Monseñor Carlo Maria Viganò sobre la acusación de cisma
“Pero si aun nosotros o un ángel del cielo os predicara un evangelio diferente del que os hemos predicado, sea anatema.
Como antes hemos dicho, y ahora repito: Si alguno os predica un evangelio diferente del que habéis recibido, sea anatema”.
Gálatas 1:8-9
“Cuando pienso que estamos en el palacio del Santo Oficio, que es el testigo excepcional de la Tradición y de la defensa de la fe católica, no puedo dejar de pensar que estoy en casa, y que soy yo, a quien llamáis “el tradicionalista”, quien debería juzgaros”. Así habló Monseñor Marcel Lefebvre en 1979, cuando fue convocado al antiguo Santo Oficio, en presencia del Prefecto, el Cardenal Franjo Šeper, y de otros dos Prelados.
Como dije en mi comunicado del 20 de junio, no reconozco la autoridad del tribunal que pretende juzgarme, ni de su Prefecto, ni de quien lo ha nombrado. Esta decisión mía, ciertamente dolorosa, no es fruto de la prisa o de un espíritu de rebelión, sino que está dictada por la necesidad moral que, como Obispo y Sucesor de los Apóstoles, me obliga en conciencia a dar testimonio de la Verdad, es decir, de Dios mismo, de Nuestro Señor Jesucristo.
Afronto esta prueba con la determinación que me viene de saber que no tengo por qué considerarme separado de la comunión con la Santa Iglesia y con el Papado, al que he servido siempre con filial devoción y fidelidad. No podría concebir un solo momento de mi vida fuera de esta única Arca de salvación, que la Providencia ha constituido en Cuerpo Místico de Cristo, en sumisión a su Cabeza divina y a su Vicario en la tierra.
Los enemigos de la Iglesia Católica temen el poder de la Gracia que actúa a través de los Sacramentos y, sobre todo, el poder de la Santa Misa, un katechon terrible que frustra muchos de sus esfuerzos y gana para Dios tantas almas que de otro modo serían condenadas. Y es precisamente esta conciencia del poder de la acción sobrenatural del sacerdocio católico en la sociedad la que está en el origen de su feroz hostilidad hacia la Tradición. Satanás y sus secuaces saben muy bien qué amenaza representa la única Iglesia verdadera para su plan anticristiano. Estos subversivos -a quienes los Romanos Pontífices han denunciado valientemente como enemigos de Dios, de la Iglesia y de la humanidad- son identificables en la inimica vis, la Masonería. Se ha infiltrado en la Jerarquía y ha conseguido que ésta deponga las armas espirituales de que dispone, abriendo las puertas de la Ciudadela al enemigo en nombre del “diálogo” y de la “fraternidad universal”, conceptos intrínsecamente masónicos. Pero la Iglesia, siguiendo el ejemplo de su Divino Fundador, no dialoga con Satanás: Lo combate.
LAS CAUSAS DE LA CRISIS ACTUAL
Como señaló Romano Amerio en su seminal ensayo Iota Unum, esta entrega cobarde y culpable comenzó con la convocatoria del Concilio Ecuménico Vaticano II y con la acción clandestina y altamente organizada de clérigos y laicos vinculados a las sectas masónicas, encaminada a subvertir lenta pero inexorablemente la estructura de gobierno y magisterio de la Iglesia para demolerla desde adentro. Es inútil buscar otras razones: los documentos de las sectas secretas demuestran la existencia de un plan de infiltración concebido en el siglo XIX y llevado a cabo un siglo después, exactamente en los términos en que fue concebido. Procesos similares de disolución se habían producido anteriormente en el ámbito civil, y no es casualidad que los Papas supieran captar en los levantamientos y guerras que ensangrentaron a las naciones europeas la obra desintegradora de la masonería internacional.
Desde el Concilio, la Iglesia se ha convertido así en portadora de los principios revolucionarios de 1789, como lo han admitido algunos de los proponentes del Vaticano II, y como lo confirma el aprecio de las Logias por todos los Papas del Concilio y del período posconciliar, precisamente debido a la implementación de cambios que los masones habían pedido durante mucho tiempo.
