jueves, 30 de junio de 2022

LOS ERRORES DE ATHANASIUS SCHNEIDER

El fallecido padre Anthony Cekada publicó este artículo en 2019 analizando “Sobre la cuestión de un Papa hereje”, escrito por Athanasius Schneider, obispo auxiliar de la Arquidiócesis de Santa María en Astana, Kazajstán


Seis años de las travesuras de Jorge Mario Bergoglio (también conocido como “papa Francisco”) han dejado a muchos católicos realmente conmocionados. La naturaleza radical y destructiva de la revolución doctrinal y moral del Vaticano II, mantenida discretamente enmascarada en gran medida bajo los regímenes de Juan Pablo II y Benedicto XVI, finalmente salió a la luz una vez que Bergoglio asumió el cargo en marzo de 2013 y comenzó a implementar el Concilio a toda velocidad y con venganza (a menudo literalmente).

La “derecha” de la Iglesia Conciliar -aquellos que aquí llamaremos “conservadores” o, en el caso de los que promueven la Misa antigua en el sistema Novus Ordo, “neo-tradicionales”- al principio estaban atónitos, luego indignados por la amplitud, profundidad y gran volumen de errores que Bergoglio comenzó a producir de palabra y hecho.

Críticas extensas y abiertas a Bergoglio comenzaron a aparecer en medios de opinión conservadores y neotradicionales. Pronto aparecieron incluso las palabras "hereje" y "herejía". Pero dado que los críticos de Bergoglio en estos círculos habían declarado durante mucho tiempo que el sedevacantismo era completamente impensable, tenían que crear algún tipo de justificación teológica plausible para su posición general. Esta “tercera vía” de alguna manera tendría que permitirles continuar haciendo dos cosas:

1) Ignorar por completo los errores y herejías que Bergoglio enseña y actúa, y

2) Aún así, todavía afirmar que Bergoglio es un verdadero papa, el Sucesor de San Pedro y el Vicario de Jesucristo en la Tierra.

La justificación que los conservadores y los neotradicionales han propuesto para cuadrar el círculo es ésta: Los teólogos que enseñaron que el Papa recibe algún tipo de asistencia especial del Espíritu Santo en su auténtico magisterio -la función docente que ejerce cada día- se equivocaron. Del mismo modo, los teólogos se equivocaron al decir que los católicos deben dar "el asentimiento del intelecto" a lo que el papa enseña a través de este auténtico magisterio.

Puf - ¡Ahí lo tienes! ¡Problema resuelto! ¡ El Papa no tiene derechos y no tienes obligaciones!

Pero esta conveniente teoría no solo contradecía las enseñanzas de los teólogos anteriores al Vaticano II (ver, por ejemplo, Salaverri, De Ecclesia, 1:503ff), sino también las enseñanzas explícitas de los mismos papas.
La autoridad docente de la Iglesia, que en la sabiduría divina fue constituida en la tierra a fin de que las doctrinas reveladas permanezcan intactas para siempre, y sean llevadas con facilidad y seguridad al conocimiento de los hombres… se ejerce diariamente [cotidie exercetur] por medio del Romano Pontífice y de los Obispos que están en comunión con él. (Pío XI, Mortalium Animos, 1928)

“Es Él quien enriquece a los pastores y maestros y sobre todo a Su Vicario en la tierra [imprimisque suum in terris Vicarium] con los dones sobrenaturales del conocimiento, el entendimiento y la sabiduría, para que conserven lealmente el tesoro de la fe, la defiendan vigorosamente y la expliquen y confirmen con reverencia y devoción” (Pío XII, Mystici Corporis, 1943)

“En cuanto a la opinión, todo lo que los Romanos Pontífices han enseñado hasta ahora, o enseñarán en el futuro, debe ser sostenido con una firme adherencia de la mente [necesse est et tenere iudicio stabili comprenhensa], y, tan a menudo como la ocasión lo requiera, debe ser profesado abiertamente (León XIII, Immortale Dei, 1885)
Se vuelve aún más obvio por qué los conservadores y los neo-tradicionales quieren deshacerse de estas doctrinas establecidas si agregamos otro pasaje sobre la autoridad docente papal, tomado de la Encíclica Sapientiae Christianae de León XIII de 1890, y lo intercalamos con algunas de las enseñanzas más memorables de “papa Francisco”.
“Por lo tanto, el Pontífice debe tener el poder autoritariamente... para declarar lo que es virtuoso [¡Segundas nupcias adúlteras después de un proceso de discernimiento!] y lo que es pecaminoso [¡La pena de muerte! ¡Están dañando el medio ambiente!], qué hacer [¡Fronteras abiertas! ¡'Acompañamiento' lgbt!] y lo que hay que evitar [¡obsesiones “por debajo de la cintura”! ¡La fe como adhesión a la doctrina! ¡No al proselitismo! ¡No a las conversiones! ¡No a tener todas las respuestas!] en la obra de salvación, porque de otro modo no podría ser un intérprete seguro de la palabra moral de Dios ni una guía segura para el hombre”.
No importa. Según la teoría conservadora/neo-tradicional, tanto la autoridad docente papal como su contenido son tostadas, refrigerios reciclados para las palomas de la paz de Bergoglio.


Puedes tener a tu papa, pero es de cartón, como un expositor de WalMart que automáticamente te habla al pasar, pero al que generalmente ignoras. Un papa así es, en cierto sentido, "Pedro", pero con su microchip de "quien te oye" quitado.

En el proceso de promoción de su teoría de un papado desnaturalizado, los conservadores y neoconservadores comenzaron a denigrar la enseñanza tradicional anterior al Vaticano II sobre el oficio papal empleando términos como "papalotría" (idolatría del papa), "Ultramontanismo" (un epíteto del siglo XIX inventado por los galicanos, los racionalistas de la "Ilustración" y otros enemigos de la autoridad papal), y "la teología decadente de los manualistas" (un golpe modernista del siglo XX contra el tomismo neoescolástico sistemático).

Este fenómeno inquietante ahora se ha generalizado bastante, pero lo abordaré con cierto detalle en otro artículo.


I. La intervención de Schneider

Aquí comentaré un artículo que es muy representativo de esta posición, “Sobre la cuestión de un Papa hereje”, por el Reverendísimo Athanasius Schneider, obispo auxiliar de la Arquidiócesis de Santa María en Astana, Kazajstán. Apareció el 20 de marzo de 2019.

Tendremos que discutir el artículo del obispo con bastante detalle, no solo porque toca una amplia variedad de temas, sino también porque el obispo Schneider es considerado en los círculos conservadores y neotradicionales como una voz líder contra los errores bergoglianos más escandalosos. 

Es obvio, por el título, que el obispo Schneider pretende aplastar cualquier tendencia entre los conservadores y neotradicionalistas a considerar la posibilidad de que en Francisco se encuentren con un hereje que, por lo tanto, no podría ser un verdadero Papa, es decir, a abrazar el sedevacantismo.

Para evitarlo, el Obispo Schneider intentará destruir la enseñanza anterior al Vaticano II tanto sobre la naturaleza especial o vinculante del magisterio papal ordinario como sobre la pérdida automática del cargo por parte de un papa herético. De esta manera, los lectores conservadores y neotradicionalistas se sentirán libres de ignorar las herejías de Bergoglio, mientras siguen entreteniendo la consoladora fantasía de que un hablador público de herejías puede seguir siendo "Pedro".

Uno pensaría que un obispo que tiene un doctorado en teología (aunque Patrística) se las arreglaría para presentar un argumento al menos superficialmente coherente para lo que es, a primera vista, un ataque tan escandaloso tanto a la autoridad docente papal como a una opinión teológica casi unánime.

Pero aquí, uno pensaría mal. El artículo del Obispo Schneider es una mesa de bufet con 7000 palabras de errores de hecho, afirmaciones teológicas no probadas, analogías tontas e ideas inconexas, mezcladas sin ninguna apariencia de razonamiento lineal o evidencia de investigación seria. El estilo y la construcción del artículo son tan inconscientes y dispersos que uno espera encontrar una nota al final que diga: "Dictado pero no leído".

Las principales ofertas que Su Excelencia ha preparado para respaldar su posición son:

▪ La propia propuesta de Schneider de establecer una suerte de “corrector papal”.

▪ El caso del Papa Honorio como argumento analógico contra el sedevacantismo.

Estos platos están colocados entre un extraño surtido de guarniciones en la mesa del bufet que no complementan ni el plato principal ni a los demás: los equivalentes teológicos, digamos, del sushi de malvavisco y la tarta de queso con sardinas.


II. Argumentos secundarios del Obispo Schneider

En primer lugar, veamos algunos de estos argumentos secundarios. Cada uno tiene como objetivo (y torpemente) demostrar que no hay obligación de asentimiento interno al magisterio papal ordinario, y si un Papa escupe herejía, bueno, deberíamos simplemente encogernos de hombros, decir "sea como sea..." y ser "espirituales" al respecto.

San Roberto Belarmino

1. No existe un "verdadero consentimiento" sobre cómo tratar a un Papa herético. Falso. ¿No investigó el obispo? ¿O es que Google no funciona en Kazajistán? Después de San Roberto Belarmino, los teólogos dogmáticos y los canonistas acabaron por decantarse por la enseñanza de Belarmino como la correcta: si un papa se convierte en un hereje público, pierde automáticamente el cargo porque se pone fuera de la Iglesia. Incluso el Dr. Roberto di Mattei llama la atención al Obispo Schneider por descartar con displicencia un hecho que todo el mundo parece conocer (Véase la sección V más abajo).

2. El papa Juan XXII (1316–1334) fue considerado “herético o semiherético”. Historia distorsionada y objetivamente falsa. Innumerables teólogos dogmáticos anteriores al Vaticano II refutaron esta afirmación. Para ver un resumen, consulte mi artículo El Dr. de Mattei prescribe un tranquilizante antisede.

3. “La Iglesia en los muy raros casos concretos de un Papa que comete graves errores teológicos o herejías definitivamente podría vivir con tal Papa”. Sólo si, como el Obispo Schneider y compañía, crees que puedes ignorar lo que enseña el Vicario de Cristo. Pero aquellos de nosotros que creemos que Cristo le dio al papa verdadera autoridad docente y las gracias especiales para ejercerla, como el canonista anterior al Vaticano II Maroto, sostendríamos que los herejes públicos “ciertamente deben ser considerados como excluidos de ocupar el trono de la Iglesia Apostólica”. He aquí, que es el maestro infalible de la verdad de la fe y el centro de la unidad eclesiástica. (Institutiones Iuris Canonici 2:784)

4. La opinión de los teólogos erró sobre el asunto de las Órdenes Sagradas. Falso, y un argumento analógico verdaderamente patético para atentar contra Belarmino. Los teólogos se enzarzaron en una disputa sobre lo que constituía la materia del Orden Sagrado (había seis opiniones teológicas diferentes) y Pío XII resolvió la disputa en Sacramentum Ordinis (1947).

5. Dado que una persona excomulgada puede convertirse válidamente en un verdadero Papa, también puede hacerlo un hereje. Falso y una pista falsa. La excomunión es un impedimento de la ley eclesiástica que la legislación del cónclave papal puede dispensar y dispensó. La herejía, en cambio, es un impedimento de la ley divina para obtener el Pontificado, y como tal, la legislación del cónclave papal no la dispensó y, de hecho, no podía dispensarla. Esta objeción al sedevacantismo ha sido repetidamente contestada.

6. El Papa es como un mal padre; no se puede “desheredarlo como padre de familia”. Una analogía estúpida e inoportuna. La autoridad del padre de familia surge de la ley natural como resultado de un hecho físico, y consiste en el poder de dominio privado sobre sus súbditos (esposa e hijos); nunca puede dejar de ser padre. La autoridad del Romano Pontífice, por el contrario, se basa en un poder divino que le ha sido conferido como resultado de un hecho jurídico, y consiste en un poder jurisdiccional público sobre sus súbditos (los miembros de la Iglesia); no siempre fue Papa, y puede dejar de ser Papa a través de la herejía, la locura, la renuncia o la muerte. La idiota analogía del "mal padre" es uno de los más antiguos de los muchos mitos tribales de Reconocer y Resistir.

7. El intento de deponer a un papa herético es “demasiado humano”, una negativa a “llevar la cruz”. Peculiar, sin teología, pseudo-espiritualidad. Díselo a San Roberto Belarmino.

8.Otro error en la intención o en el intento de deponer a un papa herético consiste en la identificación indirecta o subconsciente de la Iglesia con el papa”. ¿Se ha tropezado alguna vez nuestro obispo/lector de la Patrística con el dictum de San Ambrosio Ubi Petrus, ibi Ecclesia - “Donde está Pedro, está la Iglesia”?

9. La teoría que permite que un papa pierda el cargo es una especie de “donatismo”. Otra analogía estúpida e inapropiada. La herejía donatista sostenía, en efecto, que el poder permanente del carácter sacramental recibido en la ordenación puede perderse por la indignidad del ministro. Sin embargo, la pérdida del cargo del Papa se refiere a la pérdida del poder de jurisdicción, que no es permanente y puede perderse por diversas razones: muerte, pérdida de la razón, renuncia o herejía.

