martes, 5 de agosto de 2025

EL POEMA DEL HOMBRE-DIOS (49)

Continuamos con la publicación del libro escrito por la mística Maria Valtorta (1897-1961) en el cual afirmó haber tenido visiones sobre la vida de Jesús.


49. El encuentro con Pedro y Andrés después de un discurso en la sinagoga (248)
13 de octubre de 1944.

A las 2 de la tarde veo esto:
1 Jesús camina solo por una vereda que corta dos parcelas de cultivo. Juan se dirige hacia Él por un sendero completamente distinto que hay entre las tierras; al final le alcanza, pasando por una abertura del seto.
Juan, tanto en la visión de ayer como en la de hoy, es muy joven. Tiene un rostro sonrosado e imberbe, de hombre apenas hecho. Siendo, además, rubio, no se ve en él ni una señal de bigote o de barba, sino sólo el color rosáceo de las mejillas lisas, el rojo de los labios y la luz risueña de su hermosa sonrisa y mirada pura (no tanto por su color turquesa oscuro cuanto por la limpieza del alma virgen que en ella puede verse). Los cabellos rubio–castaños, largos y esponjosos, se mecen al ritmo de su paso, que es tan veloz que parece que corriera.
Llama, cuando está para pasar el seto: “¡Maestro!”.
Jesús se detiene y se vuelve sonriendo.
“¡Maestro, suspiraba por ti! Me han dicho en la casa donde estás que habías venido hacia la campiña... Pero no exactamente a dónde. Y temía no verte”. Juan habla levemente inclinado, por respeto. Y, no obstante, se le ve lleno de confidente afecto en su actitud y en la mirada, que alza hacia Jesús, con la cabeza ligeramente en dirección al hombro.
“He visto que me buscabas y he venido hacia ti”.
“¿Me has visto? ¿Dónde estabas, Maestro?”.
“Allí”, y Jesús indica un grupo de árboles lejanos que, por el color del ramaje, yo diría que son olivos. “Estaba allí, orando y pensando en lo que voy a decir esta tarde en la sinagoga. Pero lo he dejado en seguida, nada más verte”.
“¿Y cómo has podido verme si yo apenas distingo ese lugar, escondido detrás de aquel promontorio?”.
“Y, sin embargo, ya ves que he salido a tu encuentro porque te he visto. Lo que no hace el ojo, lo hace el amor”.
“Sí, lo hace el amor…

2 Entonces, me amas, ¿no, Maestro?”.
“Y tú, ¿me amas, Juan, hijo de Zebedeo?”.
“Mucho, Maestro. Tengo la impresión de haberte amado siempre. Antes de conocerte, mi alma te buscaba, y, cuando te he visto, ella me ha dicho: "He ahí a quien buscas". Yo creo que te he encontrado porque mi alma te ha sentido”.
“Tú lo dices, Juan, y es así. Yo también he venido hacia ti porque mi alma te ha sentido. ¿Durante cuánto tiempo me amarás?”.
“Siempre, Maestro. Ya no quiero amar a nadie que no seas Tú”.
“Tienes padre y madre, hermanos, hermanas; tienes la vida, y, con la vida, la mujer y el amor. ¿Serás capaz de dejarlo todo por mí?”.
“Maestro... no sé... pero me parece, si no es soberbia el decirlo, que tu predilección será, para mí, padre, madre, hermanos, hermanas e incluso mujer. De todo, sí, de todo me consideraré saciado, si Tú me amas”.
“¿Y si mi amor te comporta sufrimientos y persecuciones?”.
“Será como nada, Maestro, si Tú me amas”.
“Y el día que Yo debiera morir...”.
“¡No! Eres joven, Maestro... ¿Por qué morir?”.
“Porque el Mesías ha venido para predicar la Ley en su verdad y para llevar a cabo la Redención. Y el mundo aborrece la Ley y no quiere redención. Por eso persigue a los mensajeros de Dios”.
“¡Oh, que esto no suceda! ¡No le manifiestes este pronóstico de muerte a quien te ama!... Pero, aunque tuvieras que morir, yo te amaría de todas formas. Deja que te ame”. Juan tiene una mirada suplicante. Más humilde que nunca, camina al lado de Jesús y parece como si mendigara amor.
Jesús se detiene. Le mira, le taladra con la mirada de su ojo profundo, y, poniéndole la mano sobre su cabeza inclinada, le dice: “Quiero que me ames”.
“¡Oh, Maestro!”. Juan se siente feliz. Aunque su pupila brille de llanto, ríe con esa joven boca suya bien dibujada; toma la mano divina, la besa en el dorso y la aprieta contra su corazón.

3 Continúan su camino.
“Has dicho que me buscabas...”.
“Sí. Para anunciarte que mis amigos quieren conocerte... y porque... ¡Oh, qué ganas tenía de estar de nuevo contigo! Te he dejado hace pocas horas... y ya no podía seguir sin ti”.
“Entonces, ¿has sido un buen anunciador del Verbo?”.
“También Santiago, Maestro, ha hablado de ti de manera... convincente”.
“De forma que incluso quien desconfiaba –y no es culpable, porque la prudencia era la causa de su reserva– se ha persuadido. Vamos a confirmarle del todo”.
“Tenía un poco de miedo...”.
“¡No! ¡No miedo a mí! He venido por los buenos y más aún por quien está en el error. Yo quiero salvar, no condenar. Con los honestos seré todo misericordia”.
“¿Y con los pecadores?”.
“También. Por deshonestos entiendo los que lo son espiritualmente, y con hipocresía fingen ser buenos, mientras que realizan obras malvadas. Y hacen esas cosas, y de esa forma, para obtener algún beneficio propio y sacar algún provecho del prójimo. Con éstos seré severo”.
“Simón entonces puede sentirse seguro. Es auténtico como ningún otro”.
“Así me gusta, y así quiero que seáis todos”.
“Simón quiere decirte muchas cosas”.
“Le escucharé después de hablar en la sinagoga. He dicho que se avise no sólo a los ricos y a los sanos sino también a los pobres y a los enfermos. Todos tienen necesidad de la Buena Nueva”.

4 El poblado está cercano. Algunos niños juegan en la calle; uno, corriendo, se choca con las piernas de Jesús, y, se hubiera caído, si Él no le hubiese aferrado con solicitud. El niño llora de todas formas, como si se hubiera hecho daño, y Jesús, sujetándole, le dice: “¿Un israelita que llora? ¿Qué habrían debido hacer los miles y miles de niños que se hicieron hombres atravesando el desierto siguiendo a Moisés? (249). Pues bien, más por ellos que por los otros –porque el Altísimo ama a los inocentes y cuida providentemente de estos angelitos de la tierra, de estas avecillas sin alas, como de los pájaros del bosque y de los aleros–, justamente por éstos envió tan dulce maná (250). ¿Te gusta la miel? ¿Sí? Bueno, pues si eres bueno comerás una miel más dulce que la de tus abejas”.
“¿Dónde? ¿Cuándo?”.
“Cuando, después de una vida de fidelidad para con Dios, vayas a Él”.
“Sé que no iré a 
Él si no viene el Mesías. Mamá me dice que por ahora cada uno de nosotros, israelitas, somos como Moisés y morimos teniendo ante nuestros ojos la Tierra Prometida (251). Dice que nos quedamos a la espera de entrar en ella y que sólo el Mesías hará que entremos”.
“¡Pero qué israelita tan genial! Pues bien, Yo te digo que cuando mueras entrarás en seguida en el Paraíso, porque el Mesías, para entonces, habrá abierto ya las puertas del Cielo. Pero tienes que ser bueno”.
“¡Mamá! ¡Mamá!”. El niño se desata de los brazos de Jesús y corre hacia una joven esposa que regresa con un ánfora de cobre. “¡Mamá! El nuevo Rabí me ha dicho que iré inmediatamente al Paraíso cuando muera, y que comeré mucha miel... pero si soy bueno. ¡Seré bueno!”.
“¡Dios lo quiera! Perdona, Maestro, si te ha molestado. ¡Está lleno de vitalidad!”.
“La inocencia no molesta, mujer. Dios te bendiga, porque eres una madre que cría a los hijos en el conocimiento de la Ley”.
La mujer se sonroja ante esta alabanza y responde: “Que Dios te bendiga también a ti”, y desaparece con su pequeño.

5 “¿Te gustan los niños, Maestro?”
“Sí, porque son puros... y sinceros... y amorosos”.
“¿Tienes sobrinos, Maestro?”
“No tengo sino... una Madre... Pero en Ella están presentes la pureza, la sinceridad, el amor de los niños más santos, junto con la sabiduría, justicia y fortaleza de los adultos. En mi Madre tengo todo, Juan”.
“¿Y la has dejado?”.
“Dios está por encima incluso de la más santa de las madres”.
“¿La conoceré yo?”.
“La conocerás”.
“¿Y me querrá?”.
“Te amará porque Ella ama a quien ama a su Jesús”.
“¿Entonces no tienes hermanos?”.
“Tengo algunos primos por parte del marido de mi Madre. Pero todo hombre es para mí un hermano y para todos he venido.

6 Henos aquí delante de la sinagoga. Yo entro; tú vendrás después con tus amigos”.
Juan se va y Jesús entra en una estancia cuadrada que tiene el típico aparato de luces colocadas en triángulo y de atriles con rollos de pergamino. Ya hay una multitud que espera y ora. También Jesús ora. La multitud bisbisea y hace comentarios detrás de 
Él. Jesús se inclina para saludar al jefe de la sinagoga y luego pide un rollo, tomado al azar.
Jesús empieza la lección. Dice:
“El Espíritu me mueve a leer esto para vosotros. Al principio del séptimo libro de Jeremías se lee: “Esto dice el Señor de los ejércitos, el Dios de Israel: 'Enmendad vuestros hábitos y vuestros sentimientos, y entonces habitaré con vosotros en este lugar. No os hagáis falsas ilusiones con esas palabras vanas que repetís: aquí está el Templo del Señor. Porque si vosotros mejoráis vuestros hábitos y sentimientos, si hacéis justicia entre el hombre y su prójimo, si no oprimís al extranjero, al huérfano y a la viuda, si no esparcís en este lugar la sangre inocente, si no seguís a los dioses extranjeros, para desventura vuestra, entonces Yo habitaré con vosotros en este lugar, en la tierra que di a vuestros padres para siempre'” (252).
Oíd, vosotros, de Israel. Yo vengo a iluminaros las palabras de luz que vuestra alma ofuscada ya no sabe ni ver, ni entender. Oíd. Mucho llanto cae sobre la tierra del pueblo de Dios: lloran los ancianos al recordar las antiguas glorias, lloran los adultos bajo el peso del yugo, lloran los niños sin porvenir de gloria. Más la gloria de la Tierra no es nada respecto a una gloria que ningún opresor, aparte de Mammón (253) y la mala voluntad, puede arrebatar.
¿Por qué lloráis? ¿Cómo es que el Altísimo, que siempre fue bueno para con su pueblo, ahora ha vuelto hacia otro lugar su mirada y niega a sus hijos la visión de su Rostro? ¿Ya no es el Dios que abrió el mar y por él hizo pasar a Israel y por arenas le condujo y nutrió, y le defendió contra los enemigos y, para que no perdiese la pista del camino del Cielo, como dio a los cuerpos la nube, les dio la Ley a las almas? ¿Ya no es el Dios que dulcificó las aguas y proporcionó el maná a los que estaban extenuados? ¿Ya no es el Dios que quiso estableceros en esta tierra y estrechó con vosotros una alianza de Padre a hijos? (254). Y entonces, ¿por qué ahora el pueblo extranjero os ha abatido?
Muchos entre vosotros murmuran: "¡Y, sin embargo, aquí está el Templo!". No basta tener el Templo e ir a él a rezar a Dios. El primer templo está en el corazón de cada hombre y en él se debe llevar a cabo una santa oración. Pero no puede ser santa si antes el corazón no se enmienda, y con el corazón los hábitos, los afectos, las normas de justicia respecto a los pobres, respecto a los siervos, respecto a los parientes, respecto a Dios.
Mirad. Yo veo ricos de duro corazón que depositan pingües ofrendas en el Templo, pero no saben decirle al pobre: "Hermano, toma un pan y un denario (255). Acéptalo. De corazón a corazón. Que esta ayuda no te humille a ti, y no me ensoberbezca a mí el dártela". Veo que hay quien ora y se lamenta ante Dios de que no le escucha prontamente; y después, al mísero –en ocasiones, de su propia sangre– que le dice: "Escúchame", le responde con corazón de piedra: "No". Veo que lloráis porque quien os domina desangra vuestra bolsa. Pero luego vosotros sacáis la sangre a quien odiáis, y no os horroriza el vaciar un cuerpo de sangre y de vida.
¡Oh, israelitas! El tiempo de la Redención ha llegado. Más, preparad sus vías en vosotros con la buena voluntad. Sed honestos, buenos; amaos los unos a los otros. Ricos, no despreciéis; comerciantes, no cometáis fraudes; pobres, no envidiéis. Sois todos de una sangre y de un Dios. Todos estáis llamados a un destino. No os cerréis con vuestros pecados el Cielo que el Mesías os va a abrir. ¿Que hasta ahora habéis errado? Ya no más. Caiga todo error.
Simple, buena, fácil es la Ley que vuelve a los diez mandamientos iniciales; pero deben estar inmersos en luz de amor. Venid. Yo os mostraré cuáles son: amor, amor, amor. Amor de Dios a vosotros, de vosotros a Dios. Amor entre vosotros. Siempre amor, porque Dios es Amor y son hijos del Padre los que saben vivir el amor. Yo estoy aquí para todos y para dar a todos la luz de Dios. He aquí la Palabra del Padre que se hace alimento en vosotros. Venid, gustad, cambiad la sangre del espíritu con este alimento. Todo veneno desaparezca, toda concupiscencia muera. Se os ofrece una gloria nueva, la eterna; la alcanzarán los que hagan de la Ley de Dios estudio verdadero de su corazón. Empezad por el amor. No hay nada más grande. Cuando sepáis amar, sabréis ya todo, y Dios os amará; y amor de Dios quiere decir ayuda contra toda tentación.
La bendición de Dios descienda sobre quien le eleva un corazón lleno de buena voluntad”.
Jesús ha terminado de hablar. Se oye el bisbiseo de la gente. Después de himnos muy salmodiados, la asamblea se disuelve.

7 Jesús sale a la placita. En la puerta están Juan y Santiago con Pedro y Andrés.
“La paz esté con vosotros” dice Jesús; y añade: “Este es el hombre que para ser justo necesita no juzgar sin conocer primero, pero que es honesto reconociendo su equivocación. Simón, ¿has querido verme? Aquí me tienes. Y tú, Andrés, ¿por qué no has venido antes?”.
Los dos hermanos se miran turbados. Andrés susurra: “No me atrevía...”.
Pedro, rojo, no habla. Pero cuando oye que Jesús le dice al hermano: “¿Hacías algo malo viniendo? Sólo el mal no se debe osar hacer”, interviene con franqueza: “He sido yo. El quería traerme inmediatamente hacia ti. Pero yo... yo he dicho... Sí, he dicho: "No creo", y no he querido. ¡Oh, ahora me siento mejor!...”.
Jesús sonríe y dice: “Por tu sinceridad, te manifiesto que te amo”.
“Pero yo... yo no soy bueno... no soy capaz de hacer lo que has dicho en la sinagoga. Soy iracundo y, si alguno me ofende... ¡bueno!... Soy codicioso y me gusta tener dinero...y al vender el pescado... bueno... no siempre... no siempre he estado limpio de fraude. Y soy ignorante. Y tengo poco tiempo para seguirte y recibir así la luz. ¿Qué puedo hacer? Quisiera ser como Tú dices... pero...”.
“No es difícil, Simón. ¿Conoces un poco la Escritura? ¿Sí? Pues bien, piensa en el profeta Miqueas. Dios quiere de ti lo que dice Miqueas (256). No te pide que te arranques el corazón, ni que sacrifiques los afectos más santos. Por ahora no te lo pide. Un día tú le darás a Dios, sin que te lo demande, incluso a ti mismo. Pero El espera a que un sol y un rocío, de ti, sutil tallo de hierba, hagan palma robusta y gloriosa. Por ahora te pide esto: practicar la justicia, amar la misericordia, poner toda la atención en seguir a tu Dios. Esfuérzate en hacer esto y quedará cancelado el pasado de Simón, y tú serás el hombre nuevo, el amigo de Dios y de su Cristo. No serás ya Simón, sino Cefas, piedra segura en que me apoyaré”.
“¡Esto me gusta! Esto lo entiendo. La Ley es así... es así... mira, ¡yo ya no sé practicarla de la forma que la presentan los rabinos!... Pero esto que Tú dices, sí. Me parece que lo lograré. Tú me vas a ayudar, ¿no? ¿Resides en esta casa?... Conozco al dueño”.
“Estoy aquí. Pero voy a ir a Jerusalén, y después predicaré por Palestina. Para esto he venido. De todas formas, volveré aquí frecuentemente”.
“Vendré a oírte de nuevo. Quiero ser tu discípulo. Un poco de luz entrará en mi cabeza”.
“En el corazón sobre todo, Simón, en el corazón. Y tú, Andrés, ¿no hablas?”.
“Escucho, Maestro”.
“Mi hermano es tímido”.
“Será un león. Está anocheciendo. Que Dios os bendiga y conceda buena pesca. Id”.
“La paz sea contigo”. Se van.

8 Nada más salir, Pedro observa: “¿Qué habrá querido (257) decir antes, con eso de que pescaré con otras redes, y otro tipo de peces?”.
“¿Por qué no se lo has preguntado? Querías decir muchas cosas, y luego casi ni hablas”.
“Me daba... vergüenza. ¡Es tan distinto de los demás rabinos!”.
“Ahora va a Jerusalén...”. Esto lo expresa Juan con anhelo y nostalgia grandes. “Yo quería pedirle que me dejara ir con 
Él... pero no me he atrevido...”.
“Vete a decírselo, muchacho” responde Pedro. “Nos hemos despedido de 
Él así, sin más... sin ni siquiera una palabra de afecto... Al menos, que sepa que le admiramos. Ve, ve. Yo me encargo de comunicárselo a tu padre”.
“¿Voy, Santiago?”.
“Ve”.
Juan se echa a correr.. y, también corriendo, vuelve lleno de júbilo. “Le he dicho: "¿Quieres que vaya contigo a Jerusalén?". Me ha respondido: "Ven, amigo". ¡Ha dicho "amigo"! Mañana a esta hora vendré aquí. ¡Ah! ¡A Jerusalén con 
Él!...”
...La visión termina.

