Conclusión
Por Monseñor de Segur (1820-1881)
Hemos terminado nuestras conversaciones, hijito mío. Tú ves que en ellas no he querido ni entretenerte con pulidos discursos, ni hacer alarde de talentos y de ciencia. Yo no he querido otra cosa sino hablar a tu razón con aquellas pruebas y ejemplos que no pueden menos de hacer fuerza a todo el que esté en su cabal juicio.
Muchas más cosas de las que tú me has presentado como OBJECIONES, se piensan y se dicen en el mundo contra la Religión. Pero te he respondido a las principales, y, si quieres meditar bien mis respuestas, acaso verás que en ellas tienes lo bastante para contestar a cualquier otra especie de argumentos que te hagan contra la fe de nuestros padres.
Yo te aseguro que, sean ellos los que quieran, no valen más, ni tienen más fundamento que los que te dejo contestados. Y la razón es que yo te he enseñado la verdad, y que contra la verdad nada puede decirse que no sea mentira.
Si alguna de mis respuestas no te pareciere clara, o no te convenciere, achácalo a torpeza mía, no a falta de buenas razones para probarte la verdad de cuanto te digo. En todo caso, si alguna duda te quedare, yo te aconsejo y te ruego que se la digas francamente a algún sacerdote instruido y bueno, como gracias a Dios no faltan entre nosotros, el cual acabará de ilustrarte y de convencerte.
Tú verás mejor cada día cuán racional, cuán útil, cuán santa y cuán fácil de practicar es nuestra Religión divina. Tú la amarás con mayor celo mientras mejor la conozcas, y te convencerás de que los que la combaten, o no la conocen (y son la mayor parte), o tienen algún interés en destruirla.
Los hombres de bien y los sabios verdaderos, son y no pueden menos de ser cristianos.
Quiera Dios, hijo mío, que puedan mis palabras ser ocasión para que ganes la fe, si te falta; o para que la aumentes, si ya la Divina Misericordia te la ha concedido. Yo no he pretendido más que hacerte bueno enseñándote la verdad, ni deseo más que proporcionarte paz y gozo interior en esta vida, que te sirvan de camino seguro para alcanzar en la otra eterna bienaventuranza.
Te bendiga Dios, hijo mío: pídele por ti; pídele por todos los hombres, que son tus hermanos. Pídele por mí, que te amo muy de veras.
Adiós, hijo mío, hasta el Paraíso, donde espero que nos veamos para no separarnos ya nunca.
Fin del Libro “Objeciones contra la Religión” escrito por Monseñor de Segur
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