10. Cuando un papa está en herejía, está “en cadenas espirituales”, tal como San Pedro estaba en cadenas materiales. Otra analogía tonta, y pseudo-piadosa. Un papa que es hereje ya no es "Pedro". ¿Y quién encadenó a Bergoglio sino el propio Bergoglio?

11. San Pío X fue el primer papa que hizo una "reforma radical" en el orden de los salmos recitados en el Oficio Divino. Una patraña, soñada y reciclada sin cesar por los aficionados a la liturgia laica. La primitiva disposición romana de los salmos fue modificada primero por San Gregorio Magno (hacia el año 600) y luego por San Pío V (1568).

¡Adivina quién ES “tradición”!

12. El Papa Pío IX, cuando se le pidió que incluyera a San José en el canon, hizo la "impresionante y sugerente" observación: "No puedo hacerlo: Sólo soy el Papa". ¿Ah, sí? Pío IX también dijo ¡La tradizione sono io! - (¡Yo soy la tradición!) También da que pensar, sobre todo si te dedicas a investigar día a día las enseñanzas de un Papa para decidir cuáles aceptar "a la luz de la tradición".

13. “Cuanto más un Papa difunda ambigüedades doctrinales, errores o incluso herejías, más luminosamente resplandecerá la fe católica pura de los pequeños de la Iglesia”. ¿Está bromeando el Obispo Schneider? ¿Estaba alguien quemando la cosecha de amapolas kazajas frente a su ventana cuando escribió esa frase? ¿Qué pasa cuando "los pequeños" le preguntan a mamá qué quiso decir el Santo Padre con "sadomasoquismo" o "coprofilia"? ¿Su Excelencia ha escuchado alguna vez la parte del Evangelio sobre escandalizar a los pequeños y las piedras de molino?

Pero basta de estos aulladores. Pasemos ahora a los dos temas principales con los que el Obispo Schneider desea llamar la atención de sus lectores.


III - La propuesta de un “Corrector Papal”

Esto es lo que Obispo Schneider nos ofrece como antídoto para los futuros Bergoglios, una solución que, según él, es una alternativa "más segura" a las enseñanzas casi unánimes de teólogos y canonistas de que un papa hereje pierde automáticamente su cargo.


“Normas canónicas vinculantes”, dice Su Excelencia, “podrían estipular el procedimiento a seguir en el caso de un Papa hereje o manifiestamente heterodoxo. El Decano del Colegio Cardenalicio estaría obligado a corregir al Papa en privado y luego en público, si eso falla. Luego, el Decano haría un llamado a toda la Iglesia para que ore para que el Papa confirme la Fe y, al mismo tiempo, publique una Profesión de Fe que rechace los errores teológicos que el Papa enseña o tolera. Si el Decano no hiciera esto, cualquier cardenal, obispo, grupo de obispos o cualquier grupo de fieles podría seguir el mismo procedimiento. Además, las personas implicadas no podían ser objeto de sanciones canónicas”.

Cardenal $odano: ¡Tienes que reconocerlo!

Mi primera reacción es que el Cardenal Sodano, el actual Decano del Colegio, podría necesitar recolectar otro gran sobre de dinero en efectivo de los Legionarios de Cristo antes de iniciar el proceso, para transformarse, por así decirlo, de “Cardenal Recaudador” en “Cardenal corrector”.

Dicho esto, la propuesta adolece de una serie de otros defectos fatales.

1. Viola el principio general Prima sedes a nemine judicatur - la Primera Sede (el Papa) no es juzgada por nadie. En el plan del Obispo Schneider, se permite a los inferiores juzgar la enseñanza y el magisterio auténtico de un papa verdadero, y si estos, a su juicio, se encuentran en falta, condenarlos públicamente como falsos.

2. Un verdadero papa no está sujeto al derecho canónico porque, como Supremo Legislador, está por encima de él, y puede modificar y cambiar cualquier parte del mismo. Por lo tanto, un papa hereje podría modificar las "normas canónicas" que propone el Obispo Schneider o suprimirlas en su totalidad.

3. Un verdadero papa, asimismo, tiene jurisdicción universal, lo que le permite un poder sin trabas para nombrar o destituir a los titulares de los cargos. Un cardenal decano que se acoja a la legislación de "corrección" que propone el Obispo Schneider y decida convertirse en "cardenal corrector" de un papa herético podría, por lo tanto, verse destituido sumariamente y nombrado como una especie de "cardenal vecino" del Obispo Schneider, en el cercano Turkmenistán, Uzbekistán o Tayikistán.

4. ¿Quién corrige a los correctores? ¿Qué garantía tiene uno de su ortodoxia doctrinal, o incluso de su probidad moral, al pretender emitir una corrección? Este era el problema de insistir en que antes de que la herejía pudiera existir en un papa o en cualquier otra persona, el hereje debía tener primero tres advertencias de un "compañero de ortodoxia".

5. ¿Y cuál es el final del juego que propone el obispo Schneider si el corregido ignora a los correctores? El obispo no lo dice. El papa-hereje seguirá enseñando errores y herejías a toda la Iglesia. Supongo que en la teología revisada schneideriana/conservadora/neo-tradicionalista del magisterio papal, gracias al microchip que falta, el papa seguiría siendo ignorado.

Papa Burke-olio: ¿“Corregido” un día por los obispos alemanes?

6. El Obispo Schneider, además, parece no haber considerado que este asunto de la corrección por cuenta propia bien podría ser un arma de doble filo para un sucesor más "ortodoxo" que Francisco. Los progresistas descontentos del National Catholic Reporter y la conferencia episcopal alemana, digamos, bien podrían decidir lanzar el torpedo de la "corrección" de nuevo a un futuro Papa Burke-olio, alegando que difunde errores que contradicen las enseñanzas de su amado predecesor sobre anticoncepción, segundos matrimonios adúlteros, clericalismo, inmigración, pena de muerte y pajitas de plástico.

7. Y, por último, hay que añadir: "Ah, sí, Su Excelencia. Me alegro de oír hablar de la propuesta de 'corrección pública'. ¿Cómo le ha funcionado hasta ahora?"

Por lo tanto, con su propuesta de un "corrector papal", el obispo Schneider se aferra a un clavo ardiendo, aunque se espera que no sea un clavo de plástico perjudicial para el medio ambiente.


IV. La “solución” de Honorio


Aquí, el obispo Schneider propone que extraigamos un principio de actuación frente a Bergoglio con la controversia sobre el papa Honorio I (625-638). Sin embargo, antes de evaluar las razones del obispo, tendremos que proporcionar al lector algunos antecedentes.

Papa Honorio I

A. Antecedentes generales. Honorio reinó durante la gran controversia sobre la herejía monotelita (=Cristo tenía una sola voluntad, la divina). Alrededor de 634, Sergio, patriarca de Constantinopla, se acercó a él y estaba tratando de resolver la disputa y pacificar a todas las partes para complacer al emperador Heraclio. Honorio respondió a Sergio con varias cartas sobre la controversia. Su contenido se hizo público solo después de la muerte de Honorio y lo llevó a ser acusado, de diversas formas, de ser él mismo un hereje o, al menos, de ser blando con la herejía.

En 681, el Tercer Concilio de Constantinopla condenó y anatematizó póstumamente a Honorio, junto con varios monotelitas, condena que fue posteriormente renovada por el Segundo Concilio de Nicea en 787 y el Cuarto Concilio de Constantinopla en 870. Posteriormente, la condena se abrió paso en los textos de algunos juramentos eclesiásticos, y el Breviario Romano anterior a 1570 presentaba a Honorio como condenado por herejía.

Sin embargo, a pesar de estas condenas, la Iglesia siguió reconociendo a Honorio como un verdadero Papa y verdadero sucesor (aunque quizás débil) de San Pedro.

Así los hechos en la historia de Honorio en los que todos están de acuerdo.

B. Hechos e interpretaciones en disputa. Pero hay muchos otros hechos y complicaciones en esta historia en los que los historiadores y teólogos de la iglesia no están de acuerdo, han interpretado de diferentes maneras y, en general, han estado discutiendo durante siglos.

Estas cuestiones controvertidas incluyen: si los propios textos de las cartas de Honorio prueban realmente que era un hereje, o simplemente que era "blando" en la lucha contra la herejía; cómo debe entenderse el término "herejía" en las diversas condenas conciliares, ya que en aquella época no siempre tenía el significado técnico preciso que tiene hoy; si la posterior aprobación papal de las actas conciliares de la Tercera Constantinopla (necesaria para su efecto legal), aprobaba la condena de Honorio por herejía propiamente dicha, o sólo por cobardía; o si algunos de los documentos eran o contenían falsificaciones, un problema común durante la época.

Innumerables otras incertidumbres como estas enturbian las aguas, haciendo difícil no solo llegar a un relato histórico claro y objetivo del caso Honorio, sino también extraer de estos complicados eventos las consecuencias teológicas correctas.

Los protestantes, galicanos, racionalistas y otros, especialmente en el siglo XIX, no dudaron en sus conclusiones, por supuesto, y rutinariamente sacaron a relucir el caso Honorio como uno de sus principales argumentos contra la autoridad papal en general y la infalibilidad papal en particular.

A lo largo de los siglos, sin embargo, los grandes teólogos dogmáticos católicos, incluyendo a San Roberto Belarmino, aunque a menudo discrepaban entre ellos sobre los hechos y la documentación del caso, refutaron ampliamente los repetidos intentos de utilizar a Honorio como garrote para aplastar la enseñanza católica tradicional sobre la autoridad del Papa. Sus argumentos tuvieron tanto éxito que, en el siglo XX, los manuales estándar de teología dogmática solían tratar el caso de Honorio de forma sumaria, en una o dos frases, entre las objeciones menores a la autoridad del papa.

C. Honorio y los tradicionalistas. Después del Vaticano II, sin embargo, los escritores tradicionalistas de la variedad "reconocer y resistir", quizás sin saber que estaban manteniendo una compañía teológica totalmente desprestigiada- trataron de resucitar a Honorio como un argumento analógico asesino tanto del sedevacantismo como de la obligación de asentir a la enseñanza papal ordinaria. La conclusión que querían sacar era que, puesto que Honorio era un hereje y la Iglesia seguía reconociéndolo como un verdadero papa, también un papa que es hereje no pierde su cargo y puede ser ignorado con seguridad.

Hace casi quince años, me tomó sólo unas pocas oraciones derribar esta analogía inestable con mi artículo Sedevacantismo y el papa de cartón respondiendo al Sr. Ferrara (ver # 11).

¡Manteniéndolo a salvo de la criptonita de sede!

D. Honorio en la Era de Bergoglio. Sin embargo, Honorio comenzó a surgir nuevamente en intentos conservadores y neotradicionales de explicar a Bergoglio, como el artículo del Dr. Roberto di Mattei de 2015 Honorio I: El controvertido caso de un Papa hereje. En estos artículos, dondequiera que los historiadores católicos y los teólogos dogmáticos del pasado estuvieran en desacuerdo sobre los hechos, la documentación o los análisis de los mismos, estos polemistas conservadores y neotradicionalistas siempre escogían la posición que parecía más perjudicial para Honorio, y por lo tanto, la más favorable para su propia posición antisedevacantista y de ignorar al Papa.

Este es el mismo procedimiento que el Obispo Schneider ahora sigue con Honorio, para empujar a los lectores a la siguiente conclusión:

“"El Papa Honorio I era falible, estaba equivocado, era un hereje... [Los tres concilios ecuménicos sucesivos, a pesar de que] excomulgaron al Papa Honorio I por herejía ... ni siquiera declararon implícitamente que Honorio I había perdido el papado ipso facto por herejía. De hecho, el pontificado del Papa Honorio I se consideró válido incluso después de que hubiera apoyado la herejía en sus cartas al Patriarca Sergio en el año 634, ya que reinó después otros cuatro años hasta el año 638”.

Estoy seguro de que el Obispo Schneider pensó que este argumento era realmente poderoso y original (como, sin duda, muchos de sus lectores conservadores y neotradicionales). Pero una vez más, si hubiera investigado un poco más, habría descubierto que el argumento ya se había presentado y derribado sumariamente hace mucho tiempo.

E. Sí, otra analogía defectuosa. Como innumerables polemistas tradicionales de los años 70, 80, 90 y 2000, Su Excelencia desea que derivemos por analogía de esta compleja serie de eventos dos principios teológicos generales:

● El caso de Honorio derrota la enseñanza de Belarmino de que un papa hereje pierde automáticamente su cargo.

● El caso Honorio demuestra que los católicos no tienen obligación de asentir al magisterio papal ordinario.

Ambos argumentos analógicos y los principios derivados de ellos son falsos, simplemente porque las propiedades comunes necesarias para que cualquier analogía "funcione" están completamente ausentes de estas analogías.

