domingo, 30 de junio de 2024

LA IGLESIA, NUESTRO TABOR

La Iglesia es el reino de la verdad en el mundo, de aquella verdad que trajo Cristo del cielo. La iglesia la conserva pura e intacta, predicándola e interpretándola con toda autenticidad.


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LA IGLESIA, NUESTRO TABOR

“Señor, bueno es estarnos aquí” (Mat. 17: 4), exclamó Pedro en el colmo del entusiasmo, al ver la gloria de su Maestro, en el monte Tabor. Cortas y fugaces fueron las horas de dulce éxtasis, concedidas a Pedro, en lo alto de la montaña. Cortas y fugaces son también para nosotros las horas que pasamos en las dichosas cumbres del Tabor. Dios prefiere que nos familiaricemos con las horas de Getsemaní, horas de lucha y de dolor. No obstante, no nos falta razón para exclamar con ese Apóstol, apropiándonos de sus palabras: “¡Señor, bueno es estarnos aquí!”. ¿Dónde? ¿Qué Tabor terrestre es el que tan dulcemente nos convida, para armar en él nuestra tienda? ¡La Iglesia! He aquí nuestro Tabor, Tabor de la verdad y de la seguridad.

La Iglesia es el reino de la verdad en el mundo, de aquella verdad que trajo Cristo del cielo. La iglesia la conserva pura e intacta, predicándola e interpretándola con toda autenticidad.

a) Cuestiones científicas. La mente del hombre busca la verdad, y solo en ella encuentra sosiego y tranquilidad. Busca la verdad en la ciencia, y su mayor anhelo consiste en realizar descubrimientos, revelaciones de la verdad. En física, en química, en medicina, en cualquier otro ramo de actividad científica, los mayores triunfos son siempre los que van acompañados de la verdad. La verdad proviene de Dios, porque Dios es la verdad. Por eso toda ciencia viene de Dios y en Dios debe tener su fin. Ciencia que no se halla en este camino es falsa, y no merece el nombre de ciencia. El verdadero sabio busca la verdad y es, por lo tanto, amigo de Dios, y en Dios ha de encontrar su ideal y su último completo goce.

b) Cuestiones religiosas. De todas las cuestiones que interesan al espíritu humano, las más importantes, las más trascendentales han sido siempre, y todavía lo son, las cuestiones religiosas. Donde quiera que el hombre arme su tienda, ya entre los hielos de Groenlandia, ya entre las tribus de hotentotes, ora en los valles profundos de los Alpes, ora en las alturas inaccesibles del Himalaya; sea en medio de la opulenta ciudad, o en la absoluta pobreza del desierto, en todas partes, surgirán ante su mente estas preguntas, cuya respuesta exige su corazón: ¿Para qué he venido al mundo? ¿Qué será de mí después de esta vida? ¿Hay un Dios que me creó, que gobierna mi existencia, que ve mis actos y lee mis pensamientos? El mundo está en continuo movimiento; su aspecto cambia de día en día. Los progresos de la ciencia son constantes, y siempre surgen nuevas conquistas que admiran a la humanidad. Más por grandes que sean las transformaciones del mundo y de los hombres, las preguntas formuladas siguen reclamando solución; solución cierta e indudable. El corazón solo encuentra descanso en el conocimiento integral de la verdad y del bien. ¿Quién le dará acertada respuesta? ¿Quién enseña al hombre por qué y para qué se halla en la tierra, y qué medios ha de usar para conseguir su último fin?

c) Solución en la Iglesia. Solo la Iglesia Católica, la Iglesia fundada por Cristo, la Iglesia a la cual entregó el depósito de la fe. La Iglesia siempre es la misma. En ella no hay opiniones diversas sobre puntos esenciales de religión. Es siempre igual su fe, su doctrina, su predicación. No transige para lisonjear a las pasiones, o para agradar a los grandes de la tierra. Por eso, bueno es que en ella permanezcamos. La Iglesia nos ofrece seguridad y salvación. Es la fortaleza edificada sobre la roca en medio del mar, contra la cual se quiebran los furiosos embates de las olas encrespadas. Es el navío seguro, construido por mano divina, que nos conduce al puerto de salvación. La Iglesia es el reino de Dios sobre la tierra; en él se encuentra la verdad y la gracia de Dios. Es el reino que vino del cielo, y al cielo nos ha de conducir. ¡Jurémosle fidelidad eterna! No nos dejemos seducir por las voces engañadoras de falsos predicadores. En ninguna parte podremos encontrar lo que la Iglesia nos ofrece cierta e infaliblemente: la verdad, y en la verdad, el sosiego y la paz del alma.

EL ENTORNO FAMILIAR

Por los modales y las relaciones que reinan entre padres e hijos se puede juzgar el grado de dignidad y cultura que existen en una familia

Por Marian T. Horvat, Ph.D.


En primer lugar, es importante señalar que el hogar católico no sólo debe ser un lugar serio, sino que también tiene algo de sagrado, y como tal debe ser tratado con respeto. No es un lugar para que los niños salten sobre los muebles, se tumben en el sofá y en las sillas, o corran descalzos y a medio vestir. La desafortunada tendencia moderna a idolatrar la vida informal y la comodidad ha ido minando poco a poco la seriedad y las sanas costumbres del pasado, que hacían hincapié en un orden sereno, que infundía armonía y felicidad en el hogar.


En segundo lugar, esta moderación natural también estaba presente en las relaciones entre los miembros de la familia. En un ambiente familiar marcado por el espíritu del afecto católico, existía un profundo respeto natural de los jóvenes hacia sus padres y mayores. Los jóvenes se educaban también en la idea de que, como hombres, tenían la obligación de proteger y ayudar a su madre y a sus hermanas. Este respeto por la dignidad de los demás se manifestaba en todas las relaciones familiares.

Para que un hijo tenga confianza, tranquilidad y seguridad, el padre y la madre deben mostrar una seriedad estable en las relaciones cotidianas con sus hijos. Si están constantemente jugando, bromeando y haciendo que la vida parezca un juego, enseñan a sus hijos no sólo que la vida no es seria, sino que la autoridad es frívola y payasa.

San Francisco de Sales señaló que el afecto que los padres sienten por sus hijos no se llama amistad, porque la amistad supone una cierta igualdad en vocación, rango o fines. Esta igualdad, continuó, no debe existir en el afecto de los padres hacia sus hijos. El amor de los padres es, dice, un amor majestuoso, y el de los hijos un amor de respeto y sumisión. Todo en una sociedad católica, la manera de ser, el habla, los gestos, incluso la forma de vestir, solía reflejar este sabio pensamiento.

Este artículo es una llamada inestimable para que los padres y los jóvenes católicos se replanteen la tendencia al desenfado, y empiecen a cultivar un espíritu católico ceremonial.

La familia debería ser la primera escuela de urbanidad. Todo en ella es sagrado y, por lo tanto, digno de respeto, no sólo los padres, representantes y depositarios de la autoridad divina, sino también la propia vivienda, el hogar paterno, el lugar donde se vive y se duerme.

Puesto que el hogar es la imagen y el reflejo de la familia, debe ser honrado. Los miembros de la familia deben velar por su limpieza y decoro, y todos deben vivir en ella con dignidad, discreción y moderación. Cuán censurable sería quien deshonrara a la familia o introdujera en ella la discordia, el conflicto y el engaño. Por los modales y las relaciones que reinan entre padres e hijos se puede juzgar el grado de dignidad y cultura que existen en una familia, así como se pueden conocer las virtudes que se practican en ella.

Además, los futuros ciudadanos se forman a imagen de las virtudes domésticas. El futuro de una nación depende, por lo tanto, de la buena constitución de la familia, primera célula social, en la que deben reinar y florecer el respeto, el amor recíproco, la abnegación mutua y la solidaridad. Estas virtudes irradian de este núcleo a toda la sociedad. Las familias fuertes son el bastión que protege la felicidad del conjunto.


Honra a tus padres

Amar y respetar a los padres es un precepto divino: “Honra a tu padre y a tu madre”. Sería insensible, insensato y antinatural que un hijo no cumpliera con este deber hacia quienes, después de Dios, les dan todos los bienes que les llegan. ¿Quién podría calcular la suma total de los trabajos, sacrificios, sufrimientos y cuidados que los padres asumen por sus hijos? Un hijo nunca podrá pagar, por así decirlo, la deuda de sangre, sustento y educación que recibió. Seguirá siendo eternamente deudor de quienes se sacrificaron por él.


La juventud no debe prestar atención a ciertas teorías revolucionarias y antinaturales sobre la independencia de los hijos, en las que el Estado-Dios sustituye a los padres. Esta doctrina nefasta rompe los lazos naturales que unen a los miembros de la familia. Estas enseñanzas igualitarias sirven para disolver los hogares, destruir las barreras del respeto y el amor, y convertir un santuario bendito en un antro de discordia o en una especie de posada cuyos habitantes reciben comida y cama, pero nada más.

Primero, el padre debe reconocer a Dios como el origen de su autoridad, y luego afirmar tal autoridad, o los hijos fácilmente se volverán insubordinados y se levantarán contra él. Si permite que sus hijos impongan su propia voluntad en el hogar, éstos tenderán a perderle el respeto. Los hijos se volverán egoístas, y el padre se sentirá humillado, sometiéndose a las exigencias e impertinencias de los hijos. La madre también sufrirá, soportando la ingratitud y el capricho de sus seres queridos. El equilibrio de la familia se verá alterado por la falta de autoridad paterna.

Los modales de los jóvenes deben ser los mismos tanto si están en casa como fuera de ella. Algunos jóvenes hacen grandes esfuerzos por parecer amables, respetuosos y serviciales fuera de casa, dando la impresión de ser jóvenes finos y honrados. Sin embargo, cuando entran en el círculo familiar, olvidan sus principales deberes. Cambian bruscamente su forma de ser, adoptan un aire ácido, sombrío y taciturno. Son desagradables, de hablar cortante, dispuestos a discutir. Su exterior es desaliñado, su vestimenta desordenada, y caen en silencios descorteses. Actúan como si estuvieran recluidos en una penitenciaría, sin disfrutar de la compañía de las personas de su hogar. Este espíritu destruye la vida familiar, convirtiendo lo que debería ser para todos un pequeño Edén en una especie de purgatorio.


El joven bien educado

El niño bien educado, por el contrario, contribuye a la felicidad del círculo familiar con su sola presencia. Pone de su parte para que todo esté alfombrado de terciopelo: en su forma de ser, gestos, palabras, expresiones y actitudes respecto a los demás miembros de la familia.

Por la mañana, al primer encuentro, saluda a su madre o a su padre y recibe su bendición. Por la noche, al retirarse, observa el mismo ceremonial. No se ausenta del hogar sin previo aviso o permiso, de acuerdo con su edad. Se presenta a la mesa a la hora debida, porque siendo miembro de la sociedad doméstica, está obligado a observar el horario establecido por el cabeza de familia. Pasa muchas horas de los domingos y días festivos con su familia, participando en las buenas conversaciones que se refieren a asuntos familiares o tocan los negocios, la política y la vida civil. Al escuchar los juicios de sus mayores sobre las personas y las cosas, amplía sus ideas, fortalece su propio juicio y, algo que es muy importante, asume el espíritu de la familia, que es un legado sagrado para un buen hijo.