“Juan fue grande también en la humildad”
14 de octubre de 1944

9 Respecto a esta Visión, me dice esta mañana Jesús:
“Quiero que tú y todos os fijéis en la actitud de Juan, en un aspecto que siempre pasa desapercibido. Le admiráis porque es puro, amoroso, fiel. Pero no os dais cuenta de que fue grande también en humildad. El, primer artífice de que Pedro viniera a mí, modestamente, calla este detalle.
El apóstol de Pedro y, por lo tanto, el primero de mis apóstoles, fue Juan; primero en reconocerme, primero en dirigirme la palabra, primero en seguirme, primero en predicarme. Y, sin embargo, ¿veis lo que dice?: "Andrés, hermano de Simón, era uno de los dos que habían oído las palabras de Juan [el Bautista] y habían seguido a Jesús. El primero con quien se encontró fue su hermano Simón, al cual le dijo: 'Hemos encontrado al Mesías', y le condujo adonde estaba Jesús" (258).
Justo, además de bueno, sabe que Andrés se angustia por tener un carácter cerrado y tímido, sabe que querría hacer muchas cosas pero que no logra hacerlas, y desea para él, en la posteridad, el reconocimiento de su buena voluntad. Quiere que aparezca Andrés como el primer apóstol de Cristo respecto a Simón, a pesar de que la timidez y la dependencia respecto a su hermano le hubieran creado un sentimiento de derrota en el apostolado.

10 ¿Quiénes, entre los que hacen algo por mí, saben imitar a Juan y no se autoproclaman insuperables apóstoles, pensando que su éxito proviene de un complejo de cosas, que no son sólo santidad, sino también audacia humana, fortuna, y la circunstancia de estar junto a otros menos audaces y afortunados, pero quizás más santos que ellos?
Cuando tengáis algún éxito en el campo del bien, no os gloriéis de ello como si fuera mérito sólo vuestro. Alabad a Dios, señor de los apostólicos obreros, y tened ojo limpio y corazón sincero para ver y dar a cada uno la alabanza que le corresponde. Ojo límpido para discernir a los apóstoles que cumplen holocausto, y que son las primeras, verdaderas palancas en el trabajo de los demás. Sólo Dios los ve a éstos que, tímidos, parece que no hacen nada, y son, sin embargo, los que le roban al Cielo el fuego de que están investidos los audaces. Corazón sincero en cuanto a decir: "Yo actúo, pero éste ama más que yo, ora mejor que yo, se inmola como yo no sé hacer y como Jesús ha dicho: '...dentro de la propia habitación con la puerta cerrada para orar en secreto' (259). Yo, que intuyo su humilde y santa virtud, quiero darla a conocer y decir: 'Yo soy instrumento activo; éste, fuerza que me imprime movimiento; porque, injertado como está en Dios, me es canal de celeste fuerza' ".
Y la bendición del Padre, que desciende para recompensar al humilde que en silencio se inmola para dar fuerza a los apóstoles, descenderá también sobre el apóstol que sinceramente reconoce la sobrenatural y silenciosa ayuda que le viene a él del humilde, y el mérito de éste, que la superficialidad de los hombres no nota.
Aprended todos.

11 ¿Es mi predilecto? Sí. Pero, ¿no tiene también esta semejanza conmigo? Puro, amoroso, obediente, mas también humilde. Yo me miraba en él y en él veía mis virtudes. Le amaba, por ello, como un segundo Yo. Veía la mirada del Padre depositada en él, reconociéndole como un pequeño Cristo. Y mi Madre me decía: "Siento en él un segundo hijo. Me parece verte a ti, reproducido en un hombre".
¡Oh..., la Llena de Sabiduría cómo te conoció dilecto mío! Los dos azules de vuestros corazones de pureza se fundieron en un único velo para protegerme amorosamente, y vinieron a ser un solo amor, antes incluso de que Yo diera a la Madre a Juan y a Juan a la Madre (260). Se habían amado porque habían reconocido su mutua similitud: hijos y hermanos del Padre y del Hijo”.

Continúa...






 





 

El Poema del Hombre-Dios (40)

El Poema del Hombre-Dios (41)


El Poema del Hombre-Dios (43)

El Poema del Hombre-Dios (44)

El Poema del Hombre-Dios (45)




Notas:

248
) Cfr. Ju. 1, 42.

249
) Cfr. Cap. 44 pág. 264 not. 225.

250
) Cfr. Ex. 16, 35 y todo el capítulo.

251
) Cfr. Dt. 32, 48–52.

252
) Cfr. Jer. 7, 3–7.

253
) Mammón significa “dinero” adquirido injustamente. Por esta razón se le compara e iguala con el demonio. Cfr. Mt. 6, 24; Lc. 16, 9–13.

254
) Cfr. Ex. 13, 17 – 24, 18.

255
) Denario, salario equivalente a lo que gana en un día un trabajador (N.T.).

256
) Miq. 6, 8.

257
) relacionar con 48.6.

258 Cfr. Ju. 1, 40–42.

259
) Cfr. Mt. 6, 6.

260
) Cfr. Ju. 19, 25–27.

BEATO PALAU: LA INFILTRACIÓN DE LA IGLESIA Y LA VENIDA DEL RESTAURADOR

El Beato Palau hizo predicciones asombrosas sobre nuestros tiempos.

Por Margaret C. Galitzin


El Beato Palau predijo la infiltración de la Revolución en el seno mismo de la Iglesia Católica y su derrota tras un gran Castigo. Asimismo, en el silencio de su cueva en la pequeña isla árida de Vedrá, el Ángel del Apocalipsis visitó al ermitaño y le mostró a un hombre providencial al que el Beato Palau llamó el Restaurador —un nuevo “Moisés de la ley de la Gracia”—, quien dirigirá la futura Restauración e instaurará el Reino de María.

Infiltración en la Iglesia

En el año 1864, un ángel se le apareció en su cueva de Védra y le dijo que era el Ángel que custodiaba la ciudad de Roma y su pontificado. Le dijo al Beato Palau:

Abandonaré Roma. Derribaré el trono pontificio y la ciudad será entregada al poder de los demonios. Ya no será el centro de la religión de Jesucristo. Degradará a sus sacerdotes y religiosos y volverá a convertirse en enemiga de Cristo y de su Iglesia. El trono del Sumo Pontífice no volverá a ella, porque será trasladado a otro lugar...

Roma será severamente castigada, y ese día está cerca, un día de luto y dolor, un día de sangre y fuego.

Entonces el Ángel lo invitó a subir a una montaña donde Palau vería la abominación de la desolación introducida en el lugar santo, como lo predijo el profeta Daniel.

Lleno de terror y temor, Palau subió a la montaña y el Ángel le dijo: 

Mira y observa bien lo que hay en el santuario. Observa, guarda silencio, guarda secreto: el misterio de la iniquidad ya se ha consumado y voy a castigar a los culpables, y la sangre de los justos aplacará la ira de Dios” (1)

Cuatro años después, en su boletín El Ermitaño, el Beato Palau alertó a los católicos: 

“Satanás se ha atrevido a entrar incluso en el Santo de los Santos, al mando de todos los reyes y poderes políticos de la tierra en la batalla contra Cristo” (2).

En otro lugar, el ermitaño previó más de lo que los católicos presenciarían: 

“Verán al Diablo dentro del santuario mismo, desafiando la omnipotencia de Dios con blasfemias ante sus altares. Verán en el culto católico las abominaciones predichas por el profeta Daniel. Verán el anticristianismo instaurado en el poder. Verán al Diablo introducido en el lugar sagrado: allí corrompe, pervierte y destruye” (3).

“Satanás entró en el santuario y lo llenó de abominaciones, apoyado por quienes se llaman católicos, y desde dentro del santuario mismo nos están haciendo la guerra, una guerra atroz, la más peligrosa que la Iglesia jamás haya tenido que enfrentar. Porque, esta vez, el enemigo nos combate desde dentro de la fortaleza. Usando las vestimentas y el nombre católico, el enemigo se presenta con esta fachada en ciertos actos religiosos para fascinar a las multitudes y crear confusión incluso en los cielos” (4).

La Revolución haría todo lo posible por abolir el Santo Sacrificio de la Misa, pero fracasaría: 

“Desaparecerá de la vista pública, pero continuará en las catacumbas, desiertos y lugares ocultos” (5)

Sobre la masonería, dijo: 

El Rey Demonio está a la cabeza de la masonería con el Gran Oriente, así como Cristo está al frente de toda la Iglesia. Pío IX es la cabeza visible de la Iglesia y Cristo es la cabeza invisible. El Gran Oriente es la cabeza visible del imperio del mal y el Rey Demonio es su cabeza. No hay soberano en la tierra que no haya sido iniciado en los secretos de la masonería (6)

El Castigo venidero

“Veo -escribió el Beato Palau en 1869- la ira de Dios que se cierne sobre nuestras cabezas a causa de los crímenes de los hombres. Los demonios no capitularán, pues son la vara con la que Dios castiga a las naciones y pueblos criminales. Casi parece como si Dios protegiera a los demonios y a la Revolución que dirigen, como un juez protege los instrumentos de su justicia” (7).

En el ámbito temporal, afirmó, una catástrofe social universal —la peor que el mundo jamás había visto— precedería al gran Castigo. El caos sería tan grande que el hombre ya no podría poner orden.

Palau, quien conocía las profecías de la Beata Ana María Taigi (1769-1837), también habló de los tres Días de Oscuridad. También se le mostró “una oscuridad tan densa que se puede tocar, que cubrirá la faz de la tierra”.

“Serán días de ira y maldición -advirtió- un tiempo en que la muerte, con el Ángel Exterminador y el Infierno a su paso, visitará los hogares de los impíos e incrédulos tal como visitó a Egipto cuando mató a sus primogénitos en una noche” (8).