1. Los historiadores católicos y los teólogos dogmáticos discutieron acaloradamente cuestiones de hecho en el caso de Honorio (si las cartas mostraban que era culpable de herejía o simplemente era blando, el sentido del término “herejía”, el significado de las condenas conciliares, etc.); esto hace que, para empezar, el fundamento fáctico de las analogías no sea fiable.

¿Por qué? Porque uno no puede tener certeza alguna acerca de las propiedades comunes esenciales entre las dos cosas que estamos comparando: el caso de Honorio y la enseñanza de la pérdida del oficio papal de Belarmino.

En lo que se refiere únicamente a las cuestiones de hecho, por lo tanto, la base de la analogía simplemente desaparece.

2. Las cartas en disputa NO ERAN PÚBLICAS; y es sólo la herejía PÚBLICA la que impide que un hereje obtenga o retenga el cargo o la autoridad papal.

El teólogo Hurter y otros dicen que es cierto que: “las cartas de Honorio fueron desconocidas [ignotae] hasta la muerte del Pontífice y la de [el Patriarca] Sergio”. (Medula Theologiae Dogmaticae, 360).

Este solo hecho destruye el caso de Honorio como argumento tanto contra los teólogos posteriores a Bellarmino como contra el sedevacantismo, incluso si se concediera que el contenido de las cartas de Honorio era herético. Porque es sólo la herejía pública la que saca a alguien del cuerpo de la Iglesia, y en el caso del papado, es la herejía pública la que impide que el hereje obtenga o retenga la autoridad papal. La herejía privada en un Papa, por otro lado, no tiene tal efecto.

La existencia de herejía pública en un papa es el fundamento mismo del principio que establece Belarmino, y es la existencia de herejía pública en los papas del Vaticano II a los que los sedevacantistas aplican el principio de Belarmino y sacan sus conclusiones.

Así que el Obispo Schneider, como muchos otros antes que él, está ofreciendo una analogía que no es apropiada, o en lenguaje sencillo, es simplemente tonta, basada en una comparación falsa de manzanas con naranjas.

3. Las cartas en disputa no eran públicas; por lo tanto, no pueden aducirse como argumento analógico contra la obligación de los católicos de dar “el asentimiento del intelecto” a lo que el Papa enseña a través de su auténtico magisterio ordinario.

Las cartas papales que permanecen ocultas y desconocidas a lo largo de un pontificado y solo salen a la luz después de la muerte de un papa no son magisterio en absoluto. El “maestro” (magister) estuvo muerto durante cincuenta años —en este caso, hasta el 680— y no había nadie en el aula.

Y en la presente discusión, son las enseñanzas públicas (ya sea de palabra o de hecho) de los papas del Vaticano II las que los fieles católicos objetan como contrarias a la fe y la moral católica - los errores y males que estos hombres han intentado imponer abierta y manifiestamente a la Iglesia universal en todas partes del mundo. Esto lo han hecho en miles de ocasiones a través de sus innumerables encíclicas, instrucciones, decretos, discursos y actos públicos.

Así que, al igual que con el argumento de la pérdida del cargo papal, la analogía de Honorio carece de otra propiedad común para el principio que intenta probar.

4. El principio sobre el cual Bellarmino y los sedevacantistas basan su posición teológica se deriva de los datos de la revelación —la fe es necesaria para ser miembro de la Iglesia— y, por lo tanto, ofrece un grado de certeza teológica que no se puede obtener de una mera (y en este caso, factualmente cuestionable) analogía.

El argumento por analogía (comparando las propiedades comunes entre dos cosas) nunca puede proporcionar certeza, solo probabilidad. Sólo las semejanzas significativas tienen valor en un argumento de este tipo (Bittle, Science of Correct Thinking, (1950), 348), y no hay ninguna aquí.

Porque en el caso de Honorio, hemos demostrado claramente que los hechos fundamentales de la analogía son discutidos, y que las propiedades comunes requeridas no existen. Además, aun suponiendo que fueran ciertas, no podrían proporcionar un argumento analógico ni siquiera remotamente creíble contra Belarmino, el sedevacantismo y la autoridad docente del auténtico magisterio papal.

Dr. Roberto de Mattei

V. De Mattei: “Algo aceptable”. Mientras que la reacción inicial entre los conservadores y los neotradicionalistas fue aplaudir el artículo del Obispo Schneider, el historiador neotradicionalista Dr. de Roberto Mattei, como se mencionó anteriormente, fue menos entusiasta y, de hecho, adoptó un tono de maldito elogio en una entrevista del 22 de marzo de 2019.

Casi se puede ver a il dottore professore encogerse de hombros cuando dice que el artículo del obispo es "algo aceptable [mi énfasis] en la actualidad, para evitar ese cripto-sedevacantismo al que tienden algunos tradicionalistas", mientras intenta sortear con delicadeza el error de Schneider sobre el acuerdo de los teólogos acerca de la pérdida de oficio del Papa.

Sin embargo, aparentemente, el Dr. de Mattei no creyó que el artículo del obispo sería suficiente para sofocar los pensamientos intrusivos sobre el sedevacantismo entre las tropas conservadoras y neotradicionalistas. Por lo tanto, el buen doctor se sintió obligado a hacer un rifirrafe de tres párrafos sobre cómo, bueno, cuando Belarmino o Cayetano escribían sobre un Papa públicamente herético, realmente querían decir "público" en el sentido de que la herejía era evidente para una sociedad que era plenamente católica.

“Creo que los errores o herejías del papa Francisco, aunque se profesen públicamente, no suponen su pérdida del papado, ya que no son conocidos y manifiestos por la población católica. Cuando hablo de población católica, no me refiero a la opinión pública católica en el sentido más amplio del término, sino a ese grupo restringido de bautizados que hoy mantienen la fe católica en su integridad. Muchos de ellos siguen interpretando pro bono las palabras y acciones del papa Francisco y no perciben malicia alguna. No podemos decir entonces que su pérdida de fe sea evidente y manifiesta”.

Uh Uh. Entonces, dado que, digamos, los educadores católicos en casa que viven fuera de la red en Hayden Lake, Idaho, no han notado las herejías de Bergoglio, ¿él sigue siendo libre como Vicario de Jesucristo en la Tierra? ¿O la pérdida ipso facto del cargo sólo se produciría después de que los educadores en casa y otros como ellos obtuvieran altas puntuaciones en un cuestionario de percepción de la fe y las herejías de Bergoglio?

Pero espera, ¡hay más! No sólo las pequeñas bolsas de católicos despistados pero ortodoxos sacan a Bergoglio del apuro, sino también la gran horda de clérigos y laicos heréticos. ¡Ellos tampoco se han dado cuenta de la herejía!
"la gran mayoría de los bautizados, los sacerdotes, los obispos, incluso el papa, están inmersos en la herejía y muy pocos pueden distinguir la verdadera fe. Así que las indicaciones correctas de los grandes teólogos clásicos son difíciles de seguir en la práctica".
¿Lo tengo? Los millones de herejes que ha creado el Vaticano II ahora no pueden reconocer la herejía como tal, por lo que la herejía papal NO PUEDE realmente ser pública o manifiesta, ¡así que el hereje en jefe obtiene otro pase libre de ellos!

Por lo tanto - a pesar de Internet, todos los blogs, medios de comunicación, Facebook, Twitter, etc., etc. - el Dr. de Mattei nos haría entrar en un mundo de fantasía donde las herejías de Bergoglio no son realmente públicas, no son realmente notorias, no son realmente manifiestas. Y esto, para que los conservadores y los neotraductores no tengan que preocuparse de que las enseñanzas de Belarmino y de otros innumerables teólogos y canonistas católicos se apliquen a Bergoglio y al resto de los papas del Vaticano II, a pesar de que una realidad indiscutiblemente "pública" les está mirando directamente a la cara.

Aquí debemos añadir una observación más. Otros polemistas antisedevacantistas en el pasado han tratado, como el Dr. de Mattei, de encontrar una vía de escape para eludir la enseñanza de Belarmino y compañía sobre un papa herético (y por lo tanto también el sedevacantismo) asignando significados técnicos extravagantes a las palabras descriptoras "público", "manifiesto", "abiertamente divulgado", etc. aplicados al término "herejía".

Esta puerta ya se ha cerrado, porque las palabras descriptoras en cuestión se utilizaban indistintamente antes del Código de 1917 para distinguir la herejía que circulaba a través de documentos o discursos públicos, por ejemplo, de la herejía oculta o secreta -escrita en un diario, o conocida sólo por unas pocas personas discretas. 

¡Es hora de reconocer el problema REAL!


VI. Pero finalmente: No es sólo un "problema de Bergoglio"

“El análisis del obispo Schneider sobre los papas herejes 
puede ser la respuesta que estamos buscando”, se entusiasmó el sitio conservador/neotradicional One Peter 5  (en inglés aquí).

Sin duda, pero es la respuesta equivocada, basada como está en analogías tontas, "hechos" que están mal declarados o simplemente equivocados, fantasías de derecho canónico del País de Nunca Jamás, y errores teológicos. Como hemos demostrado ampliamente más arriba, los conservadores o los neotradicionalistas se engañan a sí mismos si todavía creen que el desayuno teológico que el Obispo Schneider les ha servido ha resuelto su "problema de Bergoglio".

Y de hecho, se engañan aún más si piensan que lo que han estado enfrentando desde el 13 de marzo de 2013 es sólo un problema de Bergoglio. Es, en realidad, un "problema del Vaticano II".

El Vaticano II representó el triunfo de la herejía modernista, dominada por teólogos que eran, como dijo el profesor de Lovaina Jürgen Mettepennigen, "herederos del modernismo". Las semillas envenenadas del error teológico fueron sembradas durante el Concilio, con todos sus sí/no, sus cotorreos existencialistas, sus equívocos, sus ambigüedades, sus evasivas, sus silencios, sus neologismos envenenados, sus redefiniciones, sus falsas equivalencias, sus distinciones destruidas y lo demás.

Bergoglio no es más que un fruto envenenado más de un jardín completamente envenenado, y se ha limitado a aplicar los principios que le dio el Vaticano II. Así que no piensen que incluso aplicando el principio de pérdida de oficio de Belarmino a él podrían deshacerse de alguna manera del problema subyacente que él encarna.

Porque, ¿alguien cree seriamente que Bergoglio abrazó y comenzó a difundir los errores teológicos y las herejías que ahora esparce sólo después de aparecer en la logia de San Pedro hace seis años, sin mozetta? Por supuesto que no - era un hereje antes de ser elegido, y como he señalado en otro lugar, Bergoglio por lo tanto realmente, no tiene nada que perder.

La fuente última de esos errores, y todo el sistema de pensamiento que los originó e hizo posible su implementación, es el modernismo del Vaticano II. A menos que los conservadores y los neotradicionalistas lo admitan y actúen en consecuencia, cambien a un Bergoglio por un Burke-olio y esperen una restauración "desde arriba" será un sueño de tontos, ya que el modernismo del Vaticano II ya ha agrietado y destruido todos los cimientos, ha destrozado las herramientas de los constructores y ha llevado los escombros a un vertedero ecologista.

Admítanlo, amigos. A excepción de un puñado relativamente pequeño de casas seguras de la Misa en Latín, no les queda nada. Toda la lex credendi detrás de la lex orandi ha desaparecido. A vuestro alrededor, el modernismo ha convertido la doctrina y la moral en papilla, ha traducido sus herejías en acción y ha institucionalizado el desprecio por la sumisión a la ley y por la propia noción de jerarquía.

Por eso, en lugar de seguir arremetiendo ineficazmente contra los fantasmas de la "papolatría", el "ultramontanismo", el sedevacantismo y Honorio, los conservadores y neotraductores que buscan preservar la fe deberían, de una vez por todas, dirigir su fuego contra el verdadero enemigo -el Vaticano II- y tronar con una sola voz: "¡Anatema al Concilio ladrón! Mil veces anatema!"


LA ABORTISTA NANCY PELOSI RECIBE LA COMUNIÓN EN UNA MISA PAPAL

Bergoglio ha recibido nuevamente en audiencia a la presidente de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, la abortista Nancy Pelosi, quien además ha recibido la Comunión en la Basílica de San Pedro


Solo días después de la reversión de la nefasta sentencia de Roe vs Wade y no mucho más después de la decisión del arzobispo Salvatore Cordileone ordenara a sus sacerdotes de San Francisco negarle la Comunión por su postura agresivamente proaborto, la presidente de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, Nancy Pelosi, ha recibido la Sagrada Eucaristía en el propio Vaticano, en una misa papal.

Bergoglio ha recibido en audiencia a la presidenta de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, Nancy Pelosi, quien ha recibido la Comunión durante una misa papal en la Basílica de San Pedro, según testigos, a pesar de su respaldo al aborto.

Pelosi asistió a la misa matutina con motivo de la fiesta de San Pedro y San Pablo, durante la cual el pontífice impuso la estola a los arzobispos recién consagrados. La política demócrata abortista se sentó en un lugar reservado para los diplomáticos y recibió la comunión junto al resto de los fieles por parte de uno de los sacerdotes encargados, según dos personas que presenciaron el momento.

El gesto es relevante porque el arzobispo de la archidiócesis de Pelosi, el arzobispo de San Francisco Salvatore Cordileone, dijo que no le permitirá recibir el sacramento en la zona por su apoyo al crimen del aborto. Cordileone ha dejado claro que Pelosi debe retractarse de su respaldo al aborto o bien dejar de hablar en público de su fe católica.

Preguntados sobre este insólito caso de sacrilegio público en la basílica mayor de la Cristiandad, los responsables de comunicación de la Santa Sede han respondido que no tienen nada que comentar.


InfoVaticana

LOGOTIPO "ARCO IRIS" PARA EL JUBILEO 2025

El autor del nuevo logo es un diseñador gráfico de Puglia, actualmente masajista profesional. ¿Quien lo eligió? ¡El “papa” Francisco!


En Italia hay varios miles de diseñadores gráficos, de los cuales al menos 50 son de alto nivel en términos de habilidad y excelencia.

De entre 294 propuestas, la Santa Sede hizo recaer la elección de un logotipo tan importante como el del Jubileo 2025 (ver aquí) en el diseñado por Giacomo Travisani, un antiguo diseñador gráfico que ahora es masajista.

Sí, no estamos de broma, es un masajista de verdad, profesional, con diploma obtenido al finalizar un curso especial de "Evolution Academy®" y profesor, como se podía ver en su perfil de facebook (que hoy 30 de junio de 2022 a las 19:00 era público mientras que a las 23:00 fue puesto como privado).


Según informa Messa in Latino, el logotipo es sencillo, de comprensión simbólica inmediata (aunque con algunos errores) y fácil de leer.

El lema en el que está parcialmente inscrito es "peregrinantes in spem" (peregrinos hacia la esperanza).

Examinemos ahora de algunos hechos.

En el logotipo, en cuyo margen derecho se encuentra la cruz con base en forma de ancla (que, por la referencia a la cruz, tradicionalmente -desde los tiempos de las catacumbas- simboliza sobre todo la firmeza de la fe en la resurrección, y no sólo la esperanza...), destacan cuatro velas antropomórficas en color arco iris: rojo, naranja/amarillo verde y azul (en este orden: los colores del Jubileo 2000 fueron rojo, verde, amarillo, azul y blanco).

Mario Adinolfi, fundador de Popolo della Famiglia, publicó en su cuenta de Instagram: “Pero, carajo, ¿es el Jubileo o el Orgullo Gay? ¿De verdad tenían que elegir el arcoíris en el logo? En fin, seamos claros, yo soy el azul: el último del tren”.




En el perfil de Instagram (que es privado), el Sr. Travisani, publicó una foto con este comentario: “el amor es amor” (en apoyo al “matrimonio” homosexual #loveislove  en 2015, cuando Obama celebró la decisión del Tribunal Supremo de declarar “inconstitucional” la Ley de Defensa del Matrimonio que lo define como 'la unión entre un hombre y una mujer').

Por su parte, el “cardenal” Pietro Parolin, secretario de Estado del Vaticano, dijo durante la presentación del logotipo: “las cuatro figuras representan a la humanidad que viene de los 4 rincones de la tierra y se abrazan en un símbolo de hermandad. El hombrecito que abre la fila está aferrado a una cruz. Todos se conmueven con las olas, símbolo de la peregrinación”.

Mario Adinolfi compartió en su Instagram fotos de la cuenta privada del creador del logo:


Y como frutilla del pastel, una curiosidad encontrada por el autor del blog Vox Cantoris:


Saque el lector sus propias conclusiones...





miércoles, 29 de junio de 2022

DESIDERIO DESIDERAVI (29 DE JUNIO DE 2022)


CARTA APOSTÓLICA

DESIDERIO DESIDERAVI

DEL SANTO PADRE

FRANCISCO

A LOS OBISPOS, A LOS PRESBÍTEROS

Y A LOS DIÁCONOS,

A LAS PERSONAS CONSAGRADAS

Y A TODOS LOS FIELES LAICOS

SOBRE LA FORMACIÓN LITÚRGICA

DEL PUEBLO DE DIOS

Desiderio desideravi

hoc Pascha manducare vobiscum,

antequam patiar
(Lc 22, 15)


1. Queridos hermanos y hermanas:

con esta carta deseo llegar a todos –después de haber escrito a los obispos tras la publicación del Motu Proprio Traditionis custodes– para compartir con vosotros algunas reflexiones sobre la Liturgia, dimensión fundamental para la vida de la Iglesia. El tema es muy extenso y merece una atenta consideración en todos sus aspectos: sin embargo, con este escrito no pretendo tratar la cuestión de forma exhaustiva. Quiero ofrecer simplemente algunos elementos de reflexión para contemplar la belleza y la verdad de la celebración cristiana.

La Liturgia: el “hoy” de la historia de la salvación

2. “Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros, antes de padecer” (Lc 22,15) Las palabras de Jesús con las cuales inicia el relato de la última Cena son el medio por el que se nos da la asombrosa posibilidad de vislumbrar la profundidad del amor de las Personas de la Santísima Trinidad hacia nosotros.

3. Pedro y Juan habían sido enviados a preparar lo necesario para poder comer la Pascua, pero, mirándolo bien, toda la creación, toda la historia –que finalmente estaba a punto de revelarse como historia de salvación– es una gran preparación de aquella Cena. Pedro y los demás están en esa mesa, inconscientes y, sin embargo, necesarios: todo don, para ser tal, debe tener alguien dispuesto a recibirlo. En este caso, la desproporción entre la inmensidad del don y la pequeñez de quien lo recibe es infinita y no puede dejar de sorprendernos. Sin embargo – por la misericordia del Señor – el don se confía a los Apóstoles para que sea llevado a todos los hombres.

4. Nadie se ganó el puesto en esa Cena, todos fueron invitados, o, mejor dicho, atraídos por el deseo ardiente que Jesús tiene de comer esa Pascua con ellos: Él sabe que es el Cordero de esa Pascua, sabe que es la Pascua. Esta es la novedad absoluta de esa Cena, la única y verdadera novedad de la historia, que hace que esa Cena sea única y, por eso, “última”, irrepetible. Sin embargo, su infinito deseo de restablecer esa comunión con nosotros, que era y sigue siendo su proyecto original, no se podrá saciar hasta que todo hombre, de toda tribu, lengua, pueblo y nación (Ap 5,9) haya comido su Cuerpo y bebido su Sangre: por eso, esa misma Cena se hará presente en la celebración de la Eucaristía hasta su vuelta.

5. El mundo todavía no lo sabe, pero todos están invitados al banquete de bodas del Cordero (Ap 19,9). Lo único que se necesita para acceder es el vestido nupcial de la fe que viene por medio de la escucha de su Palabra (cfr. Rom 10,17): la Iglesia lo confecciona a medida, con la blancura de una vestidura lavada en la Sangre del Cordero (cfr. Ap 7,14). No debemos tener ni un momento de descanso, sabiendo que no todos han recibido aún la invitación a la Cena, o que otros la han olvidado o perdido en los tortuosos caminos de la vida de los hombres. Por eso, he dicho que “sueño con una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la evangelización del mundo actual más que para la autopreservación” (Evangelii gaudium, n. 27): para que todos puedan sentarse a la Cena del sacrificio del Cordero y vivir de Él.

6.
Antes de nuestra respuesta a su invitación – mucho antes – está su deseo de nosotros: puede que ni siquiera seamos conscientes de ello, pero cada vez que vamos a Misa, el motivo principal es porque nos atrae el deseo que Él tiene de nosotros. Por nuestra parte, la respuesta posible, la ascesis más exigente es, como siempre, la de entregarnos a su amor, la de dejarnos atraer por Él. Ciertamente, nuestra comunión con el Cuerpo y la Sangre de Cristo ha sido deseada por Él en la última Cena.

7. El contenido del Pan partido es la cruz de Jesús, su sacrificio en obediencia amorosa al Padre. Si no hubiéramos tenido la última Cena, es decir, la anticipación ritual de su muerte, no habríamos podido comprender cómo la ejecución de su sentencia de muerte pudiera ser el acto de culto perfecto y agradable al Padre, el único y verdadero acto de culto. Unas horas más tarde, los Apóstoles habrían podido ver en la cruz de Jesús, si hubieran soportado su peso, lo que significaba “cuerpo entregado”, “sangre derramada”: y es de lo que hacemos memoria en cada Eucaristía. Cuando regresa, resucitado de entre los muertos, para partir el pan a los discípulos de Emaús y a los suyos, que habían vuelto a pescar peces y no hombres, en el lago de Galilea, ese gesto les abre sus ojos, los cura de la ceguera provocada por el horror de la cruz, haciéndolos capaces de “ver” al Resucitado, de creer en la Resurrección.

8. Si hubiésemos llegado a Jerusalén después de Pentecostés y hubiéramos sentido el deseo no sólo de tener noticias sobre Jesús de Nazaret, sino de volver a encontrarnos con Él, no habríamos tenido otra posibilidad que buscar a los suyos para escuchar sus palabras y ver sus gestos, más vivos que nunca. No habríamos tenido otra posibilidad de un verdadero encuentro con Él sino en la comunidad que celebra. Por eso, la Iglesia siempre ha custodiado, como su tesoro más precioso, el mandato del Señor: “haced esto en memoria mía”.

9. Desde los inicios, la Iglesia ha sido consciente que no se trataba de una representación, ni siquiera sagrada, de la Cena del Señor: no habría tenido ningún sentido y a nadie se le habría ocurrido “escenificar” – más aún bajo la mirada de María, la Madre del Señor – ese excelso momento de la vida del Maestro. Desde los inicios, la Iglesia ha comprendido, iluminada por el Espíritu Santo, que aquello que era visible de Jesús, lo que se podía ver con los ojos y tocar con las manos, sus palabras y sus gestos, lo concreto del Verbo encarnado, ha pasado a la celebración de los sacramentos [1].

La Liturgia: lugar del encuentro con Cristo

10. Aquí está toda la poderosa belleza de la Liturgia. Si la Resurrección fuera para nosotros un concepto, una idea, un pensamiento; si el Resucitado fuera para nosotros el recuerdo del recuerdo de otros, tan autorizados como los Apóstoles, si no se nos diera también la posibilidad de un verdadero encuentro con Él, sería como declarar concluida la novedad del Verbo hecho carne. En cambio, la Encarnación, además de ser el único y novedoso acontecimiento que la historia conozca, es también el método que la Santísima Trinidad ha elegido para abrirnos el camino de la comunión. La fe cristiana, o es un encuentro vivo con Él, o no es.

11. La Liturgia nos garantiza la posibilidad de tal encuentro. No nos sirve un vago recuerdo de la última Cena, necesitamos estar presentes en aquella Cena, poder escuchar su voz, comer su Cuerpo y beber su Sangre: le necesitamos a Él. En la Eucaristía y en todos los Sacramentos se nos garantiza la posibilidad de encontrarnos con el Señor Jesús y de ser alcanzados por el poder de su Pascua. El poder salvífico del sacrificio de Jesús, de cada una de sus palabras, de cada uno de sus gestos, mirada, sentimiento, nos alcanza en la celebración de los Sacramentos. Yo soy Nicodemo y la Samaritana, el endemoniado de Cafarnaún y el paralítico en casa de Pedro, la pecadora perdonada y la hemorroisa, la hija de Jairo y el ciego de Jericó, Zaqueo y Lázaro; el ladrón y Pedro, perdonados. El Señor Jesús que inmolado, ya no vuelve a morir; y sacrificado, vive para siempre [2], continúa perdonándonos, curándonos y salvándonos con el poder de los Sacramentos. A través de la encarnación, es el modo concreto por el que nos ama; es el modo con el que sacia esa sed de nosotros que ha declarado en la cruz( Jn 19,28).

12. Nuestro primer encuentro con su Pascua es el acontecimiento que marca la vida de todos nosotros, los creyentes en Cristo: nuestro bautismo. No es una adhesión mental a su pensamiento o la sumisión a un código de comportamiento impuesto por Él: es la inmersión en su pasión, muerte, resurrección y ascensión. No es un gesto mágico: la magia es lo contrario a la lógica de los Sacramentos porque pretende tener poder sobre Dios y, por esa razón, viene del tentador. En perfecta continuidad con la Encarnación, se nos da la posibilidad, en virtud de la presencia y la acción del Espíritu, de morir y resucitar en Cristo.

