieran en ella como en un clarísimo espejo, y conformaran su vida con la de la santa.

Oración:

Oh elementísimo Dios, que entre otros dones con que enriqueciste a la Santa Reina Isabel, la favoreciste con la gracia singular de aplacar el furor de las guerras; concédenos por su intercesión la paz de esta vida mortal, que humildemente pedimos, y después, los dichosos gozos de la eterna. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.


lunes, 7 de julio de 2025

IGLESIAS DESCRISTIANIZADAS POR SILENCIAR A CRISTO, VERDADERO DIOS Y HOMBRE

El misterio de la Encarnación del Hijo es el más grande misterio de la fe, y de él derivan todos los demás misterios.

Por el padre José María Iraburu


Introducción

Un converso nos va a introducir hoy en el tema… El padre Clodovis Boff, teólogo católico brasileño, de los Siervos de María, siguió un tiempo las falsas ideas de su hermano Leonardo Boff, propugnando la teología de la liberación de clave comunista. Pero por gracia de Dios se convirtió, volviendo de lleno a la doctrina católica. Recientemente ha escrito una carta a los Obispos del CELAM (Carta abierta a los obispos del Consejo Episcopal Latinoamericano y Caribeño), en la que señala que:

“…en los últimos 40 años 'la gran preocupación de la Iglesia en nuestro continente no es la causa de Cristo y su salvación, sino causas sociales como la justicia, la paz y la ecología… “Los hijos piden pan y les dais una piedra” (Mt 7,9). Incluso el mundo secular está harto de la secularización y busca la espiritualidad… Se mencionan apenas la gracia, la salvación [por Cristo], la necesidad de la conversión, la oración, la adoración y, en definitiva, la doctrina católica… renovar con todo fervor la primacía de Cristo-Dios, que tiene hoy una presencia tan escasa en la predicación y la vida de nuestra Iglesia… Y nuestra Iglesia pierde a sus ovejas… Sin embargo, este continuo declive no parece preocuparle mucho a ustedes. Me viene a la mente la denuncia del profeta Amós a los dirigentes del pueblo: “no os afligís por la ruina de José” (Am 6,6)”…

El padre Clodovis 
se expresa con palabras muy fuertes, al estilo extremo de los conversos, como León Bloy, y van referidas a las Iglesias de la América hispana orientadas por el CELAM. Pero, al menos, no parecen exageradas, si las aplicamos a no pocas Iglesias descristianizadas del Occidente.

En todo caso, es evidente que la renovación de la Iglesia no se conseguirá en tanto Cristo no recupere la centralidad continua y absoluta en todo lo que sea doctrina y acción pastoral y misionera de la Iglesia. Donde esa centralidad no se procure y consiga, las Iglesias descristianizadas seguirán disminuyendo en número y en fuerza salvífica, hasta donde Dios quiera y permita.

Esta es la vida eterna, que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado Jesucristo (Jn 17,3).

Jesús de Nazaret, signo de contradicción

El Hijo de Dios no entra por la encarnación en la raza humana en forma prepotente y majestuosa. Al contrario, entra en la humanidad por la puerta de servicio, en una cuadra de animales. Y se presenta ante los hombres...


● humilde y pobre, suave y humilde de corazón (Mt 11,29), el hijo del carpintero (Mt 13,55), sin ningún signo de poder, menospreciable: los gerasenos lo echan de su tierra (Mc 5,17), también los samaritanos (9,53) y tantos otros. Y al mismo tiempo, tiene

● gran autoridad, tanto en sus palabras (Mt 24,35) como en sus obras (Lc 4,28-30; Jn 18,6). Esto para unos es una provocación intolerable (Jn 2,18), pero para otros es un gozo inmenso (Mt 7,28-29; Mc 1,22.27). Maravillando a la muchedumbre, Jesús habla con autoridad, y no como los doctores (Mt 8,29).

● Es odiado por unos hasta el insulto, la calumnia, la persecución y el asesinato. Y es admirado por otros hasta la devoción más entusiasta: las muchedumbres que vienen de todas partes se agolpan en torno a él (Mc 3,7-10; 6,34-44; Lc 12,1), y hacen de él comentarios de sumo elogio (Lc 4,22; Jn 7,46). Es amado por sus discípulos con un amor muy grande, que a veces tiene rasgos de adoración (Mt 14,33).

● Es misterioso: 1) En lo que hace (sanar, perdonar, resucitar, etc.); 2) en lo que enseña (felices los pobres, amar a los enemigos, etc.); 3) y aún es más misterioso en lo que dice de sí mismo:

Yo soy la verdad, el camino, la vida, la resurrección, el agua viva, el pan vivo bajado del cielo, anterior a Abraham, el pastor de todos, el único Maestro… Vosotros sois de abajo, yo vengo de arriba. Vosotros sois de este mundo, yo no soy de este mundo. El que me ve a mí, ve a Dios [al Padre].

● Es bandera divisoria. Siempre que Jesús se presenta ante los hombres se dividen sobre él las opiniones apasionadamente (Jn 7,12-13, 30-32, 40-43, 46-49; 9,16; 10,19-21; etc.) Realmente es signo de contradicción, como profetiza Simeón (Lc 2,34-35). No cabe ante él la indiferencia. O se le recibe o se le rechaza: El que no está conmigo está contra mí (Mt 12,30).

El hombre Cristo Jesús (1Tim 2,5)

El Hijo de Dios, por la Encarnación, se hizo 
en todo semejante a nosotros, excepto en el pecado (Hb 4,15; +Flp 2,7). Es verdaderamente Dios y es hombre para siempre. (¡…!)

● Cuerpo. Su cuerpo es en todo semejante al nuestro. Crece ante los hombres. Tiene una fisonomía propia –seguro que muy semejante a la de María, pues de ella recibe toda su herencia genética–. Camina, come, duerme, habla… Una vez resucitado, dirá: Palpadme y ved, que un espíritu no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo (Lc 24,39).


● Entendimiento. Jesús, nuestro único Maestro (Mt 23,8), tiene un entendimiento totalmente lúcido para la verdad, y por tanto invulnerable al error. Cristo no discurre o argumenta laboriosamente, sino que penetra la verdad inmediatamente, como quien es personalmente la Verdad (Jn 14,6). Deshace fácilmente las trampas dialécticas que le tienden (Mt 22,46). Y con admirable sencillez, enseña con parábolas a cultos e ignorantes, irradiando verdad con la misma facilidad con que la luz ilumina. Porque Él es la Luz (Jn 8,12; 9,5; 12,36). Él es la Luz que viene de arriba (8,23), del Padre de las luces (Sant 1,17): el sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte (Lc 1,78-79).

