Por Monseñor de Segur (1878)
VI
LOS TRES VIAJES:
SEGUNDA PRUEBA DEL APRENDIZ MASÓN
Al ver que millones de hombres se someten desde hace siglos a prácticas tan necias y humillantes, nos sentimos poseídos de una especie de lástima, y como dijo el H∴ Pequeño-Tigre, “se queda uno admirado de la estupidez humana”. Si el demonio no anduviera en ello, no habría un solo hombre de sano entendimiento que pudiese conformarse con fantasmagorías tan pueriles como repugnantes. Nadie podría creer que hombres dotados de razón que todos la echan más o menos de librepensadores, practiquen estos ritos absurdos, si la cosa no fuera tan cierta como es, y si el ritual impreso por la secta no desvaneciera toda duda.
El primer viaje consiste en dar tres veces la vuelta a la logia, dispuesta al intento. El paciente, vendados siempre los ojos, y conducido por el H∴ Terrible, camina sucesivamente por unas tablas movedizas que, colocadas sobre rodajas y erizadas de asperidades, se corren a cada paso; y luego por otras tablas sobre rampas, que a cada momento fallan bajo los pies, y parece le dejan caer a un abismo. Después se le hace subir la “escalera sin fin”. Si quiere detenerse, le gritan que siga subiendo, hasta que al fin, llegado a una gran altura (al menos así lo cree), mándanle precipitarse abajo... ¡y cae de una altura de tres pies! Durante todo este tiempo (como en ciertos melodramas) simulan el rugir del viento, el ruido del granizo, estampidos de truenos, chillidos de niños, en fin, una espantosa barahúnda. ¡Así se concluye el primer viaje, que, francamente, es demasiado tonto!
El segundo viaje se parece mucho al primero, y el tercero al segundo: igual delicadeza en las maniobras, igual heroísmo en el Aprendiz. En los intermedios de cada viaje, el Venerable finge dudar de su valor, y le conjura a no continuar; pero el otro, impávido, sigue adelante.
El tercer viaje ofrece, sin embargo, alguna novedad. Como a Don Quijote y a Sancho Panza, vendados también los ojos, en el famoso caballo de madera, se le pasan al infeliz aspirante, por debajo de las narices, no sé qué llamas purificadoras. “¡Que pase por las llamas purificadoras (exclama el Venerable)! para que no quede en él nada profano!”. Y efectivamente, mientras el postulante baja con gravedad las gradas del Oriente (lugar que ocupa el venerable) para poder volver a las dos columnas, el H∴ Terrible lo rodea, por tres veces, de llamaradas producidas por no sé qué gas o pólvora preparada al efecto.
¡Y pensar que hombres de toda edad y condición, sabios, académicos, generales, altos dignatarios, padres de familia, hombres bien educados, han pasado, pasan y pasarán por tantas y tales majaderías! Esto confunde el ánimo y es degradante para el género humano.
Pero todavía no hemos concluido, ni el postulante es aún francmasón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario