El 23 de junio de 2013, cuando me reuní con Bergoglio en la Domus Sanctæ Marthæ -como ya informé ampliamente en mi Memorial del 22 de agosto de 2018-, él me preguntó de pronto: “¿Cómo es el cardenal McCarrick?”.
Yo le respondí: “Santo Padre, no sé si conoce al cardenal McCarrick, pero si pregunta en la Congregación para los Obispos, hay un dossier así de grande. Corrompió a generaciones de seminaristas...”
Bergoglio permaneció impasible y cambió por completo de tema.
Su reacción no es sorprendente: El propio Bergoglio cometió los mismos abusos cuando era Maestro de Novicios de la Compañía de Jesús en Argentina, según me confió personalmente uno de sus antiguos novicios.
Bergoglio no quiere expulsar a los seminaristas y sacerdotes homosexuales: más bien quiere completar la obra de infiltración y corrupción del clero a través de la homosexualidad y la pedofilia, de modo que descalificando la grave pecaminosidad de la sodomía y la corrupción de menores se abra la puerta a la despenalización de estos delitos.
Por otra parte, su misma terminología grosera, propia de los ambientes que el jesuita argentino deplora con palabras, delata su familiaridad con corruptos acostumbrados a hablarle así.
La protección y los ascensos concedidos a innumerables cardenales, obispos y sacerdotes corruptos y pervertidos; los autobuses de travestis invitados en varias ocasiones al Vaticano; las audiencias privadas para parejas transexuales y homosexuales en concubinato; el escandaloso protagonismo mediático lgbtq+ concedido a James Martin, s.j.; la vergonzosa promoción de Tucho Fernández como Prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe; los recientes nombramientos de dos canónigos de Santa María la Mayor que son conocidos en toda la ciudad de Roma como homosexuales, todo ello confirma la pertenencia de Bergoglio al lobby al que debe su nombramiento (y deliberadamente no lo estoy llamando su “elección”)
Posteo en X de Monseñor Vigano
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