sábado, 31 de agosto de 2024

31 DE AGOSTO: SANTO DOMINGUITO DE VAL


31 de Agosto: Santo Dominguito de Val

(✞ 1250)

Nota:

Santo Dominguito de Val ya no está incluido en el calendario oficial de Santos Católicos, porque la iglesia usurpada por la secta del Vaticano II dice que las historias de algunos santos “han contribuido al antisemitismo”, y, a pesar de que se pueden encontrar hagiografías españolas sobre el asesinato de este niño de 7 años a manos de judíos malvados, hoy la iglesia conciliar nos cuenta que esta historia, perfectamente documentada, es una “leyenda”.

* * *

Dominguito de Val nació en Zaragoza, la ciudad de la Virgen y de los Innumerables Mártires, el año 1243.


Era rey de Aragón Jaime el Conquistador, Vicario de Cristo en Roma, Inocencio IV, y Obispo de Zaragoza, Arnaldo de Peralta. Media España estaba bajo el dominio de los moros y en cada pecho español se albergaba un cruzado. 

Los padres de Dominguito se llamaban Sancho de Val e Isabel Sancho. Su madre era de pura cepa zaragozana, y su padre, de origen francés. El abuelo paterno había sido un esforzado guerrero a las órdenes del Rey Don Alfonso el Batallador. A su lado estuvo en el asedio de Zaragoza, que fue duro y prolongado. Todos los cruzados franceses se marcharon a sus casas; todos, menos uno. 

“Fue nuestro antepasado -decía Sancho de Val a su hijo, siempre que le contaba la historia -El señor de Val, hijo de la fuerte Bretaña, sufrió inquebrantable el hambre y la sed, los cielos del invierno y los fuegos del verano, las vigilias prolongadas y los golpes de las armas enemigas. Y al rendirse la ciudad, el rey le hizo rico y noble, igualándole con los españoles más ilustres”.

Sancho de Val no siguió a su padre por el camino de las armas. Prefirió las letras. Fue tabelión o notario, y su firma quedó estampada en las actas de las Cortes de Aragón, al lado de las firmas de Condes y Obispos. 

Dios bendijo la unión de Sancho e Isabel dándoles un hijo que iba a ser mártir y modelo de todos los niños y, de un modo especial, de los monaguillos. Porque Santo Dominguito de Val es el patrono de los monaguillos y niños de coro. Él fue infantico de la catedral de Zaragoza, vistió con garbo la sotanilla roja y repiqueteó con gusto la campanilla en los días de fiesta grande. La imagen que todos hemos visto de este tierno niño nos lo representa con vestiduras de monaguillo. Clavado en la pared con su hermosa sotana y amplio roquete. La mirada hacia el cielo y unos surcos de sangre goteando de sus pies y manos. Una estampa de dolor ciertamente, pero, también de valentía superior a las fuerzas de un niño de pocos años. Las nobles condiciones, especialmente su piedad, que se advertían en el niño según crecía, indujeron a los padres a dedicarlo al santuario, al sacerdocio y cuando fue mayorcito lo enviaron a la Catedral. Entonces la Catedral era la casa de Dios y, al mismo tiempo, escuela. Todas las mañanas, al salir el sol, hacía Dominguito el camino que separaba el barrio de San Miguel de Seo. Una vez allí, lo primero que hacía era ayudar a Misa y cantar en el coro las alabanzas a Dios y a la Virgen.

Cumplido fielmente su oficio de monaguillo, bajaba al claustro de la Catedral a empezar la tarea escolar. Con el capiscol o maestro de canto ensayaban los himnos, salmos y antífonas del divino oficio. La historia y la tradición nos presentan a nuestro santo especialmente aficionado y dotado para el canto. Por algo es el patrono de los niños de coro y seises. 

La tarea escolar incluía más cosas. Había que aprender a leer, a contar, a escribir. Los pequeños dedos se iban acostumbrando a hacer garabatos sobre las tablillas apoyadas en las rodillas. La voz del maestro se oía potente y, al acabar, las cabecitas de los pequeños escolares se inclinaban rápidamente para escribir en los viejos pergaminos lo que acababan de oír. Así un día y otro día. Al atardecer volvía a casa. Un beso a los padres, y luego a contarles lo que había aprendido aquel día y las peripecias de los compañeros. 

