miércoles, 8 de mayo de 2024

HACIA ATRÁS Y HACIA ADELANTE

Podemos no entender y seguir el pasado porque es nuestro maestro, y los discípulos a menudo no entienden a su maestro.

Por James Kalb


Algunas cosas cambian, otras no, y puede ser difícil saber qué hacer al respecto. Los sabios refranes apuntan en distintas direcciones:

“... tenía yo mucho empeño en escribiros acerca de nuestra común salvación y me he visto en la necesidad de hacerlo para exhortaros a combatir por la fe que ha sido transmitida a los santos de una vez para siempre” (Judas 1:3)

“Pero aun cuando nosotros mismos o un ángel del cielo os anunciara un evangelio distinto del que os hemos anunciado, ¡sea anatema!” (Gálatas 1:8)

Pero también:

“Por tanto, el que está en Cristo, es una nueva creación; pasó lo viejo, todo es nuevo” (2 Corintios 5:17)

Tempora mutantur, nos et mutamur in illis (Los tiempos cambian, y nosotros también cambiamos con ellos).

Por eso es necesario juzgar. En religión, por ejemplo, debemos aferrarnos a algunas cosas, pero intentar comprenderlas mejor, y adaptarnos a las circunstancias en las que deben comunicarse y aplicarse. Todas esas cosas son necesarias.

Teniendo esto en cuenta, parecen sorprendentes las actuales denuncias de “atraso” y la insistencia en la necesidad de ir “siempre hacia delante”. ¿Qué pasó con lo de mantener la fe y ser escéptico ante las novedades? Parece que a veces también sería adecuado.

La dificultad estriba en saber exactamente cuándo aceptar o rechazar el cambio. Y aquí hace falta humildad. Nuestra comprensión de lo que hacemos y a lo que nos enfrentamos es limitada. Estos conocimientos pueden crecer -a menudo lo han hecho- pero el crecimiento acumulado en 2000 años significa que las brillantes ideas que se nos ocurren hoy pueden estar mal concebidas. Hay que ponerlas a prueba antes de insistir en ellas.

En términos más generales, debemos ser cautos a la hora de creer que nuestro pensamiento y nuestra forma de vivir la Fe son mejores que en el pasado. A veces, en ciertos aspectos, lo son. Por ejemplo, a menudo pueden ser más adecuados para la actualidad. Pero también podemos no entender y seguir el pasado porque es nuestro maestro, y los discípulos a menudo no entienden a su maestro. Y a veces avanzamos sobre el pasado reciente comprendiendo mejor el pasado más remoto, quizá reconociendo que los cambios recientes han sido equivocados.


¿Cómo saber qué es qué?

No hay muchas garantías, por lo que la Iglesia ha evitado normalmente cerrarse en banda en estas cuestiones. Necesita más cuidados que reingeniería. Así que el enfoque habitual ha sido mantener la estabilidad general de la práctica y la unidad de la Doctrina, pero dejar que personas como Francisco de Asís probaran sus ideas con cierta supervisión, alentarlas cuando funcionaban e intervenir cuando parecían descarriarse.

San Francisco y sus seguidores eran bienvenidos a hacer lo suyo -la Iglesia necesitaba algo-, pero nadie estaba obligado a seguirlos, y cuando los franciscanos espirituales se volvieron dogmáticos de forma impracticable, intervino la autoridad superior.

Vemos un planteamiento similar en todas partes. La Vulgata tardó siglos en convertirse en la Biblia latina más utilizada. Las canonizaciones solían realizarse mucho después de que el santo hubiera muerto y se hubiera desarrollado un culto entre el pueblo. Y la muy moderada y de hecho conservadora “reforma” de la Misa en Trento fue opcional para ritos establecidos desde hacía mucho tiempo, como los utilizados por los dominicos y en lugares como Milán.

Muchos, entre ellos San Juan Henry Newman, han señalado que la cautela con respecto al cambio ha sido particularmente la práctica del papado, que ha actuado mucho más como freno a los nuevos desarrollos que como su originador.

Teniendo todo esto en cuenta, y suponiendo que nuestros antepasados en la fe supieran en general lo que hacían, es dudoso que el retrógrado haya sido un problema mayor en la Iglesia recientemente que el progresista. Vivimos en una época en la que la gente sobreestima sus conocimientos y capacidades, y ha perdido la comprensión del pasado y de la Tradición: el primero se ve ahora a menudo como una masa de ignorancia e injusticia, y la segunda como una colección de “tropos” y “estereotipos sociales profundamente arraigados”. Si esa es la perspectiva en la que estamos inmersos, ¿por qué confiar especialmente en nuestro juicio?

Las pretensiones de “iluminación superior” necesitan ser puestas a prueba. En el pasado, fueron poco frecuentes entre los líderes católicos responsables. Más a menudo han sido una forma de comportamiento sectario o manipulador, un impedimento para la conversación que se ha utilizado, junto con denuncias de “miedo al cambio”, “resistencia al espíritu” y similares, para silenciar preocupaciones razonables. Cuando aparecen entre el clero, sugieren un clericalismo extremo: la idea de que la Iglesia es propiedad del clero para que haga con ella lo que le parezca bien.

No es de extrañar que tales pretensiones hayan desembocado a menudo en herejías y cismas. La iconoclasia, los franciscanos espirituales y la rebelión protestante son algunos ejemplos. Todo el mundo había estado haciendo las cosas mal, parecía ser la idea, pero los illuminati dirían a la gente qué es qué y más les valía escuchar. Más recientemente, una “ideología de avance” guiada por la asimilación al mundo moderno ha llevado repetidamente a un declive radical de los grupos protestantes. Se asimilaron con éxito, y después de eso ya no tenían nada interesante que decir al mundo.

Nuestros propios progresistas posteriores al Vaticano II son incapaces de mostrar muchos éxitos, excepto la capacidad de ganar poder dentro de la Iglesia. El descenso radical y continuado de la asistencia a misa puede servir como señal de lo ocurrido. El crecimiento en África y China parece deberse a algo distinto de los cambios postconciliares, por ejemplo, el crecimiento de la población o una tendencia general a abandonar las creencias populares tradicionales en favor del Cristianismo o el islam.

La gente no está de acuerdo en si los recientes problemas de la Iglesia se deben al Concilio en sí, a errores en su aplicación o a circunstancias externas. Sin embargo, me parece -quizá porque soy abogado- que gran parte de nuestro problema ha sido menos de fondo que de procedimiento. Dado que el Vaticano II fue un concilio ecuménico y, por lo tanto, una autoridad legislativa suprema, mucha gente veía todo lo que salía de él como algo parecido a un nuevo principio constitucional que debía ser interpretado e impuesto a todo el mundo por burócratas y jerarcas.

Desde ese punto de vista, el periodo postconciliar fue muy distinto de un nuevo Pentecostés. En una Iglesia dirigida por expertos y administradores, ¿dónde está el espacio para el Espíritu que sopla donde quiere? ¿La acumulación fragmentaria de comprensiones sobre viejas realidades y nuevas situaciones? ¿Los cambios graduales no forzados y las tamizaciones necesarias para algo como las devociones tradicionales o la liturgia latina tradicional? ¿O las aportaciones de un excéntrico pueblerino como Giovanni di Pietro di Bernardone, más tarde conocido como San Francisco?

La verdadera reforma de la Iglesia se ha entendido casi siempre como un retorno a un pasado más puro y menos comprometido por las concesiones a la debilidad humana. Ese pasado era a menudo idealizado, como todas las visiones orientadoras, y el resultado nunca fue un retorno real, pero sus aspectos ideales fueron, no obstante, una inspiración útil para el futuro.

Francisco de Asís quería volver a Cristo y al camino de los Apóstoles. Los reformadores monásticos han querido volver a los principios y disciplinas fundacionales. Parece extraño pensar en ellos como futuristas, aunque la puesta en práctica estuviera necesariamente guiada por las realidades actuales, así como por visiones ideales.

El mismo principio se aplica, por cierto, al mundo secular. El Renacimiento debía ser un retorno a la antigüedad, el creciente poder del Parlamento una reivindicación de la antigua constitución británica, la fundación de instituciones republicanas un retorno a la Roma republicana. Incluso la ópera italiana pretendía recuperar el drama griego. Ninguno de ellos resultó como se había planeado, pero todos utilizaron modelos antiguos para guiar la práctica en evolución.

¿Y ahora qué? Los católicos no son esclavos. La Iglesia va mal, y cada uno tiene su propia responsabilidad ante Dios. Esa responsabilidad le exige ser sabio como una serpiente e inocente como una paloma, lo cual no es fácil.

En este contexto, parece bueno tomarse en serio la Tradición de la Iglesia. Esto también es difícil, ya que la tradición es larga y compleja, pero muchos creyentes ordinarios que están buscando su camino en tiempos difíciles han encontrado ayuda en las prácticas devocionales y litúrgicas que la gente había encontrado sostenibles antes de los cambios impuestos durante los últimos sesenta años.

Entonces, ¿cómo puede ser “pastoral” insultarles y ponerles obstáculos? Y una Iglesia que da la espalda a su propio pasado -como parece sugerir el eslogan “siempre adelante”-, ¿es realmente un modelo de catolicidad?




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