Muchos morirán de miedo, mientras la naturaleza se estremece y “expulsa de su seno a esos ángeles revolucionarios y hombres de iniquidad que trastocan sus leyes” (9). Solo las velas de los justos -continúa- arderán. Esos hombres deberán cerrar sus puertas y ventanas y, recogidos con sus familias en sus oratorios, orar y hacer penitencia ante el Juez que castiga a los malhechores que perecerán en su impiedad.

Así como en el pasado Moisés extendió la mano hacia el Cielo y la oscuridad total cayó sobre la tierra de Egipto durante tres días, así el Restaurador en los días venideros hará descender del Cielo los tres días de oscuridad. En el tiempo de Moisés, solo donde habitaban los hijos de Israel brillaba la luz; en el Castigo venidero solo en los hogares de los fieles arderá una luz.

El Restaurador, una voz apostólica, es necesario para esta misión, declaró Palau: “Para que los impíos no puedan atribuir estas calamidades solo a la naturaleza y para que la gente crea en la omnipotencia del Dios de los católicos y la verdad del poder de la Iglesia católica” (10).

Dos hipótesis sobre la venida de Elías

Mientras bajaban del Monte Tabor, los Apóstoles preguntaron a su Maestro sobre la misión de Elías, y Jesús respondió: “Elías debe venir y restaurar todas las cosas” (Mt 17,11). En su cueva en la isla de Vedra, al carmelita Francisco Palau se le mostró una figura eliática —un Elías en persona o en espíritu— que vendrá a poner fin a la Revolución e instaurar el Reino de María. Él será el Restaurador, el Moisés de la Ley de la Gracia, es decir, el Moisés del Nuevo Testamento.

En ocasiones, el Beato Palau planteó si Elías mismo vendría a destruir la Revolución y a restaurarlo todo para el tiempo de paz que vendría después: “¿Será el mismo Tesbita o su espíritu y misión en un nuevo Moisés? No nos atrevemos a conjeturar” (11).

En otras ocasiones, propuso que este Moisés de la Ley de la Gracia podría ser una prefigura de Elías, un hombre conectado de alguna manera con la Orden Carmelita con una misión especial de Dios: destruir la Revolución y formar un apostolado para luchar y predicar en los Últimos Días:

“Este apóstol, cuando aparezca, será Elías, el Elías prometido; cualquiera que sea su nombre —Juan, Moisés, Pedro—, poco importa. Pues la misión de este Elías será restaurar la sociedad humana, tal como Dios lo ha ordenado en su Providencia” (12).

Predijo que el Restaurador no sería un Rey, sino un Apóstol y Profeta que restablecería las esferas espiritual y temporal sobre su verdadero fundamento: “Elías restaurará las cosas eclesiásticas a su debido orden con mano fuerte”. Él “purificará el Templo de Dios de las abominaciones con que los malos católicos lo profanan” (13).

También organizaría a “todos los católicos que aún son fieles a Dios”. Estas almas fieles elegidas obtendrán “nueva vida, virtud y fuerza” siguiendo su ejemplo (13).

Los elegidos seguirán a este Restaurador, mientras que el resto de los católicos apostatarán, separándose unos de otros. Será desconocido, perseguido, despreciado por los católicos cuyos nombres no están escritos en el libro de la vida (14).

¿Cuándo sucederá esto? El Beato Palau no lo pudo decir, pero creía que sería cuando el remanente fiel se desanimara por los poderes de Satanás que parecerían haber triunfado.

El Beato Palau dejó este mundo sin ver ese día. Sin embargo, las palabras finales de su último artículo publicado repiten el acto de fe que había renovado innumerables veces: “Dios nos ha dado su palabra, y su palabra nos dice que él [Elías] vendrá y restituirá omnia” [restaurará todas las cosas] (15).

Continúa...

Notas:

1) Carta del 1 de agosto de 1866 al Padre Pascoal de Jesús María, véase P. Tiago de San José,
The Prophecies of Blessed Francisco Palau about the End of Time

2) “Roma vista desde la cima del monte”, El Ermitano, n.° 58, 12-9-1869, en ibídem (aquí https://www.youtube.com/watch?v=NWolTBwhXaw)

3) “El suicidio”, El Ermitaño, No 87, 7-7-1870, en ibídem.

4) “Campamento de epidemia en Vallcarca”, El Ermitano, núm. 99, 29-9-1870), en ibídem. https://www.youtube.com/watch?v=NWolTBwhXaw

5) “Incendio de barracas en Barcelona”, El Ermitaño, núm. 170, 8/2/1872, en Luis Dufaur, Beato Francisco Palau y Quer, OCD: Un profeta de ayer, para hoy, para mañana, para el fin de los tiempos .

6) Milagros del espiritismo, El Ermitaño, núm. 138, 29-6-1871), en ibidem.

7) “Importancia del ministerio del exorcistado, El dogma católico”, El Ermitaño, núm. 24, 15/4/1869, en ibidem.

8) “Tres días de tinieblas sobre el orbe entero”, El Ermitaño, núm. 119, 16/02/1871, en ibidem.

9) Ibidem.

10) “La cruz”, El Ermitaño, núm. 159, 23/11/1871, en ibídem.

11) “La Restauración”, El Ermitaño, núm. 154, 19/10/1871, en ibidem.

12) “Anarquía social”, El Ermitaño, núm. 113, 5/1/1871, en ibidem.

13) “La guerra imperio universal”, El Ermitaño, núm. 102, 20/10/1870, en ibidem.

14) El Ermitaño, núm. 113, 5 de enero de 1871

15) “Cálculos del Ermitaño”, El Ermitaño, núm. 163, 21/12/1871, en ibidem.

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ES MUY FASTIDIOSO TENER QUE IR A CONFESARSE

¡Más fastidioso sería aún ir al infierno y abrasarse en él eternamente!

Por Monseñor de Segur (1868)


16. ES MUY FASTIDIOSO TENER QUE IR A CONFESARSE


Y en verdad que no vamos para divertirnos. Únicamente las mariposas y los atolondrados hacen no más que lo que les divierte.

El deber, cualquiera que sea, por lo regular no divierte, y la vida es un tejido de deberes. 

Si de vez en cuando nos ofrece algunos placeres, es, no hay que hacerse ilusiones, como un oasis en medio de un desierto. 

Dios hace con nosotros lo que las madres con sus niños; para que mejor coman el pan y la carne, ponen un poco de manteca o de dulce en aquel y de salsa en esta. El placer no es más que la confitura del deber; este es el pan sólido que alimenta. 

¿Eres un niño para no querer más que dulces sin pan? ¡Hermoso estado el de las almas muelles y ligeras que no quieren más régimen que este! Ellas no saben más que reírse, y el Señor ha dicho; ¡Desgraciados los que reís! 

Sirvamos a Dios porque es nuestro deber, y nuestro deber más importante. 

Recemos, confesémonos, porque estamos obligados a hacerlo, porque es útil y necesario que nos confesemos y que nos confesemos a menudo. 

Si esto nos agrada, tanto mejor; tanto peor si nos fastidia; no es esto de lo que se trata. Sepamos una vez sobreponernos a estas dificultades pueriles, y nunca, nunca más repitamos, al tratarse de un deber religioso, esta cobarde frase: “Es fastidioso”. ¡Más fastidioso sería aún ir al infierno y abrasarse en él eternamente!

 

5 DE AGOSTO: NUESTRA SEÑORA DE LAS NIEVES


5 de Agosto: Nuestra Señora de las Nieves

Celebra la Santa Iglesia la Fiesta de Nuestra Señora de las Nieves el 5 de Agosto por la razón que aquí diremos.

Siendo Sumo Pontífice Liberio, hubo en Roma un caballero muy noble y rico, llamado Juan Patricio, el cual estaba casado con una señora principal e igual suyo en todo, de la cual al cabo de muchos años no tenía hijos; y aunque lo deseaban mucho estos caballeros, pero como eran tan temerosos de Dios como ricos, y no menos piadosos que ilustres, conformábanse con su voluntad, entendiendo que no darles sucesión era lo que mejor les estaba; pues así lo ordenaba Él con su paternal providencia.

Eran muy devotos de la Virgen María, nuestra Señora, y determinaron tomarla por heredera de sus grandes riquezas; y para acertar mejor a servirla, hicieron grandes plegarias, limosnas y buenas obras, suplicándole que los encaminase y mostrase en qué obra quería que ellos gastasen su hacienda en su servicio.

Oyó la Reina del Cielo sus oraciones que con tanto afecto Juan Patricio y su mujer le hacían, y una noche que fue la precedente al quinto día de agosto, cuando los calores son excesivos en Roma, habló entre sueños a los dos, a cada uno de por sí, y díjoles que la mañana siguiente fuesen al collado Esquilino, y que en la parte de él que hallasen cubierta de nieve, le edificasen un templo donde ella fuese honrada por los fieles, y que haciendo esto, se tendría por su heredera y bien servida.

La mañana siguiente confirieron entre sí los dos buenos casados el sueño o revelación que habían tenido: dieron parte de ello al Sumo Pontífice Liberio, al cual la Virgen había hecho la misma revelación.

Convocóse al pueblo, juntóse el clero, y ordenóse una devota procesión.

Llegados al monte, hallaron cubierto de nieve un espacio muy bastante para una iglesia capaz: señalóse el lugar ella, y de la hacienda de los caballeros devotos de la Virgen, luego se comenzó a labrar, se acabó suntuosamente.

Esta fue la primera iglesia que se edificó en Roma con título y advocación de Nuestra Señora.