Toda la sabiduría de Jesucristo procede del Padre; él solo enseña lo que oye al Padre (Jn 8,38; 12,49-50; 14,10). Conoce a Dios, y lo conoce con un conocimiento exclusivo (6,46; 8,55), como quien de él procede (7,29); y puede revelarlo a los hombres (Mt 11,27). Conoce a los hombres, a todos, a cada uno, en lo más secreto de sus almas (Jn 1,47; Lc 5,21-22; 7,39s): 
los conocía a todos, y no necesitaba informes de nadie, pues él conocía al hombre por dentro (Jn 2,24-25). Conoce los sucesos futuros que el Padre quiere mostrarle en orden a su misión salvadora. Predice su muerte, su resurrección, su ascensión, la devastación del Templo, y varios otros sucesos contingentes, a veces hasta en sus detalles más nimios (Mc 11,2-6; 14,12-21. 27-30). Yo os he dicho estas cosas para que, cuando llegue la hora, os acordéis de ellas y de que yo os las he dicho (Jn 16,4).

● Voluntad. El hombre Cristo Jesús tiene una voluntad santa y poderosa, perfectamente libre e impecable. Jesús es el único hombre completamente libre: libre ante la tentación (Mt 4,1-10), libre de todo pecado (Jn 8,46; 1Pe 2,22; Heb 4,15), libre totalmente de sí mismo para amar al Padre y a los hombres con un amor total (Jn 14,31; 15,13; Rm 8,35-39). Y esta fuerza, libertad y santidad de la voluntad de Cristo procede totalmente de su absoluta obediencia a la voluntad del Padre (Jn 5,30; 6,38; Lc 22,42).

● Sensibilidad. Los sentimientos de Jesús son profundos e intensos. Todas las modalidades de la afectividad humana vibran en él con maravillosa armonía. Es enérgico, sin dureza; es compasivo, sin ser blando… Y ninguna dimensión de su vida afectiva domina en exceso sobre las otras…

Jesús es sensible al hambre, a la sed, al sueño, al frío, al calor, al cansancio. El Corazón sagrado de Jesucristo sufre con la traición de Judas, con las negaciones de Pedro o con el abandono de los discípulos. Llora la ruina de Jerusalén (Lc 19,41) o la muerte de su amigo Lázaro (Jn 11,33-38). Mira con ira (Mc 3,5), mira con amor (10,21), especial por los niños (Mt 19,14), dice palabras terribles, incluso a personas favorables, pero de poca fe (“¿Hasta cuándo tendré que estar con vosotros? ¿Hasta cuándo habré de soportaros?” (Mt 17,17). Y sabe usar el látigo cuando conviene (Jn 2,14-17). Tiene deseos ardientes (Lc 22,15), se ve triste hasta la muerte (Jn 12,27; Mc 14,33-34), y llega a sentirse abandonado por el Padre (Mt 27,46). Otras veces está radiante en el gozo del Espíritu (Lc 10,21), es amigo cariñoso con los suyos (Jn 13,1.33-35), pero también ama a sus enemigos: come con ellos, intercede en su favor… No le dan rabia, le dan pena, y para procurar su salvación, entregará su vida…


Pero quizá la más profunda y delicada compasión, la misericordia, sea el sentimiento de Jesús más frecuentemente reflejado en los evangelios: tiene piedad de enfermos y pobres, de niños y pecadores, de la extranjera que tiene una hija endemoniada (Mc 7,26), de la viuda que perdió su hijo (Lc 7,13), de la muchedumbre hambrienta y sin pastor (Mc 8,2; Mt 9,36). Tiene un sagrado Corazón divino.

El hombre Cristo Jesús es la imagen perfecta de Dios

Cristo revela a Dios, porque 
es el esplendor de su gloria, la imagen de su substancia (Heb 1,3). Quien lo ve a él, ve al Padre (Jn 14,9). Y como enseña el concilio Vaticano II, al ser la imagen perfecta de Dios, él manifiesta plenamente el hombre al propio hombre, y le descubre la sublimidad de su vocación. El, que es “imagen del Dios invisible” (Col 1,15), es también el hombre perfecto, que ha devuelto a la descendencia de Adán la semejanza divina, deformada por el primer pecado (Gaud. Spes 22)… Nunca nosotros habíamos conocido, por ejemplo, un hombre totalmente libre (Rm 7,15). Solamente habíamos conocido falsificaciones del ser humano. Es decir, nunca habíamos conocido un hombre perfectamente humano. Cristo es quien nos ha revelado qué es de verdad el hombre.

Pues bien, el Padre nos ha destinado a configurarnos a Jesucristo, de modo que él venga a ser 
Primogénito de muchos hermanos (Rm 8,29). Por eso no contemplamos la belleza de Cristo con una admiración distante o impersonal, como si para nosotros fuera totalmente inasequible: la contemplamos como cosa nuestra, como algo a lo que estamos invitados y destinados a participar. Y de este modo, todos participamos de la hermosura y de la bondad de Cristo, lleno de gracia y de verdad…: de su plenitud recibimos todos gracia sobre gracia (Jn 1,14.16).

Hizo muchos milagros

Jesús hizo muchos milagros, como se ve en los Evangelios y como atestigua formalmente el Apóstol San Juan (Jn 20,30; 21,25). En el más antiguo de los Evangelios, el de San Marcos, de 666 versículos, 209 (un 31%) se refieren a milagros. Y aumenta la proporción si nos fijamos en la 1ª Parte, los diez primeros capítulos: de 425 versículos, 209 (47%). Los Evangelios, de hecho, se componen básicamente de las enseñanzas y milagros del Señor. Si se eliminan del Evangelio los milagros, todos o una buena parte de ellos, causaríamos en él destrozos irreparables; más aún, casi todo él resultaría ininteligible.


En ocasiones hay una unidad inseparable entre enseñanza y milagro, siendo éste una ilustración y garantía de aquélla. Las palabras increíbles de Jesús en el Evangelio de San Juan (soy el Pan vivo bajado del cielo, soy la Luz del mundo, soy la Vida, etc.) son hechas creíbles por los hechos referidos: multiplica los panes (Jn 6); da luz y visión al ciego de nacimiento (9), resucita un muerto de cuatro días (11), etc. Su argumento es irrebatible: 
Creedme que yo estoy en el Padre y el Padre en mí; creedlo, al menos, por las obras (Jn 14,11).

Los Apóstoles, en su predicación, atestiguaron con fuerza los milagros de Jesús, para suscitar la fe de los hombres: 
Varones israelitas, escuchad estas palabras: Jesús de Nazaret, varón acreditado por Dios entre vosotros con milagros, prodigios y señales que Dios hizo por él en medio de vosotros, como vosotros mismos sabéis… (Hch 2,22; +10,37-39).

Pero hoy algunos cristianos niegan impunemente la historicidad de los milagros de Cristo, porque, según ellos, no son acciones superiores al orden natural, pues Dios, según alegan, nunca altera el orden que dio a la creación. Y en todo caso el hombre no tiene posibilidad real de discernir algo con certeza como 
milagro (Walter Kasper, Jesus der Christus, 1974; (Jesús, el Cristo), Sígueme, Salamanca 2002, 11ª ed.: 6º capítulo, Los milagros de Jesús)… Lo contrario se enseña en el Catecismo de la Iglesia Católica (156, 547-550, 1335) o, por ejemplo, en la obra de René Latourelle, Milagros de Jesús y teología del milagro, Sígueme, Salamanca 1990.

