domingo, 31 de agosto de 2025

CARTA ABIERTA DEL P. BASILIO MERAMO (✞ 2024) A BERNARD FELLAY

Esta Carta del padre Méramo fue publicada el 26 de enero de 2009, previa a su expulsión de la FSSPX por su indignación ante el acercamiento de la Fraternidad con la Roma conciliar.


Contexto sobre la vida religiosa y la expulsión de la FSSPX del padre Basilio Meramo (✞ 2024)

El padre Méramo había ingresado al Seminario de La Reja a principios de los 80's, y fue ordenado en Ecóne por Mons. Lefebvre. Fue Superior de la Fraternidad de San Pío X en España, Portugal, Colombia, Chile y México.

Después de una serie de cartas públicas extremadamente confrontativas a monseñor Bernard Fellay, Superior General de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X (FSSPX), el padre Basilio Méramo fue finalmente informado de la decisión del Superior General de expulsarlo de las filas de la Fraternidad el 7 de abril de 2009, por su oposición pública a los acercamientos con Roma. Buscó entonces la ayuda de conocidos y amigos para establecerse en España, pero al no conseguirlo, tuvo que regresar a Bogotá y establecer allí una pequeña Capilla.

Desde el momento en que el padre Méramo supo de la decisión “papal” de “levantar de las excomuniones” en 2009, continuó haciendo públicas sus objeciones críticas al respecto.

El padre Méramo falleció el 5 de marzo de 2024, víctima de cáncer. 


26 de enero de 2009

Estimado Monseñor:

Dados los acontecimientos que afectan a toda nuestra Sociedad (SSPX), tanto a los miembros como a los fieles, me veo obligado a dirigirle esta carta pública con gran tristeza y dolor. No puedo permanecer en silencio ante el levantamiento del decreto de excomunión por parte de la Roma apóstata -llamada así en más de una ocasión por Mons. Lefebvre-, que había sido solicitado mediante una cruzada de un millón de rosarios entregados a Roma con este fin. Esto supone, al menos implícitamente, reconocer, queramos o no, que hemos sido excomulgados, a pesar de las excusas pueriles para demostrar lo contrario.

Usted lo reconoció en su sermón en Flavigny (2 de febrero de 2006) cuando dijo: “Hemos solicitado el levantamiento del decreto de excomunión, su anulación; pero decir anular es ya decir que reconocemos algo”.

Personalmente y en conciencia, como miembro perpetuo de la Sociedad, me siento obligado a manifestar mi total desacuerdo con este acto. Lo digo clara y públicamente ante Dios y la Iglesia Católica, única Arca de la Salvación, única y exclusiva Esposa de Cristo. Ella no es, como desea el ecumenismo reinante, una religión más dentro del Panteón donde habitan todas las religiones falsas, cada una con su altar y sus derechos, conviviendo en una pacífica y abominable coexistencia similar al reinado del Anticristo.

El ramo de flores (un millón de rosarios) entregado a la Roma modernista y apóstata —la gran ramera roja que cabalga sobre la Bestia, es decir, la religión prostituida, corrompida y adulterada, como solía llamarla el padre Castellani— fue un acto de concesión edulcorada y encubierta.

Fue esta [apostasía] la que asombró al Apóstol puro y virginal San Juan Evangelista, el más amado, porque era el nudo gordiano del misterio de la iniquidad dentro del Lugar Santo y una desolación abominable en el Templo: la religión falsificada cohabitando con los poderes mundanos y fornicando con los reyes de la tierra.

Levantar o anular el decreto de excomunión no es lo mismo que declarar su invalidez y nulidad desde el principio. Además, si se puede anular y, en consecuencia, declarar la anulación de un decreto que hasta ahora era válido y legítimo, solo sirve para expresar y ratificar que hasta ahora era válido y legítimo. Solo a partir de este momento cesa dicha excomunión.

En resumen, mientras que se puede anular y considerar anulada una ley justa que ha perdido su razón de ser, no ocurre lo mismo con una ley injusta, como la sanción de excomunión de la Tradición [obispos de la FSSPX], porque es inválida y nula dada su falta de legitimidad, veracidad, justicia y derecho. Una ley injusta es per se inválida y nula; nunca fue una ley. Solo una ley válida, legítima y justa puede ser anulada. Estas dos cosas pueden parecer similares, pero son dos cosas diferentes.

Solicitar la revocación del decreto de excomunión no es lo mismo que pedir o exigir el reconocimiento de su nulidad absoluta y su total invalidez. Son cosas distintas, aunque similares. No reconocerlo revela una falta de comprensión. Quien no acepta esta distinción es o bien un ingenuo o bien un malintencionado. Nadie puede confundir la nulidad con la anulación de un decreto.

Es evidente que para la Roma modernista este acto significa la remisión de una pena —la censura de la excomunión—, ya que las penas correctivas, como es el caso de las censuras, se levantan según lo establecido en el Derecho Canónico para la remisión de una pena. Por lo tanto, es muy claro que quien acepta este levantamiento de una pena lo hace porque se considera culpable de ella en términos jurídicos. Y es lógico que el censurado se alegre de que, con la remisión de la sanción, sea perdonado.

Cuando un obispo, hijo de Mons. Lefebvre, lo solicita, niega a su padre en el episcopado, porque reconoce que ese acto [de excomunión] fue un castigo justo. No hay otra alternativa en términos jurídicos. Sí es sí, y no es no. Y como dice el refrán: quien demasiado prueba, nada prueba.

Si se analiza bien, la excomunión que recayó sobre los dos obispos consagradoresel arzobispo Lefebvre y el obispo Castro Mayerno fue levantada. La única excomunión levantada fue la que recayó sobre los obispos consagrados: los obispos Tissier de Mallerais, Williamson, Fellay y de Galarreta. Está muy claro que la excomunión solo se levantó para aquellos que lo solicitaron como muestra de buena voluntad filial con el objetivo de conmover los sentimientos paternos de Benedicto XVI. No hubo absolutamente ninguna retractación por parte de Roma, que simplemente mostró una indulgencia paternal hacia los cuatro obispos que pidieron filialmente el levantamiento de la excomunión al magnánimo Benedicto XVI.

El arzobispo Lefebvre y el obispo Castro Mayer siguen estando totalmente excomulgados, a menos que se levanten de sus tumbas y también soliciten filialmente, como muestra de buena voluntad, el levantamiento de sus excomuniones, que Roma considera obviamente justas y legítimas. Esto está muy claro (1).

En realidad, todas las razones alegadas para esta acción carecen de peso y son superfluas. La cuestión fundamental es la fe. La Roma protestantizada y modernista ha logrado desactivar la resistencia centrada en la Fraternidad y en Mons. Lefebvre, 18 años después de su muerte. Ahora, el proceso de entrega [de la FSSPX] que comenzó a manifestarse públicamente en el Jubileo del 2000 llega a su fin.

Estoy en desacuerdo con esto y siempre lo estaré. No puedo prostituirme intelectual y religiosamente al poder del mal que entró en la Iglesia y quiere pervertir e invertir todo. Esto es ser sodomizado espiritual y religiosamente. Esta es la actitud de los fariseos —una corrupción especial de la religiónque gobierna hoy con todo el prestigio que le da el poder, en detrimento de la Verdad. No olvidemos que la mayor victoria de la Revolución Anticristiana Mundial es transformar a los hombres en “prostitutas intelectuales”.

Una bomba no se desactiva con golpes de martillo o hacha, sino que requiere una maniobra sutil para deshacer su mecanismo interno. Esto es lo que está sucediendo ahora con la Fraternidad San Pío X para neutralizarla en su combate y heroica resistencia contra los errores de la Roma modernista y apóstata, como la llamaba Mons. Lefebvre en su época. Bajo una falsa máscara y una falsa benignidad paternal, se ha desactivado la resistencia y la lucha contra la nueva iglesia ecuménica, que cohabita con el globalismo mundial sometido al imperio del príncipe de este mundo, Satanás y sus seguidores.

Es inexplicable que los otros tres obispos no hayan dicho nada y, por lo tanto, consientan con su silencio. Porque el que calla, otorga, y el que otorga, acepta el error, el engaño y la mentira que todo esto contiene.