Llamósele al principal Nuestra Señora de las Nieves, más como en Roma se hubiesen muchas y muy grandes iglesias de Nuestra Señora, dieron a ésta de las Nieves, título de Santa María la Mayor, para mostrar la excelencia que tiene sobre todas las que hay en aquella ciudad; la cual se esmera mucho en honrar a la soberana Señora.

No es maravilla, pues, que San Gregorio y otros soberanos Pontífices mandasen que viniesen en soberana procesión a esta iglesia los fieles de todos los estados y condiciones, que había en Roma, cuando alguna pública calamidad los afligiese.

Muchos milagros ha obrado el Señor en aquel templo y obra cada día, por intercesión de su purísima Madre, que en aquel lugar santo que ella misma escogió tan señaladamente y por tanta gente venerada.

Reflexión:

Con este obsequio prestado a la Virgen por aquellos esposos nos enseñó Dios cuán bien empleadas están las haciendas que se gastan en edificar, restaurar y enriquecer los templos, y cuán bien remunera la Reina del Cielo los servicios que los fieles le hacen acá en la tierra; demos también nosotros de cuando en cuando alguna limosna para la conservación y mayor esplendor de los templos consagrados a Nuestra Señora, la cual, como Reina que es del Cielo y de la tierra, recompensará magníficamente a nuestros filiales obsequios.

Oración:

Te rogamos, Señor Dios, que nos concedas la salud cumplida del alma y del cuerpo; a fin de que por la intercesión de la gloriosa siempre Virgen María nos veamos libres de los trabajos presentes y gocemos de la dicha sempiterna. Por Jesucristo, Nuestro Señor. Amén.


lunes, 4 de agosto de 2025

LA CONJURACIÓN ANTICRISTIANA: EL RENACINIENTO, PUNTO DE INICIO DE LA CIVILIZACIÓN MODERNA

El Renacimiento engendró la Reforma y la Reforma engendró la Revolución, cuyo objetivo es aniquilar la civilización cristiana para substituirla por la llamada civilización moderna.


Continuamos con la publicación del tercer capítulo del libro publicado en 1910 de Monseñor Henri Delassus, quien nos advierte sobre el enemigo.

CAPITULO III

EL RENACINIENTO, PUNTO DE INICIO DE LA CIVILIZACIÓN MODERNA

En su admirable introducción a la “Vida de Santa Isabel”, M. de Montalembert dice del siglo XIII, que fue -al menos por lo que se refiere al pasado- el apogeo de la civilización cristiana: “Nunca quizás la Esposa de Cristo había reinado por un imperio tan absoluto sobre el pensamiento y sobre el corazón del pueblo… Entonces, más que en ningún otro momento de este rudo combate, el amor de sus hijos, su dedicación sin término, su número y valor cada día crecientes, y los santos que cada día veía nacer entre ellos, ofrecían a esta Madre inmortal, fuerzas y consolaciones, hasta el momento en que le fueron cruelmente arrebatadas. Gracias a Inocencio III, que continuó la obra de Gregorio VII, la cristiandad era una extensa unidad política, un reino sin fronteras, habitado por múltiples razas. Los señores y los reyes habían aceptado la supremacía pontifical. Fue necesario que viniera el protestantismo para destruir esta obra”.

Antes mismo del protestantismo, un primer y rudo golpe se dio a la sociedad cristiana de 1308. Lo que la sustentaba era, como dice M. de Montalembert, la autoridad reconocida y respetada del Soberano Pontífice, el jefe de la cristiandad, el árbitro de la civilización cristiana. Esta autoridad fue contradicha, insultada y golpeada por la violencia y por la astucia del rey Felipe IV, en la persecución que hizo sufrir al Papa Bonifacio VIII; esa misma autoridad fue también reducida, por la complacencia de Clemente V hacia este mismo rey, que llegó hasta trasladar temporalmente la sede del papado a Avignon en 1305. Urbano VI no debía volver a entrar a Roma hasta 1378. Durante este largo exilio, los Papas perdieron una buena parte de su independencia y su prestigio se vio singularmente debilitado. Cuando volvieron a entrar en Roma, después de setenta años de ausencia, todo estaba listo para el gran cisma de Occidente que iba a durar hasta 1416 y que descabezó por un tiempo al mundo cristiano.

De esta manera, el poder comenzó a prevalecer sobre el derecho, como era antes de Jesucristo. Se ve renacer el carácter pagano de conquista y perderse el carácter de liberación. La “hija primogénita” (1) que había herido a su Madre en Agnani, sufre la primera de las consecuencias de su infracción: la Guerra de Cien años, Crécy, Poitiers. Azincourt. En los días de hoy (2), para no decir nada de lo que la precedió, la ocupación de Roma, la expansión de Prusia a costa de sus vecinos, la impasibilidad de Europa ante la masacre de los cristianos por los turcos, y la inmolación de un pueblo por las codicias del imperio británico, todo eso es fruto del espíritu pagano.

Pastor comienza en estos términos su “Historia de los Papas de la Edad Media”:

“La época en que se realiza la transformación de la antigüedad pagana por el cristianismo, no es menos memorable quizá que el período de transición que conecta la Edad Media con los tiempos modernos. A esa época, se le dio el nombre de Renacimiento.

Bajo la influencia de una admiración excesiva, se podría decir enfermiza, por los encantos de los escritores clásicos, se enarbola abiertamente el estandarte del paganismo; los adherentes de esta reforma pretendían modelar exactamente todo bajo el prisma de la antigüedad, las costumbres y las ideas, restablecer la preponderancia del espíritu pagano y destruir radicalmente el estado de cosas existente, cuestionados por ellos como estando en decadencia.

La influencia desastrosa ejercida dentro de la moral por el humanismo se hizo sentir temprano y de una manera espantosa en el ámbito de la religión. Los adherentes del Renacimiento pagano consideraban la filosofía antigua y la fe de la Iglesia, como dos mundos enteramente distintos y sin ningún punto de contacto”.

Ellos querían que el hombre hiciese su felicidad sobre la tierra, que todas sus fuerzas, todas sus actividades estuviesen empleadas en obtener la felicidad temporal; decían que el deber de la sociedad es organizarse de modo que permita a cada uno satisfacer todos sus deseos y todos sus sentidos.

Nada de más opuesto a la doctrina y a la moral cristiana.

“Los antiguos humanistas, ha dicho muy bien Jean Janssen (3), no tenían menos entusiasmo para la herencia grandiosa legada por los pueblos de la antigüedad que tuvieron más tarde sus sucesores. Antes de éstos, ellos habían visto en el estudio de la antigüedad, uno de los más potentes medios de cultivar con éxito la inteligencia humana. Pero dentro de su pensamiento, los clásicos griegos y latinos no debían estudiarse con el fin de alcanzar en ellos y por ellos el fin de toda educación. Se proponían ponerlos al servicio de los intereses cristianos; deseaban para el futuro, gracias a ellos, alcanzar una inteligencia más profunda del cristianismo y la perfección de la vida moral. Movidos por estos mismos motivos, los Padres de la Iglesia habían recomendado y fomentado el estudio de las lenguas antiguas. La lucha no comenzó y sólo se volvió necesaria hasta que los jóvenes humanistas rechazaron toda la antigua ciencia teológica y filosófica como bárbara, y afirmaron que todo concepto científico se encuentra únicamente contenido en las obras de los antiguos, entraron en lucha abierta con la Iglesia y el cristianismo, y muy a menudo lanzaron un desafío a la moral”.

La misma observación con respecto a los artistas. 

“La Iglesia, dice el mismo historiador, había puesto el arte al servicio de Dios, pidiendo a los artistas cooperar a la propagación del reino de Dios sobre la tierra e invitándolos a “anunciar el Evangelio a los pobres”. Los artistas respondiendo exactamente a este llamado, no elevaban la belleza sobre un altar para hacer un ídolo y adorarlo para sí mismos; ellos trabajaban “para la gloria de Dios”. Por sus obras maestras ellos deseaban despertar y aumentar en las almas el deseo y el amor de los bienes celestiales. Mientras el arte conservó los principios religiosos que le habían dado nacimiento, fue en constante progreso. Pero a medida que se desvanecía la fidelidad y la solidez de los sentimientos religiosos se vio esfumarse esa inspiración. Mientras más se admiró la divinidad extranjera, más la quiso resucitar y dar una vida artificial al paganismo, vino entonces a desaparecer su fuerza creativa, su originalidad; y, al final, cayó en una sequía y aridez completa (4)”.

Bajo la influencia de estos intelectuales, la vida moderna tomó una dirección completamente nueva, opuesta a la verdadera civilización. Ya que, como muy bien dijo Lamartine:
Toda civilización que no viene de la idea de Dios es falsa.

Toda civilización que no alcanza la idea de Dios no permanece.

Toda civilización que no se penetra de la idea de Dios es fría y vacía.

