Iniciamos con el Domingo de Ramos la Semana Santa. El protagonista central es Jesucristo, nosotros los destinatario de su Pascua. Frente a este acontecimiento podemos tomar la actitud de simples espectadores de un hecho de la historia, o sentirnos realmente destinatarios del camino y de la obra de Jesucristo.
Por Mons. José María Arancedo
El primero contempla un hecho del pasado que despierta, tal vez, sentimientos de admiración. El segundo, en cambio, se descubre como parte de un acontecimiento que lo involucra.
Esta distinción tiene grandes consecuencias tanto para la celebración de la Pascua como para su significado en nuestras vidas. Nuestra actitud no cambia el hecho, lo que aconteció, pero sí nos dispone a participar y a comprender lo que celebramos. Una Semana Santa bien vivida nos ayuda a sentirnos parte de este acontecimiento único.
A Jesucristo no lo podemos comprender sólo desde nosotros, aunque la riqueza de sus palabras, su testimonio y ejemplo de vida nos entusiasman. Hay algo en él que es único. No estamos sólo ante un hombre, estamos ante la presencia del Hijo de Dios.
Esto que parece un límite para nuestro conocimiento es, sin embargo, su verdad más profunda para nosotros. Aquí comienza ese salto cualitativo que nos permitirá pasar de espectadores a partícipes de un acontecimiento que nos involucra.
Esto es lo propio de la fe cristiana que tiene su raíz y se apoya en la realidad, primero en el testimonio del mismo Jesucristo, luego en el testimonio de quienes fueron testigos de su vida, muerte y resurrección. La fe cristiana no es un sentimiento vacío, sino el “encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva”. Esta verdad es lo que vamos a celebrar en la Pascua, el comienzo de una vida nueva que el Señor nos ofrece.
Con el Domingo de Ramos iniciamos este camino en el que Jesucristo cumple la misión para la cual ha sido enviado: “Para esto he venido al mundo”, nos dice. La Iglesia nos invita a acompañarlo en los últimos momentos de su vida en los que nos deja, a modo de testamento, el mandamiento del amor como proyecto de vida: “Amense unos a otros” y su presencia en la eucaristía como fruto de su muerte y resurrección: “Tomen y coman esto es mi Cuerpo”.
La Pascua es fuente de un nacimiento nuevo para todo hombre. Al asumir nuestra condición humana, todos hemos sido salvados por él y todos estamos llamados a participar de su vida. Somos destinatarios de este camino de Dios que nos envío a su Hijo, no para condenar al mundo sino para salvarlo. Esta conciencia de ser destinatarios del acontecimiento que vamos a celebrar, es lo que nos permitirá vivir con mayor intensidad la Semana Santa. Participamos en este encuentro desde nuestra libertad.
Deseándoles una feliz y fecunda celebración de la Pascua les hago llegar, junto a mi afecto y oraciones, mi bendición en el Señor Resucitado.
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