Son tiempos difíciles. Más aún, son tiempos apocalípticos, en los que cada uno de los fieles debe ser un soldado de Cristo para defender heroica y valientemente su fe, como lo hicieron los mártires de la Iglesia primitiva sin ninguna ayuda humana, enfrentándose a sus torturadores solos con Dios.

Nuestro único deber es permanecer firmes en la fe, fieles a Cristo y a su divina Iglesia Romana, Católica y Apostólica, que hoy está eclipsada (De Labore Solis, como se refiere San Malaquías al “pontificado” anterior). Como colmo del mal que estamos presenciando, según el lenguaje bíblico, la abominación desoladora establecida en el Lugar Santo, la destrucción de todo lo sagrado e invadiendo el Templo, que está bajo el dominio férreo de la Sinagoga de Satanás (De Gloria Olivae se refiere a este “pontificado”). Así, se cumple la profecía de Nuestra Señora de La Salette: “Roma perderá la fe y se convertirá en la sede del Anticristo”. Hoy esto es un hecho, pero reconocerlo exige fortaleza y una fe sólida y erudita, algo poco común en el mundo actual, lleno de oscuridad y apostasía.

No nos desanimamos porque sabemos con certeza que “las puertas del infierno no prevalecerán”, es decir, “harán la guerra contra ti, pero no ganarán”, como explica Santo Tomás en su Comentario al Credo. También sabe por la fe que la única Iglesia Verdadera, la Esposa virginal de Cristo, permanecerá, aunque se vea reducida a un pequeño rebaño (pusillus grex, Lc 12, 32), disperso por todo el mundo. Como dice san Agustín y confirma el Concilio de Trento (art. 9), “es el pueblo fiel disperso por todo el mundo” el que espera su rescate y se sostiene en la bienaventurada esperanza —de la que hablan San Pedro (2 P 3, 12) y San Pablo (Tt 2, 13)— el que verá el regreso de Cristo Rey en gloria y majestad.

Debemos permanecer “firmes en la fe”, como nos exhorta San Pedro, ya que, como dice San Pablo, “todo lo que no procede de la fe es pecado” (Rom 14, 23), y “el justo vivirá de la fe” (Heb 10, 38), y “fuimos salvados gratuitamente por la fe” (Ef 2, 8). Esto es lo que tenemos que hacer, permanecer valientes y firmes soldados confirmados en la Fe por el Bautismo, para que se cumplan en nosotros las palabras de san Pablo: “Puestos a prueba por el testimonio de la fe, fueron hallados fieles a nuestro Señor Jesucristo” (Heb 12, 39).

Es inconcebible que alguien diga que la Fraternidad (SSPX) desea ayudar al 'papa' a remediar la crisis, ya que los 'papas' modernistas son los primeros responsables y culpables de esta crisis sin precedentes, nunca antes vista en la historia.

Y, lo peor de todo, Joseph Ratzinger a lo largo de toda su vida —ya sea como “teólogo experto” en el Vaticano II, como “prefecto” de la Congregación para la Doctrina de la Fe durante el nefasto “pontificado” de Juan Pablo II, y ahora como “Benedicto XVI”ha sostenido conscientemente esos mismos errores [que han causado la crisis] en lugar de condenarlos.

Las grandes enfermedades no se pueden curar con medias tintas. Hablar de una crisis sin señalar su causa —la crisis de la fe— no lleva a ninguna parte. Señalar las crisis en las vocaciones, la práctica religiosa, el catecismo y la frecuencia de los sacramentos es solo señalar los efectos. Si no se da su causa, se invierten y confunden la causa y los efectos.

También es erróneo hablar de los derechos de la Tradición como si fueran cualquier otro derecho. Si vamos a hablar de derechos, entonces debemos decir que solo la Iglesia, su Tradición y su Verdad tienen derechos exclusivos. Los derechos de la persona humana, la libertad de conciencia y la libertad religiosa —que incluye la libertad para los budistas, animistas, musulmanes, judíos, protestantes, etc.— constituyen una concepción liberal y modernista de los derechos. Son los falsos derechos del hombre en consonancia con la Revolución Anticristiana.

No olvidemos que, hablando de la excomunión inválida, nula y farisaica, Mons. Lefebvre dijo:

* Todos los modernistas fueron excomulgados por San Pío X. Los imbuidos de los principios modernistas son los que nos excomulgaron, cuando fueron ellos los excomulgados por San Pío X. ¿Por qué nos excomulgan? Porque queremos seguir siendo católicos, porque no queremos seguirles en este espíritu de destrucción de la Iglesia. 'Como no queréis venir con nosotros, os excomulgamos'. 'Muy bien, gracias. Preferimos ser excomulgados. No queremos participar en esta obra escandalosa que se ha llevado a cabo en la Iglesia durante los últimos veinte años'” (Sermón en la Misa del 10 de julio de 1988; cf. Fideliter n. 65, 1988).

* Nunca hemos deseado pertenecer a este sistema que se autodenomina Iglesia conciliar. […] No tenemos cabida en el panteón de las religiones. Nuestra excomunión por decreto de Su Eminencia no sería más que una prueba irrefutable de ello. No pedimos nada más que ser declarados excomulgados del espíritu adúltero que ha inspirado a la Iglesia durante los últimos 25 años; ser excluidos de una comunión infiel e impía (Carta al cardenal Gantin, 6 de julio de 1988 - cf. Fideliter n. 64, 1988).

* En Ecône, Mons. Lefebvre dijo esto a un periodista que le preguntó sobre las excomuniones: “Si alguien está excomulgado, no soy yo, sino los excomulgadores”.

Todos estos textos de Mons. Lefebvre parecen haber sido tratados de la misma manera que los esquemas preparatorios del Vaticano II, que terminaron en la papelera, para que todo se hiciera de otra manera.

* Además, refiriéndose a Mons. Castro Mayer y a sí mismo, Mons. Lefebvre afirmó: “Quienes consideran un deber disminuir e incluso negar estas riquezas [de la Tradición] no pueden hacer otra cosa que condenar a estos dos obispos. Al hacerlo, se confirman en su cisma con Nuestro Señor y Su Reino, debido a su laicismo y ecumenismo apóstata (Itinéraire Spirituel, p. 9). Y lo confirmó más adelante: “Esta apostasía transforma a los miembros [de la Iglesia] en adúlteros y cismáticos opuestos a toda Tradición, rompiendo con la Iglesia del pasado (Itinéraire Spirituel, p. 70).

Por último, es necesario subrayar que, en lo que respecta al concilio Vaticano II, hay mucho más que las “reservas” que usted ha afirmado. Porque ese concilio atípico, que pretende no ser infalible, es tan contradictorio como un círculo cuadrado y, por esta razón, está plagado de errores y herejías (bombas de relojería) hasta el punto de que Mons. Lefebvre lo consideró un concilio apóstata por su ecumenismo (texto citado anteriormente) y también cismático. De hecho, dijo:Este concilio representa, a los ojos de las autoridades romanas y a los nuestros, una nueva iglesia, llamada iglesia conciliar”.

Analizando los textos de este concilio y sus detalles en una crítica, ya sea interna o externa, creemos que podemos afirmar que es un concilio cismático, ya que negó la Tradición de la Iglesia y rompió con su pasado. El árbol se juzga por sus frutos.

Todos los que cooperan en la aplicación de esta metamorfosis aceptan y se adhieren a la nueva iglesia conciliar, tal y como la designó Su Excelencia Mons. Benelli en la carta que me dirigió en nombre del Santo Padre el pasado 25 de julio. Entran en cisma... ¿Cómo podríamos nosotros, movidos por una obediencia servil y ciega, hacerle el juego a estos cismáticos que nos piden que cooperemos en su tarea de destruir la Iglesia?. (Un Évèque Parle, pp. 97-99)

Ante todo esto, solo podemos decir: non possumus.

Padre Basilio Méramo
 


¿Y SI HICIÉRAMOS UN BALANCE HONESTO SOBRE CONGAR?

El padre Congar afirmó que el concilio Vaticano II se benefició con “una visita del Espíritu Santo”, una especie de “nuevo Pentecostés”...

Una crónica de Philippe De Labriolle


El dominico Georges Yves Marie Congar, cuyo nombre religioso era Marie Joseph Congar, nació en 1904 en Sedán y falleció en París en 1995. ¿Sigue siendo instructivo conocer a este controvertido personaje, reprimido bajo Pío XII, rehabilitado por Juan XXIII y finalmente “experto” en el concilio Vaticano II bajo Pablo VI? Sí, porque se trata de uno de los más retorcidos partidarios del último concilio, y de una dialéctica tan aguda que Juan Pablo II, in articulo mortis, le nombró “cardenal” en 1994 para honrarle por sus funestos servicios.

El padre Congar es uno de los pocos actores conciliares que glorifica su acción. El más famoso de los inspiradores de Pablo VI, el filósofo Jacques Maritain, se distanció claramente de él al escribir, en 1965, al término del concilio, “El campesino del Garona”. El mentor de ayer decía claramente que rechazaba el batiburrillo conciliar y sus consecuencias inmediatas, ya de por sí lamentables.

Se atribuye al cardenal belga Suenens, ampliamente respaldado, la declaración “El Vaticano II es el 1789 en la Iglesia”, metáfora que justifica todos los rechazos y, por lo tanto, las reservas al dominico Congar. ¿Ignoraba Suenens que, desde el 14 de julio de 1789 hasta el 18 de Brumario, que puso fin al caos hexagonal, el 7 de noviembre de 1799 de nuestro calendario, no hicieron falta más de diez años para que se restableciera un orden relativo? No obstante, Congar considera el concilio, al igual que el general De Gaulle, como el acontecimiento más importante del siglo XX. ¡Ojalá el desastre conciliar hubiera durado solo una década!

En un libro titulado “El Concilio Vaticano II”, el padre Congar reúne en doce capítulos una síntesis de sus trabajos sobre el tema. La primera edición fue publicada por la editorial Beauchesne en 1984; una reedición será publicada por Cerf en 2022 (1). 

Bajo el título “Reflexiones con motivo del 20º aniversario (del anuncio de Juan XXIII, el 25/01/59)”, el capítulo 4 de este volumen recoge el texto de una conferencia pronunciada en Friburgo el 23 de enero de 1979. De ella se aprenden muchas cosas útiles. Nos guía un “experto”. Comencemos con esta declaración de Juan XXIII, que habría dicho el 8 de agosto de 1959: “(...) Cuando hayamos cumplido esta formidable tarea, eliminando lo que, en el plano humano, podía obstaculizar un progreso más rápido, presentaremos a la Iglesia en todo su esplendor, sine macula et sine ruga, y diremos a todos los demás que se han separado de nosotros, ortodoxos, protestantes, etc. (sic): Mirad, hermanos, esta es la Iglesia de Cristo. Nos hemos esforzado por serle fieles (...) Venid, venid; he aquí que el camino está abierto para el encuentro, para el retorno; venid a ocupar o recuperar vuestro lugar...”.

Esta preparación, destinada en estas líneas a eliminar todo prejuicio (ayer comprensible, mañana irrelevante) contra la unidad, debía darse a conocer a las demás confesiones religiosas, en particular gracias a “observadores” externos a la Iglesia.

El padre Congar dividió su discurso en cuatro partes: 1) El hecho “conciliar”; 2) Ecuménico, en qué sentido y de qué manera; 3) Concilio “pastoral”; 4) El posconcilio.

1) El hecho de que haya habido un concilio: el Vaticano I (1869/1870) fue interrumpido por la guerra franco-prusiana. A pesar de la primacía de Pedro y la infalibilidad reconocida apresuradamente, las múltiples encíclicas papales han mostrado, desde hace casi un siglo, un camino de salvación. Que el hombre moderno se niegue a apropiarse de él tal como es no significa que se muestre obstinado. Al contrario, es la “comunicación” de la Iglesia de ayer la que ha fracasado. De ahí el “non nova sed nove”, como si alguna nueva formulación, sin alteración semántica, bastara mañana para satisfacer al enemigo de ayer. Tal es el primer contraataque infligido por los innovadores a la Iglesia de ayer. Si la Iglesia fracasa, es por su propia culpa.

1) El hecho “conciliar”: Convertir el episcopado disperso en un episcopado reunido. “Cada uno es elevado por los demás más allá de lo que es por sí mismo”; “un concilio está formado por pastores; es una realidad de la Iglesia, una celebración, un momento de la guía de Dios sobre su pueblo; el Espíritu Santo obra en él y convierte esta comunicación sociológica en una comunión, en una unanimidad propia de la Ciudad de Dios”. Según Congar, se trata de un “nuevo Pentecostés”. El padre Wiltgen, en su crónica periodística del concilio, traducida al francés en 1973 (2), describió por su parte el ruido y la furia.


2) Ecuménico: En primer lugar, por el número. “El Vaticano I reunió a 744 padres, sin ningún obispo negro (sic); (...) en el Vaticano II, más de 2900 Padres, entre ellos más de un centenar de obispos negros (re-sic)”. “Por primera vez en la historia, todos los pueblos de la tierra y todas las tradiciones de la Iglesia pudieron hacerse oír en el concilio Vaticano II”. Prolongando de forma duradera este contexto de énfasis e hipérbole, sabemos que Pablo VI se permitió, en su carta del 29 de junio de 1975 dirigida a monseñor Lefebvre, declarar “que, en ciertos aspectos, el Vaticano II es más importante que el Concilio de Nicea; “palabras poco acertadas -señala Congar- de las que los críticos de Pablo VI y del Vaticano II han abusado de forma escandalosa...”. El Vaticano II se concibió como un concilio de reforma. Un llamamiento de una tradición menos profunda a una tradición más profunda, un retroceso de la tradición, una superación en profundidad, una búsqueda de fuentes más profundas. “Una de las características más decisivas es haber renacido, por encima de cierta Edad Media, la Contrarreforma y la restauración antimoderna del siglo XIX, con las inspiraciones de la Iglesia indivisa” (...). La votación del 20 de noviembre de 1962, que rechazó el llamado esquema de las dos fuentes sobre la Escritura y la Tradición, marca el fin de la Contrarreforma. Es a esta característica a la que el Vaticano II debe su mayor valor ecuménico. Esto estaba muy claro para los “expertos”: el “ecumenismo” requiere el abandono de la Tradición Católica.

3) Un concilio “pastoral”. Congar se refirió al discurso inaugural del 11 de octubre de 1962 de Juan XXIII: “El objetivo esencial de este concilio no es debatir sobre tal o cual artículo de la doctrina fundamental de la Iglesia (...) El espíritu cristiano y católico espera en todo el mundo un salto adelante hacia una penetración doctrinal y una formación de las conciencias que corresponda más perfectamente y más fielmente a la doctrina católica, la cual, SIN EMBARGO (subrayado por nosotros), debe ser estudiada y expuesta según los métodos de investigación y la presentación que utiliza el pensamiento moderno. Una cosa es la sustancia de la doctrina antigua contenida en el depósito de la fe, y otra la formulación con la que se reviste, ajustándose, en cuanto a formas y proporciones, a las necesidades de un magisterio de carácter pastoral. El 5 de diciembre de 1962, el papa pedía que “nos dediquemos con voluntad alerta, sin temor, a la tarea de extraer las consecuencias de la antigua doctrina y aplicarla a las condiciones de nuestra época; es decir, continuar el avance de la Iglesia en la sucesión del tiempo”. Estas declaraciones, impregnadas de hegelianismo, contienen, según Congar, lo esencial del engaño pastoral, ya que el pensamiento moderno es aquí una ficción especulativa cuyos pensadores y obras no se designan. Sin embargo, las mismas declaraciones explican por qué los esquemas preparatorios, confiados a la Curia y aprobados por Juan XXIII, no fueron apoyados por él durante el golpe de Estado del cardenal Liénart y los obispos renanos, el 13 de octubre de 1962.

Congar continúa: “Lo pastoral no es menos doctrinal, pero lo es de una manera que no se contenta (sic) con conceptualizar, definir, deducir y anatematizar; quiere expresar la verdad salvífica de una manera que llegue a los hombres de hoy, asuma sus dificultades y responda a sus preguntas. Y esto en la expresión misma de la doctrina. El Vaticano II fue doctrinal. El hecho de que no haya 'definido' nuevos dogmas no le resta valor doctrinal, según la calificación que la teología clásica da, de manera diferenciada, a los documentos que promulgó. Algunos son dogmáticos, expresan la doctrina común, serían comparables a las grandes encíclicas doctrinales (que citan a menudo), salvo que expresan, por la vía (y la voz) del magisterio extraordinario, la enseñanza de lo que el Vaticano I llamó el Magisterio ordinario y universal. Estemos atentos: en el Vaticano II, todo se eleva al nivel del magisterio extraordinario. Tal es el estatus de Lumen Gentium, de las partes doctrinales de Dei Verbum, de la Constitución sobre la liturgia y de Gaudium et Spes, pero también de varios 'decretos y de la declaración Dignitatis Humanae”. En pocas palabras, ¿la odiosa declaración que destruyó la cristiandad, llevó a las naciones católicas a rechazar una tras otra la religión de Estado y a idolatrar una libertad sin límites, sería dogmática, desde el Vaticano II, por la hybris de un tal Congar? ¿Quién se atrevió a afirmarlo, aparte de Congar?

Congar continúa: “Creemos que es precisamente este aspecto de apertura, de inducción, de discurso circunstanciado y directivo lo que rechazan algunas mentes. Por lo tanto, estos hombres continúan diciendo: 'Este concilio quiso ser, y ha sido, sólo pastoral'. Por lo tanto, no se impone, sigue siendo discutible y libre. Esa una actitud inaceptable: lo que hemos dicho lo demuestra... Con el debido respeto al sentencioso Congar, solo hay dos constituciones dogmáticas en el Vaticano II, a saber, Lumen Gentium y Dei Verbum. Los catorce textos restantes tienen menor autoridad jurídica, y las declaraciones más apreciadas por los innovadores son las menos seguras. Tras haber denunciado una dogmatización por contigüidad que resulta perfectamente abusiva, constatamos que el aplomo de Congar solo se apoya en sí mismo, y que para afirmar la verdad de diversas novedades, todas ellas igualmente tóxicas, los padres conciliares habrían tenido que correr el riesgo de denunciar canónicamente las formulaciones contradictorias, necesariamente erróneas. Prefiriendo la misericordia a la severidad, en detrimento de la justicia, Juan XXIII dejó a Congar librado a su indignación.

4) El posconcilio. Congar citó al cardenal Newman: “Es raro que un concilio no vaya seguido de una gran confusión”. Una proposición altamente paradójica, si se tiene en cuenta que el objetivo de un concilio es disipar la confusión, en lugar de crearla. Una proposición aún más inoportuna en lo que respecta al concilio Vaticano II, ya que el clero conciliar ha continuado, contra toda evidencia, negando la crisis. En 1979, Congar no se atrevió a negar la crisis en la Iglesia. La trivializó y, tras él, hasta nuestros días, prosperó el argumento del inevitable desorden, consecuencia del carácter conciliar. Al menos se admite la crisis, aunque no se relacione con la propia confusión conciliar.

Congar se esforzó, pues, por posponer la fecha límite beneficiosa: “(...) un concilio como el Vaticano II, al incorporar y traducir una gran concentración de conciencia y vida eclesial, representa un gran dinamismo, pero que solo surte efecto con el tiempo”. Cabe señalar que esta promesa de un “futuro prometedor”, aunque sine die, devalúa el argumento inspirado por Newman, al que hemos conocido por su gran inspiración. Este último habla de confusión, pero no dice cómo sale la Iglesia de ella, ni mediante qué recuperación. Lo que se espera... de un concilio. Si el beneficio es tanto más tardío cuanto más intenso es el dinamismo conciliar, ¿cómo negar de buena fe la crisis que afecta al intervalo mayéutico, el del doloroso parto?

Y Congar no se dio por vencido: “Es que un concilio incorpora una gran densidad de fidelidad y sabiduría procedente de toda la Iglesia; es un acontecimiento de tipo pentecostal (...), una visita del Espíritu Santo, una especie de nuevo Pentecostés

¿Es concebible un Pentecostés que haya fracasado? “Extraño Pentecostés, que nos ha traído tantos excesos” -dicen algunos, a veces con un tono de alegría sarcástica que duele... mientras que los fieles de la Renovación, a veces llamada 'carismática', ven cómo el Pentecostés se extiende por todas partes, como un incendio forestal. Reconozcamos primero los abusos. No solo los lamentamos, sino que los criticamos. Congar se abstuvo de señalar lo que lamentaba y criticaba. Tras haber validado, desde su alta posición, la categoría de abusos lamentables y criticables, no reveló ningún ejemplo y retiró con una mano lo que había concedido con la otra: “No creo que la crisis actual sea fruto del concilio Vaticano II. Por un lado, muchas de las preocupantes realidades actuales ya se anunciaban en los años '50, a veces incluso en los '30. El concilio no las provocó. Por otra parte, la crisis depende de manera bastante decisiva de causas que revelaron su fuerza después del concilio y que este último previno y evitó más de lo que las originó. El concilio Vaticano II fue seguido por una transformación sociocultural cuyo alcance, radicalidad, rapidez y carácter cósmico no tienen equivalente en ninguna otra época de la historia. El concilio sintió la transformación, pero no experimentó todos sus aspectos ni su violencia”.

De esta larga cita, que culmina en una dolorosa confesión, cabe destacar lo siguiente: el Vaticano II no estuvo a la altura de las circunstancias. De hecho, frente a aquellos a quienes quería seducir, el concilio no tenía el nivel intelectual necesario para sostener una contienda al nivel requerido. Ante la expectativa de los fieles que esperaban una guía saludable, los padres conciliares traicionaron al cristianismo con un irenismo inmaduro y mancillaron la Tradición milenaria. La Iglesia era un dique. El lenguaje ingenuo y engañoso del concilio saboteó ese dique y destruyó la autoridad eclesiástica, y con ella toda autoridad civil legítima.

¿Lo creerían? Congar se mostró obstinado, con la energía de la desesperación: “Para terminar, me gustaría mencionar algunos frutos positivos del concilio. Creo (sic) que son muy sustanciales, pero consisten en gran medida en promesas de las que actualmente solo tenemos los primeros frutos. Promesas, pues, y nada concreto. “¡El compromiso con el hombre en todas partes!”. Gracias al “experto”, que cita un proverbio chino: “Cuando un árbol cae, hace ruido; cuando crece un bosque, no se oye nada”, lo que “expresa bien lo que está sucediendo, que se puede interpretar en términos de eclesiología, ya que se trata de un paso de una visión de la Iglesia a otra

Es una nueva y significativa confesión, la de una sustitución metódica de una religión por otra, asumida en 1979 y que, casi medio siglo después, resulta ser el fracaso de las diócesis, arrastrando a la Institución a su apostasía.

Maritain, de Lubac y Louis Bouyer declararon que “no querían eso”, es decir, el desastre eclesiástico del que es responsable el concilio. Congar, por su parte, no cedió en nada, ni siquiera en sus concesiones. El sabotaje eclesiástico del período postconciliar, que perdura en nombre del concilio, es el desastre que Congar aceptóEs el precio a pagar por una nueva visión de la Iglesia que reemplace la que amamos y profesaremos usque ad mortem.
 
Notas:

(1) El Concilio Vaticano II. Su Iglesia, Pueblo de Dios y Cuerpo de Cristo, de Yves Congar con prefacio de René Rémond.

(2) Ralph M. Wiltgen: El Rin desemboca en el Tíber - El Concilio Desconocido.


ORGANIZACION PUBLICA DE LA FRANCMASONERIA

“Aunque desparramados por toda la haz de la tierra -dice el Ritual- nuestros Hermanos no forman sino una comunidad”.

Por Monseñor de Segur (1878)


XIX

ORGANIZACION PUBLICA DE LA FRANCMASONERIA

Esta organización nada tiene de común con la Francmasonería oculta. El Carbonarismo o Francmasonería secreta es uno y universal por esencia, y tiene un solo jefe, al cual no conoce. La Francmasonería exterior no es una y universal más que en el fondo, pues en la forma es múltiple.

