martes, 12 de abril de 2022

LA GULA

“De un hartazgo han muerto muchos, más el hombre sobrio alargará la vida” (Eclesiástico 37: 34)
Del libro “Salió el sembrador” (1944)


La gula es uno de los pecados a los que casi nadie da importancia. Se cree que no es pecado llevar una vida intemperante y regalada -el que puede debe gozar la vida; una borracherita de vez en cuando no hace daño- y hasta se opina que el que jamás se embriagó no es hombre de valía, y otras necedades semejantes.

No pocos hay que siguen esta norma: se debe comer y beber cuanto sea posible, siempre que uno pueda aguantar. Hay que hacerse agradable la vida. El dinero que no se emplea en comer y en beber -arguyen-es malgastado; solo emplean la aritmética para saber cuantos barriles de cerveza o cuantos litros de aguardiente podrán comprar con el dinero disponible. Un labrador, hombre sencillo y piadoso, habrá comprado para la iglesia una custodia, con el dinero ahorrado.

“¡Qué bobo!” -le dice un compañero- “con ese dinero podrías haber comprado tantos barriles de cerveza”. ¡Qué noción tan baja de la vida!

La intemperancia en el comer y, sobre todo, en el beber es perjudicial y en extremo nociva.

1. La intemperancia es indigna del hombre. ¡Qué horrible es el beodo! Objeto de mofa para los jóvenes, y de horror para todos los hombres de bien. Es horrible un jovencito embriagado, es horrible un hombre bebido, y más horrible aún una mujer. ¡El hombre, imagen de Dios, rebájase al nivel del bruto! ¡y aún mucho más!

El animal para cuando ha comido y bebido bastante. El hombre intemperante continúa bebiendo hasta que no puede hablar, ni estar de pie. 

Beber cuanto se puede soportar sin caerse, o beber por apuesta, es una gran locura que acaba muchas veces en la embriaguez.

2. La intemperancia empobrece. El hombre que se embriaga no puede enriquecerse. Beber todos los días tantas copas de cerveza, de vino o de aguardiente es desperdiciar el dinero, sin la menor ganancia. ¡Cuántas fortunas, cuántas propiedades se desbancan y se pierden por el vicio de la embriaguez! ¡Cuántas deudas se contraen!

3. La intemperancia es perjudicial para el cuerpo. El alcohol es veneno. El veneno es perjudicial. Su frecuente uso es causa casi siempre de una muerte precoz; por lo menos abrevia la vida.

Se dice que la cerveza y el vino conservan al hombre fuerte y sano, y que el aguardiente calienta y estimula. Sí, al principio, para los enfermos un poquito de vino está bien; pero, en general, las bebidas alcohólicas no son alimenticias; al contrario, enflaquecen y abaten. La prueba más concluyente es lo que ocurre con los jugadores, atletas, ciclistas, remadores, etc. Cuando se preparan para tomar parte en un concurso, evitan el alcohol. Las bebidas alcohólicas atacan al corazón y a los órganos más importantes de la vida. El alcohol produce infinidad de víctimas.

4. La intemperancia es perjudicial al espíritu. La memoria y la voluntad se debilitan, la inteligencia se embota, y no pocas veces se sigue la locura completa. El cincuenta por ciento de los locos son víctimas inocentes o culpables del alcohol. Su acción es, sobre todo, nefasta para el desarrollo espiritual de los niños. Para desmoralizar a las criaturas, no hay mejor medio que las bebidas alcohólicas. Ojalá que ninguna madre cometa el crimen de habituar a sus hijitos a vicio tan lamentable.

5. La intemperancia es la ruina de las familias. El alcoholismo es el enemigo mortal de la vida de familia. Un padre ebrio causa terror; nadie le quiere, ni la madre, ni los hijos; todos respiran contentos cuando él no se halla en casa. Todo lo derrocha; amedrenta y maltrata a la mujer y a los hijos; deja que pasen hambre y frío, y los abandona; no es de admirar que los hijos, que crecen en la miseria, le odien y desprecien. Quien no conoce, por no haberla visto de cerca, tal desgracia, no puede creerlo. El que pasó por ello, comprende que madres e hijos, ora juntos, ora separados, lleguen muchas veces al extremo de suicidarse, desesperados. ¡Y que descendencia! Voy a citar algunos ejemplos:

De 20 familias, cuyo padre era beodo, hubo 281 descendientes, de los cuales 26 nacieron muertos, 162 murieron en las primeras semanas o en los primeros meses, 5 murieron más tarde (de tuberculosis, de hidropesía y meningitis). De los supervivientes, 30 fueron física y espiritualmente inferiores: 5 epilépticos, 2 sordomudos, 9 débiles de mente, 5 muy flacos de cuerpo, 8 disolutos, 1 criminal y muchos sifilíticos. Según la exposición de un médico, de 476 hijos de ebrios, 23 nacieron muertos, 106 murieron convulsos, 37 de otras molestias, 3 se suicidaron, 96 eran epilépticos, 26 histéricos, 5 sordos, 9  tenían el baile de San Vito y 5 eran tuberculosos (Hessenbach).

De una ebria, fallecida el año 1740, nacieron hasta el año 1893, 843 descendientes. De 709 de ellos se recogieron informes oficiales seguros: 181 fueron mujeres mundanas, 142 mendigos y vagabundos, 40 pobres asilados, 75 grandes criminales, entre ellos se contaban siete asesinos.

Estos números encierran en sí un sin número de lágrimas y miserias indescriptibles; son una terrible acusación contra la madre ebria. ¡Generaciones y aldeas enteras pervertidas por el vicio de la embriaguez!

Bien se echa de ver esto en la escuela, en los lugares donde hay este vicio. Y la asistencia pública, la municipalidad y el Estado tienen que aguantar el perjuicio y la pesada carga.

6. La intemperancia perjudica sobre todo el alma. Baste decir que es pecado. Lo prueba la parábola del rico Epulón y del pobre Lázaro (Luc. 16). El mal rico no era ladrón, ni asesino, ni adúltero, y, sin embargo, fue sepultado en el infierno. ¿Por qué? Porque era glotón: todo lo gastaba para sí, y no daba nada para los pobres. La intemperancia es un pecado grave, cuando trae consigo una perturbación completa del uso de la razón, por nuestra propia culpa.

Es también pecado inducir a los demás a que se embriaguen. Embriagarse indirectamente no es pecado, cuando, por ejemplo, se toma una bebida alcohólica para combatir la enfermedad.

La intemperancia es uno de los pecados capitales, porque conduce a muchos otros, verbigracia, a malas conversaciones y canciones, especialmente en la tienda o en la taberna. Cuando se calienta la cabeza con el alcohol, no se sabe ya lo que se dice, ni lo que se hace. Cuéntanse chistes picantes e inconvenientes, cántanse canciones obscenas, “la música de cámara del demonio”, insúltase, peléase, discútese. En el ardor de la discusión, se lanzan al rostro del mejor amigo las faltas más groseras, los pecados más abominables, y a veces, se acaba por tirarle la copa de cerveza a la cabeza.

La intemperancia conduce a las más furiosas contiendas, a la guerra continua y a la discordia en las familias. El intemperante se hace de corazón duro para los pobres y necesitados; nada le sobra para la Iglesia y para otras buenas obras, porque todo lo gasta en sí mismo. También la intemperancia arrastra a la impureza. El alcohol excita las pasiones y debilita la voluntad al mismo tiempo, de modo que sobreviene la caída. En los bailes y en otras diversiones, en la taberna, cuántas veces se pierde la inocencia por culpa sobre todo del alcohol. Impureza y alcohol siempre andan juntos. El 84 % de los crímenes contra la moralidad, el 65 % de todos los crímenes en general y el 75 % de todas las faltas, provienen del abuso de bebidas alcohólicas. Eso es lo que nos dice la estadística.

Lo peor de todo es que el beodo nunca, o rarísima vez, se enmienda. La mayor parte acaba en el delirium tremens. Y ante el tribunal de Dios se cumple la palabra de la Sagrada Escritura: “Los ebrios no han de poseer el reino de los cielos” (I Cor. 6: 10). Por eso, carísimos, de hoy más, sea nuestra enseña:

¡Templanza!

La templanza es una de las cuatro virtudes cardinales: Prudencia, Justicia, Fortaleza y Templanza. ¡Sed moderados en el beber! ¡Dominaos, teneos a tiempo! “Vuestra gula debe estar bajo el dominio de vuestra voluntad; vosotros debéis gobernarla”. Beber un poquito, moderadamente, no es pecado para los adultos. En eso deben condescender algo las señoras con sus esposos; algunas son escrupulosas y exigentes por demás. También debe el marido, de vez en cuando, comprar para su esposa enferma alguna garrafa de vino, y no beberlo todo solito. Ahora, en tiempo de Cuaresma, se recomienda especialmente la templanza. Sería realmente un gesto noble renunciar durante estas semanas, de buen grado, a las golosinas y a las bebidas aún permitidas, por amor de Jesús Crucificado, que tan gran sed sufrió por nosotros en la cruz, y solo le ofrecieron hiel y vinagre. ¿No sabéis que hay muchos hombres y señoras, que voluntariamente renuncian a las bebidas alcohólicas, para expiar los pecados de los que beben por demás?... ¡Moderaos en el fumar! ¡Moderaos en el comer!

No seáis de aquellos glotones y golosos que solo buscan y quieren lo mejor. Sobre todo, guardad con fidelidad la ley del ayuno y de la abstinencia, ahora en Cuaresma: el ayuno con abstinencia los viernes, y el ayuno sin abstinencia los miércoles del tiempo cuaresmal. Según el indulto concedido por la Santa Sede, los que se hallaren sujetos a trabajos pesados, los enfermos y los que han entrado en los sesenta años, están dispensados del ayuno propiamente dicho; pero debéis hacer algún sacrificio, en penitencia por vuestros pecados. Los niños deben renunciar a los dulces y golosinas. Por medio del ayuno “se reprimen los vicios, se eleva el espíritu, se adquieren virtudes y recompensas”, como canta la Iglesia en el Prefacio de este tiempo. Recibid, en cambio, con mayor frecuencia, el alimento espiritual, la santa comunión: “Quien comiere de este Pan, vivirá eternamente” (Juan 6: 52).

En general, carísimos hermanos, ¡sed moderados en todo! Guardad moderación en los placeres, en el trabajo, en las diversiones, en el andar, en el jugar... y vosotros, casados, en el matrimonio. Esposos, acordaos de las palabras de San Pedro: “Maridos, vosotros igualmente habéis de cohabitar con vuestras mujeres, tratándolas con honor y discreción, como al sexo mas débil” (I. 3: 7)

¡Queridos hermanos! Sírvanos de ejemplo el gran San José, “hombre justo”, como lo denomina la escritura. No era bebedor, ni fumador, ni glotón, ni dado a los placeres, ni mucho menos lascivo; sino modesto, continente, casto y sobrio. Imitémoslo.

“Por la intemperancia muchos perecieron”, -física y espiritualmente- “más  el continente prolonga la vida”, acá en la tierra, y alcanza en el otro mundo, la vida eterna.

H.S.


Texto tomado del libro “SALIO EL SEMBRADOR” (Tomo II)
Versión del padre Demetrio Sánchez Gamarra
Pág. 75 y s.s.
Impreso el año 1944


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