martes, 22 de octubre de 2024

LA DOCTRINA LUTERANA DE RATZINGER SOBRE LA PRESENCIA REAL (CXLIII)

Pocos saben que Ratzinger negó la Presencia Real. En 1966 atacó la realidad de que se creyera que Dios estuviera localmente presente en un espacio físico.

Por la Dra. Carol Byrne


“Nam et loquela tua manifestum te facit” (Mt.26:73) (Hasta tu forma de hablar te delata)

La objeción de Ratzinger al lenguaje “cristalino” de la escolástica, unida a su inveterado desprecio por la “tradición manualista”, sugiere una intención (compartida por todos los modernistas) de desvincularse no sólo de la forma de la teología católica, sino también de la sustancia. Esa intención fue hábilmente camuflada en el Discurso de Apertura del concilio por Juan XXIII con su conocida perogrullada:
“Una cosa es la sustancia de la antigua doctrina del depósito de la fe y otra el modo de presentarla, con el mismo sentido y juicio”.
Pero si la sustancia de la Fe no tiene relación esencial con el modo en que se presenta, es decir, con el lenguaje en que se expresa, como parece dar a entender el aforismo de Juan XXIII, no podemos ni siquiera empezar a hablar de “el mismo sentido y juicio”, porque no habría criterios lingüísticos objetivos con los que establecer lo que es verdad o no es verdad. Simplemente perderíamos la capacidad de transmitir con certeza la verdad ontológica sobre el “ser” (“lo que es”) -especialmente el Ser Supremo (“Yo Soy”, Éxodo 3:14)- y su significado.

Aquí es precisamente donde entra en juego la Escolástica, para proporcionar a la Iglesia una norma universal de expresión con la que pueda presentar la Verdad inmutable de una manera lógica y coherente, independientemente del tiempo o del lugar. Con la desaparición de la Escolástica, es obvio que nos hemos convertido en meros juguetes de teólogos y reformadores que desean imponer sus propios significados mediante el uso de un lenguaje calculado para manipular nuestras mentes.

Fue práctica común entre los teólogos progresistas del Concilio, incluido el padre Ratzinger, rechazar los esquemas originales que habían sido preparados por sus homólogos conservadores. Al reformular el lenguaje del esquema sobre la Constitución de la Iglesia, por ejemplo, Ratzinger mostró su determinación de no mantener el mismo significado que el documento original:
“El nuevo texto describe la relación entre la Iglesia y los cristianos no católicos sin hablar de 'pertenencia'. Al despojarse de este blindaje terminológico, el texto adquiere un alcance mucho más amplio” (1).
Como teólogo, Ratzinger tenía mucho en común con sus compañeros modernistas de la era del Vaticano II en su aversión a las “fórmulas fijas” de la Escolástica sobre toda una serie de verdades sustanciales del catolicismo relacionadas con el concepto de “ser”. Entre ellas figuraban la enseñanza tradicional sobre la Presencia Real, la naturaleza de la Iglesia como institución monárquica, la Revelación como definitivamente cerrada, la indisolubilidad del matrimonio y otros dogmas definidos inaceptables sobre todo para los protestantes. El escepticismo de Ratzinger sobre todas estas cuestiones se documenta en diversos puntos a lo largo de estos artículos.

Debido a la seriedad del tema, y al deseo de ser escrupulosamente precisos, tomaremos la fuente original de las declaraciones de Ratzinger tal y como fueron escritas en las versiones alemanas, antes de que fueran algo “blanqueadas” en traducciones posteriores. Se hará hincapié no en lo que él mismo creía personalmente -esto es difícil de determinar debido a las ambigüedades y circunloquios de su estilo- sino en el contenido de sus declaraciones y en cómo las presentó.

La presencia real

De todos los ámbitos de la doctrina católica en los que la ausencia del pensamiento escolástico se hace sentir con mayor intensidad, ése es sin duda el de la doctrina de la Presencia Real. Cuando Pablo VI publicó su Encíclica Mysterium Fidei en 1965, reconoció que había una crisis de fe en la Eucaristía, especialmente en la Presencia Real. Echó la culpa en gran parte a quienes de palabra y por escrito “difunden opiniones que perturban a los fieles y llenan sus mentes de no poca confusión sobre cuestiones de fe” (§ 10).