Limitándome al G∴ O∴ de Francia, diré que el Gran Maestro tiene bajo su obediencia las Logias y Talleres de todos los francmasones que no reconocen el rito Escocés ni el Misraim. Está asistido por un numeroso Consejo, compuesto casi todo de personajes conocidos e importantes. Las Logias y Talleres están divididos por provincias u Orientes. Así los decretos del Gran-Oriente llegan a todos los Hermanos por vía jerárquica.

Pero, nótese bien, esto no es más que la Francmasonería exterior, que no tiene el carácter conspirador de la otra; pudiendo añadir que si alguno de los grandes dignatarios de la Orden son iniciados en los odiosos misterios del Carbonarismo, esto es aparte de su autoridad.

La mayor parte de las Logias llevan nombres increíbles. El Anuario universal de la Francmasonería francesa y extranjera que se imprime en Châlons-sur-Marne, y se publica en París, en casa del H∴ Pinon, contiene la enumeración de todos esos Talleres y Logias, con los nombres y los domicilios de los Venerables, de los dignatarios grandes y pequeños; H∴ Primeros Vigilantes, H∴ Introductores, H∴ Maestros de Ceremonias, H∴ Sacrificadores, H∴ Oradores, H∴ Maestros de Banquetes, etc. También se leen los nombres y domicilios de los Caballeros Kadosch, Rosa-Cruz, de San Andrés, del Sol, etc., exceptuando, no obstante, algunos que la prudencia ha dejado en la oscuridad, entre ellos el tristemente célebre Renán.

En París hay setenta y una logias divididas en cuatro secciones, que se reúnen casi todas una vez al mes en días fijos que marca el Anuario.

En estas reuniones se efectúan los famosos ágapes, los fraternales banquetes de los dos solsticios (Junio y Diciembre), que constituyen para el vulgo toda la Francmasonería. Allí se hacen también las cuestaciones destinadas a los miembros indigentes. La Francmasonería enaltece mucho su filantropía, pálida caricatura de la verdadera caridad. Únicamente la Iglesia sabe amar a los pobres con verdadera caridad.

En los departamentos hay doscientas cinco logias; en la Argelia y en las Colonias, veintiocho. ¡Total trescientas cuatro logias que trabajan bajo una sola obediencia para la gloria del Gran Arquitecto y salvación de las almas!!! El G∴ O∴ de Francia dirige, además, treinta y cuatro logias en países extranjeros.

He aquí los nombres de logias que se leen con mayor satisfacción: la logia de los Admiradores del Universo; la de los Filántropos Celosos; de San Antonio del perfecto Contento; de los Amigos Triunfantes; de la Clemente Amistad Cosmopolita; de los Discípulos de Memphis; de la Rosa del Perfecto Silencio; de la Colmena Filosófica; de los Trinósofos de Bercy; etc. En las provincias, para no ser menos, se ven florecer las logias del Candor, del Valle del Amor, de Sencillez-Constancia, de Escuela de la Virtud, de las Virtudes Reunidas, etc.

Los ritos Escocés y Misraim bautizan sus logias con nombres menos ridículos. El rito Escocés contaba en 1866 con noventa y ocho logias: treinta y cuatro en París, cuarenta y tres en los Departamentos y veintiuna en Argel y el extranjero. El rito Misraim parece menos próspero, a lo menos según el Anuario que tenemos a la vista.

Todos los ritos de la Francmasonería exterior no forman, repito, sino una sola secta, y en el Anuario vemos la lista de los diputados de todas esas Obediencias cerca del Supremo Consejo del Gran Oriente de Francia, y cerca del que pertenece al rito Escocés; y es evidente que los francmasones de todo el universo corresponden también directamente unos con otros. Es un tejido inmenso de hilos entrelazados, bien que distintos y a veces, enemigos.

“Aunque desparramados por toda la haz de la tierra -dice el Ritual- nuestros Hermanos no forman sino una comunidad. Todos están iniciados en los mismos secretos, todos siguen el mismo camino, son dirigidos por la misma Regla, y en fin, les anima un mismo espíritu (1)... A cualquier rito reconocido que pertenezca un francmasón, es H∴ de todos los francmasones del globo” (2).


Notas:

1) Grado de Anciano.

2) Reglamentos generales de la Francmasonería Escocesa, artículo 2.


 

31 DE AGOSTO: SANTO DOMINGUITO DE VAL


31 de Agosto: Santo Dominguito de Val

(✞ 1250)

Nota:

Santo Dominguito de Val ya no está incluido en el calendario oficial de Santos Católicos, porque la iglesia usurpada por la secta del Vaticano II dice que las historias de algunos santos “han contribuido al antisemitismo”, y, a pesar de que se pueden encontrar hagiografías españolas sobre el asesinato de este niño de 7 años a manos de judíos malvados, hoy la iglesia conciliar nos cuenta que esta historia, perfectamente documentada, es una “leyenda”.

* * *

Dominguito de Val nació en Zaragoza, la ciudad de la Virgen y de los Innumerables Mártires, el año 1243.


Era rey de Aragón Jaime el Conquistador, Vicario de Cristo en Roma, Inocencio IV, y Obispo de Zaragoza, Arnaldo de Peralta. Media España estaba bajo el dominio de los moros y en cada pecho español se albergaba un cruzado. 

Los padres de Dominguito se llamaban Sancho de Val e Isabel Sancho. Su madre era de pura cepa zaragozana, y su padre, de origen francés. El abuelo paterno había sido un esforzado guerrero a las órdenes del Rey Don Alfonso el Batallador. A su lado estuvo en el asedio de Zaragoza, que fue duro y prolongado. Todos los cruzados franceses se marcharon a sus casas; todos, menos uno. 

“Fue nuestro antepasado -decía Sancho de Val a su hijo, siempre que le contaba la historia -El señor de Val, hijo de la fuerte Bretaña, sufrió inquebrantable el hambre y la sed, los cielos del invierno y los fuegos del verano, las vigilias prolongadas y los golpes de las armas enemigas. Y al rendirse la ciudad, el rey le hizo rico y noble, igualándole con los españoles más ilustres”.

Sancho de Val no siguió a su padre por el camino de las armas. Prefirió las letras. Fue tabelión o notario, y su firma quedó estampada en las actas de las Cortes de Aragón, al lado de las firmas de Condes y Obispos. 

Dios bendijo la unión de Sancho e Isabel dándoles un hijo que iba a ser mártir y modelo de todos los niños y, de un modo especial, de los monaguillos. Porque Santo Dominguito de Val es el patrono de los monaguillos y niños de coro. Él fue infantico de la catedral de Zaragoza, vistió con garbo la sotanilla roja y repiqueteó con gusto la campanilla en los días de fiesta grande. La imagen que todos hemos visto de este tierno niño nos lo representa con vestiduras de monaguillo. Clavado en la pared con su hermosa sotana y amplio roquete. La mirada hacia el cielo y unos surcos de sangre goteando de sus pies y manos. Una estampa de dolor ciertamente, pero, también de valentía superior a las fuerzas de un niño de pocos años. Las nobles condiciones, especialmente su piedad, que se advertían en el niño según crecía, indujeron a los padres a dedicarlo al santuario, al sacerdocio y cuando fue mayorcito lo enviaron a la Catedral. Entonces la Catedral era la casa de Dios y, al mismo tiempo, escuela. Todas las mañanas, al salir el sol, hacía Dominguito el camino que separaba el barrio de San Miguel de Seo. Una vez allí, lo primero que hacía era ayudar a Misa y cantar en el coro las alabanzas a Dios y a la Virgen.

Cumplido fielmente su oficio de monaguillo, bajaba al claustro de la Catedral a empezar la tarea escolar. Con el capiscol o maestro de canto ensayaban los himnos, salmos y antífonas del divino oficio. La historia y la tradición nos presentan a nuestro santo especialmente aficionado y dotado para el canto. Por algo es el patrono de los niños de coro y seises. 

