viernes, 5 de agosto de 2022

MONSEÑOR VIGANÒ SOBRE EL RECIENTE VIAJE DE BERGOGLIO A CANADÁ

Aquí estamos, ante el mentiroso, el acusador. Aquí estamos ante el despiadado perseguidor de los buenos clérigos y fieles de ayer y de hoy, y celoso aliado de los enemigos de Cristo y de la Iglesia

Por Monseñor 
Carlo Maria Viganò


REDDE RATIONEM VILLICATIONIS TUÆ,

JAM ENIM NON POTERIS VILLICARE


Mi esposa,
cuando le preguntan quién la convirtió al catolicismo,
siempre responde: "el diablo".
G.K. Chesterton


No es caso que Satanás sea llamado διάβολος, en el doble sentido de mentiroso y acusador. Satanás miente porque odia la Verdad, es decir, a Dios en su ser. Miente porque si afirmara la verdad descubriría su propio engaño. Miente porque sólo mintiendo puede ser también el acusador de nuestros hermanos, "el que día y noche los acusaba ante nuestro Dios" (Ap 12. 10). Y así como la Santísima Virgen, tabernáculo de la Verdad encarnada, es nuestra abogada, así Satanás es nuestro acusador e inspirador de falsos testigos contra los justos.

La Revolución -que es el derrocamiento del kosmos divino para instaurar el caos infernal- al no tener argumentos para desacreditar a la Iglesia de Cristo y a la sociedad cristiana que se inspira y guía a través de los siglos, recurre a la calumnia y a la manipulación de la realidad. Cancelar la Cultura no es más que un intento de poner en juicio la Civitas Dei para condenarla sin pruebas, imponiendo la civitas diaboli como su contrapartida de supuesta libertad, igualdad y fraternidad. Para ello, impide claramente a las masas el conocimiento y el aprendizaje, porque su engaño se basa en la ignorancia y la mala fe.

Esta premisa es necesaria para comprender la gravedad del comportamiento de quienes usurpan el poder vicario derivado de la suprema autoridad de la Iglesia para calumniarla y acusarla ante el mundo, en una grotesca parodia del juicio de Cristo ante el Sanedrín y Pilatos. También en aquella ocasión, la autoridad civil escuchó las falsas acusaciones que se hacían contra Nuestro Señor, y aunque reconoció su inocencia, para satisfacer al pueblo azuzado por los Sumos Sacerdotes y los escribas del pueblo, primero lo hicieron azotar y coronar de espinas, y luego lo enviaron a la muerte, haciéndolo crucificar con el más humillante de los suplicios. Así, los miembros del Sanedrín abusaron de su autoridad espiritual, al igual que el Prefecto de Judea abusó de su autoridad civil.

La misma farsa se ha repetido en el curso de la historia miles y miles de veces, porque detrás de cada mentira, detrás de cada acusación infundada contra Cristo y contra su Cuerpo Místico que es la Iglesia se esconde el diablo, el mentiroso, el acusador. Y es evidente, más allá de cualquier duda razonable, que esta acción satánica es la inspiradora de los hechos que la prensa informa estos días, desde los pérfidos mea culpas de Bergoglio por las supuestas faltas de la Iglesia católica cometidas en Canadá en perjuicio de los pueblos indígenas, hasta su participación en ritos paganos y ceremonias infernales de evocación de los muertos.

Sobre las "faltas" de los misioneros jesuitas, creo que aquí se ha respondido exhaustivamente, enumerando las atrocidades a las que fueron sometidos los mártires de Canadá a manos de los indios iroqueses. Lo mismo ocurre con las supuestas acusaciones relativas a los internados indios que el Estado había confiado a la Iglesia Católica y a los anglicanos para civilizar a los nativos y promover la asimilación de la cultura cristiana en el país. Descubrimos así que "los oblatos [de María Inmaculada] fueron los únicos defensores de la lengua y el modo de vida tradicionales de los indios de Canadá, a diferencia del gobierno y de la Iglesia anglicana, que insistían en una integración que desarraigaba a los nativos de sus orígenes". También nos enteramos de que el supuesto "genocidio cultural" de los pueblos indígenas del que debía ocuparse la Commission de vérité et réconciliation en 2008 se ha transformado desde entonces, sin ninguna base de verdad ni verosimilitud, en "genocidio físico", gracias a una campaña mediática completamente falsa, apoyada por el primer ministro Justin Trudeau, protegido de Klaus Schwab y notorio defensor del globalismo y de la Agenda de Davos.


Pero si la verdad también fue reconocida oficialmente por expertos e historiadores no partidistas, sin embargo el culto a la mentira siguió su curso inexorable, culminando con la disculpa oficial del jefe de la Iglesia, exigida por Trudeau e inmediatamente hecha suya por Bergoglio, deseoso de humillar una vez más a la institución que indignamente representa. En su afán por complacer la narrativa oficial y complacer a sus amos, Trudeau y Bergoglio consideran "un detalle insignificante" la total inexistencia de pruebas sobre las fosas comunes fantasma donde supuestamente "se enterraron en secreto cientos de niños". Esto bastaría para demostrar su mala fe y la especificidad de sus acusaciones y mea culpas; sobre todo porque la prensa del régimen pide las cabezas de los enemigos del pueblo con juicios sumarios, pero se cuida de no rehabilitar a los inocentes falsamente acusados.

