¿La secta ha sido verdaderamente el alma de la transformación social iniciada por el Renacimiento, continuada por la Reforma y terminada con la Revolución?
Por Monseñor Henri Delassus (1910)
Continuamos con la publicación del décimo capítulo del libro “La Conjuración Anticristiana” publicado en 1910 por Monseñor Henri Delassus, quien nos advirtió sobre el enemigo.
EL AGENTE DE LA CIVILIZACIÓN MODERNA
HISTORIA
PRIMER PERÍODO
DESDE LOS INICIOS HASTA LA REVOLUCIÓN
CAPÍTULO X
LA MASONERÍA EN SUS INICIOS
En una carta pastoral escrita en 1878, monseñor Martin, obispo de Natchitoches, en Estados Unidos, dijo con mucho acierto:
“Ante esta persecución de una universalidad hasta ahora inédita, ante la simultaneidad de sus actos, ante la similitud de los medios que emplea, nos vemos obligados a concluir que existe una dirección, un plan conjunto, una fuerte organización que ejecuta un objetivo determinado hacia el que todo tiende.
Sí, existe, esa organización, con su fin, su plan y la dirección oculta a la que obedece; sociedad compacta a pesar de su diseminación por todo el globo; sociedad mezclada con todas las sociedades, sin hacerse notar en ninguna de ellas; sociedad de un poder por encima de todo poder, excepto el de Dios; sociedad terrible, que es, para la sociedad religiosa, para las sociedades civiles, para la civilización del mundo, no solo un peligro, sino el más temible de los peligros”.
León XIII expuso en estos términos el fin que persigue esta organización internacional:
“La secta masónica produce frutos perniciosos y de sabor amargo, porque ... su propósito último se hace visible: el derrocamiento total de todo el orden político y religioso del mundo que ha producido la enseñanza cristiana y la sustitución de un nuevo Estado de cosas de acuerdo con sus ideas, de las cuales los fundamentos y las leyes se basarán en el mero naturalismo” (1).
La idea de sustituir la civilización cristiana por otra basada en el naturalismo surgió, como hemos dicho, a mediados del siglo XIV; a finales del siglo XVIII se intentó llevarla a cabo mediante un esfuerzo sobrehumano que ha continuado hasta nuestros días. Nos cuesta concebir que, combatida durante todo ese tiempo por la Iglesia, haya subsistido y se haya desarrollado a lo largo de cinco siglos, para explotar finalmente con el poder que vemos hoy en día, si no se supone que, a lo largo de ese largo período de tiempo, ha habido hombres que han transmitido su custodia y propaganda de generación en generación, y una sociedad poderosa para preparar su triunfo.
Una verdadera conspiración contra el cristianismo presupone, en efecto, no solo el deseo de destruirlo, sino también inteligencia, un acuerdo sobre los medios para atacarlo, combatirlo y aniquilarlo.
Estos partidarios, dado que conspiraban contra el estado de cosas existente, tenían todo el interés en ocultarse durante su vida y dejar tras de sí el menor número posible de pistas sobre la existencia de su asociación y su conspiración.
Sin embargo, hay indicios serios que permiten creer que la idea de los humanistas fue recogida por la masonería. Existiera o no la masonería antes que ellos, intentó llevar a cabo sus designios en el siglo XVIII y los retomó en nuestros días con la experiencia que le proporcionó su fracaso.
Los masones pretenden remontar sus orígenes al templo de Salomón, e incluso ser los herederos de los misterios del paganismo. No examinaremos aquí la validez o no de estas pretensiones, pero debemos verificar si, en los tiempos modernos, la secta ha sido verdaderamente el alma de la transformación social iniciada por el Renacimiento, continuada por la Reforma y que quiere terminar con la Revolución (2), que se prolonga desde hace más de un siglo.
