martes, 28 de mayo de 2024

MONSTRUOS ECLESIALES: EL CASO DEL “PADRE” ALFONSO PEDRAJAS

El año 2023, una publicación del diario El País de España generó revuelo a nivel internacional. En Bolivia salió a la luz una historia de pederastia, abusos, encubrimientos y chantajes por parte de Alfonso Pedrajas, más conocido como “el padre Pica”


Diario de un cura pederasta” tiene como protagonista al jesuita español Alfonso “Pica” Pedrajas, nacido el 10 de junio de 1943 en Valencia (España) y fallecido en Cochabamba (Bolivia) el 5 de septiembre de 2009, a los 66 años de edad. El artículo en el periódico español está basado en su “diario personal”, entregado a El País por su sobrino, 14 años después de la muerte del depredador.

En las casi 400 páginas que escribió, el sacerdote narra con detalles cómo abusó sexualmente de más de 80 niños durante su vida.


El principio de sus correrías

A sus 17 años, Pedrajas decidió convertirse en misionero de la Compañía de Jesús y viajar a Latinoamérica. Estudió Humanidades, Literatura, Arte, Historia, Latín, Griego y Filosofía en Perú y Ecuador. 


Pedrajas llegó a Sudamérica a comienzos de la década de los '60 como parte de su proceso de formación en la Compañía de Jesús. Durante 10 años vivió en Perú y Ecuador, donde cometió sus primeros abusos, cuando aún era seminarista. En 1971 se radicó definitivamente en Bolivia.


El zorro cuidando el gallinero

Allí se le nombró subdirector del Instituto Juan XXIII, un internado cuya misión era formar a los alumnos, con una predilección especial por los más pobres. Tres años más tarde, el vicioso “padre Pica se convirtió en el director del colegio.

Cuando Alfonso Pedrajas llegó al país sudamericano, ya estaba fascinado por el comunismo y apoyaba la revolución cubana, y bajo esta línea de pensamiento él y sus compañeros jesuitas dirigían al internado Juan XXIII.

Germán Huanca, un economista boliviano que cursó toda la secundaria en el colegio, con Pedrajas como director afirmó: “Yo considero esa etapa como una especie de violación intelectual”.

Huanca, que ingresó en 1983, manifestó que el Juan XXIII no ofrecía las herramientas necesarias para que los estudiantes hicieran un análisis libre de las realidades políticas, económicas y sociales de su tiempo.

“El colegio usaba el marco de la Teología de la Liberación para cargar afectiva e ideológicamente en los estudiantes una inclinación por lograr una sociedad comunista”, indicó el exalumno. “Hubo incluso un esfuerzo exagerado por involucrar a los estudiantes en procesos guerrilleros”, añadió.

De hecho, una fuente reveló que los jesuitas acogieron en el centro educativo a varios guerrilleros prominentes que eran perseguidos por el Estado boliviano. La Policía militar llegó a rodear la institución un par de veces con todos los alumnos dentro, según esta misma fuente.

Jorge Velarde conoció al “padre Pica” en 2003, a sus 18 años, cuando evaluaba ingresar a la vida religiosa con los jesuitas. El ahora politólogo recuerda vivamente la primera vez que ingresó a la oficina de Pedrajas en La Paz para entrevistarse con él:

“Asistí a la reunión en el edificio de la Curia de los Jesuitas. Allí, en su oficina personal, Pedrajas tenía toda una pared donde colgaba fotos de personajes que 'admiraba y le inspiraban', entre ellos Fidel Castro, Ernesto 'Che' Guevara, Rigoberta Menchú y Osama Bin Laden, incluso después de los atentados terroristas de 2001 en Nueva York”, afirmó Velarde.

Pedrajas, luciendo la “barba revolucionaria” y ya sin sotana

En ese momento, el “padre Pica”, con el que hablaba una vez a la semana durante su discernimiento vocacional, era maestro de novicios de los Jesuitas en Bolivia, lo que para Velarde era “un despropósito por parte de sus superiores, que conocían su historial”.


Un lobo disfrazado de sacerdote

Entre los entrevistados, es unánime la primera impresión que se llevaban de él: aparentaba ser un hombre amable, jovial e incluso divertido, que era diestro para conversar y para expresarse de tal manera que podía convencer y ganarse a cualquiera. Un sacerdote “de apariencia bonachona” que tocaba la guitarra y cantaba canciones de protesta social que atrapaban a todos.

