jueves, 31 de julio de 2025

MONSEÑOR AGÜER: EL INVIERNO DEMOGRÁFICO

Ante este grave panorama, los obispos no dicen ni una palabra. Parecen vivir, como de costumbre, en la estratosfera. 

Por Monseñor Héctor Agüer


La perspicacia sociológica apunta un grave peligro que amenaza a la Argentina: el invierno demográfico. Los nacimientos en nuestro país descendieron de 777.012, en 2014, a 460.902, en 2023; la tasa de natalidad bajó, en esos años, del 18. 2 por mil al 9. 9 por mil.

Esta crisis poblacional se debe a un conjunto de hechos: la disminución de la nupcialidad, los matrimonios y primeros nacimientos a una edad tardía, el descenso de las tasas de natalidad y de fecundidad, y el consecuente envejecimiento de la población.

Estos datos revelan un problema político: “gobernar es poblar”. La expresión se atribuye a Juan Bautista Alberdi, pero él se refería a la inmigración. Si quisiéramos seguir aceptándola y atribuyéndole algún valor, habría que traducirla: “gobernar es procurar que nazcan más bebés”. Lo cual no es nada sencillo, ya que ha cambiado el sentido de la familia, el noviazgo se ha convertido en temprana convivencia y el uso de los métodos anticonceptivos se ha generalizado.

Ni una palabra

Ante este grave panorama, los obispos argentinos no dicen ni una palabra. Parecen vivir, como de costumbre, en la estratosfera. Su silencio es estruendoso. Habituados a su “extremismo de centro”, se escapan de toda firmeza en cuestiones de vida y familia, por considerarlas “de derecha”. Lo suyo es “lo social”. Y así nos va. Ni siquiera el cierre de jardines de infantes, guarderías y maternidades que les está estallando frente a sus narices, los hace reaccionar.

Invierno demográfico

El peligro del invierno demográfico amenaza a no pocos países. En Europa, tres de cuatro hogares -según acaba de revelarse-no tienen hijos. Proféticamente, Juan Pablo II, hace cuarenta años, dijo que “la Europa del siglo XXI será cristiana o no será”. Lo cierto es que no será; mejor dicho, será musulmana.

En Estados Unidos la tasa de fertilidad alcanzó un mínimo histórico. Este es un gran país, admirable por muchas razones, comenzando por su extensión en una franja de América, que va del Atlántico al Pacífico. También porque allí crecen, parejamente, el trigo y la cizaña. Es innegable la difusión de la anticoncepción y del aborto, ya nada sangriento como antaño. Pero ha surgido recientemente una comunidad “pronatalista”, promotora de familias más numerosas.

“En esta sala vamos a arreglar el descenso de la natalidad”, dijo la empresaria de aplicaciones de citas Amanda Bradford, en la sala de conferencias de un hotel de Austin, Texas. Expresaba la preocupación de cómo persuadir a los estadounidenses, concretamente a las mujeres norteamericanas, de la conveniencia de tener más hijos. Es interesante señalar que estaba prevista la participación de otras oradoras, según lo indicó el economista Bryan Capland, padre de cuatro hijos, “pero todas se embarazaron”.

No se debe soslayar el aspecto religioso de la cuestión. El mandato del Creador está expresado al comienzo del libro del Génesis: Y Dios creó al hombre a su imagen; lo creó a imagen de Dios, los creó varón y mujer. Y los bendijo, diciéndoles: “Sean fecundos, multiplíquense, llenen la tierra y sométanla” (Gn 1, 27-28).

* Arzobispo Emérito de La Plata

SAN AGUSTÍN, ARRAIGADO EN CRISTO

San Agustín quiso sobre todo permanecer fiel a la gracia de un encuentro que había trastocado su vida.

Por Regis Martin


Desde el primer momento de su conversión, narrado con gran convicción en las páginas de sus Confesiones, Agustín se arraigó en Cristo, decidido a aferrarse a su persona y a la redención obrada con el sacrificio de su vida. No como una mera idea, distante y remota, hacia la que de vez en cuando dirigía su atención.

Tales reinos enrarecidos, tan preciados por hombres con mentes como Plotino, quienes jamás soñarían con hablar con Dios, no eran para él. “Los conceptos crean ídolos -para citar a Gregorio de Nisa, su homólogo de Oriente- solo el asombro lo comprende todo”. Y así, dejando atrás el mundo de la especulación con sus formulaciones insustanciales, buscó un nuevo centro, alguien en quien anclarlo todo.

Sobre todo, Agustín deseaba permanecer fiel a la gracia de un encuentro que había transformado su vida. Un encuentro no con una idea, sino con una persona: el ser humano Jesús, en quien se revela todo el significado de la personalidad. “Estás en mí más profundamente que yo mismo”, admitió con asombro. ¡Y aquí está Dios pronunciando su nombre! “Oí tu voz que me llamaba desde lo alto”, exclamó Agustín, quien a continuación le dijo:

Soy el alimento de los hombres maduros. Crece y te alimentarás de mí. Pero no me convertirás en tu propia sustancia, como haces con el alimento de tu cuerpo. En cambio, te transformarás en mí.

¡Porque yo soy el Dios que es!

Es con este Dios con quien Agustín desea ahora caminar, alimentarse de él en la Eucaristía (de la cual no puede haber mayor escándalo de particularidad), para templarse en la esperanza de la vida eterna. En cuanto a la verdad de esta afirmación trascendental, Agustín nunca vacilará. Al menos en su mente, no cabe duda de que ante el Verbo Encarnado se ha revelado todo el sentido del ser. No puede haber otro mediador, otro camino que el Camino del Verbo.

Simplemente no es posible acercarse a Dios, llegar ante el Padre, sin pasar primero por el Hijo. Lo cual tampoco es un rodeo, sino el camino más rápido y directo posible. “Dios-Cristo es la patria adonde vamos” -dice Agustín a los habitantes de Hipona- El hombre-Cristo es el camino por el que vamos. Vamos a él, vamos por él; ¿por qué, entonces, tememos extraviarnos?”.

Y, sin embargo, Agustín temía precisamente eso. Tanto por él mismo como, sin duda, por todos aquellos a quienes se esperaba que les brindara provisión espiritual. No solo por caridad tenían derecho a reclamarle a Agustín, sino que, como obispo y pastor, podían hacerlo con absoluta justicia. Por lo tanto, velar por ellos era lo único correcto y apropiado. Especialmente después de la caída de Roma, cuya noticia golpeó el norte de África con la fuerza de un tren de carga (sin importar que aún no se hubieran inventado).

La cuestión es que la magnitud sin precedentes del colapso tomó a todos por sorpresa. Pero sobre las almas que le fueron confiadas, Agustín no se hacía ilusiones. Escribió con su habitual realismo:

“La congregación de Hipona, a quien el Señor me ha ordenado servir, es una gran cantidad, y casi en su totalidad es de una constitución tan débil, que la presión de incluso una aflicción comparativamente leve podría poner en grave peligro su bienestar; en la actualidad, sin embargo, está golpeada por una tribulación tan abrumadora, que incluso si fuera fuerte, difícilmente podría sobrevivir a la imposición de esta carga”.

