A los 28 años, Elisabetta Mora tuvo su primera experiencia mística. Poco después ingresó en la Orden Trinitaria como terciaria. La Venerable Sierva de Dios recibió los dones de recogimiento, bilocación y profecía y obró muchos milagros
Por Margaret C. Galitzin
Una de las videntes de las tribulaciones de los “últimos tiempos” de la Iglesia es la Beata Elisabetta Canori Mora (1774-1825). En su obra “Los últimos tiempos”, el padre Benjamín M. Sánchez muestra que ella también vio una terrible crisis en la Iglesia y la sociedad, que Dios castigaría con un tremendo castigo de proporciones mundiales, lo que las Escrituras llaman un “Juicio de las Naciones”.
Breve biografía
A los 22 años Elisabetta Canori, nacida en Roma en el seno de una distinguida familia, se casó con Cristóbal Mora, abogado de buena familia pero de muy mal carácter y costumbres irregulares que le causaron grandes sufrimientos. Abandonando a su familia y dilapidando su fortuna, dejó a su esposa y dos hijas en la indigencia.
Una famosa profecía, presentada en la documentación de su beatificación, fueron sus palabras en su lecho de muerte: “¿Ves lo irascible e incrédulo que es? Bueno, llegará un momento en que será religioso y sacerdote” (1).
Cinco años después de su muerte, Cristóbal, arrepentido, ingresó en un convento de la Orden Franciscana, donde se embarcó en una vida ejemplar de penitencia. Eventualmente se convirtió en sacerdote, tal como lo había predicho su esposa.
A los 28 años, Elisabetta Mora tuvo su primera experiencia mística tras recuperarse milagrosamente de una misteriosa enfermedad. Poco después ingresó en la Orden Trinitaria como terciaria. La Venerable Sierva de Dios recibió los dones de recogimiento, bilocación y profecía y obró muchos milagros (2).
Sus visiones incluyeron una serie donde Nuestro Señor y Nuestra Señora le mostraron los problemas futuros de la Iglesia y las tremendas batallas que la Iglesia Militante tendría que pelear cuando los poderes de las tinieblas dominaran. También vio un gran triunfo de la Iglesia y su futura restauración.
Por instrucciones de su confesor, la Venerable Elisabetta Canori Mora escribió de su puño y letra estas revelaciones, que ocupan cientos de hojas de cuaderno, todas cuidadosamente conservadas en los archivos de los Padres Trinitarios en San Carlino, Roma.
Estos escritos fueron meticulosamente examinados por una comisión eclesiástica cuando el Papa Pío IX autorizó que procediera la causa de canonización de Elisabetta Mora. La sentencia oficial, emitida el 5 de noviembre de 1900, declaró que en sus escritos no había “nada contra la fe y las buenas costumbres, y no se halló novedad o desviación doctrinal”.
Visiones pertinentes de la Venerable Elisabetta Mora
El 16 de enero de 1815, los Ángeles le mostraron a la Venerable Elisabetta muchos eclesiásticos “que, bajo el pretexto de hacer el bien, persiguen a Jesús Crucificado y a Su Santa Iglesia… Como lobos furiosos traman destronar a la cabeza de la Iglesia”.
Una Roma corrupta devastada
Entonces se le permitió ver la terrible indignación que estos lobos despertaron en Dios. “En supremo terror vi caer sobre mí relámpagos resplandecientes de la Justicia Divina. Vi edificios derrumbándose en ruinas. Ciudades, regiones enteras y el mundo entero estaban en caos. Lo único que se escuchó fueron innumerables voces débiles que imploraban misericordia. El número de muertos fue incalculable”.
Lo que más la aterrorizaba era la indignación de Dios. Lo vio solo en lo alto, “muy enojado con los que lo perseguían. En Sus manos omnipotentes había relámpagos, Su Rostro resplandecía de indignación, y Su sola mirada fue suficiente para incinerar al mundo entero. Ni santos ni ángeles lo rodearon, sólo su santa indignación que cayó por todas partes”.
La visión duró sólo un instante. Según la Venerable Elisabetta, "si hubiera continuado por otro momento, seguramente habría muerto".