Un joven bien educado suele acompañar a los miembros de su familia en excursiones y visitas. Es el compañero diligente y distinguido del padre. Es el apoyo protector de sus madres y hermanas, abriéndoles las puertas, acercándoles las sillas a la mesa, cuidadoso en sus palabras y acciones de no ofender sus sensibilidades más delicadas. Intenta interesarlas con un tono y una conversación amables.

La amabilidad y la armonía brillan en este retrato familiar de una familia colonial

En el seno de la familia, se apresura a obedecer, escucha con respeto y docilidad los consejos de sus padres, confiando en su experiencia. Cuando es oportuno, comparte con sus padres sus pensamientos, esperanzas y sueños de futuro, y acepta agradecido la orientación que le ofrecen.

Qué diferente es el comportamiento del niño antinatural, irrespetuoso y falto de amor. Lo vemos lleno de sí mismo, encaprichado con su personalidad, imaginándose superior a sus padres en cualidades o conocimientos, hablándoles con arrogancia, tratándoles con cierto aire de desprecio, disputando con ellos, negando sus afirmaciones, reprendiéndoles a veces por lo que considera manías de la generación mayor.

Un hijo así es infeliz y despreciado por los hombres de bien. La sociedad debería rechazarlo. Sin duda, le espera una gran infelicidad en la vida.


Amor y respeto por los hermanos

Entre los hijos de una misma familia debe reinar un respeto constante y un amor sincero. Los hermanos y las hermanas deben amarse porque comparten el mismo nombre, la misma sangre, las mismas tradiciones y las mismas virtudes de su patrimonio moral común.

El mayor debe dar buen ejemplo y protección a los demás. Los varones deben a sus hermanas un amor respetuoso y delicado, con el que deben evitar causarles molestias y disgustos. Deben ser sus protectores naturales y vigilantes, prestándoles servicios y ayuda conveniente, como aligerarles el trabajo, llevarles los bultos o cosas pesadas, cediéndoles siempre el mejor asiento. Es en la práctica de la caridad fraterna en el hogar donde el muchacho aprende las primeras y mejores lecciones de urbanidad.


Respeto a los mayores

Todas estas leyes se aplican a las relaciones de los nietos con sus abuelos. Su avanzada edad es razón de más para que los hijos virtuosos y bien educados les muestren veneración y respeto.

Siempre hay que dirigirse a los padres por su nombre: Padre o Madre, o Papá o Mamá, o términos similares. Estas palabras son sagradas y significan respeto y afecto. Los hijos nunca deben dirigirse a sus padres por sus nombres de pila, ni con términos vulgares o comunes, como “viejo” o “vieja”.


El buen hijo ama a sus padres no por su fortuna o posición social, sino porque son para él los representantes de Dios. Por eso, si cayeran en desgracia, redoblaría su afecto y haría todo lo posible por aliviarles la carga de la vida. Actuando así, está seguro de que se hará más merecedor de la bendición de sus progenitores. Se da cuenta de la verdad de las palabras de la Escritura: “El que honra a su padre gozará de larga vida; y el que obedece al padre, será consuelo de su madre”.


Las palabras de las Sagradas Escrituras

Las Escrituras afirman la importancia de honrar a los padres:

“Porque Dios ha hecho al padre honorable para los hijos; y buscando el juicio de las madres, lo ha confirmado sobre los hijos” (Ecles 3:3).

“Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, porque esto agrada al Señor” (Col 3,20).

“El hijo sabio alegra al padre; pero el necio desprecia a su madre” (Prov 15:20).

“El que honra a su madre es como el que guarda un tesoro. El que honra a su padre se alegrará con sus hijos, y el día de su oración será escuchado” (Eclesiastés 3: 5-6).

“El que teme al Señor, honra a sus padres, y les servirá como a señores que le trajeron al mundo” (Ecles 3:7).

“Honra a tu padre, en obra y palabra, y con toda paciencia, para que de él te venga una bendición, y su bendición permanezca en el postrer fin” (Ecles 3: 9-10).


Pautas generales para el joven

La primera prueba de amor a los padres es rendirles obediencia y sumisión en todo, excepto en lo que no es lícito. Un hijo nunca debe responder a sus padres con un “¡No!” o un “¡No quiero!”.

Al responder a los padres, es loable que los jóvenes utilicen el respetuoso “Sí, señor” o “No, señora”.

Los hijos no deben ser inoportunos ni exigentes en sus peticiones a los padres. Es aún peor mostrar resentimiento si se recibe una respuesta negativa a alguna petición.

Un joven desafiante es una carga para los padres y la sociedad

Evita molestar o interrumpir a tus padres cuando estén ocupados. Si necesitas interrumpirles, hazlo siempre con educación: “Perdona, mamá, siento molestarte, pero necesito...”. No les contradigas ni respondas a sus órdenes con miradas sombrías o expresiones de enfado.

No hables de asuntos familiares que puedan perjudicar el honor de tus padres o hermanos. No difundas sus defectos ni los critiques entre tus amigos. Por el contrario, cúbrelos, excúsalos, ten compasión de ellos.

Evita toda expresión de desprecio o injuria, así como las palabras arrogantes, resentidas o impertinentes. En el Antiguo Testamento, Dios fulminaba con palabras de muerte a los hijos que maldecían o insultaban a sus padres.

No hacer gestos irrespetuosos delante de ellos, como encogerse de hombros, darles la espalda, sacudir la cabeza, dar pisotones, levantar la voz, o lo que sería verdaderamente atroz, amenazarles o golpearles.

No caer en hábitos o formas de vestir descuidadas o perezosas en el hogar. Uno muestra respeto por sí mismo y por sus padres siendo pulcro y ordenado en el hogar, así como fuera de él. Un joven nunca debe ser inmodesto o vulgar en su forma de vestir o en sus actitudes.

Felices los jóvenes que cumplen fielmente estos deberes. Serán bendecidos por Dios. Pero, malditos serán aquellos que sean desobedientes e irrespetuosos, que amarguen los días de sus padres. Traerán sobre sí, incluso en esta vida, el desprecio de Dios, anticipo de las maldiciones y castigos de la otra vida. Maldito el hijo que no honra a su fe y a su madre, dice la Sagrada Escritura.

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Tradition in Action


OBJECIONES CONTRA LA RELIGION - CONCLUSIÓN


Conclusión

Por Monseñor de Segur (1820-1881)

Hemos terminado nuestras conversaciones, hijito mío. Tú ves que en ellas no he querido ni entretenerte con pulidos discursos, ni hacer alarde de talentos y de ciencia. Yo no he querido otra cosa sino hablar a tu razón con aquellas pruebas y ejemplos que no pueden menos de hacer fuerza a todo el que esté en su cabal juicio.

Muchas más cosas de las que tú me has presentado como OBJECIONES, se piensan y se dicen en el mundo contra la Religión. Pero te he respondido a las principales, y, si quieres meditar bien mis respuestas, acaso verás que en ellas tienes lo bastante para contestar a cualquier otra especie de argumentos que te hagan contra la fe de nuestros padres.

Yo te aseguro que, sean ellos los que quieran, no valen más, ni tienen más fundamento que los que te dejo contestados. Y la razón es que yo te he enseñado la verdad, y que contra la verdad nada puede decirse que no sea mentira.

Si alguna de mis respuestas no te pareciere clara, o no te convenciere, achácalo a torpeza mía, no a falta de buenas razones para probarte la verdad de cuanto te digo. En todo caso, si alguna duda te quedare, yo te aconsejo y te ruego que se la digas francamente a algún sacerdote instruido y bueno, como gracias a Dios no faltan entre nosotros, el cual acabará de ilustrarte y de convencerte.

Tú verás mejor cada día cuán racional, cuán útil, cuán santa y cuán fácil de practicar es nuestra Religión divina. Tú la amarás con mayor celo mientras mejor la conozcas, y te convencerás de que los que la combaten, o no la conocen (y son la mayor parte), o tienen algún interés en destruirla.

Los hombres de bien y los sabios verdaderos, son y no pueden menos de ser cristianos.

Quiera Dios, hijo mío, que puedan mis palabras ser ocasión para que ganes la fe, si te falta; o para que la aumentes, si ya la Divina Misericordia te la ha concedido. Yo no he pretendido más que hacerte bueno enseñándote la verdad, ni deseo más que proporcionarte paz y gozo interior en esta vida, que te sirvan de camino seguro para alcanzar en la otra eterna bienaventuranza.

Te bendiga Dios, hijo mío: pídele por ti; pídele por todos los hombres, que son tus hermanos. Pídele por mí, que te amo muy de veras.

Adiós, hijo mío, hasta el Paraíso, donde espero que nos veamos para no separarnos ya nunca.

Fin del Libro “Objeciones contra la Religión” escrito por Monseñor de Segur

30 DE JUNIO: SAN PABLO, APÓSTOL DE LAS GENTES


30 de Junio: San Pablo, apóstol de las gentes

(✞ 67) 

El gloriosísimo apóstol de las gentes San Pablo fue hebreo de nación, de la tribu de Benjamín y nació en la ciudad de Tarso (como él mismo lo dice).

Tuvo padres honrados y ricos, y por ellos fue enviado a Jerusalén, para que debajo del magisterio de Gamaliel, famoso letrado, fuese enseñado en la ley de Moisés.

Entendiendo que los discípulos de Jesucristo eran contrarios a aquella doctrina, les comenzó a perseguir cruelísimamente; y hasta procuró la muerte de San Esteban, ofreciéndose él mismo al sumo sacerdote para perseguir a los cristianos; y con gente armada partió hacia la ciudad de Damasco para traer aherrojados a todos los que hallase, hombres y mujeres que creyesen en Cristo, y hacerlos infame y cruelmente morir.

Pero en el mismo camino de Damasco se le apareció el Señor, y cegándole primero con su luz, le alumbró; y con su voz poderosa como trueno, le asombró; y derribó del caballo y de ser lobo se convirtió cordero, y de perseguidor, pasó a ser defensor de su Iglesia y vaso escogido para que llevase su santo nombre por todo el mundo, como se dijo en el día de su conversión.

No se puede explicar con pocas palabras lo que este santísimo apóstol trabajó y padeció predicando el Evangelio en Damasco, en Chipre, en Panfilia, en Pisidia, en Lystra, en Jerusalén, en muchas regiones de Siria, Galacia y Macedonia, y en las populosas ciudades de Filipos, de Atenas, de Efeso, de Corinto y de Roma, alumbrando como sol divino tantas naciones, islas y regiones que estaban asentadas en las tinieblas y sombras de la muerte.