Uno se resiste a creer la historia que voy a contar. Es increíble que haya hombres tan malos. Sin embargo, parece que la sustancia del hecho es verdad. 

Los judíos solían amasar los alimentos de su cena Pascual con sangre de niños cristianos. La historia nos ha conservado los nombres de estas víctimas inocentes: Simón de Livolés, Ricardo de Norwick, el Niño de la Guardia y Santo Dominguito del Val.

“Oyemos decir -escribía el rey Alfonso el sabio, en aquellos mismos días de Santo Dominguito de Val- que los judíos ficieron, et facem el día viernes santo remembranza de la Pasión de Nuestro Señor, furtando los niños et poniéndolos en la cruz, et faciendo imágenes de cera et crucificándolas, cuando niños no pueden haber”.

Los judíos eran por entonces muchos y poderosos en Zaragoza. En la sinagoga se había recordado “que al que presentase un niño cristiano sería eximido de penas y tributos”. Y un sábado, al terminar de explicar la ley, el rabino dijo: “Necesitamos sangre cristiana. Si celebramos sin ella la fiesta de la Pascua, Jehová podrá echarnos en cara nuestra negligencia”.

Estas palabras fueron bien recogidas por Mosé Albayucet, un usurero de cara apergaminada y nariz ganchuda. Por su frente arrugada pasó una idea negra. Pensó en aquel niño que todos los días al oscurecer pasaba delante de su tienda. Ese niño era Dominguito de Val, que volvía de la Catedral a casa. A veces solo, y otras, con un grupo de compañeros. Con frecuencia, al cruzar el barrio judío, de tiendas oscuras y estrechas callejuelas, cantaban himnos en honor al Señor y su Santísima Madre. Seguramente los que acababan de ensayar con el capistol de la Catedral. 

Más de una vez los había oído Mosé Albayucet, y, desde la puerta de su tienda, los había amenazado con la mano. Le pareció la ocasión oportuna y prometió a sus compañeros de secta que aquel año iban a tener sangre de un niño cristiano para la Pascua, y bien reciente. 

Era el miércoles 31 de agosto de 1250. El atardecer se hacía más oscuro en las estrechas callejuelas del barrio judío por donde pasaba Dominguito camino a su casa. De repente, y antes de pensarlo o poder lanzar un grito, notó que algo se le echaba encima. Eran las manos de Mosé Albayucet que le cubrían el rostro con un manto. Le amordazó bien la boca para que no pueda gritar y le metió de momento en su casa. Las garras de la maldad acababan de obtener su presa. 

Aquella misma noche fue trasladado el inocente niño a la casa de uno de los rabinos principales. Allí estaban los príncipes de la sinagoga. Dominguito temblaba de miedo ante aquellos rostros astutos y malvados. Sus manos apretaban la cruz que pendía de su pecho. 

- Querido niño -le dijo una voz zalamera- no queremos hacerte mal ninguno; pero si quieres salir de aquí tienes que pisar ese Cristo. 

- Eso nunca -dijo el niño- es mi Dios. No, no y mil veces no. 

- Acabemos pronto -dijeron aquellos malvados ante la firmeza del niño.

Iba a repetirse la escena del Calvario. Uno acercó las escaleras que apoyó sobre la pared; otro presentó el martillo y los clavos, y no faltó quién colocó en la rubia cabellera del niño una corona de zarzas, así el parecido con la crucifixión de Cristo sería mayor. 

Con gran sobriedad de palabras refirieren las Actas del Martirio lo que sucedió: 

“Arrimáronle a una pared, renovando furiosos en él la pasión del divino Redentor; crucificáronle, horadando con clavos sus manos y pies; abriéronle el costado con una lanza, y cuando hubo expirado, para que no se descubriese tan enorme maldad, lo envolvieron y ataron en un lío y lo enterraron en la orilla del Ebro en el silencio de la noche”. 

Todos nos imaginamos fácilmente los espasmos de dolor que estremecerían aquellos músculos delicados del niño. Abrieron sus venas para recoger en unos vasos preparados su sangre. Sangre inocente que iba a ser el jugo con que amasasen los panes ácimos de la Pascua.

