jueves, 13 de junio de 2024

QUIEN NO REZA ES TRAIDOR

Con demasiada frecuencia, la gente tiene una perspectiva equivocada de la oración. Piensan que, al pedir cosas en la oración, están molestando a Dios, que no ve con buenos ojos sus peticiones.

Por John Horvat II


Esta actitud es totalmente errónea, ya que necesitamos la oración para alcanzar el cielo. Si Dios desea nuestra salvación incluso más que nosotros mismos, entonces es lógico que acoja con agrado nuestras oraciones y peticiones que nos acercan a Él.

Nuestras oraciones no deben ser peticiones ocasionales de ayuda, sino súplicas constantes. Esto se debe a que la mayor dificultad de nuestra vida espiritual es superar nuestros muchos defectos, para lo cual necesitamos oraciones no sólo constantes, sino extraordinarias. Esta necesidad nos acompañará siempre, pues nuestros defectos nos acosarán hasta la muerte.

Incluso cuando obtenemos una victoria sobre nuestros defectos, seguimos necesitando oraciones. Necesitamos la oración para sostener cualquier victoria sobre nuestros defectos, no sea que vuelvan.

La mayoría de la gente sabe que tenemos derecho a pedir esta ayuda. Pero este gran privilegio va más allá. Considera esta gran verdad: No tenemos derecho a no pedir ayuda.

Imagina a un capitán en una ciudad sitiada. Ve su situación desesperada y se da cuenta de que si no pide ayuda al rey fuera de la ciudad, perderá la ciudad. Si no llama al rey, traicionará a su rey. Sería un traidor.

Del mismo modo, cometemos traición al no rezar. Si por orgullo o pereza, nos negamos a rezar, perderemos la gran ciudad de nuestra alma. Dios está cerca y sólo espera nuestra súplica para que la ciudad se salve.

Debemos, pues, orar. Debemos rezar por todas las necesidades, conocidas y desconocidas. Debemos pedir a Dios la gracia de ver lo que necesitamos.

Dios pone en nuestras almas un instinto sobrenatural por el que más o menos intuimos lo que necesitamos para santificarnos. Prestemos atención a este instinto. No seamos traidores en esta gran lucha por la salvación. Tenemos todo el derecho de pedir a Dios lo que necesitamos. No tenemos derecho a no rezar cuando nuestra alma está en peligro. Al no rezar, nos convertimos en traidores a nuestra propia causa.


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