miércoles, 5 de junio de 2024

LA TRANSFIGURACIÓN

A los pies del Maestro, en el silencio del retiro, el influjo de la plegaria, todo lo vemos más claro, y hasta el misterio de la vida se nos revela


V

LA TRANSFIGURACIÓN

1. Jesús se manifiesta en el retiro. “Tomó Jesús consigo a Pedro y a Santiago y a Juan su hermano; y subiendo con ellos solos a un alto monte, se transfiguró en su presencia; de modo que su rostro se puso resplandeciente como el sol, y sus vestidos blancos como la nieve” (Mat. 17: 1-2)

Condújolos el Señor a un monte alto y apartado, porque en la soledad es donde Él habla a las almas.

2. No en el tumulto del mundo. No se deja oír la palabra divina en el tumulto del mundo, porque el clamor de los intereses materiales, el griterío de las pasiones desenfrenadas, el seductor arrobo de mil atracciones y diversiones, que distraen el alma, la hacen sorda a la voz de la gracia.

En vano llama al Señor a la puerta de los corazones disipados por los placeres y preocupaciones del mundo; el corazón no escucha el paternal llamamiento, y cerrándose a las inspiraciones de la gracia, mostrándose indiferente a las mil lecciones fructuosas, que la misericordia divina le proporciona en los acontecimientos de la vida y en los ejemplos ajenos, prosigue en su ceguera invencible, por el camino errado que lo desvía de sus eternos destinos.

3. Necesidad del retiro. De ahí la necesidad del retiro, como oasis de reconfortante descanso espiritual, en medio de las tremendas tempestades que nos amenazan en el árido desierto de la vida. Días benditos, en que el alma se purifica y se rehace, poniendo en orden la conciencia, y formando los buenos propósitos de conversión y de perfeccionamiento.

4. Sus frutos. ¡Qué preciosos y abundantes frutos producen para la vida espiritual esas horas de soledad y recogimiento, en que, lejos del mundanal ruido, reposa el alma a los pies de Cristo, en las dulzuras de la meditación, y en los ardores de la plegaria, instruyéndose en las verdades eternas, y renovando sus provisiones de fortaleza y de esperanza, de consolidación y de fe!

Son esos benditos ejercicios sementera abundante de virtudes, que germinan y florecen con el rocío de la gracia divina, transformando las almas y transfigurando los corazones.

Más próxima a Dios, a la sombra bendita del Sagrario, el alma se eleva en el camino del bien. El retiro es el monte alto y solitario, a donde Jesús lleva a las almas escogidas para transfigurarse ante ellas, revelándoles los secretos divinos.

A los pies del Maestro, en el silencio del retiro, el influjo de la plegaria, todo lo vemos más claro, y hasta el misterio de la vida se nos revela: se esclarece la vocación, las buenas resoluciones se afirman, a la luz de la verdad, y el alma fortalecida e iluminada, enfila sin temor y con firmeza el camino del deber.

Una nube luminosa la encubre a los ojos del mundo, y escondida en Dios, en el piadoso recogimiento del retiro, disfruta dulces momentos de paz y de ventura celestial, que son como un anticipo de la bienaventuranza eterna.

¡Dichosas las almas a quienes es dado subir a las delicias del Tabor, asistiendo con corazón piadoso y animado de santos propósitos a los ejercicios espirituales! Pero si el deber nos retuviera en el hogar o en el trabajo, si la enfermedad nos tiende en el lecho, privándonos de asistir a los ejercicios y prácticas en la Iglesia, nada hay que pueda impedirnos construir en nuestro interior un Sagrario, al cual podemos acogernos en medio del tumulto, ofreciendo a Dios, donde quiera que nos llame el divino beneplácito, la buena voluntad de un corazón piadoso, que se esfuerza por agradarle en todo, purificándose y sacrificándose. En el silencio de ese íntimo santuario, la voz divina hablará a las almas de buena voluntad, recordándoles las enseñanzas de Cristo, a fin de que, transfiguradas en Él por la fe y por el amor, resplandezcan por sus virtudes como el sol, y sus vestiduras se tornen blancas como la nieve.




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