Aquí está la fuente del modelo agustiniano de la Iglesia, que es el de una gran red arrojada al mar, con el objetivo de capturar la mayor cantidad de peces posible. No nos corresponde juzgar la calidad de la pesca. Dejemos eso en manos de los ángeles, quienes, al otro lado de la muerte, los clasificarán según sus méritos ante Dios. 
Agustín, citando el Salmo 195, declara:

“Porque con justicia juzgará al mundo, no solo una parte, pues no fue solo una parte la que redimió; el mundo entero es suyo para juzgar, ya que por todo pagó el precio”

Y dado que Adán es el hombre representativo, esparcido en su pecado por todo el mundo, dice Agustín:

La Divina Misericordia debía reunir todos los fragmentos de todos los lado, forjándolos en el fuego del amor y soldándolos así en uno solo lo que había sido roto. … El que rehízo fue el mismo Creador; el que reformó fue el mismo el Formador. “Él juzgará al mundo con justicia y a las naciones con su verdad”.

Así, Agustín, en el ejercicio de su ministerio, el oficio de pastor principal en Hipona, recordó a su rebaño, una y otra vez, como lo dice tan expresivamente Peter Brown:

Incluso el cristiano bautizado debe seguir siendo un inválido: como el hombre herido, encontrado cerca de la muerte al borde del camino en la parábola del Buen Samaritano, su vida había sido salvada por el rito del bautismo; pero debe contentarse con soportar, por el resto de su vida, una convalecencia prolongada y precaria en la Posada de la Iglesia.

Es una imagen maravillosa, por cierto, tan hermosa como luminosa. Y tan completamente opuesta al reduccionismo irreal de Pelagio, para quien la vida moral no es más que tomar la decisión correcta. Hacer el bien se convierte en el resultado de conocer el bien. Hemos retrocedido al platonismo. ¿Así que quieres revertir el motor del vicio que ha estado impulsando tu vida? Entonces, simplemente pulsa el interruptor de la virtud. Es como si alcanzar la máxima felicidad fuera tan fácil como seguir una receta.

Por desgracia, las cosas son mucho más complicadas, incluso irresolubles. La bienaventuranza no se parece en nada a hornear un pastel, sobre todo cuando gran parte de la cocción depende de Dios. Y, además, excluye por completo la gracia. “¿Para qué, si no -pregunta Agustín- se da la Ley sino para buscar la gracia? ¿Y por qué se da la gracia sino para que la Ley se cumpla?”. La necesidad de gracia es quizás el mayor anhelo que tenemos, sin la cual somos menos que cero; de hecho, rozamos una nada que es absolutamente demoníaca.

“Para Agustín -escribe Brown, acercándose a la distinción precisa que necesitamos para apreciar a dónde nos lleva- la naturaleza de la imperfección del hombre se percibía como una dislocación profunda y permanente: como una discordia , una 'tensión' que se esforzaba, aunque perversamente, por buscar resolución en algún todo equilibrado, en alguna concordia”. En otras palabras, el remedio para el pecado, la superación de esos hábitos adquiridos al cometerlo —en resumen, la conquista requerida del yo— debe llegar muy profundo, penetrando mucho más allá de la superficie para ver al menos un destello del feliz resultado que puede traer el don gratuito de la gracia de Dios.

Lo que Agustín imagina aquí es nada menos que una obra de cirugía transmutativa total. Y el hecho de que la mente sepa todo esto, que pueda ver claramente lo que hay que hacer, no significa nada si no hay una voluntad decidida a poner en práctica todo lo que sabe. Algo externo debe impulsar la voluntad, algo tan maravilloso y fortalecedor como la gracia de Dios, cuyos misterios no podemos sondear ni predecir.

El mero autodominio tal vez nunca sea suficiente, no en un mundo caído, un mundo fracturado por el pecado, un tema al que necesitaremos volver rápidamente…


MASONERÍA: DEL ALTO GRADO DEL CABALLERO-KADOSCH

Cuando Luis-Felipe de Orléans fue iniciado, le hicieron tender en el suelo como un muerto, y renovar en esta postura todos los juramentos que ya había prestado en los grados inferiores...

Por Monseñor de Segur (1878)


XIII

DEL ALTO GRADO DEL CABALLERO-KADOSCH

No sé por qué se llaman así tales caballeros. Kadosch quiere decir santo. Su iniciación está sazonada con el más fuerte humillo de sangre, muerte, venganza, rebelión e impiedad. 

Cuando Luis-Felipe Igualdad (único entre los Grandes-Orientes de Francia que haya sido admitido a los tenebrosos secretos de “la verdadera Francmasonería”), fue iniciado en el grado de caballero Kadosch, le hicieron tender en el suelo como un muerto, y renovar en esta postura todos los juramentos que ya había prestado en los grados inferiores: luego, poniéndole un puñal en la mano, mandáronle que fuese a clavarlo en un maniquí coronado, puesto en un rincón de la sala, al lado de un esqueleto... Un líquido color de sangre brotó de la herida sobre el candidato e inundó el suelo. Además recibió la orden de cortar la cabeza del monigote y tenerla levantada con la mano derecha, guardando en la izquierda el puñal teñido de sangre. Entonces le hicieron saber que los huesos que allí veía eran los de Jacobo Molay, Gran-Maestro de los Templarios; y que el hombre cuya sangre acababa de derramar, y cuya ensangrentada cabeza tenía en la mano, era Felipe el Hermoso, rey de Francia (1). - Claro está que habiendo muerto Felipe el Hermoso hacía más de quinientos años, aquel acto de muerte y venganza iba dirigido, no a su persona, sino a la Monarquía representada en él. Por esto el nuevo Kadosch, como fiel Caballero, fue uno de los principales asesinos de Luis XVI; y eran también francmasones casi todos los regicidas de la Convención. 

El Ritual masónico dice terminantemente que el nuevo elegido debe vengar la muerte de Jacobo Molay, “sea figuradamente en los autores de su suplicio, sea implícitamente en quien de derecho”. 

- “¿A quién conocéis?”- se le pregunta. 

- “A dos abominables”.  

- “Nombradlos”. 

- “Felipe el Hermoso y Beltrán de Goth” (el Papa Clemente V).

Según el H∴ Ragón, “autor sagrado”, no es solamente un maniquí coronado lo que debe herir el Caballero Kadosch el día de su iniciación; es una serpiente con tres cabezas, una de las cuales lleva la tiara o una llave, la segunda una corona, y la tercera una espada: símbolos del Papado, de la Monarquía y de la fuerza militar, que se juntaron para destruir la Orden de los Templarios. “Esta serpiente de tres cabezas, dice el H∴ Ragón, representa el principio malo” (2).

Poco a poco va apareciendo la secta en su asquerosa desnudez. 


Notas:

1) Montjoie: Historia de la conjuración de Luis Felipe de Orleans Igualdad.

2) Ibid.
 

31 DE JULIO: SAN IGNACIO DE LOYOLA, PATRIARCA Y FUNDADOR


31 de Julio: San Ignacio de Loyola, patriarca y fundador

(† 1556)

El gran celador de la mayor gloria divina, San Ignacio de Loyola, nació en la provincia de Guipúzcoa, y en la nobilísima casa de Loyola. 

Se crio desde niño en la corte de los reyes católicos y se inclinó a los ejercicios de las armas. 

Habiendo los franceses puesto cerco al castillo de Pamplona, Ignacio lo defendió con heroico valor, hasta que fue malamente herido. 

Agravándosele el mal, se le apareció el apóstol san Pedro, del cual era muy devoto, y a cuya honra había escrito un poema, y con esta visita del cielo comenzó a mejorar. 

En la convalecencia pidió algún libro de caballería para entretenerse, y como le trajesen, en lugar de estos libros, uno de la Vida de Cristo y otro de Vidas de santos, se encendió en su lección de suerte que determinó hollar el mundo. 

En este instante se sintió en toda la casa un estallido muy grande, y el aposento en que estaba Ignacio tembló, hundiéndose de arriba abajo una de las paredes. 

Sano de sus heridas, partió para Montserrat, donde hizo confesión general, y colgó su espada y daga junto al altar de nuestra Señora, y dando los vestidos preciosos a un pobre, se vistió con un saco asperísimo. 

De allí partió para Manresa, donde por espacio de un año hizo vida austerísima y penitente en el hospital de santa Lucía y en una cueva cerca del río; en la cual ilustrado por el Espíritu Santo y enseñado por la Virgen santísima, escribió aquel famoso libro de los Ejercicios espirituales, que ha dado siempre increíble fruto en la Iglesia de Dios. 

Pasó después a visitar los sagrados lugares de Jerusalén, y entendiendo que para ganar almas a Cristo eran necesarias las letras, volvió a España y estudió en Barcelona, en Alcalá y Salamanca, donde padeció por Cristo persecuciones, cárceles y cadenas. 

Acabó sus estudios en París y ganó para Dios nueve mancebos de los más excelentes de aquella florida universidad, y con ellos echó en el Monte de los Mártires los primeros cimientos de la Compañía de Jesús, que instituyó después en Roma, añadiendo a los tres votos de religión un cuarto voto de obediencia al Sumo Pontífice acerca de las Misiones. 

Paulo III aprobó la nueva Orden diciendo con espíritu de Pontífice: Digitus Dei est hic. El dedo de Dios es éste: porque en efecto la Compañía de Jesús era un nuevo e invencible ejército que el Señor suscitaba para la propagación de la santa fe y defensa de la santa Iglesia combatida por los sectarios de estos últimos tiempos, discípulos de Lutero e imitadores de la rebeldía de Lucifer. 

Y así la Compañía de Jesús conquistó para Cristo muchos reinos de Asia, África y América, restauró en Europa la piedad cristiana y la frecuencia de Sacramentos, y ha ilustrado la Iglesia con centenares de mártires, con millares, de nombres sapientísimos, y aun dando por ella la vida, y resucitando para volver a luchar como antes por la mayor gloria de Dios. 

Tal es el espíritu magnánimo que infundió San Ignacio en su santa Compañía; el cual después de haberla gobernado por espacio de dieciséis años, a los sesenta y cinco de edad descansó en la paz del Señor.

Reflexión:

Si quieres alcanzar el espíritu de Jesucristo que informaba el alma de san Ignacio, lo hallarás en sus Ejercicios espirituales. Dice el Pontífice León XIII, que al conocerlos, no pudo menos que exclamar: “He aquí el alimento que deseaba para mi alma” (Alocución de León XIII al clero de Carpineto).

Oración:

Oh Dios, que para propagar la mayor gloria de tu nombre, diste un nuevo socorro a la Iglesia militante por medio del bienaventurado Ignacio, concédenos que peleando con su ayuda y ejemplo en la tierra, merezcamos ser coronados con él en el cielo. Por Jesucristo, Nuestro Señor. Amén.


miércoles, 30 de julio de 2025

LEÓN XIV: AUDIENCIA GENERAL Y CATEQUESIS (30 DE JULIO DE 2025)

La vida de Jesús. Las curaciones. El sordomudo. “Y, en el colmo de la admiración, decían: 'Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos'” (Mc 7,32-37)


Queridos hermanos y hermanas:

Con esta catequesis terminamos nuestro recorrido por la vida pública de Jesús, hecha de encuentros, parábolas y curaciones.

También este tiempo que estamos viviendo necesita curación. Nuestro mundo está atravesado por un clima de violencia y odio que mortifica la dignidad humana. Vivimos en una sociedad que se está enfermando a causa de una “bulimia” de conexiones en las redes sociales: estamos hiperconectados, bombardeados por imágenes, a veces incluso falsas o distorsionadas. Somos arrollados por múltiples mensajes que suscitan en nosotros una tormenta de emociones contradictorias.

En este escenario, es posible que surja en nosotros el deseo de apagar todo. Podemos llegar a preferir no sentir nada. Nuestras palabras también corren el riesgo de ser malinterpretadas, y podemos sentir la tentación de encerrarnos en el silencio, en una incomunicación en la que, por muy cercanos que estemos, ya no somos capaces de decirnos las cosas más simples y profundas.

A este respecto, me gustaría detenerme hoy en un texto del Evangelio de Marcos que nos presenta a un hombre que no habla ni oye (cf. Mc 7, 31-37). Precisamente como nos podría pasar a nosotros hoy, este hombre quizá decidió no hablar más porque no se sentía comprendido, y apagar toda voz porque se sentía decepcionado y herido por lo que había oído. De hecho, no es él quien acude a Jesús para ser sanado, sino que lo llevan otras personas. Se podría pensar que quienes lo conducen al Maestro son los que están preocupados por su aislamiento. Sin embargo, la comunidad cristiana ha visto en estas personas también la imagen de la Iglesia, que acompaña a cada ser humano hasta Jesús para que escuche su palabra. El episodio tiene lugar en un territorio pagano, por lo que nos encontramos en un contexto en el que otras voces tienden a cubrir la voz de Dios.

El comportamiento de Jesús puede parecer extraño al principio, porque toma consigo a esta persona y la lleva aparte (v. 33a). Parece así acentuar su aislamiento; pero, mirándolo bien, este gesto nos ayuda a comprender lo que se esconde detrás del silencio y la cerrazón de este hombre, como si hubiera captado su necesidad de intimidad y cercanía.

