EL CATECISMO DE TRENTO
ORDEN ORIGINAL
(5)
(publicado en 1566)
Introducción Sobre la fe y el Credo
ARTÍCULO V:
“DESCENDIÓ A LOS INFIERNOS,
AL TERCER DÍA RESUCITÓ DE ENTRE LOS MUERTOS”
Importancia de este artículo
Conocer la gloria de la sepultura de nuestro Señor Jesucristo, de la que tratamos la última vez, es sumamente importante; pero aún más importante es para los fieles conocer los espléndidos triunfos que obtuvo al haber sometido al diablo y despojado las moradas del infierno. De estos triunfos, y también de su Resurrección, vamos a hablar ahora.
Aunque esta última nos presenta un tema que con propiedad podría ser tratado bajo un título separado y distinto, sin embargo, siguiendo el ejemplo de los santos Padres, hemos considerado conveniente unirlo con su descenso a los infiernos.
Primera parte de este artículo: “Descendió a los infiernos”
En la primera parte de este artículo, pues, profesamos que inmediatamente después de la muerte de Cristo su alma descendió a los infiernos, y habitó allí mientras su cuerpo permaneció en el sepulcro; y también que la única Persona de Cristo estuvo al mismo tiempo en los infiernos y en el sepulcro. Esto no debe sorprendernos, pues, como ya hemos dicho, aunque su alma se separó de su cuerpo, su divinidad nunca se separó ni de su alma ni de su cuerpo.
“Infierno”
Como el pastor, al explicar el significado de la palabra infierno en este lugar, puede arrojar considerable luz sobre la exposición de este Artículo, debe observarse que por la palabra infierno no se entiende aquí el sepulcro, como algunos han imaginado no menos impía que ignorantemente; porque en el Artículo precedente aprendimos que Cristo el Señor fue sepultado, y no había razón para que los Apóstoles, al pronunciar un Artículo de fe, repitieran lo mismo en otros y más oscuros términos.
El infierno, pues, significa aquí esas moradas secretas en las que están detenidas las almas que no han obtenido la felicidad del cielo. En este sentido la palabra se usa frecuentemente en la Escritura. Así dice el Apóstol: Ante el nombre de Jesús se doblará toda rodilla, de los que están en el cielo, en la tierra y en el infierno; y en los Hechos de los Apóstoles San Pedro dice que Cristo el Señor ha resucitado de nuevo, habiendo desatado las penas del infierno.
Diferentes Moradas Llamadas “Infierno”
Estas moradas no son todas de la misma naturaleza, pues entre ellas se encuentra esa prisión tan repugnante y oscura en la que las almas de los condenados son atormentadas con los espíritus inmundos en un fuego eterno e inextinguible. Este lugar se llama gehenna, el pozo sin fondo, y es estrictamente el infierno.
Entre ellos se encuentra también el fuego del purgatorio, en el que las almas de los justos son purificadas por un castigo temporal, para ser admitidas en su patria eterna, en la que no entra nada contaminado. La verdad de esta doctrina, fundada, como declaran los santos Concilios, en la Escritura, y confirmada por la Tradición Apostólica, exige la exposición del pastor, tanto más diligente y frecuente, cuanto que vivimos en tiempos en que los hombres no soportan la sana Doctrina.
Por último, la tercera clase de morada es aquella en la que fueron recibidas las almas de los justos antes de la venida de Cristo Señor, y donde, sin experimentar ningún tipo de dolor, sino sostenidas por la bendita esperanza de la redención, gozaban de un apacible reposo. Para liberar a estas almas santas, que en el seno de Abraham esperaban al Salvador, Cristo el Señor descendió a los infiernos.
“Descendió”
No debemos imaginar que su poder y virtud solamente, y no también su alma, descendieron al infierno; sino que debemos creer firmemente que su alma misma, real y sustancialmente, descendió allí, según este testimonio concluyente de David: No dejarás mi alma en el infierno.
