EL CATECISMO DE TRENTO
ORDEN ORIGINAL
(publicado en 1566)
(11)
Introducción Sobre la fe y el Credo
ARTÍCULO XI:
“LA RESURRECCIÓN DE LA CARNE”
Importancia de este artículo
Que este artículo proporciona una prueba convincente de la verdad de nuestra fe se desprende principalmente del hecho de que no sólo está propuesto en las Sagradas Escrituras a la creencia de los fieles, sino que también está confirmado por numerosos argumentos. Apenas encontramos lo mismo con respecto a los otros artículos, lo que justifica la inferencia de que en esta doctrina, como en su base más sólida, descansa nuestra esperanza de salvación; porque según el razonamiento del Apóstol: Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó; y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, y vana es también vuestra fe.
La diligencia y celo, por lo tanto, del pastor en la explicación de este dogma no debe ser menor que la labor que la impiedad de muchos ha gastado en esfuerzos por derribarlo. Más adelante se demostrará que del conocimiento de este artículo se derivan ventajas eminentemente importantes para los fieles.
“La resurrección de la carne”
Que en este artículo la resurrección de la humanidad se llame “resurrección de la carne”, es una circunstancia que merece especial atención. No fue, en efecto, llamada así sin una razón, pues los Apóstoles pretendían transmitir así una verdad necesaria, la inmortalidad del alma. Para que nadie, a pesar de que muchos pasajes de la Escritura enseñan claramente que el alma es inmortal, pueda imaginar que muere con el cuerpo, y que ambos han de ser devueltos a la vida, el Credo habla sólo de la resurrección de la carne.
Aunque en la Sagrada Escritura la palabra carne muchas veces significa todo el hombre, como en Isaías: Toda carne es hierba, y en San Juan, El Verbo se hizo carne; sin embargo en este lugar se usa para expresar el cuerpo sólo, dándonos así a entender que de las dos partes constituyentes del hombre, alma y cuerpo, una sola, es decir, el cuerpo, se corrompe y vuelve a su polvo original, mientras que el alma permanece incorrupta e inmortal. Así como entonces no se puede decir que un hombre vuelve a la vida a menos que haya muerto previamente, así no se puede decir con propiedad que el alma resucite.
También se menciona la palabra cuerpo, para refutar la herejía de Himeneo y Fileto, quienes, durante la vida del Apóstol, afirmaron que siempre que las Escrituras hablan de la resurrección, deben entenderse que no se refieren a la resurrección del cuerpo, sino a la del alma, por la cual ésta resucita de la muerte del pecado a la vida de la gracia. Las palabras de este artículo, por lo tanto, como es claro, excluyen ese error, y establecen una resurrección real del cuerpo.
El hecho de la resurrección:
Ejemplos y pruebas derivadas de las Escrituras
Será deber del pastor ilustrar esta verdad con ejemplos tomados del Antiguo y Nuevo Testamento y de toda la historia eclesiástica. En el Antiguo Testamento, algunos fueron devueltos a la vida por Elías y Eliseo; y además de los que fueron resucitados por nuestro Señor, muchos fueron resucitados por los santos Apóstoles y por muchos otros. Estas muchas resurrecciones confirman la doctrina enseñada por este Artículo; porque creyendo que muchos fueron llamados de la muerte a la vida, somos también naturalmente llevados a creer la resurrección general de todos. De hecho, el principal fruto que debemos obtener de estos milagros es dar a este artículo nuestra más firme creencia.
A los pastores normalmente versados en los Volúmenes Sagrados se les presentarán de inmediato muchas pruebas bíblicas de este artículo. En el Antiguo Testamento los más conspicuos son los de Job, cuando dice que en su carne verá a su Dios, y de Daniel cuando, hablando de los que duermen en el polvo de la tierra, dice: Muchos de los que duermen en la región del polvo se despertarán, unos para la vida eterna, otros para el horror y la vergüenza eterna. En el Nuevo Testamento (los pasajes principales son) los de San Mateo, que registran la disputa que nuestro Señor sostuvo con los saduceos, y aquellos en los que los evangelistas hablan del Juicio Final. A estos también podemos agregar el preciso razonamiento del Apóstol sobre el tema en sus Epístolas a los Corintios y Tesalonicenses.
