lunes, 10 de junio de 2024

OBJECIONES CONTRA LA RELIGION (54)

Yo he sido un pecador muy grande y no es ya posible que Dios me perdone.

Por Monseñor de Segur (1820-1881)


¡Pobre hijo mío! ¡Qué mal conoces el corazón misericordioso de Jesús!

¿Tan ignorante estás de tu Religión, que no conoces alguno de los muchos grandes santos que habían sido antes grandes pecadores? Quiero contarte no más que la historia de uno. Oye: Sentado estaba el buen Jesús a la mesa de Simón el fariseo, que le había convidado a comer, cuando entra en la sala una mujer que se postra a los pies del Salvador, y los inunda con el llanto que vierte en silencio, y los cubre de besos abrasados.

Todo el mundo la conoce porque es Magdalena, la mujer perdida y escandalosa de quien huyen las gentes honradas como de un apestado. El fariseo, que se indigna de que esta infeliz se atreva a lo que entonces hace, dice para sí: "Si este hombre fuese, como Él dice, hijo de Dios, sabría qué especie de mujer es esa". Jesús conoce lo que el fariseo piensa, y le dice: "Simón, tengo una cosa que decirte". "Hablad, Maestro". "Tenía un hombre dos deudores -prosiguió Jesús- el uno le debía quinientas monedas de oro, el otro cincuenta de cobre. A los dos les perdonó sus deudas. ¿Cuál de ellos piensas tú que debe estarle más agradecido?" "Aquel, sin duda -responde Simón- a quien perdonó mayor cantidad". "Tienes razón", dijo Jesucristo; y señalando entonces a la Magdalena, añadió: "¿Ves a esta mujer? Cuando entré en tu casa no me diste el beso de paz; y ésta, desde que ha entrado, no cesa de besarme los pies. No me has dado agua para lavarme, y ella riega mis pies con sus lágrimas y los enjuga con sus cabellos... En verdad te digo, que muchos pecados le son perdonados, porque ha amado mucho". Dicho esto el Salvador, sin cuidarse para nada de lo que pensase y gruñese el fariseo, dijo a la Magdalena: "Mujer, vete en paz y no vuelvas a pecar".

¿Has oído, hijo mío? Mucho perdona el dulce Jesús a esta gran pecadora porque ha amado mucho. Ama tú mucho, y todo te será perdonado. Sea tu amor, si es posible, sea tu arrepentimiento tan grande como han sido tus ofensas, ¿qué digo? Muestra una señal siquiera de pesar sincero; y Dios, que te espera con ansia, te recibirá con misericordia. Recuerda lo mucho que padeció por salvarte; recuerda su establo de Belén, su pobreza, sus humillaciones, los tormentos de su Pasión, su agonía y su muerte en: “Aquel divino madero/ iris de paz que se puso/ entre las iras del cielo/ y los delitos del mundo.” Recuerda a su Santísima Madre, que Él mismo te dio precisamente para que fuese tu abogada y medianera, tu refugio y tu esperanza.

Y luego, con el corazón contrito, ve a buscar al ministro del perdón, al juez de misericordia, a tu confesor: pídele perdón y consuelo y socorro, que no te los negará, pues para eso lo tiene Dios puesto, para dárselos a todos y siempre. Verás entonces cómo entre tus lágrimas de arrepentimiento oyes aquella gran palabra de vida eterna que de Magdalena la pecadora pudo hacer a la admirable penitente Santa María Magdalena: "Tus pecados te son perdonados: levántate y no vuelvas a pecar".

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