Por Nicky Blasi (15 años, estudiante)
Quien controla el pasado controla el futuro
Quien controla el presente controla el pasado
George Orwell, 1984
La profundidad expresada en esta frase va más allá de ser mera tinta sobre el papel, incluso leyéndola una vez no se puede captar plenamente el significado intrínseco que merece, hay que leerla y releerla varias veces y al mismo tiempo reflexionar detenidamente sobre la época en que vivimos.
Dos años trágicos pero cristalinos en los que la conciencia floreció y se cultivó en paralelo a la deriva autoritaria emprendida por nuestro país nos ha permitido entender, incluso comprender, cómo aquella frase escrita en 1948 y dejada a la posteridad como advertencia, la estamos viviendo hoy directamente en nuestra piel.
Tal vez me equivoque al utilizar el plural, pero después de dos años de restricciones plandémicas, seguramente para mí y para un pequeño porcentaje de personas es fácil reflexionar dentro del legado orwelliano y es igual de fácil captar el profundo significado que este duro y oscuro período ha grabado en todos nosotros.
Desde un análisis superficial, podría ser simplista y reductor calificarlos como dos años desperdiciados. Dos años de adolescencia que nunca recuperaré. Dos años en los que debería haber tenido mis primeras experiencias vitales como vosotros, los adultos, cuando teníais mi edad, vivíais vuestra adolescencia en libertad y despreocupación disfrutando del sabor de la vida; un derecho que a los jóvenes como yo se nos negó. Sigo sin poder entender cómo ustedes, los adultos que se supone que debían defendernos, no han hecho más que obedecer ciegamente todas las tonterías escritas por esa "gente" puesta en el gobierno de hoy.
Sí... ustedes, los adultos... ustedes los adultos que no han protegido a sus hijos, a sus nietos. Utilizaron la disuasión de un v1rus conveniente para justificar la pérdida del temperamento moral o más vulgarmente... los cojones.
Una buena parte se trata de personas engañadas por su propio gobierno, pero otra parte se trata de personas que han elegido meter la cabeza en la arena y entregar su propio futuro y el de sus hijos por un cómodo sofá y una serie de televisión. Luchar para defender sus derechos robados era demasiado agotador.
Pero si algo me ha enseñado este período es que compadecerse de uno mismo no aporta ningún valor añadido, así que me paro a pensar, miro dentro de mí; quiero encontrar el lado bueno, ¡porque está presente en todas las circunstancias!
Sólo frenando la comprensible rabia, el nerviosismo, calmando la inquietud de haberme sentido durante mucho tiempo como un alma solitaria entre mis compañeros con los que estaba perdiendo la confrontación, porque todo el mundo se había vuelto ilógico, a un paso entre la distopía y la locura.
Como dije, el lado bueno es que sin este periodo oscurantista probablemente nunca habría alcanzado este nivel de conciencia y conocimiento interior, quizás incluso al crecer, nunca habría tenido la agudeza y la fuerza para atreverme a cuestionar el conocimiento tal y como nos lo enseñan en los libros de texto, por ejemplo, habría creído en la narrativa oficial sobre la cuestión de Ucrania, habría seguido creyendo en los Estados Unidos como los grandes pacificadores del mundo libre, y nunca habría llegado a conocer y leer las obras maestras del periodista y escritor Franco Fracassi, que fue capaz de cambiar mi percepción de los hechos históricos tal y como los he conocido siempre en los libros de texto.
Sin duda, nunca habría tenido el honor de conocer a tantas personas nuevas capaces de enriquecer mi vida. Este periodo me proporcionó un conocimiento de los fundamentos jurídicos y un valor que no creía mío, y me sirvió para desobedecer las disposiciones más opresivas de nuestro pasado histórico reciente.
Pero conviene hacer una aclaración en este punto: para todos nosotros no se trataba sólo de desobedecer reglamentos, disposiciones y circulares estúpidas. No se trata sólo de resistir y desaprobar activamente las normas anticientíficas e ilegales publicitadas por los medios de comunicación televisivos y los "virólogos estrellas" como si fueran normas divinas que hay que obedecer del mismo modo que los mandamientos cristianos.
El verdadero reto, el más duro, ha sido enfrentarse, o más bien chocar con nuestros propios compatriotas que han sido cegados y ensordecidos por el miedo a la muerte propagado por el sistema de información. Primero fueron subyugados con el miedo y luego mantenidos a flote con la ilusión dogmática hacia la ciencia y el culto farmacéutico.
Sí, el terrorismo televisivo... si pudiera haber una clasificación de responsabilidades, yo daría el primer lugar a todos los grandes órganos de prensa, a los que, definir como serviles a la propaganda como dignos sucesores del Istituto Luce sería reductor, probablemente el sustantivo más apropiado a utilizar debería ser éste: cómplices.
