Desde los albores del cristianismo, el temor del Señor se ha considerado un componente sumamente importante de nuestra vida de fe. De hecho, en muchos idiomas, tener temor del Señor se considera sinónimo de ser un buen cristiano, lo que nos indica cómo uno y otro se consideraban entrelazados.
El temor del Señor es, además, “el principio de la sabiduría”. Esto significa - y ha significado desde hace varios miles de años - que puedes ser tan inteligente, consumado y competente como quieras; pero si no tienes temor del Señor eres, literalmente, un tonto.
Añado a esto que yo, y muchos otros, hacemos muchas cosas simplemente por miedo al infierno. No voy a confesarme con el corazón lleno de alegría, esperando que se me permita hacerlo de nuevo tan pronto como sea posible. Si no hubiera obligación de ir a misa los domingos, descubriría con hermosa regularidad que un dolor de cabeza, o el cansancio general, o tal vez no haber dormido mucho, son en realidad razones válidas para no ir.
No me hagan hablar de las tentaciones que la vida nos depara. No. Si miro mis motivaciones para la vida católica que llevo, la principal es: No quiero ir al infierno. No hay para mí el “me salvé tal día...” tan querido por nuestros “amigos protestantes”. No hay para mí la “alegría de Cristo” que supuestamente hace tan felices a esas mismas personas que me parecen muy mundanas, y a menudo miserables. Cuando pienso en mi futuro, es más probable que piense en la Dies Irae que en la “alegría de Cristo”.
Por lo tanto, me resulta muy extraño cuando el Gordo Mariposón Francisco dice que “el miedo es el mayor enemigo de la fe”. ¿Cómo es posible? ¿No es el miedo a la condenación eterna el más relevante, el más definitivo, el miedo último que existe? Este hombre está muy confuso, y no parece haber entrado en muchos detalles. Sin embargo yo, un humilde corresponsal, que ha aprendido en estos 11 años a discernir la cantidad de excrementos que salen de su boca, sospecho que el mensaje que Francisco quiere dar o insinuar es exactamente el contrario de lo que todas las generaciones de cristianos han creído: es decir, que precisamente el miedo al Señor es “el mayor enemigo de su fe”.
Por lo tanto, me resulta muy extraño cuando el Gordo Mariposón Francisco dice que “el miedo es el mayor enemigo de la fe”. ¿Cómo es posible? ¿No es el miedo a la condenación eterna el más relevante, el más definitivo, el miedo último que existe? Este hombre está muy confuso, y no parece haber entrado en muchos detalles. Sin embargo yo, un humilde corresponsal, que ha aprendido en estos 11 años a discernir la cantidad de excrementos que salen de su boca, sospecho que el mensaje que Francisco quiere dar o insinuar es exactamente el contrario de lo que todas las generaciones de cristianos han creído: es decir, que precisamente el miedo al Señor es “el mayor enemigo de su fe”.
Se supone, me parece entender, que debes estar seguro con granítica certeza de que, hagas lo que hagas, el “amigo Yisus”, que te ama sin condición alguna como si fueras un cachorrito golden retriever, te perdonará sin duda -¡es más, te ha perdonado ya! - y ni siquiera tienes que pedirle perdón, porque hacerlo supondría -lo has adivinado- miedo. Si tienes miedo, te hundirás como Pedro. Si presumes, ¡todo irá bien!
Como ya has comprendido, Satanás no pide nada mejor que un alma que crea que está salvada, que no hay necesidad de hacer nada en la línea del arrepentimiento, el perdón o la penitencia, y que la vida será una larga serie de días divertidos “con la alegría de Cristo” hasta el día en que comience una diversión aún mejor. Un alma así, muy probablemente, morirá en pecado mortal, después de haber pecado de presunción en sus mismos huesos.
Gracias, pero no, gracias, “amigo Francisco”. Puedes tener tu enemistad de miedo, y “tu amigo Yisus”, y mira adonde te llevan.
Yo, por mi parte, mantendré mi temor del Señor, mis contriciones y confesiones, y mis oraciones y penitencias.
Me divertiré menos, pero tendré el principio de la sabiduría.
Mundabor
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