domingo, 6 de julio de 2025

EL POEMA DEL HOMBRE-DIOS (APENDICE)

Continuamos con la publicación del libro escrito por la mística Maria Valtorta (1897-1961) en el cual afirmó haber tenido visiones sobre la vida de Jesús.


EL PECADO ORIGINAL

Para conocer el pensamiento de esta Obra, con respecto al Pecado Original, conviene tener presente el Génesis, y reunir ordenadamente varios elementos diseminados en estos y en otros escritos de la misma autora, y sobre todo en los capítulos 17 y 29.

1. Dios creó buenos a todos los ángeles. Uno de ellos se hizo malo y arrastró consigo una multitud de otros espíritus angélicos: “Lucifer era un ángel, el más hermoso de los ángeles. Espíritu perfecto. Sólo Dios era superior a él. Pues bien, con todo, en su ser luminoso nació un vapor de soberbia, y Lucifer no lo dispersó, sino que, por el contrario, lo condensó dándole vida en su interior. De esta incubación nació el Mal” (capítulo 
17). En otro escrito se dice que tal pecado de soberbia consistió en el deseo desordenado de ser semejante a Dios, de ser como Dios, esto es: creador. Los ángeles que, siguiendo el ejemplo divinamente mostrado con anticipación de la humildísima, obendientísima y castísima Madre (pro-creadora) de Dios, permanecieron humildes, obedientes y espiritualmente dueños de sí, obtuvieron en premio una mansión fija en el cielo de Dios; Lucifer por su parte y los otros espíritus, soberbios, desobedientes y espiritualmente fuera de sí, fueron castigados con ser arrojados para siempre del paraíso celestial.

2. Además de ellos Dios creó el universo que se ve, y en él, el mundo con minerales, plantas, animales: “…y todas las cosas fueron buenas” (Gén. 1, 1–25).

3. Finalmente, Dios creó, a su imagen y semejanza, al hombre y de este sacó a la mujer, los bendijo y les dijo que fuesen fecundos, que se multiplicasen, llenasen la tierra, y fuesen dueños de todos los animales. Adán intuyó y profetizó que por la mujer el hombre debería abandonar a su padre y madre, se uniría a su esposa, y los dos formarían una sola carne. Los dos vivían desnudos y no tenían vergüenza de sí. Dios los colocó en el paraíso terrestre para que lo cultivasen y lo guardasen y les dio por alimento hierbas y plantas (Gén. 1, 26; 2, 35), pero no los animales (sino hasta después del pecado y del diluvio: Gén. 9, 1–7).

4. Entre las plantas estaban el árbol de la vida y el árbol del conocimiento del bien y del mal (Gén. 2, 9). ¿Arboles verdaderos o solamente simbólicos? ¿Arboles verdaderos, y además símbolo y causa de la realidad o efectos reales? Parece que la Escritora se incline por lo primero, esto es, por árboles reales con frutos verdaderos, pero con alcance también simbólico. Por ejemplo cap. 
17, notas 94, 97, 100, 101y 102, en que se dice: “El árbol del bien y del mal, verdadero árbol por naturaleza y estructura era también un árbol simbólico”.

5. Dios que había permitido que el hombre comiese de cualquier árbol o planta, le prohibió por el contrario, bajo pena de muerte, comer del fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal (Gén. 2, 16–17). El sentido profundo de tal prohibición, según la Escritora sería este: “…Dios había dicho al hombre y a la mujer: "Conoced todas las leyes y los misterios de la creación. Pero no pretendáis usurparme el derecho de ser el Creador del hombre. Para propagar la estirpe humana bastará el amor mío que circulará por vosotros, y, sin libídine sensual, sólo por latido de caridad, dará vida a los nuevos hombres como Adán de la estirpe. Todo os lo doy; sólo me reservo este misterio de la formación del hombre"… (
cap. 17). Según la Escritora, pues, este “conocimiento” se refería a la procreación, al misterio y al rito procreativo, algo así como en Gén. 4, 1 y luego a través de toda la Biblia. Y hasta que no tuvieron este “conocimiento” particular no se avergonzaron de su desnudez, como universalmente y aun hoy en día los pequeños no se sonrojan hasta que son capaces de discernir entre el bien y el mal moral o al menos de advertirlo.