El cambio -o mejor, el
aggiornamento- ha estado tan en el centro de la narrativa conciliar que ha sido el sello distintivo del Vaticano II y ha postulado esta asamblea como el
terminus post quem que sanciona el fin del
ancien régime -el régimen de la “antigua religión”, de la “antigua misa”, de todo lo “preconciliar”- y el comienzo de la “iglesia conciliar”, con su “nueva misa” y la relativización sustancial de todo dogma. Entre los partidarios de esta revolución aparecen los nombres de quienes, hasta el pontificado de Juan XXIII, habían sido condenados y apartados de la enseñanza por su heterodoxia. La lista es larga e incluye también a
Ernesto Buonaiuti, el jesuita excomulgado
vitandus, amigo de Roncalli, que murió impenitente en la herejía, y a quien hace pocos días el presidente de la Conferencia Episcopal Italiana, el cardenal Matteo Zuppi, conmemoró con una misa en la catedral de Bolonia, según informó con mal disimulado énfasis
Il Faro di Roma (en italiano
aquí):
“Casi ochenta años después, un cardenal completamente en línea con el Papa se pone de nuevo en marcha con un gesto litúrgico que tiene en todos los aspectos el sabor de la rehabilitación. O al menos un primer paso en esa dirección”".
LA IGLESIA Y LA ANTIIGLESIA
Por lo tanto, estoy citado ante el tribunal que ha sustituido al Santo Oficio para ser juzgado por “cisma”, mientras el jefe de los obispos italianos, identificado como uno de los papables y totalmente en línea con el Papa, celebra ilícitamente una misa de sufragio por uno de los peores y más obstinados exponentes del modernismo, contra el cual la Iglesia, de la que según ellos estoy separado, había pronunciado la más severa sentencia de condena. En 2022, en el periódico de la Conferencia Episcopal Italiana Avvenire, el profesor Luigino Bruni elogió el modernismo en estos términos:
[…] “un proceso de renovación necesaria para la Iglesia católica de su tiempo, que aún era impermeable a los estudios críticos sobre la Biblia que se habían establecido durante muchas décadas en el mundo protestante. Para Buonaiuti, aceptar los estudios científicos e históricos sobre la Biblia fue el camino principal para el encuentro de la Iglesia con la modernidad. Un encuentro que no tuvo lugar, porque la Iglesia católica todavía estaba dominada por los teoremas de la teología neoescolástica y bloqueada por el temor de la Contrarreforma de que los vientos protestantes finalmente invadieran el cuerpo católico”.
Estas palabras bastarían para hacernos comprender el abismo que separa a la Iglesia Católica de aquella que la reemplazó, a partir del Concilio Vaticano II, cuando los vientos protestantes finalmente invadieron el cuerpo católico. Este episodio tan reciente es sólo el último de una interminable serie de pequeños pasos, de aquiescencias silenciosas, de guiños cómplices con los que los mismos jefes de la jerarquía conciliar hicieron posible el paso “de los teoremas de la teología neoescolástica” –es decir, de la formulación clara e inequívoca de los dogmas– a la apostasía actual. Nos encontramos en la situación surrealista en la que una Jerarquía se dice católica y por lo tanto exige obediencia del cuerpo eclesial, mientras al mismo tiempo profesa doctrinas que antes del Concilio la Iglesia había condenado; y al mismo tiempo condena como heréticas doctrinas que hasta entonces habían sido enseñadas por todos los Papas.
Esto sucede cuando se sustrae lo absoluto de la Verdad y se lo relativiza adaptándola al espíritu del mundo. ¿Cómo habrían actuado hoy los Pontífices de los últimos siglos? ¿Me juzgarían culpable de “cisma” o condenarían más bien a quien pretende ser su Sucesor? Junto conmigo, el Sanedrín modernista juzga y condena a todos los Papas católicos, porque la Fe que ellos defendieron es la mía; y los errores que defiende Bergoglio son los que ellos, sin excepción, condenaron. Las palabras del mártir jesuita Edmund Campion en respuesta al veredicto que lo declaró culpable de traición en 1581 se aplican al Vaticano actual no menos de lo que se aplicaban entonces al Defensor de la Fe: “Al condenarnos, condenáis a todos vuestros propios antepasados”.