Analogías de la naturaleza
Pero aunque la resurrección está ciertamente establecida por la fe, será, sin embargo, de gran ventaja material demostrar por analogía y razón que lo que la fe propone no está en desacuerdo con la naturaleza o la razón humana.
A uno que pregunta cómo deben resucitar los muertos, el Apóstol responde: ¡Necio! Lo que tú siembras debe morir para recobrar la vida; Y lo que tú siembras no es el cuerpo de la futura planta, sino un grano desnudo, ya sea de trigo o de cualquier otra semilla, Dios le dará después un cuerpo según lo ha dispuesto, pues a cada semilla le da un cuerpo diferente; y poco después: Se siembra un cuerpo impotente, y resucita lleno de vigor.
San Gregorio llama nuestra atención sobre muchos otros argumentos de analogía que tienden al mismo efecto. El sol, dice, cada día se retira de nuestros ojos, por así decirlo, al morir, y vuelve a aparecer, por así decirlo, al salir de nuevo; los árboles pierden, y nuevamente, por así decirlo, por una resurrección, recuperan su verdor; las semillas mueren por putrefacción y resurgen por germinación.
Argumentos extraídos de la razón
Las razones aducidas también por los escritores eclesiásticos parecen bien calculadas para establecer esta verdad. En primer lugar, como el alma es inmortal y tiene, como parte del hombre, una propensión natural a unirse al cuerpo, su perpetua separación de él debe considerarse antinatural. Pero como lo que es contrario a la naturaleza y está en un estado de violencia, no puede ser permanente, parece apropiado que el alma se reúna con el cuerpo y, por consiguiente, que el cuerpo resucite. Este argumento empleó nuestro Salvador mismo, cuando en su disputa con los saduceos dedujo la resurrección del cuerpo de la inmortalidad del alma.
En segundo lugar, como un Dios omnisciente ofrece castigos a los malvados y recompensas a los buenos, y como muchos de los primeros salen de esta vida impunes por sus crímenes y muchos de los segundos sin recompensa por sus virtudes, el alma debe reunirse al cuerpo, para, como cómplice de sus crímenes, o compañero de sus virtudes, hacerse partícipe de sus castigos o premios. Este argumento ha sido tratado admirablemente por San Crisóstomo en su homilía al pueblo de Antioquía.
A este efecto también el Apóstol, hablando de la resurrección, dice: Si solamente para esta vida tenemos puesta nuestra esperanza en Cristo, ¡somos los más dignos de compasión de todos los hombres!. No se puede suponer que estas palabras de San Pablo se refieran a la miseria del alma; porque como el alma es inmortal, es capaz de gozar de felicidad en una vida futura, aunque el cuerpo no haya resucitado. Sus palabras, entonces, deben referirse a todo el hombre; porque, si el cuerpo no recibiera la debida recompensa por sus trabajos, aquellos que, como los Apóstoles, soportaron tantas aflicciones y calamidades en esta vida, serían necesariamente los más miserables de los hombres. Sobre este tema el Apóstol es mucho más explícito en su Epístola a los Tesalonicenses: nosotros mismos nos gloriamos de vosotros en las Iglesias de Dios por la tenacidad y la fe en todas las persecuciones y tribulaciones que estáis pasando. Esto es señal del justo juicio de Dios, en el que seréis declarados dignos del Reino de Dios, por cuya causa padecéis. Porque es propio de la justicia de Dios el pagar con tribulación a los que os atribulan, y a vosotros, los atribulados, con el descanso junto con nosotros, cuando el Señor Jesús se revele desde el cielo con sus poderosos ángeles, en medio de una llama de fuego, y tome venganza de los que no conocen a Dios y de los que que no obedecen al Evangelio de nuestro Señor Jesús.