En la Navidad de 1816, la Venerable Elisabetta vio a Nuestra Señora, que se le apareció sumamente triste y afligida. Cuando ella le preguntó por qué, Nuestra Señora respondió: “Mira, hija mía, contempla tan grande impiedad”.
La Venerable Elisabetta vio entonces a los apóstatas “tratando descaradamente de arrancarle al Divino Niño de los brazos. Ante este ultraje, la Madre de Dios dejó de pedir misericordia para el mundo, y en su lugar pidió justicia al Padre Eterno. Revestido de su Justicia inexorable y lleno de indignación, volvió su mirada hacia el mundo”.
Lo que más la aterrorizaba era la indignación de Dios. Lo vio solo en lo alto, “muy enojado con los que lo perseguían. En Sus manos omnipotentes había relámpagos, Su Rostro resplandecía de indignación, y Su sola mirada fue suficiente para incinerar al mundo entero. Ni santos ni ángeles lo rodearon, sólo su santa indignación que cayó por todas partes”.
La visión duró sólo un instante. Según la Venerable Elisabetta, "si hubiera continuado por otro momento, seguramente habría muerto".
El Fin de la Misericordia, el comienzo de la Justicia
En la Navidad de 1816, la Venerable Elisabetta vio a Nuestra Señora, que se le apareció sumamente triste y afligida. Cuando ella le preguntó por qué, Nuestra Señora respondió: “Mira, hija mía, contempla tan grande impiedad”.
La Venerable Elisabetta vio entonces a los apóstatas “tratando descaradamente de arrancarle al Divino Niño de los brazos. Ante este ultraje, la Madre de Dios dejó de pedir misericordia para el mundo, y en su lugar pidió justicia al Padre Eterno. Revestido de su Justicia inexorable y lleno de indignación, volvió su mirada hacia el mundo”.
“En ese momento toda la naturaleza entró en convulsiones... Esto será algo tan deplorable y atroz que reducirá al mundo al fondo mismo de la desolación” (4).
El mundo en revolución y caos
En la fiesta de los Santos Pedro y Pablo, el 29 de junio de 1820, vio a San Pedro descender del cielo ataviado con las vestiduras papales y rodeado por una legión de ángeles. Trazó con su báculo una gran cruz sobre la faz de la Tierra, separándola en cuatro cuadrantes. En cada uno de ellos, hizo brotar un árbol verde que brotaba de vida, también en forma de cruz y resplandeciente de luz. Todos los buenos laicos y religiosos huyeron para refugiarse del terrible castigo bajo estos árboles.
'El número de muertos será incontable, ciudades y provincias destruidas'
Ella escribió: “¡Ay! ¡Ay de aquellos religiosos inobservantes que desprecian sus Santas Reglas! ¡Pobre de mí! ¡Todos perecerán en el terrible castigo... como todos los que se entreguen al libertinaje y sigan las falsas máximas de la deplorable filosofía de aquellos tiempos!”
Entonces San Pedro volvió al Cielo, y vio que el firmamento se tornaba de un color azul oscuro, que causaba terror con solo verlo. Un viento caliginoso soplaba impetuoso por todas partes. Un aullido vehemente llenó el aire, como el rugido aterrador de un león feroz. Su horrible eco resonó por toda la Tierra.
“El terror y el miedo se apoderaron de todos los hombres y animales. El mundo entero estaba en convulsión y en todas partes la gente se masacraba sin piedad unos a otros. En el tiempo de esta cruenta lucha, la mano vengativa de Dios pesará sobre estas desdichadas almas. En su omnipotencia Él castigará a los soberbios por su temeridad y desvergonzada insolencia. Dios usará los poderes de las tinieblas para exterminar a estos hombres sectarios, inicuos y criminales que conspiraron para erradicar a la Iglesia Católica, nuestra Santa Madre, hasta sus raíces más profundas y tirarla por tierra...
Dios se reirá de ellos por su maldad, y con un movimiento de su diestra omnipotente castigará a los malvados. A los poderes de las tinieblas se les permitirá salir del Infierno, y estas grandes legiones de demonios invadirán el mundo entero. Causarán gran destrucción, ejecutando así las órdenes de la Justicia Divina, a las que también están sujetos estos espíritus malignos. Podrán hacer ni más ni menos de lo que Dios permite a los hombres y sus bienes, familias, infortunados pueblos, ciudades, casas y palacios o cualquier otra cosa que existe en la Tierra...
