Fue uno de los principales testigos en un juicio que se inició contra la secta en la década del 90, que finalmente terminó en la nada. Desde entonces fundó la ONG LibreMentes y milita activamente en redes sociales para combatir distintas sectas, falsos líderes espirituales y otros gurúes que ofrecen curas milagrosas. La noticia de la caída de la secta lo agarró trabajando: Estaba en un streaming denunciando otra organización. “Pasé de tener una familia hermosa, pasé a no tener nada. Nos dejaron totalmente destruidos”, señaló el pasado 13 de agosto en una charla con TN.
“Tengo 30 años de lucha en esto. Acá está el nene al que le arruinaste la vida, había perdido la esperanza de tener justicia. Este es el final que estaba esperando para mi historia. Me encantaría que mi familia sepa que los estoy esperando”, cerró. Es ahora la justicia quien tiene en sus manos la historia de Pablo y otras víctimas.
“Luego de escaparme con 14 años del infierno de esta organización coercitiva #Secta Tratante y pederasta, no daban 2 pesos por mí. El líder decía que sería un delincuente y que me moriría pronto... aquí estoy “Maestro” más fuerte que nunca, ahí te deje pegados unos lindos carteles”, tuiteó Salum en septiembre de 2021, tal como recordaba estos días Minuto Uno.
El primer niño en la secta
Pablo Salum, víctima y denunciante de esta organización criminal, dio su testimonio en TN, como ya se ha indicado antes. El joven relató que fue el primer niño captado por la secta cuando tenía 8 años y pasó su infancia en el lugar. “La primera reunión que fuimos éramos 4 personas, yo fui el primer niño en ser captado. Luego fue creciendo rápidamente y éramos más de mil personas”, cuenta.
Salum relata que al principio era una escuela de filosofía, de cultura New Age, donde se practicaba yoga y a dónde su madre acudió por un problema de salud. Sin embargo, a medida que el lugar fue creciendo y empezó a tener más adeptos, la captación y el sometimiento fue empeorando. “Pasé de tener una familia hermosa, pasé a no tener nada. Nos dejaron totalmente destruidos”, señala. “Juan Percovich y su hijo Marcelo Guerra, encargados de la organización, captaron a políticos, famosos, gente de los derechos humanos, con lo cual está probado en la causa anterior, intercambiaban favores sexuales con gente de la organización, entre ellas mi mamá y mi hermana”, señala Salum.
En su testimonio, relata el horror que le tocó vivir: “Los nenes era obligados a tener relaciones sexuales con adultos y con sus propios padres”. Pablo fue el primer niño que logró escapar y denunciar lo que estaba sucediendo en esta secta llamada “Escuela de Yoga”. Las primeras denuncias que realizó fue entre 1991 y 1992. Sin embargo, dice que estas denuncias quedaron en la nada.
“Muchos padres murieron en la lucha”
Pablo Salum tenía 14 años cuando hizo la primera denuncia sobre las aberraciones que se escondían detrás de la actividad de la Escuela de Yoga de Buenos Aires, la secta desbaratada en un megaoperativo que la Superintendencia de Investigaciones Federales bautizó “Secta Sociedad Anónima”. Sabe quiénes son muchos de los 19 detenidos y de los cinco sobre los cuales pesan pedidos de captura internacional como integrantes de la organización con base en la Argentina, pero que también operaba en Estados Unidos. Lo cuenta Gabriela Origlia en La Nación.
Hoy Salum tiene 44 años y, en diálogo con La Nación, asegura que no sólo carga con su propia historia, con haber perdido a su familia, que fue captada por esa organización, con haber pasado parte de su infancia. “Es, también, el dolor de ver a padres que perdieron a sus hijos allí; muchos de los detenidos ahora eran niños cuando ingresaron. Muchos padres murieron en la lucha, sin poder recuperarlos. No hay peor dolor que el que te roben un hijo”.
Hace un año –con 30 de lucha a sus espaldas– Salum hizo una nueva denuncia: “Pasaron tantos años que esto alguna vez tenía que llegar, pero para la Justicia yo ya no existo. Aporté testimonios, sumé pruebas, pero yo no existo porque aquella causa ya fue juzgada. Me siento violado; soy una de las víctimas”. Es que la causa contra Percowicz y los capos de la Escuela de Yoga de Buenos Aires que él presentó cuando logró escapar de su yugo, en 1993, fue cerrada hace años.
Tenía ocho años cuando su madre, por un problema de salud, se acercó lo que en ese entonces era una escuela de filosofía, de yoga, de cultura New Age. Era la Escuela de Yoga de Buenos Aires (EYBA). Dos clientas del negocio que tenía la familia le contaron de la entidad y Carmen Graciela Alarcón fue. Lo llevó a Pablo, que era el menor de sus tres hijos, con los que, entonces, vivía en el barrio de Núñez.
“Le prometían sanarse; la ciencia no le encontraba respuesta a los problemas de mi mamá”, dice. Recuerda que fue el primer niño en ingresar. En la primera reunión eran cinco personas. “El grupo fue creciendo rápido –sigue–. Sumaban a la familia porque decían que todos tenían energía negativa, que había que seguir al líder para limpiarse. Porque si no te podías enfermar, pasarla mal, morir”. La familia pasó de vivir en Núñez a estar en un departamento de la organización. Andrea y Germán, los hermanos mayores de Pablo, también quedaron captados. Él no tiene más relación con su familia. “Quedaron allí. Destruyeron a mi familia. Las víctimas terminan siendo victimarios”, sintetiza.