HERMENÉUTICA DE LA RUPTURA
Me pregunto entonces: ¿qué continuidad puede darse entre dos realidades que se oponen y se contradicen? ¿Entre la Iglesia conciliar y sinodal de Bergoglio y aquella “bloqueada por el miedo a la contrarreforma” de la que se distancia ostentosamente? ¿Y de qué “iglesia” estaría yo en estado de “cisma”, si la que se dice “católica” difiere de la verdadera Iglesia precisamente en su predicación de lo que Ella condenó y en su condena de lo que Ella predicó?
Los adeptos de la “iglesia conciliar” responderán que esto se debe a la evolución del cuerpo eclesial en una “necesaria renovación”; mientras que el Magisterio Católico nos enseña que la Verdad es inmutable y que la doctrina de la evolución de los dogmas es herética. Dos iglesias, ciertamente: cada una con sus propias doctrinas, liturgias y santos; pero mientras que para el creyente católico la Iglesia es Una, Santa, Católica y Apostólica, para Bergoglio la Iglesia es conciliar, ecuménica, sinodal, inclusiva, inmigracionista, ecosostenible y amigable con los homosexuales.
La autoeliminación de la jerarquía conciliar
¿Es posible entonces que la Iglesia haya comenzado a enseñar el error? ¿Podemos creer que la única Arca de salvación es al mismo tiempo también un instrumento de perdición para las almas? ¿Que el Cuerpo Místico se separa de su Cabeza Divina, Jesucristo, haciendo fracasar la promesa del Salvador? Por supuesto, esto no puede ser admisible, y quienes sostienen tal idea caen en la herejía y el cisma. La Iglesia no puede enseñar el error, ni su Cabeza, el Romano Pontífice, puede ser al mismo tiempo herético y ortodoxo, Pedro y Judas, en comunión con todos sus predecesores y al mismo tiempo en cisma con ellos. La única respuesta teológicamente posible es que la Jerarquía Conciliar, que se proclama “católica” pero abraza una fe distinta de la constantemente enseñada durante dos mil años por la Iglesia católica, pertenece a otra entidad y, por lo tanto, no representa a la verdadera Iglesia de Cristo.
A quienes me recuerdan que Monseñor Marcel Lefebvre nunca llegó a cuestionar la legitimidad del Romano Pontífice, reconociendo la herejía e incluso la apostasía de los Papas conciliares –como cuando exclamó: “¡Roma ha perdido la fe! ¡Roma está en apostasía!” –, les recuerdo que en los últimos cincuenta años la situación ha empeorado dramáticamente y que con toda probabilidad este gran Pastor hoy actuaría con igual firmeza, repitiendo públicamente lo que dijo entonces sólo a sus clérigos: “En este concilio pastoral, el espíritu del error y de la mentira ha podido trabajar a sus anchas, colocando por todas partes bombas de relojería que, a su debido tiempo, harán estallar las instituciones” (Principes et Directives, 1977). Y también: “Quien está sentado en el trono de Pedro participa en el culto de dioses falsos. ¿Qué conclusión debemos sacar, quizás dentro de algunos meses, ante estos repetidos actos de comunicación con cultos falsos? No lo sé. Me pregunto. Pero es posible que nos veamos obligados a creer que el Papa no es Papa, porque a primera vista me parece –no quiero decirlo todavía de manera solemne y pública– que es imposible que alguien que es hereje pueda ser pública y formalmente Papa” (30 de marzo de 1986).
¿Qué nos hace entender que la “iglesia sinodal” y su cabeza Bergoglio no profesan la fe católica? Es la adhesión total e incondicional de todos sus miembros a una multiplicidad de errores y herejías ya condenadas por el Magisterio infalible de la Iglesia Católica y el rechazo ostentoso de toda doctrina, precepto moral, acto de culto y práctica religiosa que no esté sancionada por “su” concilio. Ninguno de ellos puede en conciencia suscribir la Profesión de Fe Tridentina y el Juramento Antimodernista, porque lo que ambos expresan es exactamente lo opuesto de lo que insinúan y enseñan el Vaticano II y el llamado “magisterio conciliar”.
Dado que no es teológicamente sostenible que la Iglesia y el Papado sean instrumentos de perdición más que de salvación, necesariamente debemos concluir que las enseñanzas heterodoxas transmitidas por la llamada “iglesia conciliar” y los “papas del Concilio” de Pablo VI en adelante constituyen una anomalía que pone seriamente en duda la legitimidad de su autoridad magisterial y de gobierno.
EL USO SUBVERSIVO DE LA AUTORIDAD
Es decir, debemos entender que el uso subversivo de la autoridad en la Iglesia encaminado a su destrucción (o a su transformación en una iglesia distinta a la querida y fundada por Cristo) constituye en sí mismo un elemento suficiente para dejar sin efecto la autoridad de este nuevo sujeto que se ha superpuesto maliciosamente a la Iglesia de Cristo, usurpando el poder. Por eso no reconozco la legitimidad del Dicasterio que me juzga.
La forma en que se llevó a cabo la acción hostil contra la Iglesia Católica confirma que fue planeada y pretendida, porque de lo contrario se habría escuchado a quienes la denunciaban y se habría detenido inmediatamente a quienes cooperaban en ella. Ciertamente, con los ojos de la época y la formación tradicional de la mayoría de los Cardenales, Obispos y Clero, el “escándalo” de una Jerarquía que se contradecía a sí misma aparecía como una enormidad tal que inducía a muchos prelados y clérigos a no creer que fuera posible que los principios revolucionarios y masónicos pudieran encontrar aceptación y promoción en la Iglesia. Pero éste fue precisamente el golpe maestro de Satanás -como lo llamó el arzobispo Lefebvre-, que supo servirse del natural respeto y amor filial de los católicos a la sagrada autoridad de los Pastores para inducirles a anteponer la obediencia a la Verdad, quizá con la esperanza de que un futuro Papa pudiera sanar de algún modo el desastre consumado y cuyos explosivos resultados ya se adivinaban. Esto no sucedió, a pesar de que algunos habían dado valientemente la voz de alarma. Y también me cuento entre los que, en aquella fase convulsa, no se atrevieron a oponerse a errores y desviaciones que aún no se habían manifestado plenamente en su valor destructivo. No quiero decir que no intuyera lo que estaba sucediendo, sino que no encontré -a causa del intenso trabajo y de las omnímodas tareas de carácter burocrático y administrativo al servicio de la Santa Sede- las condiciones adecuadas que me hubieran permitido captar la gravedad sin precedentes de lo que estaba teniendo lugar ante nuestros ojos.
EL ENFRENTAMIENTO
La ocasión que me llevó a chocar con mis superiores eclesiásticos comenzó cuando era Delegado para las Representaciones Pontificias, luego Secretario General de la Gobernación y finalmente Nuncio Apostólico en los Estados Unidos. Mi guerra contra la corrupción moral y financiera desató la furia del entonces Secretario de Estado, el Cardenal Tarcisio Bertone, cuando – en conformidad con mis responsabilidades como Delegado para las Representaciones Papales – denuncié la corrupción del Cardenal McCarrick y me opuse a que promoviera candidatos corruptos e indignos para el Episcopado presentados por el Secretario de Estado, quien me trasladó a la Gobernación porque “le impedía hacer los obispos que quería”. Fue siempre Bertone, con la complicidad del Cardenal Giovanni Lajolo, quien obstaculizó mi trabajo encaminado a combatir la corrupción generalizada en la Gobernación, donde ya había obtenido resultados importantes más allá de toda expectativa. Fueron también Bertone y Lajolo quienes convencieron al Papa Benedicto para que me expulsara del Vaticano y me enviara a los Estados Unidos. Allí me encontré teniendo que afrontar los viles acontecimientos del cardenal McCarrick, incluidas sus peligrosas relaciones con representantes políticos de la administración Obama-Biden y también a nivel internacional, lo que no dudé en comunicar al Secretario de Estado Parolin, quien no lo tuvo en cuenta.