El mismo dice de sí que fue encarcelado más veces que los otros apóstoles, y que se vio lastimado con llagas sobremanera, y muchas veces en peligro de muerte.

Su vida no parecía de hombre mortal, sino de hombre venido del cielo, que con verdad pudo decir:

- Vivo yo, más no yo, sino Cristo vive en mí.

Él fue el gran intérprete del Evangelio que sin haber aprendido nada de los demás Apóstoles, fue enseñado por el mismo Dios, y descubrió a los hombres las riquezas y tesoros que están escondidos en Cristo, confirmando su predicación con divinos portentos, como decía a los fieles de Corinto:

- Las señales de mi apostolado ha obrado Dios sobre vosotros, con toda paciencia, con milagros y prodigios, y con obras maravillosas.

Y escribe San Lucas que con poner los lienzos de San Pablo sobre los enfermos y endemoniados, todos quedaban libres de sus dolencias.

Después de haber estado el santo apóstol dos años preso en Roma, es fama que sembró también la semilla y doctrina del cielo por Italia y Francia y que vino a España donde predicó con gran fruto.

Finalmente, volviendo a Roma a los doce años del imperio de Nerón, fue degollado, en un lugar llamado de las tres fontanas, sellando con su sangre la fe de Cristo.

Reflexión:

Alabemos pues y glorifiquemos a los príncipes de la Iglesia, San Pedro y San Pablo; porque ellos son las lumbreras del mundo, las columnas de la fe, los fundadores del reino de Cristo, los ejemplos de los mártires, los maestros de la inocencia y los autores de la santidad alabados del mismo Dios. Amémonos como buenos hijos de sus padres, oigámoslos como oveja a sus pastores; imitémoslos como a santos, y pidámosle socorro a favor como a bienaventurados.

Oración:

¡Oh Dios! Que alumbraste a los gentiles por medio de la predicación del apóstol San Pablo; te suplicamos nos concedas sea nuestro protector para contigo, aquel cuya fiesta celebramos. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.


sábado, 29 de junio de 2024

VIGANÒ, FRANCISCO Y LA GUERRA CONTRA LOS QUE DICEN LA VERDAD

Creo que Viganò, Strickland, yo y otros clérigos y seminaristas “cancelados” podremos decir honestamente en nuestro lecho de muerte: “Muero como el más leal servidor de la Iglesia, pero primero de Dios”.

Por Gene Thomas Gomulka


El Vaticano está provocando la indignación de los católicos ante la noticia de que el arzobispo Carlo Maria Viganò es objeto de un juicio penal extrajudicial por cargos de haber “roto la comunión” con Francisco unas dos semanas después de que Viganò hiciera públicas informaciones de primera mano de que Francisco abusó sexualmente de seminaristas. Mientras que Viganò está siendo procesado por “cisma”, Francisco aún no se ha enfrentado a las llamadas de un solo obispo para hacer frente a las graves acusaciones de abuso que todavía tiene que negar. El juicio de Viganò es el juicio al que se enfrentan todas las víctimas de abusos y los denunciantes en la Iglesia: los que dicen la verdad son condenados y difamados por haber hablado, mientras que los depredadores burlan la ley y escapan a la rendición de cuentas.

Como uno de los primeros “sacerdotes cancelados” que fue expulsado por denunciar encubrimientos de abusos sexuales por parte de dirigentes de la Iglesia, no pude evitar recordar cómo yo mismo corrí la misma suerte que Viganò hace veinte años. En mayo de 2002, denuncié al padre John “Matt” Lee ante el arzobispo Edwin O'Brien por aprovecharse de jóvenes marineros. También informé a O'Brien de que un marinero al que recomendé estudiar para sacerdote abandonó el seminario después de que los funcionarios no disciplinaran a los seminaristas homosexuales que le acosaban continuamente. 
Al igual que la abrumadora mayoría de los obispos de hoy que encubren impunemente los abusos, O'Brien no investigó las acusaciones que implicaban a Lee y al seminario infestado de homosexuales. Cuando más tarde me enfrenté a O'Brien por mentir al Estudio John Jay sobre el número de casos de abusos sexuales en la Archidiócesis para los Servicios Militares (informó sólo dos cuando en realidad hubo más de quinientos entre 1950 y 2002), revocó mi aval eclesiástico para servir como capellán en los servicios armados sin causa justificada. Fue en 2007, cinco años después de que denunciara a Lee ante O'Brien, cuando Lee fue detenido por conducta impropia de un oficial, agresión con agravantes, sodomía y por no informar a sus parejas sexuales de que era seropositivo. Lee cumple actualmente una condena de 30 años en la Institución Correccional Federal de Petersburg. Como era de esperar, O'Brien mintió al hacer creer a los medios de comunicación que no tenía ni idea de que Lee era un depredador sexual, como yo le informé en mi informe de fecha 6 de mayo de 2002.

Edwin O'Brien

Al igual que advertí a O'Brien de la conducta depredadora de Lee cinco años antes de su detención, también el arzobispo Viganò advirtió a Francisco en mayo de 2013 del historial de abusos sexuales del cardenal Theodore McCarrick. McCarrick, que había sido “puesto a pastar” durante el pontificado de Benedicto XVI, fue reportado por The Washington Post de estar “de vuelta en el ruedo” bajo Francisco y “más ocupado que nunca”. En lugar de actuar sobre las preocupaciones de Viganò, Francisco dio rienda suelta a McCarrick para viajar por todo el mundo, incluso a China, donde ayudó a vender la Iglesia católica china al Partido Comunista Chino (PCCh). Al igual que O'Brien podría haber evitado muchas víctimas si hubiera actuado sobre mis informes cinco años antes de que Lee fuera arrestado en 2007, Francisco también podría haber evitado el escándalo si hubiera disciplinado a McCarrick cinco años antes de que las revelaciones explotaran en los medios en 2018.

Al igual que O'Brien, que mintió sobre el número de casos de abuso que involucraban a capellanes militares, Francisco mintió cuando escribió “En el cielo y en la tierra”: “Eso [el abuso sexual] nunca sucedió en mi diócesis”. Cuando quedó claro que Francisco de hecho tenía un historial de encubrir a depredadores como McCarrick, Viganò publicó su famoso “Testimonio” de 2018 revelando lo que informó a Francisco sobre McCarrick y pidiendo a Francisco que dimitiera escribiendo: “El papa Francisco debe ser el primero en dar un buen ejemplo para los cardenales y obispos que encubrieron los abusos de McCarrick y dimitir junto con todos ellos”. El llamado “Informe McCarrick” que se publicó en noviembre de 2020 fue un típico encubrimiento vaticano que encubrió pruebas incriminatorias contra Francisco, incluido el informe de 2016 que el difunto Richard Sipe hizo que el entonces obispo Robert McElroy entregara legalmente documentando cómo McCarrick abusó no de uno, sino de 12 seminaristas y jóvenes sacerdotes. Por su papel en encubrir tanto a McCarrick como a Francisco, McElroy fue recompensado con el nombramiento como cardenal en agosto de 2022.

En mi trabajo como defensor de las víctimas de abusos sexuales, descubro que la mayoría de las víctimas denuncian a sus agresores ante la Iglesia porque se sienten engañadas por las vacías promesas de “transparencia” de los prelados. Estas víctimas llegan a arrepentirse de haberse dirigido a la Iglesia con sus denuncias después de experimentar cómo los obispos las ignoraban o encubrían sus denuncias y mantenían en el ministerio a depredadores acusados con credibilidad. De modo similar, creo que tanto Viganò como yo confiamos en que nuestros superiores (Francisco y O'Brien, respectivamente) actuasen ante nuestras denuncias contra depredadores homosexuales porque no éramos conscientes de que ellos mismos eran homosexuales acusados de abusar de su poder sobre los seminaristas.

Sólo años después de que denunciara a Lee ante O'Brien por depredación homosexual me enteré de las acusaciones de que el propio O'Brien participaba en orgías homosexuales y mantenía relaciones sexuales con seminaristas cuando era rector del Seminario de San José (Dunwoodie) en Yonkers, Nueva York. También supe con el tiempo que O'Brien fue denunciado por un homosexual por intentar reclutarlo en una conferencia de Courage para que estudiara para sacerdote y sirviera como capellán militar a pesar de haber dicho previamente a un reportero del National Catholic Register que los gays no deberían ser ordenados. Si hubiera sabido que O'Brien era homosexual, nunca habría perdido el tiempo pidiéndole que investigara un seminario infestado de homosexuales o que actuara contra la depredación homosexual de Lee.

Al igual que yo desconocía el pasado homosexual de O'Brien, es probable que Viganò tampoco supiera en mayo de 2013 que Francisco era homosexual cuando le pidió que disciplinara a McCarrick, también homosexual. La protección de Francisco a los sacerdotes homosexuales saldría a la luz unos dos meses después, cuando respondió: “¿Quién soy yo para juzgar?” cuando se le preguntó no sobre “la orientación sexual de los sacerdotes” -como incorrectamente informaron Associated Press y otras agencias de noticias- sino sobre su amigo homosexual sexualmente promiscuo, monseñor Battista Ricca


Las inclinaciones homosexuales de Francisco volvieron a salir a la luz cuando se reveló que conocía y no disciplinó a los prelados y sacerdotes que participaron en una orgía homosexual con drogas en junio de 2017 dentro de la Ciudad del Vaticano. Más tarde ese mismo año, Bergoglio llevó a su amigo, el obispo argentino Gustavo Zanchetta, a trabajar en el Vaticano después de haber sido acusado de “abuso sexual continuo agravado” de dos seminaristas en su diócesis. Acciones como que Francisco enviara una nota manuscrita a un seminarista homosexual instándolo: “Sigue adelante con tu vocación”, llevaron a Viganò a darse cuenta de que “el objetivo de Bergoglio es normalizar la sodomía y toda perversión sexual (tanto entre los laicos como entre el clero) y destruir el propio sacerdocio”.

Curiosamente, el Vaticano está llevando a cabo un proceso penal “extrajudicial” contra Viganò, lo que significa que los funcionarios de la Iglesia han predeterminado que las “pruebas” son “suficientemente claras” y no justifican un “juicio canónico completo”, incluso antes de que Viganò fuera informado por correo electrónico de que se había iniciado un “proceso penal” contra él. 

Mientras que cualquier parte en un juicio secular tiene derecho al descubrimiento (un proceso en el que se presentan pruebas y testigos para apoyar o defenderse de las acusaciones), parece asegurado que cualquier tipo de descubrimiento condenatorio que Viganò pueda presentar al Vaticano en su defensa (por ejemplo, el testimonio de informantes que ya han declarado corroborando las acusaciones de abuso que Viganò denunció contra Francisco) caerá en oídos sordos. Al igual que no se podía esperar que el abogado defensor de Bill Clinton condenara a su propio cliente por tener relaciones sexuales con una becaria de la Casa Blanca, tampoco deberíamos esperar que los miembros del Dicasterio para la Doctrina de la Fe nombrado por Francisco condenaran a su propio jefe (Francisco) absolviendo a Viganò.

Los católicos necesitan ver cómo se producen las mismas represalias cuando obispos como Joseph Strickland, así como sacerdotes y seminaristas buenos, santos y heterosexuales se oponen a la depredación sexual y a la mala conducta homosexual por parte de obispos, sacerdotes y seminaristas de la Iglesia.

Del mismo modo que a mí me importaría un bledo que Francisco “me laicizara” a mí y no laicizara a 150 obispos acusados creíblemente de abusos, estoy seguro de que Viganò siente lo mismo por lo que Francisco pueda hacerle a él. Recordando la burla de un juicio a Sir Tomás Moro instigado por el rey Enrique VIII, creo que Viganò, Strickland, yo y otros clérigos y seminaristas “cancelados” podremos decir honestamente en nuestro lecho de muerte: “Muero como el más leal servidor de la Iglesia, pero primero de Dios”.


Complicit Clergy



MENSAJE PARA LA JORNADA MUNDIAL DE ORACIÓN POR EL CUIDADO DE LA CREACIÓN


MENSAJE DE SU SANTIDAD

PAPA FRANCISCO

PARA LA JORNADA MUNDIAL DE ORACIÓN POR EL CUIDADO DE LA CREACIÓN

1° de septiembre de 2024

Espera y actúa con la creación

Queridos hermanos y hermanas:

“Espera y actúa con la creación” es el tema de la Jornada de oración por el cuidado de la creación, que se celebrará el próximo 1 de septiembre. Hace referencia a la Carta de san Pablo a los romanos 8,19-25, donde el apóstol aclara lo que significa vivir según el Espíritu y se concentra en la esperanza cierta de la salvación por medio de la fe, que es la vida nueva en Cristo.

1. Partamos entonces de una pregunta sencilla, pero que podría no tener una respuesta obvia: cuando somos verdaderamente creyentes, ¿cómo es que tenemos fe? No es tanto porque “nosotros creemos” en algo trascendente que nuestra razón no logra entender, el misterio inalcanzable de un Dios distante y lejano, invisible e innombrable. Más bien, diría san Pablo, es porque habita en nosotros el Espíritu Santo. Sí, somos creyentes porque el mismo “amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado” ( Rm 5,5). Por eso el Espíritu es ahora, realmente, “el anticipo de nuestra herencia” ( Ef 1,14), como pro-vocación a vivir siempre orientados hacia los bienes eternos, según la plenitud de la humanidad hermosa y buena de Jesús. El Espíritu hace a los creyentes creativos, pro-activos en la caridad. Los introduce en un gran camino de libertad espiritual, no exento, sin embargo, de la lucha entre la lógica del mundo y la lógica del Espíritu, que tienen frutos contrapuestos entre ellos (cf. Ga 5,16-17). Lo sabemos, el primer fruto del Espíritu, compendio de todos los otros, es el amor. Conducidos, entonces, por el Espíritu Santo, los creyentes son hijos de Dios y pueden dirigirse a Él llamándolo “¡Abba!, es decir, ¡Padre!” ( Rm 8,15), precisamente como Jesús, con la libertad del que ya no cae más en el miedo a la muerte, porque Jesús resucitó de entre los muertos. He aquí la gran esperanza: el amor de Dios ha vencido, vence y seguirá venciendo siempre. A pesar de la perspectiva de la muerte física, para el hombre nuevo que vive en el Espíritu el destino de gloria es ya seguro. Esta esperanza no defrauda, como nos recuerda también la Bula de convocación del próximo Jubileo [1].

2. La existencia del cristiano es vida de fe, diligente en la caridad y desbordante de esperanza, en la espera de la llegada del Señor en su gloria. La “demora” de la parusía, de su segunda venida, no es un problema; la cuestión es otra: “cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?” (Lc 18,8). Sí, la fe es un don, un fruto de la presencia del Espíritu en nosotros, pero es también una tarea, que debe realizarse en la libertad, en la obediencia al mandamiento del amor de Jesús. Esa es la feliz esperanza que hemos de testimoniar; ¿dónde?, ¿cuándo?, ¿cómo? En los dramas de la carne humana que sufre. Si bien se sueña, ahora es necesario soñar con los ojos abiertos, animados por visiones de amor, de fraternidad, de amistad y de justicia para todos. La salvación cristiana entra en la profundidad del dolor del mundo, que no sólo afecta a los seres humanos, sino a todo el universo; a la naturaleza misma, oikos del hombre, su ambiente vital; comprende la creación como “paraíso terrenal”, la madre tierra, que debería ser lugar de alegría y promesa de felicidad para todos. El optimismo cristiano se fundamenta en una esperanza viva; sabe que todo tiende a la gloria de Dios, a la consumación final en su paz, a la resurrección corporal en la justicia, “de gloria en gloria”. En el transcurrir del tiempo, sin embargo, compartimos dolor y sufrimiento: la creación entera gime (cf. Rm 8,19-22), los cristianos gimen (cf. vv. 23-25) y gime el propio Espíritu (cf. vv. 26-27). El gemir manifiesta inquietud y sufrimiento, con anhelo y deseo. El gemido expresa confianza en Dios y abandono a su compañía afectuosa y exigente, con vistas a la realización de su designio, que es alegría, amor y paz en el Espíritu Santo.

3. Toda la creación está implicada en este proceso de un nuevo nacimiento y, gimiendo, espera la liberación. Se trata de un crecimiento escondido que madura, como “un grano de mostaza que se convierte en un gran árbol” o “levadura en la masa” (cf. Mt 13,31-33). Los comienzos son insignificantes, pero los resultados esperados pueden ser de una belleza infinita. En cuanto espera de un nacimiento —la revelación de los hijos de Dios— la esperanza es la posibilidad de mantenerse firmes en medio de las adversidades, de no desanimarse en el tiempo de las tribulaciones o frente a la barbarie humana. La esperanza cristiana no defrauda, pero tampoco da falsas ilusiones; si el gemido de la creación, de los cristianos y del Espíritu es anticipación y espera de la salvación que ya se está realizando, ahora estamos inmersos en muchos sufrimientos que san Pablo describe como “tribulaciones, angustias, persecución, hambre, desnudez, peligros, espada” (cf. Rm 8,35). Entonces la esperanza es una lectura alternativa de la historia y de las vicisitudes humanas; no ilusoria, sino realista, del realismo de la fe que ve lo invisible. Esta esperanza es la espera paciente, como el no-ver de Abraham. Me agrada recordar a ese gran creyente visionario que fue Joaquín de Fiore —el abad calabrés “de espíritu profético dotado”, según Dante Alighieri [2]— que, en un tiempo de luchas sanguinarias, de conflictos entre el papado y el imperio, de cruzadas, de herejías y de mundanidad de la Iglesia, supo indicar el ideal de un nuevo espíritu de convivencia entre los hombres, basado en la fraternidad universal y la paz cristiana, fruto de Evangelio vivido. Ese espíritu de amistad social y de fraternidad universal lo propuse en Fratelli tutti. Y esa armonía entre los seres humanos debe extenderse también a la creación, en un “antropocentrismo situado” (cf. Laudate Deum, 67), en la responsabilidad por una ecología humana e integral, camino de salvación de nuestra casa común y de nosotros que habitamos en ella.

4. ¿Por qué tanta maldad en el mundo? ¿Por qué tanta injusticia, tantas guerras fratricidas que causan la muerte de niños, destruyen ciudades, contaminan el entorno vital del hombre, la madre tierra, violentada y devastada? Refiriéndose implícitamente al pecado de Adán, san Pablo afirma: “Sabemos que la creación entera, hasta el presente, gime y sufre dolores de parto” (Rm 8,22). La lucha moral de los cristianos está relacionada con el “gemido” de la creación, porque esta última “quedó sujeta a la vanidad” (v. 20). Todo el cosmos y toda criatura gimen y anhelan “ansiosamente” que se supere la condición actual y se restablezca la originaria: en efecto, la liberación del hombre comporta también la de todas las demás criaturas que, solidarias con la condición humana, han sido sometidas al yugo de la esclavitud. Al igual que la humanidad, la creación ―sin culpa alguna― está esclavizada y se encuentra incapacitada para realizar aquello para lo que fue concebida, es decir, para tener un sentido y una finalidad duraderos; está sujeta a la disolución y a la muerte, agravadas por el abuso humano de la naturaleza. Pero, por el contrario, la salvación del hombre en Cristo es esperanza segura también para la creación; de hecho, “también la creación será liberada de la esclavitud de la corrupción para participar de la gloriosa libertad de los hijos de Dios” (Rm 8,21). Entonces, en la redención de Cristo es posible contemplar con esperanza el vínculo de solidaridad entre el ser humano y todas las demás criaturas.

5. En la expectación esperanzada y perseverante de la venida gloriosa de Jesús, el Espíritu Santo mantiene alerta a la comunidad creyente y la instruye continuamente, llamándola a la conversión de estilos de vida, para que se oponga a la degradación humana del medio ambiente y manifieste esa crítica social que es, ante todo, testimonio de la posibilidad de cambio. Esta conversión consiste en pasar de la arrogancia de quien quiere dominar a los demás y a la naturaleza ―reducida a objeto manipulable―, a la humildad de quien cuida de los demás y de la creación. “Un ser humano que pretende ocupar el lugar de Dios se convierte en el peor peligro para sí mismo” (Laudate Deum, 73), porque el pecado de Adán destruyó las relaciones fundamentales por las que vive el hombre: la que tiene con Dios, consigo mismo y con los demás seres humanos, y la que tiene con el cosmos. Todas estas relaciones deben ser, sinérgicamente, restauradas, salvadas, “reorientadas”. No puede faltar ninguna. Si falta una, falla todo.

6. Esperar y actuar con la creación significa, en primer lugar, aunar esfuerzos y, caminando junto con todos los hombres y mujeres de buena voluntad, contribuir a “repensar entre todos la cuestión del poder humano, cuál es su sentido, cuáles son sus límites. Porque nuestro poder ha aumentado frenéticamente en pocas décadas. Hemos hecho impresionantes y asombrosos progresos tecnológicos, y no advertimos que al mismo tiempo nos convertimos en seres altamente peligrosos, capaces de poner en riesgo la vida de muchos seres y nuestra propia supervivencia” (Laudate Deum, 28). Un poder incontrolado engendra monstruos y se vuelve contra nosotros mismos. Por eso hoy es urgente poner límites éticos al desarrollo de la inteligencia artificial, que, con su capacidad de cálculo y simulación, podría ser utilizada para dominar al hombre y la naturaleza, en lugar de ponerla al servicio de la paz y el desarrollo integral (cf. Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2024).