Sin embargo, Velarde cuenta que esta fachada se diluyó rápidamente a medida que fue conociendo a Pedrajas: “No transmitía esa imagen de sacerdote santo con una vida espiritual intensa”, señaló. El politólogo afirma que en varias ocasiones Pedrajas le manifestó que “se debería cambiar el Credo” porque consideraba que tenía errores históricos” que había que actualizar.

“Este tipo de cosas eran cada vez más notorias, sobre todo en temas de liturgia”, indicó Velarde, y recordó que el jesuita español no respetaba el ayuno eucarístico, despreciaba el rito latino preconciliar e incluso “llegó a desaconsejarle que rezara el Rosario”, porque los jesuitas “no acostumbran hacer esas cosas”.

“Durante una convivencia de candidatos que hicimos en Cochabamba, en el internado Juan XXIII, en las misas utilizaba pan que no era de materia válida para la consagración. Apenas se ponía una estola y nos sentábamos en el piso, en torno a una mesa, pero jamás en un altar. Pedrajas no permitía que siguiéramos las rúbricas regulares de la liturgia, señaló.

Velarde considera que Alfonso Pedrajas “era un muy mal sacerdote”. Él repudia la manipulación y el chantaje a los que el jesuita sometía a los estudiantes, a quienes amenazaba con quitarles el cupo en el colegio si se atrevían a contradecirlo o a denunciar sus abusos.

“Eso sólo puede hacerlo una mala persona, alguien que ni siquiera debió seguir siendo sacerdote, porque no creía en las cosas básicas que debería creer todo fiel católico, señaló.


Alfonso Pedrajas, el pederasta

“Pedro” -nombre ficticio para proteger la identidad del declarante- llegó al colegio Juan XXIII en 1979, a los 13 años de edad. “Éramos chicos muy inteligentes y muy estudiosos y veníamos de familias pobres, pero no éramos niños abandonados”.

Pedrajas, en su rol de cura tercermundista y guitarrero

En el Juan XXIII los estudiantes trabajaban: “Teníamos gallinero, vacas, cerdos, hacíamos albañilería, carpintería y panadería. Además, vendíamos lo que hacíamos. Existía una moneda propia del colegio, señaló Pedro. La llamaban “La pequeña nueva Bolivia”, una especie de utopía comunista donde recibían una educación basada “en el poema pedagógico de Makarenko”, una crónica novelada soviética para la reeducación de muchachos inadaptados.

“Yo no tenía ningún tipo de educación a nivel sexual. Absolutamente nada, era inocente”, indicó, y contó que las habitaciones estudiantiles quedaban en el primer piso, las de varones y las de niñas, separadas en medio por la habitación del “padre Pica”. Los estudiantes de los cursos superiores dormían organizados en habitaciones de 4 personas a las que llamaban “células”, que a su vez formaban parte de una “comuna”.

Cuando ingresó al colegio, Pedro llegó a escuchar que algunos chicos “se quejaban de lo que pasaba con Alfonso Pedrajas”. El sacerdote entraba a las habitaciones, se sentaba en la cama de los alumnos y, mientras conversaba con ellos, los tocaba inapropiadamente. “A mí me sucedió algo parecido”, afirmó.

Al día siguiente, Pedro encaró a Pedrajas y la situación no se repitió, pero señaló “que otros chicos no tenían la mínima idea” de la gravedad de lo que les ocurría ni de cómo detenerlo. “Pedrajas tenía un gran poder de manipulación. Era un sociópata, sabía exactamente dónde aferrarse, a quién afectar y cómo controlar absolutamente todo lo relacionado con el poder”, indicó.

El “padre Pica” ponía música todas las noches en el primer piso. Apagaba las luces y entraba a la habitación común. “En una ocasión se cortó la música y escuché cómo ‘Pica’ llevaba a un chico a su cuarto. Fui hasta allá y a través de la ventana vi cómo lo estaba violando”, narró Pedro, y agregó: “En ese momento no entendí lo que estaba pasando. No sabía que un hombre pudiera abusar de un niño de esa forma”.

Él sabía que nos estaba haciendo daño, buscaba hacernos daño. Había un proceso planificado para burlarse y aprovecharse de nosotros, y de sus superiores, que sabían lo que estaba pasando. Algunas veces nos llamaba a la dirección y se burlaba diciendo que 'él podía hacer eso' y nosotros no podíamos hacer nada, manifestó.

