El infiel es el hombre que no conoce la fe católica.
El hereje es aquel que se desvía, incluso en lo más mínimo, de las enseñanzas del Magisterio.
Nos parece muy importante saber y comprender que ambos están situados fuera de la Iglesia Católica y de la salvación, aunque estén en los más altos cubículos de la Iglesia:
¡Oh santa Palabra de Dios! ¡Oh santa Revelación! Por ti somos admitidos en los Misterios divinos, que la razón humana nunca podría alcanzar. Te amamos y estamos resueltos a ser sumisos a ti. Eres tú quien da lugar a la gran virtud, sin la cual es imposible agradar a Dios (Heb 6, 6); la virtud que comienza la obra de la salvación del hombre, y sin la cual esta obra no podría continuar ni terminarse. Esta virtud es la Fe.
Hace que nuestra razón se doblegue ante la Palabra de Dios. De ella surge una luz mucho más gloriosa que todas las conclusiones de la razón, por muy grande que sea su evidencia. Esta virtud ha de ser el vínculo de unión en la nueva sociedad que Nuestro Señor está organizando ahora. Para llegar a ser miembro de esta sociedad, el hombre debe empezar por creer; para que pueda seguir siendo miembro. Nunca, ni siquiera por un momento, debe flaquear en su fe.
Pronto estaremos escuchando a Nuestro Señor decir estas palabras: El que creyere y fuere bautizado, será salvo; pero el que no creyere, será condenado (Mc 16,16). Para expresar más claramente la necesidad de la fe, los miembros de la Iglesia deben ser llamados con el hermoso nombre de Fieles: los que no creen, deben ser llamados Infieles.
Siendo, pues, la Fe el primer eslabón de la unión sobrenatural entre el hombre y Dios, se sigue que esta unión cesa cuando la Fe es rota, es decir, negada; y que aquel que, después de haber estado una vez así unido a Dios, rompe el vínculo al rechazar la palabra de Dios y sustituirla por el error, comete uno de los mayores crímenes. A éste se le llamará Hereje, es decir, aquel que se separa; y los Fieles temblarán ante su apostasía.
Incluso si su rebelión a la Palabra Revelada recayera en un solo artículo, aun así comete una enorme blasfemia; porque o se separa de Dios por ser un engañador, o da a entender que su propia razón creada, débil y limitada es superior a la Verdad eterna e infinita.
A medida que pasa el tiempo, surgirán herejías, cada una atacando algún dogma u otro; para que apenas una verdad quede sin ser cuestionada... y que el tiempo sea nuestro...
Nos parece muy importante saber y comprender que ambos están situados fuera de la Iglesia Católica y de la salvación, aunque estén en los más altos cubículos de la Iglesia:
¡Oh santa Palabra de Dios! ¡Oh santa Revelación! Por ti somos admitidos en los Misterios divinos, que la razón humana nunca podría alcanzar. Te amamos y estamos resueltos a ser sumisos a ti. Eres tú quien da lugar a la gran virtud, sin la cual es imposible agradar a Dios (Heb 6, 6); la virtud que comienza la obra de la salvación del hombre, y sin la cual esta obra no podría continuar ni terminarse. Esta virtud es la Fe.
Hace que nuestra razón se doblegue ante la Palabra de Dios. De ella surge una luz mucho más gloriosa que todas las conclusiones de la razón, por muy grande que sea su evidencia. Esta virtud ha de ser el vínculo de unión en la nueva sociedad que Nuestro Señor está organizando ahora. Para llegar a ser miembro de esta sociedad, el hombre debe empezar por creer; para que pueda seguir siendo miembro. Nunca, ni siquiera por un momento, debe flaquear en su fe.
Pronto estaremos escuchando a Nuestro Señor decir estas palabras: El que creyere y fuere bautizado, será salvo; pero el que no creyere, será condenado (Mc 16,16). Para expresar más claramente la necesidad de la fe, los miembros de la Iglesia deben ser llamados con el hermoso nombre de Fieles: los que no creen, deben ser llamados Infieles.
Siendo, pues, la Fe el primer eslabón de la unión sobrenatural entre el hombre y Dios, se sigue que esta unión cesa cuando la Fe es rota, es decir, negada; y que aquel que, después de haber estado una vez así unido a Dios, rompe el vínculo al rechazar la palabra de Dios y sustituirla por el error, comete uno de los mayores crímenes. A éste se le llamará Hereje, es decir, aquel que se separa; y los Fieles temblarán ante su apostasía.
Incluso si su rebelión a la Palabra Revelada recayera en un solo artículo, aun así comete una enorme blasfemia; porque o se separa de Dios por ser un engañador, o da a entender que su propia razón creada, débil y limitada es superior a la Verdad eterna e infinita.
A medida que pasa el tiempo, surgirán herejías, cada una atacando algún dogma u otro; para que apenas una verdad quede sin ser cuestionada... y que el tiempo sea nuestro...
Dom Gueranger, El Año Litúrgico, Vol 8,
Tiempo Pascual, Libro II, Lunes de la Cuarta Semana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario