VIII
El juramento
A la prestación del juramento debe preceder otra ceremonia. El Neófito, vendados todavía los ojos, es “conducido al altar de los juramentos”, ante el cual se arrodilla mientras el H∴ Maestro de Ceremonias le apoya la punta de un compás sobre el pecho izquierdo. Sobre el altar hay una Biblia abierta, y sobre ésta una espada flamígera.
“Todos en pie y a la orden, Hermanos -exclama el Venerable- el neófito va a prestar el terrible juramento”. Terrible es, en efecto, y aquí cesa la broma para ceder el puesto a la verdadera Francmasonería. Todos se levantan, tiran de sus espadas, y el postulante presta el impío juramento que va a leerse:
“Juro, en nombre del Arquitecto supremo de todos los mundos, no revelar jamás a nadie los secretos, signos, palabras, doctrinas y usos de los francmasones, y guardar sobre todo ello eterno silencio. Prometo y juro a Dios no descubrir jamás cosa alguna, ni por la pluma, ni por señales, palabras o gestos; no hacer jamás escribir, litografiar, imprimir ni publicar cosa alguna de lo que me ha sido confiado hasta ahora, o pueda confiárseme en adelante. Me obligo y someto al castigo siguiente: Que me quemen los labios con un hierro candente; que me corten la mano y el cuello, y me arranquen la lengua; que mi cadáver sea colgado en una logia durante la admisión de un nuevo Hermano, para que sirva de borrón a mi infidelidad y de horror a los demás; que sea quemado desde luego, y las cenizas echadas al viento, para que no deje el menor vestigio la memoria de mi traición. Así Dios me ayude y su Santo Evangelio. Así sea”.
¡Desdichados, que mezclan el nombre de Dios y del Evangelio a sus detestables juramentos, y se entregan atados de pies y manos a un poder oculto que no conocen ni conocerán jamás, que les dirá: Matad, y tendrán por fuerza que matar; que les mandará violar las leyes divinas y humanas, y si no obedecen morirán! Decidme: ¿puede prestar este juramento un hombre honrado, no digo un cristiano, en la más vulgar acepción de la palabra?
Después del juramento, conducen otra vez al aspirante a las dos columnas. Todos los Hermanos (¡qué Hermanos!) se colocan en círculo alrededor suyo, y dirigen contra él las espadas, “de modo que sea como un centro del cual salgan rayos”. El Maestro de Ceremonias, colocado a su espalda, se dispone a soltarle la venda de los ojos, mientras otro Hermano delante del infortunado neófito acerca a sus narices la lámpara y pólvora inflamable que ya sirvieron para las llamas purificadoras. Y sigue la comedia.
- “¿Juzgáis este aspirante digno de ser admitido?” -pregunta el Venerable al H∴ Primer Vigilante.
- “Sí, Venerable” -contesta el otro.
- “¿Qué pedís para él?”
- “La luz”
Y da tres fuertes golpes de maza. Al tercer golpe, cae la venda, la pólvora se inflama, y el neófito deslumbrado, no ve más que fuego. Luego, con gran satisfacción suya, ve todas las espadas desnudas dirigidas a su pecho, mientras sus excelentes Hermanos gritan a una: “¡Dios castigue a traidor!”
“No temáis, Hermano” -prosigue el Venerable- “no temáis esas espadas vueltas a vuestro pecho; sólo amenazan a los perjuros. Si sois fiel a la francmasonería, como tenemos motivo de esperarlo, estas espadas estarán siempre prontas a defenderos. Si, al contrario, llegases a hacerle traición, ningún rincón de la tierra os dará refugio contra estas armas vengadoras”.
A indicación del Venerable, conducen otra vez al nuevo Hermano a altar, haciéndole poner de rodillas (¿ante quién? ¿ante qué?); y el Venerable, tomando del altar (¿altar de quién?) la flamígera espada, pone la punta sobre la cabeza del nuevo Hermano, y lo consagra Aprendiz-Masón, diciéndole: “En nombre del gran Arquitecto de universo, y en virtud de los poderes que se me han confiado, os constituyo Aprendiz-Masón y miembro de esta respetable logia”. Luego, levantando al nuevo adepto, le ciñe un mandil de cuero blanco, le entrega un par de guantes blancos, que el francmasón debe llevar puesto en la logia como emblema de su inocencia (!!!), y sea o no casado, otro par de guantes de mujer, que debe “entregar a la que más estime”. Pronto veremos que también hay francmasonas, y que el culto a las mujeres dista mucho de ser proscrito entre esos inocentes y puros hijos del “gran Arquitecto de todos los mundos”. En fin, el Venerable revela al nuevo Aprendiz las señas, contraseñas y secretos particulares de su nuevo grado, y le da un triple ósculo fraternal. No sé cuáles puedan ser esos secretos particulares; pues en el Ritual de la Logia Madre de los Tres-Globos (sic) se dice expresamente que “no se hagan al Aprendiz más que insinuaciones, sin darle nunca una explicación completa; porque no puede explicarse enteramente el más pequeño punto, sin hacer comprender todo el conjunto”.
Sea como fuere, la iniciación queda proclamada; toda la logia aplaude, y el nuevo francmasón, habiendo tomado de nuevo sus vestidos, es instalado en su sitio. El H∴ Orador le dirige un discurso, y con esto concluye esta sacrílega fantasmagoría.
Continúa...
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