13. El modo en que acontece es conmovedor. La plegaria de bendición del agua bautismal [3] nos revela que Dios creó el agua precisamente en vista del bautismo. Quiere decir que mientras Dios creaba el agua pensaba en el bautismo de cada uno de nosotros, y este pensamiento le ha acompañado en su actuar a lo largo de la historia de la salvación cada vez que, con un designio concreto, ha querido servirse del agua. Es como si, después de crearla, hubiera querido perfeccionarla para llegar a ser el agua del bautismo. Y por eso la ha querido colmar del movimiento de su Espíritu que se cernía sobre ella (cfr. Gén 1,2) para que contuviera en germen el poder de santificar; la ha utilizado para regenerar a la humanidad en el diluvio (cfr. Gén 6,1-9,29); la ha dominado separándola para abrir una vía de liberación en el Mar Rojo (cfr. Ex 14); la ha consagrado en el Jordán sumergiendo la carne del Verbo, impregnada del Espíritu (cfr. Mt 3,13-17; Mc 1,9-11; Lc 3,21-22). Finalmente, la ha mezclado con la sangre de su Hijo, don del Espíritu inseparablemente unido al don de la vida y la muerte del Cordero inmolado por nosotros, y desde el costado traspasado la ha derramado sobre nosotros ( Jn 19,34). En esta agua fuimos sumergidos para que, por su poder, pudiéramos ser injertados en el Cuerpo de Cristo y, con Él, resucitar a la vida inmortal (cfr. Rom 6,1-11).

La Iglesia: sacramento del Cuerpo de Cristo


14. Como nos ha recordado el Concilio Vaticano II (cfr. Sacrosanctum Concilium, n. 5) citando la Escritura, los Padres y la Liturgia –columnas de la verdadera Tradición– del costado de Cristo dormido en la cruz brotó el admirable sacramento de toda la Iglesia [4]. El paralelismo entre el primer y el nuevo Adán es sorprendente: así como del costado del primer Adán, tras haber dejado caer un letargo sobre él, Dios formó a Eva, así del costado del nuevo Adán, dormido en el sueño de la muerte, nace la nueva Eva, la Iglesia. El estupor está en las palabras que, podríamos imaginar, el nuevo Adán hace suyas mirando a la Iglesia: “Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne” ( Gén 2,23). Por haber creído en la Palabra y haber descendido en el agua del bautismo, nos hemos convertido en hueso de sus huesos, en carne de su carne.

15. Sin esta incorporación, no hay posibilidad de experimentar la plenitud del culto a Dios. De hecho, uno sólo es el acto de culto perfecto y agradable al Padre, la obediencia del Hijo cuya medida es su muerte en cruz. La única posibilidad de participar en su ofrenda es ser hijos en el Hijo. Este es el don que hemos recibido. El sujeto que actúa en la Liturgia es siempre y solo Cristo-Iglesia, el Cuerpo Místico de Cristo.

El sentido teológico de la Liturgia

16. Debemos al Concilio – y al movimiento litúrgico que lo ha precedido – el redescubrimiento de la comprensión teológica de la Liturgia y de su importancia en la vida de la Iglesia: los principios generales enunciados por la Sacrosanctum Concilium, así como fueron fundamentales para la reforma, continúan siéndolo para la promoción de la participación plena, consciente, activa y fructuosa en la celebración (cfr. Sacrosanctum Concilium, nn. 11.14), “fuente primaria y necesaria de donde han de beber los fieles el espíritu verdaderamente cristiano”Sacrosanctum Concilium, n. 14). Con esta carta quisiera simplemente invitar a toda la Iglesia a redescubrir, custodiar y vivir la verdad y la fuerza de la celebración cristiana. Quisiera que la belleza de la celebración cristiana y de sus necesarias consecuencias en la vida de la Iglesia no se vieran desfiguradas por una comprensión superficial y reductiva de su valor o, peor aún, por su instrumentalización al servicio de alguna visión ideológica, sea cual sea. La oración sacerdotal de Jesús en la última cena para que todos sean uno ( Jn 17,21), juzga todas nuestras divisiones en torno al Pan partido, sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de caridad [5].

17.
He advertido en varias ocasiones sobre una tentación peligrosa para la vida de la Iglesia que es la “mundanidad espiritual”: he hablado de ella ampliamente en la Exhortación Evangelii gaudium (nn. 93-97), identificando el gnosticismo y el neopelagianismo como los dos modos vinculados entre sí, que la alimentan.

El primero reduce la fe cristiana a un subjetivismo que encierra al individuo “en la inmanencia de su propia razón o de sus sentimientos” (Evangelii gaudium, n. 94).

El segundo anula el valor de la gracia para confiar sólo en las propias fuerzas, dando lugar a “un elitismo narcisista y autoritario, donde en lugar de evangelizar lo que se hace es analizar y clasificar a los demás, y en lugar de facilitar el acceso a la gracia se gastan las energías en controlar” (Evangelii gaudium, n. 94).

Estas formas distorsionadas del cristianismo pueden tener consecuencias desastrosas para la vida de la Iglesia.

18. Resulta evidente, en todo lo que he querido recordar anteriormente, que la Liturgia es, por su propia naturaleza, el antídoto más eficaz contra estos venenos. Evidentemente, hablo de la Liturgia en su sentido teológico y – ya lo afirmaba Pío XII – no como un ceremonial decorativo… o un mero conjunto de leyes y de preceptos… que ordena el cumplimiento de los ritos [6].

19. Si el gnosticismo nos intoxica con el veneno del subjetivismo, la celebración litúrgica nos libera de la prisión de una autorreferencialidad alimentada por la propia razón o sentimiento: la acción celebrativa no pertenece al individuo sino a Cristo-Iglesia, a la totalidad de los fieles unidos en Cristo. La Liturgia no dice “yo” sino “nosotros”, y cualquier limitación a la amplitud de este “nosotros” es siempre demoníaca. La Liturgia no nos deja solos en la búsqueda de un presunto conocimiento individual del misterio de Dios, sino que nos lleva de la mano, juntos, como asamblea, para conducirnos al misterio que la Palabra y los signos sacramentales nos revelan. Y lo hace, en coherencia con la acción de Dios, siguiendo el camino de la Encarnación, a través del lenguaje simbólico del cuerpo, que se extiende a las cosas, al espacio y al tiempo.

Redescubrir cada día la belleza de la verdad de la celebración cristiana

20. Si el neopelagianismo nos intoxica con la presunción de una salvación ganada con nuestras fuerzas, la celebración litúrgica nos purifica proclamando la gratuidad del don de la salvación recibida en la fe. Participar en el sacrificio eucarístico no es una conquista nuestra, como si pudiéramos presumir de ello ante Dios y ante nuestros hermanos. El inicio de cada celebración me recuerda quién soy, pidiéndome que confiese mi pecado e invitándome a rogar a la bienaventurada siempre Virgen María, a los ángeles, a los santos y a todos los hermanos y hermanas, que intercedan por mí ante el Señor: ciertamente no somos dignos de entrar en su casa, necesitamos una palabra suya para salvarnos (cfr. Mt 8,8). No tenemos otra gloria que la cruz de nuestro Señor Jesucristo (cfr. Gál 6,14). La Liturgia no tiene nada que ver con un moralismo ascético: es el don de la Pascua del Señor que, aceptado con docilidad, hace nueva nuestra vida. No se entra en el cenáculo sino por la fuerza de atracción de su deseo de comer la Pascua con nosotros: Desiderio desideravi hoc Pascha manducare vobiscum, antequam patiar (Lc 22,15).

21. Sin embargo, tenemos que tener cuidado: para que el antídoto de la Liturgia sea eficaz, se nos pide redescubrir cada día la belleza de la verdad de la celebración cristiana. Me refiero, una vez más, a su significado teológico, como ha descrito admirablemente el n. 7 de la Sacrosanctum Concilium: la Liturgia es el sacerdocio de Cristo revelado y entregado a nosotros en su Pascua, presente y activo hoy a través de los signos sensibles (agua, aceite, pan, vino, gestos, palabras) para que el Espíritu, sumergiéndonos en el misterio pascual, transforme toda nuestra vida, conformándonos cada vez más con Cristo.

22. El redescubrimiento continuo de la belleza de la Liturgia no es la búsqueda de un esteticismo ritual, que se complace sólo en el cuidado de la formalidad exterior de un rito, o se satisface con una escrupulosa observancia de las rúbricas. Evidentemente, esta afirmación no pretende avalar, de ningún modo, la actitud contraria que confunde lo sencillo con una dejadez banal, lo esencial con la superficialidad ignorante, lo concreto de la acción ritual con un funcionalismo práctico exagerado.

23. Seamos claros: hay que cuidar todos los aspectos de la celebración (espacio, tiempo, gestos, palabras, objetos, vestiduras, cantos, música, ...) y observar todas las rúbricas: esta atención sería suficiente para no robar a la asamblea lo que le corresponde, es decir, el misterio pascual celebrado en el modo ritual que la Iglesia establece. Pero, incluso, si la calidad y la norma de la acción celebrativa estuvieran garantizadas, esto no sería suficiente para que nuestra participación fuera plena.

Asombro ante el misterio pascual, parte esencial de la acción litúrgica

24. Si faltara el asombro por el misterio pascual que se hace presente en la concreción de los signos sacramentales, podríamos correr el riesgo de ser realmente impermeables al océano de gracia que inunda cada celebración. No bastan los esfuerzos, aunque loables, para una mejor calidad de la celebración, ni una llamada a la interioridad: incluso ésta corre el riesgo de quedar reducida a una subjetividad vacía si no acoge la revelación del misterio cristiano. El encuentro con Dios no es fruto de una individual búsqueda interior, sino que es un acontecimiento regalado: podemos encontrar a Dios por el hecho novedoso de la Encarnación que, en la última cena, llega al extremo de querer ser comido por nosotros. ¿Cómo se nos puede escapar lamentablemente la fascinación por la belleza de este don?

25. Cuando digo asombro ante el misterio pascual, no me refiero en absoluto a lo que, me parece, se quiere expresar con la vaga expresión “sentido del misterio”: a veces, entre las supuestas acusaciones contra la reforma litúrgica está la de haberlo – se dice – eliminado de la celebración. El asombro del que hablo no es una especie de desorientación ante una realidad oscura o un rito enigmático, sino que es, por el contrario, admiración ante el hecho de que el plan salvífico de Dios nos haya sido revelado en la Pascua de Jesús (cfr. Ef 1,3-14), cuya eficacia sigue llegándonos en la celebración de los “misterios”, es decir, de los sacramentos. Sin embargo, sigue siendo cierto que la plenitud de la revelación tiene, en comparación con nuestra finitud humana, un exceso que nos trasciende y que tendrá su cumplimiento al final de los tiempos, cuando vuelva el Señor. Si el asombro es verdadero, no hay ningún riesgo de que no se perciba la alteridad de la presencia de Dios, incluso en la cercanía que la Encarnación ha querido. Si la reforma hubiera eliminado ese “sentido del misterio”, más que una acusación sería un mérito. La belleza, como la verdad, siempre genera asombro y, cuando se refiere al misterio de Dios, conduce a la adoración.

26. El asombro es parte esencial de la acción litúrgica porque es la actitud de quien sabe que está ante la peculiaridad de los gestos simbólicos; es la maravilla de quien experimenta la fuerza del símbolo, que no consiste en referirse a un concepto abstracto, sino en contener y expresar, en su concreción, lo que significa.

La necesidad de una seria y vital formación litúrgica

27. Es ésta, pues, la cuestión fundamental: ¿cómo recuperar la capacidad de vivir plenamente la acción litúrgica? La reforma del Concilio tiene este objetivo. El reto es muy exigente, porque el hombre moderno – no en todas las culturas del mismo modo – ha perdido la capacidad de confrontarse con la acción simbólica, que es una característica esencial del acto litúrgico.

28. La posmodernidad – en la que el hombre se siente aún más perdido, sin referencias de ningún tipo, desprovisto de valores, porque se han vuelto indiferentes, huérfano de todo, en una fragmentación en la que parece imposible un horizonte de sentido – sigue cargando con la pesada herencia que nos dejó la época anterior, hecha de individualismo y subjetivismo (que recuerdan, una vez más, al pelagianismo y al gnosticismo), así como por un espiritualismo abstracto que contradice la naturaleza misma del hombre, espíritu encarnado y, por tanto, en sí mismo capaz de acción y comprensión simbólica.

29.
La Iglesia reunida en el Concilio ha querido confrontarse con la realidad de la modernidad, reafirmando su conciencia de ser sacramento de Cristo, luz de las gentes (Lumen Gentium), poniéndose a la escucha atenta de la palabra de Dios (Dei Verbum) y reconociendo como propios los gozos y las esperanzas (Gaudium et spes) de los hombres de hoy. Las grandes Constituciones conciliares son inseparables, y no es casualidad que esta única gran reflexión del Concilio Ecuménico – la más alta expresión de la sinodalidad de la Iglesia, de cuya riqueza estoy llamado a ser, con todos vosotros, custodio – haya partido de la Liturgia (Sacrosanctum Concilium).

30.
Concluyendo la segunda sesión del Concilio (4 de diciembre de 1963) san Pablo VI se expresaba así [7]:

«Por lo demás, no ha quedado sin fruto la ardua e intrincada discusión, puestos que uno de los temas, el primero que fue examinado, y en un cierto sentido el primero también por la excelencia intrínseca y por su importancia para la vida de la Iglesia, el de la sagrada Liturgia, ha sido terminado y es hoy promulgado por Nos solemnemente. Nuestro espíritu exulta de gozo ante este resultado. Nos rendimos en esto el homenaje conforme a la escala de valores y deberes: Dios en el primer puesto; la oración, nuestra primera obligación; la Liturgia, la primera fuente de la vida divina que se nos comunica, la primera escuela de nuestra vida espiritual, el primer don que podemos hacer al pueblo cristiano, que con nosotros que cree y ora, y la primera invitación al mundo para que desate en oración dichosa y veraz su lengua muda y sienta el inefable poder regenerador de cantar con nosotros las alabanzas divinas y las esperanzas humanas, por Cristo Señor en el Espíritu Santo».