Jesús le ofrece ante todo una proximidad silenciosa, a través de gestos que hablan de un encuentro profundo: toca los oídos y la lengua de este hombre (cf. v. 33b). Jesús no usa muchas palabras, dice lo único que es necesario en este momento: “¡Ábrete!” (v. 34). Marcos reproduce la palabra en arameo, “efatà”, casi para hacernos sentir “en vivo” el sonido y el soplo. Esta palabra, sencilla y hermosa, contiene la invitación que Jesús dirige a este hombre que ha dejado de escuchar y de hablar. Es como si Jesús le dijera: “¡Ábrete a este mundo que te asusta! ¡Ábrete a las relaciones que te han decepcionado! ¡Ábrete a la vida que has renunciado a afrontar!”. Cerrarse, de hecho, nunca es una solución.

Después del encuentro con Jesús, esa persona no solo vuelve a hablar, sino que lo hace “normalmente” (v. 35). Este adverbio insertado por el evangelista parece querer decirnos algo más sobre los motivos de su silencio. Quizás este hombre dejó de hablar porque le parecía que decía las cosas mal, quizás no se sentía adecuado. Todos experimentamos que se nos malinterpreta y que no nos sentimos comprendidos. Todos necesitamos pedirle al Señor que sane nuestra forma de comunicarnos, no solo para ser más eficaces, sino también para evitar herir a los demás con nuestras palabras.

Volver a hablar “normalmente” es el comienzo de un camino, no es todavía el punto de llegada. De hecho, Jesús prohíbe a ese hombre contar lo que le ha sucedido (cf. v. 36). Para conocer verdaderamente a Jesús hay que recorrer un camino, hay que estar con Él y atravesar también su Pasión. Cuando lo hayamos visto humillado y sufriendo, cuando experimentemos el poder salvífico de su Cruz, entonces podremos decir que lo hemos conocido verdaderamente. No hay atajos para convertirse en discípulos de Jesús.

Queridos hermanos y hermanas, pidamos al Señor que podamos aprender a comunicarnos con honestidad y prudencia. Oremos por todos aquellos que han sido heridos por las palabras de los demás. Oremos por la Iglesia, para que nunca falte en su tarea de llevar a las personas a Jesús, para que puedan escuchar su Palabra, ser sanadas por ella y convertirse, a su vez, en portadoras de su anuncio de salvación.


EL POEMA DEL HOMBRE-DIOS (48)

Continuamos con la publicación del libro escrito por la mística Maria Valtorta (1897-1961) en el cual afirmó haber tenido visiones sobre la vida de Jesús.


48. Juan y Santiago refieren a Pedro su encuentro con el Mesías (246).
12 de octubre de 1944.

1 Una serenísima aurora sobre el Mar de Galilea. Cielo y agua presentan destellos rosáceos, poco diferentes de los que resplandecen tenues entre los muros de los pequeños huertos del pueblecito lacustre, huertos desde los que se alzan y se asoman, volcándose casi sobre las callecitas, copas despeinadas y vaporosas de árboles frutales.
El pueblecito comienza a despertarse, con alguna mujer que va a la fuente o a una pila a lavar y algunos pescadores que descargan las cestas de pescado y, con vocerío, contratan con mercaderes venidos de fuera, o llevan pescado a sus casas. He dicho pueblecito, pero no es tan pequeño; es, más bien, humilde (al menos por el lado que estoy viendo); pero es vasto, dilatado en su mayor parte a lo largo del lago.

2 Juan sale de una callecita y va presuroso hacia el lago. Santiago le sigue, pero con mucha más calma. Juan mira las barcas que han llegado ya a la orilla, pero no ve la que busca. Sí la ve todavía a algunos cientos de metros de la orilla, ocupada en las maniobras para regresar; y grita fuerte con las manos en la boca un prolongado “¡o–e!
. que debe ser el reclamo usado. Y luego, cuando ve que le han oído, agita los brazos con llamativos gestos que indican: ¡Venid, venid!.
Los hombres de la barca, imaginándose quién sabe qué, agarran los remos y la hacen avanzar más de prisa que con la vela (de hecho la amainan, quizás para agilizar la operación). Llegados a unos diez metros de la orilla, Juan no aguarda más. Se quita el manto y la túnica larga, las arroja al arenal, se quita las sandalias, se arremanga la segunda prenda, casi a la altura de la ingle, sujetándola con una mano, se mete en el agua, y va al encuentro de los que llegan.
¿Por qué no habéis venido, vosotros dos? pregunta Andrés. Pedro, con gesto de malhumor, no dice nada.
Y tú, ¿por qué no has venido conmigo y con Santiago? le responde Juan a Andrés.
He ido a pescar. No tengo tiempo que perder. Tú has desaparecido con ese hombre....
Te había sugerido claramente que vinieras. 

3 Es Él en persona. ¡Si vieras qué palabras!... Hemos estado con Él todo el día y por la noche hasta tarde. Ahora hemos venido a deciros: "Venid".
¿Es Él? ¿Estás completamente seguro? Apenas si le vimos entonces, cuando nos lo mostró el Bautista.
Es Él. No lo ha negado.
Cualquiera puede decir lo que le viene bien para imponerse a los crédulos. No es la primera vez... murmura Pedro malhumorado.
¡Oh, Simón, no hables así! ¡Es el Mesías! ¡Sabe todo! ¡Te oye!. Juan está dolorido y consternado por las palabras de Simón Pedro.
¡Ya! ¡El Mesías! ¡Y se manifiesta precisamente a ti, a Santiago y a Andrés! ¡Tres pobres ignorantes! ¡Requerirá algo muy distinto el Mesías! ¡Y me oye! ¡Pobre muchacho! Los primeros soles de primavera te han hecho daño. ¡Venga, ven a trabajar! Será mejor. Y déjate de fábulas.
Te digo que es el Mesías. Juan decía cosas santas, pero éste habla como Dios. No puede, si no es el Cristo, decir semejantes palabras.