Jesucristo es Dios

Después de contemplar la sagrada humanidad de Jesucristo y los milagros que realizó, nos preguntamos acerca de su misteriosa identidad personal. 
¿Quién es éste, que hasta el viento y el mar le obedecen? (Mc 4,4). Estamos felizmente obligados a preguntarnos acerca de Jesús: ¿Quién es éste que multiplica los panes, da vista a los ciegos, resucita muertos, atrae a muchedumbres con su presencia y su palabra, perdona los pecados, combate y avergüenza a los fariseos… El mismo Cristo suscita esta pregunta en sus discípulos más íntimos: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?… Simón Pedro: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo… (Mt 16,12-19).

Jesús, en palabras del ángel Gabriel, 
será reconocido como Hijo del Altísimo, será llamado Santo, Hijo de Dios (Lc 1,32.35). También confiesan lo mismo los Apóstoles: Jesús es el Hijo de Dios. Pero ¿qué quieren decir con tales palabras formidables?


Quieren decir que Jesús es 
imagen del Dios invisible, primogénito de toda la creación, porque en él fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra…; todo fue creado por él y para él, él existe con anterioridad a todo, y todo tiene en él su consistencia. Él es también la Cabeza del cuerpo, de la Iglesia: El es el Principio, el primogénito de los muertos, para que sea él el primero en todo, pues Dios tuvo a bien hacer residir en él toda la Plenitud, y reconciliar por él y para él todas las cosas, pacificando, mediante la sangre de su cruz, lo que hay en la tierra y en los cielos (Col 1,15-20; +Flp 2,5-9; Heb 1,1-4; Jn 1,1-18).

Quieren decir que 
en Cristo habita la plenitud de la divinidad corporalmente (Col 2,9). La unión existente entre Dios y Jesús no es solamente una unión de mutuo amor, de profunda amistad, una unión de gracia, como la hay en el caso del Bautista o de María, la Llena de gracia. Es mucho más aún: es una unión hipostática, es decir, en la persona.

Así lo confiesa el Concilio de Calcedonia (a.451): Jesucristo es 
“Él mismo perfecto en la divinidad y Él mismo perfecto en la humanidad, Dios verdaderamente y Él mismo verdaderamente hombre… Engendrado por el Padre antes de los siglos en cuanto a la divinidad, y Él mismo, en los últimos días, por nosotros y por nuestra salvación, engendrado de María la Virgen, madre de Dios, en cuanto a la humanidad (Denz 301).

Cristo Jesús es el hombre celestial (1Cor 15,47), que se declara mayor que David (Mt 22,45), anterior a Abraham (Jn 8,58), más sabio que Salomón (Mt 12,42), bajado del cielo (Jn 6,51), para ser entre los hombres el Templo definitivo (2,19); plenamente consciente de que sus palabras son espíritu y vida (Jn 6,3) y de que nunca pasarán (Mt 24,35)… Esta condición divina de Jesús, velada y revelada en su humanidad sagrada, se manifiesta en el bautismo (Mt 3,16-17), en la transfiguración (17,1-8), en la autoridad de sus palabras, de sus acciones y de sus milagros.

Jesús es precisamente el Hijo” de Dios

Toda su fisonomía es netamente filial. Pensemos en la filiación humana. El hijo recibe vida de su padre, recibe en un momento una vida semejante a la de su padre, de la misma naturaleza. Incluso el hijo suele semejarse al padre en ciertos rasgos peculiares psíquicos y somáticos. Pero al paso de los años, el hijo se va emancipando de su padre, hasta hacerse una vida independiente. Y no será raro que el padre anciano pase un día a depender de su hijo.

Ya se comprende que esta analogía de la filiación humana resulta muy pobre para expresar la eterna plenitud filial del Unigénito divino respecto de su Padre. Esta filiación divina es infinitamente más real, más profunda y perfecta. El Hijo recibe una vida no solo semejante, sino idéntica a la del Padre. Y él no solo se parece, sino que es idéntico al Padre. Por otra parte, el Hijo es eternamente engendrado por el Padre, recibe siempre todo del Padre, y esa dependencia filial, con todo el amor mutuo que implica: es eterna y no disminuye en modo alguno.


El Padre ama al Hijo (Jn 5,20; 10,17), y el Hijo ama al Padre (14,31): hay entre ellos una perfecta unión de amor (14,10). Jesús en ningún momento está solo, sino con el Padre que le ha enviado (8,16). Nunca dice o hace algo por su cuenta: su pensamiento, su enseñanza, depende siempre del Padre (5,30); y lo mismo su actividad: no hace sino lo que el Padre le da hacer (14,10).

La Madre de Cristo

San Luis Mª Grignion de Monfort:

“Creó [Dios] y formó en el seno de Santa Ana a la excelsa María con mayor complacencia que la que había experimentado en la creación del universo… El torrente impetuoso de la bondad de Dios, estancado violentamente por los pecados humanos desde el comienzo del mundo, se explaya con toda su fuerza y plenitud en el corazón de María… ¡Oh María!, obra maestra del Altísimo, milagro de la Sabiduría, prodigio del Omnipotente, abismo de la gracia… Confieso con todos los santos que solamente tu Creador puede comprender la altura, anchura y profundidad de las gracias que te comunicó” (El amor de la Sabiduría eterna 105-106).

La mediación de María en el gran misterio de la Encarnación del Verbo viene a ser el centro del Credo apostólico según el Concilio de Nicea (325). Es el único momento del Credo en el que la norma litúrgica nos manda: “en las palabras que siguen, hasta se hizo hombre, todos se inclinan”.

“Creo en un solo Señor Jesucristo… que por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo. (Inclinación:) Y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre”.

El misterio de la Encarnación del Hijo es el más grande misterio de la fe, y de él derivan todos los demás misterios.

El Hijo divino, por amor, se nos da en Belén

Admirable intercambio, decían los Padres. “Tanto amó Dios [Padre] al mundo que le entregó a su Hijo único” (Jn 3,16). Y el Hijo divino eterno ama a los hombres hasta la locura de encarnarse, para hacerse hermano de ellos, próximo, y poder enseñarles, sanarles y salvarles desde dentro de la raza humana. El eterno, omnipotente y omnisciente se hace niño, pequeño, limitado, vulnerable, ignorante, débil, dependiente, sujeto... para darnos sabiduría, vida, fuerza, libertad, santidad.


“Conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que siendo rico, se hizo pobre por amor nuestro, para que vosotros fueseis ricos por su pobreza” (2Cor 8,9). Es decir: Cristo, siendo Dios, se hizo hombre, para deificarnos por su encarnación.

El Amor de Cristo a pecadores, pobres, enfermos y niños

● Pecadores. “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29). “No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a penitencia” (Lc 5,31).

“Acoge a los pecadores y come con ellos” (Lc 15,2 y ss). La samaritana, la adúltera, los publicanos… “Dios probó su amor hacia nosotros en que, siendo pecadores, Cristo murió por nosotros” (Rm 5,8). Nosotros amamos a los buenos, y sentimos aversión hacia los malos… Cristo revela y comunica a los hombres la vida misma del mismo Dios, y “Dios es amor” (1Jn 4,8).