Pero aunque Cristo descendió a los infiernos, su supremo poder no se vio disminuido en ningún grado, ni el esplendor de su santidad se vio oscurecido por mancha alguna. Su descenso sirvió más bien para probar que todo lo que se había predicho de su santidad era verdad; y que, como había demostrado previamente con tantos milagros, era verdaderamente el Hijo de Dios.
Esto lo comprenderemos fácilmente comparando las causas del descenso de Cristo con las de otros hombres. Ellos descendieron como cautivos; Él como libre y victorioso entre los muertos, para someter a aquellos demonios por los que, como consecuencia de la culpa, estaban cautivos. Además, todos los demás descendieron, bien para soportar los tormentos más agudos, bien, si estaban exentos de otros dolores, para verse privados de la visión de Dios, y ser torturados por el retraso de la gloria y la felicidad que anhelaban; Cristo el Señor descendió, por el contrario, no para sufrir, sino para liberar a los santos y a los justos de su doloroso cautiverio, e impartirles el fruto de su Pasión. Su suprema dignidad y poder, por lo tanto, no sufrieron ninguna disminución por su descenso a los infiernos.
Por qué descendió a los infiernos
Para liberar a los justos
Una vez explicadas estas cosas, el pastor debe proceder a enseñar que Cristo el Señor descendió a los infiernos para, habiendo despojado a los demonios, liberar de la prisión a aquellos santos Padres y a las demás almas justas, y llevarlos al cielo consigo mismo. Esto lo llevó a cabo de una manera admirable y muy gloriosa, pues su augusta presencia derramó de inmediato un brillo celestial sobre los cautivos y los llenó de alegría y deleite inconcebibles. También les impartió esa felicidad suprema que consiste en la visión de Dios, verificando así su promesa al ladrón en la cruz: Hoy estarás conmigo en el paraíso.
Esta liberación de los justos fue predicha mucho antes por Oseas con estas palabras: Oh muerte, yo seré tu muerte; oh infierno, yo seré tu mordedura; y también por el Profeta Zacarías: Tú también por la sangre de tu testamento has sacado a tus prisioneros del pozo, donde no hay agua; y por último, lo mismo es expresado por el Apóstol en estas palabras: Despojando a los principados y potestades, los ha expuesto confiadamente a la vista de todos, triunfando de ellos en sí mismo.
Pero para comprender mejor la eficacia de este misterio, debemos recordar con frecuencia que no sólo los justos que nacieron después de la venida de nuestro Señor, sino también los que le precedieron desde los días de Adán, o los que nacerán hasta el fin de los tiempos, obtienen su salvación por el beneficio de Su Pasión. Por lo tanto, antes de Su muerte y Resurrección, el cielo estaba cerrado para todos los hijos de Adán. Las almas de los justos, al partir de esta vida, o eran llevadas al seno de Abraham; o, como todavía sucede con los que tienen algo por lo que ser lavados o satisfechos, eran purificados en el fuego del purgatorio.
Para proclamar su poder
Otra razón por la que Cristo el Señor descendió a los infiernos es para proclamar allí, lo mismo que en el cielo y en la tierra, Su poder y autoridad, y para que se doble toda rodilla de los que están en el cielo, en la tierra y debajo de la tierra.
Y aquí, ¡quién no se llena de admiración y asombro al contemplar el amor infinito de Dios por el hombre! No contento con haber sufrido por nosotros una muerte cruelísima, penetra en lo más recóndito de la tierra para transportar a la bienaventuranza a las almas que tan entrañablemente amaba y cuya liberación de allí había conseguido.
Segunda parte de este artículo: “Al tercer día resucitó de entre los muertos”
Llegamos ahora a la segunda parte del artículo, y cuán infatigable debe ser la labor del pastor en su exposición, lo aprendemos de estas palabras del Apóstol: Ten presente que el Señor Jesucristo ha resucitado de entre los muertos. Este mandamiento, sin duda, iba dirigido no sólo a Timoteo, sino a todos los que tienen cura de almas.