Dios permitirá que los hombres malvados sean cruelmente castigados por feroces demonios porque se sometieron voluntariamente al poder del diablo y conspiraron con él para causar daño a la Santa Iglesia Católica” (5).
La Sierva de Dios vio a todos aquellos monstruos en formas horribles salir a borbotones de las cavernas infernales e infestar la Tierra para hacer daños y perjuicios por todas partes. Devastaron todos los lugares donde Dios había sido ultrajado, profanado, tratado sacrílegamente y donde se practicaba la idolatría. No quedó ni rastro de ellos.
Esta misma visión de castigo terminó con una promesa de victoria y triunfo para la Iglesia, que sería reconocida universalmente por todo el pueblo. Esto ofrece una gran esperanza para nosotros, que vivimos en estos tiempos de convulsión y revolución por todas partes.
Entonces San Pedro volvió al Cielo, y vio que el firmamento se tornaba de un color azul oscuro, que causaba terror con solo verlo. Un viento caliginoso soplaba impetuoso por todas partes. Un aullido vehemente llenó el aire, como el rugido aterrador de un león feroz. Su horrible eco resonó por toda la Tierra.
“El terror y el miedo se apoderaron de todos los hombres y animales. El mundo entero estaba en convulsión y en todas partes la gente se masacraba sin piedad unos a otros. En el tiempo de esta cruenta lucha, la mano vengativa de Dios pesará sobre estas desdichadas almas. En su omnipotencia Él castigará a los soberbios por su temeridad y desvergonzada insolencia. Dios usará los poderes de las tinieblas para exterminar a estos hombres sectarios, inicuos y criminales que conspiraron para erradicar a la Iglesia Católica, nuestra Santa Madre, hasta sus raíces más profundas y tirarla por tierra...
Dios se reirá de ellos por su maldad, y con un movimiento de su diestra omnipotente castigará a los malvados. A los poderes de las tinieblas se les permitirá salir del Infierno, y estas grandes legiones de demonios invadirán el mundo entero. Causarán gran destrucción, ejecutando así las órdenes de la Justicia Divina, a las que también están sujetos estos espíritus malignos. Podrán hacer ni más ni menos de lo que Dios permite a los hombres y sus bienes, familias, infortunados pueblos, ciudades, casas y palacios o cualquier otra cosa que existe en la Tierra...
Dios permitirá que los hombres malvados sean cruelmente castigados por feroces demonios porque se sometieron voluntariamente al poder del diablo y conspiraron con él para causar daño a la Santa Iglesia Católica” (5).
La Sierva de Dios vio a todos aquellos monstruos en formas horribles salir a borbotones de las cavernas infernales e infestar la Tierra para hacer daños y perjuicios por todas partes. Devastaron todos los lugares donde Dios había sido ultrajado, profanado, tratado sacrílegamente y donde se practicaba la idolatría. No quedó ni rastro de ellos.
Victoria y restauración
Esta misma visión de castigo terminó con una promesa de victoria y triunfo para la Iglesia, que sería reconocida universalmente por todo el pueblo. Esto ofrece una gran esperanza para nosotros, que vivimos en estos tiempos de convulsión y revolución por todas partes.
Un 'legislador' que restaurará la sociedad y defenderá las leyes de la Iglesia
Después de esas escenas aterradoras, la Venerable Elisabetta vio a San Pedro regresar en un majestuoso trono papal. Lo acompañaba San Pablo, que recorrió el mundo encadenando a los demonios y llevándolos ante San Pedro, quien los arrojó de nuevo a las oscuras cavernas de donde habían venido. Ella escribió: “Entonces un hermoso esplendor descendió sobre la tierra, para anunciar la reconciliación de Dios con la humanidad”.
El pequeño rebaño de fieles católicos que se había refugiado bajo los árboles será conducido ante el trono de San Pedro, quien él mismo “elegirá un nuevo Papa. Toda la Iglesia será reordenada según los verdaderos dictados del Santo Evangelio. Se restablecerán las Ordenes Religiosas; los hogares cristianos estarán imbuidos de religión.