6. Pero como en Lucifer nació espontáneamente un vapor de soberbia (deseando ser como Dios, esto es, creador), así por odio, envidia, y rabia de querer tener al hombre socio suyo en el pecado y de no estar en el paraíso, por instigación satánica nació en Eva un vapor de soberbia, deseando desordenadamente ser semejante a Dios, igual a Dios (pro) creadora… Para llegar a conocer este misterio, estas leyes de la vida, presumiendo de sí, no se alejó de la planta del conocimiento del bien y del mal, sino se acercó a ella: dispuesta a recibir la revelación del misterio, no de la enseñanza pura y del influjo divino, sino de la enseñanza impura e influjo satánico: “Eva va al árbol… Su presunción la pierde. La presunción es ya levadura de soberbia” (capítulo 
17).

7. En el árbol del conocimiento del bien y del mal, Eva encontró al Seductor que mentirosamente la indujo a la desobediencia, esto es, a traspasar la orden de Dios (Gén. 3, 1–5). Esto es, según la Escritora, a desear desordenamente ser semejante a Dios, creador de la procreación (soberbia), por lo tanto desobedecerlo (desobediencia) comiendo del fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal: “En el árbol encuentra al Seductor, el cual canta la canción de la mentira: "¿Tú crees que aquí hay mal? No. Dios te lo ha dicho porque quiere teneros bajo la esclavitud de su poder. ¿Creéis que sois reyes? No tenéis ni siquiera la libertad de las fieras. Ellas tienen concedido el amarse con amor verdadero… ser creadoras como Dios… La verdadera vida está en conocer las leyes de la vida. Entonces seréis como dioses y podréis decirle a Dios: 'Somos tus iguales' " 
(capítulo 17).

8. Eva, con tal de alcanzar el fin de la prometida y decantada semejanza o igualdad con Dios creador, por medio de la procreación; engañada con tales palabras y cediendo a los halagos del Seductor, no rehúsa los medios: por lo tanto traspasa el divino mandamiento o la divina prohibición (Gén. 3, 6), se entrega al placer de la glotonería y de la carne. Por esto, además de soberbia, pecó de desobediencia, glotonería, lujuria: “…Dios había dicho al hombre y a la mujer: "Todo os lo doy; sólo me reservo este misterio de la formación del hombre". Satanás quiso quitarle al hombre esta virginidad intelectual y, con su lengua serpentina, hechizó y halagó miembros y ojos de Eva, suscitando en ellos reflejos y sutilezas que antes no tenían porque no estaban intoxicados de Malicia. Ella "vió", y, viendo, quiso probar. Había sido despertada la carne. ¡Ah, si hubiera llamado a Dios! … El Padre la habría… curado... Pero no, Eva no va al Padre, Eva vuelve donde la Serpiente. Esa sensación le es dulce. "Viendo que el fruto del árbol se podía comer y que era bonito y de aspecto agradable, lo cogió y comió de él". Y "comprendió". Ya la malicia había penetrado y le mordía las entrañas. Vio con ojos nuevos y oyó con oídos nuevos los usos y la voz de las bestias; y los deseó febrilmente. Inició sola el pecado. Lo consumó con su compañero…” 
(capítulo 17).

9. Amaestrada y seducida por Satanás, por la Serpiente, Eva cayó en un pecado de cuatro ramas: soberbia, desobediencia, glotonería, lujuria. Y ya seducida y hecha discípula del demonio, se convierte para Adán en maestra y seductora: el pecado cuádruple que Eva había cometido por instigación diabólica, Adán lo cometió por instigación de la mujer: Fue la primera en pecar. Condujo a su compañero a igual cosa. Por esto sobre la mujer pesa una sentencia mayor. Por Eva el hombre se rebeló contra Dios y por ella conoció la lujuria y la muerte. Por ella no pudo más dominar sus tres estadios o reinos: el del espíritu, porque permitió que las pasiones se enseñoreasen de él; el de la carne, porque se envileció hasta seguir los instintos de los brutos. “La Serpiente me engañó” dijo Eva. “La mujer me presentó el fruto y comí de él” dijo Adán. Desde aquel momento la concupiscencia triple se apoderó de los tres estadios o reinos del hombre” (
capítulo 17). Y en otra parte: “… y el árbol prohibido se convierte en realidad para el género humano en algo mortal, porque de sus ramas pende el fruto del saber amargo que proviene de Satanás. Y la mujer se convierte en hembra, y con el fermento del conocimiento satánico en el corazón, va a corromper a Adán…” (capítulo 17).

10. A consecuencia de este cuádruple pecado (esto es, de soberbia, desobediencia, glotonería, lujuria) y particularmente por causa del cuarto (lujuria) remate de toda infeliz obra pecaminosa, como cosa que se puede conectar con la culpa de soberbia o desobediencia o glotonería, pero que se une mejor con la de lujuria, los ojos de Adán y Eva se abren y caen en la cuenta de estar desnudos, se hacen taparrabos con hojas de higuera y se los ponen (Gén. 3, 7).