● Pobres. “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ungió para evangelizar a los pobres” (Lc 4,18). “Pobres, tullidos, ciegos y cojos tráelos aquí” (14,21). Nosotros amamos a los hombres inteligentes, cultos, prósperos, no a los pobres e ignorantes. Cristo, por el contrario, muestra especial solicitud por pobres, enfermos, marginados, fracasados…

● Enfermos. “Puesto el sol, todos cuantos tenían enfermos de cualquier enfermedad los llevaban a él, y él, imponiendo a cada uno las manos, los curaba. También los demonios salían de muchos gritando: “Tú eres el Hijo de Dios” (Lc 4,40-41; +Mc 1,34; 5,5; 6,55; Lc 4,40).

● Niños, pequeños. “Dejad que los niños se acerquen a mí” (Mc 10,14). “Es inevitable que haya escándalos, pero ¡ay de quien los provoque! Al que escandalice a uno de estos pequeños, más le valdría que le ataran al cuello una piedra de molino y lo arrojaran al mar. Tened cuidado” (Lc 17,1-6).

Él es el Señor, pero no al modo usual entre los hombres

● Humilde. “No gritará, no hablará recio, la caña cascada no la quebrará, el pabilo vacilante no lo apagará” (Is 42,3). “El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en redención de muchos” (Mt 20,28).

● Perfecto. “Nadie ha hablado nunca como ese hombre” (Jn 7,46). “¡Qué bien lo hace todo!” (Mc 7,37).

● Accesible, compasivo. “Soy yo, no tengáis miedo” (Jn 6,20). “Pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con Él” (Hch 10,38).

● Cordial, amistoso. “Hijitos míos… No os dejaré huérfanos… Ya no os llamo siervos, os digo amigos” (Jn 13,33; 14,18; 15,15).

● Resucitado, les prepara el desayuno: un pez en brasas (21,9)… Al aparecerse a los discípulos reunidos, “no creyendo [los discípulos] en fuerza del gozo y de la admiración, les dijo: ¿Tenéis aquí algo de comer? Le dieron un trozo de pez asado. Y tomándolo, comió delante de ellos” (Lc 24,41-43)… No solamente recibe a las personas, sino que nos llama: “Venid a mí todos los que estáis fatigados y cargados, que yo os aliviaré. Tomad sobre vosotros mi yugo y aprended de mí, que soy suave y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas, pues mi yugo es blando y mi carga ligera” (Mt 11,29-30).
 

¿POR QUÉ AMAS A LA IGLESIA?

Sus hijos la amamos ante todo porque es la verdadera Iglesia que fundó Jesucristo, pero también por mil detalles que despiertan nuestra admiración...

Por Bruno M.


Los seres humanos somos una obra maravillosa de Dios. Somos seres racionales, pero no nos quedamos en la mera razón, como si fuésemos un ordenador. 

Si a uno le preguntasen por qué quiere a su mujer, sin duda recordaría razones y momentos importantes: la entrega mutua, el haber permanecido juntos en momentos difíciles, la generosidad al dar la vida por los hijos… Pero, si uno es sincero, también hablaría de cosas pequeñas o incluso insignificantes que están unidas indisolublemente a ese amor por su mujer: el color de sus mejillas a la luz de la tarde, el vestido que llevaba en aquella ocasión, el placer de que ella tenga razón y uno esté equivocado, las pequeñas bromas compartidas…

Lo mismo sucede, a mi juicio, con la Iglesia. Sus hijos la amamos ante todo porque es la verdadera Iglesia que fundó Jesucristo, pero también por mil detalles que despiertan nuestra admiración, nuestro asombro o nuestra ternura. 

Creo que de vez en cuando conviene recordar por qué queremos a la Iglesia. Invito a los lectores a que piensen en las razones por las que aman a la Iglesia y le tienen cariño, sin orden ni concierto y sin preocuparse de si son cosas importantes o detalles insignificantes. No importa repetir ni dejarse muchas cosas en el tintero. Simplemente, cumpliendo las palabras del salmista: “Me brota del corazón un poema bello”. Empezaré yo:

Porque es la Esposa de mi Señor, porque siendo un pecador me ha abierto los brazos, por los mártires, los confesores, los doctores, las vírgenes y los santos, por el cirio pascual, por la confesión, por las imágenes sagradas, por los cartujos, por los ritos orientales, por el incienso, por la señal de la Cruz, porque está hecha de pecadores y de santos, por los Cristos románicos, por las vidrieras góticas, por el matrimonio indisoluble, por la apertura a la vida, por Pentecostés, porque el primer papa fue un simple pescador, por los mendigos a la puerta de las iglesias, por un emperador vestido de saco y cenizas, por los silencios de la Misa, por Jerusalén, por no avergonzarse de la Cruz, por el gregoriano, por la Liturgia de las Horas, por San Simeón el Estilita, por el canto del Aleluya, por las iglesias que miran hacia Oriente, por Santo Tomás de Aquino y Santa Teresa de Lisieux, porque en ella refresca siempre la brisa del Espíritu, por las bienaventuranzas y los mandamientos, por las basílicas romanas, las catedrales góticas y las ermitas de pueblo, porque no se ha escandalizado de mí, por el Gloria al Padre, por la liturgia del Corpus Christi, por la devoción a la Virgen, por un obispo santo, por Concilios tumultuosos, Papas inmorales y una fe cimentada sobre roca, por el Sagrario de la Ermita de Nuestra Señora de los Ángeles, por la Divina Pastora del Pardo, por el Crucificado de Fra Angelico, porque en ella nací a la Vida eterna, porque el Credo se puede cantar, por los púlpitos, por los conversos llenos de fuego, por las viudas generosas, por la imagen de la Inmaculada de mi familia a la que siempre puse flores de pequeño, por los sacerdotes santos y porque no soy digno de besar los pies del más indigno de sus sacerdotes, por el amor al enemigo, por las lágrimas de Pedro, por el sentido común de Santa Teresa, por los poemas de San Juan de la Cruz, por las vestiduras rojas de los cardenales, por el Santo Crisma perfumado, por haber brotado del costado abierto de Jesús…
 

ITALIA: OTRO JOVEN SACERDOTE SE HA QUITADO LA VIDA

El silencio se ha vuelto ensordecedor en el hogar del Oratorio de Cannobio, donde Don Matteo Balzano, de 35 años, sacerdote de la diócesis de Novara, decidió quitarse la vida


Solo. En una casa parroquial. En lo que por definición debería ser la casa de la acogida, la fraternidad, la misericordia.

En Pascua, en Bérgamo, otro sacerdote se quitó la vida. 

Pero ¿cuántas rectorías son ahora casas de cristal? ¿Cuántos sacerdotes viven una soledad adornada con sonrisas y palabras de “entusiasmo”, mientras por dentro gritan como Job en la noche?

“¿Por qué no morí en el vientre de mi madre? ¿Por qué dos rodillas y dos pechos vinieron a mi encuentro para amamantarme? ¿Por qué sigo vivo, cuando todo es dolor?” (Job 3:11.12.23).