7. “El Espíritu Santo nos acompaña en la vida”, esto lo entendieron bien los niños y niñas reunidos en la plaza de San Pedro para su primera Jornada Mundial, que coincidió con el domingo de la Santísima Trinidad. Dios no es una idea abstracta de infinito, sino que es Padre amoroso, Hijo amigo y redentor de todo hombre y Espíritu Santo que guía nuestros pasos por el camino de la caridad. La obediencia al Espíritu de amor cambia radicalmente la actitud del hombre: de “depredador” a “cultivador” del jardín. La tierra se entrega al hombre, pero sigue siendo de Dios (cf. Lv 25,23). Este es el antropocentrismo teologal de la tradición judeocristiana. Por lo tanto, pretender poseer y dominar la naturaleza, manipulándola a voluntad, es una forma de idolatría. Es el hombre prometeico, ebrio de su propio poder tecnocrático, que con arrogancia pone a la tierra en una condición “des-graciada”, es decir, privada de la gracia de Dios. Ahora bien, si la gracia de Dios es Jesús, muerto y resucitado, entonces es verdad lo que dijo Benedicto XVI: “No es la ciencia la que redime al hombre. El hombre es redimido por el amor” (Carta enc. Spe Salvi, 26), el amor de Dios en Cristo, del que nada ni nadie podrá separarnos jamás (cf. Rm 8,38-39). Constantemente atraída hacia su futuro, la creación no es estática ni está encerrada en sí misma. Hoy en día, también gracias a los descubrimientos de la física contemporánea, el vínculo entre materia y espíritu se presenta de manera cada vez más fascinante para nuestro conocimiento.

8. Por lo tanto, el cuidado de la creación no es sólo una cuestión ética, sino también eminentemente teológica, pues concierne al entrelazamiento del misterio del hombre con del misterio de Dios. Se puede decir que este entrelazamiento es “generativo”, ya que se remonta al acto de amor con el que Dios crea al ser humano en Cristo. Este acto creador de Dios otorga y funda el actuar libre del hombre y toda su eticidad: libre precisamente es su ser creado a imagen de Dios que es Jesucristo, y por ello “representante” de la creación en Cristo mismo. Hay una motivación trascendente (teológico-ética) que compromete al cristiano a promover la justicia y la paz en el mundo, también a través del destino universal de los bienes: se trata de la revelación de los hijos de Dios que la creación espera, gimiendo como con dolores de parto. En esta historia no sólo está en juego la vida terrena del hombre, está sobre todo su destino en la eternidad, el eschaton de nuestra bienaventuranza, el Paraíso de nuestra paz, en Cristo Señor del cosmos, el Crucificado-Resucitado por amor.

9. Esperar y actuar con la creación significa, pues, vivir una fe encarnada, que sabe entrar en la carne sufriente y esperanzada de la gente, compartiendo la espera de la resurrección corporal a la que los creyentes están predestinados en Cristo Señor. En Jesús, el Hijo eterno en carne humana, somos verdaderamente hijos del Padre. Por la fe y el bautismo, comienza para el creyente la vida según el Espíritu (cf. Rm 8,2), una vida santa, una existencia de hijos del Padre, como Jesús (cf. Rm 8,14-17), ya que, por la fuerza del Espíritu Santo, Cristo vive en nosotros (cf. Ga 2,20). Una vida que se convierte en un canto de amor a Dios, a la humanidad, con y por la creación, y que encuentra su plenitud en la santidad. [3]

Roma, San Juan de Letrán, 27 de junio de 2024

FRANCISCO

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[1] Spes non confundit, Bula de convocación del Jubileo Ordinario del Año 2025 (9 mayo 2024).

[2] Divina Comedia, Paraíso, XII, 141.

[3] Lo ha expresado poéticamente el sacerdote rosminiano Clemente Rebora: “Mientras la creación asciende en Cristo al Padre, / En el arcano destino / todo es dolor de parto: / ¡cuánto morir para que nazca la vida! / pero de una sola Madre, que es divina, / se viene felizmente a la luz: / vida que el amor produce en lágrimas, / y, si anhela, aquí abajo es poesía; / pero sólo la santidad cumple el canto” (cf. Curriculum vitae, “Poesia e santità”: Poesie, prose e traduzioni, Milano 2015, p. 297).


29 DE JUNIO: SAN PEDRO, PRÍNCIPE DE LOS APÓSTOLES


29 de Junio: San Pedro, príncipe de los apóstoles

67 dC

El gloriosísimo príncipe de los Apóstoles, San Pedro, fue de nación Galileo y natural de Betsaida, y vivía del arte de pescar.

Fue hermano de San Andrés y se dice que estaba casado con una mujer llamada Perpetua y que tuvo una hija que fue Santa Petronila.

San Andrés fue quien le llevó a Cristo, y el Señor cuando le vio dijo:

- Tu eres Simón, pero de hoy en más te llamarás Pedro, que vale lo mismo que piedra - porque había de ser piedra fundamental de su Iglesia.

Viendo otro día el Señor a los dos hermanos que estaban pescando les dijo:

- Venid en pos de mí para ser pescadores, no de peces sino de hombres.

Y ellos, dejando sus redes le siguieron.

San Pedro era el que siempre acompañaba al Señor aún en las cosas más secretas, como cuando se transfiguró en el monte Tabor, y cuando resucitó a la hija de Jairo, y cuando se apartó a orar en el huerto.

Él fue, en cuya barca entró Nuestro Señor a predicar: él quién confesó a Cristo como Hijo de Dios vivo, y se ofreció con gran denuedo a cualquier peligro y muerte por su amor.

Y aunque permitió el Señor que le negase para que conociese su flaqueza humana, con todo, después de la Resurrección, le preguntó el Señor si le amaba más que todos los otros apóstoles; y confesando Pedro que mucho le amaba, Jesucristo le hizo pastor Universal de toda su Iglesia.

El día de Pentecostés, fue el primero que predicó, convirtiendo en un sermón tres mil almas y en otro cinco mil.

También hizo los primeros y estupendos milagros con que comenzó a acreditarse la predicación apostólica, dando la salud a innumerables enfermos que traían de toda la comarca de Jerusalén, a los cuales ponían en las plazas, para que cuando él pasaba, tocando siquiera la sombra de su cuerpo, todos quedasen sanos.

Tuvo San Pedro su cátedra de Vicario de Nuestro Señor Jesucristo siete años en Antioquía, y veinticuatro años en Roma, y como entre los innumerables ciudadanos romanos que habían recibido la fe de San Pedro y de San Pablo, había dos damas amigas de Nerón que con el bautismo habían recibido el don de la castidad, y se habían apartado del trato ruin con el emperador, aquel monstruo de crueldad y lujuria mandó a encerrar a los dos Santos Apóstoles en la cárcel de Mamertino, y luego dio sentencia para que San Pedro, como judío, fuese crucificado, y San Pablo, como ciudadano romano, fuese degollado.

De esta manera acabó su vida el Príncipe de los Apóstoles, imitando con su muerte la muerte de Cristo clavado en la cruz, aunque por tenerse por indigno de morir en la forma que el Señor había estado, rogó a los verdugos que le crucificasen cabeza abajo.

Reflexión:

¡Jesucristo crucificado! ¡San Pedro muerto también en la cruz! ¡San Pablo degollado! ¿Qué dicen a tu corazón estos adorables testigos de la verdad evangélica? ¿Quién podrá mirarlos y osará decir que nos engañaron? Para persuadir a los hombres de la divinidad de su Doctrina resucitaron muertos, y para que nadie pudiera sospechar siquiera que nos engañaban se dejaron matar como mansísimos corderos. ¡Hay de aquellos que con los lazos de sus malas pasiones tienen aprisionada la verdad de Dios tan clara y manifiesta a los sabios e ignorantes!

Oración:

¡Oh Dios! que consagraste este día con el martirio de tus Apóstoles Pedro y Pablo, concede a tu Iglesia la gracia de seguir en todo la Doctrina de aquellos a quienes debió su principio y fundamento de la Religión Cristiana. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.


viernes, 28 de junio de 2024

COMUNICADO DE PRENSA CONJUNTO DE LA SANTA SEDE Y LA CONFERENCIA EPISCOPAL ALEMANA


Comunicado de prensa conjunto de la Santa Sede y la Conferencia Episcopal Alemana

De acuerdo con los deseos del Santo Padre Francisco, los Representantes de la Curia Romana y de la Conferencia Episcopal Alemana (CET) se han reunido hoy, 28 de junio de 2024, en el Vaticano para proseguir el diálogo que comenzó con la visita ad limina de los Obispos alemanes en noviembre de 2022 y continuó hasta la última reunión del 22 de marzo de 2024.

El diálogo de un día se caracterizó una vez más por un ambiente positivo, abierto y constructivo. La base fue el acuerdo del 22 de marzo de 2024, que prevé la elaboración de formas concretas de ejercicio de la sinodalidad en la Iglesia en Alemania, de acuerdo con la eclesiología del Concilio Vaticano II, las disposiciones del Derecho Canónico y los frutos del Sínodo de la Iglesia universal que se someterán a la aprobación (recognitio) de la Santa Sede.

En el intercambio, los obispos informaron sobre la última reunión del Comité sinodal -órgano de trabajo temporal- durante la cual se debatieron los fundamentos teológicos y la posibilidad de la realización jurídica de un órgano sinodal nacional. La reunión de hoy se centró en la relación entre el ejercicio del ministerio episcopal y la promoción de la corresponsabilidad de todos los fieles y, en particular, en aspectos de derecho canónico para el establecimiento de una forma concreta de sinodalidad en la Iglesia en Alemania. Se comparte el deseo y el compromiso de reforzar la sinodalidad en la vida de la Iglesia con vistas a una evangelización más eficaz.

Una Comisión creada por el Comité sinodal se ocupará de las cuestiones relativas a la sinodalidad y a la estructura de un órgano sinodal. Trabajará en estrecho contacto con una Comisión similar compuesta por Representantes de los Dicasterios competentes para elaborar un proyecto. Para los Representantes de la Curia Romana surgieron dos aspectos importantes: desean que se modifique el nombre y varios aspectos de la propuesta formulada anteriormente sobre un posible órgano sinodal nacional. En cuanto a la ubicación de este órgano, hubo acuerdo en que no esté ni por encima ni al mismo nivel que la Conferencia Episcopal.

También se debatió la cuestión de la futura composición de la delegación de la Conferencia Episcopal Alemana que participa en el diálogo entre los representantes de la Curia Romana y los de la propia Conferencia Episcopal.

Las conversaciones continuarán tras la conclusión del Sínodo de la Iglesia Universal y se tratarán también otros temas antropológicos, eclesiológicos y litúrgicos.

Por la Curia Romana estuvieron presentes los Cardenales Victor Manuel Fernandéz, Kurt Koch, Pietro Parolin, Robert F. Prevost, OSA, Arthur Roche y el Arzobispo Filippo Iannone, O.Carm. Por parte de la CET intervinieron los Obispos Georg Bätzing, Stephan Ackermann, Bertram Meier y Franz-Josef Overbeck, respectivamente Presidente de la CET y Presidentes de las Comisiones Episcopales para la Liturgia, para la Iglesia Universal y para la Fe, así como la Secretaria General, Dra. Beate Gilles, y el Portavoz de la CET, Matthias Kopp.