Esto me llevó a considerar desde otra perspectiva muchos acontecimientos de los que había sido testigo durante mi carrera diplomática y pastoral, y a captar su coherencia con un proyecto único que por su naturaleza no podía ser ni exclusivamente político ni exclusivamente religioso, ya que incluía un ataque global a sociedad tradicional basada en los aspectos doctrinales, morales y litúrgicos de la Iglesia.
LA CORRUPCIÓN COMO INSTRUMENTO DE CHANTAJE
Por eso, de haber sido un estimado Nuncio Apostólico –por lo que hace pocos días el mismo Cardenal Parolin me reconoció por mi ejemplar lealtad, honestidad, corrección y eficiencia–, he pasado a ser un “Arzobispo inconveniente”, no sólo por haber pedido justicia en los procesos canónicos emprendidos contra prelados corruptos, sino también y sobre todo por haber aportado una clave interpretativa que muestra cómo la corrupción dentro de la Jerarquía era una premisa necesaria para controlarla, manipularla y coaccionarla con chantajes para que actuara contra Dios, contra la Iglesia y contra las almas. Y este modus operandi –que la masonería había descrito detalladamente antes de infiltrarse en el cuerpo eclesial– refleja el adoptado en las instituciones civiles, donde los representantes del pueblo, especialmente en los niveles más altos, son en gran medida chantajeables por ser corruptos y pervertidos. Su obediencia a los delirios de la élite globalista conduce a los pueblos a la ruina, la destrucción, la enfermedad y la muerte –muerte no sólo del cuerpo, sino también del alma. Porque el verdadero proyecto del Nuevo Orden Mundial – al que Bergoglio está esclavizado y del que saca su propia legitimidad ante los poderosos del mundo – es un proyecto esencialmente satánico, en el que la obra de la Creación del Padre, la Redención del Hijo y la Santificación del Espíritu Santo es odiada, borrada y falsificada por los simia Dei y sus servidores.
SI NO HABLAS, LAS MISMAS PIEDRAS GRITARÁN
Ser testigo de la subversión total del orden divino y de la propagación del caos infernal con la celosa colaboración de los jefes del Vaticano y del Episcopado nos hace comprender cuán terribles son las palabras de la Virgen María en La Salette – Roma perderá la fe y se convertirá en la sede del Anticristo – y qué odiosa traición constituye la apostasía de los Pastores, y la aún más inaudita traición de aquel que se sienta en el Trono del Santísimo Pedro.
Si yo permaneciera en silencio ante esta traición –que se consuma con la temible complicidad de tantos, demasiados Prelados, que se resisten a reconocer en el Concilio Vaticano II la causa principal de la actual revolución y de la adulteración de la Misa Católica como origen de la disolución espiritual y moral de los fieles–, rompería el juramento hecho el día de mi Ordenación y renovado con ocasión de mi Consagración Episcopal. Como Sucesor de los Apóstoles, no puedo ni quiero aceptar ser testigo de la demolición sistemática de la Santa Iglesia y de la condenación de tantas almas sin tratar por todos los medios de oponerme a todo ello. Tampoco puedo considerar preferible un silencio cobarde en aras de una vida tranquila a dar testimonio del Evangelio y defender la Verdad Católica.
Una secta cismática me acusa de cisma: esto debería bastar para demostrar la subversión que se está produciendo. Imaginemos qué imparcialidad de juicio podrá ejercer un juez cuando depende de aquel a quien acuso de usurpador. Pero precisamente porque este acontecimiento es emblemático, quiero que los fieles – que no están obligados a conocer el funcionamiento de los tribunales eclesiásticos – comprendan que el delito de cisma no se comete cuando existen razones fundadas para considerar la elección de el Papa dudoso, tanto por el vitium consenso como por las irregularidades o violaciones de las normas que rigen el cónclave (cf. Wernz-Vidal, Ius Canonicum, Roma, Pont. Univ. Greg., 1937, vol. VII, pág.439).