Tan grande será el fervor y el celo por la gloria de Dios que todo se ordenará en función del amor a Dios y al prójimo. Quedará así establecido el triunfo, la gloria y el honor de la Iglesia Católica. Ella será aclamada por todos, venerada por todos y estimada por todos. Todos se resolverán a seguirla, reconociendo al Vicario de Cristo como Sumo Pontífice”.
Un año después, en 1821, Nuestro Señor reafirmó este triunfo: “Reformaré a Mi pueblo y a Mi Iglesia. Enviaré sacerdotes celosos para predicar Mi Fe. Formaré un nuevo apostolado y enviaré el Espíritu Santo para renovar el mundo. Reformaré las Ordenes Religiosas por medio de nuevos santos y sabios reformadores. Todos tendrán el espíritu de Mi hijo predilecto Ignacio de Loyola. Dotaré a Mi Iglesia de un nuevo pastor, instruido, santo y lleno de Mi Espíritu. Con santo celo reformará Mi rebaño” (7).
El pequeño rebaño de fieles católicos que se había refugiado bajo los árboles será conducido ante el trono de San Pedro, quien él mismo “elegirá un nuevo Papa. Toda la Iglesia será reordenada según los verdaderos dictados del Santo Evangelio. Se restablecerán las Ordenes Religiosas; los hogares cristianos estarán imbuidos de religión.
Tan grande será el fervor y el celo por la gloria de Dios que todo se ordenará en función del amor a Dios y al prójimo. Quedará así establecido el triunfo, la gloria y el honor de la Iglesia Católica. Ella será aclamada por todos, venerada por todos y estimada por todos. Todos se resolverán a seguirla, reconociendo al Vicario de Cristo como Sumo Pontífice”.
La Iglesia y la sociedad reformada
Un año después, en 1821, Nuestro Señor reafirmó este triunfo: “Reformaré a Mi pueblo y a Mi Iglesia. Enviaré sacerdotes celosos para predicar Mi Fe. Formaré un nuevo apostolado y enviaré el Espíritu Santo para renovar el mundo. Reformaré las Ordenes Religiosas por medio de nuevos santos y sabios reformadores. Todos tendrán el espíritu de Mi hijo predilecto Ignacio de Loyola. Dotaré a Mi Iglesia de un nuevo pastor, instruido, santo y lleno de Mi Espíritu. Con santo celo reformará Mi rebaño” (7).
Muchas otras cosas le dijeron acerca de esta restauración, que naciones enteras se convertirían, reconociendo a la Iglesia Católica como la única Religión verdadera.
Cuando León XII fue elegido Papa, Elisabetta pensó que entonces podría comenzar la nueva era de la Iglesia. Pero Nuestro Señor le mostró que no sólo había que renovar el timonel sino también la tripulación del barco de la Iglesia. La reforma de la Iglesia y la restauración de todas las cosas no tendría lugar, dijo, hasta que el mundo entero y de todos los pueblos sufriesen revoluciones y un profundo desorden (8).
Continuará
Notas:
1) Padre Benjamín M. Sánchez, Los Últimos Tiempos, Imprimatur Mons. Eduardus Zamorensis, 1968, pág. 48.
2) María Elisabeth Mora CG, Vida de la Ven. Elizabeth Canori Mora, Londres: R. Washbourne, 1878, F pp. xii-xiii, pp. 58-67, pp. 129-143.
3) La mia vita nel Cuore della Trinita - Diario della Beata Elisabetta Canori Mora, sposa and Mother, Libreria Editrice Vaticana, 1996, pp. 257-258, en Catolicismo (Brasil) mayo 2002
4) Ibíd ., págs. 411-412, en ibíd .
5) Ibíd., págs. 489-493, en ibíd.
6) Ibíd., págs. 489-493, en ibíd.
7) Ibíd., págs. 524-526, en ibíd .
8) Padre Sánchez, Los Últimos Tiempos, p. 50
5) Ibíd., págs. 489-493, en ibíd.
6) Ibíd., págs. 489-493, en ibíd.
7) Ibíd., págs. 524-526, en ibíd .
8) Padre Sánchez, Los Últimos Tiempos, p. 50
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