viernes, 10 de octubre de 2025

LA FRANCMASONERÍA DE SEÑORAS

La Francmasonería de mujeres está más extendida de lo que se piensa, pues cuenta con muchos ritos u obediencias.

Por Monseñor de Segur (1878)


XXVII

DE LA FRANCMASONERÍA DE ADOPCIÓN, O FRANCMASONERÍA DE SEÑORAS

Hay francmasonas, así como francmasones; y esto causa a primera vista cierta extrañeza, pues se trata ante todo de guardar secretos. Pero parece que los francmasones tienen confianza en “las mujeres que más estiman”, y a las cuales adjudican el par de guantes que les entrega oficialmente el Venerable.

Esa Francmasonería femenina parece haber tenido principio a mediados del siglo XVIII. Luis Felipe-Igualdad, entonces duque de Orleans y Gran Maestro de la Orden, ofreció su par de aguantes a la señora de Genlis, y dio extraordinario impulso a la Francmasonería andrógina o hermafrodita (que significa hombre y mujer). La curiosidad, el atractivo de los placeres, y más aún el atractivo de lo desconocido, el espíritu de irreligión, y el mágico poder de la fruta prohibida, hicieron afluir en la Francmasonería todas las damas que rabiaban por ser libres; y desgraciadamente pudo contarse entre ellas algunos de los nombres más ilustres. Así lo indica una carta de la infortunada reina María Antonieta a su hermana la reina María Cristina, del 26 de Febrero de 1781. “Creo -decía en ella- que te asusta demasiado la Francmasonería... Aquí todo el mundo pertenece a ella... Estos últimos días la princesa de Lamballe ha sido nombrada Gran-Maestra en una logia, y me ha contado las lindas cosas que le han dicho”. ¡Ah, pobres mujeres! Se les preparaba ya desde entonces el trato que destina la secta “a los príncipes, a los santurrones y a los nobles” (1).

En la Francmasonería femenina, como en la de hombres, tampoco se dejaban ver las cosas más que hasta ciertos límites, y la Autoridad engañada ninguna importancia daba a una sociedad que a los ojos del vulgo se dedicaba solamente a la beneficencia y a la diversión. Pero detrás de reuniones alegres ocultábanse infames misterios: no aparecía, como en la otra Francmasonería, el culto de la venganza, sino sólo el culto del deleite, tanto más peligroso, en cuanto estaba velado con ritos misteriosos, sazonado con el secreto y favorecido por el espíritu de irreligión, tan en boga en el siglo de Voltaire.

La logia de esas francmasonas ya no se llamaba logia, sino Templo del Amor. La puerta del mismo se llamaba (sin duda por antífrasis) la puerta de la Virtud (por la cual salía ésta, si es que no se había ido antes). El H∴ francmasón que introducía las postulantes se intitulaba el H
 Sentimiento (como con todas sus letras consta en el Ritual), y la Hermana francmasona que introducía las postulantes se llamaba H Discreción. El Gran-Maestro preguntaba a la postulante: “¿Qué edad tenéis?”. La respuesta era no menos cándida, pero mucho más tierna que la del francmasón: “Tengo siete años”; y la paloma aspirante añadía con un precioso arrullo: “Tengo la edad de agradar y de amar”; ¡Oh, qué ternura!

Los francmasones de este rito eran Caballeros de la Rosa, y las francmasonas Ninfas de la Rosa. Estos Caballeros y estas Ninfas iban siempre de dos en dos en todos los trabajos masónicos. El Templo estaba encantador y lleno de flores; las reuniones eran presididas por un Gran-Maestro y una Gran-Maestra. No había allí espadas desnudas, ni aros de papel, ni caverna, ni lúgubres mascaradas. Todo eran viajes sentimentales, juramentos prestados por la aspirante con la más fina galantería. Sentábase en el sitio del Gran-Maestro, y el badulaque se arrodillaba a sus pies. Pero lo más conmovedor era el viaje a la Isla de la Felicidad, con la que terminaba la iniciación: allí caía la venda que cubría los bellos ojos de la Ninfa, la cual se encontraba ante un altar (¡qué piedad!) y unas estatuas, o más bien ídolos de Venus y Cupido, y ofrecía puro incienso a estos dos patronos del Templo.

Seguramente la señora de Lamballe y las señoras bien educadas no veían en todas esas majaderías más que divertimentos y galanterías sin consecuencia alguna; pero para el mayor número esas reuniones distaban mucho de ser inocentes; y los hombres perversos que dirigían secretamente esa rama del árbol masónico, se servían de ellas para corromper a la vez las inteligencias y los corazones, para apartar más y más a las mujeres de la Religión, de la familia, del respeto a la Autoridad y a las tradiciones.

La Revolución francesa anegó en sangre a los Caballeros y a las Ninfas de la Rosa.