Desde hace varias semanas el aire ha cambiado, muchos periodistas y "virólogos estrellas" empiezan a criticar las decisiones del gobierno. Pero hoy no debemos olvidar que la responsabilidad de lo que hemos vivido durante dos años y medio recae en gran medida en la actuación de estos pedissequi (Del latín pedisequus como el sirviente de la antigua Roma que acompañaba a su amo a pie).
Es innegable cómo las innumerables mentiras, distorsiones, teatros y noticias falsas artísticamente empaquetadas y servidas diariamente en repetición con el propósito de inculcar en las mentes ya frágiles y aterrorizadas de los ciudadanos la noción de cómo, violar las reglas de esta nueva normalidad sería directamente proporcional en infectar al vecino condenándolo al contagio del mortal virus Cov1d.
Todos los demás ciudadanos confiaban ciegamente en los dictados del Partido y si todos los documentos que circulaban informaban de la misma historia que el Partido imponía, entonces la mentira se convertía en verdad y pasaba a la historia.
George Orwell, 1984
Yo era un tímido niño de 13 años que cursaba el octavo grado cuando comenzó la llamada "primera ola" de la "pandem1α del cov1d19", o circov1d, dejaré que ustedes decidan el término correcto.
Todo comenzó con las imágenes difundidas por los informativos de ciudadanos chinos que se desplomaban repentinamente en el suelo, mientras tanto en Italia comenzaba a extenderse un lento y silencioso pero dirigido alarmismo, saltando luego en medio mundo civilizado, el v1rus apareció de la nada en el norte de Italia y nuestro país fue bloqueado, aislado y cada ciudadano se encerró en su casa. Dos términos desconocidos se asomaron a nuestro lenguaje común: encierro-confinamiento.
Así aquellos primeros días de marzo de 2020, comenzó el lema de los 14 días de paciencia. En mi ingenuidad casi me sentí feliz por esas dos semanas de vacaciones, no era consciente de lo que vendría después de esos primeros 14 días.
No podía entender cómo esto cambiaría luego radicalmente mi vida; no podía saber cómo cambiaría la sociedad, cómo cambiaría mi ser, pero sobre todo cómo viviría yo.
La mentalidad de mi familia ciertamente me ayudó a afrontar este encierro con serenidad y sin ningún miedo a "la enfermedad"; disfrutamos de la tranquilidad del arresto domiciliario hasta mayo, pasé esos tres meses con la enseñanza a distancia, las mañanas y las tardes las pasé leyendo todos los libros de la casa.
Una época que hoy lamento: porque sólo los que han asistido al Liceo Classico pueden saber y entender el volumen de estudio que requiere y por qué después de pasar horas y horas en tomos de libros al final uno no tiene ganas de leer nada más.
Por ello, alternaba la lectura de libros con películas y empecé, por curiosidad, a oír lo que mi padre escuchaba. Así que fue en este contexto en el que comencé a ser un fiel oyente de la contrainformación, desde la ya navegada Byoblu hasta lo que entonces estaba en pañales: Contro.Tv.
Me embelesó de inmediato el conocimiento intelectual, el dominio de una lengua refinada y antigua, la plenitud histórica y la lectura clarividente del futuro de este tipo con bigote, con un nombre gracioso y desconocido para mí en 2020, el periodista y escritor Giulietto Chiesa.
También conocí y aprecié a Massimo Mazzucco, aprendí mucho de su forma lógica y puntual de razonar, de su capacidad para unir las piezas en una línea crítica de razonamiento, y en esos largos días de arresto domiciliario en los que ocupar el día era bastante exigente, hice un maratón de todos sus documentales disponibles en la web; me fascinaba cómo conseguía unir tanta información en un perfecto hilo lógico sobre temas espinosos y sensibles. Uno no podía quedarse indiferente ante los temas narrados y las preguntas formuladas.
Así que fue a raíz de las restricciones, empecé a cultivar la duda, e ingenuamente compartí (estos documentales) con algunos de mis amigos.
Inmediatamente me ridiculizaron porque además de cuestionar la versión oficial global y unilateral de los hechos, bastaba con teclear Massimo Mazzucco en Google para leer en Wikipedia: bloguero italiano, partidario activo de diversas teorías conspirativas.
Esto fue suficiente para comprender que yo había hablado demasiado, porque inmediatamente me pusieron la etiqueta de negacionista conspiranoico. Probablemente no vieron ni 15 minutos de los documentales que les envié. Ahí tuve un claro ejemplo del sabio proverbio: les señalas la luna pero te miran el dedo.
