miércoles, 22 de mayo de 2024

CATECISMO DE TRENTO (1566) - 7ma PARTE


EL CATECISMO DE TRENTO

ORDEN ORIGINAL

(publicado en 1566)

(7)

Introducción Sobre la fe y el Credo


ARTÍCULO VII : 

“DESDE ALLÍ VENDRÁ A JUZGAR A LOS VIVOS Y A LOS MUERTOS”


Significado de este artículo

Para gloria y ornato de su Iglesia, Jesucristo está investido de tres eminentes oficios y funciones: los de Redentor, Mediador y Juez. Puesto que en los Artículos precedentes se mostró que la raza humana fue redimida por Su Pasión y muerte, y puesto que por Su Ascensión al cielo es manifiesto que Él ha asumido la perpetua defensa y patrocinio de nuestra causa, resta que en este Artículo expongamos Su carácter de Juez. El alcance y la intención del Artículo es declarar que en el último día, Cristo el Señor juzgará a toda la raza humana.

“Desde allí vendrá

Las Sagradas Escrituras nos informan que hay dos venidas del Hijo de Dios: una fue cuando asumió carne humana para nuestra salvación en el vientre de una virgen; la otra cuando venga al fin del mundo para juzgar a toda la humanidad. Esta última venida es llamada en la Escritura “el día del Señor”. “El día del Señor -dice el Apóstol- vendrá como ladrón en la noche; y nuestro Señor mismo dice: De aquel día y hora nadie sabe”.

a juzgar a los vivos y a los muertos”

En prueba del juicio (final) basta aducir la autoridad del Apóstol: Es necesario que todos comparezcamos ante el juicio de Cristo, para que cada uno reciba lo que le corresponda de acuerdo con lo que haya hecho, sea bueno o malo. Son numerosos los pasajes de la Sagrada Escritura que el pastor encontrará en diversos lugares y que no sólo establecen la verdad del dogma, sino que lo ponen en vivos colores ante los ojos de los fieles. Y si, desde el principio del mundo, aquel día del Señor, en el que fue revestido de nuestra carne, fue suspirado por todos como fundamento de su esperanza de liberación; así también, después de la muerte y Ascensión del Hijo de Dios, debemos hacer de aquel otro día del Señor el objeto de nuestros más fervientes deseos, buscando la esperanza bienaventurada y la venida de la gloria del gran Dios.

Dos juicios

Al explicar este tema, el pastor debe distinguir dos ocasiones diferentes en las que cada uno debe comparecer ante la presencia del Señor para rendir cuenta de todos sus pensamientos, palabras y acciones, y para recibir inmediatamente la sentencia de su Juez.

La primera tiene lugar cuando cada uno de nosotros parte de esta vida; pues entonces es colocado instantáneamente ante el tribunal de Dios, donde todo lo que haya hecho, hablado o pensado durante la vida será sometido al más rígido escrutinio. Esto se llama el juicio particular.

El segundo ocurrirá cuando el mismo día y en el mismo lugar todos los hombres se presentarán juntos ante el tribunal de su Juez, para que en presencia y audiencia de todos los seres humanos de todos los tiempos, cada uno pueda conocer su destino y sentencia finales. El anuncio de este juicio constituirá una parte no pequeña del dolor y del castigo de los malvados; mientras que los buenos y justos obtendrán gran recompensa y consuelo por el hecho de que entonces aparecerá lo que cada uno fue en vida. Esto se llama el juicio general.

Razones para un juicio general

Es necesario mostrar por qué, además del juicio particular de cada individuo, debe emitirse también uno general sobre todos los hombres.

Los que parten de esta vida dejan a veces tras de sí hijos que imitan su conducta, dependientes, seguidores y otras personas que admiran y propugnan su ejemplo, su lenguaje y sus acciones. Ahora bien, por todas estas circunstancias, las recompensas o castigos de los muertos deben necesariamente aumentar, ya que la buena o mala influencia del ejemplo, que afecta la conducta de muchos, terminará sólo con el fin del mundo. La justicia exige que para formar una estimación adecuada de todas estas acciones y palabras buenas o malas se haga una investigación exhaustiva. Esto, sin embargo, no podría hacerse sin un juicio general de todos los hombres.

Además, como el carácter de los virtuosos sufre con frecuencia la tergiversación, mientras que el de los malvados obtiene el elogio de la virtud, la justicia de Dios exige que los primeros recuperen, ante la asamblea pública y el juicio de todos los hombres, el buen nombre del que habían sido injustamente privados ante los hombres.

Además, como el justo y el malvado realizaron sus acciones buenas y malas en esta vida no sin la cooperación del cuerpo, se sigue necesariamente que estas acciones pertenecen también al cuerpo como a su instrumento. Por lo tanto, era del todo conveniente que el cuerpo compartiera con el alma las debidas recompensas de la gloria o el castigo eternos. Pero esto sólo puede lograrse por medio de una resurrección general y de un juicio general.

Luego, es importante probar que en la prosperidad y en la adversidad, que son a veces la suerte promiscua de los buenos y de los malos, todo se hace y se ordena por una Providencia omnisapiente y omnipotente. Es, por lo tanto, necesario no sólo que las recompensas esperaran a los justos y los castigos a los malvados en la vida venidera, sino que fueran concedidas mediante un juicio público y general. Así serán más conocidos y más visibles para todos; y en expiación por las murmuraciones injustificadas, que al ver a los malvados abundar en riquezas y florecer en honores, incluso los mismos santos, como hombres, a veces han dado expresión, todos ofrecerán un tributo de alabanza a la justicia y Providencia de Dios. “Mis pies -dice el Profeta- casi se movieron, mis pasos estuvieron a punto de resbalar, porque tenía celo con ocasión de los impíos, viendo la prosperidad de los pecadores; y un poco después: Mirad! He aquí que éstos son pecadores y sin embargo abundan en el mundo, han obtenido riquezas; y dije: Entonces en vano he justificado mi corazón, y me he lavado las manos entre los inocentes; y he sido azotado todo el día, y mi castigo ha sido por la mañana”. Esta ha sido la queja frecuente de muchos, y por lo tanto, es necesario un juicio general, no sea que los hombres se sientan tentados a decir que Dios se pasea por los polos del cielo, y no se fija en la tierra.

Esta verdad se ha convertido correctamente en un artículo del Credo

Sabiamente, por lo tanto, esta verdad se ha hecho uno de los doce artículos del Credo cristiano, para que si alguien comienza a vacilar en su mente con respecto a la Providencia y la justicia de Dios pueda ser tranquilizado por esta doctrina.

Además, era justo que los justos se sintieran alentados por la esperanza, y los malvados espantados por el terror, de un juicio futuro; para que, conociendo la justicia de Dios, los primeros no se desanimaran, mientras que los segundos, por el temor y la expectativa del castigo eterno, se alejaran de los caminos del vicio. Por eso, hablando del último día, nuestro Señor y Salvador declara que un día tendrá lugar un juicio general, y describe los signos de su proximidad, para que, viéndolos, sepamos que se acerca el fin del mundo. También en Su Ascensión, para consolar a Sus Apóstoles, abrumados de dolor por Su partida, envió Ángeles, que les dijeron: “Este Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá, como le habéis visto subir al cielo....”

Circunstancias de la sentencia:

El Juez

Que el juicio del mundo ha sido asignado a Cristo el Señor, no sólo como Dios, sino también como hombre, está declarado en la Escritura. Aunque el poder de juzgar es común a todas las Personas de la Santísima Trinidad, se atribuye especialmente al Hijo, porque a Él también se le atribuye de manera especial la sabiduría. Pero que como hombre juzgará al mundo, lo enseña el mismo Señor cuando dice: “Como el Padre tiene vida en sí mismo, así también ha dado al Hijo que tenga vida en sí mismo; y le ha dado poder para juzgar, porque es hijo de hombre”.

Hay una peculiar propiedad en que Cristo el Señor se siente en juicio; porque la sentencia ha de ser pronunciada sobre la humanidad, y así se les permite ver a su Juez con sus ojos y oírle con sus oídos, y así aprender su juicio por medio de los sentidos.

También es muy justo que Aquel que fue condenado por el juicio más inicuo de los hombres, sea visto después por todos los hombres sentado en juicio sobre todos. Por eso, cuando el Príncipe de los Apóstoles expuso en casa de Cornelio los principales dogmas del cristianismo y enseñó que Cristo fue colgado de una cruz y condenado a muerte por los judíos y resucitó al tercer día, añadió: “Y nos mandó que predicásemos al pueblo, y testificásemos que él es el que Dios ha puesto por Juez de vivos y muertos”.

Signos del Juicio General

Las Sagradas Escrituras nos informan de que el juicio general irá precedido de estos tres signos principales: la predicación del Evangelio en todo el mundo, la caída de la fe y la venida del Anticristo. Este Evangelio del Reino, dice nuestro Señor, será predicado en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones, y entonces vendrá la consumación. El Apóstol nos amonesta también para que no nos dejemos seducir por nadie, como si el día del Señor estuviese cerca; porque si antes no se produce una revuelta y no se revela el hombre de pecado, no vendrá el juicio.

La sentencia de los justos

La forma y el procedimiento de este juicio, el pastor lo aprenderá fácilmente de las profecías de Daniel, de los escritos de los Evangelistas y de la doctrina del Apóstol. La sentencia que pronunciará el juez merece aquí una atención más que ordinaria.

Mirando con semblante gozoso a los justos que están a su derecha, Cristo nuestro Redentor los sentenciará con la mayor benignidad, con estas palabras: “Venid, benditos de mi Padre, poseed el reino preparado para vosotros desde el principio del mundo”. Que nada puede concebirse más agradable al oído que estas palabras, lo comprenderemos con sólo compararlas con la condenación de los impíos; y recordar que por ellas los justos son invitados del trabajo al descanso, del valle de lágrimas a la suprema alegría, de la miseria a la felicidad eterna, recompensa de sus obras de caridad.

La sentencia de los impíos

Volviéndose después hacia los que estarán a su izquierda, derramará sobre ellos su justicia con estas palabras: “Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles”.

Las primeras palabras, apartaos de mí, expresan el castigo más pesado con el que serán visitados los malvados, su destierro eterno de la vista de Dios, sin alivio de una esperanza consoladora de recuperar algún día un bien tan grande. Este castigo es llamado por los teólogos el dolor de la pérdida, porque en el infierno los malvados serán privados para siempre de la luz de la visión de Dios.

La palabra malditos, que sigue, aumenta indeciblemente su condición miserable y calamitosa. Si al ser desterrados de la presencia divina fueran considerados dignos de recibir alguna bendición, esto sería para ellos una gran fuente de consuelo. Pero como no pueden esperar nada de este tipo como alivio de su miseria, la justicia divina los persigue merecidamente con toda especie de maldiciones, una vez que han sido desterrados.

Las palabras siguientes, al fuego eterno, expresan otro tipo de castigo, que los teólogos llaman el dolor de los sentidos, porque, como los latigazos, azotes u otros castigos más severos, entre los cuales el fuego, sin duda, produce el dolor más intenso, se siente a través de los órganos de los sentidos. Cuando, además, reflexionamos que este tormento ha de ser eterno, podemos ver inmediatamente que el castigo de los condenados incluye todo tipo de sufrimiento.

Las palabras finales, preparado para el diablo y sus ángeles, hacen esto aún más claro. Porque, puesto que la naturaleza ha dispuesto que sintamos menos las miserias cuando tenemos compañeros y partícipes en ellas que pueden, al menos en cierta medida, ayudarnos con sus consejos y su bondad, ¿cuál debe ser el horrible estado de los condenados que en tales calamidades nunca podrán separarse de la compañía de los demonios más perversos? Y, sin embargo, con toda justicia pronunciará esta misma sentencia nuestro Señor y Salvador sobre aquellos pecadores que descuidaron todas las obras de verdadera misericordia, que no dieron de comer al hambriento ni de beber al sediento, que negaron albergue al forastero y vestido al desnudo, y que no visitaron al enfermo ni al encarcelado.

Importancia de la Instrucción sobre este Artículo

Estos son pensamientos que el pastor debe señalar muy a menudo a la atención de su pueblo; porque la verdad que se contiene en este artículo, si se acepta con disposiciones fieles, será muy poderosa para refrenar las malas inclinaciones del corazón y apartar a los hombres del pecado. Por eso leemos en el Eclesiástico: “En todas tus obras acuérdate del final, y no pecarás jamás”. Y, en efecto, no hay nadie tan entregado al vicio que no sea llamado a la virtud por el pensamiento de que un día deberá rendir cuentas ante un Juez todopoderoso, no sólo de todas sus palabras y acciones, sino incluso de sus pensamientos más secretos, y deberá sufrir un castigo acorde con sus merecimientos.

Por otra parte, el hombre justo se verá cada vez más animado a llevar una vida buena. Aunque sus días transcurran en la pobreza, la ignominia y el sufrimiento, debe alegrarse sobremanera cuando espera el día en que, terminados los conflictos de esta vida desdichada, será declarado vencedor a oídos de todos los hombres, y será admitido en su patria celestial para ser coronado con honores divinos que nunca se desvanecerán.

Sólo le queda, pues, al pastor exhortar a los fieles a que lleven una vida santa y practiquen todas las virtudes, para que así puedan esperar con confianza la llegada de ese gran día del Señor, e incluso, como corresponde a los niños, desearlo con el mayor fervor.





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