La tarea escolar incluía más cosas. Había que aprender a leer, a contar, a escribir. Los pequeños dedos se iban acostumbrando a hacer garabatos sobre las tablillas apoyadas en las rodillas. La voz del maestro se oía potente y, al acabar, las cabecitas de los pequeños escolares se inclinaban rápidamente para escribir en los viejos pergaminos lo que acababan de oír. Así un día y otro día. Al atardecer volvía a casa. Un beso a los padres, y luego a contarles lo que había aprendido aquel día y las peripecias de los compañeros. 

Uno se resiste a creer la historia que voy a contar. Es increíble que haya hombres tan malos. Sin embargo, parece que la sustancia del hecho es verdad. 

Los judíos solían amasar los alimentos de su cena Pascual con sangre de niños cristianos. La historia nos ha conservado los nombres de estas víctimas inocentes: Simón de Livolés, Ricardo de Norwick, el Niño de la Guardia y Santo Dominguito del Val.

“Oyemos decir -escribía el rey Alfonso el sabio, en aquellos mismos días de Santo Dominguito de Val- que los judíos ficieron, et facem el día viernes santo remembranza de la Pasión de Nuestro Señor, furtando los niños et poniéndolos en la cruz, et faciendo imágenes de cera et crucificándolas, cuando niños no pueden haber”.

Los judíos eran por entonces muchos y poderosos en Zaragoza. En la sinagoga se había recordado “que al que presentase un niño cristiano sería eximido de penas y tributos”. Y un sábado, al terminar de explicar la ley, el rabino dijo: “Necesitamos sangre cristiana. Si celebramos sin ella la fiesta de la Pascua, Jehová podrá echarnos en cara nuestra negligencia”.

Estas palabras fueron bien recogidas por Mosé Albayucet, un usurero de cara apergaminada y nariz ganchuda. Por su frente arrugada pasó una idea negra. Pensó en aquel niño que todos los días al oscurecer pasaba delante de su tienda. Ese niño era Dominguito de Val, que volvía de la Catedral a casa. A veces solo, y otras, con un grupo de compañeros. Con frecuencia, al cruzar el barrio judío, de tiendas oscuras y estrechas callejuelas, cantaban himnos en honor al Señor y su Santísima Madre. Seguramente los que acababan de ensayar con el capistol de la Catedral. 

Más de una vez los había oído Mosé Albayucet, y, desde la puerta de su tienda, los había amenazado con la mano. Le pareció la ocasión oportuna y prometió a sus compañeros de secta que aquel año iban a tener sangre de un niño cristiano para la Pascua, y bien reciente. 

Era el miércoles 31 de agosto de 1250. El atardecer se hacía más oscuro en las estrechas callejuelas del barrio judío por donde pasaba Dominguito camino a su casa. De repente, y antes de pensarlo o poder lanzar un grito, notó que algo se le echaba encima. Eran las manos de Mosé Albayucet que le cubrían el rostro con un manto. Le amordazó bien la boca para que no pueda gritar y le metió de momento en su casa. Las garras de la maldad acababan de obtener su presa. 

Aquella misma noche fue trasladado el inocente niño a la casa de uno de los rabinos principales. Allí estaban los príncipes de la sinagoga. Dominguito temblaba de miedo ante aquellos rostros astutos y malvados. Sus manos apretaban la cruz que pendía de su pecho. 

- Querido niño -le dijo una voz zalamera- no queremos hacerte mal ninguno; pero si quieres salir de aquí tienes que pisar ese Cristo. 

- Eso nunca -dijo el niño- es mi Dios. No, no y mil veces no. 

- Acabemos pronto -dijeron aquellos malvados ante la firmeza del niño.

Iba a repetirse la escena del Calvario. Uno acercó las escaleras que apoyó sobre la pared; otro presentó el martillo y los clavos, y no faltó quién colocó en la rubia cabellera del niño una corona de zarzas, así el parecido con la crucifixión de Cristo sería mayor. 

Con gran sobriedad de palabras refirieren las Actas del Martirio lo que sucedió: 

“Arrimáronle a una pared, renovando furiosos en él la pasión del divino Redentor; crucificáronle, horadando con clavos sus manos y pies; abriéronle el costado con una lanza, y cuando hubo expirado, para que no se descubriese tan enorme maldad, lo envolvieron y ataron en un lío y lo enterraron en la orilla del Ebro en el silencio de la noche”. 

Todos nos imaginamos fácilmente los espasmos de dolor que estremecerían aquellos músculos delicados del niño. Abrieron sus venas para recoger en unos vasos preparados su sangre. Sangre inocente que iba a ser el jugo con que amasasen los panes ácimos de la Pascua.

Una vez muerto cortaron sus manos y cabeza, que arrojaron a un pozo de la casa donde había tenido lugar el horrendo crimen. Su cuerpo mutilado fue llevado, como dicen las actas, a orillas del Ebro. Allí sería más difícil encontrarlo. 

Los judíos se retiraron a sus casas contentos de haber hecho un gran “servicio” a Dios. La Seo había perdido a su mejor monaguillo y el cielo había ganado un ángel más. Todo esto ocurrió la noche del 31 de agosto de 1250. 

Dios tenía preparado su día de triunfo, su mañana de resurrección, para Dominguito de Val. 

Mientras en la casa del notario Sancho de Val se oían gemidos de dolor, una extraña aureola aparecía en la Ribera del Ebro. Los guardas del puente de barcas echado sobre el río habían visto con asombro durante varios días el mismo acontecimiento. La noticia recorrió toda Zaragoza. 

Algunas autoridades y un grupo de clérigos se dirigieron hacia el lugar de la luz misteriosa. Allí había un pequeño trozo de tierra recientemente removida. Se escarbó, y metido en un saco, apareció un bulto sanguinoliento. Se comprobó que era el cuerpo mutilado de Dominguito. Una ola de dolor e indignación invadió la ciudad de punta a punta. 

La cabeza y manos aparecieron también, de una manera milagrosa. Aunque aquí la historia no concuerda. Según una versión, un perro negro gemía lastimeramente, y sin que nadie le pueda espantar, al borde del pozo en el que fueron arrojados los miembros del niño mártir. Era el perro del notario Sancho de Val. Se agotó el agua y en el fondo aparecieron las manos y cabeza de Dominguito. Otra versión dice que las aguas del pozo se llenaron de resplandeciente luz, que crecieron y desbordadas, mostraron el tesoro que guardaban en el fondo. Pronto se supo toda la verdad del hecho. El mismo Albayucet lo iba diciendo: 

- “Si, yo he sido. Matadme, me es igual; la mirada del muerto me persigue, y el sueño ha huido de mis ojos”.

El santo niño había de conseguir el arrepentimiento para su asesino. Bautizado y arrepentido, Albayucet subió tranquilo a la horca.

“Divulgado el suceso -escribe fray Lamberto de Zaragoza- y obrados por el divino poder muchos milagros, el obispo Arnaldo dispuso una procesión general, a la que asistió con todo el clero de la ciudad, la nobleza, la tropa y la plebe, todos con velas blancas, y llevaron el santo cuerpo por todas las iglesias y calles de la ciudad, hasta la puerta Cineja, mostrándolo a todos y haciendo ver en él las llagas de las manos y pies y costado”.

Hoy mismo es muy viva la devoción que Zaragoza siente por su glorioso mártir. Su fiesta está incluida entre las de primera clase y los niños de coro de La Seo y del Pilar le festejan como Santo Patrono. Desde los días del martirio existe la cofradía de Santo Dominguito. El rey Jaime I de Aragón tuvo a honor ser inscrito en ella. 

Sus restos mortales se conservan en una capilla de la catedral en hermosa urna de alabastro. Sobre la urna un ángel sostiene esta leyenda: 

“Aquí se hace el bienaventurado niño domingo de Val, mártir por el nombre de Cristo”. 

Padre Marcos Martínez de Vadillo (1928-2018)

En una inscripción en su altar en la Iglesia de San Nicolás de Bari, en el barrio de Santa Cruz de Sevilla, se indica: “Fue martirizado por los judíos en el año 1250 en Zaragoza su patria á la edad de 7 años. Sus reliquias encontradas milagrosamente se veneran en el templo del Salvador de dicha ciudad, y su culto se extendió, por rescripto de N.S.P. el Papa Pío VII de 9 de julio de 1808. Este altar erigido por sus parientes en el año 1815 trasladado á esta yglesia por un individuo de su familia en dicienbre de 1863 es hoy propiedad del Exmo. Sr. Dn. Rafael Merry y del Val- pariente de dicho santo”.