La situación no podía ser más irónica: uno de los teólogos en cuestión, un joven académico llamado padre Joseph Ratzinger (que acabaría convirtiéndose en uno de los sucesores de Pablo VI) estaba en aquel momento ocupado en difundir la confusión sobre la Presencia Real con sutiles y enrevesadas teorías. En 1966, Ratzinger escribió lo siguiente:
“La adoración eucarística o la visita silenciosa en una iglesia no pueden ser razonablemente sólo una conversación con el Dios que se piensa [sic] que está localmente presente en un espacio confinado. Afirmaciones como 'Dios vive aquí' y la conversación con el Dios que se piensa [sic] que está localmente presente de esta manera expresan un malentendido del misterio cristológico como el concepto de Dios, que necesariamente repele a la persona pensante que sabe de la omnipresencia de Dios.

Si uno quisiera justificar el ir a la iglesia diciendo que uno tiene que visitar al Dios que sólo está presente allí, entonces esto sería de hecho una razón que no tendría sentido, y sería rechazada con razón por la gente moderna” (2).
Todo este pasaje plantea una cuestión que nunca debería plantearse un verdadero católico: ¿Está Cristo realmente presente en el sagrario, o sólo algunos creen que está allí? En otras palabras, ¿es la Presencia Real un producto de la imaginación de algunos? Estas observaciones, publicadas por primera vez en 1966, causaron inevitablemente cierto escándalo entre los fieles, y hubo una reacción de crítica indignada contra su autor. Hoy en día, es más probable que se reciban con un encogimiento de hombros de indiferencia.

En respuesta, Ratzinger trató de justificarse en una publicación posterior, Dios está cerca de nosotros, diciendo que había habido “un malentendido” por parte de sus críticos, y que sus observaciones no niegan la Presencia Real ni se oponen a la adoración (3). Sin embargo, en la comprensión normal de sus palabras, ciertamente parecían implicar ambas cosas.

Además, el pasaje ignora lo que la Iglesia ha enseñado sobre el estatus único de la presencia de Cristo en la Eucaristía. Siempre se ha creído que, aunque Dios está en todas partes (y lo había estado antes de la Encarnación), está sacramentalmente presente en la Eucaristía en la plenitud de su naturaleza corpórea (Cuerpo y Sangre), así como en su naturaleza espiritual (Alma y Divinidad).

El padre Faber, campeón y defensor de la Presencia Real

El sacerdote oratoriano del siglo XIX, Fr. Frederick William Faber, por ejemplo, no tuvo dificultad en aceptar la presencia del “Verbo Eterno, Incomprensible, Todopoderoso, que está en todas partes y sin embargo, está fijo allí”, porque que elige residir en “la tranquila modestia del Santísimo Sacramento” (4). No es sólo el hombre moderno quien rechaza esta enseñanza - la queja inicial (Juan 6:61) contra ella ha sido reiterada desde los tiempos de Nuestro Señor: “¿Les desconcierta lo que he dicho?”.

La transubstanciación no es un tema para el “diálogo”

Más tarde, Ratzinger reformuló la doctrina de la transubstanciación en términos que no sólo destripaban la Eucaristía de su significado sino que, en más de una ocasión, se desviaron hacia el campo protestante, si sus palabras han de juzgarse según la solemne definición del Concilio de Trento.

Durante su “pontificado”, por ejemplo, escribió una trilogía sobre Jesús de Nazaret (revisarla aquí y aquí), y se empeñó en publicarla bajo su propio nombre; explicó la razón en el Prefacio del Volumen 1: No era “en modo alguno un acto magisterial, sino más bien la expresión de mi búsqueda personal 'del rostro del Señor' (Sal 27,8)” (5). (Nótese bien la numeración del Salmo no corresponde a la edición tradicional de la Biblia Douay-Rheims, sino que adopta la versión de la Biblia protestante por razones “ecuménicas”).