Simón, yo no soy un muchacho. Tengo mis años y soy –lo sabes– reflexivo y de carácter sosegado. He hablado poco, pero he escuchado mucho durante estas horas que hemos estado con el Cordero de Dios, y te digo que verdaderamente no puede ser sino el Mesías. ¿Por qué no creer? ¿Por qué no querer creerlo? Tú lo puedes hacer porque no le has escuchado. Pero yo creo. ¿Que somos pobres e ignorantes?: El bien dice que ha venido para anunciar la Buena Nueva del Reino de Dios, del Reino de Paz, a los pobres, a los humildes, a los pequeños, antes que a los grandes. Ha dicho: "Los grandes tienen ya sus delicias, no envidiables respecto a las que Yo vengo a traer. Los grandes ya tienen la forma de llegar a comprender por la sola eficacia de la cultura. Más Yo vengo a los 'pequeños' de Israel y del mundo, a los que lloran y esperan, a los que buscan la Luz y tienen hambre del verdadero Maná, y no reciben de los doctos luz y alimento, sino solamente peso, obscuridad, cadenas y desprecio. Y llamo a los 'pequeños'. Yo he venido a invertir el orden del mundo. Porque quitaré valor a lo que ahora se considera grande y se lo daré a lo que ahora se desprecia. Quien quiera verdad y paz, quien quiera vida eterna, venga a mí. Quien ama la Luz, venga. Yo soy la Luz del mundo". ¿No se ha expresado así, Juan?. Santiago ha hablado de forma serena pero conmovida.
Sí. Y ha dicho: "El mundo no me amará. No me amará la alta sociedad, porque está corrompida con vicios e idólatra comercio. El mundo, más aún, no me querrá, porque siendo hijo de las Tinieblas no ama la Luz. Pero la Tierra no está hecha sólo de alta sociedad. En ella están también los que, a pesar de encontrarse mezclados con el mundo, no son del mundo, y también algunos que son del mundo porque han quedado apresados en él como peces en la red"; se ha expresado así porque hablábamos en la orilla del lago y aludía a las redes que arrastraban con peces hasta la orilla. Ha dicho incluso: "Ved. Ninguno de esos peces quería caer en la red. Asimismo, los hombres, intencionalmente, no querrían caer en manos de Satanás, ni siquiera los más malvados, porque éstos, por la soberbia que los ciega, no creen no tener derecho a hacer lo que hacen; su verdadero pecado es la soberbia, sobre él nacen todos los demás. Menos aún, entonces, quienes no son completamente malvados quisieran ser de Satanás, pero van a parar a él por ligereza y por un peso (la culpa de Adán) que los arrastra al fondo. Yo he venido a quitar esa culpa y a dar, en espera de la hora de la Redención, una fuerza tal a quienes crean en mí, que será capaz de liberarlos del lazo que los tiene sujetos y de hacerlos libres para seguirme a mí, Luz del mundo".

Entonces, si es eso exactamente lo que ha dicho, hay que ir donde Él en seguida. –Pedro, con sus impulsos tan genuinos que tanto me gustan, ha tomado en seguida una decisión y ya se pone manos a la obra dándose prisa en ultimar las operaciones de descarga, porque, entre tanto, la barca ha llegado ya a la orilla y los peones casi la han sacado ya a lo seco, descargando redes, cuerdas y velamen–. Y tú, Andrés, necio, ¿por qué no has ido con éstos?.
¡Pero... Simón! Me has reprendido porque no los había convencido de venir conmigo... Toda la noche has estado refunfuñando ¡¿y ahora me echas en cara el no haber ido?!....
Tienes razón... Pero yo no le había visto... tú sí... y deberás haberte dado cuenta de que no es como nosotros... ¡Algo especial tendrá!....
¡Oh!, sí –dice Juan–. ¡Tiene un rostro..., y unos ojos...! ¡¿Verdad, Santiago, qué ojos?! ¡Y una voz...! ¡Ah, qué voz! Cuando habla te parece soñar con el Paraíso.
¡Rápido!, ¡rápido!, vamos donde Él. Vosotros –habla a los peones– llevad todo a Zebedeo y decidle que se encargue él de ello. Nosotros volveremos esta noche para pescar.
Se visten de forma adecuada todos y se encaminan.

6 Pero Pedro, después de algunos metros, se detiene, coge a Juan por un brazo, y pregunta: 
Has dicho que sabe todo y que oye todo....
Sí. Imagínate que cuando nosotros, viendo la Luna alta, dijimos: "¡Quién sabe lo que estará haciendo Simón?", Él contestó: "Está echando la red y no sabe resignarse a tener que estar haciéndolo solo, porque vosotros no habéis salido con la barca gemela en una noche tan buena como ésta para pescar... No sabe que dentro de poco ya no pescará sino con otras redes y no conseguirá sino otros peces".
¡Misericordia divina! ¡Es exactamente así! Entonces, habrá oído también... también que le he llamado poco menos que mentiroso... No puedo ir a Él.
¡Oh!, es muy bueno. Ciertamente sabe que has pensado de esa forma. Ya lo sabía. Efectivamente, cuando le dejamos, diciendo que veníamos aquí, adonde tú estabas, respondió: "Id, pero no os dejéis vencer por las primeras palabras de burla. Quien quiera venir conmigo debe saber no dejarse avasallar por los escarnios del mundo y por las prohibiciones de los parientes; porque Yo estoy por encima de la sangre y de la sociedad, y sobre ellos triunfo. Y quien esté conmigo triunfará eternamente". Y añadió: "Sabed hablar sin miedo. Quien os va a oír vendrá, porque es hombre de buena voluntad".
¿Ha dicho eso? Entonces voy.

7 Habla, habla más de Él mientras vamos. ¿Dónde está?
.
En una casa pobre; deben de ser personas amigas suyas.
¿Pero es pobre?.
Un obrero de Nazaret. Así dijo.
Y ¿cómo vive ahora, si ya no trabaja?.
No lo hemos preguntado. Quizá le ayudan los parientes.
Sería mejor llevar algo de pescado, pan, o fruta..., algo. ¡Vamos a consultar a un rabí –porque es como un rabí, y más que un rabí– con las manos vacías!... Nuestros rabinos no quieren que se actúe así....
Pero Él quiere. No teníamos más que veinte denarios entre Santiago y yo, y se los ofrecimos, como es costumbre para con los rabinos. No los quería, pero ya que insistíamos, dijo: "Dios os lo pague en bendiciones de los pobres. Venid conmigo". Y en seguida los distribuyó entre algunos pobres que Él sabía dónde vivían; y a nosotros, que preguntábamos: "Y para ti, Maestro, ¿no guardas nada?", nos respondió: "La alegría de hacer la voluntad de Dios y de servir a su gloria". Dijimos también: "Tú nos llamas, Maestro, pero nosotros somos todos pobres. ¿Qué debemos traerte?". Respondió con una sonrisa que realmente hace saborear el Paraíso: "Un gran, tesoro quiero de vosotros"; y nosotros: "¿Y si no tenemos nada?"; y Él: "Tenéis un tesoro que tiene siete nombres y que incluso el más mísero puede poseer y el rey más rico no; lo tenéis y lo quiero. Oíd sus nombres: caridad, fe, buena voluntad, recta intención, continencia, sinceridad, espíritu de sacrificio. Esto quiero Yo de quien me sigue, esto sólo, y en vosotros existe, duerme como la semilla bajo los terrones invernales, pero el sol de mi primavera la hará nacer como espiga septenaria". Eso dijo”.
¡Ah!, esto me asegura que es el verdadero Rabboni (247), el Mesías prometido. No es duro para con los pobres, no pide dinero... Es suficiente para llamarle el Santo de Dios. Vamos con toda confianza.
Y todo termina.

Continúa...






 





 

El Poema del Hombre-Dios (40)

El Poema del Hombre-Dios (41)


El Poema del Hombre-Dios (43)

El Poema del Hombre-Dios (44)

El Poema del Hombre-Dios (45)




Notas:

246) Cfr. Ju. 1, 41.