El sentido del artículo es éste: Cristo el Señor expiró en la cruz, el viernes a la hora novena, y fue sepultado la tarde del mismo día por sus discípulos, quienes con el permiso del gobernador Pilato, depositaron el cuerpo del Señor, bajado de la cruz, en un sepulcro nuevo, situado en un jardín cercano. A primera hora de la mañana del tercer día después de su muerte, es decir, el domingo, su alma se reunió con su cuerpo, y así El que había estado muerto durante esos tres días se levantó y volvió de nuevo a la vida, de la que había partido al morir.
“Resucitó”
Por la palabra Resurrección, sin embargo, no debemos entender meramente que Cristo resucitó de entre los muertos, lo que sucedió a muchos otros, sino que resucitó por su propio poder y virtud, una singular prerrogativa peculiar sólo a Él. Porque es incompatible con la naturaleza y nunca le fue dado al hombre resucitar por su propio poder, de la muerte a la vida. Esto estaba reservado al poder omnipotente de Dios, como aprendemos de estas palabras del Apóstol: Aunque fue crucificado por debilidad, vive por el poder de Dios. Este poder divino, no habiendo sido nunca separado, ni de Su cuerpo en la tumba, ni de Su alma en el infierno, existía una fuerza divina tanto dentro del cuerpo, por la cual podía unirse de nuevo al alma, como dentro del alma, por la cual podía volver de nuevo al cuerpo. Así pudo, por su propio poder, volver a la vida y resucitar de entre los muertos.
Esto David, lleno del espíritu de Dios, lo predijo con estas palabras: Su diestra le ha hecho la salvación, y su brazo es santo. Nuestro Señor lo confirmó con el testimonio divino de su propia boca cuando dijo: Yo pongo mi vida para volverla a tomar... y tengo poder para ponerla: y tengo poder para volverla a tomar. A los judíos también les dijo, en corroboración de Su doctrina: Destruid este templo, y en tres días lo levantaré. Aunque los judíos entendieron que hablaba así de aquel magnífico Templo construido de piedra, sin embargo, como atestigua la Escritura en el mismo lugar, hablaba del templo de su cuerpo. Es cierto que a veces leemos en las Escrituras que fue resucitado por el Padre; pero esto se refiere a Él como hombre, del mismo modo que los pasajes que dicen que resucitó por su propio poder se refieren a Él como Dios.
“De entre los muertos”
Es también privilegio peculiar de Cristo haber sido el primero que gozó de esta prerrogativa divina de resucitar de entre los muertos, pues se le llama en la Escritura el primogénito de entre los muertos, y también el primer nacido de entre los muertos. El Apóstol también dice: Cristo ha resucitado de entre los muertos, el primero de los que duermen; porque por un hombre vino la muerte, y por un hombre la resurrección de los muertos. Y como en Adán todos mueren, así también en Cristo todos revivirán. Pero cada uno en su orden: el primero, Cristo: luego, los que son de Cristo.
Estas palabras del Apóstol deben entenderse como una Resurrección perfecta, por la cual somos resucitados a una vida inmortal y ya no estamos sujetos a la necesidad de morir. En esta Resurrección, Cristo el Señor ocupa el primer lugar; porque si hablamos de Resurrección, es decir, de un retorno a la vida, sujeto a la necesidad de morir de nuevo, muchos fueron así resucitados de entre los muertos antes de Cristo, todos los cuales, sin embargo, fueron devueltos a la vida para morir de nuevo. Pero Cristo el Señor, habiendo subyugado y vencido a la muerte, resucitó de tal manera que no pudo morir más, según este testimonio clarísimo: Cristo, resucitando de entre los muertos, ya no muere más, la muerte ya no tendrá dominio sobre él.
“Al Tercer Día”
En explicación de las palabras adicionales del artículo, “el tercer día”, el pastor debe informar a la gente que no deben pensar que nuestro Señor permaneció en la tumba durante la totalidad de estos tres días. Pero como estuvo en el sepulcro un día completo, una parte del día anterior y una parte del día siguiente, se dice, con la más estricta verdad, que estuvo en el sepulcro tres días, y que al tercer día resucitó de entre los muertos.