La segunda generación de humanistas, más aún que la primera, introdujo en las mentes una forma absolutamente pagana de concebir la existencia. Esta tendencia acabaría provocando la resistencia de la autoridad suprema de la Iglesia. Así sucedió bajo el reinado de Pablo II. Este Papa renovó el cuerpo de los [abréviateurs] de la cancillería, expulsando a todos aquellos que no eran de una integridad y honestidad perfectas. Esta medida llevó al límite la ira de aquellos que sufrieron sus consecuencias. Durante veinte noches consecutivas asediaron las puertas del palacio pontificio, sin conseguir ser recibidos. Uno de ellos, Platina, escribió entonces al Papa para amenazarle con acudir a los reyes y príncipes e invitarles a convocar un concilio ante el cual Pablo II tendría que disculparse por su conducta. Esta insolencia le valió el encarcelamiento en la fortaleza de Santo Ángel.
Los demás se reunían en la casa de uno de ellos, Pomponius Letus, de quien Pastor dice que “quizás nunca un sabio haya impregnado su existencia de paganismo antiguo en el mismo grado que él. Profesaba el más profundo desprecio por la religión cristiana y no cesaba de lanzar violentos discursos contra sus ministros” (3).
Estas reuniones dieron lugar a una sociedad a la que llamaron Academia Romana. Una multitud de jóvenes, paganos en sus ideas y costumbres, se unieron a ella. Al entrar en este cenáculo, abandonaban sus nombres de bautismo para adoptar otros, tomados de la antigüedad y elegidos incluso entre los más malfamados. Al mismo tiempo, se apropiaban de los vicios más escandalosos del paganismo. Valateranus reconoció que estas reuniones y las fiestas que allí se celebraban eran “el comienzo de un movimiento que debía conducir a la abolición de la religión”.
¿Es posible que llegara un momento en el que ya no se sintieran seguros en la casa de Pomponio? El hecho es que los nombres de los miembros de la Academia Romana están inscritos en las catacumbas; que Pomponio Leto fue calificado como “Pontifex maximus” y Pantagato, “padre” (4). A estos nombres se añadieron inscripciones de carácter burlón. No tuvieron vergüenza de grabarlas en esas paredes tan profundamente venerables. El historiador Gregovorius no duda en llamar a esta Academia “logia de masones clásicos”. La Academia había elegido la oscuridad de las catacumbas para ocultar mejor su existencia a las autoridades; y al otorgar a sus jefes los títulos de “padre” y “Sumo Pontífice”, manifestaba no ser una sociedad literaria, sino una especie de iglesia en oposición a la Iglesia Católica, una religión, esa religión humanitaria o esa religión de la Naturaleza con la que la Revolución quiso, más tarde, en Francia, sustituir la Religión de Dios Creador, Redentor, Santificador; y cuya adopción por todo el género humano, como veremos, ansía la secta.
Papa Pablo II
A la impiedad y al libertinaje paganos habían unido la idea republicana. En uno de los últimos días de febrero de 1468, Roma se despertó con la noticia de que la policía acababa de descubrir una conspiración contra el Papa y había realizado numerosas detenciones, principalmente entre los miembros de la Academia. El proyecto consistía en asesinar a Pablo II y proclamar la república romana. “Sin duda, nunca se disipará por completo -dice Pastor- la oscuridad que se cierne sobre esta conspiración”. Todos estos hechos tienen las características de una sociedad secreta.
En la época de la Reforma, la existencia de la masonería se hizo más evidente.
Según N. Deschamps, el documento auténtico más antiguo de las logias masónicas se remonta al siglo XVI, al año 1535. Se le conoce con el nombre de Carta de Colonia. Nos revela la existencia, ya antigua, que se remonta quizás a dos siglos atrás, de una o varias sociedades secretas que existían clandestinamente en los distintos Estados de Europa, en antagonismo directo con los principios religiosos y civiles que habían formado la base de la sociedad cristiana.