La Bula Cum ex apostolatus officio de Pablo IV estableció a perpetuidad la nulidad del nombramiento o elección de cualquier Prelado –incluido el Papa– que hubiera caído en herejía antes de su promoción a Cardenal o elevación a Romano Pontífice. Define la promoción o elevación como nulla, irrita et inanis –nula, inválida y sin valor alguno– “aunque haya tenido lugar con el acuerdo y consentimiento unánime de todos los Cardenales; ni puede decirse que se valide por la recepción del oficio, la consagración o la posesión […], o por la supuesta entronización […] del mismo Romano Pontífice o por la obediencia que le presten todos y por el transcurso de cualquier duración de tiempo en dicho ejercicio de su oficio”. Pablo IV añade que todos los actos realizados por esta persona deben considerarse igualmente nulos, y que sus súbditos, tanto clérigos como laicos, están liberados de la obediencia respecto a él, “sin perjuicio, sin embargo, por parte de estos mismos sujetos, de la obligación de fidelidad y obediencia que se debe dar a los futuros Obispos, Arzobispos, Patriarcas, Primados, Cardenales y Romanos Pontífices que sean instalados canónicamente”. Pablo IV concluye: “Y para mayor confusión de los así promovidos y elevados, donde pretenden continuar su administración, es lícito solicitar la ayuda del brazo secular; ni por esta razón los que se retiran de la lealtad y obediencia hacia los que han sido promovidos y elevados en la forma ya mencionada, deben estar sujetos a ninguna de aquellas censuras y castigos impuestos a los que quisieran rasgar la túnica del Señor”.
Por ello, con serenidad de conciencia, sostengo que los errores y herejías a los que Bergoglio adhirió antes, durante y después de su elección, junto con la intención que tuvo en su aparente aceptación del Papado, hacen nula su elevación al trono.
Si todos los actos de gobierno y magisterio de Jorge Mario Bergoglio, en contenido y forma, resultan ajenos e incluso en conflicto con lo que constituye la acción de cualquiera de los papas; si incluso un simple creyente y no católico comprende la anomalía del papel que Bergoglio está desempeñando en el proyecto globalista y anticristiano llevado a cabo por el Foro Económico Mundial, las Agencias de la ONU, la Comisión Trilateral, el Grupo Bilderberg, el Banco Mundial, y por todas las demás ramas en expansión de la élite globalista, esto no demuestra ni siquiera ligeramente que yo desee el cisma al destacar y denunciar esta anomalía. Sin embargo, se me ataca y persigue porque hay quienes se engañan pensando que condenándome y excomulgándome mi denuncia del golpe de Estado perderá de algún modo su coherencia y consistencia. Este intento de silenciar a todos no resuelve nada; es más, hace tanto más culpables y cómplices a quienes tratan de ocultar o minimizar la metástasis que está destruyendo el cuerpo eclesial.
LA “DEMINUTIO” DEL “PAPADO SINODAL”
A todo esto podemos añadir el Documento de Estudio “El Obispo de Roma” (PDF en inglés
aquí) que el Dicasterio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos publicó recientemente y la degradación del Papado que se teoriza en él, en aplicación de la Encíclica
Ut Unum Sint de Juan Pablo II, que a su vez se refiere a la Constitución
Lumen Gentium del Vaticano II. Parece totalmente legítimo -y obligado, en nombre de la primacía de la Verdad Católica sancionada en los documentos infalibles del Magisterio Pontificio- preguntarse si
la elección deliberada de Bergoglio de abolir el título apostólico de Vicario de Cristo y optar por definirse a sí mismo simpliciter como “Obispo de Roma” no constituye en cierto modo una deminutio del propio Papado, un atentado contra la constitución divina de la Iglesia y una traición al
Munus petrinum. Y mirándolo bien, el paso anterior lo dio Benedicto XVI, que inventó -junto con la
“hermenéutica” de una imposible
“continuidad” entre dos entidades totalmente ajenas- el monstruo de un
“Papado colegial” ejercido por el jesuita y el emérito simultáneamente.