31.
En esta carta no puedo detenerme en la riqueza de cada una de las expresiones, que dejo a vuestra meditación. Si la Liturgia es “la cumbre a la cual tiende la acción de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza” (Sacrosanctum Concilium, n. 10), comprendemos bien lo que está en juego en la cuestión litúrgica. Sería banal leer las tensiones, desgraciadamente presentes en torno a la celebración, como una simple divergencia entre diferentes sensibilidades sobre una forma ritual. La problemática es, ante todo, eclesiológica. No veo cómo se puede decir que se reconoce la validez del Concilio – aunque me sorprende un poco que un católico pueda presumir de no hacerlo – y no aceptar la reforma litúrgica nacida de la Sacrosanctum Concilium, que expresa la realidad de la Liturgia en íntima conexión con la visión de la Iglesia descrita admirablemente por la Lumen Gentium. Por ello – como expliqué en la carta enviada a todos los Obispos – me sentí en el deber de afirmar que “los libros litúrgicos promulgados por los Santos Pontífices Pablo VI y Juan Pablo II, en conformidad con los decretos del Concilio Vaticano II, como única expresión de la lex orandi del Rito Romano” (Motu Proprio Traditionis custodes, art. 1).

La no aceptación de la reforma, así como una comprensión superficial de la misma, nos distrae de la tarea de encontrar las respuestas a la pregunta que repito: ¿cómo podemos crecer en la capacidad de vivir plenamente la acción litúrgica? ¿Cómo podemos seguir asombrándonos de lo que ocurre ante nuestros ojos en la celebración? Necesitamos una formación litúrgica seria y vital.

32. Volvamos de nuevo al Cenáculo de Jerusalén: en la mañana de Pentecostés nació la Iglesia, célula inicial de la nueva humanidad. Sólo la comunidad de hombres y mujeres reconciliados, porque han sido perdonados; vivos, porque Él está vivo; verdaderos, porque están habitados por el Espíritu de la verdad, puede abrir el angosto espacio del individualismo espiritual.

33.
Es la comunidad de Pentecostés la que puede partir el Pan con la certeza de que el Señor está vivo, resucitado de entre los muertos, presente con su palabra, con sus gestos, con la ofrenda de su Cuerpo y de su Sangre. Desde aquel momento, la celebración se convierte en el lugar privilegiado, no el único, del encuentro con Él. Sabemos que, sólo gracias a este encuentro, el hombre llega a ser plenamente hombre. Sólo la Iglesia de Pentecostés puede concebir al hombre como persona, abierto a una relación plena con Dios, con la creación y con los hermanos.

34. Aquí se plantea la cuestión decisiva de la formación litúrgica. Dice Guardini: “Así se perfila también la primera tarea práctica: sostenidos por esta transformación interior de nuestro tiempo, debemos aprender nuevamente a situarnos ante la relación religiosa como hombres en sentido pleno” [8]. Esto es lo que hace posible la Liturgia, en esto es en lo que nos debemos formar. El propio Guardini no duda en afirmar que, sin formación litúrgica, “las reformas en el rito y en el texto no sirven de mucho” [9]. No pretendo ahora tratar exhaustivamente el riquísimo tema de la formación litúrgica: sólo quiero ofrecer algunos puntos de reflexión. Creo que podemos distinguir dos aspectos: la formación para la Liturgia y la formación desde la Liturgia. El primero está en función del segundo, que es esencial.

35.
Es necesario encontrar cauces para una formación como estudio de la Liturgia: a partir del movimiento litúrgico, se ha hecho mucho en este sentido, con valiosas aportaciones de muchos estudiosos e instituciones académicas. Sin embargo, es necesario difundir este conocimiento fuera del ámbito académico, de forma accesible, para que todo creyente crezca en el conocimiento del sentido teológico de la Liturgia –ésta es la cuestión decisiva y fundante de todo conocimiento y de toda práctica litúrgica–, así como en el desarrollo de la celebración cristiana, adquiriendo la capacidad de comprender los textos eucológicos, los dinamismos rituales y su valor antropológico.

36. Pienso en la normalidad de nuestras asambleas que se reúnen para celebrar la Eucaristía el día del Señor, domingo tras domingo, Pascua tras Pascua, en momentos concretos de la vida de las personas y de las comunidades, en diferentes edades de la vida: los ministros ordenados realizan una acción pastoral de primera importancia cuando llevan de la mano a los fieles bautizados para conducirlos a la repetida experiencia de la Pascua. Recordemos siempre que es la Iglesia, Cuerpo de Cristo, el sujeto celebrante, no sólo el sacerdote. El conocimiento que proviene del estudio es sólo el primer paso para poder entrar en el misterio celebrado. Es evidente que, para poder guiar a los hermanos y a las hermanas, los ministros que presiden la asamblea deben conocer el camino, tanto por haberlo estudiado en el mapa de la ciencia teológica, como por haberlo frecuentado en la práctica de una experiencia de fe viva, alimentada por la oración, ciertamente no sólo como un compromiso que cumplir. En el día de la ordenación, todo presbítero siente decir a su obispo: «Considera lo que realizas e imita lo que conmemoras, y conforma tu vida con el misterio de la cruz del Señor» [10].

37. La configuración del estudio de la Liturgia en los seminarios debe tener en cuenta también la extraordinaria capacidad que la celebración tiene en sí misma para ofrecer una visión orgánica del conocimiento teológico. Cada disciplina de la teología, desde su propia perspectiva, debe mostrar su íntima conexión con la Liturgia, en virtud de la cual se revela y realiza la unidad de la formación sacerdotal (cfr. Sacrosanctum Concilium, n. 16). Una configuración litúrgico-sapiencial de la formación teológica en los seminarios tendría ciertamente efectos positivos, también en la acción pastoral. No hay ningún aspecto de la vida eclesial que no encuentre su culmen y su fuente en ella. La pastoral de conjunto, orgánica, integrada, más que ser el resultado de la elaboración de complicados programas, es la consecuencia de situar la celebración eucarística dominical, fundamento de la comunión, en el centro de la vida de la comunidad. La comprensión teológica de la Liturgia no permite, de ninguna manera, entender estas palabras como si todo se redujera al aspecto cultual. Una celebración que no evangeliza, no es auténtica, como no lo es un anuncio que no lleva al encuentro con el Resucitado en la celebración: ambos, pues, sin el testimonio de la caridad, son como un metal que resuena o un címbalo que aturde (cfr. 1Cor 13,1).

38. Para los ministros y para todos los bautizados, la formación litúrgica, en su primera acepción, no es algo que se pueda conquistar de una vez para siempre: puesto que el don del misterio celebrado supera nuestra capacidad de conocimiento, este compromiso deberá ciertamente acompañar la formación permanente de cada uno, con la humildad de los pequeños, actitud que abre al asombro.

39. Una última observación sobre los seminarios: además del estudio, deben ofrecer también la oportunidad de experimentar una celebración, no sólo ejemplar desde el punto de vista ritual, sino auténtica, vital, que permita vivir esa verdadera comunión con Dios, a la cual debe tender también el conocimiento teológico. Sólo la acción del Espíritu puede perfeccionar nuestro conocimiento del misterio de Dios, que no es cuestión de comprensión mental, sino de una relación que toca la vida. Esta experiencia es fundamental para que, una vez sean ministros ordenados, puedan acompañar a las comunidades en el mismo camino de conocimiento del misterio de Dios, que es misterio de amor.

40. Esta última consideración nos lleva a reflexionar sobre el segundo significado con el que podemos entender la expresión “formación litúrgica”. Me refiero al ser formados, cada uno según su vocación, por la participación en la celebración litúrgica. Incluso el conocimiento del estudio que acabo de mencionar, para que no se convierta en racionalismo, debe estar en función de la puesta en práctica de la acción formativa de la Liturgia en cada creyente en Cristo.

41. De cuanto hemos dicho sobre la naturaleza de la Liturgia, resulta evidente que el conocimiento del misterio de Cristo, cuestión decisiva para nuestra vida, no consiste en una asimilación mental de una idea, sino en una real implicación existencial con su persona. En este sentido, la Liturgia no tiene que ver con el “conocimiento”, y su finalidad no es primordialmente pedagógica (aunque tiene un gran valor pedagógico: cfr. Sacrosanctum Concilium, n. 33) sino que es la alabanza, la acción de gracias por la Pascua del Hijo, cuya fuerza salvadora llega a nuestra vida. La celebración tiene que ver con la realidad de nuestro ser dóciles a la acción del Espíritu, que actúa en ella, hasta que Cristo se forme en nosotros (cfr. Gál 4,19). La plenitud de nuestra formación es la conformación con Cristo. Repito: no se trata de un proceso mental y abstracto, sino de llegar a ser Él. Esta es la finalidad para la cual se ha dado el Espíritu, cuya acción es siempre y únicamente confeccionar el Cuerpo de Cristo. Es así con el pan eucarístico, es así para todo bautizado llamado a ser, cada vez más, lo que recibió como don en el bautismo, es decir, ser miembro del Cuerpo de Cristo. León Magno escribe: «Nuestra participación en el Cuerpo y la Sangre de Cristo no tiende a otra cosa sino a convertirnos en lo que comemos» [11].

42.
Esta implicación existencial tiene lugar – en continuidad y coherencia con el método de la Encarnación – por vía sacramental. La Liturgia está hecha de cosas que son exactamente lo contrario de abstracciones espirituales: pan, vino, aceite, agua, perfume, fuego, ceniza, piedra, tela, colores, cuerpo, palabras, sonidos, silencios, gestos, espacio, movimiento, acción, orden, tiempo, luz. Toda la creación es manifestación del amor de Dios: desde que ese mismo amor se ha manifestado en plenitud en la cruz de Jesús, toda la creación es atraída por Él. Es toda la creación la que es asumida para ser puesta al servicio del encuentro con el Verbo encarnado, crucificado, muerto, resucitado, ascendido al Padre. Así como canta la plegaria sobre el agua para la fuente bautismal, al igual que la del aceite para el sagrado crisma y las palabras de la presentación del pan y el vino, frutos de la tierra y del trabajo del hombre.

43. La Liturgia da gloria a Dios no porque podamos añadir algo a la belleza de la luz inaccesible en la que Él habita (cfr. 1 Tim 6,16) o a la perfección del canto angélico, que resuena eternamente en las moradas celestiales. La Liturgia da gloria a Dios porque nos permite, aquí en la tierra, ver a Dios en la celebración de los misterios y, al verlo, revivir por su Pascua: nosotros, que estábamos muertos por los pecados, hemos revivido por la gracia con Cristo (cfr. Ef 2,5), somos la gloria de Dios. Ireneo, doctor unitatis, nos lo recuerda: «La gloria de Dios es el hombre vivo, y la vida del hombre consiste en la visión de Dios: si ya la revelación de Dios a través de la creación da vida a todos los seres que viven en la tierra, ¡cuánto más la manifestación del Padre a través del Verbo es causa de vida para los que ven a Dios!» [12].

44. Guardini escribe: «Con esto se delinea la primera tarea del trabajo de la formación litúrgica: el hombre ha de volver a ser capaz de símbolos» [13]. Esta tarea concierne a todos, ministros ordenados y fieles. La tarea no es fácil, porque el hombre moderno es analfabeto, ya no sabe leer los símbolos, apenas conoce de su existencia. Esto también ocurre con el símbolo de nuestro cuerpo. Es un símbolo porque es la unión íntima del alma y el cuerpo, visibilidad del alma espiritual en el orden de lo corpóreo, y en ello consiste la unicidad humana, la especificidad de la persona irreductible a cualquier otra forma de ser vivo. Nuestra apertura a lo trascendente, a Dios, es constitutiva: no reconocerla nos lleva inevitablemente a un no conocimiento, no sólo de Dios, sino también de nosotros mismos. No hay más que ver la forma paradójica en que se trata al cuerpo, o bien tratado casi obsesivamente en pos del mito de la eterna juventud, o bien reducido a una materialidad a la cual se le niega toda dignidad. El hecho es que no se puede dar valor al cuerpo sólo desde el cuerpo. Todo símbolo es a la vez poderoso y frágil: si no se respeta, si no se trata como lo que es, se rompe, pierde su fuerza, se vuelve insignificante.