N. Deschamps da pruebas de la autenticidad de esta carta. Digamos que no todos las aceptan. Claudio Jannet las admite. El original del documento se encontraría en los archivos de la logia madre de Ámsterdam, que conserva, según se dice, también el acta de su propia constitución, fechada en 1519.
Todo es notable en este documento: los hechos, las ideas y los nombres de los firmantes. Nos revela la existencia y la actividad, desde hace al menos un siglo —lo que nos lleva más allá de Pablo II y la sociedad secreta de los humanistas—, de una sociedad que ya se extiende por todo el universo, rodeada del más profundo secreto, que tiene iniciaciones misteriosas, obedece a un jefe supremo o patriarca, conocido solo por algunos maestros.
“Sin obedecer a ningún poder del mundo -dicen los firmantes- y sometidos únicamente a los superiores elegidos de nuestra asociación repartida por toda la tierra, ejecutamos sus tareas ocultas y sus órdenes clandestinas mediante un intercambio de cartas secretas y a través de sus mandatarios encargados de misiones expresas”.
Dicen que no permiten el acceso a sus misterios sino a aquellos que han sido examinados y aprobados y que se unirán y consagrarán a sus asambleas mediante juramentos.
Caracterizan la distinción entre ellos y el mundo profano mediante estas palabras que encontramos en todos los documentos de la masonería: “El mundo iluminado” y “el mundo sumido en las tinieblas”, palabras que expresan la totalidad de la masonería libre, porque su finalidad es pasar de las tinieblas del cristianismo a la luz de la naturaleza pura, de la civilización cristiana a la civilización masónica.
Entre los firmantes de esta carta se encuentran no solo Philippus Mélanchthon, el gran amigo de Lutero (5); Herman de Viec, arzobispo elector de Colonia, que tuvo que ser proscrito del imperio por su connivencia con los protestantes; Jacobus d'Anvers, preboste de los agustinos de esa ciudad; y Nicolas Van Noot, quien, junto con el anterior, incurrió en las mismas reprobaciones, al igual que Coligny, el jefe del partido calvinista en Francia.
Doce años antes, cuatro años después de la constitución de la Logia de Ámsterdam, Franz de Seckongen, cuya rebelión casi sumió a toda Alemania en una guerra civil, moría a causa de las heridas sufridas en el castillo de Landstuchl, asediado por los príncipes aliados de Trèves, Hesse y el Palatinado. “¿Dónde están -exclamaba- todos nuestros amigos? ¿Dónde están los señores de Arnberg, de Furstenberg, de Zollern, los suizos, mis amigos, aliados de Estrasburgo, y todos los amigos de la fraternidad, que tanto me prometieron y tan mal cumplieron su palabra?”.
Z. Janssen, en su obra L'Allemagne et la Réforme, pregunta: “¿De qué elementos estaba compuesta esa FRATERNIDAD de la que habla el moribundo?”. No es imposible que la respuesta se encuentre en lo anterior. Cabe señalar, en efecto, que las ciudades en las que, tras la Carta de Colonia, se habían establecido las logias son aquellas en las que el protestantismo encontró sus primeros adeptos.
De estos hechos se desprende una seria probabilidad, en el sentido de que la masonería franca tuvo un papel muy importante en el movimiento de ideas que se manifestó en el Renacimiento y que quiso imponerse a la sociedad cristiana a través de la Reforma, ya sea porque existía antes, ya sea porque debe su existencia a los humanistas, que la habrían creado precisamente para encarnar en ella, de alguna manera, su concepción de la vida en sociedad.
En sus orígenes, la masonería debía estar envuelta en un secreto mucho más impenetrable de lo que es posible hoy en día, tras varios siglos de actividad continua; de ahí la dificultad para recuperar sus huellas. Pero la participación que tuvo en la Revolución da a los indicios que acabamos de recopilar un valor probatorio que por sí solo no sería tan grande; porque fue el pensamiento de los humanistas, tal como lo hemos visto, lo que la Revolución quiso realizar con la destrucción de la Iglesia Católica y el establecimiento del culto a la naturaleza.