Job es nuestro hermano mayor en el sufrimiento. No ofrece respuestas prefabricadas. No se refugia en la respetabilidad litúrgica. Job clama, acusa, discute con Dios. Y Dios no lo condena por ello. Más bien, condena a sus “amigos” religiosos, aquellos que quisieran explicar, justificar y espiritualizar todo: “No has hablado de mí con rectitud, como mi siervo Job” (Job 42:7).

El dolor que no tiene derecho a hablar

¿Cuántos sacerdotes se encuentran hoy presos de un dolor silencioso? No porque no quieran hablar, sino porque cada palabra corre el riesgo de convertirse en instrumento de juicio, estigma y exclusión. Los mecanismos clericales suelen ser los más despiadados. No prevén las heridas. O las ocultan. O las atribuyen a la “debilidad” de quienes no han podido soportarlo.

Y así, el dolor permanece ahí, sin voz, sin oídos, sin hogar. La rectoría se convierte en una prisión. El oratorio, desierto. Y el sacerdote, como pastor, se siente como un cordero llevado al matadero, ante la indiferencia general. Algunos se engañan pensando que tener a los jóvenes de la parroquia a su alrededor es suficiente para no sentirse solos. Que las relaciones que giran en torno al sacerdote son garantía de compañía, bienestar y equilibrio. Pero no es así. Las conexiones, las actividades, los contactos se pueden multiplicar… pero ¿cuántas relaciones verdaderas hay, aquellas en las que un sacerdote puede finalmente sentirse acogido, escuchado, comprendido, sin el miedo constante de ser incomprendido, juzgado, chantajeado o ridiculizado?

Simone Weil, judía, filósofa, mística, lo había intuido con feroz lucidez: “El sufrimiento extremo no tiene voz. El dolor que supera cierto umbral es como el frío: paraliza, aísla, extingue” (Simone Weil, Attesa di Dio [Esperando a Dios]). Y añadía que solo quienes han experimentado esa soledad pueden realmente “esperar a Dios” de forma auténtica. No como devotos profesionales del consuelo, sino como mendigos desarmados de la verdad.

Cuando los superiores son la herida

Hay casos en los que el dolor del sacerdote no surge de un pecado, una falta, un error, sino de la ferocidad del sistema. Superiores que abusan de su poder, que humillan, que silencian, que usan la fraternidad como amenaza y no como promesa. Hay quienes han recibido llamadas telefónicas amenazándoles con que serán “devueltos a su lugar”, hay quienes han sido movidos por venganza, hay quienes han sido “visitados” por su obispo para someterlos a un juicio de intenciones, hay quienes han sido objeto de burla pública, hay quienes han sido expulsados ​​del presbiterio sin juicio ni culpa.

Don Matteo, como muchos, había regresado recientemente para ejercer su ministerio entre los jóvenes. Pero nadie sabe realmente qué llevaba dentro. Y quizás nunca lo sepamos. Porque el dolor de los sacerdotes se entierra dos veces: una con el cuerpo, otra con el silencio

Christian Bobin escribió: “Hay dolores que ninguna palabra consuela. Pero hay palabras —o silencios— que añaden dolor al dolor” (Autoritratto con radiatore [Autorretrato con radiador]) ¿Quién consuela a los que consuelan? ¿Quién escucha a los predicadores? ¿Quién sostiene a los confesores cuando tienen el corazón agotado?

La Iglesia que no sabe escuchar a los suyos

Es doloroso decirlo, pero es la verdad: la Iglesia hoy no sabe escuchar verdaderamente a sus sacerdotes. En los presbiterios, más que confianza y fraternidad, reinan la sospecha, la desconfianza y la táctica. Se forman grupos, facciones y pequeños círculos. Las estructuras de acompañamiento espiritual a menudo se reducen a burocracias desalmadas, mientras que los servicios psicológicos diocesanos se transforman en trampas peligrosas, confiadas a personas que se hacen pasar por terapeutas pero nunca han hojeado seriamente un libro de psicología. En lugar de tratar, monitorean. En lugar de comprender, supervisan. Así, el sacerdote herido nunca es acogido como un hermano al que apoyar, sino tratado como un caso que hay que contener. Un “problema que debe resolverse rápidamente” para que no cause demasiada incomodidad. Que no afecte las apariencias.

Francisco dijo varias veces que los sacerdotes deben tener “olor a oveja”. Pero ¿quién está dispuesto a asumir el olor de su dolor? 

¿Quién es capaz de reconocer que incluso un sacerdote puede caer, enfermar, sentirse inútil, querer desaparecer?

No es bueno que el hombre esté solo. Pero ¿cuántos sacerdotes hoy en día mueren solos, sin que nadie se dé cuenta? Don Matteo murió así. Pero con él también murieron los muchos silencios forzados, las cartas nunca escritas, las lágrimas contenidas durante la adoración eucarística, las noches de insomnio preguntándose si Dios realmente llama o si simplemente se marcó el número equivocado.

No necesitamos palabras, sino la verdad

Su suicidio no necesita comentarios piadosos ni frases circunstanciales. Necesita conversión eclesial. Necesita justicia, no solo oraciones. Reforma, no retórica. Que los obispos, superiores religiosos y hermanos aprendan a mirar a los ojos a los sacerdotes que están a su lado, a leer las señales de dolor, a no volver a usar el poder como un garrote espiritual. Porque incluso una simple frase mal dicha, una amenaza, un traslado punitivo, puede convertirse en un golpe mortal.

“Teníamos que haberlos protegido. Los matamos con nuestro silencio”
, podríamos escribir en algunas lápidas.

Al igual que Job, rechazamos las explicaciones fáciles

En este tiempo, como Iglesia, debemos tener la valentía de no dar explicaciones. De llorar, gritar, rezar, abrazar. Como los verdaderos amigos, que se sientan junto a Job durante siete días y siete noches sin abrir la boca. Antes de arruinarlo todo con sus teorías. Don Mateo es uno de los nuestros. No debería ser transformado en un mártir ni en un problema. Debería ser recordado como un hombre, un sacerdote, un hermano que necesitó una mano amiga. Y no la encontró. 

Que al menos ahora, en el misterio de Dios, alguien lo haya abrazado de verdad.


Silere Non Possum

7 DE JULIO: SAN PANTENO, PADRE DE LA IGLESIA


7 de Julio: San Panteno, Padre de la Iglesia

(✞ 212)

El sapientísimo y apostólico Doctor de la Iglesia San Panteno, a quien San Clemente de Alejandría llamó por su elocuencia la Abeja siciliana, fue natural de Sicilia, y antes de convertirse a la verdadera Fe, profesaba la filosofía en la secta de los estoicos. 

Más habiendo conversado y trabado amistad con algunos cristianos, quedó tan enamorado de la Doctrina de Jesucristo que le enseñaron que, dejando de lado las supersticiones de los falsos dioses y los libros de la humana filosofía, abrió los ojos a la luz de la Fe y abrazó de todo corazón la Sacrosanta Ley del Evangelio. 

Después de su conversión, estudió con gran cuidado las Divinas Escrituras, conferenciando sobre ellas con algunos varones virtuosos y eruditos que habían sido discípulos de los santos Apóstoles; y pasando luego a la ciudad de Alejandría se hizo discípulo de los que lo habían sido del Evangelista San Marcos, y enseñaban en aquella famosa escuela Alejandrina, la Doctrina misteriosa del Hijo de Dios. 