Era el ejemplo perfecto de una realidad que no podía conocer en aquel momento, cuando era un estudiante de octavo grado. Hoy comprendo perfectamente el largo trabajo de manipulación mental que se lleva a cabo en todos los ámbitos de nuestra vida para lograr la destrucción del pensamiento crítico y la erradicación de la duda.
Hoy tengo la certeza de que es mucho más cómodo y fácil mirar el dedo, hacer una búsqueda en la web y que internet te diga lo que tienes que pensar sobre una persona o una cosa.
Otra anécdota que leí en aquellos días (un ladrillo de un libro de 650 páginas: Cold War, de M. Beschloss) cuyo significado sólo puedo captar hoy, que se me escapó por completo hace dos años. La frase en cuestión estaba expuesta con relevancia, la leí y me dije: ¿qué tiene de especial esta frase?
La frase de este forastero, citada por un tal Von Clausewitz:
La guerra no es más que la continuación de la política por otros medios
Sólo hoy asocio y comprendo la profundidad y el calado de esas palabras, cuyo ejemplo más claro es la guerra de Ucrania, que no es otra cosa más que la continuación de la política de control y compresión de las libertades, pero por otros medios, además del cov1d.
Aunque la escuela estaba cerrada (practicaban esa tragedia de la enseñanza a distancia) las primeras desavenencias y discusiones acaloradas empezaron a brotar y arder en los chats de WhatsApp debido a las diferentes oleadas de pensamiento, poco después me condenaron al ostracismo por el simple hecho de estar informado de forma discordante, según ellos.
Poco a poco me fui encerrando en mí mismo, estaba enfadado con el mundo entero, no concebía por qué mi vida tenía que ser tan dura y solitaria, por qué mis amigos no entendían cosas que para mí estaban clarísimas, pero sobre todo, no entendía por qué no querían escuchar otras opiniones que a mí me estaban abriendo los ojos; aceptaba, pero sin entender, su miedo y hipocondría.
Por el contrario, mi familia y yo salíamos a menudo a pasear y a jugar a pesar de que habían acordonado los límites municipales y nos habían prohibido básicamente salir de casa, y aunque viví "la primera ola" sin especial preocupación y el hecho de no tener el más mínimo miedo hizo que el aislamiento y las restricciones me resultaran terriblemente indigestas; sobre todo, porque lo mires por donde lo mires, el resultado no cambiaba: estaba aislado y echaba de menos a mis amigos.
Desde los primeros días en que la televisión mostró imágenes de chinos cayendo al suelo, mi padre intuyó un posible enésimo intento de atemorizar a la población para empujarla hacia el dogma sanitario e inculcarle la cultura de una futura sociedad farmacologizada, que ya se había anticipado en la época de la ley Lorenzin y de la falsa epidemia de sarampión y de anteriores intentos de aterrorizar con epidemias que nunca cuajaron... Mi padre nos mantuvo a todos relativamente tranquilos en cuanto a la salud... Lo cierto es que en esta ocasión se pasaron de la raya, por lo que era difícil entender la realidad desde la conspiración.
No quiero parecer un intrépido negacionista, pero tal vez sea importante aclarar que en ese momento llevaba 4 años sin tener una línea de fiebre y ahora estoy celebrando 6 años sin ella... Un brillante ejemplo de la cita de Claude Bernard: el suelo lo es todo, el microbio no es nada.
Recuerdo cómo en mayo estaba sumido en la desesperación social, buscando asiduamente algunos amigos con los que salir a la calle (la vergüenza de los parques vallados, la policía usando drones, etc.) y dar patadas a un balón. Nunca encontré a nadie. Nunca.
No pregunté si el rechazo se debía al miedo al v1rus o a las sanciones.
Precisamente a propósito de esta última desgracia de los parques vallados y de la actividad deportiva básica que se nos negó a todos, pero especialmente a los jóvenes, me viene a la memoria una escandalosa confesión que ustedes, los adultos, han olvidado pronto, hecha en aquellos días a finales de abril de 2020, por el subsecretario de la presidencia de la región de Emilia Romagna, un tal Davide Baruffi, (porque es justo mencionar su nombre y su apellido para que se le recuerde siempre con infamia) en la que decía:
Dijimos no a la actividad motriz en general, no porque representara el primer factor de riesgo de contagio, sino porque queríamos dar la sensación de que el régimen de restricciones al que estábamos sometidos tenía que ser muy estricto.
Más claro que eso, ¿qué más se puede añadir? Por suerte para él, los adultos de hoy en día son muy tranquilos y obedientes.
Hoy, al ver los reportajes de contrainformación, a menudo se vuelven a escuchar fragmentos del primer ministro (deliberadamente en minúsculas) en la presentación de la sucesión de los distintos DPCM.