Para probar que era Dios, no retrasó Su Resurrección hasta el fin del mundo; mientras que, por otra parte, para convencernos de que era verdaderamente hombre y había muerto de verdad, no resucitó inmediatamente, sino al tercer día después de su muerte, un espacio de tiempo suficiente para probar la realidad de su muerte.
“Según las Escrituras”
Aquí los Padres del primer Concilio de Constantinopla añadieron las palabras, según las Escrituras, que tomaron de San Pablo. Estas palabras las incorporaron al Credo, porque el mismo Apóstol enseña la absoluta necesidad del misterio de la Resurrección cuando dice: Si Cristo no resucitó, vana es nuestra predicación y vana es también vuestra fe... pues aún estáis en vuestros pecados. Por lo tanto, admirando nuestra creencia de este artículo San Agustín dice: No es gran cosa creer que Cristo murió. Esto creen los paganos, los judíos y todos los impíos; en una palabra, todos creen que Cristo murió. Pero que resucitó es lo que creen los cristianos. Creer que resucitó, esto lo consideramos de gran importancia.
De ahí que nuestro Señor hablara con mucha frecuencia a sus discípulos de Su Resurrección, y rara vez o nunca de Su Pasión sin referirse a su Resurrección. Así, cuando dijo: El hijo del hombre... será entregado a los gentiles, y será escarnecido, azotado y escupido; y después que le hayan azotado, le darán muerte; añadió: y al tercer día resucitará. También cuando los judíos le pidieron que diera testimonio de la verdad de su Doctrina con algún signo milagroso, dijo: No se les dará señal, sino la señal del profeta Jonás. Porque como estuvo Jonás en el vientre de la ballena tres días y tres noches, así estará el Hijo del Hombre en el corazón de la tierra tres días y tres noches.
Tres consideraciones útiles sobre este artículo
Para comprender aún mejor la fuerza y el significado de este Artículo, hay tres cosas que debemos considerar y entender: primero, por qué fue necesaria la Resurrección; segundo, su fin y objeto; tercero, las bendiciones y ventajas de las que es para nosotros la fuente.
Necesidad de la Resurrección
En cuanto a lo primero, era necesario que Cristo resucitara para manifestar la justicia de Dios; pues era muy congruente que Aquel que por obediencia a Dios fue degradado y cargado de ignominia, fuera por Él exaltado. Esta es una razón asignada por el Apóstol cuando dice a los Filipenses: Se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual también Dios lo exaltó. Resucitó también para confirmar nuestra fe, que es necesaria para la justificación; porque la Resurrección de Cristo de entre los muertos por Su propio poder ofrece una prueba irrefragable de que Él era el Hijo de Dios. Una vez más, la Resurrección alimenta y sostiene nuestra esperanza. Como Cristo resucitó, descansamos en la esperanza segura de que también nosotros resucitaremos; los miembros deben llegar necesariamente a la condición de su cabeza. Esta es la conclusión a la que parece llegar San Pablo cuando escribe a los Corintios y a los Tesalonicenses. Y Pedro, el Príncipe de los Apóstoles, dice: Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su gran misericordia nos ha regenerado a una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, a la herencia incorruptible.
Finalmente, la Resurrección de nuestro Señor, como debe inculcar el pastor, fue necesaria para completar el misterio de nuestra salvación y redención. Con Su muerte, Cristo nos liberó del pecado; con su resurrección, nos devolvió el más importante de los privilegios que habíamos perdido por el pecado. De ahí estas palabras del Apóstol: Fue entregado por nuestros pecados y resucitó para nuestra justificación. Por lo tanto, para que nada faltase a la obra de nuestra salvación, era necesario que, así como murió, también resucitase.
Fines de la Resurrección
De lo que se ha dicho podemos percibir qué importantes ventajas ha conferido a los fieles la Resurrección de Cristo el Señor. En la Resurrección reconocemos a Dios inmortal, lleno de gloria, vencedor de la muerte y del diablo; y todo esto debemos creer firmemente y profesar abiertamente de Cristo Jesús.