La última expresión de una civilización perfecta es la de Dios mejor visto, mejor adorado y mejor servida por los hombres (5)”
El cambio se operó en primer lugar en las almas. Muchos olvidaron la concepción según la cual el fin de todo está en Dios para adoptar aquella que quiere que todo esté centrado en el hombre. “Al concepto del hombre decaído y regenerado, dice muy bien Beriot, el Renacimiento opone el concepto del hombre no caído ni regenerado, ascendiéndolo a una admirable altura por las únicas fuerzas de su razón y de su libre albedrío”. El corazón ya no está para amar a Dios, ni el espíritu para conocerlo, ni el cuerpo para servirlo, y así merecer la vida eterna. La noción superior que la Iglesia había puesto tanto cuidado en fundar, y para la cual había tardado tanto tiempo, se borró en éste, en aquél, y en las multitudes; como en tiempos del paganismo, hicieron del placer, del disfrute, el objeto de la vida; buscaron los medios en la riqueza, y para adquirirlos, no se tuvo en cuenta los derechos de los otros. Para los Estados, la civilización ya no tuvo más como fin la santidad de todos, y las instituciones sociales abandonaron los medios ordenados para preparar a las almas para el cielo. De nuevo volvieron a encerrar la función de la sociedad en el tiempo, sin respeto a las almas que están hechas para la eternidad. ¡Entonces, como hoy en día, llamaron a eso progreso. “Todo nos anuncia, decía con entusiasmo Campanello, la renovación del mundo. Nada detiene la libertad del hombre. ¿Cómo detener la marcha y el progreso del género humano?” Las nuevas invenciones, la imprenta, el telescopio, el descubrimiento del Nuevo Mundo, etc., sumándose al estudio de las obras de la antigüedad, causaron una embriaguez de orgullo que hizo decir: la razón humana se basta a sí misma para controlar sus asuntos en la vida social y política. No necesitamos una autoridad que apoye o rectifique la razón.

Así se invirtió el concepto sobre el cual la sociedad había vivido y por el cual ella había prosperado desde Nuestro Señor Jesucristo.

La civilización renovada de paganismo, actuó en primer lugar sobre las almas aisladamente, luego sobre la opinión pública, después sobre las costumbres y las instituciones. Sus estragos se manifestaron en primer lugar en el orden estético e intelectual; el arte, la literatura y la ciencia se retiraron poco a poco del servicio del alma para ponerse al servicio de la animalidad: lo que esta revolución trajo consigo en el orden moral y en el orden religioso fue la Reforma. Del orden religioso, el espíritu del Renacimiento alcanzó el orden político y social con la Revolución. Y ahí están, atacando el orden económico con el Socialismo. Y es allí donde la civilización pagana debía llegar, es allí que ella encontrará su fin, o nosotros, el nuestro; su fin, si el cristianismo retoma el dominio sobre los pueblos asustados o más bien, abrumados por los males que el socialismo hará pesar sobre ellos; el nuestro, si el socialismo consigue llevar hasta el final la experiencia del dogma del libre disfrute en este mundo y hacernos sufrir todas las consecuencias.

Esto sin embargo, no se realizó ni avanzó sin resistencia. Una multitud de almas permanecieron y permanecen siempre unidas al ideal cristiano, y la Iglesia está siempre presente allí, para mantenerlo y trabajar por su triunfo. De ahí el conflicto que, en el seno de la sociedad, dura más de cinco siglos y que hoy llegó a un estado crítico.

El Renacimiento es, pues, el punto de partida del estado actual de la sociedad. Todo esto que sufrimos proviene de allí. Si queremos conocer nuestro mal, y tomar de este conocimiento el remedio radical para la situación presente, es preciso remontarse al Renacimiento (6).

Y sin embargo, los Papas favorecieron lo que fue el inicio de la civilización moderna! Se impone una palabra de explicación a esto.

Los Padres de la Iglesia, recomendaron el estudio de las literaturas antiguas y esto por dos razones: ellos encontraron en ellas un excelente instrumento de cultura intelectual, y sirvieron como un pedestal para la Revelación; y así es como debe ser: la razón es el apoyo de la fe.

Fiel a esa dirección, la Iglesia y en particular los monjes, pusieron todos sus cuidados en salvar del naufragio de la barbarie a los autores antiguos, en copiarlos, en estudiarlos, y en servirse de ellos para la demostración de la fe.

Era por lo tanto, enteramente natural, que cuando comenzó en Italia el renacimiento literario y artístico, los Papas y ella se mostrasen favorables.

A las ventajas arriba señaladas, se añadieron otras, de un carácter más inmediato y útil para esa época. A partir de la mitad del siglo XIII, se habían iniciado una serie de tratativas entre el papado y el mundo griego para obtener el retorno de las Iglesias de Oriente a la Iglesia Romana. Por una parte y por otra parte se enviaban embajadas. El conocimiento del griego era necesario para argumentar contra los cismáticos y ofrecerles lucha en su propio terreno.

La caída del imperio bizantino dio ocasión a esta clase de estudios un nuevo y decisivo impulso. Los sabios griegos, trayendo para Occidente los tesoros literarios de la antigüedad, excitaron un verdadero entusiasmo por las letras paganas, y este entusiasmo no se manifestó en ningún otro lugar tanto como entre las personas de la Iglesia. La imprenta sirvió para multiplicarlos y para adquirirlos a un costo muchísimo menor.

Finalmente la invención del telescopio y el descubrimiento del Nuevo Mundo abrían a los pensamientos los horizontes más amplios. Aquí vemos el celo de los Papas, en primer lugar, los de Avignon, de enviar misioneros a los países lejanos, y aportar un nuevo estímulo a la fermentación de los espíritus, bueno en un principio, más del cual abusó el orgullo humano, tal como vemos en nuestros días abusar de los progresos de las ciencias naturales.

Los Papas, pues, fueron llevados por toda clase de circunstancias providenciales, a llamar y a fijar cerca de ellos a los representantes renombrados del movimiento literario y artístico de que eran testigos. Lo tomaron como un deber y un honor. Prodigaron los pedidos, las pensiones, las dignidades a aquéllos cuyos talentos los elevaban encima de los otros. Desgraciadamente, con la mirada puesta en el objetivo que querían alcanzar, no pusieron suficiente cuidado en la calidad de las personas que así fomentaban.

Petrarca a quien se le conoce como “el primero de los humanistas”, encontró en la corte de Avignon la más alta protección y obtuvo el cargo de secretario apostólico. Desde entonces, se estableció en la corte pontificia, la tradición de reservar las altas funciones de secretarios apostólicos a los escritores más renombrados, de manera que ese colegio pronto se volvió uno de los focos más activos del Renacimiento. Aí se vieron santos religiosos como el camaldulence Ambrosio Traversari, pero desgraciadamente también los groseros epicúreos como Pogge, Filelfe, Arentino y muchos otros. A pesar de la piedad, y a pesar mismo de la austeridad personal con que los Papas de esa época edificaron la Iglesia (7), no supieron, en razón de la atmósfera que los envolvía, defenderse de una condescendencia demasiado grande para con los escritores, que, a pesar de estar a su servicio, pasaron a ser pronto, por la pendiente a la cual se abandonaron, los enemigos de la moral y de la Iglesia. Esta condescendencia se extendió a las propias obras de ellos, aunque, en conjunto, llegaron a ser la negación del cristianismo.

Todos los errores que después pervirtieron el mundo cristiano, todos los atentados perpetrados contra sus instituciones, tuvieron allí su fuente; se puede decir que todo esto a lo que asistimos fue preparado por los humanistas. Ellos son los iniciadores de la civilización moderna. Ya Petrarca había dibujado en el comercio de la antigüedad sentimientos e ideas que tenían afligida a la corte pontificia, si ésta hubiera medido las consecuencias. Él, es verdad, se inclinó siempre ante la Iglesia, de su jerarquía, de sus dogmas, de su moral; pero no fueron así los que lo sucedieron, y se puede decir que fue él quien los puso en el mal camino por donde entraron. Sus críticas contra el gobierno pontificio autorizaron a Valla a minar el poder temporal de los Papas, acusarlos de enemigos de Roma y de Italia, y presentarlos como enemigos de los pueblos. Llegó incluso hasta negar la autoridad espiritual de los Soberanos Pontífices en la Iglesia, negando a los papas el derecho de ser llamados “Vicarios de Pedro”. Otros recurrieron al pueblo o al emperador para restablecer, o bien la República romana, o la unidad italiana, o un imperio universal; todas las cosas que vemos en nuestros días, han sido, o intentadas (1848), o realizadas (1870), o presentadas como el objetivo de las aspiraciones de la francmasonería.

Alberti preparó otra clase de atentado, más característico de la civilización contemporánea. Jurista y literato, compuso un tratado de derecho. El proclama que “a Dios debe dejarse el cuidado de las cosas divinas, y que las cosas humanas son de la competencia del juez”. Era, como observa Guiraud, proclamar el divorcio entre la sociedad civil y la sociedad religiosa; era abrir los caminos a aquellos que quieren que los gobiernos sólo persigan fines temporales y permanezcan indiferentes a los espirituales, defienden los intereses materiales y dejan de lado las leyes sobrenaturales de la moral y de la religión; era afirmar que los poderes terrenales son incompetentes o deben ser indiferentes en materia religiosa, que no tienen que conocer a Dios, que no tienen que hacer cumplir Sus leyes. En una palabra, era la fórmula de la gran herejía del tiempo presente, y arruinar en su base, la civilización de los siglos cristianos. El principio declarado por este secretario apostólico contenía en germen todas las teorías que reclaman nuestros modernos “defensores de la sociedad laica”. Bastaba con dejar que ese principio se desarrollara para llegar a todo lo que 
hoy presenciamos con tristeza.

Atacando así la base de la sociedad cristiana, los humanistas derribaban al mismo tiempo en el corazón del hombre la noción cristiana de su destino. “El cielo -escribía Collaccio Salutati, en su Travaux d'Hercule (Tratado de Hércules)- pertenece por derecho a los hombres enérgicos que emprendieron grandes luchas o realizaron grandes trabajos sobre la tierra”. De este principio se extrajeron las consecuencias derivadas. El ideal antiguo y naturalista, el ideal de Zenón, de Plutarco y de Epicuro, consistía en multiplicar hasta el infinito las energías de su ser, desarrollando armoniosamente las fuerzas del espíritu y las del cuerpo. Este pasó a ser el ideal que los fieles del Renacimiento adoptaron, en su conducta, así como en sus escritos, en substitución de las aspiraciones sobrenaturales del cristianismo. Es en nuestros días, el ideal que Frederic Nietzsche promovió al extremo, predicando la fuerza, la energía, el libre desarrollo de todas las pasiones que harán llegar al hombre a un estado superior al que se encuentra, para llegar a convertirse en el superhombre (8).

Para estos intelectuales, y para aquellos que los escucharon, y para aquellos que hasta nuestros días se consideran sus discípulos, el orden sobrenatural, queda completamente dejado de lado; la moral se convirtió en la búsqueda de satisfacer a todos los instintos; el goce, bajo todas sus formas, fue el objeto de sus pretensiones. La glorificación del placer era el tema preferido de las disertaciones de los humanistas. Laurent Valla afirmaba en su tratado De Voluptate que “el placer es el verdadero bien, y que no hay otros bienes fuera del placer”. Esa convicción lo llevó a él, y a muchos a otros, a poetizar los peores vicios. De esta manera eran prostituidos los talentos que tendrían que ser empleados para vivificar la literatura y el arte cristianos.

Desde todos los puntos de vista, se venía venir el divorcio entre las tendencias del Renacimiento y las tradiciones del cristianismo. Mientras que la Iglesia seguía predicando la caducidad del hombre, al afirmar su debilidad y la necesidad de una ayuda divina para el cumplimiento del deber, el humanismo tomaba la delantera en Jean Jacques Rousseau para proclamar la bondad de la naturaleza: él deificaba al hombre. Mientras que la Iglesia asignaba a la vida humana una razón y un objetivo sobrenaturales, colocando en Dios el término de nuestro destino, el humanismo, repaganizado, limitaba a este mundo y al hombre el ideal de la vida.

Desde Italia, el movimiento alcanzó otras partes de Europa.

En Alemania, el nombre de Reuchlin fue, sin que este sabio lo supiera, el grito de guerra de todos los que trabajaban para destruir las Ordenes Religiosas, la escolástica y, finalmente, la propia Iglesia. Sin el escándalo que se hizo en torno de él, Lutero y sus discípulos jamás hubieran osado soñar lo que hicieron.

En los Países Bajos, Erasmo preparó, también, los caminos de la Reforma con su “Elogio a la locura”. Lutero no hizo más que proclamarlo más alto y descaradamente ejecutar lo que Erasmo no cesaba de insinuar.

Francia también se había apresurado a acoger en su territorio las letras humanistas. No tuvieron allí, al menos en el orden de las ideas, efectos tan negativos. No ocurrió lo mismo con las costumbres. “Desde que las costumbres de los extranjeros comenzaron a gustarnos —dice el gran canciller de Vair, que fue testigo de lo que cuenta—, las nuestras se han pervertido y corrompido de tal manera que podemos decir: hace mucho tiempo que ya no somos franceses”.

En ninguna parte los líderes de la sociedad tuvieron la clarividencia suficiente para separar lo que era sano de lo que era infinitamente peligroso en el movimiento de ideas, sentimientos y aspiraciones que recibió el nombre de Renacimiento. De modo que, en todas partes, la admiración por la antigüedad pagana pasó de la forma al fondo, de las letras y las artes a la civilización. Y la civilización comenzó a transformarse para llegar a ser lo que es hoy, y lo que esperamos ver será mañana.

Dios sin embargo, no dejó a su Iglesia sin ayuda, esto se puede afirmar con toda seguridad. Muchos santos, entre ellos San Bernardino de Siena, no dejaron de advertir y mostrar el peligro. Sin embargo no se les escuchó. Y por eso el Renacimiento engendró la Reforma y la Reforma, la Revolución cuyo objetivo es aniquilar la civilización cristiana para substituirla en todo el universo por la llamada civilización moderna.

Continúa...

Capítulo 2: Las dos concepciones de la vida


Notas:

1) Nota nuestra: Francia era llamada la hija primogénita de la Iglesia, ya que esta fue la primera nación que se convirtió oficialmente al cristianismo bajo el reinado de Clovis, rey de los francos.

2) Nota nuestra: recordamos que esta obra fue escrita a comienzos del siglo XX.

3) L’ Allemagne à la fin du moyen âge.

4) M Emile Mâle que publicó los estudios tan sabios y tan interesantes sobre L’ ART RELIGIEUX AU XIII SIECLE y sobre L’ART RELIGEUX A LA FIN DU MOGEN AGE, termina la segunda de estas obras con estas palabras: Hay que reconocer que el principio del arte en la Edad Media estaba en completa oposición con el principio del arte del Renacimiento. La Edad Media que terminaba había dejado impresos todos los aspectos humildes del alma: sufrimiento, tristeza, resignación, aceptación de la voluntad divina. Los santos, la Virgen, el propio Cristo, a menudo mediocres, parecidos a la gente común del siglo XV, no poseen otro brillo que el que proviene del alma. Este arte es de una profunda humildad: el verdadero espíritu del cristianismo está en él. Muy diferente es el arte del Renacimiento: su principio oculto es el orgullo. A partir de entonces, el hombre se basta a sí mismo y aspira a ser un Dios. La máxima expresión del arte es el cuerpo humano desnudo: la idea de una caída, de una decadencia del ser humano, que cautivó durante tanto tiempo a los artistas del desnudo, ni siquiera se les pasó por la cabeza. Hacer del hombre un héroe resplandeciente de fuerza y belleza, que escapa a las fatalidades de la raza para elevarse hasta el arquetipo, ignorando el dolor, la compasión, la resignación, he ahí exactamente (con todo tipo de matices) el ideal de la Italia del siglo XVI.

5) Citado por Mons. Perraud, obispo de Autun, en la fiesta del centenario del poeta.

6) Jen Guiraud, profesor de la Facultad de letras de Besançon, que acaba de publicar un excelente libro bajo el título “La Iglesia y los orígenes del Renacimiento”, nos servirá de guía para recordar sumariamente lo que pasó en esa época. Este volumen hace parte de la “Biblioteca de la enseñanza de la Historia eclesiástica” publicada en Lecoffre.

7) Martín V tuvo un gusto constante por la justicia y la caridad. Su devoción era grande; dio pruebas brillantes en sucesivas ocasiones, sobre todo cuando trajo de Ostia las reliquias de Santa Mónica. Soportó con una resignación profundamente cristiana los lutos que vinieron a afectarlo golpe sobre golpe en sus más costosos afectos. En su juventud, había distribuido la mayor parte de sus bienes entre los pobres. Eugenio IV conservó en el trono pontificio sus prácticas austeras de religioso. Su simplicidad y su frugalidad le habían hecho llamar por su ambiente con el apodo de Abstenius. Es con razón que Vespasiano celebró la santidad de su vida y de sus costumbres. Nicolás V quiso tener en su intimidad el espectáculo continuo de las virtudes monásticas. Para ello, llamó ante él a Nicolás de Cortona y a Lorenzo de Mantua, dos camaldulences con los cuales gustaba hablar de las cosas del cielo en medio de las torturas de su última enfermedad.

8)  La glorificación de lo que los americanistas llaman, “las virtudes activas”, parecen venir de aquí, por medio del protestantismo.

BEATO SOLANUS CASEY: HACEDOR DE MILAGROS Y EPÍTOME DE LA VIRTUD DE LA SENCILLEZ

Si queremos ser tan santos como el beato Solanus Casey, también nosotros debemos suplicar al Señor la virtud de la sencillez.

Por Dawn Beutner


En el momento de su muerte, miles de personas afirmaron haber sido curadas o haber recibido otras gracias después de hablar con el padre Solanus Casey. Incluso aquellos que no recibieron una cura milagrosa solían comentar que, tras hablar con el sacerdote franciscano capuchino, se marchaban con una gran paz interior respecto a sus dificultades.

Mucho antes de ser conocido como el padre Solanus, Bernard Casey (1870-1957) era llamado Barney, el sexto de dieciséis hermanos.

Sus padres eran inmigrantes católicos irlandeses y granjeros en la zona rural de Wisconsin. Eran tan pobres que solo tenían un caballo y una carreta. Eso significaba que la mitad de la numerosa familia Casey no podía asistir a Misa los domingos, y sus padres se turnaban cada semana para quedarse en casa con la mitad de sus hijos. Justo cuando comenzaba la Misa a seis millas de distancia, a la que asistía la mitad de los Casey, los padres que se quedaban en casa leían las lecturas de la Misa y dirigían un servicio de oración familiar para la otra mitad.

Después de haber sido privado del privilegio de poder asistir a Misa todos los domingos cuando era niño, a Barney le costaba entender cómo un católico con fácil acceso al transporte podía dejar de asistir.

Barney perdió a dos hermanas a causa de la difteria cuando era niño. Él también contrajo esa enfermedad, que le debilitó la voz de forma permanente. Sin embargo, guardaba buenos recuerdos de su infancia y más tarde solía comentar que en su familia había suficientes chicos como para formar un equipo de béisbol completo. Siempre le gustó el béisbol.

Puede ser difícil para un granjero alimentar a una familia numerosa, y sus padres se enfrentaron a muchas dificultades económicas. Cuando era adolescente, Barney aceptaba cualquier trabajo que encontraba para ayudar a mantener a su familia.

Dado que el hermano mayor de Barney, Maurice, se había ido de casa para ingresar en el seminario, el joven Barney asumió que la vocación de Maurice era la única vocación sacerdotal en la familia Casey (1). A los dieciocho años le pidió matrimonio a una joven, pero la madre de la chica pensó que era demasiado joven para casarse. Así que trabajó como leñador, conductor de tranvía e incluso como guardia de prisión. Barney era un hombre afable, e incluso se hizo amigo de algunos famosos forajidos cuando estaban encarcelados.

Pero un día, mientras trabajaba como conductor de tranvía, su tranvía se detuvo frente a un marinero borracho que amenazaba a una mujer y tenía un cuchillo en la mano. La policía llegó rápidamente, calmó la situación y desarmó al hombre enfurecido. Pero ver este acto de violencia convenció al joven Barney de que tenía que hacer algo más con su vida.

Al reconocer que Dios le llamaba a ser sacerdote, Barney asistió primero a un seminario menor. Esto le resultó difícil por varias razones. En primer lugar, era varios años mayor que sus compañeros. En segundo lugar, solo había recibido una educación limitada y no sabía alemán ni latín, los idiomas que se hablaban en su seminario. La tercera razón es más complicada.

Durante la década de 1890, muchos irlandeses estadounidenses asistieron a la universidad y se graduaron. Sin embargo, ningún irlandés estadounidense se graduó del seminario menor al que asistió Solanus (2). Es posible que las calificaciones de Barney bajasen durante su último año en el seminario porque los cursos eran demasiado difíciles para él. También es posible que el resentimiento entre los católicos alemanes e irlandeses de la época llevase a sus profesores de habla alemana a bajarle intencionadamente las calificaciones para disuadirle de seguir la carrera sacerdotal. Incluso le dieron un ultimátum, diciéndole que solo le permitirían ser ordenado como sacerdote simple (3). Le exigieron que firmara una declaración en la que afirmaba que entendía que, como sacerdote simple, nunca se le permitiría recibir Ordenes Superiores, no podría escuchar confesiones y no podría predicar sermones doctrinales.

Pero Barney no se desanimó. Si Dios le permitía ser ordenado sacerdote, eso era más que suficiente para estar agradecido.

Sin embargo, aún necesitaba completar su formación en el seminario, lo que se dio cuenta de que no era posible en ese momento para un irlandés en la archidiócesis de Wisconsin. Mientras reflexionaba sobre qué hacer a continuación, Barney oyó una voz que le instaba a “ir a Detroit”. Obedeció esa voz y descubrió allí una comunidad franciscana capuchina. Fue recibido en esa orden en 1897, tomó los votos en 1898 y fue ordenado sacerdote simple en 1904.

Pero, ¿qué tarea se le puede asignar a un sacerdote simple? Al principio, Solanus sirvió como sacristán. Le encantaba cuidar los vasos sagrados y las vestiduras, mantener la sacristía organizada y asegurarse de que el altar estuviera debidamente preparado para la Misa. Le resultaba más difícil dirigir a los monaguillos, que no siempre mostraban lo que él consideraba la reverencia y la atención adecuadas. Fue asignado a conventos en Nueva York y Detroit.

Luego, sus superiores cambiaron su asignación a la de portero. Aunque responder la puerta principal del monasterio de su comunidad era una de las tareas más humildes, él sabía que podía ser un camino hacia la santidad (4).

Al principio, la gente acudía a su convento en busca de ayuda de cualquiera de los frailes. Pero a medida que se difundía la reputación del padre Solanus, cada vez más personas acudían a hablar específicamente con él.

Cuando su superior le pidió que llevara un registro de sus visitantes, Solanus comenzó obedientemente a hacer breves anotaciones en un cuaderno. Con el paso de los años, sus cuadernos se llenaron con miles de entradas. A continuación se incluyen dos de las notas de Solanus (que escribió en tercera persona) (5):

8 de agosto de 1935: Floyd McSweyn, ahora de 24 años, de Merrill, Michigan. En mayo de 1933, cayó desde una altura de 5,5 metros sobre un suelo de cemento y sufrió una fractura de cráneo que, según todos los indicios, era mortal. Su madre nos cuenta hoy que el padre le aseguró que “el niño se recuperaría en menos de cinco horas”. [Estaba] ciego, mudo y totalmente paralizado cuando su madre llamó por teléfono... Se recuperó completa y permanentemente, salvo la audición en un oído.

7 de enero de 1945: Robert Hamilton, de 44 años, se inscribió el miércoles pasado [en la Asociación de la Misa Serafínica, que Solanus fomentaba] esperando una operación de tumor cerebral el viernes. Los médicos que le habían hecho radiografías de la cabeza se quedaron asombrados al no encontrar ningún tumor.

¿Por qué Floyd se recuperó inexplicablemente después de que su madre hablara por teléfono con el padre Solanus? ¿Cómo desapareció el tumor cerebral de Robert? Quienes se reunieron con el humilde sacerdote estaban seguros de que los milagros se producían gracias a la intercesión del sacerdote.

¿Qué hacía exactamente Solanus con cada uno de sus visitantes? Simplemente los escuchaba, les hablaba de confiar en Dios, los animaba en su fe —especialmente si decían que no tenían fe— y luego rezaba por ellos. Era tan paciente con cada visitante, prestándoles toda su atención durante todo el tiempo que deseaban, que un hermano capuchino que también estaba asignado como portero a menudo intentaba impacientemente (y sin éxito) que Solanus se diera prisa.

Aunque Solanus no podía escuchar confesiones, mantenía a sus hermanos sacerdotes constantemente ocupados con los penitentes que les enviaba. Aunque no se le consideraba lo suficientemente sabio en teología como para predicar homilías complicadas, los laicos se sentían inspirados por sus predicaciones sinceras y sin pretensiones en la Misa.

Hacia el final de su vida, sus superiores se dieron cuenta de que el anciano Solanus moriría trabajando si seguían permitiéndole recibir gente durante horas todos los días y permitiendo que cualquier visitante lo interrumpiera en cualquier momento. Por eso enviaron a Solanus a un convento en Indiana, donde pudo (en su mayor parte) descansar y vivir retirado, y donde sus hermanos frailes (en su mayoría) escuchaban pacientemente sus historias.

Curiosamente, rara vez rezaba por la curación de sus hermanos capuchinos cuando estaban enfermos. Creía que cuando un religioso entregaba su vida a Cristo, todos sus dolores y sufrimientos debían aceptarse por amor a Él. Después de todo, el propio Solanus padecía diversos problemas médicos, algunos de ellos graves. Sin embargo, parecía completamente despreocupado y en paz con sus dolencias, incluso cuando parecía que uno de sus pies iba a tener que ser amputado. (De alguna manera, su pie mejoró). Rezó por dos de sus hermanos franciscanos, de los que de alguna manera parecía saber que estaban en peligro de muerte. Ambos se recuperaron.

Mientras los visitantes se centraban en las curaciones milagrosas que se producían gracias a las oraciones del padre Solanus, su familia, amigos y compañeros frailes se fijaban en otra cosa. Se dieron cuenta de que, a pesar de la gran reputación de Solanus como hacedor de milagros, este hombre modesto y discreto nunca se atribuía el mérito de ninguna de las curaciones ni afirmaba tener ningún don especial para curar. Incluso si una curación ocurría ante sus ojos, él simplemente alababa a Dios por su bondad. Aunque miles de personas lo buscaron durante décadas, nunca se permitió ser el centro de atención. En cambio, siempre dirigía a sus oyentes hacia el Señor.

Rara vez pensamos en la palabra “sencillo” como un cumplido. Pero la condición de sacerdote simplex de Solanus apunta indirectamente a una de sus virtudes personales más fuertes: su sencillez. Como definió el padre John A. Hardon, S.J., en su Modern Catholic Dictionary (6):

SENCILLEZ. Como rasgo de carácter, la cualidad de no ser afectado; por lo tanto, modesto y sin pretensiones. Una persona sencilla es honesta, sincera y directa. La sencillez es la determinación. Como virtud sobrenatural, solo busca hacer la voluntad de Dios sin tener en cuenta el sacrificio personal o el beneficio propio.

Basándonos en esa definición, no hay mejor manera de describir a Solanus que decir que era un hombre sencillo y un sacerdote sencillo. Si queremos ser tan santos como el beato Solanus Casey, también nosotros debemos suplicar al Señor la virtud de la sencillez.


Notas finales:

1) Al final, los hermanos de Solanus, Maurice y Edward, fueron ordenados sacerdotes, aunque Maurice tuvo que enfrentarse a varios retos personales antes y después de la ordenación.

2) Michael Crosby, OFM Cap, ed., Solanus Casey: The Official Account of a Virtuous American Life (Nueva York: The Crossroad Publishing Company, 2000), 38.

3) El derecho canónico solía permitir la existencia de sacerdotes simplex, un término que proviene de la expresión simplex sacerdos s. secundi ordinis, o “sacerdote simple de segundo orden”.

4) Los beatos Francisco Gárate Aranguren, Juan Massias de Lima, Tommaso da Olera y los santos Alfonso Rodríguez, André Bessette y Conrado de Parzham Birndorfer eran todos hermanos religiosos que servían a sus comunidades como porteros, pero que se ganaron una gran reputación por sus consejos espirituales. Algunos también se hicieron famosos como sanadores.

5) Patricia Treece, Nothing Short of a Miracle (Manchester, New Hampshire: Sophia Institute Press, 2013), 36-37.

6) John A. Hardon, S.J., Modern Catholic Dictionary (Bardstown, Kentucky: Eternal Life, 1980), 506.