Una vez muerto cortaron sus manos y cabeza, que arrojaron a un pozo de la casa donde había tenido lugar el horrendo crimen. Su cuerpo mutilado fue llevado, como dicen las actas, a orillas del Ebro. Allí sería más difícil encontrarlo. 

Los judíos se retiraron a sus casas contentos de haber hecho un gran “servicio” a Dios. La Seo había perdido a su mejor monaguillo y el cielo había ganado un ángel más. Todo esto ocurrió la noche del 31 de agosto de 1250. 

Dios tenía preparado su día de triunfo, su mañana de resurrección, para Dominguito de Val. 

Mientras en la casa del notario Sancho de Val se oían gemidos de dolor, una extraña aureola aparecía en la Ribera del Ebro. Los guardas del puente de barcas echado sobre el río habían visto con asombro durante varios días el mismo acontecimiento. La noticia recorrió toda Zaragoza. 

Algunas autoridades y un grupo de clérigos se dirigieron hacia el lugar de la luz misteriosa. Allí había un pequeño trozo de tierra recientemente removida. Se escarbó, y metido en un saco, apareció un bulto sanguinoliento. Se comprobó que era el cuerpo mutilado de Dominguito. Una ola de dolor e indignación invadió la ciudad de punta a punta. 

La cabeza y manos aparecieron también, de una manera milagrosa. Aunque aquí la historia no concuerda. Según una versión, un perro negro gemía lastimeramente, y sin que nadie le pueda espantar, al borde del pozo en el que fueron arrojados los miembros del niño mártir. Era el perro del notario Sancho de Val. Se agotó el agua y en el fondo aparecieron las manos y cabeza de Dominguito. Otra versión dice que las aguas del pozo se llenaron de resplandeciente luz, que crecieron y desbordadas, mostraron el tesoro que guardaban en el fondo. Pronto se supo toda la verdad del hecho. El mismo Albayucet lo iba diciendo: 

- “Si, yo he sido. Matadme, me es igual; la mirada del muerto me persigue, y el sueño ha huido de mis ojos”.

El santo niño había de conseguir el arrepentimiento para su asesino. Bautizado y arrepentido, Albayucet subió tranquilo a la horca.

“Divulgado el suceso -escribe fray Lamberto de Zaragoza- y obrados por el divino poder muchos milagros, el obispo Arnaldo dispuso una procesión general, a la que asistió con todo el clero de la ciudad, la nobleza, la tropa y la plebe, todos con velas blancas, y llevaron el santo cuerpo por todas las iglesias y calles de la ciudad, hasta la puerta Cineja, mostrándolo a todos y haciendo ver en él las llagas de las manos y pies y costado”.

Hoy mismo es muy viva la devoción que Zaragoza siente por su glorioso mártir. Su fiesta está incluida entre las de primera clase y los niños de coro de La Seo y del Pilar le festejan como Santo Patrono. Desde los días del martirio existe la cofradía de Santo Dominguito. El rey Jaime I de Aragón tuvo a honor ser inscrito en ella. 

Sus restos mortales se conservan en una capilla de la catedral en hermosa urna de alabastro. Sobre la urna un ángel sostiene esta leyenda: 

“Aquí se hace el bienaventurado niño domingo de Val, mártir por el nombre de Cristo”. 

Padre Marcos Martínez de Vadillo (1928-2018)

En una inscripción en su altar en la Iglesia de San Nicolás de Bari, en el barrio de Santa Cruz de Sevilla, se indica: “Fue martirizado por los judíos en el año 1250 en Zaragoza su patria á la edad de 7 años. Sus reliquias encontradas milagrosamente se veneran en el templo del Salvador de dicha ciudad, y su culto se extendió, por rescripto de N.S.P. el Papa Pío VII de 9 de julio de 1808. Este altar erigido por sus parientes en el año 1815 trasladado á esta yglesia por un individuo de su familia en dicienbre de 1863 es hoy propiedad del Exmo. Sr. Dn. Rafael Merry y del Val- pariente de dicho santo”.

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