Escuchaba en silencio sus lecciones, y ocultaba con rara modestia y humildad sus grandes talentos, que costó harto trabajo a sus maestros el descubrirlos; hasta que el año 179, por voz común de todos, fue nombrado maestro de aquella cátedra, en la cual por espacio de muchos años explicó la filosofía de las Divinas Escrituras con gran aplauso y reputación de sabiduría. 

Porque fue en efecto San Panteno el primer maestro cristiano de su siglo, y glorioso Padre y Doctor de la Iglesia, y como enseñaba con excelente método, atraía de muchas y lejanas tierras numerosos discípulos, los cuales, viendo la gran ventaja que tenía aquella Doctrina del cielo con las de los otros filósofos, abrazaban la Fe Cristiana, y pregonaban por todas partes la admirable sabiduría de su maestro.

Los cristianos de la India, que venían a Alejandría para atender en sus negocios, le enviaron un mensaje, rogándole que fuese a sus tierras a refutar a los doctores brahmanes, y el santo, vencido por sus ruegos, dejó por algún tiempo su escuela, y se encaminó a aquellas apartadas regiones, y Demetrio, obispo de Alejandría, confirmó su misión y le nombró predicador del Evangelio en las naciones del Oriente.

Refiere Eusebio que San Panteno vio sembrada ya en aquellas Indias alguna semilla de la Fe, y halló un libro del Evangelio de San Mateo escrito en lengua hebrea que había dejado allí San Bartolomé, apóstol del Señor, y que San Panteno lo trajo a Alejandría, después de haber evangelizado con gran fruto a los indios durante algunos años. 

Finalmente, mientras el glorioso doctor San Clemente gobernaba la célebre escuela pública de Alejandría, su maestro San Panteno, que era ya de edad muy avanzada, continuaba todavía leyendo algunas lecciones privadamente hasta que lleno de méritos y virtudes, durante el reinado del emperador Caracalla, acabó la peregrinación de su vida gloriosa. 

Reflexión

Utilísima es para la Iglesia de Dios la profunda sabiduría de los Sagrados Doctores, no porque nuestra Sacrosanta Fe tenga necesidad de filósofos que demuestren su divina verdad, porque la Religión Católica no es una teoría o sistema filosófico, sino un acontecimiento histórico público y notorio a más no poder; sino por que los Santos Doctores enseñaron la Doctrina Cristiana en toda su pureza, y como la recibieron de mano de los Apóstoles y discípulos de Jesucristo, y la defendieron contra todos los herejes y filósofos libertinos. 

Oración

¡Oh Dios! Que nos alegras con la anual solemnidad de tu confesor San Panteno, concédenos propicio, que imitemos las virtuosas acciones de aquel Santo cuyo nacimiento para el cielo celebramos. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén. 


domingo, 6 de julio de 2025

CLODOVIS BOFF: LOS OBISPOS DEL CELAM ESCONDEN LA FE CATÓLICA

El padre Clodovis M. Boff, OSM, converso a la fe católica desde la marxista teología de la liberación, ha escrito una carta abierta a los Obispos del Consejo Episcopal Latinoamericano y Caribeño (CELAM).


Carta abierta a los obispos del Consejo Episcopal Latinoamericano y Caribeño (CELAM)

Queridos hermanos obispos:

He leído el mensaje que publicaron al final de la 40ª Asamblea celebrada en Río a finales de mayo. ¿Qué buena noticia he encontrado en el mensaje? Disculpen mi franqueza: Ninguna. Ustedes, los obispos del CELAM, repiten la misma cantinela de siempre: social, social, social. Llevan más de cincuenta años haciéndolo. Queridos hermanos mayores, ¿es que no ven que esa música ya cansa? ¿Cuándo nos darán las buenas noticias sobre Dios Padre, Cristo y su Espíritu? ¿Sobre la gracia y la salvación? ¿Sobre la conversión del corazón y la meditación de la Palabra? ¿Sobre la oración y la adoración, la devoción a la Madre del Señor y otros temas similares? Finalmente, ¿cuándo nos anunciarán un mensaje verdaderamente religioso y espiritual?

Eso es precisamente lo que más necesitamos hoy y lo que llevamos esperando mucho tiempo. Me vienen a la mente las palabras de Cristo: los hijos piden pan y les dais una piedra (Mt 7,9). Incluso el mundo secular está harto de la secularización y busca la espiritualidad. Pero no, ustedes siguen ofreciéndoles lo social y siempre lo social; de lo espiritual, apenas unas migajas. Y pensar que son ustedes los guardianes de la riqueza más importante, la que más necesita el mundo y la que ustedes, en cierto modo, le niegan. Las almas piden lo sobrenatural, y ustedes insisten en darles lo natural. Esta paradoja es evidente incluso en las parroquias: mientras los laicos se complacen en mostrar signos de su identidad católica (cruces, medallas, velos y blusas con estampados religiosos), los sacerdotes y las monjas van a contracorriente y aparecen sin ningún signo distintivo.

No obstante, ustedes se atreven a decir, muy convencidos, que escuchan los “gritos” del pueblo y que son “conscientes de los desafíos” de hoy. ¿Acaso escuchan de verdad o se quedan en la superficie? Leo su lista de gritos desafíos de hoy y veo que no es más que lo que dicen los periodistas y sociólogos ordinarios. ¿Es que no escuchan cómo, desde las profundidades del mundo, se alza hoy un clamor formidable a Dios? ¿Un clamor que ya oyen incluso muchos analistas no católicos? ¿Es que el motivo de la existencia de la Iglesia y sus ministros no es precisamente escuchar este clamor y darle una respuesta, una respuesta verdadera y completa? Los gobiernos y las ONG están ahí para atender los clamores sociales. La Iglesia, sin duda, no puede quedarse al margen, pero no es la protagonista en este campo. Su ámbito de acción es otro más elevado: responder precisamente al clamor que busca a Dios.

Sé que ustedes, como obispos, sufren día y noche el acoso de la opinión pública para que se definan como “progresistas” o “tradicionalistas”, “de derecha” o “de izquierda”. Pero ¿son estas las categorías adecuadas para los obispos? ¿No son, más bien, las de “hombres de Dios” y “ministros de Cristo”? En esto, San Pablo es categórico: “que los hombres nos tengan como ministros de Cristo y administradores de los misterios de Dios” (1Co 4,1). No es ocioso recordar aquí que la Iglesia es, ante todo, un “sacramento de salvación” y no una simple institución social, progresista o no. Existe para proclamar a Cristo y su gracia. Ese es fin principal, su compromiso mayor y permanente. Todo lo demás es secundario. Perdónenme, queridos obispos, si les recuerdo lo que ya saben. Pero, si lo saben, ¿por qué, entonces, no aparece todo esto en su mensaje y en los escritos del CELAM en general? Al leerlos, uno casi inevitablemente llega a la conclusión de que, hoy, la gran preocupación de la Iglesia en nuestro continente no es la causa de Cristo y su salvación, sino causas sociales, como la justicia, la paz y la ecología, que ustedes mencionan en su mensaje a modo de cantinela.