El objetivo de esta vil operación mediática es demasiado evidente: desacreditar el pasado de la Iglesia Católica, culparla de los peores actos atroces para legitimar su actual persecución, tanto por parte del Estado como de la propia Jerarquía. Porque esa Iglesia, la "intolerante", la "rígida" Iglesia Católica, que predicó el Evangelio a todos los pueblos y permitió que sus misioneros fueran martirizados por tribus inmersas en la barbarie del paganismo, no debe seguir existiendo, no debe "hacer proselitismo" - "es un solemne disparate", "es un gravísimo pecado contra el ecumenismo"- y no debe pretender tener ninguna Verdad que enseñar a las naciones para la salvación de las almas. 

Y Bergoglio se empeña en hacer saber que no tiene nada que ver con esa Iglesia, al igual que detesta la doctrina, la moral y la liturgia de esa Iglesia, hasta el punto de perseguir sin piedad a los muchos fieles que aún no se han resignado a seguirle hacia el abismo de la apostasía y que quieren honrar a Dios con la Misa apostólica.

No es que nadie haya pensado nunca que Jorge Mario pueda ser de alguna manera católico: cada una de sus palabras, cada gesto, cada movimiento delata tal intolerancia hacia cualquier cosa que recuerde mínimamente a Nuestro Señor, que hace superfluos sus testimonios de irreligiosidad e impiedad sacrílega. Verlo asistir impasible a los ritos satánicos de evocación de los muertos realizados por un chamán agrava el escándalo del culto idolátrico a la pachamama infernal en la basílica vaticana hasta lo inverosímil, profanándola, sobre el lugar de enterramiento del Príncipe de los Apóstoles.

Pedir perdón por los inexistentes pecados de los Misioneros es un despreciable y sacrílego acto de sumisión al Nuevo Orden Mundial que se compagina perfectamente con los silencios cómplices y las escandalosas protecciones de las que es responsable Bergoglio hacia las verdaderas víctimas de los abusos de sus protegidos. Podremos oírle pedir perdón en China, en África, en los hielos de la Antártida, pero nunca le oiremos pronunciar un mea culpa por los abusos y crímenes cometidos en Argentina, por los horrores de la mafia lavanda de McCarrick y sus cómplices, y de los que promovió como sus colaboradores. Nunca le oiremos pedir una disculpa creíble por haberse prestado a promover la campaña de “სαcunac1ón”, que ahora sabemos que es la causa de un número aterrador de muertes súbitas y efectos adversos. Por estas faltas nunca se dará golpes de pecho, es más, está orgulloso de ello y sabe que un gesto de sincero arrepentimiento no sería apreciado por sus mandantes, que no son menos culpables que él.

Aquí estamos, pues, ante el mentiroso, el acusador. Aquí estamos ante el despiadado perseguidor de los buenos clérigos y fieles de ayer y de hoy, y celoso aliado de los enemigos de Cristo y de la Iglesia. Un feroz opositor a la Misa Católica, pero un participante ecuménico en ritos satánicos y ceremonias paganas. Un hombre dividido en su alma por su doble papel de líder de la secta que ocupa el Vaticano e inquisidor de la Iglesia Católica. A su lado, en esta escuálida actuación, está el monaguillo Trudeau, que propaga la doctrina de género y la ideología lgbt en nombre de la inclusividad y la libertad, pero que no ha dudado ni un momento en reprimir con sangre los justos y legítimos levantamientos de la población canadiense, privada de sus derechos fundamentales con el pretexto de una emergencia pandémica.

Un buen par, sin duda. Ambos patrocinados en sus carreras por la élite globalista anticristiana. Ambos se ponen al frente de una institución con la tarea de demolerla y dispersar a sus miembros. Ambos traidores a su papel, a la justicia, a la verdad.

Estos juicios sumarios pueden ser apreciados por contemporáneos de mala fe o ignorantes, pero no resisten el juicio de la Historia, y menos aún el inapelable de Dios.

Llegará el día en que se le pedirá cuenta de su gestión: "Redde rationem villicationis tuæ: jam enim non poteris villicare" (Lc 16,2), dice el maestro en la parábola del Evangelio de ayer. Hasta entonces, como miembros bautizados y vivos del Cuerpo Místico, recemos y hagamos penitencia, para alejar de nosotros los castigos que estos escándalos atraen sobre la Iglesia y el mundo. Invoquemos la intercesión de los Mártires de Canadá, ultrajados por el acusador sentado en el Trono de Pedro, para que obtengan del Trono de Dios la liberación de la Iglesia del presente flagelo.


+ Carlo Maria Viganò, Arzobispo
1 de agosto de 2022
S. Petri ad Vincula
Ss. Martyrum Machabæorum




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