Por el padre Jorge González Guadalix
Quizá lo más importante que estoy descubriendo en mi vida de cura rural sea valorar mi sacerdocio por sí mismo. Me explico.
Cuando uno es párroco de parroquia grande, y sé muy bien lo que es eso, es fácil entender el sacerdocio desde todo lo que haces. Cómo no vas a experimentar el valor y la grandeza de tu sacerdocio cuando tienes delante cientos de personas en las misas dominicales, abundan los niños, te encuentras con los jóvenes, Cáritas funciona al máximo, viene gente a confesarse y cualquier iniciativa tiene su respuesta. Uno ve respuesta y eso siempre anima y congratula.
En estos pueblos, en la pastoral rural, la respuesta es escasísima, nula me atrevo a decir en numerosas ocasiones. Y ahí, en esos momentos en que parece que no haces nada, surge el tentador, el demonio, que con mucho sentido común, porque Satanás siempre es razonable, te dice que para qué te vas a esforzar, que la gente no viene y que no merece la pena. Es la gran tentación de comprender el sacerdocio como algo que vale en función de la gente a la que llega.
En estos pueblos estoy viviendo una transformación interior. Muy dura, pero a la vez muy grata. Aprender a gustar el valor del sacerdocio por sí mismo. Apenas sabía lo que era celebrar solo. Hoy es bastante habitual: solo o casi, sin más compañía que Juana o una Rafaela cualquiera.
No digo la misa, sino también otras cosas. Por ejemplo, la exposición del Santísimo Sacramento a la que, alguna vez, no acude nadie. Es igual. Cristo está esperando ser adorado. Y si no viene gente, es igual, ahí está el sacerdote, acompañado por los ángeles y los santos, y también por tantos feligreses aunque físicamente no estén presentes. Adoración solemne. En soledad más de una vez.
No digo la misa, sino también otras cosas. Por ejemplo, la exposición del Santísimo Sacramento a la que, alguna vez, no acude nadie. Es igual. Cristo está esperando ser adorado. Y si no viene gente, es igual, ahí está el sacerdote, acompañado por los ángeles y los santos, y también por tantos feligreses aunque físicamente no estén presentes. Adoración solemne. En soledad más de una vez.
El proceso de pasar de vivir el sacerdocio con tanta gente, lo cual es muy gratificante, a vivirlo en soledad en Dios es duro, pero pura riqueza: “te basta mi gracia”. Amén.
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