Por Chris Jackson
Hay algo desconcertantemente constante en el comportamiento de la Iglesia moderna: ya sea León XIV regalando casullas mientras predica espiritualidades vagas, los obispos bendiciendo a drag queens durante la misa, o el gobierno federal interceptando las comunicaciones de sacerdotes que se atreven a guardar silencio en el confesionario. En todos los frentes, litúrgico, doctrinal y político, la verdadera fe está siendo sepultada bajo una montaña de eufemismos, sentimentalismo y totalitarismo moderado. Y, sin embargo, se nos dice que esto es “progreso”. Que este es el “camino sinodal”. La “Iglesia de la escucha”.
Es tiempo de examinar esta “Iglesia que escucha” y preguntarnos quién está escuchando y quién está siendo silenciado.
León XIV: Predicar el Evangelio de la hospitalidad, no de la conversión
El 20 de julio, León XIV predicó en la Catedral de Albano y de nuevo durante su Ángelus en Castel Gandolfo. ¿El tema central? La hospitalidad. La bienvenida de Abraham a los tres visitantes: Marta y María. Escuchar y servir. Contemplación y acción. Todos son excelentes temas bíblicos, pero lo notable es lo que León no dice.
En ningún momento de la homilía ni del Ángelus se habla del pecado, el arrepentimiento ni la conversión. En ningún momento se presenta a Jesús como Juez o Salvador. En cambio, nos invita a bajar el ritmo, disfrutar del verano, tomarnos unas vacaciones, aprender a “recibir hospitalidad” y apreciar “la alegría de ver a los demás”. Esto es el cristianismo como una reseña de Airbnb (la compañía dedicada a la oferta de alojamientos a particulares y turísticos).
Incluso cuando León cita a San Agustín, no cita al Doctor de la Gracia sobre el pecado, las dos ciudades ni el juicio final. En cambio, se nos ofrece una visión de la vida cristiana como vagamente sacrificial, definitivamente terapéutica y totalmente compatible con los viajes de verano de la clase media alta. Jesús se convierte en asesor de estilo de vida.
El clímax del Ángelus es particularmente revelador. León alaba a María por acoger a Jesús en su seno y luego, sin ironía, cambia de tema para afirmar que la Iglesia debe ser “un hogar abierto a todos”. Se nos presenta el típico engaño posconciliar: el Fiat de la Virgen se presenta como “inclusividad sinodal”, sin restricciones doctrinales.
Esta no es la Iglesia Católica de los mártires y misioneros. Es la Iglesia de la periodista y presentadora de televisión estadounidense Oprah. No pide nada, no exige nada y, por lo tanto, no convierte a nadie.
El Drag Queen y la Diócesis
Mientras tanto, en San Diego, recordamos que, durante uno de los primeros nombramientos episcopales de León, el obispo auxiliar Ramón Bejarano celebró una “misa” en la que un activista lgbt y drag queen fue invitado a hablar desde el santuario. Esto fue homenajeado, aplaudido, fotografiado y publicado en Facebook.
El obispo Bejarano no hizo ningún llamado al arrepentimiento, ni mencionó el Catecismo, ni defendió la ley moral. En cambio, el activista describió con orgullo una “ensordecedora ovación” en respuesta a su agradecimiento por la defensa del obispo. Bejarano se disculpó previamente por el “trauma” infligido por la Iglesia a las personas lgbt y ahora bendice a los pecadores públicos impenitentes en el altar de Dios.
Seamos claros: lo ocurrido aquí no es solo un escándalo. Es un acto público de blasfemia. El altar de Cristo se ha convertido en un escenario para la perversión moral. Y está plenamente autorizado por la diócesis. Esta es la “nueva religión”.