Junto a Alfonso Pedrajas, varios otros jesuitas que trabajaron en Bolivia han sido señalados como presuntos abusadores sexuales.


Víctimas sin justicia

Un grupo numeroso de ex alumnos del internado se organizó para presentar una denuncia colectiva ante la Fiscalía de Cochabamba, que ya está en proceso de manera paralela a la investigación que lleva la Fiscalía de Bolivia.

Poco tiempo después de que se publicara el reportaje del diario El País, la Compañía de Jesús en Bolivia anunció que “investigarían” la actuación de los jesuitas que se desempeñaban como provinciales en el momento en que ocurrieron los crímenes.


La Congregación determinó la suspensión de estos superiores y de otros jesuitas que ejercieron como provinciales en los años siguientes al fallecimiento de Pedrajas, “para investigar sobre si hubo denuncias públicas no atendidas en su momento”.

Posteriormente, el grupo de víctimas del colegio Juan XXIII emitió un comunicado en rechazo de la presentación de los “nuevos protocolos de prevención, identificación y denuncias de abuso sexual” de los jesuitas en Bolivia.

En el documento, los ex alumnos lamentaban que la Congregación no se encuentre horrorizada por los abusos ni pida perdón, sino que en sus declaraciones hayan primado “la soberbia y la mentira sofisticada”.

Para las víctimas, los “nuevos protocolos” de la Compañía en el país del altiplano pretendían “invisibilizar los abusos y dar lugar al reino de la impunidad”.

Asimismo, manifestaron que los jesuitas en Bolivia deberían “aceptar un proceso en contra de su institución”, para “conocer la verdad material de los hechos en el marco del debido proceso” y “asumir responsabilidades si corresponden”.

Si no, “'la escucha' tendrá un carácter morboso y el acompañamiento judicial trazará el camino a la impunidad”, concluyeron las víctimas.

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Según El país, en 1978 Pedrajas le confesó sus crímenes a su instructor, el jesuita José Arroyo, quien decidió encubrirlo. De hecho, según menciona el diario, siete superiores provinciales y una decena de clérigos bolivianos y españoles miraron hacia otro lado y prefirieron ignorar sus crímenes. Algunos, incluso, al conocer sus delitos, llegaron a sugerirle “rezar mucho”, pero jamás hicieron las denuncias correspondientes.

El año 2000 Pedrajas confesó ser homosexual y presentó públicamente a “su pareja”. En su “diario” se lee que el depravado le encargó a su amante sodomita -cuyas siglas eran J.C. según consta en su “diario”- que nadie tuviera acceso a su computadora.​ 

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¿Qué ocurrió con la niña?

En un pasaje del “diario” del cura pederasta Alfonso Pedrajas aparece una niña, Alejandra, que adoptó su pareja homosexual en el Hogar Carlos de Villegas de La Paz. 


A su vuelta de Valencia, España, en mayo de 2008, el depredador trajo varios regalos a su amante homosexual, entre ellas mosaicos, que ambos colocaron en la sala.

“Me gusta mucho estar con él, decorar la casa, casi como si fuera mi casa. Ahora, JC habla de nuevo de su ilusión de adoptar un niño”, dice Pedrajas en sus memorias en El País de España.

El pervertido dice dudar mucho sobre la decisión de su novio, aunque afirma tener la necesidad de “respaldarlo” y “lanzarse” juntos. También, cuenta que la madre de J.C. insiste en que su hijo se case.

“Él le dice que no se haga la más pequeña ilusión, que no lo hará, pero que sí quisiera adoptar un hijo”, recuerda Pedrajas.

Devela luego que la madre de J.C. sugiere una niña, para que se apegue el “papá” y éste la cuide más. “Lo hablaremos. Creo que le voy a animar”, dice el degenerado.

“No es bueno que esté solo, ni que quede solo toda su vida. Quizás así evitará la promiscuidad cuando yo desaparezca”, cuenta el vicioso, resignado a aceptar a la niña y convivir con ella.

Pedrajas luego escribe: “Hay que crecer en el amor y centrar la vida, aunque yo tenga ciertos celos o me sienta un tanto desplazado. Pero es un sentimiento mediocre, no debo alimentarlo de ningún modo”.