31 DE AGOSTO: SAN RAMÓN NONATO, CONFESOR


31 de Agosto: San Ramón Nonato, confesor

(✞ 1240)

El heroico redentor de los cautivos San Ramón, conocido por el nombre de Nonato o no nacido, por haber nacido un día después de la muerte de su madre, fue natural de Portell, en el principado de Cataluña.

Tuvo natural inclinación por las letras y por el estado eclesiástico; más no asintiendo en ellos su padre, lo envió como desterrado a una finca agrícola para que cuidase aquella hacienda.

Había allí una ermita de la Virgen Santísima la cual habló al devoto joven y le dijo:

- No temas Ramón, porque yo te recibo desde ahora por hijo mío.

Y habiendo hecho el santo mancebo voto de perpetua virginidad, su Madre Celestial le mandó que vistiese el hábito sagrado de los Religiosos de La Merced.

Fue luego Ramón a Barcelona y cumplió la voluntad de la Virgen Santísima, tomando aquel santo hábito, y como si con la nueva enseña se hubiese revestido de nuevo espíritu, anduvo a pasos de gigante por el camino de la perfección.

Estaba encendido con vivos deseos de redimir cautivos y librarlos del inminente riesgo en que se hallaban de perder la Fe.

Con este fin fue a África; y dio principio a su obra con tan ardiente celo, que en poco tiempo rescató gran número de ellos, hasta el punto de agotar todo el dinero que los cristianos le habían mandado como limosna.

No desmayó sin embargo el apóstol de la caridad; sino que compadecido de los que no pudiendo ya resistir más los ultrajes y malos tratos de los infieles, trataban de dejar la Fe, el santo se entregó a sí mismo como rehén, saliendo fiador de ellos con su persona, hecho cautivo por amor a Dios y a los hombres.

En tal estado no cesaba de remarcar a los moros los errores y vicios que les había enseñado su falso profeta, y de ensalzar la verdad y pureza del Evangelio de Cristo; y les predicaba con tanto fervor y gracia del cielo, que gran número de infieles abrazaron la Fe Católica.

Se enojó sobre manera el gobernador por las victorias que alcanzaba el apostólico varón; y mandó que le llevasen desnudo por las calles, le azotasen delante de todo el pueblo, y que le perforasen los labios con hierros encendidos, y le pusiesen un candado en la boca para que no pudiese hablar más ni predicar la ley del Señor.

Todos estos oprobios y tormentos llevó el santo con admirable paciencia; y extendiéndose la fama de sus heroicas virtudes por toda la cristiandad, y llegando a oídos el soberano Pontífice Gregorio IX, en testimonio de su amor, le hizo Cardenal de la Santa Iglesia y le ordenó que volviese a España.

Fue recibido el santo en Barcelona con gran pompa, y al pasar por Cardona sintióse gravemente enfermo.

Entendiendo que llegaba el fin de su vida pidió los santos Sacramentos; y como se tardase el sacerdote que había de administrárselos, el santo tuvo la dicha de ser viaticado por ministerio de los ángeles, que se le aparecieron vestidos con el hábito de su Orden, y consolado con esta visita celestial, dio plácidamente su espíritu al Creador.

Reflexión:

La calidad verdadera con obras debe mostrarse; y con obras grandes, si es grande la caridad. ¡Cómo condenan nuestro miserable egoísmo y nuestra dureza con tantos necesitados no menos del sustento del espíritu que del pan del cuerpo, los heroicos ejemplos de San Ramón! Temamos la terrible sentencia que el Juez Supremo ha de fulminar contra los hombres que fueron de duras entrañas con sus hermanos.

Oración:

Oh Dios, que tan admirablemente hiciste al bienaventurado Ramón en rescatar cautivos del poder de los infieles; concédenos por su intercesión que rotas las cadenas de nuestros pecados, cumplamos con libertad de espíritu su santísima voluntad. Por Jesucristo, Nuestro Señor. Amén.

sábado, 30 de agosto de 2025

JOSÉ ANTONIO SATUÉ, HOMBRE MUY PRÓXIMO A FRANCISCO, ES NOMBRADO “OBISPO” DE MÁLAGA

Este es el segundo nombramiento “episcopal” de León XIV para España: Satué, hasta hoy “obispo” de Teruel y Albarracín, ha sido nombrado “obispo” de Málaga


En la diócesis andaluza, Satué sustituirá a “monseñor” Jesús Catalá, quien cumplió los 75 años de edad en diciembre pasado.

José Antonio Satué Huerto nació en Huesca en 1968. Completó su formación como técnico especialista en electrónica industrial en el Instituto Politécnico de Huesca en 1987, año en el que ingresó en el seminario metropolitano de Zaragoza como seminarista de la diócesis de Huesca. Realizó sus estudios eclesiásticos en el Centro Regional de Estudios Teológicos de Aragón (CRETA) donde obtuvo el Bachillerato en Teología. Recibió la ordenación sacerdotal el 4 de septiembre de 1993. Es licenciado en Derecho Canónico por la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma (2004).

Se desempeñó como “sacerdote” en la diócesis de Huesca hasta su nombramiento, en abril de 2015, como oficial de la Congregación para el Clero en la Santa Sede.

Regresó a España al ser nombrado por Francisco como “obispo” de Teruel y Albarracín. El nombramiento se hizo público el 16 de julio de 2021 y el 18 de septiembre tomó posesión de esa diócesis. 

En 2023, Satué dio su respaldo a la escandalosa Fiducia Supplicans. En su escrito semanal a la feligresía, bajo el título “Bendiciones”, escribió que ese documento vaticano “ofrece el abrazo misericordioso de Dios y la maternidad de la Iglesia”, apreciando queDios es padre, es madre” y “no aleja nunca al que se acerca a Él”.

Escribió además en aquel comunicado que “la Declaración de la Santa Sede nos ayuda a apreciar la actitud de quienes se acercan a la Iglesia solicitando una bendición”.

Para terminar de definir el perfil de Satué podemos agregar que además es un ferviente promotor de los “derechos de los migrantes”, la libertad de culto y la multiculturalidad.

El 30 de agosto de 2025 Satué declaró en una entrevista radial: “Cuando llegue a Málaga me propongo continuar con un estilo sinodal”

A partir del 13 de septiembre, tomará posesión de la Diócesis de Málaga.

LAVANDA EN EL SANTUARIO

El armario del Vaticano ya no está cerrado...

Por Chris Jackson


Durante décadas, se les dijo a los católicos que consideraran los escándalos clericales como “excesos aislados”. Un mal “obispo” por aquí, un “nuncio” corrupto por allá, un “sacerdote” depredador asignado desafortunadamente a su parroquia. Pero si la investigación del Dr. Frédéric Martel y las admisiones de denunciantes dentro de la Curia han demostrado algo, es esto: la infiltración homosexual en el Vaticano no es una anécdota, sino una obra arquitectónica.


Martel pasó años entrevistando a cientos de clérigos y mostró la cruda verdad: Roma no solo tolera la conducta homosexual, sino que se construye en torno a ella. La promoción sigue el camino de la lavanda. El ascenso no depende de la ortodoxia ni siquiera de la competencia, sino de estar “en la parroquia”. Una doble vida discreta significa fraternidad y protección. La exposición significa exilio.

Incluso los investigadores seculares ven la conexión obvia: la cultura del secretismo necesaria para proteger a los clérigos homosexuales se ha integrado a la perfección con la cultura del secretismo que protege a los abusadores. La omertà es el sistema operativo del Vaticano.

La mafia lavanda y el colapso de la disciplina célibe

La profesora Janet Smith y otros han señalado que, tras el Vaticano II, cuando decenas de miles de sacerdotes heterosexuales se marcharon, el vacío lo llenaron los que permanecieron, y no eran los castos guerreros de Cristo. Eran los hombres que vieron en la “nueva iglesia” de los “curas trabajadores sociales” un escondite perfecto.