Además, mientras el alma está separada del cuerpo, el hombre no puede disfrutar de esa felicidad plena que está repleta de todos los bienes. Porque así como la parte separada del todo es imperfecta, así también el alma separada del cuerpo debe ser imperfecta. Luego, para que nada falte para colmar la medida de su felicidad, es necesaria la resurrección del cuerpo.
Por estos y otros argumentos similares, el pastor podrá instruir a los fieles en este artículo.
Todos se levantarán
También debería explicar cuidadosamente el Apóstol quiénes han de ser resucitados. Escribiendo a los Corintios, él (San Pablo) dice: Pues del mismo modo que en Adán mueren todos, así también todos revivirán en Cristo. Buenos y malos, pues, sin distinción, todos resucitarán de entre los muertos, aunque la condición de todos no será la misma. Los que hayan hecho el bien, resucitarán a la resurrección de la vida; y los que hayan hecho el mal, a la resurrección del juicio.
Tampoco disiente de esta doctrina el Apóstol en su Epístola a los Tesalonicenses, cuando dice: Primero resucitarán los que murieron en Cristo, después nosotros, los vivos, los que todavía estemos, nos reuniremos con ellos, llevados en las nubes al encuentro del Señor, allá arriba. San Ambrosio, explicando estas palabras, dice: “En ese mismo arrebatamiento, la muerte tendrá lugar, por así decir, en un sueño profundo, y el alma, habiendo salido del cuerpo, volverá instantáneamente. Porque los que están vivos morirán cuando sean arrebatados para que, viniendo al Señor, reciban sus almas de su presencia; porque en su presencia no pueden estar muertos. Esta opinión está apoyada por la autoridad de San Agustín en su libro Sobre la Ciudad de Dios”.
El cuerpo resucitará sustancialmente igual
Pero como es de vital importancia estar plenamente convencidos de que el cuerpo idéntico, que nos pertenece a cada uno de nosotros durante la vida, aunque corrupto y disuelto en su polvo original, será resucitado a la vida, éste también es un tema que exige una explicación precisa por parte del pastor.
Es una verdad que transmite el Apóstol cuando dice: Cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, designando evidentemente con la palabra 'esto', su propio cuerpo. También está claramente expresado en la profecía de Job: Con mi propia carne, veré a Dios. Sí, yo mismo lo veré, lo contemplarán mis ojos, no los de un extraño.
Además, esta misma verdad se infiere de la definición misma de resurrección; porque la resurrección, como la define el Damasceno, es un regreso al estado del que se ha caído.
Finalmente, si tenemos en cuenta los argumentos mediante los cuales acabamos de establecer una resurrección futura, toda duda sobre el tema debe desaparecer de inmediato.
Hemos dicho que el cuerpo debe resucitar, para que cada uno pueda recibir lo que corresponde al cuerpo, según haya hecho, sea bueno o sea malo. El hombre, por lo tanto, debe resucitar en el mismo cuerpo con el que sirvió a Dios o fue esclavo del diablo; para que en el mismo cuerpo pueda experimentar recompensas y una corona de victoria, o soportar los más severos castigos y tormentos.
Restauración de todo lo que pertenece a la naturaleza y adorno del cuerpo
No sólo resucitará el cuerpo, sino que todo lo que pertenece a la realidad de su naturaleza y adorna y orna al hombre será restaurado. Para ello contamos con las admirables palabras de San Agustín: No habrá entonces deformidad del cuerpo; si algunos han sido sobrecargados de carne, no reanudarán todo su peso. Todo lo que exceda la proporción adecuada se considerará superfluo. Por otra parte, si el cuerpo se desgasta por enfermedad o vejez, o está demacrado por cualquier otra causa, será reparado por el poder divino de Cristo, que no sólo nos devolverá el cuerpo, sino que reparará todo lo que haya perdido por la miseria de esta vida. En otro lugar dice: El hombre no volverá a tener su cabello anterior, sino que se adornará con el que le corresponda, según las palabras: "Los cabellos de tu cabeza están todos contados". Dios los restaurará según Su sabiduría.