El masón Louis Blanc, París, 1850
Louis Blanc reconoce que es precisamente ahí donde se encuentra el objetivo que persigue la masonería: “En el grado de caballero del sol, tan pronto como se producía una admisión, el Venerable comenzaba preguntando al primero que llegaba: “¿Qué hora es?”. Y este debía responder: “Es la hora de la oscuridad entre los hombres”. A su vez, cuando se le preguntaba por los motivos que lo habían llevado allí, el receptor respondía: “Vengo en busca de la luz, porque mis compañeros y yo nos hemos perdido durante la noche que cubre el mundo. Las nubes oscurecen a Hesperus, la estrella de Europa; están formadas por el incienso que la superstición ofrece a los déspotas”. No se podía decir más claramente que la civilización católica había sumido a Europa en la oscuridad, que la humanidad había perdido de vista el fin natural del hombre y que la masonería se había impuesto la misión de abrirle los ojos”.
Durante mucho tiempo, los historiadores han apartado deliberadamente la masonería de la historia y, por ello, han presentado la Revolución desde una perspectiva falsa y engañosa.
Wallon, con la publicación de las actas que se redactaron en ese momento, nos expuso finalmente los hechos tal y como se produjeron; pero no remonta a las causas y a los agentes primarios que motivaron ese cataclismo, a las ideas cuya propagación lo hizo posible. Tocqueville y Taine, que aportaron al estudio de la Revolución una crítica tan esclarecedora, no llevaron sus investigaciones al ámbito de las sociedades secretas.
Las maquinaciones de la masonería en los últimos tiempos han llamado la atención. La vemos preparándonos nuevos giros y nuevas ruinas. Nos preguntamos si las desgracias y los crímenes que marcaron el final del siglo XVIII no son imputables a ella.
Maurice Talmeyr pronunció recientemente una conferencia que publicó a continuación en un folleto, bajo el título La Franc-Maçonnerie et la Révolution Française.
Copin-Albancelli, Prache y otros se han esforzado, en diferentes publicaciones, por sacar de la oscuridad cuidadosamente cultivada la participación que las sociedades secretas tuvieron en la Revolución. Para su demostración pudieron aprovechar la obra publicada hace treinta años por N. Deschamps, bajo el título Les Sociétés Secrètes et la Société, completada en 1880 por Claudio Jannet. Y estos habían ofrecido una amplia contribución con una obra anterior, publicada en plena Revolución, en 1789, por Barruel: Mémoires pour servir à l'histoire du jacobinisme.
Estas Mémoires no ofrecen, como podría sugerir el título, documentos relacionados con la historia de los crímenes cometidos por los jacobinos; lo que Barruel, en sus cinco volúmenes, se propuso proporcionar a los futuros historiadores del Terror fue la información que les permitiría establecer el punto de partida, los primeros agentes y las causas ocultas de la Revolución. “En la Revolución Francesa, dice, todo, hasta sus perversidades más espantosas, todo fue previsto, meditado, combinado, resuelto, establecido; todo fue efecto de la más profunda maldad, ya que todo fue amargo, de los hombres que poseían, solos, el hilo de las conspiraciones urdidas en las sociedades secretas, y que supieron elegir y apresurar el momento propicio para las conjuraciones”.
La convicción de esta premeditación y estas conspiraciones resulta de la lectura de sus cinco volúmenes. Al comienzo del cuarto, en el “Discurso preliminar”, pregunta:
“¿Cómo los adeptos secretos del moderno Espartaco (Weishaupt) presidieron todas las perversidades, todos los desastres de ese flagelo de pillaje y ferocidad llamado ‘Revolución’? ¿Cómo presiden aún todos aquellos que ella medita para consumar la disolución de las sociedades humanas? (6).
Dedicando mis últimos volúmenes a aclarar estas cuestiones, no me jacto de resolverlas con toda precisión y con los detalles de los hombres que tendrían la facultad de seguir a la secta ‘Iluminada’ en sus subterráneos, sin perder de vista ni por un instante a los jefes o a los adeptos... Recopilando los aspectos que se me han revelado, no dejan de ser suficientes para marcar a la secta en todos los lugares donde las perversidades señalan su fatal influencia”.

Comprendemos el fuerte y punzante interés que presenta la lectura de esta obra en el momento actual (7). Lo que está sucediendo, lo que estamos presenciando, es el segundo acto del drama que comenzó hace un siglo, para realizar la idea del Renacimiento: sustituir la civilización cristiana por una civilización llamada “moderna”. Es la misma Revolución, reavivada en su fuego, con la intención, que Barruel ya había observado, de extender el incendio a todo el mundo. Él nos muestra este designio, esta voluntad, expresados desde principios del siglo XVIII. ¿Podrán los conspiradores alcanzar sus objetivos? Es un secreto de Dios, pero también nuestro. Porque la estratagema de la Revolución depende del uso que queramos hacer de nuestra libertad, así como de los decretos eternos de Dios.
Para brindar apoyo y alentar la buena voluntad, Barruel escribió en sus Mémoires: “Para triunfar, finalmente, a cualquier precio, sobre la Revolución, y no para desesperarse, es necesario estudiar los fastos de la secta. Sed tan celosos del bien como ella ha sabido ser del mal. Que se sepa querer salvar a los pueblos; que los pueblos sepan ellos mismos querer salvar su religión, sus leyes y su fortuna, así como ella sabe destruir, y no faltarán los medios de salvación”. Es precisamente la voluntad y la esperanza lo que también nos gustaría que resultara de la lectura de este libro.
Antes de ofrecer aquí un breve resumen de la obra de Barruel, conviene presentar a nuestros lectores al autor, para que sepan qué crédito deben otorgarle.
Augustin Barruel nació el 2 de octubre de 1741 en Villeneuve-de-Berg. Su padre era teniente del bailío de Vivarais. Terminó sus estudios y entró en la Compañía de Jesús. Cuando esta se vio amenazada, se trasladó a Austria, donde pronunció sus primeros votos. Permaneció algunos años en Bohemia, luego en Moravia, y fue profesor en Viena, en el Colegio Teresiano. A continuación fue enviado a Italia y a Roma. Regresó a Francia tras la supresión de su Orden, en 1774. Habiéndose independizado gracias a su fortuna, se consagró por completo a los trabajos filosóficos e históricos, y desde entonces publicó obras que, a pesar de estar escritas en varios volúmenes, alcanzaron hasta cinco ediciones.
Augustin Barruel
De 1788 a 1792 redactó prácticamente solo el Journal Ecclésiastique, una publicación semanal de gran valor para la historia literaria y eclesiástica de la segunda mitad del siglo XVIII. Al asumir su dirección, Barruel dijo a sus lectores: “Sentimos todo el peso y toda la extensión de los deberes que nos imponemos. No podemos dejar de sentir preocupación por toda la asiduidad que exigen, prohibiéndonos, de ahora en adelante, toda ocupación que pudiera distraernos de ellos. Pero, dedicados por naturaleza al culto del Dios verdadero, a la defensa de nuestras santas verdades, ¡cuán queridos nos serán estos deberes! Sí, este día en el que nos complace considerar nuestras funciones de periodista eclesiástico, hace que estos deberes sean preciosos”. Puso este espíritu de fe en todas sus obras.
Cuanto más se deterioraba la situación, más celo y valentía demostraba el abad Barruel. Cambiaba frecuentemente de domicilio para escapar de las órdenes de detención. A partir del 10 de agosto tuvo que suspender la publicación de su periódico y marcharse a Normandía. Desde allí se refugió en Inglaterra.
En 1794 publicó en Londres la Histoire du Clergé de France pendant la Révolution. Fue allí también donde concibió el plan de su gran obra: Mémoires pour servir à l'histoire du jacobinisme. Trabajó cuatro años para reunir y preparar los materiales de las primeras partes. Los tomos I y II vieron la luz en Londres en 1796.