La misma carta que el papa León envió al CELAM, a través de su Presidente, habla inequívocamente de la “urgente necesidad de recordar que es el Resucitado, presente en medio de nosotros, quien protege y guía a la Iglesia, reavivándola en la esperanza”, etc. El santo padre también les recuerda que la misión propia de la Iglesia es, en sus propias palabras, “salir al encuentro de tantos hermanos y hermanas, para anunciarles el mensaje de salvación de Cristo Jesús”. Sin embargo, ¿cuál fue la respuesta que dieron al papa? En la carta que le escribieron, no se hicieron ningún eco de estas advertencias papales. Más bien, en lugar de pedirle que les ayudara a mantener viva en la Iglesia la memoria del Resucitado y a sus hermanos la salvación en Cristo, le pidieron que los apoyara en su lucha por “incentivar la justicia y la paz” y en “la denuncia de toda forma de injusticia”. En resumen, lo que le dijeron al papa fue la vieja cantinela de siempre: “social, social…”, como si él, que trabajó durante décadas entre nosotros, nunca la hubiese oído. Dirán ustedes: “todas esas verdades se dan por supuestas, no hace falta repetirlas todo el tiempo”. No es cierto, queridos obispos. Necesitamos repetirlas con renovado fervor cada día; de lo contrario, se perderán. Si no fuera necesario repetirlas una y otra vez, ¿por qué las recordó el papa León? Sabemos lo que sucede cuando un hombre da por supuesto el amor de su esposa y no se preocupa por alimentarlo. Esto se aplica infinitamente más en relación con la fe y el amor a Cristo.

Ciertamente, en su mensaje no falta el vocabulario de la fe. Leo en él: “Dios”, “Cristo”, “evangelización”, “resurrección”, “Reino”, “misión” y “esperanza”. Sin embargo, son palabras colocadas en el documento de forma genérica. No se ve en ellas un claro contenido espiritual. Más bien, hacen pensar en la cantinela habitual “social, social y social”. Tomemos, por ejemplo, las dos primeras palabras, que son fundamentales y más que básicas para nuestra fe: “Dios” y “Cristo”. En cuanto a “Dios”, solo lo mencionan en las expresiones estereotipadas “Hijo de Dios” y “Pueblo de Dios”. Hermanos, ¿es que esto no es pasmoso? En cuanto a “Cristo”, solo aparece dos veces, y en ambas ocasiones de pasada. Una de ellas es cuando, recordando los 1.700 años de Nicea, hablan de “nuestra fe en Cristo Salvador”, algo importantísimo en sí mismo, pero que carece de relevancia alguna en su mensaje. Me pregunto por qué no aprovechamos esta inmensa verdad dogmática para renovar, con todo fervor, la primacía de Cristo-Dios, que tiene hoy una presencia tan escasa en la predicación y la vida de nuestra Iglesia.

Sus Excelencias declaran, y con razón, que desean una Iglesia que sea “hogar y escuela de comunión” y, además, “misericordiosa, sinodal y en salida”. ¿Y quién no desea eso? Pero ¿dónde está Cristo en esta imagen ideal de la Iglesia? Una Iglesia que no tiene a Cristo como razón de ser y de hablar no es, en palabras del papa Francisco, más que una “ONG piadosa”. ¿No es precisamente a eso a lo que se dirige nuestra Iglesia? En el mejor de los casos, en lugar de hacerse agnósticos, a veces los fieles se hacen evangélicos. En cualquier caso, nuestra Iglesia pierde a sus ovejas. Vemos a nuestro alrededor iglesias, seminarios y conventos vacíos. En nuestra América, siete u ocho países ya no tienen una mayoría católica. El propio Brasil va camino de convertirse en “el mayor país ex católico del mundo”, en palabras de un conocido escritor brasileño [Nelson Rodrigues]. Sin embargo, este continuo declive no parece preocuparles mucho a ustedes. Me viene a la mente la denuncia del profeta Amós a los dirigentes del pueblo: “no os afligís por la ruina de José” (Am 6,6). Es extraño que, ante un declive tan evidente, ustedes no digan ni pío en su mensaje. Aún más terrible es que el mundo no católico hable más de este fenómeno que los obispos, quienes prefieren callar. ¿Cómo no recordar aquí la acusación de “perros mudos” que hizo San Gregorio Magno y que hace unos días repitió San Bonifacio [en el oficio de lecturas]?

Ciertamente, la Iglesia en nuestra América no solo está en un proceso de decadencia, sino también de ascenso. Ustedes mismos afirman en su mensaje que nuestra Iglesia “sigue latiendo con fuerza” y que de ella brotan “semillas de resurrección y esperanza”. Pero ¿dónde están estas “semillas”, queridos obispos? No parecen estar en el ámbito social, como podrían imaginar, sino en el religioso. Se encuentran especialmente en las parroquias renovadas, así como en los nuevos movimientos y comunidades, fecundados por lo que el papa Francisco llamó la “corriente de gracia carismática”, de la cual la Renovación Carismática Católica es la forma más conocida. Aunque estas expresiones de espiritualidad y evangelización constituyen la parte eclesial que más llena nuestras iglesias (y los corazones de los fieles), no han merecido ni un solo saludo en el mensaje episcopal. Sin embargo, allí, en ese semillero espiritual, es donde se encuentra el futuro de nuestra Iglesia. Un signo elocuente de este futuro es que, mientras que en el ámbito social actualmente casi solo vemos “cabezas canosas”, en el ámbito espiritual podemos observar una afluencia masiva de los jóvenes de hoy.

Queridos obispos, ya me parece oír su reacción reprimida y quizás indignada: “pero entonces, con ese discurso supuestamente “espiritual”, ¿debería la Iglesia dejar de lado ahora a los pobres, la violencia social, la destrucción ecológica y tantos otros dramas sociales? ¿No sería eso un signo de ceguera e incluso de cinismo?”. De acuerdo, hermanos. Que la Iglesia tiene que involucrarse en dramas como esos es indiscutible. La verdadera pregunta, sin embargo, es esta: Cuándo la Iglesia se involucra en esos dramas, ¿lo hace en nombre de Cristo? ¿Su intervención social y la de sus activistas están verdaderamente transformadas por la fe y, específicamente, aunque sea redundante, por la fe cristiana? De hecho, si la Iglesia entra en la lucha social sin estar informada y animada por su fe, la fe cristológica, no hará más que cualquier ONG. Por lo tanto, hará “más de lo mismo” y, con el tiempo, irá a peor: su acción social será incoherente, porque, sin la levadura de una fe viva, la propia lucha social termina pervirtiéndose: de liberadora se vuelve ideológica y, finalmente, opresiva. Esta es la lúcida y seria advertencia que dio san Pablo VI (Evangelii nuntiandi 35) sobre la entonces emergente “teología de la liberación” (una advertencia que, por lo que hemos visto, esta teología no aprovechó en absoluto).