Repasa que él mismo llegó a tener “alumnos” y que su madre fue “ascendiendo” y también teniendo a otras personas a cargo. “Éramos más de 1000, y los primeros fuimos subiendo de categoría”, en una pirámide perversa. Salum señala que Juan Percowicz, líder de la organización, se hacía llamar “el ángel” y sostenía que “había sido enviado a sumar 1000 ángeles más para salvar a la humanidad”.
Percowicz le planteaba a su madre que en “en vez de estar” con su pareja [el padrastro de Salum, que también había llegado a formar parte de la EYBA] “tenía que estar con otro”; que “no tenía que seguir en su trabajo porque era algo menor y ella era una ‘líder’”. Y así comenzó la desarticulación de la familia; incluso le obligó a regalar una mascota que tenía desde muy chico.
Dinero y sexo
Salum detalla que les daban “tareas”, como “generar dinero”, y que, además, pedían poner en marcha el “coacheado”, que implicaba sumar a otra gente, como en las estafas piramidales, o el “geishado” o “palomeo”, que era, lisa y llanamente, ofrecer mujeres para actividades sexuales. A todo eso le agregaban el “chacra sexual”, que implicaba ir “contra todo lo que nos habían enseñado en el afuera”. “¿Cómo te diste cuenta de que la situación era anómala?”, pregunta La Nación. “Cuando empezó a circular material pornográfico; cuando veíamos que había sexo. A esa edad, yo era chico, rechazaba todo eso, me daba asco”.
“Todos se saludaban con un beso en la boca; había manoseos, se los obligaba a realizar orgías con fotos del líder detrás”, detalla. “Hubo casos en los que se ordenó que los hijos tuvieran relaciones sexuales con sus padres”, añade. Amigos que Salum tenía le contaban que habían tenido que hacer esa “tarea”. “Vi a mi mamá y a mi hermana, que tendría unos 22 años, ser esclavas sexuales; a mi hermana la usaban para seducir a los más grandes, a los poderosos –enfatiza–. Nadie me lo contó. Lo vi yo, de primera mano. Como era hijo de una ‘jerarquía’, por mi casa pasaban las fotos, los videos. Verlas me afectó mucho”.
Salum asegura que Percowicz y su hijastro Marcelo Guerra sumaron a “gente conocida, a empresarios, a políticos” de los primeros años de la década del 90, los tiempos del menemismo. Pero cuando llegó a la adolescencia, él se espantó. “Yo era chico, pero tenía vida de grande. No iba al colegio”, apunta. “Me empezaron a decir que me ponía ‘rebelde’ porque no quería aceptar los lineamientos del líder –añade–. Mi familia apoyaba los castigos; me sacaron la comida, no me compraban ropa. No tenía a nadie que me apoyara; estaba solo”.
En la desesperación, robó uno de los sobres con dinero que los integrantes de la secta estaban obligados a entregar. Su madre le contó al líder, quien le pidió que llevara a Salum a una reunión donde tuvo que confesar públicamente lo que había hecho. Le pegaron adelante de su madre y lo llevaron a trabajar limpiando azulejos en la sede central de la organización, en la propiedad de Estado de Israel 4457.
Ante su negativa de volver, su madre avisó al líder. “Mandaron abogados a decirme que me llevarían a un internado; ante la negativa, al día siguiente mi hermano, que era morrudo, me llevó a la rastra al edificio a donde vivían los de la organización para que trabajara gratis en la cocina”. Se escapó en un descuido; corrió diez cuadras, como si escapara del infierno. Llamó a su padre, que había formado otra familia y vivía en Lomas de Zamora. Él lo llevó a hacer la denuncia. “Fui el primer chico en entrar y el primero en escapar y denunciar –resume–. Me mandaron al hospital para constatar los golpes. Recuerdo todo eso: la falta de capacitación de los que me escuchaban... Se reían”.
En su twitter @leyantisectas (ese nombre también tienen su página web y su usuario de Facebook y de Instagram), Salum -que dedica su vida a pedir que el Estado avance en la lucha contra estas organizaciones y trabaja en desenmascararlas desde la organización Librementes, dijo en 2018 que el juez Mariano Berges “jamás había imaginado encontrarse a personas tan poderosas vinculadas a una secta pedófila: ministros del gobierno nacional, jueces, sindicalistas, todos expuestos”, y que “ahí las presiones comenzaron a circular”.
Añadió: “La secta movió sus contactos en EE.UU., donde tenía contactos poderosos, y lograron que el Congreso norteamericano envíe a varios congresistas a presionar para que cierren la causa; incluso su presidente, Bill Clinton, le envió un memo a Carlos Menem”. Después de un episodio en el que un grupo de familiares de víctimas increpó y agredió a Percowicz y a su esposa en un restaurante de Belgrano, varias organizaciones de derechos humanos se movilizaron para apoyarlo y pedir por él. “Acto seguido, el premio Nobel de la Paz, Adolfo Pérez Esquivel, llama desesperado al comisario y se presenta en la comisaría exigiendo que liberen al ‘maestro’ pedófilo, el mismo que ordenaba que abusen de nosotros”, sumó Salum en su hilo de Twitter.
En diálogo con La Nación, Salum enfatizó que su lucha es “apartidaria; sin color político”. “No es intencional. Soy una víctima a la que le robaron su familia, su vida en una organización coercitiva. Y esa organización siguió operando impunemente con la complicidad de los poderosos; porque financian campañas, porque prestan lugares para reuniones, porque hacen votar a sus adeptos”. “Solo, sin medios, di una batalla desigual –sintetiza–. Perdí a mi familia. El Estado debe intervenir, debe asumir la responsabilidad de esta lucha”.
INFORIES
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