En 1798 se reimprimieron en Hamburgo, acompañados del tercero, relativo a la secta de los Iluminados. Los dos últimos se editaron igualmente en Hamburgo, en 1803. Barruel publicó una segunda edición, “revisada y corregida por el autor”, en 1818, dos años antes de su muerte, en Lyon, en la casa de Théodore Pitrat.
Es necesario leer esta obra completa si se quiere conocer la Revolución en profundidad. Para escribirla, el abad Barruel recibió revelaciones directas de varios personajes de la época y encontró en Alemania una serie de documentos de primer orden. “Debo al público -dice en las Observaciones preliminares del tercer volumen, el que desvela a los ilustrados- una explicación especial de las obras de las que extraigo mis pruebas”. Da la lista de las principales, diez en total, con una nota sobre cada una, que permite juzgar su autenticidad. La lista de obras se completa con la de varios otros documentos menos importantes. Añade: “Esto es suficiente para ver que no escribo sobre los ilustrados sin conocimiento de causa. Me gustaría, en reconocimiento, poder nombrar a aquellos cuya correspondencia me ha proporcionado muchos nuevos recursos, cartas, memorias, que no podría apreciar lo suficiente; pero ese reconocimiento les sería fatal”. Y más adelante: “Lo que cito, lo tengo delante, lo traduzco; y cuando traduzco, lo que ocurre con frecuencia, cosas impresionantes, cosas que costaría creer que se puedan decir, cito el propio texto, invitando a cada uno a explicarlas, o a hacerlas explicar y verificar. Comparo los diversos testimonios, siempre con el libro a mano. No menciono ninguna ley del Código de la Orden sin las pruebas de la ley o de su práctica”.
De vuelta en Francia, fue consultado sobre el juramento de fidelidad a la Constitución, que sustituía, por decreto del 28 de diciembre de 1799, todos los juramentos anteriores. El 8 de julio de 1800 publicó un dictamen favorable. Sus razones, muy claras, adjuntas a las explicaciones del Moniteur, declarado periódico oficial, decidieron a Emery y al consejo arzobispal de París a pronunciarse a favor de la legitimidad de la promesa. Algunos, en esta ocasión, acusaron a Barruel de adular a Bonaparte para obtener favores. Lejos de adularlo, el abad Barruel fue de una audacia inaudita: al hablar del primer cónsul, lo llama “azote de Dios”. En 1800, añade: “Todos los príncipes de Europa reconocerían la República; no veo por qué Luis XVIII habría sido menos verdadero heredero de Luis XVI. Soy francés. El consentimiento de los demás soberanos sobre este asunto es para mí tan nulo como el de los jacobinos; puede disminuir mi esperanza, limitar los medios, pero no hace mella en el derecho” (8).
Barruel no regresó a Francia hasta 1802. Defendió el Concordato y publicó su tratado Du Pape et de ses droits religieux à l'occasion du Concordat (El Papa y sus derechos religiosos con motivo del Concordato) (9).
Durante el Imperio, Barruel se mantuvo al margen, sin recibir ningún cargo ni dignidad. Emprendió la refutación de la filosofía de Kant. Con motivo del asunto del cardenal Maury, Napoleón sospechó que había difundido el Breve de Pío VII y fue encarcelado a la edad de 70 años. La policía lo persiguió incluso durante los Cien Días. Terminó sus días en la casa de sus padres, en Villeneuve-de-Bery, el 5 de octubre de 1820, a la edad de 80 años.
Era necesario entrar en estos detalles para mostrar hasta qué punto este autor merece nuestra confianza. A continuación se expone lo que finalmente se la conferirá.