Volviendo a leerlos hoy, después de dos años, hay que reconocer que siempre nos han dicho todo a la cara sin ocultarnos nada, desgraciadamente muy pocos lo entendieron en aquellas primeras semanas.
Como dije al principio de la carta, los grandes culpables, en mi opinión, son los periodistas. Me hago eco de una persona de la que realmente he aprendido mucho y por la que siento una estima y un respeto ilimitados, un ejemplo a seguir: Leonardo Facco, alguien que tuvo el valor de romper su carné de periodista.
Es innegable cómo desde el principio la información fue parcial y unilateral, precisamente en los meses en los que la gente estaba encerrada en su casa con la televisión encendida a todas horas. Fueron víctimas forzadas de la desinformación y del lavado de cerebro inconsciente hacia el miedo a la muerte.
Los médicos y profesionales disidentes del pensamiento único del régimen no fueron invitados a los programas de entrevistas y, en todo caso, cuando se les invitó, fueron en extremo dispares en número, se les despidió tras unas pocas palabras y se les ridiculizó a propósito para que parecieran locos "teóricos de la conspiración".
Tampoco hay que olvidar cómo, entre los primeros movimientos del gobierno "para contrarrestar la emergencia sanitaria", se erigió un freno para bloquear el creciente fenómeno de la contrainformación, para lo que se crearon grupo de tareas contra las fake news, a los que se entregó arbitrariamente el poder de la censura y fueron elevados a la categoría de controladores de la única verdad.
Sí, lo sé... es muy del Ministerio de la Verdad descrito en 1984 de Orwell....
En este punto, la sencilla pero ilustrada frase del famoso escritor Upton Sinclair sella el tema de los periodistas como una lápida:
"Es difícil hacer que una persona entienda algo, cuando su salario depende de que no lo entienda".
Una frase quizás trillada pero que encierra la esencia la labor de propaganda de los periodistas cuyo objetivo sigue siendo la obediencia ciega y cuyo servicio sólo sirve para aplacar al pueblo a la voluntad del gobierno.
Antes de volver a mí, me gustaría dedicar un recuerdo a todas las víctimas que pagaron con su vida.
Al pensar en cuántos abuelos, padres, madres, no salieron vivos de la "primera ola", mis ojos se llenan de sentimiento y mi corazón de tristeza. Los seres queridos que fueron dejados solos, abandonados en la espera, con el conocimiento de un fallecimiento que sería el suyo.
Abandonados en los rincones, en las salas de los hospitales, sin tener la posibilidad de ser atendidos.
Abandonados en el momento supremo de la muerte, ahí, cuando más necesitas a un familiar a tu lado para que te tome de la mano y acompañe espiritualmente.
En mi mente sólo puedo empatizar con ellos, abandonados en una camilla, enfermos y moribundos, pero lúcidos al entender que habían sido abandonados como basura, esperando que la muerte llegue. No puedo describir la maldad de la que los seres humanos fueron autores y víctimas durante ese tiempo.
Volviendo a mí... Nunca volví a ver a mis profesores, excepto detrás de un monitor, hice mi examen de octavo grado de la manera que llegamos a conocer (aprendizaje a distancia).
En un momento determinado de la presentación de mi trabajo oral, la conexión se cayó y perdí la mitad de los 20 minutos de que disponía porque no pude restablecer la conexión con el enlace del examen.
No pude presentarme todo lo bien que podría haberlo hecho y aprobé el examen con una nota que no merecía.
Cuando se me pasó la frustración, recé para no tener que volver a lidiar con esa basura de enseñanza en línea, pero no era consciente de lo que nos depararía el año siguiente a los alumnos. ¡Lo mejor estaba por llegar!
Pasé el verano sin pensamientos "pandémicos", no es que los tuviera, pero en aquel momento no había ninguna de las restricciones y hábitos mentales que sufrimos hoy en día: las máscaras no eran obligatorias, no había chantaje de vacunación ni ningún tipo de pase para la vida social, en cierto modo había una apariencia de vuelta a la normalidad.
Incluso con mis amigos, en cierto modo, todas las discusiones se zanjaron, me divertí con ellos y, al mismo tiempo, me preparé muy bien para el primer año en el difícil instituto clásico. Mi plan era hacer los dos años de bachillerato y luego participar en la selección para la escuela militar y después la academia.
No podía imaginar que, un año después, todos mis anhelados sueños se verían truncados sólo por la voluntad de otros, las obligaciones, el chantaje y los requisitos de entrada.
Habíamos llegado al final de la "primera ola"; en el próximo otoño se manifestaría la "segunda ola", en la que nuevas experiencias me harían descubrir un valor que nunca creí poseer y en la que me encontraría recorriendo caminos inexplorados junto a muchas personas nuevas que nunca había conocido.
Nicky Blasi, estudiante
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