domingo, 5 de mayo de 2024

DEBERES Y PRIVILEGIOS DEL CLERO (2)

Creo que si analizamos cómo la sociedad medieval resolvió esta cuestión, encontraremos elementos importantes que nos ayudarán a resolver este problema hoy y en el futuro.

Por el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira



El Papa Pío XII pidió a eruditos y estadistas -como vimos al final del artículo anterior- que estudiaran cómo debían distribuirse las distintas funciones en el cuerpo político para tener un gobierno justo y sabio.

Creo que si analizamos cómo la sociedad medieval resolvió esta cuestión, encontraremos elementos importantes que nos ayudarán a resolver este problema hoy y en el futuro.

La idea básica que prevaleció en Europa en la Edad Media era que todos los hombres fueron creados iguales por Dios. Son, por lo tanto, iguales por naturaleza. Por ello, ante el Estado cada uno tiene los derechos inherentes a la naturaleza humana, iguales para todos.

Así, el hombre tiene derecho a la vida y a la propiedad, un cierto derecho a la libertad individual, derecho a la dignidad personal, a condiciones para una buena salud, etc. Dado que estos derechos derivan de la naturaleza humana, que pertenece a todos los hombres, es natural que el Estado deba proteger estos derechos por igual para todos sus ciudadanos.

Sucede, sin embargo, que además de estos derechos esenciales, los hombres también tienen otros derechos que son accidentales. Son derechos que se originan en los accidentes de la naturaleza de cada hombre. Por sus cualidades, un hombre más inteligente o capaz, o un hombre más trabajador o virtuoso, se eleva por encima del nivel común y termina por adquirir más derechos.

Por lo tanto, la verdadera justicia en la sociedad no consiste en tratar a todos por igual. Ciertamente, todos deben ser tratados de manera que se aseguren a cada uno los derechos esenciales que corresponden a la persona humana. Luego, más allá de esto, la justicia consiste también en dar mayores ventajas y mayores honores a quienes soportan el mayor peso de servir al bien público.

Desde esta perspectiva, en la Edad Media existía la noción generalmente aceptada de que dos clases sociales debían vivir principalmente para servir al bien común de la sociedad. En consecuencia, esas dos clases merecían una mayor participación en la dirección de los asuntos públicos. Estas clases eran el clero y la nobleza.


Deberes y privilegios del clero

La primera de estas dos clases fue el clero. Es evidente que en un país católico el clero debe ser de primera clase porque sus miembros recibieron el Sacramento del Orden instituido por Nuestro Señor Jesucristo. Esta condición les da los elementos para cumplir la misión divina de distribuir las gracias necesarias para que los católicos alcancen la salvación eterna a través del ministerio de los Sacramentos.

El rey Luis IX, con los obispos a su lado, en procesión pública para entregar las reliquias a la Sainte Chapelle

Era la primera clase en honor porque la unción sacerdotal confiere al sacerdote una preeminencia humana. El sacerdote representa un puente entre los hombres y Dios. Por ello, en la sociedad medieval era objeto de especial respeto; era visto como una personificación de la religión misma. El sacerdote también desempeñaba un papel en el Estado porque el Estado era entendido como una institución cuyo objetivo principal era glorificar a Dios, no como una cooperativa para supervisar intereses financieros.

Al leer los periódicos hoy, vemos que los gobiernos se preocupan principalmente por la importación y la exportación, cómo hacer crecer el tesoro, cómo generar fuentes internas de producción, cómo concertar acuerdos comerciales con otros países, etc. La mayoría de los asuntos que se tratan hoy por gobiernos o individuos se refieren a la economía. Ésta es una concepción materialista del gobierno, no tan diferente de la concepción marxista.

Indiscutiblemente, según el Derecho Natural, el Estado debe velar por el bien común temporal de sus ciudadanos, lo que incluye proporcionarles lo necesario para vivir bien, con dignidad y honor. Pero el Estado también debe ayudar a sus ciudadanos a mejorar su vida cultural y espiritual. En muchos sentidos, este último es el deber más noble del Estado hacia sus ciudadanos.

Ahora bien, entre los beneficios espirituales que puede dar el Estado, el más importante es promover el vivir virtuoso de sus ciudadanos para que su vida temporal esté orientada a alcanzar la salvación eterna.

Para alcanzar este fin, el Estado funciona en su propio orden como una especie de elemento complementario de la Iglesia. La Iglesia enseña, gobierna y santifica las almas; el Estado ordena la vida temporal para facilitar a sus ciudadanos el logro de su objetivo de salvación eterna. Siendo esta la perspectiva del hombre medieval, se puede entender cómo ninguna clase tenía derecho a una preeminencia superior a aquella cuyos miembros eran las fuerzas impulsoras para que los hombres alcanzaran la salvación eterna, la clase sacerdotal.

El clero formó una élite conocida por su conocimiento y virtud.

En la sociedad medieval, otro factor contribuyó a esta posición del clero. Las condiciones de vida del sacerdote favorecían naturalmente la práctica de la virtud. Como consecuencia secundaria, estas condiciones normalmente conducían al estudio y la adquisición de conocimientos. Entonces, además de tener una misión divina, la clase sacerdotal también formaba una élite en la sociedad caracterizada por su virtud y conocimiento. Constituía, por lo tanto, un elemento que prestaba una enorme ayuda en el buen ordenamiento de la vida social.

Esta clase soportaba deberes muy pesados:
● En primer lugar, el sacerdote renunciaba a su propia voluntad por un bien superior; cuando hacía sus votos decía que sería obediente para siempre a la voluntad de otro hombre, su superior.

● En segundo lugar, un miembro del clero debía renunciar a hacer carrera o hacer fortuna para dedicarse por completo a los intereses de la Iglesia.

● En tercer lugar, renunciaba incluso al legítimo placer de constituir una familia para entregarse completamente al servicio de Dios.

● En cuarto lugar, estaba obligado a confesar, habiendo escuchado cada problema o pecado que se le presentaba, debía luego aconsejar, corregir, reprender y absolver según sus mejores conocimientos.
Estas cargas convirtieron al clero en la clase más sacrificada de la sociedad. Era normal que recibiera compensaciones. Así, también tenía una posición privilegiada en el cuerpo social.






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