Durante los cinco y siete años que transcurrieron entre la publicación de los tres primeros volúmenes y los dos últimos, su obra fue leída y suscitó comentarios por parte de los masones. “Según algunos de ellos -dice Barruel- dije demasiado; según otros, me quedé muy corto. Sabemos que los primeros pertenecen al número de aquellos que incluyo en la excepción de los II ∴ demasiado honestos para ser admitidos en los últimos misterios; y los otros, al número de aquellos que, después de haber visto todo entre bastidores en las logias, se avergonzaron, finalmente, y se arrepienten de haber podido merecer los honores masónicos. Les debo a unos y a otros mi agradecimiento, pero también les debo una respuesta”. Les da esa respuesta, demostrando haber dicho todo lo que debía decir, y nada más de lo que debía decir.
Otros masones se enfadaron al verse así descubiertos y acusaron a Barruel de mala fe. Esto ocurrió principalmente con la obra de un inglés, Griffith, redactor de la Monthly Review. Este escritor considera aceptables, incluso satisfactorias, las pruebas que Barruel aporta sobre la conspiración contra el altar, pero afirma que las de la conspiración contra los tronos están imperfectamente demostradas. En particular, la abolición de la monarquía en Francia se debe, según él, a las circunstancias locales, más que a los designios y conspiraciones de los inspiradores de la Revolución. Al decir esto, no hace la menor mención a las pruebas aportadas por Barruel en favor de su tesis.
Para responder a la acusación de mala fe, Barruel señaló que él proporcionó, y que vuelve a proporcionar, los textos en su idioma original junto con la traducción que él mismo realizó. Y en cuanto a los documentos más importantes a los que se refiere, afirma que no solo se permite a cualquiera consultar los volúmenes impresos, sino también comparar dichos volúmenes con los manuscritos que se encuentran en los archivos reales de Múnich. Barruel va más allá: ofrece a su acusador un encuentro en Múnich para mostrarle en los escritos originales las pruebas evidentes de su calumnia. Griffith se resguardó de ese encuentro y también se negó a publicar en su revista la respuesta de Barruel.
Weishaupt, el fundador de la Ilustración, ofreció su firme apoyo a Griffith, que sin duda era uno de sus seguidores. Barruel también propuso a Weishaupt una reunión en los archivos de Múnich, donde podría revisar los originales de sus propias cartas, cuyo texto o existencia él negaba. “Pero -añadía Barruel- como no podía acudir allí sin exponerse a ser ahorcado (por sus delitos contra las buenas costumbres), podía nombrar a un apoderado”. No acudió, ni personalmente ni por medio de un apoderado.
Continúa...
Notas:
1) Encíclica de 20 de abril de 1884.
2) Se percibirá entre estas tres palabras: REnacimiento, REforma, REvolución, un parentesco manifiesto. Señalan las grandes etapas de un mismo movimiento.
3) Véase, para todos estos hechos, HISTOIRE DES PAPES desde o fim da Idade Média. Obra escrita a partir de un gran número de documentos inéditos extraídos de los archivos secretos del Vaticano y otros, por el Dr. Louis Pastor, t. IV, p. 32-72.
4) Véase Rossi, Roma Sott., t. I, p. 3 y ss.
5) El editor de Melanchthon, el sabio Bretschneider, dice: “Melanchthon recibía en su intimidad a extraños que nunca había visto antes, y los recomendaba calurosamente en todos los lugares a los que iban y subvencionaba sus necesidades de todo tipo. No sé si tal familiaridad se debía únicamente a las virtudes de esos hombres o también a la fama de Melanchthon y a la doctrina que compartían”.
6) Lo que ella pensaba retomar al día siguiente de la Revolución, lo está haciendo hoy ante nuestros ojos. Son realmente los masones los que presiden todo lo que vemos.
7) Al no haberse vuelto a encontrar, la obra fue reeditada con notas explicativas por la dirección del periódico La Bastille.
8) L'Evangile et le clergé français. Sur la soumission des pasteurs dans les révolutions des empires, p. 75. Londres.
9) París, 1803, dos volúmenes en 8°.