247) Rabboni, significa “maestro mío” (N.T.)

BEATO FRANCISCO PALAU: “EL IMPERIO DEL MAL ESTÁ EN MOVIMIENTO Y ES IMPARABLE”

Palau insistió en que la Revolución, impulsada por el “progreso” moderno y la comunicación de masas, fue instigada por Satanás, cuyo objetivo era establecer un falso orden mundial

Por Margaret C. Galitzin


En esta serie sobre el Juicio de las Naciones, dedico más atención a las profecías del Beato Francisco Palau y Quer por tres razones:

En primer lugar, porque son muy actuales e importantes pero son menos conocidas que otras, como las de Anna Maria Taigi, Bartolomé Holzhauser, etc.

En segundo lugar, porque utiliza específicamente el término “Revolución” para abarcar todas las revoluciones desde la primera rebelión de los Ángeles. Enumera los principales ataques contra la Iglesia y la Civilización: el islam, el Cisma de Oriente, el protestantismo y la Revolución Francesa (1), y posteriormente predice que el comunismo será el siguiente en azotar al mundo entero.

Además, nombra a Satanás como el líder de esta masiva obra de destrucción: 

“Satanás es el padre de la Revolución. Esta es su obra, que comenzó en el Cielo y se perpetúa entre los hombres de generación en generación. Ahora, por primera vez después de 6.000 años de la Creación, se atreve a proclamar ante el Cielo y la tierra su verdadero nombre satánico: ¡Revolución!” (2).

En tercer lugar, porque las profecías del Beato Palau encajan a la perfección con el tema de esta serie, existen dos períodos o eras históricas distintas: los Últimos Tiempos y el Fin de los Tiempos.

Los Últimos Tiempos marcan el fin de la Revolución, que el Beato Palau predice que culminará con un Gran Castigo divino que incluirá tres días de oscuridad durante los cuales morirán todos los malvados.

Después de esto, comienza la última era, la era de paz prescrita por las Escrituras, o el Reinado de María. Solo al final de esta última era llegará la apostasía final y el fin del mundo, el día en que “el cielo se enrollará como un pergamino” (Ap 6,14). Este será el Fin de los Tiempos.

El Ermitaño habla

Dejamos a nuestro Carmelita en Madrid bajo la protección de la entonces liberal reina Isabel II, quien le dio licencia para predicar contra la Revolución por toda España. Claramente, los revolucionarios no tolerarían por mucho tiempo su gran éxito al levantar al pueblo contra el gobierno liberal con sus fervientes sermones que defendían a la Iglesia Católica, la Monarquía y el antiguo orden social.

El 29 de septiembre de 1868, dirigida por fuerzas masónicas, la llamada “Revolución Gloriosa” estalló en España. La reina Isabel II fue derrocada y exiliada y los revolucionarios impusieron una República, todos eventos previstos y predichos por el padre Palau. Iglesias y conventos fueron saqueados e incendiados. Los comités revolucionarios reprimieron despiadadamente cualquier oposición (3). En el exilio en Francia, la reina abdicó formalmente en 1870, allanando el camino para que su hijo se convirtiera en rey como Alfonso XII en 1874 cuando se restauraría la monarquía española. En este clima de miedo y opresión, el padre Palau concibió una idea audaz. En el corazón de esa tormenta anticatólica que había caído sobre España, apareció el primer número de El Ermitaño el 5 de noviembre de 1868, un boletín semanal que analizaba temas religiosos, políticos y literarios, combatiendo el liberalismo de su tiempo.

Durante años el Beato Palau fue ermitaño en la isla de Vedra

Bautizado con el nombre de su firmante anónimo, El Ermitaño tenía un estilo literario, un enfoque político y un análisis religioso de las dimensiones morales de la política. En sus páginas, revelaba los hechos tras las confusas historias mediáticas y las intrigas políticas masónicas que ocultaban los objetivos radicales de la Revolución. Muchas de sus profecías también se publicaron en sus páginas. El Ermitaño solo concluyó con la muerte de Palau el 20 de marzo de 1872.

El boletín fue muy polémico y extremadamente popular entre el pueblo. Con valentía, El Ermitaño exigió a los revolucionarios y carlistas una cosa fundamental: coherencia en sus principios.

Los revolucionarios gritaron “¡Libertad!”. Palau respondió: “¿Y por qué no le dan libertad a la Iglesia?”

“¡Igualdad!”, exigieron los comunistas. “¿Y por qué no conceden a las órdenes religiosas proscritas la libertad de existir como cualquier otro grupo?”, replicó.

En cuanto a los carlistas, que llevaban “Dios, Patria, Rey y Religión” estampados en sus estandartes, Palau señaló que sus líderes debían observar los Mandamientos e insistir en la práctica de la Fe y las buenas costumbres entre sus tropas. Los retó a conocer y oponerse a los verdaderos artífices de la Revolución que combatían: las fuerzas del Infierno y las Fuerzas Secretas controladas por los masones y enemigos de la Iglesia (4).

El tren al Infierno

El Beato Palau aplicó los conocimientos adquiridos mediante el estudio y la oración en su cueva aislada al análisis de los temas más urgentes del día. En particular, tenía el don de comprender el proceso de la Revolución, cómo había surgido y hacia dónde se dirigía.

El tren de la Revolución lleva a los pueblos al abismo

Reconoció que ya a finales de la Edad Media, una decadencia se había instalado en la Iglesia y la sociedad para destruir la supremacía de la Religión Católica. La Revolución Protestante desencadenó el proceso de destrucción, seguida por la Revolución Francesa, que fue alimentada por la Revolución Industrial que había provocado los conflictos de clases y atraído a las multitudes de trabajadores agrícolas a las ciudades, donde se volvieron inquietos y abiertos a los agitadores anticlericales.

“La sociedad actual -escribió- liderada en masa por los poderes de la oscuridad y los poderes políticos, se ha subido a un tren. Los maquinistas de este tren la llevan al Infierno. ¡La estación de partida se llama Revolución, y la siguiente parada es Catástrofe Social!”.

Los irreflexivos pasajeros de este tren, los ingenuos partidarios del “progreso” revolucionario, ignoraban los gritos frenéticos del Beato Palau: “¡Alto! ¡Retrocedan!”. Esta voz del catolicismo, advirtió, fue ahogada por el ruido del tren.

Luego pintó un escenario trágico: una tormenta había arrasado un puente que el tren cruzaría. Sus pasajeros, ajenos a cualquier peligro, no se dieron cuenta de que el puente había desaparecido porque era de noche. Así que el tren cayó al abismo, y las aguas de abajo se tragaron a los pasajeros.

“Su falta de creencia en el peligro no los salvó, sino que los destruyó” -escribió. Los maquinistas y conductores del tren de la sociedad actual son locos, embriagados por su orgullo. “¿No ves que se equivocan? Bájate del tren, pues, si puedes, y arrójate a los brazos de la Santa Madre Iglesia si quieres salvarte” (5).