Ya no tenemos la mirada de San Francisco, que miraba al sol –al que llamaba hermano porque así lo sentía –, lo veía bellu e radiante cum grande splendore y, lleno de asombro, cantaba: de te Altissimu, porta significatione [14]. Haber perdido la capacidad de comprender el valor simbólico del cuerpo y de toda criatura hace que el lenguaje simbólico de la Liturgia sea casi inaccesible para el hombre moderno. No se trata, sin embargo, de renunciar a ese lenguaje: no se puede renunciar a él porque es el que la Santísima Trinidad ha elegido para llegar a nosotros en la carne del Verbo. Se trata más bien de recuperar la capacidad de plantear y comprender los símbolos de la Liturgia. No hay que desesperar, porque en el hombre esta dimensión, como acabo de decir, es constitutiva y, a pesar de los males del materialismo y del espiritualismo – ambos negación de la unidad cuerpo y alma –, está siempre dispuesta a reaparecer, como toda verdad.

45. Entonces, la pregunta que nos hacemos es ¿cómo volver a ser capaces de símbolos? ¿Cómo volver a saber leerlos para vivirlos? Sabemos muy bien que la celebración de los sacramentos es – por la gracia de Dios – eficaz en sí misma (ex opere operato), pero esto no garantiza una plena implicación de las personas sin un modo adecuado de situarse frente al lenguaje de la celebración. La lectura simbólica no es una cuestión de conocimiento mental, de adquisición de conceptos, sino una experiencia vital.

46.
Ante todo, debemos recuperar la confianza en la creación. Con esto quiero decir que las cosas – con las cuales “se hacen” los sacramentos – vienen de Dios, están orientadas a Él y han sido asumidas por Él, especialmente con la encarnación, para que pudieran convertirse en instrumentos de salvación, vehículos del Espíritu, canales de gracia. Aquí se advierte la distancia, tanto de la visión materialista, como espiritualista. Si las cosas creadas son parte irrenunciable de la acción sacramental que lleva a cabo nuestra salvación, debemos situarnos ante ellas con una mirada nueva, no superficial, respetuosa, agradecida. Desde el principio, contienen la semilla de la gracia santificante de los sacramentos.

47. Otra cuestión decisiva – reflexionando de nuevo sobre cómo nos forma la Liturgia – es la educación necesaria para adquirir la actitud interior, que nos permita situar y comprender los símbolos litúrgicos. Lo expreso de forma sencilla. Pienso en los padres y, más aún, en los abuelos, pero también en nuestros párrocos y catequistas. Muchos de nosotros aprendimos de ellos el poder de los gestos litúrgicos, como la señal de la cruz, el arrodillarse o las fórmulas de nuestra fe. Quizás puede que no tengamos un vivo recuerdo de ello, pero podemos imaginar fácilmente el gesto de una mano más grande que toma la pequeña mano de un niño y acompañándola lentamente mientras traza, por primera vez, la señal de nuestra salvación. El movimiento va acompañado de las palabras, también lentas, como para apropiarse de cada instante de ese gesto, de todo el cuerpo: «En el nombre del Padre... y del Hijo... y del Espíritu Santo... Amén». Para después soltar la mano del niño y, dispuesto a acudir en su ayuda, ver cómo repite él solo ese gesto ya entregado, como si fuera un hábito que crecerá con él, vistiéndolo de la manera que sólo el Espíritu conoce. A partir de ese momento, ese gesto, su fuerza simbólica, nos pertenece o, mejor dicho, pertenecemos a ese gesto, nos da forma, somos formados por él. No es necesario hablar demasiado, no es necesario haber entendido todo sobre ese gesto: es necesario ser pequeño, tanto al entregarlo, como al recibirlo. El resto es obra del Espíritu. Así hemos sido iniciados en el lenguaje simbólico. No podemos permitir que nos roben esta riqueza. A medida que crecemos, podemos tener más medios para comprender, pero siempre con la condición de seguir siendo pequeños.

Ars celebrandi

48. Un modo para custodiar y para crecer en la comprensión vital de los símbolos de la Liturgia es, ciertamente, cuidar el arte de celebrar. Esta expresión también es objeto de diferentes interpretaciones. Se entiende más claramente teniendo en cuenta el sentido teológico de la Liturgia descrito en el número 7 de Sacrosanctum Concilium, al cual nos hemos referido varias veces. El ars celebrandi no puede reducirse a la mera observancia de un aparato de rúbricas, ni tampoco puede pensarse en una fantasiosa – a veces salvaje – creatividad sin reglas. El rito es en sí mismo una norma, y la norma nunca es un fin en sí misma, sino que siempre está al servicio de la realidad superior que quiere custodiar.

49. Como cualquier arte, requiere diferentes conocimientos.

En primer lugar, la comprensión del dinamismo que describe la Liturgia. El momento de la acción celebrativa es el lugar donde, a través del memorial, se hace presente el misterio pascual para que los bautizados, en virtud de su participación, puedan experimentarlo en su vida: sin esta comprensión, se cae fácilmente en el “exteriorismo” (más o menos refinado) y en el rubricismo (más o menos rígido).

Es necesario, pues, conocer cómo actúa el Espíritu Santo en cada celebración: el arte de celebrar debe estar en sintonía con la acción del Espíritu. Sólo así se librará de los subjetivismos, que son el resultado de la prevalencia de las sensibilidades individuales, y de los culturalismos, que son incorporaciones sin criterio de elementos culturales, que nada tienen que ver con un correcto proceso de inculturación.

Por último, es necesario conocer la dinámica del lenguaje simbólico, su peculiaridad, su eficacia.

50. De estas breves observaciones se desprende que el arte de celebrar no se puede improvisar. Como cualquier arte, requiere una aplicación asidua. Un artesano sólo necesita la técnica; un artista, además de los conocimientos técnicos, no puede carecer de inspiración, que es una forma positiva de posesión: el verdadero artista no posee un arte, ni es poseído por él. Uno no aprende el arte de celebrar porque asista a un curso de oratoria o de técnicas de comunicación persuasiva (no juzgo las intenciones, veo los efectos). Toda herramienta puede ser útil, pero siempre debe estar sujeta a la naturaleza de la Liturgia y a la acción del Espíritu. Es necesaria una dedicación diligente a la celebración, dejando que la propia celebración nos transmita su arte. Guardini escribe: «Debemos darnos cuenta de lo profundamente arraigados que estamos todavía en el individualismo y el subjetivismo, de lo poco acostumbrados que estamos a la llamada de las cosas grandes y de lo pequeña que es la medida de nuestra vida religiosa. Hay que despertar el sentido de la grandeza de la oración, la voluntad de implicar también nuestra existencia en ella. Pero el camino hacia estas metas es la disciplina, la renuncia a un sentimentalismo blando; un trabajo serio, realizado en obediencia a la Iglesia, en relación con nuestro ser y nuestro comportamiento religioso» [15]. Así es como se aprende el arte de la celebración.

51.
Al hablar de este tema, podemos pensar que sólo concierne a los ministros ordenados que ejercen el servicio de la presidencia. En realidad, es una actitud a la que están llamados a vivir todos los bautizados. Pienso en todos los gestos y palabras que pertenecen a la asamblea: reunirse, caminar en procesión, sentarse, estar de pie, arrodillarse, cantar, estar en silencio, aclamar, mirar, escuchar. Son muchas las formas en que la asamblea, como un solo hombre (Neh 8,1), participa en la celebración. Realizar todos juntos el mismo gesto, hablar todos a la vez, transmite a los individuos la fuerza de toda la asamblea. Es una uniformidad que no sólo no mortifica, sino que, por el contrario, educa a cada fiel a descubrir la auténtica singularidad de su personalidad, no con actitudes individualistas, sino siendo conscientes de ser un solo cuerpo. No se trata de tener que seguir un protocolo litúrgico: se trata más bien de una “disciplina” – en el sentido utilizado por Guardini – que, si se observa con autenticidad, nos forma: son gestos y palabras que ponen orden en nuestro mundo interior, haciéndonos experimentar sentimientos, actitudes, comportamientos. No son el enunciado de un ideal en el que inspirarnos, sino una acción que implica al cuerpo en su totalidad, es decir, ser unidad de alma y cuerpo.

52. Entre los gestos rituales que pertenecen a toda la asamblea, el silencio ocupa un lugar de absoluta importancia. Varias veces se prescribe expresamente en las rúbricas: toda la celebración eucarística está inmersa en el silencio que precede a su inicio y marca cada momento de su desarrollo ritual. En efecto, está presente en el acto penitencial; después de la invitación a la oración; en la Liturgia de la Palabra (antes de las lecturas, entre las lecturas y después de la homilía); en la plegaria eucarística; después de la comunión [16]. No es un refugio para esconderse en un aislamiento intimista, padeciendo la ritualidad como si fuera una distracción: tal silencio estaría en contradicción con la esencia misma de la celebración. El silencio litúrgico es mucho más: es el símbolo de la presencia y la acción del Espíritu Santo que anima toda la acción celebrativa, por lo que, a menudo, constituye la culminación de una secuencia ritual. Precisamente porque es un símbolo del Espíritu, tiene el poder de expresar su acción multiforme. Así, retomando los momentos que he recordado anteriormente, el silencio mueve al arrepentimiento y al deseo de conversión; suscita la escucha de la Palabra y la oración; dispone a la adoración del Cuerpo y la Sangre de Cristo; sugiere a cada uno, en la intimidad de la comunión, lo que el Espíritu quiere obrar en nuestra vida para conformarnos con el Pan partido. Por eso, estamos llamados a realizar con extremo cuidado el gesto simbólico del silencio: en él nos da forma el Espíritu.

53. Cada gesto y cada palabra contienen una acción precisa que es siempre nueva, porque encuentra un momento siempre nuevo en nuestra vida. Permitidme explicarlo con un sencillo ejemplo. Nos arrodillamos para pedir perdón; para doblegar nuestro orgullo; para entregar nuestras lágrimas a Dios; para suplicar su intervención; para agradecerle un don recibido: es siempre el mismo gesto, que expresa esencialmente nuestra pequeñez ante Dios. Sin embargo, realizado en diferentes momentos de nuestra vida, modela nuestra profunda interioridad y posteriormente se manifiesta externamente en nuestra relación con Dios y con nuestros hermanos. Arrodillarse debe hacerse también con arte, es decir, con plena conciencia de su significado simbólico y de la necesidad que tenemos de expresar, mediante este gesto, nuestro modo de estar en presencia del Señor. Si todo esto es cierto para este simple gesto, ¿cuánto más para la celebración de la Palabra? ¿Qué arte estamos llamados a aprender al proclamar la Palabra, al escucharla, al hacerla inspiración de nuestra oración, al hacer que se haga vida? Todo ello merece el máximo cuidado, no formal, exterior, sino vital, interior, porque cada gesto y cada palabra de la celebración expresada con “arte” forma la personalidad cristiana del individuo y de la comunidad.

54. Si bien es cierto que el ars celebrandi concierne a toda la asamblea que celebra, no es menos cierto que los ministros ordenados deben cuidarlo especialmente. Visitando comunidades cristianas he comprobado, a menudo, que su forma de vivir la celebración está condicionada – para bien, y desgraciadamente también para mal – por la forma en que su párroco preside la asamblea. Podríamos decir que existen diferentes “modelos” de presidencia. He aquí una posible lista de actitudes que, aunque opuestas, caracterizan a la presidencia de forma ciertamente inadecuada: rigidez austera o creatividad exagerada; misticismo espiritualizador o funcionalismo práctico; prisa precipitada o lentitud acentuada; descuido desaliñado o refinamiento excesivo; afabilidad sobreabundante o impasibilidad hierática. A pesar de la amplitud de este abanico, creo que la inadecuación de estos modelos tiene una raíz común: un exagerado personalismo en el estilo celebrativo que, en ocasiones, expresa una mal disimulada manía de protagonismo. Esto suele ser más evidente cuando nuestras celebraciones se difunden en red, cosa que no siempre es oportuno y sobre la que deberíamos reflexionar. Eso sí, no son estas las actitudes más extendidas, pero las asambleas son objeto de ese “maltrato” frecuentemente.

55. Se podría decir mucho sobre la importancia y el cuidado de la presidencia. En varias ocasiones me he detenido en la exigente tarea de la homilía [17]. Me limitaré ahora a algunas consideraciones más amplias, queriendo, de nuevo, reflexionar con vosotros sobre cómo somos formados por la Liturgia. Pienso en la normalidad de las Misas dominicales en nuestras comunidades: me refiero, pues, a los presbíteros, pero implícitamente a todos los ministros ordenados.

56. El presbítero vive su participación propia durante la celebración en virtud del don recibido en el sacramento del Orden: esta tipología se expresa precisamente en la presidencia. Como todos los oficios que está llamado a desempeñar, éste no es, primariamente, una tarea asignada por la comunidad, sino la consecuencia de la efusión del Espíritu Santo recibida en la ordenación, que le capacita para esta tarea. El presbítero también es formado al presidir la asamblea que celebra.

