sábado, 19 de octubre de 2024

19 DE OCTUBRE: SAN PEDRO DE ALCANTARA, CONFESOR


19 de Octubre: San Pedro de Alcántara, confesor

(✞ 1562)

El admirable penitente y extático contemplativo san Pedro de Alcántara nació en la villa de este nombre, provincia de Extremadura, en España, y fue hijo de don Alfonso Garavito, hábil jurisconsulto y corregidor de la misma villa.

Después de haber aprendido las letras humanas pasó a Salamanca a estudiar el derecho canónico y rechazando luego todas las cosas del mundo, tomó el hábito del seráfico padre San Francisco en el convento de Manjarrez a la edad de dieciséis años.

Toda la vida anduvo con los ojos bajos de manera que nunca supo si el coro o el dormitorio eran de bóveda, y a los religiosos del convento los conocía solo por la voz.

Después de la profesión pasó a morar en una soledad, donde se labró una celda que más bien parecía sepultura, en la cual entabló una vida de tan áspera penitencia, que se haría increíble si no lo autorizara la bula de su canonización.

Comía sólo una vez cada tres días y a veces se le pasaban ocho días sin tomar bocado; traía sobre las carnes un cilicio de rallador; dormía no más de hora y media, y por espacio de cuarenta años lo hizo de rodillas o sentado, arrimada la cabeza a la pared.

Su celda era tan baja que en ella no podía estar de pie, ni tendido a lo largo, su cuerpo estaba hecho una llaga, y no parecía el santo más que un esqueleto animado.

Más, así como ningún santo le superó en penitencia, pocos tuvieron como él tan sublime don de contemplación; porque su oración era un éxtasis casi continuo, en que Dios le regalaba con delicias de la gloria.

A la edad de veinte años fue nombrado guardián de Badajoz, y escogió para sí todos los oficios más humildes del convento.

En el tenor de su vida parecía un ángel, pero ordenado como sacerdote fue un abrasado serafín.

Cuando predicaba al pueblo, con su sola vista y presencia ablandaba los corazones más duros, y los sermones que hacía solían quedar interrumpidos por lágrimas y gemidos dolorosos; así renovó en muchos obispados el espíritu de penitencia.

Lo nombraron provincial, y emprendió luego la reforma de su Orden para resucitar en ella el primitivo espíritu de San Francisco; obra dificultosísima que llevó a cabo, y fue confirmada por breve de Julio III, y ponderada por Santa Teresa de Jesús y de San Francisco de Borja, que se encomendaban en las oraciones de este gran siervo de Dios.

Quiso tomarle por confesor el emperador Carlos V, cuando estaba meditando su retiro en el monasterio de Yuste; pero el santo se resistió con tales razones, que el emperador se rindió a ellas.

Finalmente, siendo comisario general de España para la Reforma, se hizo llevar al convento de Arenas, donde en un dulcísimo éxtasis, entregó su alma al Creador, a la edad de sesenta y tres años.

Reflexión:

De este santísimo varón dice Santa Teresa: “Le he visto muchas veces con grandísima gloria. Me dijo la primera vez que me apareció: ‘¡Qué bienaventurada penitencia, que tanto premio había merecido!’. ¿Somos nosotros discípulos de Jesucristo? Pues no nos avergoncemos de vestir su túnica. Pobre soy -dice él por el salmista- y lleno estoy de trabajos desde mi más tierna edad; ¿y no será un verdadero contrasentido que, mientras nuestra cabeza de Cristo está coronada de espinas, nosotros andemos nadando en regalos y deleites?

Oración:

¡Oh Dios! que te dignaste ilustrar al bienaventurado san Pedro, tu confesor, con el don de una altísima contemplación, y con el de una admirable penitencia; te suplicamos nos concedas por sus méritos que, mortificada nuestra carne, alcancemos mayor inteligencia de las cosas celestiales. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

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