[Texto original: italiano]


MONSEÑOR VIGANO: “YO ACUSO”

Declaración de Monseñor Carlo Maria Viganò sobre la acusación de cisma


“Pero si aun nosotros o un ángel del cielo os predicara un evangelio diferente del que os hemos predicado, sea anatema.

Como antes hemos dicho, y ahora repito: Si alguno os predica un evangelio diferente del que habéis recibido, sea anatema”.


Gálatas 1:8-9


“Cuando pienso que estamos en el palacio del Santo Oficio, que es el testigo excepcional de la Tradición y de la defensa de la fe católica, no puedo dejar de pensar que estoy en casa, y que soy yo, a quien llamáis “el tradicionalista”, quien debería juzgaros”. Así habló Monseñor Marcel Lefebvre en 1979, cuando fue convocado al antiguo Santo Oficio, en presencia del Prefecto, el Cardenal Franjo Šeper, y de otros dos Prelados.

Como dije en mi comunicado del 20 de junio, no reconozco la autoridad del tribunal que pretende juzgarme, ni de su Prefecto, ni de quien lo ha nombrado. Esta decisión mía, ciertamente dolorosa, no es fruto de la prisa o de un espíritu de rebelión, sino que está dictada por la necesidad moral que, como Obispo y Sucesor de los Apóstoles, me obliga en conciencia a dar testimonio de la Verdad, es decir, de Dios mismo, de Nuestro Señor Jesucristo.

Afronto esta prueba con la determinación que me viene de saber que no tengo por qué considerarme separado de la comunión con la Santa Iglesia y con el Papado, al que he servido siempre con filial devoción y fidelidad. No podría concebir un solo momento de mi vida fuera de esta única Arca de salvación, que la Providencia ha constituido en Cuerpo Místico de Cristo, en sumisión a su Cabeza divina y a su Vicario en la tierra.

Los enemigos de la Iglesia Católica temen el poder de la Gracia que actúa a través de los Sacramentos y, sobre todo, el poder de la Santa Misa, un katechon terrible que frustra muchos de sus esfuerzos y gana para Dios tantas almas que de otro modo serían condenadas. Y es precisamente esta conciencia del poder de la acción sobrenatural del sacerdocio católico en la sociedad la que está en el origen de su feroz hostilidad hacia la Tradición.  Satanás y sus secuaces saben muy bien qué amenaza representa la única Iglesia verdadera para su plan anticristiano. Estos subversivos -a quienes los Romanos Pontífices han denunciado valientemente como enemigos de Dios, de la Iglesia y de la humanidad- son identificables en la inimica vis, la Masonería. Se ha infiltrado en la Jerarquía y ha conseguido que ésta deponga las armas espirituales de que dispone, abriendo las puertas de la Ciudadela al enemigo en nombre del “diálogo” y de la “fraternidad universal”, conceptos intrínsecamente masónicos. Pero la Iglesia, siguiendo el ejemplo de su Divino Fundador, no dialoga con Satanás: Lo combate.


LAS CAUSAS DE LA CRISIS ACTUAL

Como señaló Romano Amerio en su seminal ensayo Iota Unum, esta entrega cobarde y culpable comenzó con la convocatoria del Concilio Ecuménico Vaticano II y con la acción clandestina y altamente organizada de clérigos y laicos vinculados a las sectas masónicas, encaminada a subvertir lenta pero inexorablemente la estructura de gobierno y magisterio de la Iglesia para demolerla desde adentro. Es inútil buscar otras razones: los documentos de las sectas secretas demuestran la existencia de un plan de infiltración concebido en el siglo XIX y llevado a cabo un siglo después, exactamente en los términos en que fue concebido. Procesos similares de disolución se habían producido anteriormente en el ámbito civil, y no es casualidad que los Papas supieran captar en los levantamientos y guerras que ensangrentaron a las naciones europeas la obra desintegradora de la masonería internacional.

Desde el Concilio, la Iglesia se ha convertido así en portadora de los principios revolucionarios de 1789, como lo han admitido algunos de los proponentes del Vaticano II, y como lo confirma el aprecio de las Logias por todos los Papas del Concilio y del período posconciliar, precisamente debido a la implementación de cambios que los masones habían pedido durante mucho tiempo.

El cambio -o mejor, el aggiornamento- ha estado tan en el centro de la narrativa conciliar que ha sido el sello distintivo del Vaticano II y ha postulado esta asamblea como el terminus post quem que sanciona el fin del ancien régime -el régimen de la “antigua religión”, de la “antigua misa”, de todo lo “preconciliar”- y el comienzo de la “iglesia conciliar”, con su “nueva misa” y la relativización sustancial de todo dogma. Entre los partidarios de esta revolución aparecen los nombres de quienes, hasta el pontificado de Juan XXIII, habían sido condenados y apartados de la enseñanza por su heterodoxia. La lista es larga e incluye también a Ernesto Buonaiuti, el jesuita excomulgado vitandus, amigo de Roncalli, que murió impenitente en la herejía, y a quien hace pocos días el presidente de la Conferencia Episcopal Italiana, el cardenal Matteo Zuppi, conmemoró con una misa en la catedral de Bolonia, según informó con mal disimulado énfasis Il Faro di Roma (en italiano aquí): “Casi ochenta años después, un cardenal completamente en línea con el Papa se pone de nuevo en marcha con un gesto litúrgico que tiene en todos los aspectos el sabor de la rehabilitación. O al menos un primer paso en esa dirección”".


LA IGLESIA Y LA ANTIIGLESIA

Por lo tanto, estoy citado ante el tribunal que ha sustituido al Santo Oficio para ser juzgado por “cisma”, mientras el jefe de los obispos italianos, identificado como uno de los papables y totalmente en línea con el Papa, celebra ilícitamente una misa de sufragio por uno de los peores y más obstinados exponentes del modernismo, contra el cual la Iglesia, de la que según ellos estoy separado, había pronunciado la más severa sentencia de condena. En 2022, en el periódico de la Conferencia Episcopal Italiana Avvenire, el profesor Luigino Bruni elogió el modernismo en estos términos:
[…] “un proceso de renovación necesaria para la Iglesia católica de su tiempo, que aún era impermeable a los estudios críticos sobre la Biblia que se habían establecido durante muchas décadas en el mundo protestante. Para Buonaiuti, aceptar los estudios científicos e históricos sobre la Biblia fue el camino principal para el encuentro de la Iglesia con la modernidad. Un encuentro que no tuvo lugar, porque la Iglesia católica todavía estaba dominada por los teoremas de la teología neoescolástica y bloqueada por el temor de la Contrarreforma de que los vientos protestantes finalmente invadieran el cuerpo católico”.
Estas palabras bastarían para hacernos comprender el abismo que separa a la Iglesia Católica de aquella que la reemplazó, a partir del Concilio Vaticano II, cuando los vientos protestantes finalmente invadieron el cuerpo católico. Este episodio tan reciente es sólo el último de una interminable serie de pequeños pasos, de aquiescencias silenciosas, de guiños cómplices con los que los mismos jefes de la jerarquía conciliar hicieron posible el paso “de los teoremas de la teología neoescolástica” –es decir, de la formulación clara e inequívoca de los dogmas– a la apostasía actual. Nos encontramos en la situación surrealista en la que una Jerarquía se dice católica y por lo tanto exige obediencia del cuerpo eclesial, mientras al mismo tiempo profesa doctrinas que antes del Concilio la Iglesia había condenado; y al mismo tiempo condena como heréticas doctrinas que hasta entonces habían sido enseñadas por todos los Papas.

Esto sucede cuando se sustrae lo absoluto de la Verdad y se lo relativiza adaptándola al espíritu del mundo. ¿Cómo habrían actuado hoy los Pontífices de los últimos siglos? ¿Me juzgarían culpable de “cisma” o condenarían más bien a quien pretende ser su Sucesor? Junto conmigo, el Sanedrín modernista juzga y condena a todos los Papas católicos, porque la Fe que ellos defendieron es la mía; y los errores que defiende Bergoglio son los que ellos, sin excepción, condenaron. Las palabras del mártir jesuita Edmund Campion en respuesta al veredicto que lo declaró culpable de traición en 1581 se aplican al Vaticano actual no menos de lo que se aplicaban entonces al Defensor de la Fe: “Al condenarnos, condenáis a todos vuestros propios antepasados”.


HERMENÉUTICA DE LA RUPTURA

Me pregunto entonces: ¿qué continuidad puede darse entre dos realidades que se oponen y se contradicen? ¿Entre la Iglesia conciliar y sinodal de Bergoglio y aquella “bloqueada por el miedo a la contrarreforma” de la que se distancia ostentosamente? ¿Y de qué “iglesia” estaría yo en estado de “cisma”, si la que se dice “católica” difiere de la verdadera Iglesia precisamente en su predicación de lo que Ella condenó y en su condena de lo que Ella predicó?

Los adeptos de la “iglesia conciliar” responderán que esto se debe a la evolución del cuerpo eclesial en una “necesaria renovación”; mientras que el Magisterio Católico nos enseña que la Verdad es inmutable y que la doctrina de la evolución de los dogmas es herética. Dos iglesias, ciertamente: cada una con sus propias doctrinas, liturgias y santos; pero mientras que para el creyente católico la Iglesia es Una, Santa, Católica y Apostólica, para Bergoglio la Iglesia es conciliar, ecuménica, sinodal, inclusiva, inmigracionista, ecosostenible y amigable con los homosexuales.


La autoeliminación de la jerarquía conciliar

¿Es posible entonces que la Iglesia haya comenzado a enseñar el error? ¿Podemos creer que la única Arca de salvación es al mismo tiempo también un instrumento de perdición para las almas? ¿Que el Cuerpo Místico se separa de su Cabeza Divina, Jesucristo, haciendo fracasar la promesa del Salvador? Por supuesto, esto no puede ser admisible, y quienes sostienen tal idea caen en la herejía y el cisma. La Iglesia no puede enseñar el error, ni su Cabeza, el Romano Pontífice, puede ser al mismo tiempo herético y ortodoxo, Pedro y Judas, en comunión con todos sus predecesores y al mismo tiempo en cisma con ellos. La única respuesta teológicamente posible es que la Jerarquía Conciliar, que se proclama “católica” pero abraza una fe distinta de la constantemente enseñada durante dos mil años por la Iglesia católica, pertenece a otra entidad y, por lo tanto, no representa a la verdadera Iglesia de Cristo.