El 24 de mayo de 2008, los trámites comienzan a fluir. Ese día, J.C. habló con Rosario (Pedrajas no escribe su apellido). “Mañana lunes tiene fijada una entrevista con la abogada recomendada por Rosario para recibir más información e iniciar quizás el proceso de adopción”, cuenta de la cita.

Entre el 24 y 27 de junio de ese año, Pedrajas asiste a la Asamblea de Provincia, de la Compañía de Jesús, en El Paso, la localidad más antigua de Quillacollo. Se pregunta por qué Ramón (Alaix) lo puso como primer panelista: “¿Lo hizo a propósito? Él sabe la enorme dificultad que tengo de creer, y ni siquiera aceptar, a la Iglesia. Aún no sé cómo reaccionar ni qué decir”.

Días después escribe: “Con JC hubo grandes novedades. ¡Adoptó a Alejandrita! Una niña campesina (Natalia) de un año y siete meses”.

Luego de al menos un mes de papeleos, el depravado Pedrajas documenta respecto a la niña: “Me encanta. Parece muy viva, cariñosa, juguetona”.

“No sé si ahora soy padre, tío, abuelo, compadre… o simplemente 'Pica'. En verdad, no sé lo que soy para ella. Pero me gustaría quererla mucho, jugar, hacerla feliz, verla crecer…”, cuenta.

Más adelante parece cambiar de opinión: “No son celos lo que siento, creo que JC me seguirá queriendo igual, pero cambiará mucho nuestro estilo de vida”.

Y tiempo después parece estar harto de su amante homosexual J.C.: “No disfruto nada, incluso me repugna a veces”.

Un mes después, Pedrajas se encuentra en Valencia, y desde las playas de la Malvarrosa escribe: “Algo me lleva a decir y sentir muy dentro que quiero a JC, que no puede ausentarse de mi vida. Que amo, sobre todo a su hijita. ¡Nuestra hijita! ¡Mi amor, tan pequeño, tan risueño!”.

Y luego: “Me iré yendo, poco a poco, quizás muy lentamente, pero amando. Soñando con los ojos de esa niña que llena mi corazón”.

Y se despide. “Me pierdo en mi futuro, en el túnel de un sinsentido que se me echa encima: ¡la muerte! Veo a mi niña. Parece que solo ella está presente dándome vida con sus dientecillos blancos y su pícara sonrisa. Esos ojitos coquetos y negros…”.


El final de una vida llena de depravaciones

Fue diagnosticado con un cáncer y recibió quimioterapia en Cochabamba.

En sus memorias del 12 de abril de 2004, en Cochabamba, Pedrajas devela: “Pues parece que llegó el momento. Llegó el acontecimiento, la enfermedad. ¡Tengo cáncer! Dentro de unos días, con la cirugía radical de la próstata, los ganglios y las vesículas seminales, voy a quedar impotente”.

“Por mi parte, creo que hasta hoy no me he planteado en toda su dimensión la realidad de mi cáncer. Como que no me lo acabo de creer, como que aún me permitirá muchos años de vida, un final que lo sigo viendo lejano, como que me hizo un favor al sacarme de la promiscuidad y me permite ahora mirarme a mí mismo con más honradez y generosidad. ¡Cuántas veces deseé y pedí esta castración! Sin saber por dónde vendría ni cómo me influiría… pero quería salir de una etapa y comenzar algo verdadero. ¡Y sucedió!”.

Pero en ese momento ya había hecho demasiado daño, su vida homosexual había sido muy activa, sus violaciones a niños innumerables, sus encuentros con “clientes”, sus amoríos con novicios y compañeros, y finalmente, el “noviazgo” con J. C.

Después de su muerte, en el funeral, la pareja homosexual de Pedrajas le entregó la computadora en cuestión a un hermano del jesuita que había viajado desde España. Toda esa información, permaneció abandonada en una esquina de la casa de la madre del depredador, hasta que fue descubierta por su sobrino, quien se puso en contacto con el diario El País. 

Según el diario Página SIETE, Pedrajas abusó sexualmente de más de 80 niños. 


En palabras del sobrino: “Las primeras páginas eran bonitas. Algunas eran cartas a mi abuela donde le contaba con ilusión que quería ser un buen sacerdote. Conforme fui leyendo, me di cuenta de la realidad: mi tío fue un pederasta”


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