El mismo “papa” que habla de la “alegría cristiana” y del “valor del silencio” en sus homilías de verano guarda un silencio absoluto sobre esta profanación. Pero quizá no debamos sorprendernos. Después de todo, quien supervisa al “cardenal” Fernández en el Dicasterio para la Doctrina de la Fe, autor de la Fiducia Supplicans, el documento de bendición, difícilmente puede disciplinar a San Diego sin inculparse a sí mismo.
El Estado que escucha: Cómo el FBI aprendió a amar el sínodo
Y aunque la Iglesia promueve “escuchar” como la más alta virtud, el FBI ha tomado el concepto en serio, colocando micrófonos en su capilla, elaborando perfiles de sus sacerdotes y rastreando sus compras con tarjeta de crédito.
Esta semana, un nuevo informe del Comité Judicial de la Cámara de Representantes reveló que la oficina del FBI en Richmond, con el apoyo de la sede central y las oficinas internacionales, inició una investigación contra un sacerdote de la FSSPX por negarse a violar el secreto de confesión. Así es: un hombre con el deber sacerdotal de mantener la confidencialidad fue vigilado por no cooperar con agentes estatales que preguntaban por las ideas de un feligrés.
El FBI no solo entrevistó al sacerdote bajo falsas suposiciones sobre su privilegio legal, sino que abrió una investigación formal, investigó sus antecedentes, vigiló sus viajes al Reino Unido y obtuvo sus registros financieros. ¿Su teoría? Que el “catolicismo tradicionalista radical” es, de alguna manera, adyacente al nacionalismo blanco y al extremismo antidemocrático.
¿Cuáles son los indicadores de peligro del FBI? La creencia en la Misa en latín, las posturas morales “rígidas”, la oposición a la ideología lgbt y la sospecha de que el catolicismo moderno se ha alejado de la fe ancestral. En otras palabras, la ortodoxia.
Esto ya ni siquiera es orwelliano. Es bizantino. El Estado investiga a los sacerdotes por ser sacerdotes, y los obispos reciben a las drag queens en el altar. La Iglesia está llena de ruido, y el Estado es quien escucha.
El hilo conductor: La hospitalidad sin verdad
Hay un hilo conductor que conecta la donación de casullas de León, el activismo de San Diego, con su estola arcoíris, y la vigilancia del FBI a un sacerdote tradicionalista. Es este: la verdad ya no es bienvenida.
La “hospitalidad” se ha convertido en el nuevo evangelio. Pero es una falsificación. Abraham acogió a los tres extranjeros porque percibió lo divino. Marta y María recibieron a Jesús porque era el Mesías. El propósito de la hospitalidad en las Escrituras siempre se orienta hacia una verdad mayor: la revelación de Dios, la llamada a la conversión, el don de la salvación.
Hoy en día, se predica la “hospitalidad” sin Cristo, y se “escucha” sin obediencia. León habla de la Iglesia como “un hogar para todos”, pero ¿qué pasa con el católico fiel que se niega a bendecir el pecado? ¿qué pasa con quien ama la Misa de los Siglos? ¿quién custodia el confesionario? Estos son los que están bajo sospecha: por los obispos, por Roma y por el Estado.
Conclusión: Una cultura de espionaje, una iglesia de apostasía sonriente
La Iglesia de León XIV se ha hecho fácil de amar para el mundo. No exige nada de los pecadores públicos y da la espalda a los confesores. Predica la bienvenida, pero exilia a los fieles. Predica la paz, pero provoca un aplauso atronador entre quienes desafían la ley moral.
Mientras tanto, el estado se vuelve más descarado en su persecución de los católicos tradicionales. Y ningún obispo, ni León, ni Pham, ni Bejarano, ha defendido al sacerdote vigilado por mantener su voto sagrado. Ni uno solo.
Están demasiado ocupados hablando de “la dignidad de todos”, “la belleza de viajar” y “la alegría de los encuentros de verano”.
Que Dios preserve a su remanente. Y que perdone a una jerarquía que todo lo escucha, menos la voz de Cristo.
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