57. Para que este servicio se haga bien – con arte – es de fundamental importancia que el presbítero tenga, ante todo, la viva conciencia de ser, por misericordia, una presencia particular del Resucitado. El ministro ordenado es en sí mismo uno de los modos de presencia del Señor que hacen que la asamblea cristiana sea única, diferente de cualquier otra (cfr. Sacrosanctum Concilium, n. 7). Este hecho da profundidad “sacramental” –en sentido amplio– a todos los gestos y palabras de quien preside. La asamblea tiene derecho a poder sentir en esos gestos y palabras el deseo que tiene el Señor, hoy como en la última cena, de seguir comiendo la Pascua con nosotros. Por tanto, el Resucitado es el protagonista, y no nuestra inmadurez, que busca asumir un papel, una actitud y un modo de presentarse, que no le corresponde. El propio presbítero se ve sobrecogido por este deseo de comunión que el Señor tiene con cada uno: es como si estuviera colocado entre el corazón ardiente de amor de Jesús y el corazón de cada creyente, objeto de su amor. Presidir la Eucaristía es sumergirse en el horno del amor de Dios. Cuando se comprende o, incluso, se intuye esta realidad, ciertamente ya no necesitamos un directorio que nos dicte el adecuado comportamiento. Si lo necesitamos, es por la dureza de nuestro corazón. La norma más excelsa y, por tanto, más exigente, es la realidad de la propia celebración eucarística, que selecciona las palabras, los gestos, los sentimientos, haciéndonos comprender si son o no adecuados a la tarea que han de desempeñar. Evidentemente, esto tampoco se puede improvisar: es un arte, requiere la aplicación del sacerdote, es decir, la frecuencia asidua del fuego del amor que el Señor vino a traer a la tierra (cfr. Lc 12,49).

58. Cuando la primera comunidad parte el pan en obediencia al mandato del Señor, lo hace bajo la mirada de María, que acompaña los primeros pasos de la Iglesia: “perseveraban unánimes en la oración, junto con algunas mujeres y María, la madre de Jesús” (Hch 1,14). La Virgen Madre “supervisa” los gestos de su Hijo encomendados a los Apóstoles. Como ha conservado en su seno al Verbo hecho carne, después de acoger las palabras del ángel Gabriel, la Virgen conserva también ahora en el seno de la Iglesia aquellos gestos que conforman el cuerpo de su Hijo. El presbítero, que en virtud del don recibido por el sacramento del Orden repite esos gestos, es custodiado en las entrañas de la Virgen. ¿Necesitamos una norma que nos diga cómo comportarnos?

59. Convertidos en instrumentos para que arda en la tierra el fuego de su amor, custodiados en las entrañas de María, Virgen hecha Iglesia (como cantaba san Francisco), los presbíteros se dejan modelar por el Espíritu que quiere llevar a término la obra que comenzó en su ordenación. La acción del Espíritu les ofrece la posibilidad de ejercer la presidencia de la asamblea eucarística con el temor de Pedro, consciente de su condición de pecador (cfr. Lc 5,1-11), con la humildad fuerte del siervo sufriente (cfr. Is 42 ss), con el deseo de “ser comido” por el pueblo que se les confía en el ejercicio diario de su ministerio.

60. La propia celebración educa a esta cualidad de la presidencia; repetimos, no es una adhesión mental, aunque toda nuestra mente, así como nuestra sensibilidad, estén implicadas en ella. El presbítero está, por tanto, formado para presidir mediante las palabras y los gestos que la Liturgia pone en sus labios y en sus manos.

No se sienta en un trono [18], porque el Señor reina con la humildad de quien sirve.

No roba la centralidad del altar, signo de Cristo, de cuyo lado, traspasado en la cruz, brotó sangre y agua, inicio de los sacramentos de la Iglesia y centro de nuestra alabanza y acción de gracias [19].

Al acercarse al altar para la ofrenda, se enseña al presbítero la humildad y el arrepentimiento con las palabras: «Acepta, Señor, nuestro corazón contrito y nuestro espíritu humilde; que este sea hoy nuestro sacrificio y que sea agradable en tu presencia, Señor, Dios nuestro» [20].

No puede presumir de sí mismo por el ministerio que se le ha confiado, porque la Liturgia le invita a pedir ser purificado, con el signo del agua: «Lava del todo mi delito, Señor, y limpia mi pecado» [21].

Las palabras que la Liturgia pone en sus labios tienen distintos significados, que requieren tonalidades específicas: por la importancia de estas palabras, se pide al presbítero un verdadero ars dicendi. Éstas dan forma a sus sentimientos interiores, ya sea en la súplica al Padre en nombre de la asamblea, como en la exhortación dirigida a la asamblea, así como en las aclamaciones junto con toda la asamblea.

Con la plegaria eucarística –en la que participan también todos los bautizados escuchando con reverencia y silencio e interviniendo con aclamaciones [22]– el que preside tiene la fuerza, en nombre de todo el pueblo santo, de recordar al Padre la ofrenda de su Hijo en la última cena, para que ese inmenso don se haga de nuevo presente en el altar. Participa en esa ofrenda con la ofrenda de sí mismo. El presbítero no puede hablar al Padre de la última cena sin participar en ella. No puede decir: «Tomad y comed todos de él, porque esto es mi Cuerpo, que será entregado por vosotros», y no vivir el mismo deseo de ofrecer su propio cuerpo, su propia vida por el pueblo a él confiado. Esto es lo que ocurre en el ejercicio de su ministerio.

El presbítero es formado continuamente en la acción celebrativa por todo esto y mucho más.

* * *

61. He querido ofrecer simplemente algunas reflexiones que ciertamente no agotan el inmenso tesoro de la celebración de los santos misterios. Pido a todos los obispos, presbíteros y diáconos, a los formadores de los seminarios, a los profesores de las facultades teológicas y de las escuelas de teología, y a todos los catequistas, que ayuden al pueblo santo de Dios a beber de la que siempre ha sido la fuente principal de la espiritualidad cristiana. Estamos continuamente llamados a redescubrir la riqueza de los principios generales expuestos en los primeros números de la Sacrosanctum Concilium, comprendiendo el íntimo vínculo entre la primera Constitución conciliar y todas las demás. Por eso, no podemos volver a esa forma ritual que los Padres Conciliares, cum Petro y sub Petro, sintieron la necesidad de reformar, aprobando, bajo la guía del Espíritu y según su conciencia de pastores, los principios de los que nació la reforma. Los santos Pontífices Pablo VI y Juan Pablo II, al aprobar los libros litúrgicos reformados ex decreto Sacrosancti Œcumenici Concilii Vaticani II, garantizaron la fidelidad de la reforma al Concilio. Por eso, escribí Traditionis custodes, para que la Iglesia pueda elevar, en la variedad de lenguas, una única e idéntica oración capaz de expresar su unidad [23]. Esta unidad que, como ya he escrito, pretendo ver restablecida en toda la Iglesia de Rito Romano.

62. Quisiera que esta carta nos ayudara a reavivar el asombro por la belleza de la verdad de la celebración cristiana, a recordar la necesidad de una auténtica formación litúrgica y a reconocer la importancia de un arte de la celebración, que esté al servicio de la verdad del misterio pascual y de la participación de todos los bautizados, cada uno con la especificidad de su vocación.

Toda esta riqueza no está lejos de nosotros: está en nuestras iglesias, en nuestras fiestas cristianas, en la centralidad del domingo, en la fuerza de los sacramentos que celebramos. La vida cristiana es un continuo camino de crecimiento: estamos llamados a dejarnos formar con alegría y en comunión.

63. Por eso, me gustaría dejaros una indicación más para proseguir en nuestro camino. Os invito a redescubrir el sentido del año litúrgico y del día del Señor: también esto es una consigna del Concilio (cfr. Sacrosanctum Concilium, nn. 102-111).

64. A la luz de lo que hemos recordado anteriormente, entendemos que el año litúrgico es la posibilidad de crecer en el conocimiento del misterio de Cristo, sumergiendo nuestra vida en el misterio de su Pascua, mientras esperamos su vuelta. Se trata de una verdadera formación continua. Nuestra vida no es una sucesión casual y caótica de acontecimientos, sino un camino que, de Pascua en Pascua, nos conforma a Él mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo [24].

65. En el correr del tiempo, renovado por la Pascua, cada ocho días la Iglesia celebra, en el domingo, el acontecimiento de la salvación. El domingo, antes de ser un precepto, es un regalo que Dios hace a su pueblo (por eso, la Iglesia lo protege con un precepto). La celebración dominical ofrece a la comunidad cristiana la posibilidad de formarse por medio de la Eucaristía. De domingo a domingo, la Palabra del Resucitado ilumina nuestra existencia queriendo realizar en nosotros aquello para lo que ha sido enviada (cfr. Is 55,10-11). De domingo a domingo, la comunión en el Cuerpo y la Sangre de Cristo quiere hacer también de nuestra vida un sacrificio agradable al Padre, en la comunión fraterna que se transforma en compartir, acoger, servir. De domingo a domingo, la fuerza del Pan partido nos sostiene en el anuncio del Evangelio en el que se manifiesta la autenticidad de nuestra celebración.

Abandonemos las polémicas para escuchar juntos lo que el Espíritu dice a la Iglesia, mantengamos la comunión, sigamos asombrándonos por la belleza de la Liturgia. Se nos ha dado la Pascua, conservemos el deseo continuo que el Señor sigue teniendo de poder comerla con nosotros. Bajo la mirada de María, Madre de la Iglesia.

Dado en Roma, en San Juan de Letrán, a 29 de junio, solemnidad de los Santos Pedro y Pablo, Apóstoles, del año 2022, décimo de mi pontificado.


FRANCISCO


¡Tiemble el hombre todo entero, estremézcase el mundo todo

y exulte el cielo cuando Cristo, el Hijo de Dios vivo,

se encuentra sobre el altar en manos del sacerdote!

¡Oh celsitud admirable y condescendencia asombrosa!

¡Oh sublime humildad, oh humilde sublimidad:

que el Señor del mundo universo, Dios e Hijo de Dios,

se humilla hasta el punto de esconderse,

para nuestra salvación, bajo una pequeña forma de pan!

Mirad, hermanos, la humildad de Dios

y derramad ante Él vuestros corazones;

humillaos también vosotros, para ser enaltecidos por Él.

En conclusión:

nada de vosotros retengáis para vosotros mismos

a fin de enteros os reciba el que todo entero se os entrega.


San Francisco de Asís, Carta a toda la Orden II, 26-29


[1] Cfr. Leo Magnus, Sermo LXXIV: De ascensione Domini II, 1: «quod […] Redemptoris nostri conspicuum fuit, in sacramenta transivit».

[2] Præfatio paschalis III, Missale Romanum (2008) p.367: «Qui immolátus iam non móritur, sed semper vivit occísus».

[3] Cfr. Missale Romanum (2008) p. 532.

[4] Cfr. Augustinus, Enarrationes in psalmos. Ps. 138,2; Oratio post septimam lectionem, Vigilia Paschalis, Missale Romanum (2008) p. 359; Super oblata, Pro Ecclesia (B), Missale Romanum (2008) p. 1076.

[5] Cfr. Augustinus, In Ioannis Evangelium tractatus XXVI,13.

[6] Litteræ encyclicæ Mediator Dei (20 Novembris 1947) en AAS 39 (1947) 532.

[7] AAS 56 (1964) 34.

[8] R. Guardini, Liturgische Bildung (1923) en Liturgie und liturgische Bildung (Mainz 1992) p. 43.

[9] R. Guardini, Der Kultakt und die gegenwärtige Aufgabe der Liturgischen Bildung (1964) en Liturgie und liturgische Bildung (Mainz 1992) p. 14.

[10] De Ordinatione Episcopi, Presbyterorum et Diaconorum (1990) p. 95: «Agnosce quod ages, imitare quod tractabis, et vitam tuam mysterio dominicæ crucis conforma».

[11] Leo Magnus, Sermo XII: De Passione III, 7.

[12] Irenæus Lugdunensis, Adversus hæreses IV, 20, 7.

[13] R. Guardini, Liturgische Bildung (1923) en Liturgie und liturgische Bildung (Mainz 1992) p. 36.

[14] Cantico delle Creature, Fonti Francescane, n. 263.

[15] R. Guardini, Liturgische Bildung (1923) en Liturgie und liturgische Bildung (Mainz 1992) p. 99.

[16] Cfr. Institutio Generalis Missalis Romani, nn. 45; 51; 54-56; 66; 71; 78; 84; 88; 271.

[17] Ver Exhortación apostólica Evangelii gaudium (24 Noviembre 2013), nn. 135-144.

[18] Cfr. Institutio Generalis Missalis Romani, n. 310.

[19] Prex dedicationis en Ordo dedicationis ecclesiæ et altaris (1977) p. 102.

[20] Missale Romanum (2008) p. 515: «In spiritu humilitatis et in animo contrito suscipiamur a te, Domine; et sic fiat sacrificium nostrum in conspectu tuo hodie, ut placeat tibi, Domine Deus».

[21] Missale Romanum (2008) p. 515: «Lava me, Domine, ab iniquitate mea, et a peccato meo munda me».

[22] Cfr. Institutio Generalis Missalis Romani, nn. 78-79.

[23] Cfr. Paulus VI, Constitutio apostolica Missale Romanum (3 Aprilis 1969) en AAS 61 (1969) 222.

[24] Missale Romanum (2008) p. 598: «… exspectantes beatam spem et adventum Salvatoris nostri Iesu Christi».