Queridos hermanos mayores, permítanme preguntarles: ¿adónde quieren llevar a nuestra Iglesia? Hablan mucho del “Reino”, pero ¿cuál es el contenido concreto de ese “Reino”? Dado que hablan tanto de construir una “sociedad justa y fraterna” (otra de sus cantinelas), se podría pensar que dicha sociedad es el contenido central del “Reino” que evocan. No ignoro la parte de verdad que hay en ello. Sin embargo, ustedes no dicen nada sobre el contenido principal del “Reino”, es decir, el Reino presente tanto en nuestros corazones, hoy, como en su consumación, mañana. No hay escatología en su discurso. Es cierto: hablan dos veces de “esperanza”, pero de una manera tan vaga que, dado el sesgo social de su mensaje, nadie, al oír esa palabra de sus bocas, alzaría la vista al cielo. No niego, queridos hermanos, que el cielo sea también su “gran esperanza”, pero entonces, ¿por qué esta vergüenza de hablar alto y claro, como tantos obispos del pasado, sobre el “Reino de los Cielos”, y también sobre el “infierno”, sobre la “resurrección de los muertos”, sobre la “vida eterna” y sobre otras verdades escatológicas que ofrecen tanta luz y fortaleza para las luchas del presente, además del sentido último de todo? No es que el ideal terrenal de una “sociedad justa y fraterna” no sea hermoso y grandioso. Pero nada se puede comparar con la Ciudad Celeste (Flp 3,20; Hb 11,10.16), de la que, afortunadamente, por nuestra fe, somos ciudadanos y trabajadores, y ustedes, por su ministerio episcopal, son los grandes artífices. Sí, también contribuirán a la Ciudad terrena, pero esa no es su especialidad, sino la de los políticos y activistas sociales.

Quisiera creer que la experiencia pastoral de muchos de ustedes, como obispos, es más rica e incluso más diversa que la que se desprende de su mensaje. Esto se debe a que los obispos, al no estar sujetos al CELAM (que es simplemente un órgano a su servicio), sino únicamente a la Santa Sede (y, por supuesto, a Dios), tienen la libertad de imponer a sus respectivas iglesias la línea pastoral que consideren mejor. Esto a veces resulta en una legítima disonancia con la línea propuesta por el CELAM. Cabe añadir otra disonancia: la que se encuentra entre los ricos documentos de las Conferencias Generales del CELAM y la línea más restringida del propio CELAM. Añadiría, con su permiso, una tercera disonancia, más cercana a ustedes: la que puede ocurrir, y ocurre a menudo, entre el magisterio episcopal y los órganos de asesoramiento teológico, es decir, entre los obispos y los redactores de sus documentos. Sin embargo, aun con todas estas discrepancias, que nos dan una visión muy diferente de la situación de nuestra Iglesia, su Mensaje para el 70º aniversario del CELAM parece ser un fiel reflejo de la situación general de nuestra Iglesia: una Iglesia que otorga prioridad a lo social sobre lo religioso. Y ustedes, obispos del CELAM, quisieron aprovechar su 40ª Asamblea General para renovar el compromiso” de continuar en esta línea, es decir, dando prioridad a lo social. Y decidieron retomar esta opción con toda determinación y de forma explícita, como lo demuestra el triple uso que hicieron de las palabras “renovar” y “compromiso”.

Entiendo, queridos obispos, sin querer justificar nada, que al insistir, no sin razón, en lo social y sus dolorosos dramas, hayan terminado dejando en la sombra lo religioso, sin, por supuesto, negar su primacía. Este, de hecho, fue un proceso que, casi sin darnos cuenta y no sin gran peligro, comenzó en Medellín [en la Segunda Conferencia General del Episcopado Latinoamericano en 1968] y ha llegado hasta nosotros. Sin embargo, ustedes saben por experiencia que, sin sacar la cuestión religiosa de esa sombra lo antes posible y exponerla a la luz con discursos y hechos, su primacía termina perdiéndose. Esto es lo que ocurrió con la figura central de Cristo: terminó relegada a un segundo plano. Si se le sigue confesando como Señor y Cabeza de la Iglesia y del mundo, es de manera superficial, o casi. La prueba de este lento deterioro está ante nuestros ojos: la decadencia de nuestra Iglesia. Si continuamos por el mismo camino, decaeremos cada vez más. Todo porque, antes de declinar en número, lamentablemente decayó el fervor de la fe, de la fe en Cristo, el centro dinámico de la Iglesia. Como pueden ver, hermanos, son las cifras las que nos desafían a todos, pero especialmente a los señores obispos del CELAM, a rectificar la línea general de nuestra Iglesia, para que, retomando con fervor nuestra opción por Cristo, esta vuelva a crecer en calidad y cantidad.

Por lo tanto, es hora, y más que hora, de sacar a Cristo de las sombras y llevarlo a la plena luz. Es hora de restituirle la primacía absoluta, tanto en la Iglesia ad intra (en la conciencia individual, en la espiritualidad y en la teología), como en la Iglesia ad extra (en la evangelización, en la ética y en la política). La Iglesia de nuestro continente necesita urgentemente volver a su verdadero centro, a su “primer amor” (Ap 2,4). Un predecesor suyo, el obispo san Cipriano, lo instó con estas lapidarias palabras: “no anteponer nada a Cristo” (Christo nihil omnino praeponere). Al decir esto, queridos obispos, ¿les pido algo nuevo? En absoluto. Simplemente les recuerdo la exigencia más evidente de la fe, de la fe “antigua y siempre nueva”: la opción absoluta por Cristo el Señor, el amor incondicional por Él, que se les exige particularmente, como Él lo hizo con Pedro (Jn 21,15-17). Por lo tanto, es urgente adoptar y practicar con claridad y decisión un cristocentrismo fuerte y sistemático; un cristocentrismo verdaderamente “abrumador”, como lo expresó san Juan Pablo II. No se trata en absoluto de caer en un cristomonismo alienante (nótese la palabra “cristomonismo”). Se trata de vivir un cristocentrismo abierto, que fermenta y transforma todo: las personas, la Iglesia y la sociedad.

Si me he atrevido a dirigirme directamente a ustedes, queridos obispos, es porque desde hace tiempo veo, con consternación, repetidas señales de que nuestra amada Iglesia corre un grave riesgo: el de alejarse de su esencia espiritual, en detrimento propio y del mundo. Cuando la casa está ardiendo, cualquiera puede gritar. Como estamos entre hermanos, les hago una última confidencia. Tras leer su mensaje, me ocurrió algo que sentí hace casi 20 años, cuando, incapaz de soportar por más tiempo los repetidos errores de la teología de la liberación, surgió de lo más profundo de mi alma un impulso tal que di un golpe en la mesa y dije: “¡Basta! Tengo que hablar”. Es una moción interior similar lo que me hace escribir esta carta, con la esperanza de que el Espíritu Santo haya tenido algo que ver.

Pidiendo a la Madre de Dios que invoque la luz del mismo Espíritu sobre ustedes, queridos obispos, firmo como hermano y siervo:

P. Clodovis M. Boff, OSM

Rio Branco (Acre), 13 de junio de 2025, fiesta de San Antonio, Doctor de la Iglesia.