A quienes me recuerdan que Monseñor Marcel Lefebvre nunca llegó a cuestionar la legitimidad del Romano Pontífice, reconociendo la herejía e incluso la apostasía de los Papas conciliares –como cuando exclamó: “¡Roma ha perdido la fe! ¡Roma está en apostasía!” –, les recuerdo que en los últimos cincuenta años la situación ha empeorado dramáticamente y que con toda probabilidad este gran Pastor hoy actuaría con igual firmeza, repitiendo públicamente lo que dijo entonces sólo a sus clérigos: “En este concilio pastoral, el espíritu del error y de la mentira ha podido trabajar a sus anchas, colocando por todas partes bombas de relojería que, a su debido tiempo, harán estallar las instituciones” (Principes et Directives, 1977). Y también: “Quien está sentado en el trono de Pedro participa en el culto de dioses falsos. ¿Qué conclusión debemos sacar, quizás dentro de algunos meses, ante estos repetidos actos de comunicación con cultos falsos? No lo sé. Me pregunto. Pero es posible que nos veamos obligados a creer que el Papa no es Papa, porque a primera vista me parece –no quiero decirlo todavía de manera solemne y pública– que es imposible que alguien que es hereje pueda ser pública y formalmente Papa (30 de marzo de 1986).

¿Qué nos hace entender que la “iglesia sinodal” y su cabeza Bergoglio no profesan la fe católica? Es la adhesión total e incondicional de todos sus miembros a una multiplicidad de errores y herejías ya condenadas por el Magisterio infalible de la Iglesia Católica y el rechazo ostentoso de toda doctrina, precepto moral, acto de culto y práctica religiosa que no esté sancionada por “su” concilio. Ninguno de ellos puede en conciencia suscribir la Profesión de Fe Tridentina y el Juramento Antimodernista, porque lo que ambos expresan es exactamente lo opuesto de lo que insinúan y enseñan el Vaticano II y el llamado “magisterio conciliar”.

Dado que no es teológicamente sostenible que la Iglesia y el Papado sean instrumentos de perdición más que de salvación, necesariamente debemos concluir que las enseñanzas heterodoxas transmitidas por la llamada “iglesia conciliar” y los “papas del Concilio” de Pablo VI en adelante constituyen una anomalía que pone seriamente en duda la legitimidad de su autoridad magisterial y de gobierno.


EL USO SUBVERSIVO DE LA AUTORIDAD

Es decir, debemos entender que el uso subversivo de la autoridad en la Iglesia encaminado a su destrucción (o a su transformación en una iglesia distinta a la querida y fundada por Cristo) constituye en sí mismo un elemento suficiente para dejar sin efecto la autoridad de este nuevo sujeto que se ha superpuesto maliciosamente a la Iglesia de Cristo, usurpando el poder. Por eso no reconozco la legitimidad del Dicasterio que me juzga.

La forma en que se llevó a cabo la acción hostil contra la Iglesia Católica confirma que fue planeada y pretendida, porque de lo contrario se habría escuchado a quienes la denunciaban y se habría detenido inmediatamente a quienes cooperaban en ella. Ciertamente, con los ojos de la época y la formación tradicional de la mayoría de los Cardenales, Obispos y Clero, el “escándalo” de una Jerarquía que se contradecía a sí misma aparecía como una enormidad tal que inducía a muchos prelados y clérigos a no creer que fuera posible que los principios revolucionarios y masónicos pudieran encontrar aceptación y promoción en la Iglesia. Pero éste fue precisamente el golpe maestro de Satanás -como lo llamó el arzobispo Lefebvre-, que supo servirse del natural respeto y amor filial de los católicos a la sagrada autoridad de los Pastores para inducirles a anteponer la obediencia a la Verdad, quizá con la esperanza de que un futuro Papa pudiera sanar de algún modo el desastre consumado y cuyos explosivos resultados ya se adivinaban. Esto no sucedió, a pesar de que algunos habían dado valientemente la voz de alarma. Y también me cuento entre los que, en aquella fase convulsa, no se atrevieron a oponerse a errores y desviaciones que aún no se habían manifestado plenamente en su valor destructivo. No quiero decir que no intuyera lo que estaba sucediendo, sino que no encontré -a causa del intenso trabajo y de las omnímodas tareas de carácter burocrático y administrativo al servicio de la Santa Sede- las condiciones adecuadas que me hubieran permitido captar la gravedad sin precedentes de lo que estaba teniendo lugar ante nuestros ojos.


EL ENFRENTAMIENTO

La ocasión que me llevó a chocar con mis superiores eclesiásticos comenzó cuando era Delegado para las Representaciones Pontificias, luego Secretario General de la Gobernación y finalmente Nuncio Apostólico en los Estados Unidos. Mi guerra contra la corrupción moral y financiera desató la furia del entonces Secretario de Estado, el Cardenal Tarcisio Bertone, cuando – en conformidad con mis responsabilidades como Delegado para las Representaciones Papales – denuncié la corrupción del Cardenal McCarrick y me opuse a que promoviera candidatos corruptos e indignos para el Episcopado presentados por el Secretario de Estado, quien me trasladó a la Gobernación porque “le impedía hacer los obispos que quería”. Fue siempre Bertone, con la complicidad del Cardenal Giovanni Lajolo, quien obstaculizó mi trabajo encaminado a combatir la corrupción generalizada en la Gobernación, donde ya había obtenido resultados importantes más allá de toda expectativa. Fueron también Bertone y Lajolo quienes convencieron al Papa Benedicto para que me expulsara del Vaticano y me enviara a los Estados Unidos. Allí me encontré teniendo que afrontar los viles acontecimientos del cardenal McCarrick, incluidas sus peligrosas relaciones con representantes políticos de la administración Obama-Biden y también a nivel internacional, lo que no dudé en comunicar al Secretario de Estado Parolin, quien no lo tuvo en cuenta.

Esto me llevó a considerar desde otra perspectiva muchos acontecimientos de los que había sido testigo durante mi carrera diplomática y pastoral, y a captar su coherencia con un proyecto único que por su naturaleza no podía ser ni exclusivamente político ni exclusivamente religioso, ya que incluía un ataque global a sociedad tradicional basada en los aspectos doctrinales, morales y litúrgicos de la Iglesia.


LA CORRUPCIÓN COMO INSTRUMENTO DE CHANTAJE

Por eso, de haber sido un estimado Nuncio Apostólico –por lo que hace pocos días el mismo Cardenal Parolin me reconoció por mi ejemplar lealtad, honestidad, corrección y eficiencia–, he pasado a ser un “Arzobispo inconveniente”, no sólo por haber pedido justicia en los procesos canónicos emprendidos contra prelados corruptos, sino también y sobre todo por haber aportado una clave interpretativa que muestra cómo la corrupción dentro de la Jerarquía era una premisa necesaria para controlarla, manipularla y coaccionarla con chantajes para que actuara contra Dios, contra la Iglesia y contra las almas. Y este modus operandi –que la masonería había descrito detalladamente antes de infiltrarse en el cuerpo eclesial– refleja el adoptado en las instituciones civiles, donde los representantes del pueblo, especialmente en los niveles más altos, son en gran medida chantajeables por ser corruptos y pervertidos. Su obediencia a los delirios de la élite globalista conduce a los pueblos a la ruina, la destrucción, la enfermedad y la muerte –muerte no sólo del cuerpo, sino también del alma. Porque el verdadero proyecto del Nuevo Orden Mundial – al que Bergoglio está esclavizado y del que saca su propia legitimidad ante los poderosos del mundo – es un proyecto esencialmente satánico, en el que la obra de la Creación del Padre, la Redención del Hijo y la Santificación del Espíritu Santo es odiada, borrada y falsificada por los simia Dei y sus servidores.


SI NO HABLAS, LAS MISMAS PIEDRAS GRITARÁN

Ser testigo de la subversión total del orden divino y de la propagación del caos infernal con la celosa colaboración de los jefes del Vaticano y del Episcopado nos hace comprender cuán terribles son las palabras de la Virgen María en La Salette – Roma perderá la fe y se convertirá en la sede del Anticristo – y qué odiosa traición constituye la apostasía de los Pastores, y la aún más inaudita traición de aquel que se sienta en el Trono del Santísimo Pedro.

Si yo permaneciera en silencio ante esta traición –que se consuma con la temible complicidad de tantos, demasiados Prelados, que se resisten a reconocer en el Concilio Vaticano II la causa principal de la actual revolución y de la adulteración de la Misa Católica como origen de la disolución espiritual y moral de los fieles–, rompería el juramento hecho el día de mi Ordenación y renovado con ocasión de mi Consagración Episcopal. Como Sucesor de los Apóstoles, no puedo ni quiero aceptar ser testigo de la demolición sistemática de la Santa Iglesia y de la condenación de tantas almas sin tratar por todos los medios de oponerme a todo ello. Tampoco puedo considerar preferible un silencio cobarde en aras de una vida tranquila a dar testimonio del Evangelio y defender la Verdad Católica.

Una secta cismática me acusa de cisma: esto debería bastar para demostrar la subversión que se está produciendo. Imaginemos qué imparcialidad de juicio podrá ejercer un juez cuando depende de aquel a quien acuso de usurpador. Pero precisamente porque este acontecimiento es emblemático, quiero que los fieles – que no están obligados a conocer el funcionamiento de los tribunales eclesiásticos – comprendan que el delito de cisma no se comete cuando existen razones fundadas para considerar la elección de el Papa dudoso, tanto por el vitium consenso como por las irregularidades o violaciones de las normas que rigen el cónclave (cf. Wernz-Vidal, Ius Canonicum, Roma, Pont. Univ. Greg., 1937, vol. VII, pág.439).

La Bula Cum ex apostolatus officio de Pablo IV estableció a perpetuidad la nulidad del nombramiento o elección de cualquier Prelado –incluido el Papa– que hubiera caído en herejía antes de su promoción a Cardenal o elevación a Romano Pontífice. Define la promoción o elevación como nulla, irrita et inanis –nula, inválida y sin valor alguno– “aunque haya tenido lugar con el acuerdo y consentimiento unánime de todos los Cardenales; ni puede decirse que se valide por la recepción del oficio, la consagración o la posesión […], o por la supuesta entronización […] del mismo Romano Pontífice o por la obediencia que le presten todos y por el transcurso de cualquier duración de tiempo en dicho ejercicio de su oficio”. Pablo IV añade que todos los actos realizados por esta persona deben considerarse igualmente nulos, y que sus súbditos, tanto clérigos como laicos, están liberados de la obediencia respecto a él, “sin perjuicio, sin embargo, por parte de estos mismos sujetos, de la obligación de fidelidad y obediencia que se debe dar a los futuros Obispos, Arzobispos, Patriarcas, Primados, Cardenales y Romanos Pontífices que sean instalados canónicamente”. Pablo IV concluye: “Y para mayor confusión de los así promovidos y elevados, donde pretenden continuar su administración, es lícito solicitar la ayuda del brazo secular; ni por esta razón los que se retiran de la lealtad y obediencia hacia los que han sido promovidos y elevados en la forma ya mencionada, deben estar sujetos a ninguna de aquellas censuras y castigos impuestos a los que quisieran rasgar la túnica del Señor”.

Por ello, con serenidad de conciencia, sostengo que los errores y herejías a los que Bergoglio adhirió antes, durante y después de su elección, junto con la intención que tuvo en su aparente aceptación del Papado, hacen nula su elevación al trono.

Si todos los actos de gobierno y magisterio de Jorge Mario Bergoglio, en contenido y forma, resultan ajenos e incluso en conflicto con lo que constituye la acción de cualquiera de los papas; si incluso un simple creyente y no católico comprende la anomalía del papel que Bergoglio está desempeñando en el proyecto globalista y anticristiano llevado a cabo por el Foro Económico Mundial, las Agencias de la ONU, la Comisión Trilateral, el Grupo Bilderberg, el Banco Mundial, y por todas las demás ramas en expansión de la élite globalista, esto no demuestra ni siquiera ligeramente que yo desee el cisma al destacar y denunciar esta anomalía. Sin embargo, se me ataca y persigue porque hay quienes se engañan pensando que condenándome y excomulgándome mi denuncia del golpe de Estado perderá de algún modo su coherencia y consistencia. Este intento de silenciar a todos no resuelve nada; es más, hace tanto más culpables y cómplices a quienes tratan de ocultar o minimizar la metástasis que está destruyendo el cuerpo eclesial.


LA “DEMINUTIO” DEL “PAPADO SINODAL”

A todo esto podemos añadir el Documento de Estudio “El Obispo de Roma” (PDF en inglés aquí) que el Dicasterio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos publicó recientemente y la degradación del Papado que se teoriza en él, en aplicación de la Encíclica Ut Unum Sint de Juan Pablo II, que a su vez se refiere a la Constitución Lumen Gentium del Vaticano II. Parece totalmente legítimo -y obligado, en nombre de la primacía de la Verdad Católica sancionada en los documentos infalibles del Magisterio Pontificio- preguntarse si la elección deliberada de Bergoglio de abolir el título apostólico de Vicario de Cristo y optar por definirse a sí mismo simpliciter como “Obispo de Roma” no constituye en cierto modo una deminutio del propio Papado, un atentado contra la constitución divina de la Iglesia y una traición al Munus petrinum. Y mirándolo bien, el paso anterior lo dio Benedicto XVI, que inventó -junto con la “hermenéutica” de una imposible “continuidad” entre dos entidades totalmente ajenas- el monstruo de un “Papado colegial” ejercido por el jesuita y el emérito simultáneamente.

No es casualidad que el Documento de Estudio cite una frase de Pablo VI: “El Papa […] es sin duda el obstáculo más grave en el camino del ecumenismo” (Discurso al Secretario para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, 28 de abril de 1967). Montini había comenzado a preparar el terreno cuatro años antes, cuando dejó dramáticamente a un lado la Tiara. Si esta es la premisa de un texto que pretende servir para hacer “compatible” el Papado romano con la negación del Primado de Pedro que los herejes y cismáticos rechazan; y si el propio Bergoglio se presenta como un mero primus inter pares en medio de la asamblea de sectas y “denominaciones cristianas” que no están en comunión con la Sede Apostólica, sin proclamar la doctrina católica sobre el Papado definida solemne e infaliblemente por el Concilio Vaticano I, ¿cómo no pensar que el ejercicio del papado y, de hecho, la intención misma de aceptarlo se han visto afectados por un vicio de consentimiento tal que hace nula o, al menos, muy dudosa la legitimidad del “papa Francisco”? ¿De qué “iglesia” podría separarme, a qué “papa” me negaría a reconocer, si la primera se define a sí misma como la “iglesia conciliar y sinodal” en antítesis a la “Iglesia Preconciliar” -es decir, la Iglesia de Cristo- y el segundo, demuestra que considera el Papado como una prerrogativa personal de la que puede disponer modificándola y alterándola a su antojo, siempre en coherencia con los errores doctrinales implícitos en el Vaticano II y en el “magisterio” postconciliar?

Si el Papado Romano –el Papado, para ser claros, de Pío IX, León XIII, Pío X, Pío XI, Pío XII– es considerado un obstáculo para el “diálogo ecuménico”, y el “diálogo ecuménico” es perseguido como la prioridad absoluta de la “iglesia sinodal”, representada por Bergoglio, ¿de qué mejor manera podría implementarse este “diálogo” que eliminando aquellos elementos que hacen al Papado incompatible con él, y por lo tanto manipulándolo de una manera completamente ilegítima e inválida?


EL CONFLICTO DE TANTOS HERMANOS OBISPOS Y FIELES

Estoy convencido de que entre los Obispos y los sacerdotes hay muchos que han experimentado y experimentan todavía hoy el doloroso conflicto interno de encontrarse divididos entre lo que Cristo Pontífice les pide –y lo saben bien– y lo que aquel que se presenta como “Obispo de Roma” les impone con la fuerza, con el chantaje y con las amenazas.

Hoy es más necesario que nunca que nosotros, pastores, despertemos de nuestro letargo: Hora est iam nos de somno surgere (Rom 13,11). Nuestra responsabilidad ante Dios, la Iglesia y las almas nos exige denunciar inequívocamente todos los errores y desviaciones que hemos tolerado durante demasiado tiempo, porque no seremos juzgados ni por Bergoglio ni por el mundo, sino por Nuestro Señor Jesucristo. Le daremos cuenta de cada alma perdida por nuestra negligencia, de cada pecado cometido por cada alma por nuestra culpa, de cada escándalo ante el cual hemos guardado silencio por falsa prudencia, por deseo de vivir tranquilo, por complicidad.

El día en que debía presentarme para defenderme ante el Dicasterio para la Doctrina de la Fe, he decidido hacer pública esta declaración mía, a la que agrego una denuncia de mis acusadores, de su “consejo” y su “papa”. Pido a los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, quienes consagraron el suelo del Alma Urbe con su propia sangre, para que intercedan ante el trono de la Divina Majestad, a fin de que obtengan para la Santa Iglesia que sea finalmente liberada del asedio que la eclipsa y de los usurpadores que la humillan, haciendo de la Domina gentium la sierva del plan anticristiano del Nuevo Orden Mundial.


EN DEFENSA DE LA IGLESIA

Mi defensa no es pues personal, sino de la Santa Iglesia de Cristo, en la que he sido constituido Obispo y Sucesor de los Apóstoles, con el mandato preciso de custodiar el Depósito de la Fe y predicar la Palabra, insistiendo oportunamente y fuera de tiempo, reprendiendo, reprendiendo, exhortando con toda paciencia y doctrina (2 Tim 4,2).

Rechazo firmemente la acusación de haber rasgado el manto sin costuras del Salvador y de haberme apartado de estar bajo la Suprema Autoridad del Vicario de Cristo: para separarme de la comunión eclesial con Jorge Mario Bergoglio, tendría que haber estado primero en comunión con él, lo que no es posible ya que el mismo Bergoglio no puede ser considerado miembro de la Iglesia, debido a sus múltiples herejías y su manifiesta alienación e incompatibilidad con el rol que inválida e ilícitamente desempeña.


MIS ACUSACIONES CONTRA JORGE MARIO BERGOGLIO

Ante mis hermanos en el Episcopado y ante todo el cuerpo eclesial, acuso a Jorge Mario Bergoglio de herejía y cisma, y ​​pido que sea juzgado como hereje y cismático y removido del Trono que indignamente ocupa durante más de once años. Esto no contradice en modo alguno el adagio Prima Sedes a nemine judicatur, porque es evidente que, al ser un hereje incapaz de asumir el Papado, no está por encima de los Prelados que lo juzgan.

Acuso también a Jorge Mario Bergoglio de haber provocado – en virtud del prestigio y la autoridad de la Sede Apostólica que usurpa – graves efectos adversos, esterilidad y muerte en millones de fieles que siguieron su insistente invitación a someterse a la inoculación de un suero genético experimental producido con fetos abortados, hasta el punto de emitir una “Nota” formal declarando que “el uso de la vacuna es moralmente lícito”. Deberá responder ante el Tribunal de Dios por este crimen contra la humanidad.

Por último, denuncio el acuerdo secreto entre la Santa Sede y la dictadura comunista china, por el cual la Iglesia ha sido humillada y obligada a aceptar el nombramiento gubernamental de “obispos”, el control de las celebraciones litúrgicas y las limitaciones a su libertad de predicación, mientras que los católicos fieles a la Sede Apostólica son perseguidos impunemente por el gobierno de Pekín con el silencio cómplice del Sanedrín romano.


EL RECHAZO DE LOS ERRORES DEL VATICANO II

Considero un honor ser “acusado” de rechazar los errores y desviaciones que implica el llamado Concilio Ecuménico Vaticano II, que considero completamente desprovisto de autoridad magisterial debido a su heterogeneidad en comparación con todos los verdaderos Concilios de la Iglesia, que reconozco y acepto plenamente, al igual que reconozco y acepto plenamente todos los actos magisteriales de los Romanos Pontífices.

Rechazo con convicción las doctrinas heterodoxas contenidas en los documentos del Vaticano II y que han sido condenadas por los Papas hasta Pío XII, o que de alguna manera contradicen el Magisterio católico. Me resulta, cuando menos, desconcertante que quienes me acusen de “cisma” sean quienes abrazan la doctrina heterodoxa según la cual existe un vínculo de unión “con aquellos que, siendo bautizados, son honrados con el nombre de cristianos, aunque no profesen íntegramente la fe o no conserven la unidad de comunión con el sucesor de Pedro” (LG 15). Me pregunto con qué facilidad se puede impugnar a un obispo por la “falta de comunión” que también se afirma que existe con los herejes y cismáticos.

Condeno, rechazo y rechazo igualmente las doctrinas heterodoxas expresadas en el llamado “magisterio postconciliar” que se originó con el Vaticano II, así como las herejías recientes relacionadas con la “iglesia sinodal”, la reformulación del papado en clave “ecuménica”, la admisión de concubinos a los Sacramentos y la promoción de la sodomía y la ideología de “género”. Condeno también la adhesión de Bergoglio al fraude climático, una loca superstición neomalthusiana engendrada por quienes, odiando al Creador, no pueden evitar detestar también la Creación, y con ella al hombre, hecho a imagen y semejanza de Dios.


CONCLUSIÓN

A los fieles católicos, hoy escandalizados y desorientados por los vientos de novedad y las falsas doctrinas que promueve e impone una Jerarquía rebelde contra el Divino Maestro, os pido que recéis y ofrezcáis vuestros sacrificios y ayunos pro libertate et exaltatione Sanctæ Matris Ecclesiæ, para que la Santa Madre Iglesia encuentre su libertad y triunfe con Cristo, después de este tiempo de pasión. Que los que han tenido la Gracia de ser incorporados a Ella en el Bautismo no abandonen a su Madre que hoy yace postrada y sufriente: tempora bona veniant, pax Christi veniat, regnum Christi veniat.


Dado en Viterbo, el día 28 del mes de junio del año del Señor 2024, Vigilia de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo.

+ Carlo Maria Viganò, Arzobispo