No es casualidad que el Documento de Estudio cite una frase de Pablo VI: “El Papa […] es sin duda el obstáculo más grave en el camino del ecumenismo” (Discurso al Secretario para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, 28 de abril de 1967). Montini había comenzado a preparar el terreno cuatro años antes, cuando dejó dramáticamente a un lado la Tiara. Si esta es la premisa de un texto que pretende servir para hacer “compatible” el Papado romano con la negación del Primado de Pedro que los herejes y cismáticos rechazan; y si el propio Bergoglio se presenta como un mero primus inter pares en medio de la asamblea de sectas y “denominaciones cristianas” que no están en comunión con la Sede Apostólica, sin proclamar la doctrina católica sobre el Papado definida solemne e infaliblemente por el Concilio Vaticano I, ¿cómo no pensar que el ejercicio del papado y, de hecho, la intención misma de aceptarlo se han visto afectados por un vicio de consentimiento tal que hace nula o, al menos, muy dudosa la legitimidad del “papa Francisco”? ¿De qué “iglesia” podría separarme, a qué “papa” me negaría a reconocer, si la primera se define a sí misma como la “iglesia conciliar y sinodal” en antítesis a la “Iglesia Preconciliar” -es decir, la Iglesia de Cristo- y el segundo, demuestra que considera el Papado como una prerrogativa personal de la que puede disponer modificándola y alterándola a su antojo, siempre en coherencia con los errores doctrinales implícitos en el Vaticano II y en el “magisterio” postconciliar?
Si el Papado Romano –el Papado, para ser claros, de Pío IX, León XIII, Pío X, Pío XI, Pío XII– es considerado un obstáculo para el “diálogo ecuménico”, y el “diálogo ecuménico” es perseguido como la prioridad absoluta de la “iglesia sinodal”, representada por Bergoglio, ¿de qué mejor manera podría implementarse este “diálogo” que eliminando aquellos elementos que hacen al Papado incompatible con él, y por lo tanto manipulándolo de una manera completamente ilegítima e inválida?
EL CONFLICTO DE TANTOS HERMANOS OBISPOS Y FIELES
Estoy convencido de que entre los Obispos y los sacerdotes hay muchos que han experimentado y experimentan todavía hoy el doloroso conflicto interno de encontrarse divididos entre lo que Cristo Pontífice les pide –y lo saben bien– y lo que aquel que se presenta como “Obispo de Roma” les impone con la fuerza, con el chantaje y con las amenazas.
Hoy es más necesario que nunca que nosotros, pastores, despertemos de nuestro letargo: Hora est iam nos de somno surgere (Rom 13,11). Nuestra responsabilidad ante Dios, la Iglesia y las almas nos exige denunciar inequívocamente todos los errores y desviaciones que hemos tolerado durante demasiado tiempo, porque no seremos juzgados ni por Bergoglio ni por el mundo, sino por Nuestro Señor Jesucristo. Le daremos cuenta de cada alma perdida por nuestra negligencia, de cada pecado cometido por cada alma por nuestra culpa, de cada escándalo ante el cual hemos guardado silencio por falsa prudencia, por deseo de vivir tranquilo, por complicidad.
El día en que debía presentarme para defenderme ante el Dicasterio para la Doctrina de la Fe, he decidido hacer pública esta declaración mía, a la que agrego una denuncia de mis acusadores, de su “consejo” y su “papa”. Pido a los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, quienes consagraron el suelo del Alma Urbe con su propia sangre, para que intercedan ante el trono de la Divina Majestad, a fin de que obtengan para la Santa Iglesia que sea finalmente liberada del asedio que la eclipsa y de los usurpadores que la humillan, haciendo de la Domina gentium la sierva del plan anticristiano del Nuevo Orden Mundial.
EN DEFENSA DE LA IGLESIA
Mi defensa no es pues personal, sino de la Santa Iglesia de Cristo, en la que he sido constituido Obispo y Sucesor de los Apóstoles, con el mandato preciso de custodiar el Depósito de la Fe y predicar la Palabra, insistiendo oportunamente y fuera de tiempo, reprendiendo, reprendiendo, exhortando con toda paciencia y doctrina (2 Tim 4,2).
Rechazo firmemente la acusación de haber rasgado el manto sin costuras del Salvador y de haberme apartado de estar bajo la Suprema Autoridad del Vicario de Cristo: para separarme de la comunión eclesial con Jorge Mario Bergoglio, tendría que haber estado primero en comunión con él, lo que no es posible ya que el mismo Bergoglio no puede ser considerado miembro de la Iglesia, debido a sus múltiples herejías y su manifiesta alienación e incompatibilidad con el rol que inválida e ilícitamente desempeña.
