sábado, 27 de diciembre de 2025

¿POR QUÉ LA VIRGINIDAD PERPETUA DE NUESTRA SEÑORA ES UNA VERDAD NAVIDEÑA NECESARIA?

Ella era virgen antes, durante y después del nacimiento de su Divino Hijo.

Un escrito de padre Henry James Coleridge


La virginidad perpetua de María

El privilegio de la maternidad virginal siempre se ha considerado en la Iglesia como el fundamento de la virginidad perpetua que se atribuye a María durante toda su vida. Esto, a su vez, parece basarse en una Tradición universal. Las razones de esta creencia son tan claras y la verdad se aprueba con tanta claridad al simple instinto cristiano de reverencia a nuestro Señor, que no es fácil imaginar que quienes la niegan o cuestionan puedan realmente creer que Él es el Hijo de Dios.

Muchos escritores cristianos creen que la verdad se encuentra en el pasaje del profeta Ezequiel, donde se dice de la puerta del Templo:

“Esta puerta estará cerrada y nadie pasará por ella, porque el Señor, el Dios de Israel, ha pasado por ella” (1).

El lenguaje es metafórico, pero parece que a nadie le pertenece con tanta naturalidad como a Nuestra Señora. Otro argumento bíblico se encuentra en la historia de la Anunciación, es decir, en las propias palabras de Nuestra Señora al Ángel:

“¿Cómo se hará esto, pues no conozco varón?”

Si estas palabras transmiten una razón imperiosa de por la que Nuestra Señora, antes de ser Madre de Dios, no podía concebir un hijo de la manera ordinaria, debe ser cierto, con un grado aún mayor de certeza, que había en su condición, con referencia a este asunto, una razón aún más imperiosa contra la posibilidad de cualquier concepción por su parte en un período posterior.

Si Nuestra Señora tenía una obligación solemne ante Dios de permanecer Virgen en el momento de la Anunciación, es ciertamente increíble suponer que tal obligación no existiera después. De hecho, a una mente devota se le podría haber ocurrido que, si hubiera sido posible en los designios de Dios que nuestro Señor naciera de alguien que no fuera la más pura de las vírgenes, al menos después de ese nacimiento divino, su madre debía haber permanecido intacta.

Pero imaginar que Su Madre había sido consagrada a Dios en el momento de la Anunciación mediante un voto de virginidad perpetua, y que este voto iba ser violado después del nacimiento del Hijo encarnado de Dios, es imaginar algo completamente incompatible, tanto por la reverencia hacia Él como con la debida valoración de las virtudes trascendentes de ella.

La fecundidad de la doctrina

Esta doctrina de la virginidad perpetua de la Santísima Madre de Dios ha sido tan fecunda en bienes para la Iglesia y para el mundo, que quizá valga la pena detenernos un poco en las razones teológicas que le atribuyen los grandes escritores cristianos.

No puede haber duda alguna sobre la verdad en ninguna mente que haya aprendido a pensar correctamente sobre nuestro Señor y su Santísima Madre. Todo lo dicho hasta ahora sobre su admirable elevación en el orden de la gracia debe olvidarse antes de que cualquier idea de este tipo pueda entrar en la mente, salvo para ser rechazada con indignación y disgusto, salvo en la medida en que sea fruto de una opinión ignorante, fundada en una interpretación errónea de las Escrituras.

Las razones a las que nos referimos se encuentran en la Summa de Santo Tomás, expuestas de manera maravillosamente concisa y elocuente, y el devoto comentarista Suárez ha añadido una más propia (2). Santo Tomás simplemente toma a las personas involucradas en la ejecución del misterio de la Encarnación y muestra en pocas palabras cuán indecente e incongruente habría sido para ellas si la calumnia helvética hubiera sido cierta.

Nuestro Señor mismo es el Unigénito de su Padre, quien derrama en su Generación Eterna, por así decirlo, toda su Paternidad. Él comunica a su Hijo toda Su sustancia y lo convierte en la expresión completa y perfecta de Su propio Ser Infinito. Hubiera sido indecente e inapropiado que Él fuera solo uno de los muchos hijos de cualquier madre terrenal, compartiendo con ellos su fertilidad maternal, su cuidado y amor, que después de Él no podrían pertenecer a ningún otro.

Por parte del Espíritu Santo, por cuya obra nuestra Santísima Señora se convirtió en la Madre de su Divino Hijo, habría sido sumamente indecoroso que ella, a quien Él había hecho su propio santuario para la producción y crianza de la Sagrada Humanidad, hubiera sido posteriormente tocada por cualquier otro. Ninguna profanación de un templo material, ni de ningún vaso sagrado consagrado a los más santos propósitos, podría ser tan indecente como esta.

Razones teológicas

Además, la misma Santísima Madre, aun dejando de lado su consagración virginal, habría mostrado incontinencia e ingratitud por los más altos favores jamás otorgados a un ser creado, si hubiera sacrificado esa Virginidad que había sido preservada por un milagro especial, y hubiera permitido que la cámara en la que Cristo había sido concebido y criado sufriera contaminación.

La misma indecencia cabe suponer bajo esta hipótesis en el bienaventurado José. Hemos visto que los Evangelios lo describen como un ser de singular justicia, pureza y reverencia. Hemos visto cómo el conocimiento de la Divina Concepción, ocurrida en el vientre de su amada esposa, lo llenó de tal reverencia santa, que pensó en alejarse de ella antes que entrometerse como esposo en el seguimiento del gran misterio de la Encarnación.

Es ciertamente muy apropiado y razonable pensar que, tras el maravilloso nacimiento, habría sentido por María al menos la misma reverencia que antes. Además, hemos visto que compartió, desde el mismo momento de su matrimonio, si no antes, el santo propósito de la continencia en el estado matrimonial que ella había sido la primera en concebir.


Notas:

1) Ezequiel 44:2.

2) Santo Tomás, parte iii. q. 28, art. 5; Suárez, De Mysteriis Vitæ Christi , disp. v.§ 4.
 

1 comentario:

Anónimo dijo...

Quomodo fiet istud quoniam virum non cognosco? Cómo será esto, pues no conozco varón? Comentan los traductores del Nuevo Testamento Nácar Colunga: "ésta frase en arameo tiene un sentido de presente y futuro, jamás de pasado. No conozco ni conoceré. Indica un estado permanente." Por eso Torres Amat, buen conocedor de las lenguas semíticas, aunque traduce de la Vulgata, vierte el texto así: "No conozco ni conoceré jamás varón alguno". De todas formas hay que acudir a la Tradición de la Iglesia, antiquísima, para entender el voto de virginidad de Nuestra Señora. Y en cuanto a la objeción de la Virgen: la Señora pregunta, prudentísimamente, cómo SERÁ, quomodo FIET. La Virgen, pues, sin dudar un sólo instante, pide una aclaración y el Ángel delicadamente le contesta que concebirá permaneciendo SIEMPRE VIRGEN. Este es un Misterio inefable que pertenece a los designios de Dios.