El ex sacerdote Richard Sipe calculó que casi un tercio de los “obispos” en Estados Unidos eran homosexuales activos. El propio Benedicto XVI admitió que seminarios enteros en las décadas de 1960 y 1970 estuvieron dominados por camarillas homosexuales. Y Francisco, Francisco, el gran amigo del “¿quién soy yo para juzgar?”, bajó la guardia ante los obispos italianos y escupió la palabra “frociaggine” (maricones). Se disculpó por el insulto, pero no por mencionar algo real: los seminarios han sido rosa durante décadas, y su “producto” ahora ocupa el episcopado.

El resultado es un clero incapaz de indignarse. Un hombre normal ardería de furia ante la violación sexual de menores. Un padre normal libraría una guerra contra los depredadores en su casa. En cambio, nuestros “obispos” hacen papeleo, ocultan informes y se burlan de quienes exigen justicia. ¿Por qué? Porque ellos mismos viven una doble vida, y el mismo sistema que protege sus placeres debe proteger sus crímenes.

El expediente Benedicto que desapareció

Phil Lawler nos recuerda que Benedicto XVI encargó un informe secreto en 2012 sobre la corrupción en la Curia. Éste se entregó en una “gran caja blanca”, el infame expediente. Según informes, documentaba no solo la corrupción y las intrigas financieras, sino también la red de poder homosexual en las altas esferas del Vaticano.


Benedicto XVI dimitió meses después. Cuando Francisco asumió el cargo, Benedicto XVI le entregó personalmente los documentos. Francisco tuvo doce años para actuar. No hizo nada. Ni siquiera reconoció la existencia del informe, salvo indirectamente en su propia autobiografía, cuando admitió que Benedicto XVI le había entregado una caja de archivos llena de “las situaciones más difíciles y dolorosas”.

En lugar de purificar el templo, Francisco fortaleció a la Mafia Lavanda. Los abusadores y sus protectores fueron promovidos, protegidos y celebrados. Un “pontificado” que podría haber blandido la espada de San Miguel, prefirió los estandartes arcoíris y las “bendiciones” del pecado.

Del armario a la pasarela

La revolución ya no se oculta. El proyecto a largo plazo es normalizar. Primero, cultivar el secretismo: “No preguntes, no digas nada”. Después, neutralizar la indignación: “¿Quién soy yo para juzgar?”. Finalmente, canonizar el vicio bajo el lema “El amor es amor”.


Fiducia Supplicans fue el globo de prueba del catolicismo “abierto” y arcoíris, lanzado después de que varios países promulgaran la ley del “matrimonio igualitario”. La ambición del Vaticano ya no es solo ser la comunidad gay secreta más grande del mundo, sino el santuario queer más célebre del mundo.

En Roma ya se está esbozando una “teología queer”: Jesús como el paria arquetípico, los apóstoles como marginados elegidos, el matrimonio como símbolo fluido en lugar de sacramento. El único “pecado” que quedará será la “homofobia”, que en la práctica significa fidelidad a la enseñanza moral católica.

Por qué esto es importante

Algunos conservadores todavía se consuelan diciendo: “Bueno, mientras la doctrina escrita siga siendo válida...”. Pero el sistema garantiza que la doctrina escrita sea irrelevante. Un “obispo” ahogado en sus propios vicios no defenderá la verdad que lo condena. Preferirá el activismo horizontal: trabajo social, gestión burocrática, eslóganes “papales” empalagosos; cualquier cosa menos la llamada sobrenatural al arrepentimiento.

Los hombres que viven una doble vida no son simplemente administradores débiles. Son antipastores. Su hipocresía corrompe su predicación, vacía su autoridad y extingue su celo por las almas. Su sistema es una teocracia color lavanda disfrazada con encajes.

La respuesta del remanente

Para los fieles, la lección es clara: dejen de esperar a que la jerarquía se arregle sola. El próximo cónclave no será un cónclave de Atanasios, sino de cortesanos criados en este mismo sistema. Esperar que un “papa” expulse a los sodomitas de Roma es una fantasía.

Lo que queda es lo que siempre ha quedado: el remanente. Los fieles comunes, aferrados a los Sacramentos donde sean válidos, a la Misa donde se conserva la verdadera, al catecismo donde se recuerda. Como Galadriel advirtió a Gandalf, las sombras crecen, y no será el gran poder de los cardenales de escarlata lo que las contenga, sino las pequeñas acciones de los católicos comunes que rechazan la farsa.

La Mafia Lavanda no puede ser reformada por “obispos” Lavanda. El clóset no puede ser purificado por sus habitantes. Pero la verdad, una vez expuesta, no puede volver a ser enterrada. El arcoíris de Roma no será la última palabra.
 

TODO EL MUNDO SE BURLARÍA DE MÍ SI ME CONFESASE

¿Crees que vale más agradar a los malos que a los buenos, a los impíos que a los cristianos, a los locos que a los sabios, al demonio que a Dios?

Por Monseñor de Segur (1868)


21. TODO EL MUNDO SE BURLARÍA DE MÍ SI ME CONFESASE

Es demasiado decir, todo el mundo. Los bribones, los impíos, los borrachos, los hombres embrutecidos que no comprenden nada de las cosas elevadas, todos estos, es muy posible; pero dime en conciencia, ¿haces mucho caso de la estimación de toda esta gente? Es loca, es perversa; ¿y qué importa a un hombre sensato el juicio de un malvado o de un loco?

Haz lo que quieras que nunca lograrás contentar a todo el mundo. Es preciso tomar un partido. Si eres bueno, desagradarás a los malos; si malo, no te estimarán los buenos. ¿A cuál de los dos partidos vale más desagradar? Sin duda, a los malos; a aquellos a quienes no se estima. ¿Crees que vale más agradar a los malos que a los buenos, a los impíos que a los cristianos, a los locos que a los sabios, al demonio que a Dios?

¿Se burlarían de ti? ¿Y qué importa? Si se burlasen de ti porque eres aseado y vas bien vestido; porque te conservas lozano y con buena salud, ¿creerías deber por esto cambiar de conducta? Lo que haces por tu cuerpo, hazlo por tu alma; sigue tu camino, cumple con tu deber, sé cristiano, y sirve a Dios, salva tu alma, y deja a los imbéciles que se rían. Se reirá con mejor acuerdo el último que se ría.

¿Qué se burlarán de ti? Acaso no tanto como crees. Las gentes del mundo son más ligeras que malvadas. En el fondo estiman el bien, el verdadero bien. Si tienes una verdadera y sólida religión; si eres cristiano a la faz del día y ostentas alta la frente; si posees una piedad bien entendida sin aspavientos ni pequeñeces; si te muestras bueno para todos, indulgente, amable, afectuoso, está seguro de que nadie se burlará de ti, sino que al contrario serás respetado, estimado y amado de casi todo el mundo. 

He conocido a un joven militar, músico del 25 de línea, que comulgaba tres veces a la semana, y hacía a la vista y ciencia de todos sus camaradas la vida más cristiana. Al principio habían querido amostazarle, pero él se había mantenido firme y alegre; pronto le dejaron tranquilo, y todo el regimiento, desde el coronel hasta el último soldado, acabó por venerarle.

Nada por Dios de respetos humanos; nada de cobardía, el Señor no quiere cobardes en su servicio. Confiésate delante de todo el mundo y gloríate de servir a Dios. 

Habrás oído sin duda hablar de ese valiente general Bedeau, que en Argel condujo tantas veces las tropas francesas a la victoria. En 1846 de vuelta de una de sus gloriosas expediciones en África, encontró a un sacerdote que se dirigía a Constantina. Al momento manda hacer alto a su columna, se apea del caballo, se arrodilla al pie de un árbol y se confiesa... Y dirigiéndose luego a sus valientes: 

- “Hijos míos -les dice- dentro de algunos días volveremos a presentarnos ante el enemigo, si alguno de vosotros quiere arreglar su conciencia, salga de las filas y haga como yo”... 

Sal también de las filas; sal del mal, sal de la indiferencia y haz como él.

Continúa...