Restauración de todo lo que pertenece a la integridad del cuerpo
Además, la resurrección, como la creación, claramente debe contarse entre las principales obras de Dios. Por lo tanto, como en la creación todas las cosas vinieron perfectas de la mano de Dios, debemos admitir que será lo mismo en la resurrección.
Estas observaciones no deben limitarse a los cuerpos de los mártires, de quienes dice San Agustín: Como la mutilación que sufrieron resultaría una deformidad, resucitarán con todos sus miembros; de lo contrario, los decapitados se levantarían sin cabeza. Sin embargo, las cicatrices que recibieron permanecerán brillando como las heridas de Cristo, con un brillo mucho más resplandeciente que el del oro y las piedras preciosas.
También los impíos resucitarán con todos sus miembros, incluso con los perdidos por su propia culpa. Cuanto mayor sea el número de miembros que tengan, mayores serán sus tormentos; y, por lo tanto, esta restauración de miembros servirá para aumentar no su felicidad, sino su tristeza y miseria; porque el mérito o demérito no se atribuye a los miembros, sino a la persona a cuyo cuerpo están unidos. Así pues, a los que hayan hecho penitencia, se les restituirán como fuentes de recompensa; y a los que la hayan despreciado, como instrumentos de castigo.
La condición del cuerpo resucitado será diferente
Ahora corresponde a los fieles comprender cómo el cuerpo, cuando resucite de entre los muertos, aunque sustancialmente sea el mismo cuerpo que había estado muerto, será enormemente diferente y cambiará en su condición.
Inmortalidad
Para omitir otros puntos, la principal diferencia entre el estado de todos los cuerpos cuando resuciten de entre los muertos y lo que habían sido anteriormente es que antes de la resurrección estaban sujetos a la disolución, pero cuando sean reanimados todos, sin distinción de buenos y malos, serán investidos de inmortalidad.
Esta admirable restauración de la naturaleza, como atestiguan las Escrituras, es el resultado de la gloriosa victoria de Cristo sobre la muerte. Porque escrito está: 'Y destruirá para siempre a la muerte'. Explicando estas palabras el Apóstol dice: El último enemigo que Cristo vencerá es la muerte; y San Juan también dice: Ya no habrá muerte.
Era muy apropiado que el pecado de Adán fuera ampliamente superado por el mérito de Cristo el Señor, quien derrocó el imperio de la muerte. También era conforme a la justicia divina que los buenos disfrutaran de una felicidad infinita, mientras que los malvados, condenados a tormentos eternos, buscarán la muerte y no la encontrarán, desearán morir y la muerte huirá de ellos. La inmortalidad, por lo tanto, será común a buenos y malos.
Las cualidades de un cuerpo glorificado
Además de esto, los cuerpos de los Santos resucitados se distinguirán por ciertas dotes trascendentes, que los ennoblecerán mucho más allá de su condición anterior. Entre estas dotes, los Padres mencionan especialmente cuatro, que infieren de la doctrina de San Pablo, y que se llaman 'dones'.
Impasibilidad
La primera dotación o don es la impasibilidad, que los pondrá fuera del alcance de sufrir cualquier cosa desagradable o de ser afectados por dolor o molestia de cualquier clase. Ni la severidad penetrante del frío, ni la intensidad resplandeciente del calor, ni la impetuosidad de las aguas pueden dañarlos. Se siembra corrupción -dice el Apóstol- resucitará en incorrupción. A esta cualidad los Escolásticos la llaman 'impasibilidad', no incorrupción, para distinguirla como propiedad peculiar de un cuerpo glorificado. Los cuerpos de los condenados, aunque incorruptibles, no serán impasibles; serán capaces de experimentar calor y frío y de sufrir diversas aflicciones.
