Por Bruno M.
Los seres humanos somos una obra maravillosa de Dios. Somos seres racionales, pero no nos quedamos en la mera razón, como si fuésemos un ordenador.
Si a uno le preguntasen por qué quiere a su mujer, sin duda recordaría razones y momentos importantes: la entrega mutua, el haber permanecido juntos en momentos difíciles, la generosidad al dar la vida por los hijos… Pero, si uno es sincero, también hablaría de cosas pequeñas o incluso insignificantes que están unidas indisolublemente a ese amor por su mujer: el color de sus mejillas a la luz de la tarde, el vestido que llevaba en aquella ocasión, el placer de que ella tenga razón y uno esté equivocado, las pequeñas bromas compartidas…
Lo mismo sucede, a mi juicio, con la Iglesia. Sus hijos la amamos ante todo porque es la verdadera Iglesia que fundó Jesucristo, pero también por mil detalles que despiertan nuestra admiración, nuestro asombro o nuestra ternura.
Lo mismo sucede, a mi juicio, con la Iglesia. Sus hijos la amamos ante todo porque es la verdadera Iglesia que fundó Jesucristo, pero también por mil detalles que despiertan nuestra admiración, nuestro asombro o nuestra ternura.
Creo que de vez en cuando conviene recordar por qué queremos a la Iglesia. Invito a los lectores a que piensen en las razones por las que aman a la Iglesia y le tienen cariño, sin orden ni concierto y sin preocuparse de si son cosas importantes o detalles insignificantes. No importa repetir ni dejarse muchas cosas en el tintero. Simplemente, cumpliendo las palabras del salmista: “Me brota del corazón un poema bello”. Empezaré yo:
Porque es la Esposa de mi Señor, porque siendo un pecador me ha abierto los brazos, por los mártires, los confesores, los doctores, las vírgenes y los santos, por el cirio pascual, por la confesión, por las imágenes sagradas, por los cartujos, por los ritos orientales, por el incienso, por la señal de la Cruz, porque está hecha de pecadores y de santos, por los Cristos románicos, por las vidrieras góticas, por el matrimonio indisoluble, por la apertura a la vida, por Pentecostés, porque el primer papa fue un simple pescador, por los mendigos a la puerta de las iglesias, por un emperador vestido de saco y cenizas, por los silencios de la Misa, por Jerusalén, por no avergonzarse de la Cruz, por el gregoriano, por la Liturgia de las Horas, por San Simeón el Estilita, por el canto del Aleluya, por las iglesias que miran hacia Oriente, por Santo Tomás de Aquino y Santa Teresa de Lisieux, porque en ella refresca siempre la brisa del Espíritu, por las bienaventuranzas y los mandamientos, por las basílicas romanas, las catedrales góticas y las ermitas de pueblo, porque no se ha escandalizado de mí, por el Gloria al Padre, por la liturgia del Corpus Christi, por la devoción a la Virgen, por un obispo santo, por Concilios tumultuosos, Papas inmorales y una fe cimentada sobre roca, por el Sagrario de la Ermita de Nuestra Señora de los Ángeles, por la Divina Pastora del Pardo, por el Crucificado de Fra Angelico, porque en ella nací a la Vida eterna, porque el Credo se puede cantar, por los púlpitos, por los conversos llenos de fuego, por las viudas generosas, por la imagen de la Inmaculada de mi familia a la que siempre puse flores de pequeño, por los sacerdotes santos y porque no soy digno de besar los pies del más indigno de sus sacerdotes, por el amor al enemigo, por las lágrimas de Pedro, por el sentido común de Santa Teresa, por los poemas de San Juan de la Cruz, por las vestiduras rojas de los cardenales, por el Santo Crisma perfumado, por haber brotado del costado abierto de Jesús…
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