11. Así pecando los dos mueren en el espíritu a la gracia, y en corrección del pecado Dios castiga a los primeros padres y descendientes con la pena de la muerte y la destrucción del cuerpo que se realiza a su tiempo: además castiga a la mujer en su condición de madre y esposa; al hombre en la de trabajar (Gén. 3, 16–19). Además de condenarlos los arroja del paraíso terrestre (imagen de la exclusión del paraíso celestial) y por lo tanto la pérdida de la amistad divina (Gén. 3, 22–24). “…llegada a este nivel la carne, corrompido lo moral, degradado lo espiritual, conocieron el dolor y la muerte del espíritu privado de la gracia, y de la carne privada de la inmortalidad. La herida de Eva engendró el sufrimiento, que no terminará sino hasta cuando muera la última pareja sobre la tierra” (
capítulo 17). Y en otro lugar: “El Padre Creador concedió la maternidad también a Eva, libre de todo cuanto ahora la envilece. Una maternidad dulce y pura sin el lastre de los sentidos… ¡De cuánta riqueza se despojó Eva! ¡Más que de la inmortalidad!... Pero la maternidad, que me dejó intocable, yo la nueva Eva, la conocí para que pudiese decir al mundo cuál hubiera sido la dulce suerte de la mujer al dar a luz sin ningún sufrimiento…” (capítulo 17).

12. El Génesis narra el pecado de los primeros padres y el castigo que Dios infligió, a ellos y a sus descendientes. Ha sido, sobre todo, S. Pablo (Rom. 5) quien puso en luz, la culpa que de los primeros padres se transmite a sus descendientes, esto es, a la humanidad, de generación en generación, y que es exactamente el pecado original. El apóstol, propone su doctrina estableciendo una especie de paralelismo o parangón entre Adán y Jesús, entre el primero y el Segundo Adán. Muy pronto los Santos Padres, por ejemplo S. Justino, S. Ireneo a fines del siglo II, extendieron este paralelismo y así, teniendo ante sus ojos la Anunciación, compararon a Eva y a María, esto es, a la primera y a la segunda Eva. Nuestra Escritora procede en modo análogo y pone en boca de María las siguientes expresiones: “Yo he recorrido al contrario, el camino de los dos pecadores… Obedecí en todas las formas…” “…semejante a Dios, creando la carne que tendrá Dios” …me aniquilé en mi humildad… Escala de Dios… Dije el “sí” que anuló el “no” de Eva al mandamiento de Dios… De mi seno nacerá el nuevo Árbol que producirá el Fruto que conocerá todo el mal por haberlo padecido en Sí y producirá todo el bien…” (
capítulo 17).

13. Este paralelismo o comparación entre María y Eva, retocado o completado en algún punto por razón de claridad, puede expresarse brevemente así:

a) a María se le aparece y le habla un ángel bueno, a Eva uno malo;

b) a María el ángel le habla de una Maternidad divina, a Eva de una procreación humana;

c) María, con su Maternidad divina, se haría semejante a Dios Engendrador de su Verbo y Creador de todos los seres; Eva, con la procreación humana, sería semejante al Dios Creador;

d) María, a tal propuesta, se humilla profundamente. Eva se ensoberbece mucho;

e) María obedece a Dios y resiste al Seductor; Eva desobedece a Dios (que se reserva la revelación del misterio de la formación del hombre) y obedece al Seductor;

f) En María no hay ninguna golosidad espiritual por el Fruto, en Eva sí una desenfrenada glotonería por el fruto ( físico y simbólico);

g) Dios hace que María sea fecunda y sublima su castidad. La Virgen permanece castísima tanto en su corazón como en su cuerpo; la Serpiente seductora fascina a Eva, y ella que era virgen cae de su estado, se hace lujuriosa tanto en el corazón como en su cuerpo;

h) María permanece siempre como Dios la pensó, como quiso y como la creó. Aun más, la Llena de gracia se convierte en Portadora de ella, y de la Vida en sí misma para darla a la humanidad; Eva, por el contrario, se vacía de la gracia, y se convierte en causa de la pérdida de la misma para Adán y mediante este, para la humanidad;

i) María permanece hija de Dios y no quiere tener ningún trato con el padre de la mentira; Eva se convierte en hija pródiga y rebelde y hace caso al padre de la mentira;