Brillo
La siguiente cualidad es la 'luminosidad', por la que los cuerpos de los santos brillarán como el sol, según las palabras de nuestro Señor recogidas en el Evangelio de San Mateo: Los justos brillarán como el sol, en el reino de su Padre. Para eliminar la posibilidad de duda sobre el tema, Él lo ejemplifica en Su Transfiguración. A esta cualidad el Apóstol la llama a veces gloria, a veces resplandor: "El cual transformará el cuerpo de nuestra bajeza, para ser semejante al cuerpo de su gloria"; y de nuevo: "Se siembra en deshonra, resucitará en gloria". De esta gloria contemplaron los israelitas alguna imagen en el desierto, cuando el rostro de Moisés, después de haber gozado de la presencia y conversación de Dios, resplandecía con tal fulgor que no podían mirarlo.
Este brillo es una especie de resplandor reflejado en el cuerpo desde la felicidad suprema del alma. Es una participación en esa bienaventuranza que el alma disfruta, así como el alma misma se vuelve feliz al participar en la felicidad de Dios.
A diferencia del don de la impasibilidad, esta cualidad no es común a todos en el mismo grado. Todos los cuerpos de los Santos serán igualmente impasibles; pero el brillo de todas no será el mismo, porque, según el Apóstol: Una es la gloria del sol, y otra la gloria de la luna, y otra la gloria de las estrellas, pues una estrella es diferente de otra en gloria. Así también es la resurrección de los muertos.
Agilidad
A la cualidad anterior se une la que se llama 'agilidad', por la cual el cuerpo se liberará de la pesadez que ahora lo oprime, y adquirirá la capacidad de moverse con la mayor facilidad y rapidez, donde quiera el alma, como dice San Pedro. Agustín enseña en su libro Sobre la ciudad de Dios, y San Jerónimo Sobre Isaías. De ahí estas palabras del Apóstol: Se siembra en debilidad, resucitará en poder.
Sutileza
Otra cualidad es la de la 'sutilidad', que somete el cuerpo al dominio del alma, de modo que el cuerpo esté sujeto al alma y siempre dispuesto a seguir sus deseos. Esta cualidad la aprendemos de estas palabras del Apóstol: Se siembra cuerpo natural, resucitará cuerpo espiritual.
Estos son los puntos principales sobre los que conviene detenerse en la exposición de este artículo.
Ventajas de la meditación profunda en este artículo
Pero para que los fieles puedan apreciar los frutos que se derivan del conocimiento de tantos y tan excelsos misterios, es necesario, ante todo, señalar que a Dios, que ha ocultado estas cosas a los sabios y las ha dado a conocer a los pequeños, le debemos una deuda de gratitud sin límites. ¡Cuántos hombres, eminentes por su sabiduría o dotados de singular saber, permanecieron ciegos a esta verdad ciertísima! El hecho, pues, de que Él nos haya dado a conocer estas verdades, aunque nunca hubiéramos podido aspirar a tal conocimiento, nos obliga a derramar nuestra gratitud en alabanzas incesantes a su suprema bondad y clemencia.
Otra ventaja importante que se deriva de la reflexión sobre este artículo es que en él encontraremos consuelo tanto para nosotros mismos como para los demás cuando lloremos la muerte de quienes nos eran queridos por parentesco o amistad. Tal era el consuelo que el mismo Apóstol daba a los Tesalonicenses cuando les escribía acerca de los que duermen.
Además, en todas nuestras aflicciones y calamidades, el pensamiento de una resurrección futura debe traer el mayor alivio al corazón atribulado, como aprendemos del ejemplo del santo Job, que sostuvo su alma afligida y apenada con esta única esperanza de que llegaría el día en que, en la resurrección, contemplaría al Señor su Dios.
El mismo pensamiento también debe resultar un poderoso incentivo para que los fieles hagan todo lo posible por llevar una vida de rectitud e integridad, libre de la contaminación del pecado. Porque si reflexionan que esas riquezas ilimitadas que seguirán después de la resurrección ahora se les ofrecen como recompensa, se sentirán fácilmente atraídos a la búsqueda de la virtud y la piedad.
Por otra parte, nada tendrá mayor efecto para subyugar las pasiones y apartar las almas del pecado, que recordar frecuentemente al pecador las miserias y tormentos con que serán visitados los réprobos, que en el último día saldrán a la resurrección del juicio.
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