Bajo el Imperio, recobró su vuelo la Francmasonería femenina; casi todos los militares eran francmasones, y contribuyeron mucho a levantar y propagar por toda Europa una institución que tan admirablemente favorecía sus impías y depravadas inclinaciones. Y en 1830, ocurrió la nueva florescencia de francmasonas. 

La Francmasonería fundó grandes esperanzas en el concurso de las mujeres. “¿Cuándo se querrá comprender -exclamó con tono sentimental el H Ragón- que para restituir a la Orden su irresistible atractivo y su antiguo esplendor, a las costumbres públicas su pureza (!!!) y su verdad purgada de toda hipocresía (!!!); a la educación doméstica, llena todavía de preocupaciones, su brillo humanitario, es necesario admitir en los trabajos masónicos aquellas mujeres que por sus virtudes (¡las virtudes de la mujer libre!), honran su sexo y su patria? Su presencia hará más interesantes las sesiones; sus discursos (los discursos de la mujer libre) excitarán la emulación; los Talleres se purificarán, como la naturaleza se purifica en la primavera bajo los rayos vivificantes del nuevo sol” (2).

La Francmasonería mujeril tiene como la otra Aprendices, Compañeras y Maestras, y tampoco faltan altos grados, como: Maestras-Perfectas, Sublimes-Escocesas, Elegidas, Señoras de la Paloma, Señoras de la Alegría, Rosa-Cruces o Señoras de la Beneficencia, Princesa de la Corona o Soberanas-Masonas. Desgraciadamente el Anuario del H
, Pinón guarda un discreto silencio sobre esta cándida rama de la Francmasonería.

Tiene también sus ritos y ceremonias especiales. En el umbral de la “Puerta de la Virtud” está colocada la imagen de la señora de Genlis, llamada por la Francmasonería La Madre de la Iglesia! Esta casta madre fue canonizada, según dicen, por Felipe-Igualdad.

Madame de Genlis

Es curiosa la advertencia, dura, sí, pero muy justa, que el Gran-Maestro, sentado con toda majestad al lado de la Gran-Maestra, dirige a las aspirantes, al comenzar las pruebas, “Le hace notar la gran imprudencia que ha cometido exponiéndose sola y sin apoyo en medio de una sociedad: cuya forma y costumbres ignora, y en la que puede correr peligro su pudor” (3).

Las masonas van también ataviadas con el famoso mandil. Su contraseña general para reconocerse es muy sencilla: “La mano derecha sobre la iz
quierda, caídas sobre el mandil”. Si son Aprendices, “adelantando recíprocamente la mano derecha abierta, con los dedos unidos, y juntando las manos una sobre otra por las palmas”; si Compañeras, tomándose mutuamente la mano derecha, de modo que los dos pulgares se crucen, y el dedo del medio tendido sobre la muñeca”; si Maestras, “presentándose mutuamente el índice y el dedo medio de la mano derecha, poniendo los unos sobre los otros alargados, de manera que se toquen por la parte interior; apoyando luego sucesivamente el pulgar derecho en las coyunturas de dichos dos dedos cerca de la uña”. Asimismo tienen otros signos, que requieren dedos de bruja; por ejemplo: “Cogerse (¿mutuamente?) la oreja izquierda con el pulgar y el meñique de la mano derecha, cubriendo con el resto de la mano la mejilla” (hasta la otra oreja); “cogerse (¿siempre mutuamente?) la punta de la nariz con el pulgar y el índice derechos, cubriendo con el resto de la mano los dos ojos” (verdadera habilidad); “poner la mano izquierda sobre el rostro, el dedo meñique en la boca, el anular bajo la nariz, el medio y el índice en el ojo, y el pulgar en la oreja izquierda”. Las dos palabras que usan predilectamente las francmasonas como contraseña son Eva y Babel; sin duda por devoción a la fruta prohibida y por un legítimo horror a la confusión de lenguas. Debemos tan curiosos pormenores al grave H Ragón, autor sagrado y oficial de los francmasones.

La Francmasonería de mujeres está más extendida de lo que se piensa, pues cuenta con muchos ritos u obediencias: el rito de Cagliostro, el de las Damas escocesas de la colina del Monte Tabor; la Orden del Palladium o Consejo Soberano de la Sabiduría; la Orden de la Felicidad; la de (Caballeros y Señoras del Ancora; la de la Perseverancia, y otras.

Mil cosas, y muy curiosas, podrían contarse de la Francmasonería femenina; pero nos limitaremos a citar un solo ejemplo, de origen también oficial, como se expresará en el capítulo siguiente.

Continúa...


Notas:

(1) Véase el capítulo XVIII.

(2) El H∴ Ragón: Manual completo de la Francmasoneria de Adopción, págs. 140 y 141.

(3) El H
 Ragón: Manual completo de la Francmasonería de Adopción, págs. 25 y 26.


 
 

 
 


 
 

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