Además, la resurrección de Cristo realiza para nosotros la resurrección de nuestros cuerpos, no sólo porque fue la causa eficiente de este misterio, sino también porque todos debemos levantarnos según el ejemplo del Señor. Pues respecto a la resurrección del cuerpo tenemos este testimonio del Apóstol: Por un hombre vino la muerte, y por un hombre la resurrección de los muertos. En todo lo que Dios hizo para llevar a cabo el misterio de nuestra redención, se sirvió de la humanidad de Cristo como de un instrumento eficaz, y por eso Su Resurrección fue, por así decir, un instrumento para la realización de nuestra resurrección.
También puede llamarse el modelo de la nuestra, ya que su resurrección fue la más perfecta de todas. Y así como su cuerpo, resucitando a la gloria inmortal, fue transformado, así también nuestros cuerpos, antes frágiles y mortales, serán restaurados y revestidos de gloria e inmortalidad. En el lenguaje del Apóstol: Esperamos al Salvador que tanto anhelamos, Cristo Jesús, el Señor, Pues él cambiará nuestro cuerpo miserable, usando esa fuerza con la que puede someter a sí el universo, y lo hará semejante a su propio cuerpo del que irradia su gloria.
Lo mismo puede decirse de un alma muerta en el pecado. Cómo la Resurrección de Cristo se propone a tal alma como modelo de Su Resurrección, lo muestra el mismo Apóstol con estas palabras: Como Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros empezaremos una vida nueva. Porque si fuimos plantados juntamente en la semejanza de su muerte, también lo seremos en la de su resurrección. Un poco más adelante dice Sabemos que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más; desde ahora la muerte no tiene poder sobre él. Así, pues, hay una muerte y es un morir al pecado de una vez para siempre. Y hay un vivir que es vivir para Dios. Así también ustedes deben considerarse a sí mismos muertos para el pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús.
Ventajas de la Resurrección
De la Resurrección de Cristo, por lo tanto, debemos extraer dos lecciones: una, que después de haber lavado las manchas del pecado, debemos comenzar a llevar una nueva vida, distinguida por la integridad, la inocencia, la santidad, la modestia, la justicia, la beneficencia y la humildad; la otra, que debemos perseverar de tal manera en esa novedad de vida que nunca más, con la ayuda divina, nos desviemos de los caminos de la virtud en los que una vez entramos.
Las palabras del Apóstol no prueban solamente que la resurrección de Cristo se propone como modelo de nuestra resurrección; declaran también que nos da poder para resucitar, y nos imparte fuerza y valor para perseverar en la santidad y en la justicia, y en la observancia de los mandamientos de Dios. Porque así como su muerte no sólo nos da ejemplo, sino que también nos suministra la fuerza para morir al pecado, así también su resurrección nos vigoriza para alcanzar la justicia, de modo que en adelante, sirviendo a Dios en piedad y santidad, podamos caminar en la novedad de vida a la que hemos resucitado. Por su resurrección, nuestro Señor realizó esto especialmente para que nosotros, que antes morimos con Él al pecado y al mundo, resucitemos también con Él a un nuevo orden y modo de vida.
Signos de la Resurrección Espiritual
Los principales signos de esta resurrección del pecado que deben observarse nos los enseña el Apóstol. Porque cuando dice: Si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios, nos dice claramente que han resucitado verdaderamente con Cristo los que desean poseer la vida, el honor, el reposo y las riquezas, allí principalmente donde Cristo mora.
Cuando añade: Pensad en las cosas de arriba, no en las de la tierra, nos da, por así decirlo, otra señal por la que podemos comprobar si hemos resucitado verdaderamente con Cristo. Así como el gusto por la comida suele indicar un estado saludable del cuerpo, así también en lo que se refiere al alma, si una persona se deleita con cualquier cosa que sea verdadera, modesta, justa o santa, y experimenta dentro de sí la dulzura de las cosas celestiales, podemos considerar esto como una prueba muy fuerte de que tal persona ha resucitado con Cristo Jesús a una vida nueva y espiritual.
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