j) María, por enseñanza e intervención divinas, es elevada para ser la criatura más amada de Dios y Madre del Verbo Encarnado. Dios no abandona a Eva en la creación, antes bien continúa influyendo en todo matrimonio comunicando al esposo la energía humana fecundante, y presidiendo de una manera misteriosa la formación del cuerpo, creando e infundiendo el alma de cada hijo de Eva hasta el fin del mundo; y así puede decirse que es padre más que todo padre humano. Pero Eva y por lo tanto Adán y la raza humana que es heredera de los dos primeros padres por generación netamente humana, amaestrada y seducida por Satanás, traicionó y abandonó a Dios y se convirtió, como dicen los profetas, en esposa infiel, que comete adulterio con Satanás, que continúa inyectando siempre y sin cesar ese deseo de soberbia, de desobediencia, de glotonería y de lujuria de procrear no según la voluntad divina sino contra ella, contento que en el instante en que Dios crea –pura– el alma y la infunde en una carne que en la de los primeros padres se alió con Satanás, en ese mismo momento el alma misma contraiga también un oscurecimiento (por la privación de la belleza de la gracia) del parentesco filial con Dios. (Por lo cual la mujer, después del parto, en el Antiguo Testamento, siente la necesidad de sujetarse a la purificación y en el Nuevo Testamento, el deseo de hacerla).

14. a) Dios, pues, por medio de un ángel, trata con María de una generación o maternidad divina; Satanás, por medio de una serpiente, trató con Eva de una generación o maternidad humana.

b) María, pues, espera que Dios le revele el misterio de la Encarnación de Dios; Eva no espera que Dios lo haga, sino acepta le revele un ser usurpador, sin esperar al tiempo establecido por Dios, el misterio de la formación del hombre.

c) Dios, pues, penetra más profundamente en María, y se hace dueño de Ella, y así el parentesco de ésta con Él es grandísimo; pues no sólo es madre, sino también hija, y el ser más amado; Satanás profana a Eva, y esta cae bajo su poder: a los ojos de Dios se convierte en hija pródiga, en mujer, como dicen los profetas, adúltera, en un ser a quien Dios no puede amar, pues traba parentesco con el demonio que es el padre de la mentira y un seductor.

d) En este parentesco de María con Dios, se halla la raíz de toda su grandeza, de todas la bendiciones que recibimos; en el parentesco de Eva con Satanás, se halla la raíz de todas sus calamidades y de todas las maldiciones que recibimos.

e) Debido a las sublimes gracias del Espíritu Santo, esto es, en virtud de la eterna predestinación y de la Inmaculada Concepción, María fue preservada de cualquier parentesco con Satanás y por lo tanto del pecado original; en virtud de estos mismos privilegios y además de la Maternidad divina, de su íntima asociación con la vida y sacrificio de Jesús y de la Asunción en cuerpo y alma al cielo, el parentesco admirable de María con Dios, ha encontrado su origen y perfeccionamiento.

f) Debido a otros dones del Espíritu Santo, y por lo tanto en virtud de la buena voluntad (en cuanto es posible) y del acto y sacramento de la fe, se realiza una obra de muerte y de vida; de muerte, porque se destruye el parentesco con Satanás (aunque en esta tierra se queda el Seductor y la criatura conserva tendencia hacia él); en la Iglesia esposa de Cristo y madre y maestra con Cristo: obra de restablecimiento que otros sacramentos, sacramentales, toques de la divina gracia incesantemente nutrirán e intensificarán; y encontrará en el Purgatorio, en la resurrección de la carne y en su ingreso en el cielo, con la plenitud de la humana substancia, un coronamiento al cual jamás el hombre hubiera llegado, si a consecuencia del pecado, Cristo no lo hubiese regenerado.

15. Estas comparaciones, paralelismos y explicaciones no valdrían nada o sólo parte, si se demostrase como imposible, o si se rechazase que el ángel malo hubiera hablado a Eva de una generación humana (fruto), como después el Ángel bueno habló a María de una generación divino–humana (Fruto).

SAN JOSE

Para comprender bien, en esta Obra, la actitud interior y exterior de San José para con María, desde el momento en que cayó en la cuenta del estado de Ella hasta el momento en que el Ángel le reveló el misterio sobrenatural, es menester tener presentes los capítulos 1112
1314182526272831353643. Juntando alguno que otro elemento que hay aquí y allá, resulta lo siguiente:

1. Jesús, como el Hijo de Dios, hecho hombre, María Santísima como Inmaculada y Madre de Dios, Juan Bautista como santificado desde el seno materno, cooperando a las prerrogativas divinas que se les dieron, fueron siempre perfectos y estuvieron exentos de cualquier imperfección moral, aun la mínima. El único de quien se podría dudar, hablando con precisión, sería de Juan Bautista, pero no consta que haya cometido imperfección alguna. José, por el contrario, pese a la sublime misión a la que había sido destinado y para la que había sido preparado, pese a la gran santidad y justicia iniciales, no habiendo recibido privilegios como los que se concedieron a María y al Bautista, por lo menos en una única y terrible circunstancia, esto es en el momento de la prueba establecida por Dios, antes de que viviese con el Dios–Hombre y su Madre, tal vez no se vió exento de alguna imperfección moral.

