Pero que muy poco. Y me van a permitir que les dé mis razones, posiblemente equivocadas, pero, desde luego, mías y muy mías.
Por el p. Jorge González Guadalix
Por el p. Jorge González Guadalix
Uno es de pueblo y vive en un pueblo. Nacido en una familia de agricultores y ganaderos, en permanente contacto con el campo desde niño y sabiendo muy bien que del cuidado del campo dependía no algo tan abstracto como la creación, sino el pan de cada día. Por eso se cuidaba la naturaleza con mimo. Pero es que además vivo en el campo. Y la gente de mis pueblos lo más que dice es eso de ecolo… qué? ¿Qué hay que cuidar la naturaleza? ¡Ah! Que no lo hemos hecho nosotros… que no sabemos, que los montes, las huertas, los prados y dehesas los cuidaban otros. Interesante. Dicen que más que ecologistas, hay mucho ecolo jeta.
Pero es que además no creo para nada en las bondades de la vida natural. Hoy tenemos una vida llena de contaminación, humos, residuos, tóxicos. Una vida tan negativa y tan peligrosa que en un siglo ha hecho que se pasara de una esperanza de vida en España de cuarenta años a los más de ochenta en la actualidad. Por eso digo que quien quiera la vida natural, para él. Vida natural mis abuelos y bisabuelos, y a los cincuenta años eran ancianos. Desde que tenemos contaminación, pesticidas, gasóleo y pastillas para el colesterol, a los noventa años nuestros mayores bailan salsa en Benidorm.
Me sorprende que en todo lo que es el cuidado de la naturaleza, y en todas las comisiones nacionales, laicas, religiosas, autonómicas o episcopales, no haya ni siquiera una subsección dedicada a la protección del ser humano no nacido. Simplemente curiosidad.
Creo que en la Santa Madre Iglesia hay otras cosas más urgentes, por ejemplo, se me acaba de ocurrir, eso de anunciar el evangelio. Sigo pensando, tozudo que es uno, que anunciando el evangelio y explicándolo bien, la gente cuidaría la naturaleza. Y a la vez tengo muchas dudas de que a base de explicar lo de la capa de ozono y lo interesante que resulta andar en bicicleta, dejando aparte que las bicicletas se fabrican en unos sitios que contaminan mucho, la gente llegue a conocer al Hijo de Dios hecho hombre por nosotros y por nuestra salvación.
La gente de mis pueblos no se fía nada de los ecologistas. Llegan a nuestros pueblos con sus flamantes todo terreno que funcionan a base de carburantes de origen fósil, tan malos ellos, con un teléfono de ultima generación, todo tipo de artilugios y conexión a internet para explicarnos en qué época se pueden quemar espinarones para que no cieguen los caminos de herradura.
Finalmente, creo que un servidor, como sacerdote, tiene otras urgencias. Por ejemplo, predicar, confesar, celebrar los sacramentos, atender a los enfermos, amonestar a los pecadores, animar a los convertidos, como para dedicar mi sacerdocio a la capa de ozono, que ya no se sabe si está abierta o cerrada, optar por el coche eléctrico o de agua, lanzar una campaña contra el uso del coltán desde mi móvil -je-, o explicar a mis feligreses la situación de los arrecifes de coral australianos o la marea de plástico de Singapur.
Pues al papa le preocupa el cambio climático, así que usted está en contra del papa Francisco. Ya empezamos. A mí me preocupan el cambio climático, el aborto, la hambruna de Somalia, los pueblos amazónicos, el despoblamiento de los pueblos de la sierra madrileña, el arreglo de la calleja de los huertos, los inmigrantes, la poca pensión de Manuela, el botellón de la ciudad universitaria y los tumultos de Cádiz. En el Vaticano son muchos y se pueden ocupar de muchas cosas. Yo no llego a tanto.
Todo tiene la misma raíz: el pecado del hombre. Y todo la misma solución: la conversión a Cristo.
Pero es que además no creo para nada en las bondades de la vida natural. Hoy tenemos una vida llena de contaminación, humos, residuos, tóxicos. Una vida tan negativa y tan peligrosa que en un siglo ha hecho que se pasara de una esperanza de vida en España de cuarenta años a los más de ochenta en la actualidad. Por eso digo que quien quiera la vida natural, para él. Vida natural mis abuelos y bisabuelos, y a los cincuenta años eran ancianos. Desde que tenemos contaminación, pesticidas, gasóleo y pastillas para el colesterol, a los noventa años nuestros mayores bailan salsa en Benidorm.
Me sorprende que en todo lo que es el cuidado de la naturaleza, y en todas las comisiones nacionales, laicas, religiosas, autonómicas o episcopales, no haya ni siquiera una subsección dedicada a la protección del ser humano no nacido. Simplemente curiosidad.
Creo que en la Santa Madre Iglesia hay otras cosas más urgentes, por ejemplo, se me acaba de ocurrir, eso de anunciar el evangelio. Sigo pensando, tozudo que es uno, que anunciando el evangelio y explicándolo bien, la gente cuidaría la naturaleza. Y a la vez tengo muchas dudas de que a base de explicar lo de la capa de ozono y lo interesante que resulta andar en bicicleta, dejando aparte que las bicicletas se fabrican en unos sitios que contaminan mucho, la gente llegue a conocer al Hijo de Dios hecho hombre por nosotros y por nuestra salvación.
La gente de mis pueblos no se fía nada de los ecologistas. Llegan a nuestros pueblos con sus flamantes todo terreno que funcionan a base de carburantes de origen fósil, tan malos ellos, con un teléfono de ultima generación, todo tipo de artilugios y conexión a internet para explicarnos en qué época se pueden quemar espinarones para que no cieguen los caminos de herradura.
Finalmente, creo que un servidor, como sacerdote, tiene otras urgencias. Por ejemplo, predicar, confesar, celebrar los sacramentos, atender a los enfermos, amonestar a los pecadores, animar a los convertidos, como para dedicar mi sacerdocio a la capa de ozono, que ya no se sabe si está abierta o cerrada, optar por el coche eléctrico o de agua, lanzar una campaña contra el uso del coltán desde mi móvil -je-, o explicar a mis feligreses la situación de los arrecifes de coral australianos o la marea de plástico de Singapur.
Pues al papa le preocupa el cambio climático, así que usted está en contra del papa Francisco. Ya empezamos. A mí me preocupan el cambio climático, el aborto, la hambruna de Somalia, los pueblos amazónicos, el despoblamiento de los pueblos de la sierra madrileña, el arreglo de la calleja de los huertos, los inmigrantes, la poca pensión de Manuela, el botellón de la ciudad universitaria y los tumultos de Cádiz. En el Vaticano son muchos y se pueden ocupar de muchas cosas. Yo no llego a tanto.
Todo tiene la misma raíz: el pecado del hombre. Y todo la misma solución: la conversión a Cristo.
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