El Beato Palau se dio cuenta de que las vías del tren y los cables eléctricos, que conectaban a los pueblos de una manera nueva, estaban siendo utilizados por la Revolución con el objetivo de establecer un orden mundial único. Los nuevos medios de comunicación, impulsados ​​también por la nueva tecnología, ya habían provocado una enorme confusión de ideas, que dio lugar a revoluciones por doquier que instalaron repúblicas sobre las ruinas de las monarquías que habían derrocado.

Palau fue tan audaz que concluyó en un boletín que podía afirmar con seguridad: “La sociedad humana alcanzó su hora más oscura el día en que se inventaron la máquina de vapor y la electricidad” (6).

Palau insistió en que la Revolución, impulsada por el “progreso” moderno y la comunicación de masas, fue instigada por Satanás, cuyo objetivo era establecer un falso orden mundial, al que denominó una “república universal” que, en última instancia, lo veneraría como el representante supremo de la Revolución.

Al mismo tiempo, enfatizó el carácter dictatorial que asumiría este nuevo orden, instaurando una religión universal y persiguiendo a cualquiera que se negara a entrar: “Oficialmente, no habrá más religión que la del Estado. Habrá un solo dios y una sola religión” (7).

De nuevo, recurrió a la metáfora del tren: “Unidos por el vapor y la electricidad, viajando en el mismo vagón, están el cristiano, el musulmán, el judío, el protestante, el cismático, el misionero, la monja, el fraile, la prostituta”.

¿Traería esta unidad la paz? Lejos de eso. Solo volvería a enfrentar aún más a padre contra hijo, vecino contra vecino, pueblo contra pueblo y nación contra nación: “Acabará con cualquier atisbo de orden social en el mundo” (8).

La instalación de este seductor universal sorprendería a los espíritus superficiales, que no estarían preparados para su repentina aparición. “El Anticristo nos tomará por sorpresa”, dijo (9). 

¿Quién es este 'seductor universal'?

Palau explicó: “El Anticristo es el triunfo del Diablo y el pecado en la batalla contra Cristo y su Iglesia en el ámbito de la política y la fuerza pura. Es el Diablo encarnado y hecho visible a través de la comunicación de su poder a los hombres” (10).

Creía que ya en su tiempo el hombre podía ver el cuerpo del Anticristo, pero aún no su cabeza: “También vemos que su imperio ya está formado”.

“El imperio del mal está en movimiento -escribió Palau en 1870- Cuanto más agobiado por el crimen, más rápido avanza. A estas alturas, es imparable” (11).

'El imperio del mal está en movimiento... Es imparable', advirtió Palau

Casi 50 años antes de Fátima, advirtió que si la humanidad no se convertía ni hacía penitencia, sufriría el castigo prefigurado por el tren que cayó al abismo.

No sabía cuándo llegaría este castigo, pero previó que sería grande, más terrible que el Diluvio. A medida que la humanidad se acercara a esta catástrofe, se producirían horribles convulsiones en la tierra y en los cielos. Pero entonces sería demasiado tarde para frenar y detener el tren.

Los arrogantes maquinistas de ese tren responderían: “¡Están condenados! ¡Vienen con nosotros al infierno! El fuego voraz de su concupiscencia produce el vapor de sus doctrinas impías, obscenas, impuras y blasfemas. Este vapor inmundo, que ustedes mismos respiran, impulsa este tren. ¡Deben caer al abismo con nosotros, raza maldita!” (12).

A lo lejos, Palau podía vislumbrar una era de paz: la derrota de la Revolución y un tiempo futuro en el que el falso imperio terrenal del Anticristo sería aniquilado y reemplazado por el Reino de Cristo y su Iglesia.

Mirando a lo lejos con su mirada penetrante, predijo: “Un solo Dios, un solo Rey, una sola Religión, este es el lema que un día se blasonará en los estandartes imperiales de todo el mundo y que, a partir de entonces, le traerá paz y prosperidad”.

Se refería a ese tiempo de paz prometido por Nuestra Señora a la humanidad tras el gran castigo y la victoria de su Inmaculado Corazón, una paz también profetizada en las Escrituras.

¿Y cuándo llegará ese día? Palau responde: “Ese día llegará tras el colapso universal de la sociedad, que sentimos muy cercano” (13).

En el próximo artículo, analizaremos el Gran Castigo que predijo que pondría fin a la Revolución y el papel del Restaurador que, según él, vendría a restaurar todas las cosas en Cristo.

Continúa...

Notas:

1) Explica en un número de El Ermitaño: “En el siglo VI, Satanás salió de su prisión y, con toda su armadura, hizo batalla contra la Iglesia: fundó el imperio musulmán...” Satanás rápidamente ofreció otra batalla, pero de otro tipo. … en el corazón mismo del santuario provocó un cisma.... Oriente se separó de la Iglesia latina, y sobre las ruinas Satanás levantó un imperio más terrible que el primero.…
Ignorado en estos dos conflictos, Satanás preparó un tercer ataque, dirigido al corazón de la Europa católica. Lutero fue elegido... Así, el protestantismo estableció un tercer imperio de Satanás en el seno de Europa... Victorioso en estas tres batallas, Satanás preparó un cuarto ataque. Italia, España y Francia habían sobrevivido y Austria no había caído. El catolicismo seguía firmemente apoyado por estas cuatro columnas. Satanás movilizó a todas sus legiones y atacó. Tras la lucha más sangrienta jamás vista, ha vencido. Hacia finales del siglo pasado, apareció una pancarta sobre las ruinas de la Iglesia en Francia. Es la misma bandera que ondeó sobre las legiones revolucionarias en el Cielo. “¡Guerra a Dios! ¡Revolución!”, decía. “Una ilusión funesta”, El Ermitaño n.º 156, 2/11/1871, en Luis Dufaur, 
Beato Francisco Palau y Quer, OCD: La Revolución Anticristiana.

2) Roma vista desde la cima del monte, El Ermitano, no. 58, 9-12-1869, see Father Tiago of Saint Joseph, The prophecies of Blessed Francisco Palau about the end of times https://www.youtube.com/watch?v=NWolTBwhXaw

3) Luis Dufaur, Beato Francisco Palau y Quer, OCD: Un profeta de ayer, para hoy, para mañana, para el fin de los tiempos. Reconozco aquí mi deuda con el Sr. Dufaur, quien ha publicado, quizás por primera vez, las profecías del Beato Francisco Palau en su boletín El Ermitaño.

5) “Catástrofe social”, El Ermitaño, núm. 40, 5/8/1869, en Beato Francisco Palau: La Revolución Anticristiana.

6) “La cuestión del Oriente: Un imperio universal”, El Ermitaño, núm. 11, 14/01/1869, en Beato Francisco Palau: La Revolución Anticristiana.

7) “Incendio de barracas en Barcelona”, El Ermitaño, núm. 170, 8/2/1872 en Beato Francisco Palau: La Revolución Anticristiana.


9) “Roma”, El Ermitaño, núm. 12, 21/1/1869, en Beato Francisco Palau: La Revolución Anticristiana.

10) El Anticristo”, El Ermitaño, n.° 16, 18/2/1869, en Beato Francisco Palau: La Revolución Anticristiana.

11) “Fin del mundo: aparición de Elías Tesbites”, El Ermitaño, núm. 120, 23/2/1871, en Beato Francisco Palau: La Revolución Anticristiana.

12) “¡Horrorosa Catástrofe!” El Ermitaño, núm. 40, 5/8/1869, en Beato Francisco Palau: La Revolución Anticristiana.

13) “La cuestión del Oriente: Un imperio universal”, en Beato Francisco Palau: La Revolución Anticristiana.
 
Artículos relacionados:


 
 

ME HE CONFESADO ALGUNA VEZ Y HE VUELTO A RECAER

Ora, confiésate, comulga, sirve a Dios; empieza siempre de nuevo, y no te canses jamás. 

Por Monseñor de Segur (1868)


15. ME HE CONFESADO ALGUNA VEZ Y ESTO NO HA IMPEDIDO QUE VOLVIESE A RECAER

Alguna vez me he lavado, y esto no ha impedido que volviese a mancharme. Alguna vez he comido, y sin embargo tengo todavía hambre. ¡Trabajo inútil, tiempo perdido! Ganas me dan de no lavarme ni comer ya más, ¿qué te parece?

La vida del alma es como la del cuerpo; son dos vidas que es preciso cuidar, mantener, alimentar, preservar y fortalecer por medio de un trabajo paciente que se renueva cada día y que durará hasta la muerte. Así el Señor en el Evangelio nos ha declarado que únicamente se salvará aquel que perseverará hasta el fin.

Eres demasiado vivo de genio, amigo mío, y quisieras hacer todas las cosas de una sola vez. No es así como se debe obrar; cada día lleva su tarea; hoy lávate y aliméntate para hoy, mañana te lavarás y alimentarás para mañana, y así hasta el fin. 

Lo mismo debes hacer con tu alma; lavarla, purificarla y cuidarla hoy con el mayor esmero sin pensar en un porvenir, que tal vez no te será concedido, y si llega ten cuidado del mismo modo. 

Ora, confiésate, comulga, sirve a Dios; empieza siempre de nuevo, y no te canses jamás. 

Cuando doy cuerda a mi reloj no tengo la pretensión de que ande siempre, y encuentro muy natural el que tenga que dársela de nuevo al día siguiente. Da también y renueva la cuerda a tu carraca, a tu pobre conciencia que se atrasa siempre, que se para fácilmente y que necesita de las frecuentes visitas del relojero.

Continúa...

30 DE JULIO: SAN ABDÓN Y SAN SENÉN, MÁRTIRES


30 de Julio: San Abdón y san Senén, mártires

(† 250)

Los nobilísimos y portentosos mártires de Cristo Abdón y Senén fueron persas de nación, y caballeros principales y muy ricos en su patria; los cuales siendo cristianos y viendo padecer a los que lo eran graves tormentos y muertes atroces, imperando Decio y persiguiendo crudamente a la Iglesia, se ocupaban en consolar las almas de los que padecían por Cristo, y en dar sepultura a los cuerpos de los que con muerte habían alcanzado la vida. 

Supo esto Decio: los mandó prender y traer a su presencia, habiéndolos oído, y sabiendo por su misma confesión que eran cristianos, les mandó echar cadenas y prisiones, y guardar con otros cautivos de su misma nación que tenía presos, porque quería volver a Roma y entrar triunfando, y acompañado de todos estos presos y cautivos para que su triunfo fuese más ilustre y glorioso. 

Se hizo así: entró en Roma el emperador con gran pompa acompañado de gran multitud de persas cautivos, entre los cuales iban los santos mártires Abdón y Senén ricamente vestidos, como nobles que eran, y como presos, cargados de cadenas y grillos. 

Después mandó Decio a Claudio, pontífice del Capitolio, que trajese un ídolo y le pusiese en un altar, y exhortándoles que le adorasen, porque así gozarían de su libertad, nobleza y riquezas. 

Mas los santos, con gran constancia y firmeza, le respondieron que ellos a sólo Jesucristo adoraban y reconocían por Dios, y a Él le habían ofrecido sacrificio de sí mismos. 

Los amenazó con las fieras, y ellos se rieron. 

Los sacaron al anfiteatro, y quisieron por fuerza hacerlos arrodillar delante de una estatua del sol, que allí estaba; pero los mártires la escupieron, y fueron azotados y atormentados cruelmente con plomos en los azotes, y estando desnudos y llagados, aunque vestidos de Cristo y hermoseados de su divina gracia, soltaron contra ellos dos leones ferocísimos y cuatro osos terribles, los cuales, en lugar de devorar a los santos, se echaron a sus pies y los reverenciaron, sin hacerles ningún mal. 

El juez Valeriano, atribuyendo este milagro a arte mágica, mandó que los matasen; y allí los despedazaron con muchos y despiadados golpes y heridas que les dieron, y sus almas hermosas y resplandecientes subieron al cielo a gozar de Dios, dejando sus cuerpos feos y revueltos en su sangre. 

Los cuales estuvieron tres días sin sepultura, para escarmiento y terror de los cristianos; pero después vino Quirino, subdiácono (que se dice escribió la vida de estos santos), y de noche recogió sus sagrados cadáveres y los puso en un arca de plomo, y los guardó en su casa con gran devoción. 

E imperando el gran Constantino, por revelación celestial fueron descubiertos y trasladados al cementerio de Ponciano.

Reflexión:

Decía Marco Tulio, adulando al emperador Cayo César que acababa de perdonar generosamente a Marco Marcelo: “Has rendido muchas naciones y domado gentes bárbaras y triunfado de todos tus enemigos; pero hoy has alcanzado la más ilustre victoria, porque perdonando a tu enemigo, te has vencido a ti mismo”. ¿Pues quién duda que según esta filosofía, mayor victoria alcanzaron los santos Abdón y Senén atados al carro triunfal de Decio, que el otro emperador que acababa de sujetar a los Persas? ¡Oh! ¡cuán gran gloria es padecer afrentas por Cristo! “Más gloriosa -dice san Crisóstomo- es esa ignominia que la honra de un trono real, y del imperio del mundo”.

Oración:

Oh Dios, que concediste a tus bienaventurados mártires Abdón y Senén un don copioso de tu gracia, para llegar a tan gran gloria; otórganos a nosotros, siervos tuyos, el perdón de nuestros pecados, para que por sus méritos nos veamos libres de todas las adversidades. Por Jesucristo, Nuestro Señor. Amén.