2. José conocía perfectamente la santidad de María y su propósito de conservarse virgen para siempre, por esto, cuando cayó en la cuenta de que estaba encinta, no creyó que fuese una pecadora adúltera, ni la expuso a que fuera apedreada, según estaba prescrito (Lev. 20, 10; Deut. 22, 22–24). El que creía en la virtud de María, hubiera dejado de ser justo (Mt. 1, 19) si la hubiese hecho lapidar… “Hubiera sido menos santo, hubiera obrado humanamente, denunciándome como adúltera para que fuese lapidada y el hijo de mi pecado muriese conmigo. Hubiera sido menos santo, Dios no le habría concedido sus luces como guías en semejante prueba” (capítulo 25).

3. Pero José, antes de que el ángel se le apareciera en sueños (Mat. 1, 20–23), ignora la causa por la cual su esposa está encinta y no puede explicarse el hecho. Es en este momento en que tal vez incurre en una triple imperfección:

a) por no haber preguntado, como era su deber, a su esposa. Esto es, por no haberle pedido explicación de lo ocurrido (Gén. 3, 9);

b) por un “pensamiento” de sospecha que pudo haberle pasado por la cabeza y causado dolor, tal vez sin persistir en él voluntariamente y sin transformar el simple pensamiento de “juicio”: “…me desagradaba que pudiese, insistiendo en su acusación, faltar a la caridad” (capítulo 26);

c) por una decisión (Mat. 1, 19–20), efecto e indicio del sobredicho “pensamiento”, decisión tomada sin haber preguntado y que si no era físicamente grave como la lapidación, era penosa moralmente y humillante a lo más respecto de la Virgen, y en un punto, coincidía con la lapidación en lo que se refiere al efecto: el de no haber intentado realizar el rito de las nupcias, y así, prácticamente, quebrantar el vínculo de los esponsalicios.

4. Es Dios, quien por medio de un ángel, dice a José en sueño que no despida a su esposa, y lo exhorta a que la tome consigo, porque la maternidad que se verifica en Ella, debe atribuirse a Dios mismo.

5. La santidad de José, esto es, del justo que, si comete alguna imperfección, se levanta al punto (Prov. 24, 16), resplandece inmediatamente con una luz mucho más brillante:

a) porque al punto hizo caso al ángel (Mt. 1, 24);

b) porque sin dejar pasar el tiempo, con una humildad se acusó ante María, y no se excusó como nuestros primeros padres (Gén. 3, 12–13), sino que con toda claridad dijo: “Perdóname, María. Desconfié de tí. Ahora lo sé. No soy digno de tener un tesoro tan grande. Falté a la caridad. Te acusé en mi corazón. Te acusé injustamente porque no te pregunté la verdad. Falté a la Ley de Dios, porque no te amé, como me habría amado yo mismo… No quería que te defendieses, porque estaba para tomar mis decisiones sin preguntar cosa alguna. Falté al haber sospechado de ti. Aún una sola sospecha es ofensa, María. Quien sospecha, no conoce. No te conocí como debía haberlo sido…” 
(capítulo 26);

c) porque al punto tomó la decisión de cumplir la voluntad de Dios (Mt. 1, 24): “…cumpliremos con la ceremonia del matrimonio…”
(capítulo 26).

6. La santidad de María resplandece, de una manera indecible en esta terrible circunstancia:

a) porque obedeció a Dios, que se reservó el derecho de revelar a José el misterio. No dijo nada a él, aun cuando sufría dolorosamente por la angustia larga y penosísima de su esposo, y por el peligro “que faltase un justo, él, que nunca faltaba…”
(capítulo 26);

b) en que no permitió a José que le pidiese perdón, que lo excusó completamente, que aprovechó de la ocasión para manifestarle, como tal vez nunca había sucedido, su cariño de Virgen y su estima que por él tenía.

Verdaderamente María y José, también en esta dolorosa circunstancia y prueba, aparecen como dos santos, cuales el mundo no ha tenido (capítulo 38).
 
Continúa...
 





 





 

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