En este capítulo veremos cuales son los primeros pasos en el rito de iniciación de una secta masónica.
Por Monseñor de Segur (1878)
IV
CEREMONIAL PARA LA ADMISIÓN EN LA FRANCMASONERÍA
La Francmasonería exterior tiene tres grados: Aprendiz, Compañero y Maestro.
Grado significa aquí escalera de Ascensión hacia la luz. Por supuesto, nosotros cristianos, hombres de fe y de recto sentir, somos unos profanos condenados a las tinieblas.
En el “gabinete de las reflexiones” el candidato está obligado a hacer su testamento, y responder por escrito a estas tres preguntas:
Así, pues, el que se ha dejado coger en la trampa tiene que pasar por lo siguiente, no menos grotesco que culpable, que no es decir poco. Preséntase ante todo para ser admitido Aprendiz-Masón. El día fijado de antemano, el aspirante, “acompañado al local de la logia por un Hermano a quien no conoce”, es introducido en un cuarto solitario, en donde, colocada entre dos candeleros, hay una Biblia abierta en el primer capítulo de San Juan. ¿A qué viene esto? Un francmasón inocente nos responderá: “es que somos gente religiosa e ilustrada”. Pero, ¿qué respuesta daría un francmasón ya iniciado, un francmasón de estas traslogias en las cuales se os dice redondamente que no hay más Dios que la naturaleza, y que la francmasonería solo presta culto al sol?
Allí dejan a solas al aspirante por algunos minutos, y este rato de espera hace picante la cosa. Luego le quitan el vestido, dejando desnudos el costado izquierdo y la rodilla derecha; le mandan poner un zapato en chancleta (este punto tiene suma importancia); le quitan el sombrero, la espada (debe ir provisto de ella) y todo “su metal”, es decir su dinero. Le vendan los ojos, y es conducido al “gabinete... de las reflexiones”. Le está prohibido quitarse la venda hasta tanto que no oiga tres grandes golpes. Déjanle otra vez solo, y permanece algún tiempo en la inquietud natural que debe causar a este imbécil esta sarta de misterios. Por fin oye la señal; quítase la venda, y se encuentra en una sala colgada de negro, y en cuyas paredes lee, con una alegría fácil de comprender, inscripciones tan propias para infundir ánimo como las siguientes: “¡Tiembla, si eres capaz de disimulo! ¡Iremos al fondo de tu corazón! Si tu ánimo se ha estremecido, no pases adelante. Se te podrán exigir los mayores sacrificios, hasta el de tu vida: estás pronto a hacerlo?”, etc., etc.
- ¿Cuáles son los deberes del hombre para con Dios?
- ¿Cuáles sus deberes para con sus semejantes?
- ¿Cuáles los que tiene para consigo mismo?
Luego “el H∴ Terrible (sic) toma con la punta de la espada el testamento y las tres respuestas, para llevarlas a la logia. En la jerga masónica llámase logia las reuniones de los adeptos; el lugar de la asamblea se llama templo (reminiscencia piadosa de los Templarios y de sus misterios); el presidente se llama Venerable.
El H∴ Terrible trae, pues, al Venerable el testamento y las respuestas, y sean estas las que fueren, el candidato queda siempre admitido. Las respuestas del ateo y blasfemo Proudhón al entrar en la francmasonería fueron estas:
“Justicia para todos los hombres.
Sacrificarse por la patria.
Guerra a Dios”.
Verdad es que esto sucedió en la logia de la Sinceridad, Perfecta Unión y Constante Amistad; y una logia tan suave de ningún modo podía rechazar un candidato tan perfectamente sincero y tan sinceramente perfecto.
Vuelve el H∴ Terrible al pobre aspirante, le venda otra vez los ojos, le echa una cuerda al cuello, y cogiendo la de la mano lo lleva a la puerta del templo, en la cual le manda dar tres fuertes golpes. Los de adentro se esfuerzan en contener la risa.
El templo está colgado de azul; sin duda por ser celeste todo cuanto pasa en él. Un H∴ llamado Primer Vigilante anuncia gravemente al Venerable que han llamado a la puerta. Sigue un diálogo entre el Venerable, el Primer Vigilante y el H∴ Terrible; y después el postulante es introducido en el templo, y le colocan entre dos columnas, siempre con la cuerda al cuello. El H∴ Terrible le apoya fraternalmente la punta de su espada en el corazón, y luego comienza el interrogatorio.
El Venerable, calándose los anteojos en su venerable nariz, dice con voz cavernosa: “¿Qué sentís? ¿Qué veis?” (preguntas desatentas para un pobre diablo que tiene los ojos vendados, y a quien se pincha el estómago).
El postulante responde con candidez: “Nada veo, pero siento la punta de una espada”.
El Venerable: -“Meditad bien el paso que estáis dando: vais a pasar por pruebas terribles; ¿os sentís con valor para arrostrar todos los peligros a los que podéis veros expuesto?”
El postulante con energía: “Sí, señor”.
El Venerable sin reírse: - “En este caso ya no respondo de vos... H∴ Terrible, arrastrad a este profano fuera del templo, y conducidle por todos los parajes por los que debe pasar el mortal que aspira a conocer nuestros secretos”.
Palabras textuales, como todas las que iremos citando, tomadas del Ritual masónico.
Al punto el H∴ Terrible tira de la cuerda, arrastrando al aspirante, que continúa con los ojos vendados; le hace dar media docena de vueltas sobre sí mismo en una sala llamada de los Pasos perdidos; y cuando lo ve desconcertado, vuelve a introducirlo en la logia, sin que el paciente lo conozca.
Pero ¡atención! Van a empezar las pruebas, que harían desternillar de risa, si no sirviesen de iniciación en cosas detestables.
Continúa...
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