23 de Octubre: San Teodoro, sacerdote y mártir
(✞ 362)
Santo Teodoro, glorioso sacerdote y mártir de Cristo, fue uno de los más celosos ministros del Señor en la Iglesia de Antioquía de Siria.
Trabajó sin descanso en desarraigar las supersticiones paganas, en derribar los altares y estatuas de los falsos dioses y al levantar varios templos al Dios verdadero sin esperar otra recompensa que ver más extendida y gloriosa aquella cristiandad, ni desear otro premio que la corona del martirio.
El Conde Juliano, tío del emperador Juliano, y apóstata como él, gobernaba a la sazón el Oriente, cuya capital era Antioquía, y sabiendo que el santo sacerdote Teodoro guardaba los Vasos Sagrados y tesoros de la Iglesia, quiso apoderarse de ellos, y le llamó a su tribunal, ordenándole el nombre del César que hiciese entrega de todas aquellas preciosas alhajas.
El fidelísimo siervo de Cristo le respondió que nada había recibido de manos del César, y que nada le debía.
Al oír estas palabras el codicioso tirano, se enojó sobremanera y comenzó a reprenderlo con grandes amenazas por la contradicción que hacía a la religión del imperio y a la voluntad del César.
Teodoro con gran elocuencia y entereza, le echó en cara la liviandad de su apostasía, y de la de su sobrino el emperador; por lo cual mandó el Conde Juliano que azotasen cruelmente al Santo presbítero en las plantas de los pies y en su venerable rostro.
Después lo hizo poner en el suplicio del ecúleo, donde con cuerdas que pasaban por unas poleas, le tiraron con tan gran inhumanidad los brazos y las piernas, que le sacaron de sus junturas los huesos, y mientras el bárbaro juez que presenciaba el suplicio se mofaba del mártir y le decía palabras injuriosas, el santo rogaba por él, y sin hacer demostración alguna de dolor ni dar un solo gemido, le exhortaba a que mirase por sí y pidiese perdón a Jesucristo por su iniquidad y apostasía.
- Bien veo -le dijo el tirano- que eres harto insensible a los tormentos. ¿De dónde sacas esa fortaleza?
- No siento nada -respondió el mártir- porque Dios está conmigo.
Entonces Juliano mandó que le aplicasen a los costados antorchas encendidas y mientras le abrasaban con ellas los verdugos, repentinamente cayeron de espaldas en tierra y se negaron a seguir atormentándole, diciendo que habían visto unos ángeles que protegían al mártir.
Finalmente, el encarnizado apóstata, vencido y avergonzado por la entereza incontrastable constancia del santo mártir, mandó que le cortasen la cabeza, y en este suplicio, entregó su alma santísima en manos del Creador.
Reflexión:
La torpe codicia y deseo de apoderarse de los bienes de la Iglesia fue lo que estimuló al procónsul Juliano a cebarse en la sangre del fiel presbítero San Teodoro. ¿Y cuál ha sido aún en otras recientes persecuciones que ha padecido la Iglesia, una de las causas principales del odio mortal con que la han maltratado sus enemigos manifiestos o solapados? La sed de los bienes que justamente ha alcanzado, que legítimamente posee y caritativamente emplea. Nos enseña pues la historia de la Iglesia, que muchos de los sangrientos tiranos y acérrimos perseguidores, no solamente han sido enemigos de la verdad de Dios y de la santidad del Evangelio, sino también hombres codiciosos, avaros, ladrones y obradores de toda injusticia e iniquidad.
Oración:
¡Oh Dios! que nos proteges con la gloriosa confesión de tu bienaventurado mártir Teodoro, concédenos que de su imitación y oración saquemos fuerzas para adelantar en tu divino servicio. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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