MIS ACUSACIONES CONTRA JORGE MARIO BERGOGLIO
Ante mis hermanos en el Episcopado y ante todo el cuerpo eclesial, acuso a Jorge Mario Bergoglio de herejía y cisma, y pido que sea juzgado como hereje y cismático y removido del Trono que indignamente ocupa durante más de once años. Esto no contradice en modo alguno el adagio Prima Sedes a nemine judicatur, porque es evidente que, al ser un hereje incapaz de asumir el Papado, no está por encima de los Prelados que lo juzgan.
Acuso también a Jorge Mario Bergoglio de haber provocado – en virtud del prestigio y la autoridad de la Sede Apostólica que usurpa – graves efectos adversos, esterilidad y muerte en millones de fieles que siguieron su insistente invitación a someterse a la inoculación de un suero genético experimental producido con fetos abortados, hasta el punto de emitir una “Nota” formal declarando que “el uso de la vacuna es moralmente lícito”. Deberá responder ante el Tribunal de Dios por este crimen contra la humanidad.
Por último, denuncio el acuerdo secreto entre la Santa Sede y la dictadura comunista china, por el cual la Iglesia ha sido humillada y obligada a aceptar el nombramiento gubernamental de “obispos”, el control de las celebraciones litúrgicas y las limitaciones a su libertad de predicación, mientras que los católicos fieles a la Sede Apostólica son perseguidos impunemente por el gobierno de Pekín con el silencio cómplice del Sanedrín romano.
EL RECHAZO DE LOS ERRORES DEL VATICANO II
Considero un honor ser “acusado” de rechazar los errores y desviaciones que implica el llamado Concilio Ecuménico Vaticano II, que considero completamente desprovisto de autoridad magisterial debido a su heterogeneidad en comparación con todos los verdaderos Concilios de la Iglesia, que reconozco y acepto plenamente, al igual que reconozco y acepto plenamente todos los actos magisteriales de los Romanos Pontífices.
Rechazo con convicción las doctrinas heterodoxas contenidas en los documentos del Vaticano II y que han sido condenadas por los Papas hasta Pío XII, o que de alguna manera contradicen el Magisterio católico. Me resulta, cuando menos, desconcertante que quienes me acusen de “cisma” sean quienes abrazan la doctrina heterodoxa según la cual existe un vínculo de unión “con aquellos que, siendo bautizados, son honrados con el nombre de cristianos, aunque no profesen íntegramente la fe o no conserven la unidad de comunión con el sucesor de Pedro” (LG 15). Me pregunto con qué facilidad se puede impugnar a un obispo por la “falta de comunión” que también se afirma que existe con los herejes y cismáticos.
Condeno, rechazo y rechazo igualmente las doctrinas heterodoxas expresadas en el llamado “magisterio postconciliar” que se originó con el Vaticano II, así como las herejías recientes relacionadas con la “iglesia sinodal”, la reformulación del papado en clave “ecuménica”, la admisión de concubinos a los Sacramentos y la promoción de la sodomía y la ideología de “género”. Condeno también la adhesión de Bergoglio al fraude climático, una loca superstición neomalthusiana engendrada por quienes, odiando al Creador, no pueden evitar detestar también la Creación, y con ella al hombre, hecho a imagen y semejanza de Dios.
CONCLUSIÓN
A los fieles católicos, hoy escandalizados y desorientados por los vientos de novedad y las falsas doctrinas que promueve e impone una Jerarquía rebelde contra el Divino Maestro, os pido que recéis y ofrezcáis vuestros sacrificios y ayunos pro libertate et exaltatione Sanctæ Matris Ecclesiæ, para que la Santa Madre Iglesia encuentre su libertad y triunfe con Cristo, después de este tiempo de pasión. Que los que han tenido la Gracia de ser incorporados a Ella en el Bautismo no abandonen a su Madre que hoy yace postrada y sufriente: tempora bona veniant, pax Christi veniat, regnum Christi veniat.
Dado en Viterbo, el día 28 del mes de junio del año del Señor 2024, Vigilia de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo.
+ Carlo Maria Viganò, Arzobispo