Joseph Ratzinger pretendía que se creyera que sólo hablaba como 'simple creyente', a quien quisiera escucharle, añadiendo que “todo el mundo es libre de discrepar conmigo”. Así pues, después de haber renunciado a la Tiara papal, ahora se despojó de su mitra papal. Como tal, soltó la siguiente bomba:
“El llamado relato de la institución, es decir, las palabras y los gestos con los que Jesús se entregó a los discípulos en el pan y el vino, constituye el núcleo de la tradición de la Cena del Señor” (6). [Énfasis añadido]
La formulación es innegablemente luterana, ya que es una expresión de la consubstanciación, que postula que Cristo está sustancialmente presente con y en el pan y el vino (7). En caso de duda sobre las palabras exactas que utilizó Ratzinger, se puede consultar la versión original alemana, que muestra una correspondencia exacta con la traducción correcta, tal como se ha indicado anteriormente (8).

Es interesante observar que, cuando la Secretaría de Estado vaticana realizó la traducción oficial, alguien debió de tener reparos en reproducir el contenido herético de la versión alemana original. Así que las palabras en cursiva se cambiaron por “en forma de pan y vino”. Esta versión “mejorada”, aunque todavía inadecuada, puede no sonar tan mal como la original, pero, para hacer justicia a Trento y a Mysterium Fidei, la terminología correcta es “bajo las apariencias de pan y vino”.

Aun así, la teología que subyace en la versión original es de inspiración luterana, lo que ha influido claramente en la creación de la misa novus ordo. Algunos sacerdotes católicos que se han convertido del protestantismo han señalado las similitudes, para su consternación, al igual que muchos luteranos, para su deleite.

En cuanto a los fieles ordinarios que asisten a la misa novus ordo, los efectos de descartar la terminología correcta han sido devastadores para la continuidad de la Fe. Entre los llamados ministros eucarísticos encargados de distribuir la Comunión durante la misa se ha convertido en algo natural que discutan -e incluso se peleen- por a quién le toca “dar el pan” o “repartir el vino”. Algunos de los himnos de Comunión oficialmente aprobados que se cantan durante la misa novus ordo hablan de “compartir el pan y el vino” y “partamos juntos el pan” y “bebamos juntos el vino”.

Continúa...


Notas:

1) Joseph Ratzinger, Theological Highlights of Vatican II (Aspectos teológicos más destacados del Vaticano II), New York: Paulist Press, p. 66.

2) J. Ratzinger, Die Sakramentale Begründung Christlicher Existenz (El Fundamento Sacramental de la Existencia Cristiana), Kyrios: Freising-Meitingen, 1966, pp. 26-27.

3) J. Ratzinger, God is Near Us: the Eucharist, the Heart of Life (Dios está cerca de nosotros: la Eucaristía, Corazón de la Vida), San Francisco: Ignatius Press, 2003, p. 91, Footnote 11.

4) Frederick William Faber, The Blessed Sacrament, or, the works and ways of God (El Santísimo Sacramento, o las obras y los caminos de Dios), Baltimore: John Murphy Co., 1855, p. 125.

5) J. Ratzinger/Benedict XVI, Jesus of Nazareth Part 1, From the Baptism in the Jordan to the Transfiguration (Jesús de Nazaret Parte 1, Del Bautismo en el Jordán a la Transfiguración), trans. Adrian Walker, New York and London: Doubleday, 2007, p. xxiii.

6) J. Ratzinger, Jesus of Nazareth, Part 2, Holy Week: From the Entrance into Jerusalem to the Resurrection (Jesús de Nazaret, 2ª parte, Semana Santa: De la Entrada en Jerusalén a la Resurrección), trans. Philip Whitmore, San Francisco: Ignatius Press, 2011, p. 115.

7) Según la Fórmula de Concordia luterana § 38, su concepto de la presencia real se entiende como “in pane, sub pane, cum pane”, (en el pan, bajo el pan, con el pan).

8) J. Ratzinger, Jesus von Nazareth: Beiträge zur Christologie (Jesús de Nazaret: Aportaciones a la Cristología), Parte 2, Freiburg: Herder, 2008, p. 135: “Der sogenannte Einsetzungsbericht, das heißt die Worte und die Gesten, mit denen Jesus in Brot und Wein sich selbst den Jüngern gab, bildet den Kern der Abendmahls-Überlieferung” (El llamado relato de la Institución, es decir, las palabras y los gestos con los que Jesús se entregó a los discípulos en el pan y el vino, constituye el núcleo de la tradición de la Última Cena).

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